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Galaxia Inmediata

La posibilidad de escapar de la Tierra es un hecho, sin embargo, nadie puede predecir lo que va a suceder en este nuevo afuera. Una historia que usa sus personajes para contarse mientras elles le arrebatan su protagonismo: matar o morir.

La posibilidad de escapar de la Tierra es un hecho, sin embargo, nadie puede predecir lo que va a suceder en este nuevo afuera.
Una historia que usa sus personajes para contarse mientras elles le arrebatan su protagonismo: matar o morir.

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Día 1:

No había pensado en escribir hasta que

tuvimos que hacer una parada

inesperada al entrar en la segunda

órbita. Creí que iba a ser sencillo, tan

sencillo como subir al tren migrante y

ya. Que íbamos a llegar en 14 días como

aseguraba la agencia terrestre, que la

forma de medir el tiempo iba a ser la

misma hasta que llegásemos a destino.

Sin embargo, ya para el segundo

atardecer todo parecía desfigurarse y

perder sentido. Ahora que frenamos ni

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siquiera sé qué día es. Quizá no importe.

Le voy a decir día 1 y, con un poco de

suerte, voy a poder hacer como si todo

comenzase de nuevo.

Mientras escribía esto, dejaron caer en

cada asiento la máscara de oxígeno de

manera preventiva, por si el arreglo

demoraba más de lo previsto. Eso

generó un poco de pánico innecesario,

pero cada quien podía pegar la nariz al

vidrio para corroborar que se estaba

trabajando en la reparación de la nave y

eso daba una confusa sensación de

2


seguridad. Nadie podía asegurarnos

cuánto íbamos a estar varades, pero ese

rastro de mano de obra barata parecía

consuelo suficiente.

La gente que se dedicaba a arreglar las

máquinas no era terrestre, pero tampoco

podía asegurar que fuesen tan distintos

a nosotres. Era su trabajo, pero también

su casa. El tren migrante no sólo se

dedicaba a viajar hasta la Tierra sino

que también era una suerte de motor

home gigante, con la única condición de

no poder volver. Nadie subía dos veces,

3


salvo que estuviese decidido a trabajar

ahí hasta la próxima parada. Y no

cobraban entrada, pero tampoco se

podía subir con más de un bolso, y del

tamaño que soporte a cuestas el propio

cuerpo.

Casi nadie podía viajar en esas

condiciones, algunes por no querer

dejar sus cosas y otres por no poder, por

no poder dejarlas o por no poder

cargarlas a cuestas. Era injusto y, a la

vez, tan difícil de pensar. Tampoco es

que nuestro planeta sea de lo más justo,

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sin embargo, parecía que acá, en el

fondo, estaba en juego otra cosa.

Las mascarillas colgaban y se

balanceaban como hamacas terroríficas

mientras esperábamos. El vagón iba

casi lleno. Había mucha gente,

demasiada. Algunas personas todavía

lloraban la despedida. Era realmente

triste si lo pensabas. Huir de un planeta

devastado, abandonar no sólo el trabajo

de toda una vida sino a quienes no

podían acceder al viaje. Muches se

quedaron por eso, por no poder salvarse

5


a costa de ese abandono. No sé si le

puedo llamar instinto de supervivencia,

sería cruel y estúpido escudarse en un

concepto que de fondo esconde una

naturaleza tan oxidada. Nos salvamos el

pellejo, o lo intentamos. De todas

maneras, estamos varades acá y, si no

nos movemos pronto, el oxígeno no va

a alcanzar para que todes podamos

respirar.

Creo que tengo sueño.

Día 2:

6


Mercurio nos hace sombra, ¿cómo se

lee una carta astral desde el espacio?

Yo diría que es de noche, pero no sé si

aplica. Tampoco sé si dormí lo

suficiente. Siento el cuerpo cansado,

pero no como cuando te duelen hasta los

huesos, cada musculito reclamando su

presencia, sino como si doliese de tan

amorfo. Como si, en cualquier

momento, pudiese fugarme, como si

fuese una botella flexible tratando de

sostener un gas entre sus bordes. Pero

una botella a punto de explotar.

7


Yo estiraba la mano y, a tientas, sentía

su espalda acomodada para dormir en el

asiento de al lado. Era lindo saber que

estaba ahí, que había accedido a hacer

este viaje. Les humanes generamos

mucho calor, les extraterrestres lo

saben, y nos reconocen por ello. El

clima de la nave era bajo en general,

“bajo” para lo que estábamos

acostumbrades, sin embargo, su cuerpo

me daba ese chispazo que me hacía

sentir con vida, aun cuando la vida

fuese mil cosas más que calor. De todas

8


maneras, se sentía extraño. No sabía si

era efecto de la falta de oxígeno o un

engaño de la poca consciencia que me

quedaba.

Entreabrí un ojo, para ver si había

pasado algo, y me encontré con una

suerte de centella alargada que viajaba

en ese asiento donde la imaginaba

durmiendo. Quizá tocar su cuerpo

efectivamente me hubiese quemado

todo el brazo, pero a una distancia

prudente se sentía igual que el calorcito

de estar al lado de ella. Los sentidos nos

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engañan, no soy quien primero lo dice,

pero cuánto me engañaba el amor en

forma de metáfora, con esa facilidad

que tiene para mutarse, y para ser el

mismo. Para ser idéntico, polimorfo en

su soberanía e igualmente tirano.

Pensar qué estaría haciendo ella en la

Tierra no iba a cambiar nada, ni siquiera

teníamos forma de comunicarnos. Era

una especie de muerte muy profana. No

había forma de armar un diccionario

nuevo del afecto. Nos quisimos como

pudimos, y no siempre poder es querer.

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Parecía que al menos había dormido lo

suficiente como para que arreglen las

dificultades, de a poco el vagón

comenzaba a moverse. Tampoco sabía

el tiempo que íbamos a tardar en llegar.

De hecho, ni siquiera sabía a dónde

estaba yendo.

La centella parecía estarme mirando sin

que me dé cuenta mientras yo divagaba.

No tenía forma de hablarle, ni de saber

realmente si me estaba mirando. No

tenía ojos, al menos no ojos humanos,

¿y cómo podría tenerlos? Creo que

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estoy un poco harte de buscar

similitudes en todos lados, como si no

pudiese vivir sin reforzar siempre ‘lo

mismo’.

Me voy a poner un rato la maldita

mascarilla de oxígeno, temo estar

alucinando.

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Día 3:

Ni siquiera escribir me va a salvar,

porque no tengo forma de medir si el día

1 es distinto al 3. Parece que

avanzamos, pero, al mismo tiempo,

todo a nuestro alrededor se mueve

constantemente. ¿Cuánta falta me

hacen las coordenadas?

Sigo con la máscara puesta, aunque no

haga falta, aunque el resto no se la

ponga. Me siento como cuando abrís el

paraguas antes de tiempo en plena

peatonal córdoba, dejando el miedo

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quedara en evidencia, o la ansiedad, o

cierta incapacidad que tengo para

esperar que las cosas exploten o llueva.

Como si quisiera de ante mano estar

preparade para todo: para las

despedidas, para los desamores, para las

hojas que un alumno prende fuego en el

medio del aula, para los poemas que me

dejan sin aliento. A veces sospecho que

quisiera medir hasta el nivel cúbico de

oxígeno que respiro en el aire.

Me miraba, estoy segure. Me miraba.

La centella me miraba, aunque no

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tuviese ojos. Me miraba, aunque no

tuviese ojos como los míos, o no me

miraba, pero entraba en contacto.

¿Cuándo el lenguaje es suficiente para

describir un fenómeno?

La centella estaba ahí, al lado, y me

charlaba en su lengua plagada de

silencios. ¿Cuáles son las formas

posibles del contacto con lo

desconocido? Me invitaba a un nuevo

modo de acercar los cuerpos, esas

masas dispersas. Me llamaba por un

nombre que inventaba para mí como un

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gruñido y yo aceptaba sin saberlo en la

diáspora de un lógos inútil. Tenía que

abandonarme al abismo de ser

descubierte por un sentir que no era el

mío, aun cuando en lo más ínfimo de la

sensación pareciera que el propio sentir

habilitaba el terreno de lo extraño.

Es muy difícil inventar un mundo y

tratar de entenderlo. Había que

abandonarse, pero abandonarse en un

sentido único: dejarse experimentar, sin

ser un experimento, sin habilitar el

sesgo positivo, sin volverse colonia, sin

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ceder las pasiones alegres, pero sí

ceder-se, abrirse al espacio de la

construcción de una nueva forma de

comprender lo que soy en este mundo,

este otro mundo, que quizá invento bajo

la forma de la representación, o que

quizá sea ‘cierto’.

Me miraba y cómo explicar que lo

hacía, sin ojos, sin lenguaje común, sin

gilada, sin previo aviso, sin acuerdo.

Sin saber qué era, diciéndole centella,

nombrándola sin nombre, diciendo que

ahí estaba, y que me estaba mirando.

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La nave aterriza. Creo que llegamos.

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Día 4:

No sabía dónde estaba, aunque fuese

una obviedad.

La estación donde paramos estaba

construida igual que como si

estuviésemos en la Tierra, muy

parecida. Eso lo hacía aún más confuso.

Pero no tenía horarios, no había

números, ni fechas. Es como si cada

quien supiese qué tren iba a tomar,

rarísimo.

Tenía todo el piso cubierto de mosaicos

blanco, lustrados como en las películas

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yanquis, y enormes caparazones de

relojes sin manijas. No era como una

terminal de pueblo, con olor a meada y

caca en los baños, y bancos de madera

despintados donde nunca estabas del

todo segure de querer sentarte. Era más

bien como si hubiese una estética de la

reconstrucción humana lavándole la

cara a la especie.

Bajando del tren cada quien cargaba su

bolso, aunque algunes viajan sin llevar

nada. Realmente no bajó casi nadie,

parecía que se podía seguir.

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“Si al menos supiese a dónde ir” pensé.

No había carteles, no había nada más

que un espacio tan parecido a la realidad

que parecía ficticio, completamente

maquetado para recibir gente humana y

hacerla creer que estaba en una película.

Me senté en el piso, contra una columna

enorme e igualmente blanca. Parecía

como si no existiese otro color que ese

más que en el cielo. Pero eso lo pensé

sin mirarlo realmente, porque al alzar la

vista me di cuenta que no se veía. Había

una enorme cúpula, como la de miguel

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ángel, quizá para mantener la

temperatura y la densidad del aire, o de

pura vanagloria terrícola. Esa imagen

me resultaba entre grosera y nefasta. Yo

que pretendía algo así como la selva

universal, algo inhóspito y desértico,

pretendiendo a priori que me la iba a

bancar, me encontraba con un piso

encerado, impolutamente blanco, como

de hospital, sin relojes, sin carteles, sin

ordenes, sin cosas para hacer, con un

bolso con ropa y un par de libros, los

que me habían entrado.

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Era insoportable que sea tan parecido,

aun cuando lo que viniese a hacer no

tuviese nada que ver con nuestro

planeta. Era insoportable que los baños

tengan papel higiénico del blandito,

como si mi aventura galáctica se

hubiese vuelto de juguete.

Alguien en la otra punta de la estación

se estaba armando un tabaco. Parecía

bastante humane, así que pensé en ir

hablarle. Jamás en la vida imaginé que

iba a reivindicar ese criterio

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taxonómico, pero quería fumar. Y

capaz, sólo capaz, hablar con alguien.

“Hola, ¿me convidás una seca?” le dije

mientras pensaba por qué bosta me

había ido de la Tierra para ponerme a

hacer lo mismo que hacía en los

boliches. El ciclo se reproduce a costa

de escenarios.

Mientras yo pensaba esto, levantó la

vista para mirarme con cierto desatino,

dándomelo para que lo arranque.

Sin decir demasiado, nos quedamos

fumando juntes. Apenas una compañía

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de terminal cósmica. Parecía como si no

nos quisiésemos interrumpir de hacer

nada. Pero, después de un rato, y con

cierta ingenuidad premeditada, me tiró

un “¿venderán tabaco acá?” y nos

empezamos a reír como si la cantidad de

información posible que escondía esa

pregunta fuese un mar en el que nos

sumergíamos sin ropa, en medio de

códigos inexplorados, como corales,

con los que jugaban nuestras miradas a

la par de descubrirnos en pleno

desconocimiento.

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Había tirado en el piso una mantita que

llevaba en la que estuvimos alojades

todo eso que llamaríamos la tarde.

Tenía unos ojos marrones y muy

chiquititos, como si cargasen la

costumbre de estar más bien cerrados.

No sé si era que me había gustando o

que no había nadie más con forma

humana en andá a saber cuántos

kilómetros a la redonda.

¿Sería capaz de desear algo que no me

recordase a la vieja normalidad?

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27


Día 5:

Una dosis de amor entre tanta tragedia

no me venía mal. Aunque quizá decirle

amor suene grotesco y exagerado.

