revista_Valores+_12
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“Las métricas<br />
o la vida”<br />
¡¡Gracias! ¡Que tenga excelente tarde!<br />
Por Gina Ibarra Quevedo *<br />
Por Juan José Mena Carrizales *<br />
Era una noche que aparentaba ser tranquila en un centro<br />
de trabajo nocturno. John, el supervisor estaba frente al<br />
monitor de su computadora con los audífonos puestos, aparentemente<br />
distraído, leyendo, revisando reportes de calidad<br />
de su equipo de trabajo, parecía todo tranquilo.<br />
John, por trabajar en la noche, puede vestir estilo “dark” sin<br />
tener que seguir los códigos de vestimenta que obligan a los<br />
miembros del turno diurno de su mismo nivel jerárquico, a<br />
usar traje. De su Ipod, evidentemente suena música que le<br />
agrada, de la llamada “metal”.<br />
A unos cuantos metros, está su equipo de trabajo, recibiendo<br />
llamadas sin cesar. Estamos en el centro corporativo de atención<br />
telefónica de una importante empresa de viajes trasnacional<br />
en los Estados Unidos.<br />
Entonces cae una de las más terribles tormentas invernales<br />
de los últimos años. Miles de pasajeros de cientos de vuelos<br />
cancelados de decenas de aeropuertos de interconexión,<br />
abarrotan el conmutador, esperando una alternativa.<br />
Pero la temporada es alta y en unos minutos, todas las opciones<br />
de triangulación, todos los asientos vacíos en otros<br />
vuelos serán pronto ocupados.<br />
Y la gente se desespera, pero no obtendrá más que un reembolso<br />
o un descuento después de las fechas navideñas, pues<br />
ya no hay opciones.<br />
De pronto, el temblor sacude el edificio. “Disculpe, un momento,<br />
está temblando en este lugar, nuestro protocolo de seguridad<br />
establece que interrumpa la llamada”. John le avisa<br />
a todos sus subalternos que se posicionen debajo de los escritorios,<br />
pero algunos optan por salir del edificio buscando<br />
seguridad.<br />
John se irrita. Ha sido una semana dura. No quiere que salgan,<br />
tan sólo que se cubran, para regresar a manejar el volumen<br />
de llamadas lo más pronto posible. John sabe que, pese<br />
a que este evento no es culpa de alguno de sus trabajadores,<br />
afectará las mediciones de calidad, los bonos y hasta su empleo<br />
dependerán de ello.<br />
Pero los trabajadores consideran que la paga no es suficiente<br />
como para arriesgar la vida. Ellos son, en su mayoría,<br />
simplemente estudiantes universitarios bilingües que aceptan<br />
este trabajo para ayudarse a financiar sus estudios.<br />
Ya en el exterior platican de cosas superficiales para tranquilizarse.<br />
Pasada la sacudida, algunos acuden a un establecimiento<br />
comercial abierto las 24 horas, ubicada en una<br />
esquina cercana para comprar café y fumarse algunos cigarrillos.<br />
Media hora después, después de los dos minutos de<br />
sacudidas, regresan los empleados.<br />
Cuando John, se prepara a regañarlos, llega un compañero<br />
del área de monitoreo de calidad. Se desahoga con ellos comentándoles<br />
que en el sexto piso se cayeron varios libros y<br />
un “ladrillo” del edificio simplemente se “zafó” de la pared.<br />
Este otro supervisor, pero del departamento de calidad, es<br />
otro workaholic (trabajador compulsivo) como John.<br />
John reflexiona, no hace comentarios. Le dice a sus subalternos<br />
que vuelvan a tomar llamadas, pues comenta: “Sus<br />
clientes, están en espera de una oportunidad para regresar a<br />
casa, los necesitan”. John gira su cabeza hacia el monitor, se<br />
conecta los audífonos y sigue trabajando.<br />
Los trabajadores, confundidos, vuelven a tomar sus posiciones<br />
en sus estaciones de trabajo, y la noche vuelve a ser<br />
aparentemente tranquila, para ellos… pero no para sus clientes.<br />
El sabor amargo de las abejas<br />
“Son 40 pesos de la dejada señorita”, le informó el<br />
taxista al estacionarse en la entrada del banco. De inmediato<br />
