Galaxia Inmediata
La posibilidad de escapar de la Tierra es un hecho, sin embargo, nadie puede predecir lo que va a suceder en este nuevo afuera. Una historia que usa sus personajes para contarse mientras elles le arrebatan su protagonismo: matar o morir.
La posibilidad de escapar de la Tierra es un hecho, sin embargo, nadie puede predecir lo que va a suceder en este nuevo afuera.
Una historia que usa sus personajes para contarse mientras elles le arrebatan su protagonismo: matar o morir.
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C
@carlipradoa
Día 1:
No había pensado en escribir hasta que tuvimos que hacer una
parada inesperada al entrar en la segunda órbita. Creí que iba a
ser sencillo, tan sencillo como subir al tren migrante y ya. Que
íbamos a llegar en 14 días como aseguraba la agencia terrestre,
que la forma de medir el tiempo iba a ser la misma hasta que
llegásemos a destino. Sin embargo, ya para el segundo atardecer
todo parecía desfigurarse y perder sentido. Ahora que frenamos
ni siquiera sé qué día es. Quizá no importe. Le voy a decir día 1
y, con un poco de suerte, voy a poder hacer como si todo
comenzase de nuevo.
Mientras escribía esto, dejaron caer en cada asiento la máscara de
oxígeno de manera preventiva, por si el arreglo demoraba más de
lo previsto. Eso generó un poco de pánico innecesario, pero cada
quien podía pegar la nariz al vidrio para corroborar que se estaba
trabajando en la reparación de la nave y eso daba una confusa
sensación de seguridad. Nadie podía asegurarnos cuánto íbamos
a estar varades, pero ese rastro de mano de obra barata parecía
consuelo suficiente.
La gente que se dedicaba a arreglar las máquinas no era terrestre,
pero tampoco podía asegurar que fuesen tan distintos a nosotres.
Era su trabajo, pero también su casa. El tren migrante no sólo se
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@carlipradoa
dedicaba a viajar hasta la Tierra sino que también era una suerte
de motor home gigante, con la única condición de no poder
volver. Nadie subía dos veces, salvo que estuviese decidido a
trabajar ahí hasta la próxima parada. Y no cobraban entrada, pero
tampoco se podía subir con más de un bolso, y del tamaño que
soporte a cuestas el propio cuerpo.
Casi nadie podía viajar en esas condiciones, algunes por no querer
dejar sus cosas y otres por no poder, por no poder dejarlas o por
no poder cargarlas a cuestas. Era injusto y, a la vez, tan difícil de
pensar. Tampoco es que nuestro planeta sea de lo más justo, sin
embargo, parecía que acá, en el fondo, estaba en juego otra cosa.
Las mascarillas colgaban y se balanceaban como hamacas
terroríficas mientras esperábamos. El vagón iba casi lleno. Había
mucha gente, demasiada. Algunas personas todavía lloraban la
despedida. Era realmente triste si lo pensabas. Huir de un planeta
devastado, abandonar no sólo el trabajo de toda una vida sino a
quienes no podían acceder al viaje. Muches se quedaron por eso,
por no poder salvarse a costa de ese abandono. No sé si le puedo
llamar instinto de supervivencia, sería cruel y estúpido escudarse
en un concepto que de fondo esconde una naturaleza tan oxidada.
Nos salvamos el pellejo, o lo intentamos. De todas maneras,
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@carlipradoa
estamos varades acá y, si no nos movemos pronto, el oxígeno no
va a alcanzar para que todes podamos respirar.
Creo que tengo sueño.
Día 2:
Mercurio nos hace sombra, ¿cómo se lee una carta astral desde el
espacio?
Yo diría que es de noche, pero no sé si aplica. Tampoco sé si
dormí lo suficiente. Siento el cuerpo cansado, pero no como
cuando te duelen hasta los huesos, cada musculito reclamando su
presencia, sino como si doliese de tan amorfo. Como si, en
cualquier momento, pudiese fugarme, como si fuese una botella
flexible tratando de sostener un gas entre sus bordes. Pero una
botella a punto de explotar.