Poder charlar, fumarse un cigarro, no

hacer ni mierda en algún planeta o

asteroide del cual no tenemos

conocimiento… si eso era amor,

cualquier cosa lo podía ser. Podría

llamarle afectación, más bien. Ganas de

compartir por un rato esta existencia

miserable.

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Tenía la sospecha de que una parte de

mí estaba pendiente de reinventar el

gran castillo de la promesa infinita, eso

o, al menos, una estructura similar a las

casitas de muñecas esas que se

compraban mis primas y me regalaban

al hartarse de usarlas. Pero, por otra

parte, ansiaba transformar esta forma

patente de ruptura como si fuese un

trampolín a partir del cual me

permitiese otras formas de vinculación

posible.

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Sin embargo, a veces funciona así, ¿no?

Sentir que alguien estira su mano por

una porosa bruma y nos invita a saltar,

como si fuese magia, como si se pudiese

así, sin más, cambiarlo todo,

desarraigarse del lastre de las

expectativas. Pero nada sigue como

empieza, porque las dimensiones de lo

espontaneo se trastocan, y querer

cualquier tipo de garantía es señal de

cierta debilidad interna, de un cierto

miedo, de un anhelo de paz perpetua o

de mentira.

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Estuvimos tirades en la mantita y

miramos pasar por un largo tiempo cada

uno de los trenes migrantes. Era

laboriosa la tarea de hacerlos funcionar

y de que parezcan siempre nuevos. No

porque sean muy lujosos sino porque

siempre estaban en buen estado. Y en

ellos viajaban extraterrestres de todo

tipo, algunes parecides a ciertos

animales terrícolas y otres

completamente informes. Masas de gas

comprimida, centellas más y menos

brillantes, núcleos con extremidades

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que parecían dibujadas. Había de todo.

Aunque, de un momento a otro, dejaron

de llegar todos los trenes y la estación

se apagó.

Nos dejaron en plena penumbra, o

bueno, no nos lo hicieron especialmente

a nosotres, pero de todas maneras

estábamos en esa. Sólo llegábamos a

divisar el chasquido del fuego y apenas

la estelita de humo que largaban los

puchos. Le pusimos de nombre ‘noche’,

nada muy original.

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En plena oscuridad sólo se podía

distinguir que en el medio del salón

había un reloj gigante, también muy de

película, con su armatoste dorado de

caja de televisor antiguo. Sin número ni

nada, con el fondo blanco y un punto en

el centro por donde debería pasar el

pendorcho de las agujas. En fin, era

muy llamativo y su sola presencia ahí

me molestaba. Parecía inútil y de mal

gusto. Pero, después de un rato de haber

estado a oscuras y casi cuando nos

estábamos por dormir, se prendió,

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simulando una pantalla con apenas

brillo, una suerte de farolito de mesita

de luz. Nos dio un poco de miedo.

Y por ‘nos dio’ quiero decir que ‘me’

dio, pero siempre queda más lindo

atribuirle también a otre lo que a une le

pasa. Es un mecanismo psicológico que

alguna vez iba a tener que investigar,

pero, por lo pronto, tenía mucho miedo

al ver que la estación se iba llenando de

una luz tenue, como si fuese neblina.

Sin darme cuenta, mientras yo me

apabullaba, mi acompañante iba

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juntando sus cosas, tanto que sólo le

faltaba la manta sobre la cual estaba yo

sentade.

“¿Venís o te quedás?” me dijo.

Yo no entendía nada. Nada. Pero me

paré para que pueda guardar la manta.

“Tenés el equivalente a media hora,

aunque igual no creo que lo puedas

calcular” dijo.

35


Día 6:

Mi vida estaba en juego y yo, mientras

tanto, me demoraba preguntándome si

existía el amor y de cuán diversos

modos lo hacía. A veces me sorprendía

mi incapacidad de reaccionar ante los

acontecimientos del mundo. Y,

mientras tanto, le seguía los pasos sin

pensarlo. Siempre hago lo mismo:

pienso todo demasiado o muy poco.

Le seguí porque tenía tabaco, pero

también por miedo, y por hambre. Por

no saber qué iba a pasar en esa estación.

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Habíamos estado sobreviviendo a

galletitas toda la tarde y, tengo que

admitirlo, con cierta ingenuidad al no

haber pensado qué íbamos a hacer si

seguíamos durante mucho tiempo más

en la estación. En realidad, elle ya debía

haber sabido que esto iba a pasar. Creo

que este es otro de los defectos de crear

un plural inexistente: sólo yo estaba

perdide.

El televisor, que tan inútil me había

parecido, no era sino más que un

pequeño portal que largaba un humo

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espeluznante. Y lo largaba a

borbotones, como los calderos viejos de

las películas de brujas.

Se cruzaba sin mayor esfuerzo. Nada de

túneles de colores, ni desvanecimiento

físico, simplemente era como atravesar

una puerta chiquita. Todo lo que iba

sucediendo desde que empezó mi viaje

era similar a un mundo fantástico, pero

imaginado por un académico. Como si

a Alicia en el país de las maravillas la

hubiese querido escribir un abogado.

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Del otro lado del tele había una estación

real, no menos pituca, pero con

circulación de gente y salida al exterior.

“Las estaciones que dan directamente a

los trenes son como trampas” me dijo,

notando mi desconcierto. “Están hechas

para poner a prueba a quienes llegan.

Menos mal que no saliste disparade,

afuera de ellas no hay dotación de aire”.

Yo realmente no me había quedado ahí

más que por verle a punto de fumar.

“Aunque eso, en realidad, es sólo un

problema para les humanes, porque,

39


además, buscan encontrar un lugar

como la Tierra en cualquier lado”

seguía diciendo.

Era un poco incómodo que lo dijese así,

sin más, porque describía bastante lo

que me estaba pasando. No era capaz de

imaginar otra vida. Toda esta aventura

era fundamentalmente una huida, no

tanto una nueva oportunidad. Es cierto

que quería otra cosa, pero en realidad no

la estaba imaginando, simplemente

quería salir de un planeta en llamas.

40


Creo que por primera vez me llamé al

silencio.

Esta terminal tenía la misma cúpula que

la anterior, o bastante parecida. Yo

intuía que eso era parte de lo que

permitía que estemos ahí, al menos yo.

Al fin y al cabo, no llegaba a estar

segure de que fuese humane con todo lo

que había dicho, aunque lo parecía un

montón. Digo, ¿algo estará mal en mi

definición de ‘humane’?

“Tomá” me dijo, interrumpiendo mis

pensamientos, “ponete esto para poder

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salir” y me acercó con la mano un

inyectable, como una dosis de insulina

o algo así. Y, aunque los pinchazos me

generaban cierta nausea, me lo pidió

con tanta seguridad que debía de ser

necesario.

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Día 7:

Antes de terminar de vaciar la jeringa ya

empecé a ver cómo un montón de seres

se me agolpaban alrededor, dejándome

sin aire. Pero de eso no habían tenido la

culpa elles, sólo que todavía no lo podía

saber.

Me desperté en una suerte de tienda de

campaña.

Aunque tenía forma de carpa, estaba

hecha más bien de sábanas, como esas

casitas que armábamos de chiques con

las sillas del comedor.

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Me costaba un montón respirar y sentía

algo enchufado en la zona lumbar,

como si todo el tiempo me estuviesen

poniendo una epidural. Sin embargo,

tenía muchísima hambre, lo cual es

bastante raro cuando te sentís enferme.

¿Cuánto había pasado desde lo del

televisor? Yo sabía que la escritura no

me iba a poder salvar de no saber qué

día era, porque podrá contra el tiempo,

pero no puede contra los relojes.

“Ponete esto para poder salir”

recordaba. ¿Qué me hizo hacer?

44


Traté de salir afuera, pero no pude.

Todavía estaba débil, así que me quedé

tirade en una suerte de sillón-cama por

un rato. La panza me hacía ruido, y

dolía. Se escuchaba soplar mucho

viento y cierto carraspeo, como de

arena. Hacía calor, mucho calor.

Parecía ser la siesta, ese momento inútil

del día, donde sólo la naturaleza y sus

bichos se hacen presentes.

En el pueblo de mi infancia era

tenebroso escuchar los ruidos de esa

hora, que además habilitaban todo tipo

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de historias policíacas, como las del

viejo de la bolsa o la solapa. La siesta

era una hora prohibida, y acá estaba

pasando algo parecido. Las sábanas

dejaban entrar una luz tenue, hasta

agradable, pero si le sumabas el calor

que hacía se generaba una suerte de

efecto invernadero insoportable. Me

sentía levemente encerrade, a pesar de

que ni siquiera había una puerta. Mi

cuerpo todavía no estaba dando

respuesta, al menos a mi mente. Cogito

46


ergo algo debe estar funcionando, pero

no como yo quería.

En algún momento me dormí, a pesar de

estar jadeando. Soñaba un mar en el que

había muchos locales de ropa, como si

fuese Mar del Plata, pero de la playa

para adentro. Nos llevaban en una

combi, subacuática, por supuesto. Y nos

iban dejando en distintos lugares. En

pleno viaje, discutíamos por dónde

sentarnos a comer. A mí me parecía que

todo en ese lugar iba a ser más caro de

lo que podía pagar. Los platos más

47


selectos eran de mariscos, lo cual, en el

contexto, parecía parricida, y creo que

terminé comiendo un sánguche de

champiñones gigantes. Cosas que pasan

en los sueños. Pero, mientras tanto, la

mezcla de traspiración y mar, lo salado

y la deshidratación, el calor y el agua

me generaban una angustia física que

no sabía a qué orden de las realidades

pertenecía. De a poco, pero cada vez

más, sentía como si me estuviese

ahogando, como si lentamente me fuese

imposible respirar.

48


Me despertó un pinchazo en la pierna,

otro inyectable como el de la terminal.

Alguien ahí me estaba cuidando, o

queriendo matarme para siempre.

49


Día 8:

La bocanada de aire más grande de mi

vida me hizo nacer de nuevo.

“Noah, vení, ¡se despertó!” escuché

decir. Estaba intentando dejar de querer

entender las cosas que pasaban,

abandonarme a pensar que nada de esto

tenía sentido.

Alguien vino corriendo y, al entrar, me

abrazó con fuerza. Mi cuerpo inmóvil

recibía el gesto, mientras sentía que

hacía demasiado tiempo que nadie me

abrazaba, que nadie me tocaba siquiera.

50


Quien había conocido en la estación

parecía llamarse Noah y, por alguna

razón, estaba muy emocionade de que

yo haya despertado.

Todavía tenía algunas partes del cuerpo

entumecidas, pero ya no sentía dolor. Y

me pude despojar del abrazo recién

cuando apareció de costado un plato de

comida con pinta de sopa. No sé bien

qué tenía, estaba bastante horrible. “Te

vas a tener que acostumbrar” me

dijeron. Se me debía haber notado en la

cara.

51


A pesar de toda la tensión que había en

el ambiente, y de lo poco que podía

pensar, se notaba que ambes estaban tan

alegres como preocupades de que esté

ahí, y que esa casa improvisada estaba

transida por niveles altísimos de

afinidad. Todo era de colores entre

amarillos y marrones, y cada una de las

baratijas que tenían parecía sacada de

un documental sobre las pirámides.

Recién después de un rato fui

recuperando el resto de los sentidos, la

mezcla de aromas entre romero y

52


palosanto que flotaba en el aire, lo

suave de la camita donde estaba.

Despacio me pude sentar, apenas

mareade.

“Hola, soy Andre” dijo una voz

mientras yo sólo veía una mano

estirándose de frente. Alcé la vista, era

quien me clavó la jeringa. “Ah, hola” le

dije, sin demasiado aplauso. Se sonrió.

Parecía sumamente amable. Tenía los

ojos como si estuviesen hechos de miel

cobriza, y manchas en la piel, como si

la tuviese quemada, o fuese un tigre.

53


Se dio cuenta que le estaba mirando,

“otro día te cuento, si querés”. Yo me

sonreí impaciente, creo que me dio

vergüenza. Realmente tenía ganas de

hablarle, pero el cuerpo no me

respondía. Como si un cansancio

inacabable me invadiese cada vez que

quería hacer algún movimiento.

“¿Cómo te sentís?”

“Creo que bien, ya no me duele, pero no

me siento igual que antes”

“Y.… no creo que lo vayas a hacer”

54


¿Sabía lo que me habían hecho o era

una suerte de experimento? Pero,

principalmente, ¿qué me habían hecho?

Esa sabanita que cubría la tienda no

parecía tener forma de acondicionar el

aire, ¿o los demás planetas también

contaban con oxígeno? La cabeza me

daba unas puntadas terribles cuando

trataba de pensar, a pesar de que creía

con ferocidad que estaba intentando no

cuestionarme más nada.

“Lo importante es que te relajes, hasta

que te adaptes”

55


Sus intentos de consolarme no me

estaban sirviendo, y la palabra

‘adaptación’ me daba un poco de

miedo, además de sonarme a teoría

darwinista.

Era difícil recordar cómo se sentía antes

del dolor. Hay un antes y un después de

los quiebres, de los quiebres grandes.

