Malakita vol.1

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INVESTIGACIÓN
#malakita
¡MANO, NO
SEAS HUECO!
La identidad de género se define,
parafraseando a Judith Butler, a través de la
ritualidad convencionalizada que, socialmente,
es empujada por la heterosexualidad
compulsiva. Los rituales, desde una
perspectiva antropológica, sirven para
establecer lo que está dentro y lo otro,
aquello que está afuera. El vestuario, la
gesticulación, el vello facial, la longitud del
cabello, la entonación de la voz son
formas de ritualización que históricamente
han servido como mecanismos de
significación que establecen la identidad de
género de acuerdo a la genitalidad.
Es decir, a un ser que nace con vulva
automáticamente se le asigna una identidad
de género, la femenina, junto a todas las
implicaciones sociales que trae. Tal como
afirma Simone de Beauvoir, no se nace mujer
sino que se llega a serlo.
Este modelo de significación sobre los
cuerpos también establece los límites de la
masculinidad a través de grupos semánticos
que la delimitan por oposición a la
feminidad. A partir de estos se nos ha
construído asociar la masculinidad con fuerza
física, capacidad de dominar a otros, poder
económico, seguridad, habilidad en los
deportes, deseo sexual incontenible y
actitudes de cortejo predatorias. Categorías
que se oponen semánticamente a la feminidad
que se reviste con delicadeza,
debilidad, recato, sumisión, belleza. Adrienne
Rich afirma que la heterosexualidad
describe no solamente el deseo sexual de
carácter individual sino que es una
institución política dedicada a garantizar el
derecho masculino de acceso físico,
económico y emocional sobre las mujeres.