Yo estiraba la mano y, a tientas, sentía su espalda acomodada para
dormir en el asiento de al lado. Era lindo saber que estaba ahí, que
había accedido a hacer este viaje. Les humanes generamos mucho
calor, les extraterrestres lo saben, y nos reconocen por ello. El
clima de la nave era bajo en general, “bajo” para lo que estábamos
acostumbrades, sin embargo, su cuerpo me daba ese chispazo que
me hacía sentir con vida, aun cuando la vida fuese mil cosas más
que calor. De todas maneras, se sentía extraño. No sabía si era
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@carlipradoa
efecto de la falta de oxígeno o un engaño de la poca consciencia
que me quedaba.
Entreabrí un ojo, para ver si había pasado algo, y me encontré con
una suerte de centella alargada que viajaba en ese asiento donde
la imaginaba durmiendo. Quizá tocar su cuerpo efectivamente me
hubiese quemado todo el brazo, pero a una distancia prudente se
sentía igual que el calorcito de estar al lado de ella. Los sentidos
nos engañan, no soy quien primero lo dice, pero cuánto me
engañaba el amor en forma de metáfora, con esa facilidad que
tiene para mutarse, y para ser el mismo. Para ser idéntico,
polimorfo en su soberanía e igualmente tirano.
Pensar qué estaría haciendo ella en la Tierra no iba a cambiar
nada, ni siquiera teníamos forma de comunicarnos. Era una
especie de muerte muy profana. No había forma de armar un
diccionario nuevo del afecto. Nos quisimos como pudimos, y no
siempre poder es querer. Parecía que al menos había dormido lo
suficiente como para que arreglen las dificultades, de a poco el
vagón comenzaba a moverse. Tampoco sabía el tiempo que
íbamos a tardar en llegar. De hecho, ni siquiera sabía a dónde
estaba yendo.
La centella parecía estarme mirando sin que me dé cuenta
mientras yo divagaba. No tenía forma de hablarle, ni de saber
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@carlipradoa
realmente si me estaba mirando. No tenía ojos, al menos no ojos
humanos, ¿y cómo podría tenerlos? Creo que estoy un poco harte
de buscar similitudes en todos lados, como si no pudiese vivir sin
reforzar siempre ‘lo mismo’.
Me voy a poner un rato la maldita mascarilla de oxígeno, temo
estar alucinando.
Día 3:
Ni siquiera escribir me va a salvar, porque no tengo forma de
medir si el día 1 es distinto al 3. Parece que avanzamos, pero, al
mismo tiempo, todo a nuestro alrededor se mueve
constantemente. ¿Cuánta falta me hacen las coordenadas?
Sigo con la máscara puesta, aunque no haga falta, aunque el resto
no se la ponga. Me siento como cuando abrís el paraguas antes de
tiempo en plena peatonal córdoba, dejando el miedo quedara en
evidencia, o la ansiedad, o cierta incapacidad que tengo para
esperar que las cosas exploten o llueva. Como si quisiera de ante
mano estar preparade para todo: para las despedidas, para los
desamores, para las hojas que un alumno prende fuego en el
medio del aula, para los poemas que me dejan sin aliento. A veces
sospecho que quisiera medir hasta el nivel cúbico de oxígeno que
respiro en el aire.
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@carlipradoa
Me miraba, estoy segure. Me miraba. La centella me miraba,
aunque no tuviese ojos. Me miraba, aunque no tuviese ojos como
los míos, o no me miraba, pero entraba en contacto. ¿Cuándo el
lenguaje es suficiente para describir un fenómeno?
La centella estaba ahí, al lado, y me charlaba en su lengua plagada
de silencios. ¿Cuáles son las formas posibles del contacto con lo
desconocido? Me invitaba a un nuevo modo de acercar los
cuerpos, esas masas dispersas. Me llamaba por un nombre que
inventaba para mí como un gruñido y yo aceptaba sin saberlo en
la diáspora de un lógos inútil. Tenía que abandonarme al abismo
de ser descubierte por un sentir que no era el mío, aun cuando en
lo más ínfimo de la sensación pareciera que el propio sentir
habilitaba el terreno de lo extraño.
Es muy difícil inventar un mundo y tratar de entenderlo. Había
que abandonarse, pero abandonarse en un sentido único: dejarse
experimentar, sin ser un experimento, sin habilitar el sesgo
positivo, sin volverse colonia, sin ceder las pasiones alegres, pero
sí ceder-se, abrirse al espacio de la construcción de una nueva
forma de comprender lo que soy en este mundo, este otro mundo,
que quizá invento bajo la forma de la representación, o que quizá
sea ‘cierto’.