La vida toda se trastoca cuando esto

pasa, aunque seguramente la

normalidad se vuelva a instaurar con

otra excusa.

56


¿Cómo olvidar lo que tampoco se

recuerda?

57


Día 9:

Volví a escribir, tratando de dejar

registro del proceso.

Fuera de la tienda había otras tiendas,

todas similares. Parecían una pijamada

gigante. Me agradaba bastante esa idea,

daba la sensación de estar jugando.

Santa ficción. Sin embargo, el suelo era

árido a más no poder y, cuando

empezaba a bajar el viento lunar, decían

que había que meterse adentro sí o sí.

La comida era bastante asquerosa a

pesar de estar basada en tubérculos que

58


parecían las mil formas de la papa

creciendo debajo de la tierra, protegidos

de la atrocidad del sol, pero preparaban

unos brebajes que lo valían todo,

porque, de la misma forma, nacían

raíces completamente inexistentes en la

Tierra. Crecía un mundo bajo nuestros

pies que elles eran capaces de

desenterrar cuidadosamente, como si lo

mismo pudiesen lastimar que curar.

Yo todavía no podía hacer ejercicio,

pero veía la rutina que llevaban todos

los días. Cada quien sacaba de la huerta

59


común lo que necesitaba y compartía el

excedente. Sólo las pócimas estaban a

cargo de alguien en particular, quien

socializaba el oficio cada vez que la

luna empezaba a hacer sombra.

Aunque tenían una vida a medias

nocturna, por el poco tiempo que estaba

el sol encima, yo me dedicaba casi todo

el período solar a observar los modos en

que existían Noah y Andre. Todavía no

había entrado en contacto con les otres,

pero todes parecían completamente

60


autarquiques, y aun así encontraban

formas de trazar planes comunes.

“Cuando te recuperes te vamos a

enseñar cómo se sacan los anicotes” me

decía Andre desde algo así como la

cocina, que no era más que una división

de altura en el piso, atente a cómo

estaba mirando la huerta. Era muy

perceptive, y cualquier excusa le venía

bien para entablar diálogo. Noah era

más distante, o, en todo caso, más

callade.

61


Me gustaba asomarme a la puerta como

las viejas, de a poco sentía cómo las

piernas empezaban a funcionar de

vuelta. Une no tiene demasiada noción

de lo que puede el cuerpo hasta que no

se lo rompe, total o parcialmente. Sobre

todo con las extremidades. Es como

acostumbrarse a dormir con el aire

acondicionado, y perdón por lo bruto de

la comparación.

Así y todo, el espectáculo de ese cielo

era maravilloso. De día el sol quemaba

casi todo el espectro, dejando por

62


completo un rastro más bien

amarillento, como desteñido. Eso me

hacía pensar que le estábamos bastante

más cerca que en la Tierra. Ah pero de

noche, aunque el frío y el viento

amenazaban con matarte, el manto

negro se cubría de miles de millones de

partículas luminosas. Las había más

claras y más oscuras, como si fuesen

obsidianas con apenas un filo de luz en

su costado. La vía láctea se describía

perfecta: un trazo de pincel descamado

coloreando cada punto a lo largo. Y no

63


es que no hubiese estrellas fuera de ella,

pero era tan impactante lo atiborrada

que estaba que era muy difícil prestarles

atención a las nimiedades. Las

solitarias, les llamaban a esas que se

salían del trazo grueso, pero yo estaba

segure que tenían su propia manada

invisible.

Me sentía en el más puro estado de

contemplación. El universo entero para

mí que, aunque rearmando mi máquina,

me disponía con sensualidad a

observarle todos los rincones. “¿Se verá

64


la Tierra desde acá?” me escuché

decirle a Andre, y capaz también a

Noah, sin medir que esas palabras

salieran de mi boca. Se empezaron a reír

y, certera como daga, desde su silencio,

Noah me vino a preguntar: ¿qué pasa, la

extrañás?

65


Día 10:

Cuando creyeron que estaba lo

suficientemente bien, me enseñaron

cuáles eran las medidas para salir a

buscar comida a la huerta. Y decían

‘huerta’ como quién dice… Y también

un poco de por qué parte de la vida era

nocturna, lo cual tenía que ver con eso.

Por ejemplo, algunas de las raíces más

importantes sólo se abrían cuando

estaban en contacto directo con la luna.

Sin embargo, no estaba bueno para

nosotres estar demasiado expuestes.

66


Hasta entonces no lo sabía, ni podría

habérmelo imaginado, pero en este

astro teníamos depredadores. Eso quizá

explicaba las rutinas de entrenamiento

que les veía hacer durante la noche

diurna y también que no me dejasen

salir hasta no recuperar la movilidad por

completo.

Me contaron que, en realidad, no

éramos presas ‘naturales’, pero que los

vísceros, al darse cuenta que nuestros

cuerpos concentraban gran cantidad de

agua en medio de un desierto,

67


empezaron a atacarnos, alterando la

cadena trófica. Ellos no podían

consumir las raíces en el estado en que

las encontraban y, a diferencia de

nosotres, no podían prepararlas para

comerlas. Básicamente estábamos

atrapades entre un sol abrazador, una

luna gélida y bichos pendientes de

degollarnos. Muy alentador.

Sin embargo, en general no había

bandadas cerca, más bien venían

cuando tenían hambre por falta de

algunos otros animales, o algo así. Pero

68


no por eso podíamos darnos el lujo de

perder a alguien. Todes quienes salían

tenían que estar en condiciones, porque

además eran quienes ayudaban a

abastecer a quienes no podían. Había

una gran consciencia de cuidado

colectivo, aunque eso significara

exponerse.

También decían que era la época

húmeda, así que había menos riesgo. Y

por húmeda querían decir que era

menos seca, no que en realidad hubiese

agua. Las raíces eran las únicas que

69


llegaban hasta las napas profundas y

transportaban su caudal por debajo del

suelo. A su vez, los anicotes eran los

más fáciles de sacar, porque estaban

más cerca de la superficie y requerían

menos cuidado. Eran como una yuca

flaca, pero más peluda. En sí no eran

‘una raíz’ pero formaban parte del

recorrido, deviniendo más bien un

tubérculo. Con la piel se hacían las

sopas y con el jugo algunas de las

pócimas.

70


Parecía chiste, pero una vez que los

desenterrabas y devolvías la tierra,

tenías que masajearlos a la luz de la luna

por la parte más gruesa para que

ablandara. De otra forma, no largaba el

jugo, que era lo más importante. Esa

noche sacamos como diez, que era el

máximo que se proponían sacar para dar

tiempo de que se recomponga.

Nunca había visto a Noah debajo de esa

luz, los lunares le brillaban como si

fuesen estrellas. Parecía como si de las

alturas se hubiese caído un pedazo de

71


cielo raso. Y también se veía la fuerza

que tenía en los brazos, y el nivel de

destreza que manejaba. Era lo más

parecido a una amazona intergaláctica

que hubiese podido imaginar nunca.

Pensar que ese día en la terminal había

sido una casualidad me costaba, quería

creer que, si existía algo, debía ser una

causalidad.

De repente, Andre le abrazó por la

espalda haciéndole girar y se besaron.

Así, con las manos llenas de tierra,

ensuciándose. Con la confianza de no

72


poder ser depredades, bajo la luna. Ahí

donde el sol nunca les hubiese

permitido estar, cunas de la noche.

Los lunares dejaron de brillarle, como si

se le hubiese acabo toda la energía de

un saque. Me hicieron señas para que

vayamos volviendo.

Al rato levanté fiebre. Esperaba que no

me vuelvan a inyectar.

73


Día 11:

Me desperté gritando de una pesadilla

en la que no paraban de clavarme

agujas.

Andre estaba al lado mío esperando que

me levante y me abrazó enseguida

diciéndome que ya no me iban a volver

a inyectar, que ya estaba. Lloré. Lloré

de verdad por primera vez en todo el

viaje, por encima de algún que otro

sollozo. Lloré a moco tendido. Lloré

como cuando le tenés miedo a la muerte

porque se te hace patente. Lloré por

74


extrañarla, y por extrañar mi mundo de

mierda, aunque fuese horrible. Porque

extrañar se puede extrañar cualquier

cosa, hasta lo insensato.

Después de un rato se me pasó y, en

todo el trayecto, Andre me estuvo

secundando. “No tenés las funciones

cardiovasculares resueltas” me dijo,

“eso lleva más tiempo”. Le ignoré como

si no me importara, aunque en realidad

era no haberle entendido, ni tener ganas

de hacerlo. Mientras tanto, me sostenía

como si fuese un bebé.

75


Debía ser de noche porque su calor me

apañaba, de día hubiese sido un tanto

insoportable. Quizá ni siquiera había

pasado tanto tiempo desde la fiebre.

“Mirame” me dijo, como sacándome de

mis anticipaciones, y se acercó tanto a

mi cara que hasta llegó a rozarme los

labios.

Le devolví el gesto, sintiendo que le

estaba siendo infiel a todos mis

razonamientos. Era tan delicioso

dejarse descolocar del medio de una

cadena de pensamientos. Cuando dos

76


bocas que se esperaban se juntan, toda

la piel de la cara genera cosquillas,

como si fuese electricidad. Había una

físico-química escondida en el beso. No

sabía quién era, pero me hacía tanta

falta ese contacto, las lenguas que

bailan compases y contagian recovecos.

¡Hace cuánto no me pasaba! Olvidarme

que los cuerpos se pueden besar por

muchos lados.

Me animé a sentir su espalda

transpirada y le acerqué sobre mí.

Cómo imaginar un mejor oleaje que

77


cuando se es la orilla. Nada es símbolo

de quietud en medio de un trance. Las

piernas se habían multiplicado, eran

cuatro. Se volvía a reunir el andrógino

de los mitos.

No había fiebre, había fuego en la noche

helada. Y no hubo ceniza sino más bien

la templanza de una efervescencia.

Andre se deslizó de costado sin caerse y

dormimos así, abrazades.

En algún momento se hizo de día y la

temperatura comenzó a elevarse,

mientras descubría que había dos tipos

78


de transpiración y justo esta era la que

no me gustaba.

Cuando pude entreabrir un ojo, ya se

había levantado. A mí me dolía un poco

la cabeza, se ve que tan bien no estaba.

“Quedate un rato más ahí si querés” me

dijo, como si me siguiera apañando.

Esta también era para mí una de las

formas del cuidado.

79


Día 12:

De nuevo anochecía y levantarse con la

luna era sumamente placentero. Apenas

entraba luz por el techo de sábana, no

aturdía la vista, y asomarse a la puerta

era tener el regalo de un espectáculo

celeste.

Esa noche estaba particularmente calma

en esencia, pero, a la vez, se veían un

montón de estrellas fugaces, como

ráfagas, a través de una vía láctea que

estaba más brillante que nunca. Cortaba

el cielo en dos, como una enorme grieta

80


luminosa. Sólo por sus bordes se intuía

que no era una gran franja sino miles de

millones de puntos pintando en el

espacio infinito.

Ya me sentía mucho mejor. De lejos vi

a Noah venir de la huerta. Le ayudé con

las cosas que traía y nos sentamos en la

vereda, que no era más que un

montículo de tierra sin canaleta de agua

posible, donde nos imaginábamos como

en el barrio. A pesar de que no sabía de

dónde era, parecía que en el fondo

81


compartíamos parte de una dimensión

trascendental.

“Se me está terminando el tabaco” me

dijo. Su voz a veces era de una

vibración tan baja que ni siquiera te

dabas cuenta que estaba hablando. “No

logro que crezca nada parecido” seguía

hablando como para sí, pero

contándome.

“Acá no crece nada donde da el sol,

¿no?” pregunté acompañando su perfil

cabizbajo con un comentario idiota. Me

sonrío, entendiendo el gesto.

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El chasquito de un encendedor de otro

mundo me trajo a la boca el sabor de un

vinito que había tomado en la Tierra una

vez. Yo había salido al balcón a fumar

y a ella, mientras tanto, se le ocurrió

descorcharlo, sin motivo aparente. Fue

una de las últimas veces que nos vimos,

si no la última. Ese día le había contado

del viaje, es más, la había invitado.

Capaz el corcho fue una excusa para no

charlar de eso. Un rato antes de irme me

sacó una foto en la que salía riéndome y

abrazando el vino como si tuviese

83


miedo que me lo quitara. Era la imagen

de un niño defendiéndose de que le

arrebaten su peluche preferido de

dormir, pero con una botella de escabio.

Había algunos recuerdos que me

apuñalan por dentro, como si abriesen

una herida de la cual no podía tener

registro orgánico, pero que

indudablemente existían.

“¿Estás bien?” escuché preguntar.

Volví a estar al lado de Noah, como

escupide por mi propia memoria. “Sí,

me estaba acordando de algo no más…”

84


Entre risas me tiró un “sos cuelgue” y

me pasó una seca. Yo también me reí.

Siempre fui así, no era novedad.

“¿Vos qué onda, no extrañás?” me

animé a preguntarle. “Sí, cómo que no.