se bajó del taxi y tras pagarle al chofer, caminó<br />
apresuradamente a la entrada de la sucursal, que ese día<br />
le pareció más alejada de la calle y, por ende, más largo<br />
el camino, mientras internamente le rogaba a Dios “Por<br />
favor, que no haya mucha gente”.<br />
Pero su plegaria no tuvo eco: al llegar a la puerta principal,<br />
que era de vidrio, se percató que la sucursal bancaria<br />
estaba repleta de gente, seguramente porque era<br />
día de quincena. Remolinos de personas se formaban<br />
frente a las únicas cuatro ventanillas en servicio, de las<br />
cuales una estaba vetada para ella, pues correspondía a<br />
clientes “con cuenta empresarial”.<br />
Apresuradamente decidió formarse en la fila de la ventanilla<br />
número 1, tal vez por la proximidad o porque en<br />
esos momentos era la fila con mayor movimiento de las<br />
tres que atendían a los cuentahabientes “no empresariales”.<br />
Se formó detrás de una señora de edad mediana,<br />
vestida de negro y con una bolsa de mano enorme.<br />
Esperando su turno comenzó el vía crucis: cada 5 minutos<br />
contaba cuántas personas estaban formadas delante<br />
de ella, promediando el tiempo de atención por cada<br />
usuario y llegando a una fatídica conclusión: no saldría<br />
a tiempo para ir a comer a su casa.<br />
Pasaban los minutos y la espera se volvía tortuosa: estaba<br />
hambrienta, le dolían los pies por usar zapatillas<br />
y con suma tristeza contemplaba su celular sin poder<br />
usarlo.<br />
Inmersa en lamentaciones, de vez en cuando monitoreaba<br />
el desempeño de las demás cajeras, pero el resultado<br />
era desalentador, pues todas las filas avanzaban con<br />
la misma lentitud, ya fuera por la inexperiencia de la<br />
cajera de la ventanilla 1, la burocracia de la cajera de la<br />
ventanilla 3, o por la frivolidad y coquetería de la cajera<br />
de la ventanilla 5.<br />
A las 4 en punto la sucursal se cerró, y fue hasta entonces<br />
que las filas comenzaron a avanzar con mayor<br />
agilidad, probablemente porque a los cajeros ahora sí<br />
les preocupaba atender a todos los clientes para dar por<br />
concluida su jornada de trabajo.<br />
A lo largo de media hora, jóvenes y adultos, mujeres<br />
y hombres, estudiantes y trabajadores, todos habían<br />
tomado su turno en la ventanilla número 1 sin mayor<br />
complicación, hasta que le tocó el turno a la señora vestida<br />
de negro, descaradamente preguntó cómo se hacía<br />
un envío de dinero. Al escucharla, ella supo que esa señora<br />
le representaría perder al menos otros 15 minutos<br />
de su valioso tiempo de comida… y así fue.<br />
Eran las 4:45 de la tarde y el daño se había consumado:<br />
el horario de comida había terminado y la señora vestida<br />
de negro no se decidía sobre la modalidad de su<br />
envío de dinero. Como nunca entendió cómo se hacía<br />
la operación que deseaba, la señora de negro finalmente<br />
desistió en su intento con un “Mejor después regreso”.<br />
Sin mediar palabra y con notoria molestia, se acercó<br />
a la ventanilla, extendió el brazo y entregó una hoja<br />
con la información del depósito que deseaba realizar y<br />
el efectivo exacto para ello. La cajera, intimidada por<br />
su juventud, sólo se atrevió a confirmar el número de<br />
cuenta y el importe del efectivo, procesó la información<br />
y al terminar se apresuró a darle a la ya fúrica clienta<br />
el comprobante de la operación, deseándole que tuviera<br />
“una excelente tarde”.<br />
“¿Excelente tarde? ¡Nunca volveré a pararme en esta<br />
sucursal en día de quincena! refunfuñó interiormente<br />
ella, aunque en el fondo sabía que no iba a ser la última<br />
vez que tuviera que pasar por ese infierno vestido de<br />
* Estudiante de tercer semestre de<br />
Contador Público, en modalidad en<br />
Línea.<br />
4<br />
* Estudiante de tercer semestre de<br />
Contador Público, en modalidad en Línea.<br />
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