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@carlipradoa
Me miraba y cómo explicar que lo hacía, sin ojos, sin lenguaje
común, sin gilada, sin previo aviso, sin acuerdo. Sin saber qué
era, diciéndole centella, nombrándola sin nombre, diciendo que
ahí estaba, y que me estaba mirando.
La nave aterriza. Creo que llegamos.
Día 4:
No sabía dónde estaba, aunque fuese una obviedad.
La estación donde paramos estaba construida igual que como si
estuviésemos en la Tierra, muy parecida. Eso lo hacía aún más
confuso. Pero no tenía horarios, no había números, ni fechas. Es
como si cada quien supiese qué tren iba a tomar, rarísimo.
Tenía todo el piso cubierto de mosaicos blanco, lustrados como
en las películas yanquis, y enormes caparazones de relojes sin
manijas. No era como una terminal de pueblo, con olor a meada
y caca en los baños, y bancos de madera despintados donde nunca
estabas del todo segure de querer sentarte. Era más bien como si
hubiese una estética de la reconstrucción humana lavándole la
cara a la especie.
Bajando del tren cada quien cargaba su bolso, aunque algunes
viajan sin llevar nada. Realmente no bajó casi nadie, parecía que
se podía seguir.
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@carlipradoa
“Si al menos supiese a dónde ir” pensé. No había carteles, no
había nada más que un espacio tan parecido a la realidad que
parecía ficticio, completamente maquetado para recibir gente
humana y hacerla creer que estaba en una película.
Me senté en el piso, contra una columna enorme e igualmente
blanca. Parecía como si no existiese otro color que ese más que
en el cielo. Pero eso lo pensé sin mirarlo realmente, porque al
alzar la vista me di cuenta que no se veía. Había una enorme
cúpula, como la de miguel ángel, quizá para mantener la
temperatura y la densidad del aire, o de pura vanagloria terrícola.
Esa imagen me resultaba entre grosera y nefasta. Yo que
pretendía algo así como la selva universal, algo inhóspito y
desértico, pretendiendo a priori que me la iba a bancar, me
encontraba con un piso encerado, impolutamente blanco, como
de hospital, sin relojes, sin carteles, sin ordenes, sin cosas para
hacer, con un bolso con ropa y un par de libros, los que me habían
entrado.
Era insoportable que sea tan parecido, aun cuando lo que viniese
a hacer no tuviese nada que ver con nuestro planeta. Era
insoportable que los baños tengan papel higiénico del blandito,
como si mi aventura galáctica se hubiese vuelto de juguete.
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@carlipradoa
Alguien en la otra punta de la estación se estaba armando un
tabaco. Parecía bastante humane, así que pensé en ir hablarle.
Jamás en la vida imaginé que iba a reivindicar ese criterio
taxonómico, pero quería fumar. Y capaz, sólo capaz, hablar con
alguien.
“Hola, ¿me convidás una seca?” le dije mientras pensaba por qué
bosta me había ido de la Tierra para ponerme a hacer lo mismo
que hacía en los boliches. El ciclo se reproduce a costa de
escenarios.
Mientras yo pensaba esto, levantó la vista para mirarme con cierto
desatino, dándomelo para que lo arranque.
Sin decir demasiado, nos quedamos fumando juntes. Apenas una
compañía de terminal cósmica. Parecía como si no nos
quisiésemos interrumpir de hacer nada. Pero, después de un rato,
y con cierta ingenuidad premeditada, me tiró un “¿venderán
tabaco acá?” y nos empezamos a reír como si la cantidad de
información posible que escondía esa pregunta fuese un mar en el
que nos sumergíamos sin ropa, en medio de códigos inexplorados,
como corales, con los que jugaban nuestras miradas a la par de
descubrirnos en pleno desconocimiento.
Había tirado en el piso una mantita que llevaba en la que
estuvimos alojades todo eso que llamaríamos la tarde. Tenía unos
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@carlipradoa
ojos marrones y muy chiquititos, como si cargasen la costumbre
de estar más bien cerrados. No sé si era que me había gustando o
que no había nadie más con forma humana en andá a saber
cuántos kilómetros a la redonda.
¿Sería capaz de desear algo que no me recordase a la vieja
normalidad?
