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El colmo de la escuela es no aprender<br />
Pablo Boullosa<br />
¿Cuál es el colmo de un electricista? Que su mujer se llame<br />
¿Luz y que sus hijos le sigan la corriente. ¿Cuál es el colmo<br />
¿de un astronauta? Enfermar de gravedad.<br />
¿Cuando yo era pequeño existía todo un género de<br />
¿chistes de colmos. Hoy no vamos a contar chistes, pero ¿sí vamos a subrayar lo que podemos llamar el colmo de<br />
¿la escuela: querer que otros aprendan y no aprender<br />
¿ella misma.<br />
¿Si hay instituciones que deberían aprender y erigirse<br />
como ejemplos patentes de las ventajas del aprendizaje,<br />
esas instituciones son las educativas. Así como los partidos<br />
políticos suelen pregonar la democracia sin practicarla,<br />
las escuelas y universidades enarbolan la inquieta bandera<br />
del aprendizaje pero en realidad aprenden poco, o nada,<br />
y por lo tanto mejoran poco, o nada.<br />
José Antonio Marina dice que “aprender es el recurso<br />
de la inteligencia para sobrevivir y progresar en un<br />
entorno cambiante”. Las escuelas sobreviven, por razones<br />
no necesariamente cognitivas, pero no progresan<br />
mucho. Y ya que nunca ha existido un mundo más<br />
cambiante que el presente, hoy el aprendizaje es más<br />
importante que nunca.<br />
Todos nosotros vamos a morir en un mundo bien<br />
distinto al mundo en el que nacimos. Quizá el cambio<br />
más obvio sea el de la tecnología, pero también las<br />
sociedades, las costumbres, los prejuicios, el mundo<br />
laboral, están experimentando transformaciones<br />
extraordinarias. La escuela, en cambio, parece impermeable<br />
a la agitación que la rodea. Cuando nos llegue<br />
la hora de dejar este mundo, o de despertar en otro, es<br />
probable que el dinosaurio todavía esté ahí, como en<br />
el cuento de Monterroso.<br />
No quiero decir que la escuela deba seguir en todo<br />
al mundo exterior ni cambiar al mismo ritmo que éste.<br />
En cierto sentido más bien pienso lo contrario: que en<br />
un mundo de banalidad, la escuela debería ser el refugio<br />
para las conversaciones importantes. Que en un mundo<br />
de distracción, de violencia gratuita, de estupidez, la<br />
escuela debería ser el sitio privilegiado para la concentración,<br />
el diálogo constructivo y la inteligencia. Precisamente<br />
para convertirse en todo esto es que la escuela<br />
tiene que aprender.<br />
Permítanme comenzar con un ejemplo sencillo que<br />
nos habla de la reticencia de las escuelas a aprender.<br />
DIEZ<br />
Basado en el libreto para el programa<br />
del mismo nombre, transmitido por adn40,<br />
cedido a este espacio por el autor.<br />
¿Con qué frecuencia entra un maestro a la clase de otro?<br />
Si queremos mejorar en un deporte, en una ciencia, en<br />
un arte, tenemos que analizar cómo lo hacen los demás,<br />
y aprender de sus virtudes y de sus errores. Es algo<br />
bastante simple, pero casi nunca ocurre que un maestro<br />
observe a otro dando clases, y cuando esto ocurre la<br />
situación es tan extraordinaria que suele ser incómoda.<br />
Los maestros deberíamos acostumbrarnos a visitarnos<br />
los unos a los otros, para aprender los unos de los otros.<br />
Tampoco es frecuente que discutamos sobre métodos<br />
de enseñanza, sobre cómo despertar la imaginación de<br />
los estudiantes o sobre cómo generar una dinámica positiva<br />
en los salones de clase, y todas estas conversaciones<br />
inexistentes son oportunidades perdidas para aprender.<br />
Las instituciones educativas son abrumadoramente<br />
conservadoras, no en el sentido político del término,<br />
desde luego, sino en el sentido de que se oponen por<br />
completo a considerar cualquier iniciativa que ponga en<br />
riesgo su estatus o sus privilegios, o que simplemente<br />
altere su inercia.<br />
Henry James, el autor de novelas y relatos como La<br />
copa dorada, Los embajadores y Otra vuelta de tuerca,<br />
escribió algo que es pertinente para lo que estamos<br />
diciendo, aunque él lo circunscribiera al arte y la literatura:<br />
“El arte vive de la discusión, de la experimentación, de la<br />
curiosidad, de la variedad de intentos, del intercambio<br />
de opiniones y de la comparación de los puntos de vista”.<br />
Casi nada de esto ocurre de forma cotidiana en nuestras<br />
instituciones educativas, y debería ocurrir, porque son<br />
las bases del aprendizaje.<br />
Las escuelas suelen erigirse en cotos cerrados que<br />
casi nunca reciben visitas del exterior, a pesar de que se<br />
supone que preparan a sus alumnos para desarrollarse<br />
y tener éxito en ese mundo exterior del que ellas<br />
mismas se aíslan. Sólo muy rara vez reciben a profesionales<br />
que podrían sacudirlas de su letargo. Pero además,<br />
sus bibliotecas, cuando las tienen, o sus instalaciones<br />
deportivas, cuando las tienen, al igual que sus salones<br />
de clase (cuando los tienen), están cerradas al mundo, y<br />
ni siquiera los padres de familia pasan un rato en ellas<br />
para sentarse a leer un libro, hacer ejercicio o discutir<br />
algún asunto de interés para los vecinos. Casi todas las<br />
escuelas están cerradas en las vacaciones, sin que sean<br />
relevantes en lo más mínimo para la convivencia demo-<br />
