Fotografía de Ricardo Molinero Fotografía de Martinhelli Jarrillo Fotografía de Gustavo Aquino 36 TLAHTOQUE
VIVIENDO UNA PANDEMIA COMO FAMILIA DE UN MÉDICO INFECTÓLOGO Anónima Cuando mi novio me compartía sus sueños de ser médico, me ilusionaba con él; surgía en mí un ideal de verlo ayudar a otros, de servirles e, incluso, esa fantasía heroica de salvar vidas. Después de 18 años de casados, 2 hijos adolescentes y un pequeño de tres años, la realidad superó cualquier idea del futuro. Pensaba que las pandemias eran parte de la historia, de la ficción, de las películas apocalípticas. En esta era llamada de la información, las múltiples ventanas al mundo se abren a través del internet, millares de puntos de vista convergen en un diálogo confuso y estridente, todos mirando una desgracia humana desde su rol: la geopolítica, la economía, la ciencia, el arte y hasta la ira de Dios. Pero, ¿qué ocurre realmente dentro del núcleo de la sociedad, una familia común con problemas, carencias, sueños e hijos que aún necesitan ser criados y guiados? Hay dos personas, hombre y mujer como líderes de su pequeña gran barca, buscando soluciones para enfrentar semejante reto. Los primeros días, la angustia, la duda, los cuidados un poco más detallados que antes, al llegar la limpieza del calzado, la ropa, el baño, el contacto físico con cierto recelo se manifiestan; todo pensando en no contagiar. Los adolescentes, con el llamado síndrome de inmunidad, no prestan mucha atención, bendita ignorancia. El pequeñito simplemente se entrega cariñoso a darle la bienvenida a su padre, con la mayor inocencia y confianza lo abraza y lo besa sin reparo alguno. Cada día que pasa, veo a mi esposo con mayor preocupación. Los puntos de alarma, comienzan a descubrirse, no tiene equipo especializado de protección, hay desabasto en la ciudad y el mundo (de todo aquello que han definido como efectivo para protegerse), comienzan las irregularidades dentro del hospital. Hay enfermos graves, ya con asistencia respiratoria traqueal, en sus expedientes se anuncia su diagnóstico como neumonía atípica, algo similar, pero para nada comparable con el manejo de un virus desconocido con mayor grado de letalidad y contagio, que requiere además de una ultraespecialización en implementar estrictos protocolos de seguridad y cuidado. La exposición de pacientes hospitalizados por otros padecimientos y sus familiares, así como personal médico y administrativo está latente. La duda prevalece, todos ellos podrían ser posibles portadores del virus hacia el exterior y sus mismas familias. Los ingresos hospitalarios comienzan a aumentar, el Triage Respiratorio se despliega en la sala de Urgencias en una lona de gran tamaño, exige síntomas a cumplir para poder ser atendido e ingresado, dejando fuera a muchas personas con síntomas leves, pero con altas posibilidades de dar positivo a Covid-19. Las pruebas son costosas, insuficientes y algunas inexactas, el caos comienza a hacerse evidente. Me encuentro entonces en una postura de dar la batalla, encarar esto y si es necesario padecer juntos. Sin embargo, mi esposo propone separarnos, irnos a refugiar a nuestra ciudad natal, donde los contagios son mucho menores y hay apoyo familiar. Comienza la discusión, cada quien buscando argumentos para convencer al otro: juntos o separados. El más pequeño ha sufrido enfermedades respiratorias a nivel crónico, yo también padezco asma bronquial desde la infancia, somos de alguna forma población de alto riesgo. Finalmente, en contra de mis propios ideales, hay que irse. Apresuradamente vamos por los boletos del transporte terrestre y, también, a la farmacia por el llamado tratamiento alternativo para combatir el Covid-19, Azitromicina e Hidroxicloroquina, para nuestra sorpresa hay una larga lista de espera pidiendo el mismo medicamento y varias sucursales sin abastecimiento. El pánico ha comenzado a deteriorar nuestras psiques, comenzamos a vernos como competidores por la sobrevivencia. Ahora ?El Doctor? tan bien visto por los vecinos, se convierte en una amenaza continua de contagio, la peste psicológica es peor que la real. Los primeros fallecidos alteran más los nervios, se prohíbe que sean vistos por última vez, debido al manejo estricto de los cadáveres y a la obligada cremación. La minoría con discretos y breves funerales, no hay misa ni bendición alguna, en polvo se convierten los recuerdos y la presencia de nuestros seres queridos, no hay duelo que se viva en tan breve y agitado tiempo lleno de trámites. Hay miedo de haber sido contagiados, miedo a contagiar a los más cercanos. Conforme pasan los días, corren las noticias, crecen las cifras, las agresiones a personal médico son ya frecuentes. Las fases evolucionan y las medidas se vuelven más estrictas. Nuestra familia, en aislamiento, sigue completa, esperando el tan temido pico epidémico, viviendo un día a la vez. Deseamos que cada nuevo amanecer sea el fin de esta amenaza contra la vida y el inicio de una vida llena de mayor calidez humana, donde renazcan los valores que fueron olvidados por el egoísmo y la prisa cotidiana. Surge mi anhelo de renacer con fuerza y esperanza, lograr un cambio permanente y positivo, porque si algo es seguro, es que todos seremos tocados por esto, nadie seguirá siendo el mismo.? 37 TLAHTOQUE