Día 5:
Una dosis de amor entre tanta tragedia no me venía mal. Aunque
quizá decirle amor suene grotesco y exagerado. Poder charlar,
fumarse un cigarro, no hacer ni mierda en algún planeta o
asteroide del cual no tenemos conocimiento… si eso era amor,
cualquier cosa lo podía ser. Podría llamarle afectación, más bien.
Ganas de compartir por un rato esta existencia miserable.
Tenía la sospecha de que una parte de mí estaba pendiente de
reinventar el gran castillo de la promesa infinita, eso o, al menos,
una estructura similar a las casitas de muñecas esas que se
compraban mis primas y me regalaban al hartarse de usarlas.
Pero, por otra parte, ansiaba transformar esta forma patente de
ruptura como si fuese un trampolín a partir del cual me permitiese
otras formas de vinculación posible.
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@carlipradoa
Sin embargo, a veces funciona así, ¿no? Sentir que alguien estira
su mano por una porosa bruma y nos invita a saltar, como si fuese
magia, como si se pudiese así, sin más, cambiarlo todo,
desarraigarse del lastre de las expectativas. Pero nada sigue como
empieza, porque las dimensiones de lo espontaneo se trastocan, y
querer cualquier tipo de garantía es señal de cierta debilidad
interna, de un cierto miedo, de un anhelo de paz perpetua o de
mentira.
Estuvimos tirades en la mantita y miramos pasar por un largo
tiempo cada uno de los trenes migrantes. Era laboriosa la tarea de
hacerlos funcionar y de que parezcan siempre nuevos. No porque
sean muy lujosos sino porque siempre estaban en buen estado. Y
en ellos viajaban extraterrestres de todo tipo, algunes parecides a
ciertos animales terrícolas y otres completamente informes.
Masas de gas comprimida, centellas más y menos brillantes,
núcleos con extremidades que parecían dibujadas. Había de todo.
Aunque, de un momento a otro, dejaron de llegar todos los trenes
y la estación se apagó.
Nos dejaron en plena penumbra, o bueno, no nos lo hicieron
especialmente a nosotres, pero de todas maneras estábamos en
esa. Sólo llegábamos a divisar el chasquido del fuego y apenas la
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@carlipradoa
estelita de humo que largaban los puchos. Le pusimos de nombre
‘noche’, nada muy original.
En plena oscuridad sólo se podía distinguir que en el medio del
salón había un reloj gigante, también muy de película, con su
armatoste dorado de caja de televisor antiguo. Sin número ni
nada, con el fondo blanco y un punto en el centro por donde
debería pasar el pendorcho de las agujas. En fin, era muy
llamativo y su sola presencia ahí me molestaba. Parecía inútil y
de mal gusto. Pero, después de un rato de haber estado a oscuras
y casi cuando nos estábamos por dormir, se prendió, simulando
una pantalla con apenas brillo, una suerte de farolito de mesita de
luz. Nos dio un poco de miedo.
Y por ‘nos dio’ quiero decir que ‘me’ dio, pero siempre queda
más lindo atribuirle también a otre lo que a une le pasa. Es un
mecanismo psicológico que alguna vez iba a tener que investigar,
pero, por lo pronto, tenía mucho miedo al ver que la estación se
iba llenando de una luz tenue, como si fuese neblina.
Sin darme cuenta, mientras yo me apabullaba, mi acompañante
iba juntando sus cosas, tanto que sólo le faltaba la manta sobre la
cual estaba yo sentade.
“¿Venís o te quedás?” me dijo.
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@carlipradoa
Yo no entendía nada. Nada. Pero me paré para que pueda guardar
la manta.
“Tenés el equivalente a media hora, aunque igual no creo que lo
puedas calcular” dijo.
Día 6:
Mi vida estaba en juego y yo, mientras tanto, me demoraba
preguntándome si existía el amor y de cuán diversos modos lo
hacía. A veces me sorprendía mi incapacidad de reaccionar ante
los acontecimientos del mundo. Y, mientras tanto, le seguía los
pasos sin pensarlo. Siempre hago lo mismo: pienso todo
demasiado o muy poco.
Le seguí porque tenía tabaco, pero también por miedo, y por
hambre. Por no saber qué iba a pasar en esa estación. Habíamos
estado sobreviviendo a galletitas toda la tarde y, tengo que
admitirlo, con cierta ingenuidad al no haber pensado qué íbamos
a hacer si seguíamos durante mucho tiempo más en la estación.