Y más voy a extrañar cuando se me

termine el tabaco” atinó a decir como

queriendo ser jocose. Me reí también,

“no, en serio te pregunto…”

A pesar de que en general era muy serie,

esta vez estaba bastante entretenide.

“Sí, extraño, pero no como para pensar

en volver. Más bien como una presencia

85


leve, difusa, casi del todo en el olvido.

Además, ya hace años que estamos

acá…”

“Vení, te voy a presentar a les pibis”

decidió súbitamente. Así no más.

Apagó el pucho a la mitad y lo guardó

mientras arrancábamos viaje cuesta

abajo.

No hacía tanto frío como otras veces,

aunque recién era la noche diurna, el

período donde apenas comienza a

anochecer. “Capaz nos tengamos que

quedar acá” decía Noah como

86


adivinando lo que yo misme me trataba

de explicar, “dentro de un rato ya nos

vamos a congelar tratando de volver.”

Íbamos llegando a la carpa más grande

que se veía. En su centro había un

caldero encendido y alguien que lo

estaba caldeando. “Es Sam. Se van a

caer bien.”

87


Día 13:

Un “eh, ¡por fin presentás

sobreviviente!” nos dio la bienvenida.

No supe qué cara poner.

Ni siquiera nos habíamos saludado y ya

me daba la sensación de que Sam era

algo así como el arquetipo de tío

borracho del asado, con todo el horror

de la mitología argenta.

“Todavía no sabe nada” le contestó

Noah, con la seriedad que le

caracterizaba, pero al toque ambes se

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empezaron a reír y se abrazaron como si

hiciese años que no se vieran.

Sam tenía un pasamontañas cubriéndole

por completo el rostro, salvo por la

pequeña hendidura a la altura de los

ojos, los cuales se dejaban ver más

verdes que la yerba brasilera. A mí

también me abrazó fuerte, a pesar de no

conocerme. Me hizo sentir un poco

parte, aunque era bastante extraño sentir

de nuevo ese eterno retorno al

sentimiento de pertenencia.

89


El caldero reventaba. Largaba un olor

delicioso, por lo que supuse que no

debía ser comida. Aprovechando su

calor nos sentamos al lado.

“¿Cómo estás?” me dijo, como si

estuviese implícito que algo me estaba

pasando. “Ah, cierto que no sabés

todavía… Bueno, ¿cómo respirás

ahora?” Miré a Noah, casi por defecto,

y hasta como pidiéndole permiso. Me

hizo un gesto para que hable. Mi

cerebro no entendía qué estaba pasando,

pero algo no controlado por él quiso

90


hablar. “Bien. Me doy cuenta que no es

lo mismo, pero tampoco sé qué me

pasa”

“¿Querés saber?” dijo Sam, también

esperando la aprobación de Noah.

Esbocé un ‘sí’ con la cabeza.

“Les humanes no tienen la posibilidad

de estar en planetas ni astros que no

sean la Tierra, como mucho en las

cúpulas oxigenadas, como las que

tienen los andenes. El viaje ‘en sí’ es

una mentira, o, mejor dicho: sirve sólo

para seguirlo constantemente.

91


No sabemos si en la Tierra lo

promocionan para eliminar más gente o

simplemente es un desconocimiento

descabellado, y quizá tampoco importe.

La realidad es que te podés aburrir de

viajar sin nunca salir de la mecánica,

comiendo apenas lo que puedas

garronear en los trenes.”

Toda esta conversación me hacía pensar

que, efectivamente, también eran

humanes. O lo habían sido.

“Cuando nos empezamos a dar cuenta

de esto, nos propusimos a toda costa

92


encontrar una forma de salir. Estábamos

hartes de comer las porquerías que

encontrábamos o nos daban, sin saber ni

siquiera si era comida, si la íbamos a

poder digerir o si nos iba a alimentar

algo. Nos comenzábamos a enfermar

lentamente. Y todo se terminó de podrir

cuando murió Ani.

Se murió arriba del tren, yendo a un

supuesto planeta con agua. Y, con total

tranquilidad, la apartaron. Ni siquiera

pudimos comunicarnos con los

encargados. Teníamos que esperar a la

93


siguiente parada para bajar, y enterrarla,

llenes de rabia. Enojades, y también un

poco muertes…

En un momento, casi antes de llegar,

una bola de gas se me acercó, ligera y

oscura. Iba sola y parecía querer estar

cada vez más cerca mío.

Se bajó con nosotres en donde nadie

más se había bajado, y parecía mirar el

cadáver, aunque no tuviese ojos para

verlo.

¿Cómo la íbamos a enterrar? No había

forma de hacer un agujero en el piso de

94


la terminal. Sin embargo, la bola

gaseosa parecía querer decirnos algo.

Fue ahí que descubrimos el

teletransportador de las estaciones.

Logramos pasar sin problema y, una

vez del otro lado, el gas se coló por mi

boca. Empecé a sentir arcadas y, de

inmediato, perdí el conocimiento.

Cuando lo recuperé, estaba del lado de

afuera de la estación. La tumba de Ani

ya estaba cerrada. Les pibis me miraban

desde adentro, yo la había enterrado.

95


Lo primero que pensé fue que el gas

respiraba por mí. O eso supusimos el

primer tiempo, cuando todavía

creíamos que compartir la guarida de la

carne era una buena opción. Aunque, en

realidad, era la única.

Los primeros meses vivimos

prácticamente sin conocimiento,

dejando que el gas haga con nuestros

cuerpos lo que quiera, pero también

esperando que nos los devuelva. Mal

que mal, acá estamos.”

96


Día 14:

Empezó a hacer bastante frío mientras

Sam volvía carne la historia, tanto que

nos tuvimos que tapar con unas pilchas

viejas. La noche diurna terminaba

cuando empezaban a salir de una en una

las otras lunas. Eran más de cincuenta

por lo que pude contar, pero la

penumbra era larga y alcanzaba para

que salgan todas.

“Fuiste la primera persona que

sobrevivió a una dosis controlada de

gas” dijo, y enseguida agregó “ah che,

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decime tus pronombres.” Me

descolocaba la forma que tenía para

pasar de lo tétrico a lo jovial.

“Femeninos o neutros” le dije, y me

sonrió mientras se paraba para revolver

el caldero.

¿Qué significaba haber sido la primera

persona, lo habían probado con otres?

¿Qué les había pasado? Me empecé a

sentir un poco atrapade, como conejillo

de indias. No sé si estuve de acuerdo

con inyectarme un gas, ¿y por qué una

dosis? Noah me levantó la cabeza con

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suavidad sosteniéndome del mentón.

“Todas las preguntas van a ser resueltas

u olvidadas, no te preocupes” me dijo

mientras esbozaba con la mirada un

consuelo.

“Ya casi está” exclamó Sam,

“enseguida tomamos algo calentito”.

Hacía un frío de morirse, mucho más

que el que hacía en nuestra tienda. Sin

embargo, a ningune de elles parecía

afectarles tanto. ¿Será que yo no tenía

suficiente gas? Suena a matafuegos, o a

gnc. Enseguida llegó un tazón de algo

99


más bien amarillento, o anaranjado. El

olor me resultaba familiar, pero al

mismo tiempo sentía toda la función del

recuerdo anestesiada. Lo soplé y le di

un sorbo. Toda la información que

necesitaba estaba en mi lengua, no en

mi cabeza, ¡era cúrcuma!

“¡Es cúrcuma!” dije exaltade, como si

en realidad hubiese sido una bandeja de

sanguchitos de miga veganos, “¡está

riquísimo!”. Se empezaron a burlar un

poco de mi extrema felicidad.

100


“Sí, es una especie de cúrcuma que

encontramos, crece acá. No es

exactamente igual, pero ante la

diferencia abismal que carga todo, esto

es lo más parecido a lo terrícola” me

dijo Noah, que, aparentemente, era

quien más clara la tenía respecto de la

huerta.

La mezcla entre lo familiar del sabor y

una sensación vaga de certeza en medio

de lo desconocido hizo que me olvide

absolutamente de lo que estaba

pensando acerca del conejillo de indias,

101


aunque iba a ser un pensamiento

recurrente.

Ni bien terminamos de tomarla nos

propusimos ir a dormir. Sam tenía una

suerte de colchón tirado en el piso

donde entrabamos bien les tres. Había

tantas cosas de ese lugar que en serio

parecía una pijamada, sin embargo,

había, a la vez y todo el tiempo, un

fantasma parecido a la muerte, una

vulnerabilidad inexplicable, un

abandono a los arrebatos del clima, una

102


–lo que en la tierra llamarían-

‘pobreza’.

Así y todo nos amuchamos y dormimos

abrazades. ¿Esa era nuestra forma de

ser amigues?

103


Día 15:

En algún momento de la noche me

despertó un ruido. Un choque que

parecía haber venido de afuera.

Entreabrí un ojo para ver si estaba

pasando algo en la tienda, pero no se

veía nada. Entonces, traté de seguir

durmiendo. Nunca fui de dormirme

enseguida, sino que más bien dormitaba

un buen rato hasta que dejaba de darme

cuenta y eso era igual a, finalmente,

despertarse.

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En ese limbo, Noah se giró y me abrazó

sin siquiera notarlo, como si

acostumbrara a dormir con alguien. Y

yo, por supuesto, me dejé abrazar. Era

real que seguía haciendo mucho frío,

tan real como que desde el día que le vi

en la terminal me llamó la atención.

Nada, eh… sentía que tenía que

aclararlo incluso conmigo.

Ya no me asaltaban esos amores de

adolescencia, por los que había que

hipotecar hasta la casa del futuro. Era

más bien como un llamado, como una

105


invitación a tomar mate. Algo tranquilo

y, no por eso, menos importante.

También era algo más que lo que

nuestro lenguaje ordinario llamaría

amistad, pero ¿por qué no mantener ese

nombre de todos modos? A veces siento

que eso que llaman adultez, donde

dicen que todo está ya encaminado, es

lo más parecido a la muerte. Pero

también hay un orden material, más allá

de la analogía, que no se negocia.

Cuando el sol empezaba a colarse por

las sábanas, me di cuenta de que, al

106


final, me había dormido. Sam y Noah

estaban tirades haciendo fiaca y en

enseguida me saludaron cuando se

dieron cuenta que pestañeaba.

“¿Escucharon el ruido anoche?” les

dije, pero me respondieron con una cara

de desconcierto que dijo por sí misma

que no.

“Sí, alto choque fue” me contesté,

sacándome las lagañas. Les pibis se

miraron por unos microsegundos y

salieron corriendo. Les seguí lo más

rápido que pude.

107


El sol que había afuera parecía que nos

iba a partir al medio y el espectro

lumínico que se reflejaba del piso

apenas permitía terminar de abrir los

ojos. No existía sombra donde

guarnecerse, por suerte Sam me tiro una

campera con capucha para que me tape

la cabeza. Se sentía olor a tierra

quemada, a tierra que de tan seca pedía

auxilio. Y un extraño aroma a metal,

como cuando dejás algo mucho tiempo

en el horno.

108


Cuando logré llegar a la altura donde

estaban, me di cuenta que un silencio

cortaba el aire. Contrariamente a la

noche, que fue rota por el sonido, el día

sólo anunciaba viento colándose entre

las grietas áridas del piso.

“¿Qué pasó?” les digo, sin poder

todavía ver demasiado.

“Un asteroide. Un asteroide a unas siete

cuadras” dijo Sam.

No sabía si eso era bueno o malo, pero

por la seriedad que cargaban debía ser,

109


al menos, peligroso. No quise

preguntar, no quería sentirme idiota.

Sin perder demasiado tiempo,

emprendimos la retirada hacia la tienda.

Íbamos sin decir absolutamente nada,

parecía incluso que íbamos casi sin

respirar.

De repente, Noah pateó una piedra,

como en la infancia. Como quien añora

tener una pelota y sólo tiene un pedazo

partido de asfalto. Sentí correr por mi

cuerpo toda esa rabia expresada en el

golpe, como si fuese a mí a quien le

110


hubiese pegado. Pero también sentí

pena, pena por no saber encontrar

ningún modo de ayudar.

111


Día 16:

Cuando llegamos a resguardarnos del

sol, había otra persona adentro de la

tienda.

“¿Lo viste, Emi?” dijo Sam, con la voz

completamente apagada.

“Sí, acabo de venirte a buscar por

eso…” Sin embargo, a pesar de que el

clima del intercambio era mortífero, al

verme, la cara de Emi se iluminó un

poco: “ey, ¡así que sos vos! Por fin nos

conocemos” me dijo de inmediato.

“Mal momento para festejar” agregó, y

112


tanto Sam como Noah cedieron la

sonrisa. “Hola” le dije, como quien

intenta hablar en un idioma que no

conoce del todo, “no entiendo nada de

lo que está pasando”, y ahí se dejaron

reír apenas.

“Los asteroides, como todo astro, se

componen de un tipo particular de

energía” me empezó a explicar

amorosamente Noah. “No sé si

entendés mucho de física, pero es como

si yo te dijera que pueden ser

mayormente positivos o negativos.

