ESCAPULARIO Noviembre 2019

Mª Dolores Domínguez, O. Carm.
La vida consagrada carmelita dentro del Monasterio tiene la fecundidad
de la cruz; en la Cruz, Jesús expresa con plenitud la Paternidad divina en una
oración de abandono total: ¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu! Y a los
pies de la Cruz está la Madre con Juan, el discípulo amado, y dice: ¡Mujer, ahí
tienes a tu hijo!
Es importante tener viva conciencia de que Dios es Dios, autor de la vida:
Él es el Padre a quien todo pertenece. Pero es necesario también la presencia
maternal. María es nuestro modelo, la “madre” da el ser, la vida, el conocimiento,
el amor, la protección. La vocación carmelita bebe de este manantial fecundo.
El corazón orante, la vida entregada que busca cada día el rostro de Dios,
tiene una fecundidad apostólica inmensa. Nos dice el Papa Francisco: “¡Cuánta
eficacia apostólica se irradia de los monasterios por la oración y la ofrenda!
¡Cuánto gozo y profecía grita al mundo el silencio de los claustros!”. (VDQ 5).
¿Qué puedes vivir y sentir tú, que lees estas líneas, que no viva y sienta
yo desde el Corazón de Cristo, y a los pies del Sagrario?: El gozo y la
esperanza, el dolor, la enfermedad, la muerte de un ser querido, la soledad,
los trabajos domésticos, la relación familiar, la carencia de lo necesario… y
una interminable lista de interrogantes que anidan en cada vida humana.
Todo cabe en el corazón maternal de la carmelita que se dona con Jesucristo
en cada Eucaristía para que el mundo pueda salvarse y todos los hombres
lleguen al conocimiento de la Verdad, porque solo Cristo es el Camino, y la
Verdad y la Vida.
Nuestro querido Papa Francisco, muestra su amor entrañable por la vida
contemplativa con estas palabras: “La vocación monástica es una tensión entre
la vida oculta y la visibilidad: una tensión en sentido vital, tensión de fidelidad.
Vuestra vocación… consiste en ir precisamente al campo de batalla, es lucha,
es llamar al Corazón del Señor en favor los pecadores”. Esta es la verdadera
misión contemplativa.
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