En realidad, elle ya debía haber sabido que esto iba a pasar. Creo
que este es otro de los defectos de crear un plural inexistente: sólo
yo estaba perdide.
El televisor, que tan inútil me había parecido, no era sino más que
un pequeño portal que largaba un humo espeluznante. Y lo
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largaba a borbotones, como los calderos viejos de las películas de
brujas.
Se cruzaba sin mayor esfuerzo. Nada de túneles de colores, ni
desvanecimiento físico, simplemente era como atravesar una
puerta chiquita. Todo lo que iba sucediendo desde que empezó mi
viaje era similar a un mundo fantástico, pero imaginado por un
académico. Como si a Alicia en el país de las maravillas la
hubiese querido escribir un abogado.
Del otro lado del tele había una estación real, no menos pituca,
pero con circulación de gente y salida al exterior.
“Las estaciones que dan directamente a los trenes son como
trampas” me dijo, notando mi desconcierto. “Están hechas para
poner a prueba a quienes llegan. Menos mal que no saliste
disparade, afuera de ellas no hay dotación de aire”.
Yo realmente no me había quedado ahí más que por verle a punto
de fumar. “Aunque eso, en realidad, es sólo un problema para les
humanes, porque, además, buscan encontrar un lugar como la
Tierra en cualquier lado” seguía diciendo.
Era un poco incómodo que lo dijese así, sin más, porque describía
bastante lo que me estaba pasando. No era capaz de imaginar otra
vida. Toda esta aventura era fundamentalmente una huida, no
tanto una nueva oportunidad. Es cierto que quería otra cosa, pero
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en realidad no la estaba imaginando, simplemente quería salir de
un planeta en llamas. Creo que por primera vez me llamé al
silencio.
Esta terminal tenía la misma cúpula que la anterior, o bastante
parecida. Yo intuía que eso era parte de lo que permitía que
estemos ahí, al menos yo. Al fin y al cabo, no llegaba a estar
segure de que fuese humane con todo lo que había dicho, aunque
lo parecía un montón. Digo, ¿algo estará mal en mi definición de
‘humane’?
“Tomá” me dijo, interrumpiendo mis pensamientos, “ponete esto
para poder salir” y me acercó con la mano un inyectable, como
una dosis de insulina o algo así. Y, aunque los pinchazos me
generaban cierta nausea, me lo pidió con tanta seguridad que
debía de ser necesario.
Día 7:
Antes de terminar de vaciar la jeringa ya empecé a ver cómo un
montón de seres se me agolpaban alrededor, dejándome sin aire.
Pero de eso no habían tenido la culpa elles, sólo que todavía no lo
podía saber.
Me desperté en una suerte de tienda de campaña.
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@carlipradoa
Aunque tenía forma de carpa, estaba hecha más bien de sábanas,
como esas casitas que armábamos de chiques con las sillas del
comedor.
Me costaba un montón respirar y sentía algo enchufado en la zona
lumbar, como si todo el tiempo me estuviesen poniendo una
epidural. Sin embargo, tenía muchísima hambre, lo cual es
bastante raro cuando te sentís enferme. ¿Cuánto había pasado
desde lo del televisor? Yo sabía que la escritura no me iba a poder
salvar de no saber qué día era, porque podrá contra el tiempo, pero
no puede contra los relojes.
“Ponete esto para poder salir” recordaba. ¿Qué me hizo hacer?
Traté de salir afuera, pero no pude. Todavía estaba débil, así que
me quedé tirade en una suerte de sillón-cama por un rato. La
panza me hacía ruido, y dolía. Se escuchaba soplar mucho viento
y cierto carraspeo, como de arena. Hacía calor, mucho calor.
Parecía ser la siesta, ese momento inútil del día, donde sólo la
naturaleza y sus bichos se hacen presentes.
En el pueblo de mi infancia era tenebroso escuchar los ruidos de
esa hora, que además habilitaban todo tipo de historias policíacas,
como las del viejo de la bolsa o la solapa. La siesta era una hora
prohibida, y acá estaba pasando algo parecido. Las sábanas
dejaban entrar una luz tenue, hasta agradable, pero si le sumabas
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@carlipradoa
el calor que hacía se generaba una suerte de efecto invernadero
insoportable. Me sentía levemente encerrade, a pesar de que ni
siquiera había una puerta. Mi cuerpo todavía no estaba dando
respuesta, al menos a mi mente. Cogito ergo algo debe estar
funcionando, pero no como yo quería.