113


Justo este es bastante chico, por suerte,

porque, si no, volábamos a la mierda,

pero, de todas maneras, hay que esperar

para ver cómo se asimila a este

ecosistema.

Capaz no pase nada, pero existe la

posibilidad de que altere nuestro campo

magnético, y el de las raíces, que son las

más afectadas.” A lo que Sam agrega:

“Sí, y que no traiga bichos”

“Bueno, sí… a veces los asteroides son

una especie de colmena para algunas

especies. Es como si el espacio

114


encontrase con eso la forma de

polinizarse. Sólo les humanes no salen

de su planeta de forma habitual.”

En ese momento llegó Andre. Con

suma calma nos saludó une por une y

recién ahí preguntó qué pensábamos

hacer. “Por lo pronto, comer” dijo Sam

frotándose la panza con las manos.

Nunca había visto hacer la comida,

simplemente llegaba y la comía. Ni

siquiera sabía cuáles eran los alimentos

de este mundo. Emi era quien se

115


encargaba en general de hacerla, pero

todes ayudaban con alguna cosa.

Primero, había que buscar las raíces a

las que no les quedaba más jugo y

pelarlas. Eran de distintos colores,

algunas más blancas y otras más

marrones, o amarillas. Sólo una era más

bien colorada, y la llamaban saturna,

porque era bastante más grande que las

otras. Yo no lo sabía, pero, en realidad,

a pesar de que se referían al lugar donde

estábamos como un ‘planeta’, era una

luna, una luna de Saturno. Me lo dijo

116


Emi mientras estábamos pelando

anicotes. “Ah, yo pensé que hacía tanto

calor porque estábamos cerca del sol”.

“Bueno, tiene un poco de sentido, pero,

en realidad, tiene que ver con el grado

de compresión que está generando la

luna. Es como que el calor no viene,

sino que sale de adentro, del

movimiento invisible que está

realizando. Por eso las raíces están más

bien sobre la superficie y las pocas

napas que hay no tan abajo.”

117


Emi parecía saber muchísimo, pero se

escuchaba a Sam pegar el grito: “no le

creas nada, eso se lo inventó para que

las cosas tengan sentido nada más”. Me

resultaba gracioso que esto sea una

suerte de familia donde todes hacían

más o menos comunes las tareas de la

supervivencia. Igual, ¿no eran sólo

elles, no? Al menos parecía haber otras

tiendas, ¿por qué no habían venido a ver

a Sam, o a comer?

118


Día 17:

Creo que nunca había comido tan rico

desde que llegué. Quizá eso tenía que

ver con haber preparado la comida, con

haber sentido las texturas crudas, haber

comparado el tacto con el paladar.

Andre se me había sentado al lado en la

mesa, que no era más que un espacio

vacío en el medio del círculo que

habíamos formado sentades en el piso.

Nos pusimos a charlar. El resto seguía

hablando cosas respecto a qué hacer con

el asteroide.

119


“Siento que hace mil años que no nos

veíamos, ¿no te parece?” me dijo. Y, la

verdad, tenía razón. No sé si realmente

hacía mucho tiempo, pero se ve a ambes

nos parecía eso. Era un mundo donde no

había relojes, sino que se manejaban

principalmente por los atardeceres. “Sí”

me limité a contestarle, “de una”.

Me daba pena no ser más cordial,

realmente tenía ganas de charlar, pero

estaba un poco confundide con todo eso

de la energía electromagnética y lo que

podía pasar de ahí en adelante. “¿Vos

120


entendés algo de asteroides?” le

pregunté, y me hizo cara de ‘no, ni

idea’, arqueando las cejas para arriba.

“A ver, vos que estás dosificade” me

dijo Sam desde la otra punta, “¿qué te

parece que hay que hacer?” Y, si bien

creo que fue en tono gracioso, se ve que

hice alguna cara de incomodidad

porque enseguida salió Emi a decir algo

como ‘ey, bancá, recién se enteró ayer,

capaz ni le cabe’.

Cruzaron ahí un par de chispas. Hacía

mucho que no veía a alguien discutir.

121


Hasta venía teniendo la sensación de

que estaba viviendo en una suerte de

paraíso idílico donde los seres vibraban

energéticamente al unísono. Aunque, de

todos modos, sí era bastante así igual.

“Bueno, viejo, tampoco sé qué le va a

molestar. Si le molesta lo dirá y listo”

“Claro, vos batí fruta y que otre se

defienda, ¿no? nunca pensar un poco la

volada antes de largarla”

Algo me hacía sospechar que, en

realidad, no era yo el asunto, sino algo

122


de más atrás, pero, de todos modos,

sentía no poder atinar a decir nada.

En un momento Noah se paró

resumiendo un “ey, ya fue, tenemos que

ver qué pasa con quienes están en las

últimas, de eso hay que discutir si tienen

tantas ganas”. Entonces, reinó el

silencio. Me miró y me dijo: “vení, hoy

vas a conocer lo que hace el gas”.

Salimos sólo nosotres dos y nos fuimos

a una de las tiendas más alejadas, en

dirección opuesta a la nuestra. “¿Qué

quisiste decir con eso?” me salió decir

123


por fin. “Que creo que vas a entender

mejor las cosas si ves lo que pasa con la

exposición al gas pasado el tiempo…

No quería que te asustes, ni quiero que

pienses que esto te va a pasar también,

por eso intentamos la dosis, pero me

saca cuando se ponen a discutir por

pelotudeces en vez de poner la energía

en lo que importa.” Nunca había

escuchado a Noah decir ‘una mala

palabra’, siempre parecía estar más allá

de la situación imperante, como quien

conoce el futuro.

124


Sin estar muy consciente de ello, le

agarre la mano. Me miró con sorpresa,

pero no se soltó.

Llegamos a la puerta de esa tienda y ya

desde afuera se podía percibir cierto

espesor pululando en el aire, algo

parecido a esos cementerios en el que

sólo se ven las flores en el suelo: sutil

pero desgarrador. “No te sueltes” me

dijo.

125


Día 18:

Entramos a la tienda. A pesar de que era

de día, parecía que ahí adentro se

acumulaba una fuerte dosis de tiniebla.

Una serie de cortinas dividían el lugar

como si fuesen gabinetes. “¡Buen día!”

dijo Noah en voz bien alta, como quien

entra por la puerta del garage a la casa

de une amigue. Una sinfonía de

pequeños sonidos quejumbrosos fueron

la respuesta, pero eso no pareció

sorprenderle. “Hola”, dije yo, a modo

126


de cordialidad, pero nada en particular

se oyó después.

“Este es Lupi” me dijo, abriendo una de

las sábanas que dividían la sala.

Sobre una vieja silla había un poco de

ropa, sostenida a medias por la carne

que quedaba. Las piernas y uno de los

brazos, el resto: gas. Un gas oscuro y

denso, pero, de todos modos, difuso.

“Vamos a ir un ratito a pasear, a ver si

se activan esas piernas” le dijo, y lo

cargó por el brazo que le quedaba,

conectado a las piernas por un trozo de

127


musculatura oblicua. Lupi era capaz

todavía de hacer sonidos, pero ya no de

articular palabra. “Y vamos a

aprovechar a dejar la tienda abierta, así

se ventila” seguía diciéndole Noah

mientras lo iba acompañando.

Caminábamos con la intensión de ir en

círculos alrededor de la tienda. El sol

seguía fuertísimo y, de lejos, se podía

ver el asteroide retozando en la tierra,

exactamente en el mismo lugar donde

había caído anoche.

128


“El gas nos mata constantemente”

afirmó, dirigiéndose a mí. “Es el precio

que no se sabía que íbamos a tener que

pagar…”

“Pero lo mismo nos hubiésemos muerto

de hambre” terminó por decir.

Parecía entre angustiade e impasible.

“La idea de la dosis es que te permita

estar más o menos bien mientras que al

gas le llevaría más tiempo reproducirse,

para que no sea tan rápido el avance. El

tema es que hasta que logramos saber

129


con cuánto alcanzaba, hubo cosas que

no salieron bien.”

Su pequeño monólogo, por un lado, me

hacía pensarme a lo feeling blessed,

pero, por otro, me sonaba cruel e

inhumano. ¿Éramos humanes todavía,

valía la pena llamarse así? ¿Y cómo es

eso de que ‘hubo cosas que no salieron

bien’? Me resultaba increíble su nivel

de apatía, ese otro modo del hacer vivir

y el dejar morir.

Realmente no sabía qué hubiera hecho

sin poder volver a la Tierra, vagando

130


entre vagones, pero pensar que mi estar

ahí era parte de una ‘prueba’ no me

gustaba para nada. Era muy confuso,

quería darle las gracias y a la vez

odiarle. ¿Y si me hubiese muerto?

Nada, no hubiese pasado nada más que

morirme, pero pensar esa posibilidad

remota en manos de alguien me daba

mucha bronca.

“Ah, cualquiera” tuve que decirle. Noah

se volvió a mirarme con cara de

sorpresa, por segunda vez en el día. No

131


era una persona realmente muy

expresiva. “¿Por qué lo decís?”

“Y porque ¿qué iban a hacer si me

moría, enterrarme, como a un

experimento, como una prueba?”

Sin que me contestase nada, emprendí

el viaje de vuelta, dibujando el último

círculo. Su silencio a través del

movimiento me molestaba cada vez

más. “Chau, Lupi” le dije, exagerando

el gesto de ignorar a Noah, y me fui.

Tenía ganas de estar en mi tienda.

Tienda que no era, a su vez, mía. Nada

132


era mío en ese mundo, estaba infectade

por un gas mortífero, me estaba

muriendo igual que siempre, pero ahora

con mayor razón, sentía que, al final, lo

mismo hubiese sido quedarme en la

Tierra. ¿Para qué me fui?

Para qué me fui, repetía en mi cabeza,

para qué me fui…

La imposibilidad de responder a esta

pregunta me cambiaba de tema. ¿Por

qué cuidaban a esos seres a quienes casi

ni cuerpo les quedaba? Suponiendo que

133


había alguien además de Lupi. ¿Dónde

estarían enterrades les demás?

Faltaban apenas unos metros para llegar

a la tienda cuando empecé a sentir que

la vista se me nublaba, como si me

empezase a transformar en uno de esos

espejismos del desierto. Una sensación

parecida al día de la primera inyección,

y mucho silencio.

134


Día 19:

Sentía que me iba a morir de insolación,

pero logré llegar. Al costado del sillón

había un plato hondo con una suerte de

líquido que tomé sin reparar en cuánto

haría que estaba ahí.

No demoré mucho en sentirme mejor,

sin que me terminara de importar, y me

acosté boca arriba en el piso apenas

tibio. Puse las palmas de las manos

contra el suelo. La temperatura se sentía

parecida a estar en una playa a la

135


sombra. Apenas cálida, lo

suficientemente cálida.

Con mis yemas frotaba su superficie y

la iba desgranando. A veces me gustaba

pensar que estaba sobre cacao en polvo.

De hecho, tenía exactamente ese color.

No el del granulado sino del que es

completamente liso, y con él jugaban

mis dedos, mientras mi boca recuperaba

su sabor dulce de otrora.

Qué lejos estoy de casa, pensaba,

mientras mi cuerpo sentía hundirse en la

suavidad de esa textura. Mis dedos

136


jugaban a enterrarse, descubriendo que,

por debajo, la tierra estaba más fresca.

Eso me aliviaba, hacía cesar el sudor del

mediodía, o de la tarde, o de cualquier

momento en ese astro donde cada rayo

de sol parecía tener la función explícita

de querer aniquilarme. Me acordé de

Emi explicándome que no era el sol,

pero, cuanto más hondo se metían mis

dedos, más placidez sentían y me

resultaba inexplicable que sea una

compresión material lo que generaba el

137


calor. ¿Cómo era entonces que hacía

tanto frío a la noche?

De a poco iba sintiendo todo mi cuerpo

fresco, como si hubiese llegado

excavando unos buenos metros abajo.

Como si la tierra me tragase y ahí

estuviese yo, devorade. Hasta que lo

placentero se hizo imagen de una pala

que me iba enterrando, de brazos que

hacían fuerza para remover la tierra,

sepultándome como a las raíces. La

asfixia de una cucharada demasiado

grande de ese cacao en polvo, un

138


cúmulo de tierra sobre mi rostro. La

imagen de una muerte en silencio, quizá

como lo sean todas. Lo vulnerable de no

elegir el cuándo ni el modo de de/volver

a lo orgánico.

Las bocanadas de aire eran lo único que

me hacía despertar, ¿respiraré todavía o

sólo habrá quedado el gesto? Se había

hecho de noche, afuera helaba. Ni Noah

ni Andre estaban en la casa.

Cada tanto, con un ciclo minucioso,

unas ondas celestes eran dibujadas en el

suelo. Parecía como un escáner, pero

139


sin un objeto que lo proyectara.