crática o para la educación de quienes viven cerca de<br />
ellas. Las escuelas no irradian hacia el exterior ni conocimientos<br />
ni aprendizaje; sus altos muros las separan de<br />
lo que ocurre en el exterior.<br />
Todo esto es parte, insisto, del colmo de las instituciones<br />
educativas. ¿Por qué aprenden tan poquito? ¿Por<br />
qué no experimentan? ¿Por qué una y otra vez hacen lo<br />
mismo, incluso si no ha sido exitoso antes? Según Matt<br />
Rydler, ha llegado el momento de reconocer que la<br />
escuela funciona como una economía planificada al<br />
estilo soviético, y con el mismo nivel de ineficiencia.<br />
La escuela está diseñada de manera completamente<br />
vertical, de arriba hacia abajo, desde la autoridad máxima<br />
educativa a nivel federal, hasta el más inocente párvulo<br />
que recibe instrucciones. Esta rígida estructura es la que<br />
ha impedido que las escuelas ensayen soluciones propias,<br />
diversas y heterogéneas, es decir: que evolucionen. Es<br />
decir: que aprendan.<br />
Muchas características que pensamos que son intrínsecas<br />
a la escuela, como la división en horarios y materias,<br />
o como las calificaciones y los grupos por edad y no por<br />
destreza, tienen un origen claramente militar, del que ya<br />
hemos hablado en otros videoensayos. Apenas y hemos<br />
variado el método que Napoleón copió de Prusia, que<br />
lo había aplicado primero a sus soldados y después a<br />
sus súbditos. Aquel método hacía sentido cuando los<br />
Estados necesitaban formar individuos uniformes, preparados<br />
para enlistarse en el ejército o, más tarde, en la<br />
producción en línea de las grandes industrias.<br />
Pero el mundo ha cambiado y las escuelas siguen<br />
atadas al mismo modelo diseñado para achatar las diferencias,<br />
adoctrinar e inculcar la obediencia, aplicando<br />
una única solución para todos y frenando la creatividad.<br />
Hasta las mejores conciencias quieren ver en la<br />
escuela a un gran igualador, cuando el mundo lo que<br />
reclama es personas con habilidades e intereses diferentes,<br />
capaces de pensar y de actuar de manera<br />
autónoma, y al mismo tiempo capaces de cooperar a<br />
escalas local y global, y con más deseos de aprender<br />
por cuenta propia que de obedecer instrucciones<br />
vertidas desde arriba.<br />
La mayoría de los maestros, directivos y funcionarios<br />
del sector educativo ni siquiera se percatan de que somos<br />
los primeros que deberíamos aprender. Pues no se trata<br />
sólo de que los alumnos aprendan muchas cosas, un<br />
objetivo tan noble como escurridizo, sino de que todos<br />
aprendamos: estudiantes, maestros, directivos, funcionarios;<br />
pero también las familias, los barrios, las ciudades,<br />
el gobierno. La escuela debería distinguirse no sólo por<br />
distribuir conocimientos, sino por ser la institución que<br />
más aprende, la que más alto ejemplo brinda sobre las<br />
ventajas del aprendizaje, y la que más anima a todos,<br />
dentro y fuera de sus muros, a aprender.<br />
Una de las primeras cosas por las que deberíamos<br />
comenzar es rompiendo el monopolio simbólico que la<br />
escuela y la universidad ostentan sobre el aprendizaje.<br />
Se puede y se debe aprender fuera de los salones de<br />
clase. Aprendemos en la calle, en la casa, en los museos,<br />
en los teatros, en los gimnasios y, por supuesto, en los<br />
libros. La escuela es sólo una opción, una más de las<br />
alternativas que existen para aprender.<br />
En Japón los niños aprenden a leer y escribir antes<br />
de entrar a la escuela, en sus hogares. Hubo sociedades,<br />
como la inglesa, que estaban casi plenamente alfabetizadas<br />
antes de que el Estado nacionalizara la educación<br />
pública. El monopolio simbólico de la educación se ve<br />
reforzado por los permisos, las incorporaciones, los programas<br />
oficiales, las licencias, los certificados, los diplomas<br />
y los títulos que extienden las autoridades educativas.<br />
De cualquier manera, estos papeles valdrán cada vez<br />
menos en una sociedad en la que el aprendizaje se extenderá<br />
de por vida, sin limitarse ni a ciertas edades ni a las<br />
instituciones educativas tradicionales.<br />
Habría que reconocer las limitaciones de las escuelas<br />
y universidades, al mismo tiempo que se les brinde libertad<br />
para que ensayen sus propias vías de mejora, sus<br />
propias aproximaciones al fenómeno educativo. Entonces<br />
podríamos verlas fracasar muchas veces, pero de distintas<br />
maneras, y eventualmente también dar en el clavo.<br />
Así podrían evolucionar poco a poco, es decir, aprender.<br />
Dije que no íbamos a contar chistes pero hay uno<br />
que me parece pertinente. Pepito llega al salón de clases<br />
y le pregunta a su maestra: “Maestra, ¿usted pensaría<br />
mal de mí por algo que yo no hice?” La maestra le responde<br />
que claro que no, y Pepito remata: “Menos mal,<br />
porque yo no hice mi tarea”.<br />
Digo que este chiste viene a cuento porque eso es<br />
lo que le ha ocurrido a la escuela: no se piensa mal de<br />
ella, aunque no haya hecho su tarea. Y esto ya no es<br />
para reírse<br />
pabloboullosa.net<br />
EC = Pablo Boullosa<br />
@dilemasclasicos<br />
Ver 4ª de forros (contraportada)<br />
ONCE