En algún momento me dormí, a pesar de estar jadeando. Soñaba
un mar en el que había muchos locales de ropa, como si fuese Mar
del Plata, pero de la playa para adentro. Nos llevaban en una
combi, subacuática, por supuesto. Y nos iban dejando en distintos
lugares. En pleno viaje, discutíamos por dónde sentarnos a comer.
A mí me parecía que todo en ese lugar iba a ser más caro de lo
que podía pagar. Los platos más selectos eran de mariscos, lo
cual, en el contexto, parecía parricida, y creo que terminé
comiendo un sánguche de champiñones gigantes. Cosas que
pasan en los sueños. Pero, mientras tanto, la mezcla de
traspiración y mar, lo salado y la deshidratación, el calor y el agua
me generaban una angustia física que no sabía a qué orden de las
realidades pertenecía. De a poco, pero cada vez más, sentía como
si me estuviese ahogando, como si lentamente me fuese imposible
respirar.
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@carlipradoa
Me despertó un pinchazo en la pierna, otro inyectable como el de
la terminal. Alguien ahí me estaba cuidando, o queriendo
matarme para siempre.
Día 8:
La bocanada de aire más grande de mi vida me hizo nacer de
nuevo.
“Noah, vení, ¡se despertó!” escuché decir. Estaba intentando dejar
de querer entender las cosas que pasaban, abandonarme a pensar
que nada de esto tenía sentido.
Alguien vino corriendo y, al entrar, me abrazó con fuerza. Mi
cuerpo inmóvil recibía el gesto, mientras sentía que hacía
demasiado tiempo que nadie me abrazaba, que nadie me tocaba
siquiera. Quien había conocido en la estación parecía llamarse
Noah y, por alguna razón, estaba muy emocionade de que yo haya
despertado.
Todavía tenía algunas partes del cuerpo entumecidas, pero ya no
sentía dolor. Y me pude despojar del abrazo recién cuando
apareció de costado un plato de comida con pinta de sopa. No sé
bien qué tenía, estaba bastante horrible. “Te vas a tener que
acostumbrar” me dijeron. Se me debía haber notado en la cara.
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@carlipradoa
A pesar de toda la tensión que había en el ambiente, y de lo poco
que podía pensar, se notaba que ambes estaban tan alegres como
preocupades de que esté ahí, y que esa casa improvisada estaba
transida por niveles altísimos de afinidad. Todo era de colores
entre amarillos y marrones, y cada una de las baratijas que tenían
parecía sacada de un documental sobre las pirámides. Recién
después de un rato fui recuperando el resto de los sentidos, la
mezcla de aromas entre romero y palosanto que flotaba en el aire,
lo suave de la camita donde estaba. Despacio me pude sentar,
apenas mareade.
“Hola, soy Andre” dijo una voz mientras yo sólo veía una mano
estirándose de frente. Alcé la vista, era quien me clavó la jeringa.
“Ah, hola” le dije, sin demasiado aplauso. Se sonrió. Parecía
sumamente amable. Tenía los ojos como si estuviesen hechos de
miel cobriza, y manchas en la piel, como si la tuviese quemada, o
fuese un tigre.
Se dio cuenta que le estaba mirando, “otro día te cuento, si
querés”. Yo me sonreí impaciente, creo que me dio vergüenza.
Realmente tenía ganas de hablarle, pero el cuerpo no me
respondía. Como si un cansancio inacabable me invadiese cada
vez que quería hacer algún movimiento.
“¿Cómo te sentís?”
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@carlipradoa
“Creo que bien, ya no me duele, pero no me siento igual que
antes”
“Y.… no creo que lo vayas a hacer”
¿Sabía lo que me habían hecho o era una suerte de experimento?
Pero, principalmente, ¿qué me habían hecho? Esa sabanita que
cubría la tienda no parecía tener forma de acondicionar el aire, ¿o
los demás planetas también contaban con oxígeno? La cabeza me
daba unas puntadas terribles cuando trataba de pensar, a pesar de
que creía con ferocidad que estaba intentando no cuestionarme
más nada.
“Lo importante es que te relajes, hasta que te adaptes”
Sus intentos de consolarme no me estaban sirviendo, y la palabra
‘adaptación’ me daba un poco de miedo, además de sonarme a
teoría darwinista.