Realmente no podía decir que fuese

algo nuevo, porque nunca le había

prestado atención, pero la sensación de

no haberlo visto antes me hizo

desconfiar. Me cubrí con unas mantas y

me asomé a la puerta. La noche parecía

estar radiante. Hubiese sido ideal tener

un mate y sentarse a buscar el cinturón

de orión, que quién sabe cómo se vería

desde esa órbita.

De lejos vi que alguien venía, tenía

pinta de ser Andre. Cargaba unos

140


paquetes. Me he sentido muy inútil

desde que llegué así que me propuse

ayudarle.

Al final, traía comida y otras mantas.

“Parece que el asteroide va a empezar a

irradiar frío” me dijo cuando vio que yo

las sacaba para acomodarlas. “Bueno,

cuanto mucho nos moriremos” le dije,

sin reparar demasiado en eso.

“¿Siempre sos así de bajón o te pasa

algo?” preguntó sin demasiada saña,

pero un poco afilade para ser Andre.

141


“Estoy enojade con Noah, no sé para

qué me trajo” contesté.

142


Día 20:

Sonaba idiota, ¿no? Yo misme me daba

cuenta cuando lo pensaba. Sonaba

idiota tanto como enojarse con quien

nos engendró por habernos parido, o

con la cópula por haberse formado. O

con un esperma victorioso entre

millones. O con la vida misma.

Quizá no estaba enojade con Noah,

como presumía, sino que ese enojo

aparecía como el pensamiento residual

de esta muerte. Anatema de cualquier

aventura fuera del margen, como si en

143


realidad nunca todos los caminos

hubiesen llevado a roma.

Me incomodaba esa sutil certeza, esa

piedra de toque. Ese destino del cual

tantas mitologías habían querido

alejarse con promesas. Cada vez que se

rompe una cadena, ¿vuelve a aparecer

el flagelo que nuevamente interpreta en

el camino una finalidad? Qué injusto es

pensar que la vida termina con nosotres,

ahí donde el cuerpo todavía se

descompone, ahí donde todavía nos

crecen las uñas. Y qué idiota es la

144


palabra justicia cuando la muerte se

halla de por medio. ¡Ya hubiese querido

remitirme a un orden natural en el que

ni siquiera creyese! Sin embargo, en el

fondo no hay respuestas sino silencio.

“Noah también se enojó cuando le

trajeron” me dijo Andre, quien parecía

haber estado escuchando todos mis

pensamientos. Me permití sonreírle,

porque si algo había aprendido, aunque

fuese mínimo, era a no permanecer

demasiado tiempo enojade. Al menos

145


no de la forma que te anula. “¿Vos

cómo llegaste?” le pregunté.

“Yo llegué acá en un asteroide parecido

al que cayó la otra noche” me dijo, sin

ningún tipo de remordimiento.

“Tenemos la posibilidad de alterar

nuestra forma siempre que no nos

implique más materia. Por eso lo que

me ves como manchas en realidad son

zonas que no llegué completar.”

Traté de ocultar el asombro, pero no

llegué a hacer demasiado esfuerzo antes

de darme cuenta que, de todos modos,

146


nada tenía sentido. “Y algo más, pero no

te enojes: yo soy de esta forma gracias

a uno de los primeros de sus cadáveres.”

“¿Cómo sería?”

“Comí de su carne, ya muerta. La

materia dio la forma.

No hay muchas maneras de sobrevivir

cuando cambias de atmósfera, ni

siquiera para los gases. Todo se resume

en: mutación o alianza.”

“Mirá vos” le dije. Hacía un tiempo me

había dado cuenta que tenía escasa

reacción ante estos acontecimientos. En

147


parte porque me desbordaban, pero

también porque realmente no tenía nada

para decir. “¿Y Noah?”

“A Noah le trajo Sam un poco después,

pero estuvo mal bastante tiempo. No se

le terminaba de integrar el gas. La

mayoría que lo intentó murió, no sé bien

cómo funciona… al principio te toma

por completo y después afloja, o te

mata.”

A veces pensaba que esta aventura ya

había ido demasiado lejos, pero también

veía a Andre ahí, enfrente mío, sacando

148


algunas cosas para poder comer… Era

claro que el sinsentido era absoluto,

hasta que en un rincón encontrabas una

suerte de motivo. Algo chiquito y

peludo, incapaz de hacerle demasiado

frente al calambre universal, pero

valioso al fin.

En eso llegó Noah. A pesar de estar

adentro, los lunares le brillaban como si

fuese a estar por explotar. Andre le

abrazó y eso hizo que la luz disminuya

un poco. “¿Qué es eso?” le pregunté.

149


“Son los lugares donde se está

alimentando el gas” me dijo, y agregó

“¿ya estás mejor?”

No me salió decir nada, pero ambes se

me vinieron encima a abrazarme. Qué

era la vida sino un poco eso, pensé… ni

los metafísicos se animaron a tanto.

150


Día 21:

“¿Cómo es eso de que el asteroide

irradia frío?”

“Creo haber entendido que es por

contraste. No sé si es que ‘está haciendo

eso’ o más bien se está aclimatando a la

temperatura de acá” me contestó Andre.

“Un poco es eso” agregó Noah, “pero, a

su vez, se está derritiendo”. Ambes

hicimos cara de no poder creerlo, pero

Noah no era una persona muy asidua a

hacer chistes.

151


“Sí” nos dijo al leernos las caras, “lo

fuimos a ver de cerca y se derrite,

aunque muy poco. Igual no sabemos si

es agua”

Me acordé que en la mochila tenía una

foto de las cataratas. Era una foto

impresa en la que debo haber tenido dos

o tres años. Como no se podía subir

basura electrónica al tren migrante, hice

una selección de las que más me

gustaban, con el extraño criterio de

tratar de anticiparme a lo que iba a

extrañar, porque siempre he querido

152


controlarlo todo. En general no acerté

demasiado, pero en esa foto se veía

tanta agua, tanto recurso inigualable.

“Andre, vení, mirá” le dije. Se acercó

enseguida, y se sorprendió un montón al

verla. “¿Todo eso es agua, como la de

las raíces?” “Mmm, no sé si eso es

realmente ‘agua’, pero ponele”. Noah

también se acercó a curiosear, pero un

deje de tristeza se le marcó en el rostro

al ver la foto.

“¿No te gustaron las cataratas?” “No sé,

nunca fui. Donde yo vivía no había

153


tanta agua” Claro, venimos de un

planeta bastante extenso a comparación

de nuestro tamaño. ¿De dónde habrá

sido? ¿Nos podríamos haber cruzado en

nuestro planeta? A pesar de que le tenía

mucho aprecio, sentía que había cosas

que no estaban habilitadas para ser

charladas, cosas que eran ‘muy

personales’. En realidad, no lo sabía,

simplemente lo daba por hecho.

A la par de mis pensamientos, escuché

que Andre le preguntaba cuándo

llegaba el próximo tren. “En dos días”

154


repuso Noah. “¿Vas a ir a buscar a

alguien?” “No sé si hay dosis, tendría

que preguntarle a Sam”

Me dejé intervenir su conversación con

un “¿van a traer a alguien más?”, a lo

que me contestaron mirándome con

total indiferencia. “Sí, es la idea…” dijo

Noah. “No sabemos cómo van a seguir

las cosas y sería bueno tener un poco

más de ayuda”

“Bueno, igual yo ya puedo ir a la huerta

y esas cosas…”

155


Sentía que había algo que yo no estaba

entendiendo y que, por no entenderlo,

me dejaba totalmente aparte de los

planes que se venían.

Después de un rato de silencio, Andre

atinó a decirme “está buenísimo que vos

puedas hacer las cosas, pero siempre

que viene un tren se va a buscar a

alguien” agregando, luego de una

pausa: “la mayoría de las veces no viene

nadie, si es eso lo que te preocupa”

La cara y el cuerpo entero se me

inundaron de vergüenza. ¿Qué

156


insinuaba ese último comentario?

¿Estaba sintiendo celos de que alguien

más viniese? Bueno, no podía

desmentir esa idea, pero…

De repente sentía volver los temores de

la infancia, el hermano que nunca llegó,

la compañera nueva de la escuela. Ser

amante, siempre amante, baúl con doble

fondo, algo escondido entre la ceniza de

los amaneceres. El rechazo, la falta, los

espejos, todo se conjugaba en un

malestar azaroso. Algo de mí se había

acomodado a esta trinchera de abrazos

157


y mantas de colores, cómo podría ser de

otra forma.

Me resultaba asombroso no ser capaz,

incluso en otro planeta, de aventurarme

a lo desconocido nuevamente, como si

siempre hubiese que reterritorializar la

zona de confort.

“Si vas, ¿te puedo acompañar?” le

terminé diciendo a Noah.

“Sí, obvio”

158


Día 22:

Las palabras enraízan, se diseminan por

debajo de la tierra. Se pierden de mi

vista, se esconden. Sólo los sueños

parecen poder albergarlas sin

deformarlas. Sólo las fantasías. Incluso

aquellas que pretender contar historias,

historias que son más bien como contarse,

como contarse desde el imaginario

de lo absurdo, un absoluto absurdo que

es todo, todo en el instante en que existe

y, después, se desvanece, se desvanece

sin dar explicaciones.

159


Esa noche que me acosté a dormir

podría no haberlo hecho. Quién sabe.

Quizá, recién ahí haya despertado.

Fue un dolor, un dolor muy fuerte en el

brazo. El registro de la lágrima precedió

al del párpado, el acto fue anterior a la

potencia.

La centella se apartó de mí mientras me

despertaba. Sin darme cuenta, me había

apoyado sobre ella, posiblemente

buscando calor en medio de un tren

deshabitado. Lloraba sin entender qué

me pasaba hasta que vi la ampolla que

160


empezaba a formarse entre el hombro y

el codo, apenas con timidez, como

quien recién comienza su empresa. Y

todo mi cuerpo reaccionaba al malestar

de esta nueva aventura informe.

Quería gritar pidiendo ayuda, pero era

más fuerte la seguridad anticipada de

que nadie iba a venir a socorrerme. La

centella, mientras tanto, parecida a una

oruga de esas peludas, se alejaba de mí

entre los asientos aledaños. En posición

fetal colaboré con mi propia crisálida y

me dispuse ahí a una nueva

161


transformación. Sentía como si la piel

de esa ampolla fuese a terminar siendo

una gran burbuja hasta mutarme, esta

contenerme por completo.

De hecho, crecía. Crecía bastante,

mientras un vacío se generaba entre la

ampolla y la carne, un líquido

amniótico. Quería nadar

completamente sumergide en esa

sustancia. Entibiarme, desnudarme de

mis propias pieles, abandonarme a la

pura entraña, perder mis órganos, mis

funciones vitales.

162


Crecía. Se apoderaba de todo mi brazo.

Me hacía lucir extraterrestre, expandía

mis bordes, me embalaba el aura.

Crecía como si tuviese levadura, como

si microrganismos se estuviesen

desarrollando en ella. ¿Era yo, por fin,

un mundo? ¿Era por fin un planeta?

¿Alguien vive en mí además de mí?

Empecé a no poder moverme más.

Empecé a no (querer) moverme más. A

resguardarme en una posición guerrera.

Hasta el alma tenía quemada, y el alma

sí que huele a carne.

163


¿Tendran valentía suficiente las moscas

para hacerme casa, volverme planeta,

devenirme mundo? Podía imaginar sus

gusanos gobernándome, armando sus

milicias, dándole batalla a los tejidos.

Podía imaginarlos con sus trajes verdes

y sus medallas, y sus gorras. Con sus

bigotes y sus botas. Gusanos

recorriendo mis pieles como campos de

algodones, devorándome de forma

grosera. ¡Por fin alguien que se la banca

en la cadena trófica! mientras supuraba

la herida entre la sangre.

164


La ampolla crece con cada lágrima,

quisiera que ya me haya quemado por

completo. Sin embargo, las palabras se

diseminan por debajo de la tierra. Se

pierden de mi vista, se esconden.

165


Día 23:

“Ey… ey, despertate” escuchaba de

lejos, como si alguien me estuviese

hablando.

“¡Despertate!” decía, y yo sentía como

si sus manos me zamarrearan.

“¿Dónde estoy?” me animé a preguntar,

sin poder terminar de abrir los ojos.

Nadie contestaba.

Parecía como si en algún momento

hubiese perdido el conocimiento. Tenía

la sensación de estar envuelte entre

frazadas. Hacía frío. Me dolía el brazo.

166


¿Estaré dentro de la ampolla? pensé

ridículamente, creo que hasta llegué a

reírme.

¿Era esto la locura?

Todo mi cuerpo amenazaba con estar

anestesiado, apenas un poco de dolor y

algo de hormigueo en los pies.

Nadie contestaba. Me abandoné

entonces al estado de crisálida.

¿Qué diferencia había entre estar vive o

muerte? Es más: si ya había podido

morir y seguía pensando, no tenía nada

de novedoso.

167


Empecé a retorcerme levemente para

salir de mi capullo, simulando el

proceso de transformación de una

oruga. ¡Era tan parecido a no querer

levantarse para ir a educación física!

Toda la vida es una repetición constante

de recuerdos acoplados. Hasta los

sabores se confunden después de un

tiempo, y, con los años, pareciera no ir

quedando nada. Tode ancestre ha

tallado en nosotres su memoria y, sin

embargo, con cada lluvia nos lavamos

168


un poco más el recuerdo. ¿Qué dejaré

de mí? Qué quedará.

A medida que iba saliendo sentía con

mayor rudeza el frío, hasta el

hormigueo parecía congelarse. Se

parecía mucho a la anestesia. Y en lo

inmóvil había mucho de parecido a la

muerte.

El primer contacto con el suelo fue la

tierra, su olor dulce. Pero nada de lo que

estaba pasando era dulce, y eso sólo no

era suficiente.

169


“Despertate” pensaba, ya sin

escucharlo. Entraba de nuevo en el loop

de los últimos minutos.

¿Qué era la muerte, perder la

consciencia o abandonar la vida?

Dónde irían a parar los cuerpos, ¿qué se

sentiría volver a la tierra? La olía tan

cercana que hasta creía confundirme.

¿Qué partes de nosotres revivirá el

recuerdo, en qué platea del inconsciente

colectivo nos tocará estar sentades?

Nadie contestaba.

170


En el fondo se sostenía un zumbido,

constante, pero suave, lo

suficientemente molesto como para no

poder dejar de escucharlo.

“Despertate” creía recordar, como

quien amanece abruptamente.

171


Día 24:

Era imposible seguir hablando desde

ese lugar, quizás es necesario que sea

alguien más quien despierte.

“Ey, despertate” escuché decir medio a

lo lejos.

Era Andre que me quería despertar. No

sé cuánto tiempo había pasado, todavía

estaba un poco confundide. “¿Cómo

estás? Te dormiste todo” me decía

mientras yo sentía una especie de eco de

fondo, casi como un zumbido.

172


Hacía bastante frío y parecía que

todavía era de noche, pero a poco se

empezaba a ver despuntar el sol, sin

llegar todavía a calentar nada. Había

que ir a buscar raíces, así que estaba

bueno que haga frío. Preparé una

capucha y me mandé. Había un bolsito

con todas mis herramientas de labranza,

el que usaba siempre.

La irradiación del asteroide le había

hecho bastante bien al suelo al final.

Seguía siendo una suerte de desierto,

pero al menos las raíces estaban más

173


jugosas. Y, como ya se habían ido las

lunas, sólo iba a poder sacar las que no

necesitaran abrirse.

Desde que estábamos ahí nos habíamos

acostumbrado a comer poco. Bah, poco,

como quien dice ¿no? Porque pareciera

que en la consciencia siempre hay una

idea de placer insatisfecho dando

vueltas. El deseo vuelto falta. Y

también era cierto que habíamos venido

acostumbrades a un sistema predador,

acá se daba otra dinámica. No vamos a

decir una vuelta a lo natural, porque

174


nada había de natural en nosotres,

mutantes y malhechos, pero sí una

forma de hacernos cargo de nuestras

cosas mucho más propia.

Las raíces son siempre más de lo

mismo. Sacarlas y llevárselas a Sam, así

había sido desde que me trajo, o, mejor

dicho, desde que me recuperé. Esta vez,

sin embargo, no estaba en su tienda, lo

cual me pareció raro. No hice más que

dejarlas ahí e irme.

Fue cuando estaba volviendo a la casa

que me dieron tremendas ganas de

175


escuchar música. Era un gusto bien

terrícola, salvo por alguna que otra

percusión artesanal. Ningune se trajo al

viaje los celulares, esas cosas no se

dejan subir en los trenes, así que permití

acostarme a la sombra de una de las

tiendas a imaginarla.

Era muy difícil, la mayoría de las veces

no me acordaba la canción entera y eso

generaba un loop insoportable. Tardaba

bastante en engancharme con otra, hasta

que volvía a pasar lo mismo. Creo que

así pasé un buen rato.

176


Las formas del tiempo eran

completamente otras, y el día duraba

demasiado poco como para contar la

vida de esa forma. No había justicia en

los parámetros de luz y sombra, como

no la hay en nada. Simplemente

sobrevivíamos a costa de hacernos el

aguante, que nunca es lo mismo que la

paz. Y cada tanto algo salía mal, como

esto último.

No tenía ganas de volver a la Tierra,

cuanto mucho la añoranza de meter los

pies en el agua, o bañarse en una ducha.

177


No había higienismo que valga si

cambiás los parámetros. Cuando se

arma todo un mundo en base a otros

principios se hace lo que se puede, que

nunca es demasiado, pero casi siempre

es suficiente.

Había sólo una cosa que me

preocupada, quizá pecando de

Antígona. Hacía bastante tiempo

habíamos prometido no ir más allá del

horizonte, sobre todo porque volver

desde esos límites en la noche es casi

imposible. Pero, ¿y si estaba ahí cerca?

178


¿podía dejarle morir, podía dejarle estar

con la carne al rayo de sol,

pudriéndose? Nadie se ponía en riesgo

inútilmente, regla. Pero, ¿cómo medir

lo inútil?

179


Día 25:

Parecía que el frío iba a aguantar la luz

diurna, algo así como un día de no tanto

calor. Como Sam no estaba, me permití

dejarme un par de raíces guardadas y

me dispuse a caminar. La tierra seca

tenía un olor muy particular cuando la

encontraba a gran escala. Era como si la

vista y el gusto se hicieran, por primera

vez, un mismo sentido. Y el olor, por

supuesto, otro tanto. Cada uno de los

sentidos se iba asimilando a la imagen

180


terrorífica del infinito, como si al

juntarse fueran perdiéndose.

La desolación era absoluta en el paisaje,

ni siquiera tenía la compañía de las

criaturas arenosas. Lo que estaba

haciendo era un peligro, no sólo porque

me estaba exponiendo sino porque

quizá ni encontrándole pudiésemos

volver. Carne de cañón. Sin embargo,

¿cuánto puede valer la vida que deja

morir?

A veces sentía que este nuevo sistema,

el que veníamos implementando,

181


también venía sin garantías, y quizá

había sido muy ingenuo pensar que iba

a estar todo bien sólo por hacer las cosas

distintas. Lo orgánico se reproduce a

toda costa y, sobre todo, a pesar del ego.

Pero si hay algo que todavía podemos

intentar hacer es poner el cuerpo.

Mientras tanto, caminaba hacia la nada

misma sin demasiado sentido. Un

suicidio podría haber sido más práctico

si hubiera sido esa la intención.

¿Estaba queriendo ser la versión

esquiva de un héroe? Casi siempre

182


llegaba a esa pregunta cuando se me

asomaba un grado alto de bondad a la

cabeza, ¿hay dimensiones del hacerpor-otres

que no sea la canallada

hollywoodense?

Pensar la representación siempre es

cruel, ninguna palabra le va a hacer

justicia a este desierto, pero che ¡otra

vez con la justicia! Aunque quisiera que

al menos mis recuerdos sean fieles, ni

eso. A ese nivel habría que integrar las

dimensiones de lo cognoscible: no

había nada y había desierto, había una

183


esperanza y también era como no haber

nada.

Registraba cada fragmento de tierra

venidera sin observar nada extraño, ni

una figura, ni una sombra, ni un cuerpo.

¿A quién estaba yendo a rescatar? ¿qué

forma tendría ahora? ¿conservaría su

rostro, o ya se lo hubiesen comido?

Aunque sólo tenemos depredadores de

la sangre en curso…

Hacía un rato que había comenzado a

oscurecer, si no emprendía la retirada

184


pronto no iba a llegar antes de

congelarme.

Di una vuelta larga, como quien esquiva

a alguien que cree que le viene

siguiendo.

Lejos, por la izquierda, se veía una

suerte de bulto. No perdía con ir a ver,

aunque se me hiciese tarde. Qué más

daba.

Al principio sólo parecía una montaña

de lienzos, y tanto así que estuve a

punto de no seguir postergando mi

185


regreso. Sin embargo, cuando me

pareció que se movía, empecé a correr.

Parecía que no iba a llegar nunca a pesar

de no estar realmente tan lejos.

“Eyyy” empecé a gritar, entorpeciendo

mi llegada. “Eyyy”

“EYYYY”

Cuanto más me acercaba, más

claramente se veía que no era una

montaña de lienzos, pero ¿en qué estado

estaría? Cómo nos íbamos a trasladar de

vuelta.

186


Alcancé a tenerle al lado mío, era

verdad que estaba ahí.

187


Día 26:

Me había despertado con la sensación

de algo no andaba bien. Noah todavía

dormía y eso tampoco era buen augurio.

El saqueo nos había dejado cansades a

todes, pero ¿en serio se estaba

permitiendo estar tanto tiempo en la

cama a pesar de los dolores? Hacía

bastante que prefería estar haciendo

cualquier cosa a estar acostade, sobre

todo porque era quien se encargaba

principalmente de las raíces. El gas

aprovechaba los ratos ociosos para

188


descomponerles porque, mientras les

tenía que mantener el cuerpo haciendo

cosas, no le era tan fácil. Al menos esa

era la teoría que se habían fabricado.

Por la cantidad de fugas que nos dejaba

ver la luz lunar, era obvio que no faltaba

demasiado para que empezara a perder

piel. Como Lupi, o como Sam. El

pasamontañas tarde o temprano se le iba

a caer si pretendía seguir tapando que ya

le faltaba la mitad de la cara, si no más.

“Ey, despertate” fui a decirle. Parecía

que tenía los ojos pegados. Y se tomó

189


todo su tiempo para empezar a

refregarse.

“¿Cómo estás? Te dormiste todo”

“Ay, sí… soñé que había alguien a lo

lejos que me llamaba, fue terrible”

Sin decir mucho más, agarró sus cosas

y se fue. Ni siquiera había pensado en

seguirle preguntando por qué. Si algo

había aprendido de Noah era que nada

de lo que intentase forzar resultaría.

Que se haya ido en silencio era un poco

más parecido a como de costumbre.

Sabía que tenía que ir a la huerta, así

190


que, mientras tanto, me fui de Sam,

aprovechando que no hacía tanto calor.

A pesar de que el fuego del caldero

estaba encendido, la tienda estaba

vacía. Capaz se había ido a visitar a

Lupi o a ayudar a Noah. Sobre la tierra

había dejado una pequeña caja de

colores, como una suerte de estuche.

Me dio curiosidad, así que lo fui a abrir.

Calculé que si lo había dejado ahí suelto

no debía ser algo tan secreto.

Adentro había un mazo de cartas de

tarot. Me sorprendió verlas, aunque,

191


pensándolo bien, Sam siempre había

tenido un aire místico. Yo nunca había

tenido unas, sólo conservaba el

recuerdo heredado de la vieja carne.

Tampoco sabía usarlas, pero me

divertía mirando.

No eran como las que recordaba, tenían

dibujadas cosas más bien de la

naturaleza, no personas. Aunque, las

personas también eran de la naturaleza,

¿no? Todo su mundo me parecía

escandaloso y extraño, no imaginaba un

planeta lleno de ellas. De hecho, cuando

192


vi la foto de toda esa agua junta me

pareció que entonces debía ser un

paraíso, pero no era así como lo

contaban. Además, la muerte les

preocupaba mucho, no sólo la de elles

sino la de todes.

A veces parecía que no entendían

realmente cómo funcionaba el ciclo ese

que llamaban ‘de la vida’, pero, que en

verdad incluía todo. Por mi parte, me

limitaba a no hacer demasiados

comentarios. Nunca iba a saber lo que

era interpretar la existencia en esos

193


términos ni me interesaba, tarde o

temprano volvería a la tierra y

recuperaría mi cuerpo ancestral.

Después de mirar las cartas por un rato

me aburrí, pero Sam no volvía, así que

dejé todo como estaba y me propuse ir

a chusmear en qué estado estaba el

asteroide.

194


Día 27:

No había podido dormir bien desde que

fue el asalto y sentía como si en mi

cabeza hablasen voces de distintos

narradores. ¿Esto también era efecto del

gas? Hacía mucho tiempo que los

vísceros no se acercaban al

campamento. Incluso habíamos llegado

a pensar que ya no volverían a aparecer,

salvo Noah. Vivía en un estado de alerta

insoportable para cualquiera de

nosotres, pendiente todo el tiempo del

195


perímetro del territorio que habíamos

delimitado como ‘propio’.

Las noches del insomnio siempre me

habían resultado más o menos largas,

pero estas en particular sí que devenían

interminables. A diferencia de cuando

estaba en la Tierra, donde une, muy

entrada la ansiedad, se podía llegar a

aventurar al riesgo de salir a caminar a

la noche, acá era casi imposible pensar

en sobrevivir más allá de la tercera luna.

Iban asomando de a poco y,

progresivamente, parecía que hasta su

196


propio movimiento iba a quedar

congelado. Aunque, por supuesto, eso

lo decíamos nosotres, incapaces de

tolerar que otros cuerpos se muevan,

vivan y soporten diferente al nuestro.

Aun cuando ya ni demasiado cuerpo

nos quedaba, al menos a mí.

Y no es que no saliésemos porque lo

tuviéramos prohibido, conocíamos

bastante bien el sentido que otorgaba a

las cosas la restricción. Además ¿quién

nos iba a venir a decir algo? La función

policíaca había quedado descartada de

197


nuestra ranchada, y no sin previo aviso.

Era más bien una dinámica asociada a

la posibilidad vital del cuerpo, de

nuestros cuerpos que, aunque

diferentes, tenían unos márgenes de

resistencia más o menos similares al fin

(y al cabo). Salvo Andre y su cuerpo

postizo. O Lupi, que soportaba

perfectamente el frío porque ya casi

nada de carne le quedaba.

De él sabíamos que iba a terminar

muriendo a causa del gas, como todes,

pero era muy ardua la discusión de si

198


matarle o no, digamos: ‘dejarle sin

vida’ (que quizá no sea lo mismo) y no

sabíamos del todo bien cómo matar un

gas. ¿Hacer vivir o dejar morir? Cuánto

escondíamos todavía de poder

soberano. Por eso aguardaba inmóvil en

la tienda, esperando su paseo. O quizá

agonizando, no teníamos forma de

saber.

En general, no salíamos de noche

porque nos podíamos morir, y punto.

Pero ¿quién no tiene ganas de morir a

veces? Más de una vez lo hemos

199


intentado, al menos yo. Sin embargo,

finalmente, en medio de la

desesperación que genera el

entumecimiento progresivo, cada uno

de los gritos fue siempre escuchado. No

vale más la vida por eso. Sólo que, los

gritos de hace unas noches no fueron de

frío.

El día que llegaba el tren, unas horas

antes de que por fin amanezca, apareció

un víscero descarriado, extrañamente

fuera de su manada, sin carga, casi

moribundo. No nos dimos cuenta, no

200


estábamos pendientes de eso. Entre el

asteroide, la discusión del mediodía,

Emi que se fue enojade, Noah que no

estaba y quizá que a nosotres,

carcomides, que ya no presentamos

tanto líquido dando vuelta, ni

generamos tanto calor, no nos

preocupaba que venga un bicho a

chuparnos la sangre. Pero nos

olvidábamos de alguien.

Le llevó sin más, a una velocidad

imposible de ser alcanzada por nosotres

que, aunque podíamos estar en otro

201


mundo, no éramos superhéroes.

Gritaba, pedía ayuda, y le vimos ser

llevade como quien presencia la muerte.

Yo no había dormido desde entonces

porque, cada vez que lo intentaba,

aparecía esa imagen, la visión del grito,

del grito que se volvía estupor en la

carne, del grito que sangra, que con sus

ondas sonoras dibuja la imagen de lo

perdido entre las manos.

Después de mucho tiempo, volví a salir

a caminar a la noche. Quizá yo ya no

pudiese morir, al menos de esa forma.

202


203


Día 28:

Sam había venido a contarme que

andaba sin poder dormir en el momento

justo.

Casi nunca salía de su tienda porque el

caldero estaba todo el tiempo prendido,

haciendo una u otra cosa. Era nuestre

alquimiste. Y, aunque no teníamos

forma de conseguir leña gruesa como en

la Tierra, lo bueno era que no hacía falta

excavar mucho para encontrar raicillas,

que servían para mantener prendido el

fuego, aunque su duración era muy

204


limitada. Eso también le daba excusa

para quedarse. Siempre había que ir a

verle. Pero, justo entonces, vino sole.

“Che, no puedo dormir” empezó

diciendo desde antes de entrar,

asumiendo que yo iba a estar dispueste

a escucharle, aunque estuviese todavía

de noche. La verdad era que sí, pero

¡que osadía esperar siempre que el resto

le satisfaga!

“¿Qué te pasa?”

205


“No alcanzo a dormirme, pero aparece

una imagen, como si fuese un sueño.

¿Vos llegaste a ver cuando le llevaba?”

“No, sólo escuché los gritos…

quebraron la noche, parecieron

relámpagos”

“Sí. La mezcla de la imagen y el sonido

lo hace todavía más tenebroso. ¿Podés

creer que no nos hayamos dado

cuenta?”

“¿Y cómo se suponía que íbamos a

saber? Hacía bastante no aparecía

206


ninguno, yo ya me había olvidado que

existían”

“Sí… yo también, pero no estuvo bien

que pase”

“Bueno, ¿ahora te vas a poner a

latiguearte? No digo que esté bueno,

pero ¿qué podemos hacer ahora?”

“Nada, no sé. Ir a revisar si está el

cuerpo capaz, enterrarle…”

“Ponele… Capaz porque a vos te llama

el oficio fúnebre”

Sam, de repente, se quedó callade. Sin

darme cuenta del todo, y menos aún a

207


tiempo, había podido sentir cómo mis

palabras le hacían recordar a Ani. Sólo

Sam y yo quedábamos de la ‘primera

camada’. Habíamos viajado todos,

todas, todes en el tren migrante, antes de

ser sólo nosotres. Y vimos morir une a

une las esperanzas de nuestro nuevo

reino, ‘nuestro propio cielo’ como le

decíamos al principio.

Quien esté del lado de dios nos podría

decir que nos lo teníamos merecido por

escapar tantas veces del infierno, pero

nosotres hicimos exégesis de nuestro

208


propio génesis: no hay vida sin muerte.

Y la transmutación de la materia es

completamente azarosa a nuestras

razones. Ni el deseo pudo salvarse de

esta forma de la revelación.

“Perdón, no quise que te pongas mal…”

“Sí, ya sé lo que vos pensás. Pero no

importa cuánta teoría de la muerte

puedas hacer, importa que te toque, y

que te entumezca”

Había muchas formas de ser crueles,

cualquiera sea el mundo, pero qué tan

jugade se puede estar para pelear en

209


medio de un falso instinto de

supervivencia. Sam empezó a sollozar

en el lugar, parade no más, casi al lado

de la puerta, completamente inmóvil.

Me acerqué para sacarle el

pasamontañas roñoso ese que usaba

para ocultar que casi nada le quedaba de

rostro, sólo los ojos y parte de una

mandíbula oxidada. Había empezado

también a desaparecer su cuello, y así lo

iba a ir haciendo todo.

Sabía que estaba enojade conmigo, sin

decirlo, porque a mí me había

210


empezado a desgarrar primero partes

que no se veían. ¿Qué es perder un

genital frente a perder la cara? y cómo

la ponderación de las partes no dejaba

de hacer un todo. Todo lo que es

perdible tiene un orden. Y, al final, todo

se pierde.

211


Día 29:

Mientras Emi sostenía a Sam entre sus

brazos, tal como lo había hecho durante

toda la tarde, llegó Andre.

“Ah, estaban acá” les dijo, queriendo

hacer como si no pasara nada, pero

sumándose al abrazo.

“Ya es casi de noche, ¿qué hacés acá?”

dijo Emi, pensando luego que tampoco

quería intimidarle. “Sentate si querés,

creo que tengo algo de comer por acá”

“Como Noah se fue, pensé en pasar a

visitar, pero fui de Sam y no estaba, así

212


que seguro estaban acá” contestó Andre

sin demasiado preámbulo.

“¿Y dónde está Noah?” atinó a

preguntar Sam, saliendo del sollozo a

un estado más bien alterado.

“Salió esta mañana a buscar raíces y no

le vi más. Vieron cómo es…”

Un silencio breve cortó el aire, sin

ninguna proporción entre el tiempo y su

intensidad. Los puntos suspensivos

fueron extensos y, a lo último, hicieron

estallar a Sam en un completo estado de

paranoia: “¡se fue a buscarle!”

213


“¿Vos decís?”

“Saben cómo es… no debe haber

soportado que pudiese estar ahí afuera y

no hacer nada”

“¿Y qué querés que hagamos

nosotres?” le preguntó Emi, con una

cordura (si no apatía) casi insostenible

en el contexto.

Cada quien guardaba sus propios

sentimientos en la escena y el collage

completo, en su disparidad, generaba un

aire repulsivo. “Mirá, como mínimo

esperarles con algo caliente” le contestó

214


Sam. Sin embargo, fue Andre quien se

animó a hacer la verdadera pregunta:

“¿Estarán con vida?”

Se callaron.

Hay ciertas evidencias a través de las

cuales la realidad se hace patente de un

modo grotesco y sin explicación alguna.

No sirven los argumentos que puedan

fundamentarla porque, simplemente,

desborda todo lenguaje. Acontece algo

que pareciera no tener nombre

alterando el todo y cada una de las

nimiedades cotidianas pueden ser

215


puestas en pausa ante su presencia,

aunque no demoren demasiado en

volver a funcionar con normalidad.

Cómo podía ser, sin embargo, que tres

personas juntas frente a lo mismo, una

cosa que rasgó el velo de lo real para

transformarlo, para volverse urgente,

sintiesen afectos tan distintos. Cómo se

trabaja la culpa de esa diferencia donde

nadie es, ni siquiera, responsable.

“Bueno, yo les voy a ir a buscar” agregó

Andre, “preparame algo para que les

lleve”

216


El resto del tiempo se trató de volver a

la tienda de Sam y buscar una suerte de

termito para llevar pócima caliente.

Andre no tenía reacción real al frío más

que una costumbre heredada de

abrigarse, pero llevaba puestos encima

los abrigos por las dudas, suponiendo

que se necesitaran. Casi no se podía

mover, porque, a pesar de que su cuerpo

no era humano, estaba sometido todavía

a algunas de esas reglas.

“Esperenme porque voy a volver, y voy

a intentar traerles”

217


Dicho esto, Sam sentía regodearse

internamente en el oficio que tanto Emi

le había criticado. Sin embargo, era

cierto que había mucho de ritual en

honrar la energía que muta. Aunque

habría que estar todo el tiempo

honrando ¿no? ¡Ah! pero la muerte es

tan evidente.

218


Día 30:

Andre arrancó a caminar por el desierto

como podía, hasta el hartazgo de ropa.

Nunca se había imaginado alejarse, y no

porque no pudiera, sino porque los

recuerdos de lo (im)posible quedan tan

grabados en la carne, tanto que, aun

cuando se vuelven posibles, se descree

de ellos.

El cielo volvía a teñirse de manto

celeste. La oscuridad hacía todo más

hermoso en esa tierra. De noche sí se

veía movimiento, en parte de pequeñas

219


criaturas divagando, pero otro tanto de

diminutas esquelas volviéndose

caparazones del viento.

No sentía más miedo que el de

encontrarles sin vida y no estaba segure

de volver si realmente era así, aunque lo

hubiese dicho. ¿Junto a quiénes es

posible sostener la vida? Y más aún:

¿junto a quiénes es deseable?

Elles estaban alojades a la intemperie en

una explanada. El viento soplaba

agreste y daba de lleno en esa parte.

Cada vez hacía más frío. Noah sentía

220


que tarde o temprano no iba a poder

resistir más, y no se animaba a desalojar

de su envoltorio al cuerpo, o al cadáver.

Andre caminaba a la deriva sin ver más

que lo que la noche le permitía mientras

la tierra se arremolinaba en sus ojos. El

desierto parecía un hermoso lugar para

morir, volverse arena como el tiempo.

Avanzó por un largo rato, tanto que la

idea de progreso se volvía inútil, ¿de

qué servía ‘avanzar’ sin saber a dónde

se estaba yendo? Bien podría haber sido

retroceder, o perderse.

221


Las estrellas fugaces parecían querer

alumbrarle el camino, había una

revolución en el cielo esa noche. Las

llamaradas celestes no cesaban su fuego

fatuo. Pero también hubo algo que no

era precisamente una estrella. Apenas

una sombra abrillantada, como era

antaño el glitter, densa, contra la luz que

derrochaba el firmamento.

La aparición parecía apuntar en

dirección noroeste. Era como una de las

cartas que había visto en el mazo de

Sam y eso le causaba un poco de gracia

222


entre tanta desidia. Por eso le hizo caso

y orientó el rumbo hacia ese lado, ¿qué

más podía hacer que seguir esa vaga

confianza de tener un sentido, al menos

provisorio?

Demoró bastante, pero de lejos pudo

distinguir una sombra aún más densa

que la que le guiaba: una verdadera

sombra. Supo de inmediato, tanto como

se puede saber con la intuición, que ahí

estaban, con o sin vida. Y, por suerte,

allí donde se intuye, hay pistas.

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Unas pequeñas pintas azuladas le

hacían pensar que Noah aguardaba ahí,

esperando que pase un milagro. Y

ambes sabían que los milagros no

pasaban, que lo que pasaban eran cosas.

Comenzó a correr, y corrió igual que

como elle había corrido la vez primera

frente al envoltorio. El ciclo volvía a

repetirse: el apuro, la explanada, la

muerte. La naturaleza buscaba en elles

una ley universal errando.

Andre llegaba, creía ver algo sin ver

nada. Las telas, el envoltorio, el miedo.

224


Quería saber qué había pasado, quería

por fin dejarlo claro, pero la historia

parecía querer mantenerse en secreto.

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