Era difícil recordar cómo se sentía antes del dolor. Hay un antes
y un después de los quiebres, de los quiebres grandes. La vida
toda se trastoca cuando esto pasa, aunque seguramente la
normalidad se vuelva a instaurar con otra excusa.
¿Cómo olvidar lo que tampoco se recuerda?
Día 9:
Volví a escribir, tratando de dejar registro del proceso.
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@carlipradoa
Fuera de la tienda había otras tiendas, todas similares. Parecían
una pijamada gigante. Me agradaba bastante esa idea, daba la
sensación de estar jugando. Santa ficción. Sin embargo, el suelo
era árido a más no poder y, cuando empezaba a bajar el viento
lunar, decían que había que meterse adentro sí o sí.
La comida era bastante asquerosa a pesar de estar basada en
tubérculos que parecían las mil formas de la papa creciendo
debajo de la tierra, protegidos de la atrocidad del sol, pero
preparaban unos brebajes que lo valían todo, porque, de la misma
forma, nacían raíces completamente inexistentes en la Tierra.
Crecía un mundo bajo nuestros pies que elles eran capaces de
desenterrar cuidadosamente, como si lo mismo pudiesen lastimar
que curar.
Yo todavía no podía hacer ejercicio, pero veía la rutina que
llevaban todos los días. Cada quien sacaba de la huerta común lo
que necesitaba y compartía el excedente. Sólo las pócimas
estaban a cargo de alguien en particular, quien socializaba el
oficio cada vez que la luna empezaba a hacer sombra.
Aunque tenían una vida a medias nocturna, por el poco tiempo
que estaba el sol encima, yo me dedicaba casi todo el período
solar a observar los modos en que existían Noah y Andre. Todavía
no había entrado en contacto con les otres, pero todes parecían
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@carlipradoa
completamente autarquiques, y aun así encontraban formas de
trazar planes comunes.
“Cuando te recuperes te vamos a enseñar cómo se sacan los
anicotes” me decía Andre desde algo así como la cocina, que no
era más que una división de altura en el piso, atente a cómo estaba
mirando la huerta. Era muy perceptive, y cualquier excusa le
venía bien para entablar diálogo. Noah era más distante, o, en todo
caso, más callade.
Me gustaba asomarme a la puerta como las viejas, de a poco sentía
cómo las piernas empezaban a funcionar de vuelta. Une no tiene
demasiada noción de lo que puede el cuerpo hasta que no se lo
rompe, total o parcialmente. Sobre todo con las extremidades. Es
como acostumbrarse a dormir con el aire acondicionado, y perdón
por lo bruto de la comparación.
Así y todo, el espectáculo de ese cielo era maravilloso. De día el
sol quemaba casi todo el espectro, dejando por completo un rastro
más bien amarillento, como desteñido. Eso me hacía pensar que
le estábamos bastante más cerca que en la Tierra. Ah pero de
noche, aunque el frío y el viento amenazaban con matarte, el
manto negro se cubría de miles de millones de partículas
luminosas. Las había más claras y más oscuras, como si fuesen
obsidianas con apenas un filo de luz en su costado. La vía láctea
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@carlipradoa
se describía perfecta: un trazo de pincel descamado coloreando
cada punto a lo largo. Y no es que no hubiese estrellas fuera de
ella, pero era tan impactante lo atiborrada que estaba que era muy
difícil prestarles atención a las nimiedades. Las solitarias, les
llamaban a esas que se salían del trazo grueso, pero yo estaba
segure que tenían su propia manada invisible.
Me sentía en el más puro estado de contemplación. El universo
entero para mí que, aunque rearmando mi máquina, me disponía
con sensualidad a observarle todos los rincones. “¿Se verá la
Tierra desde acá?” me escuché decirle a Andre, y capaz también
a Noah, sin medir que esas palabras salieran de mi boca. Se
empezaron a reír y, certera como daga, desde su silencio, Noah
me vino a preguntar: ¿qué pasa, la extrañás?
Día 10:
Cuando creyeron que estaba lo suficientemente bien, me
enseñaron cuáles eran las medidas para salir a buscar comida a la
huerta. Y decían ‘huerta’ como quién dice… Y también un poco
de por qué parte de la vida era nocturna, lo cual tenía que ver con
eso. Por ejemplo, algunas de las raíces más importantes sólo se
abrían cuando estaban en contacto directo con la luna. Sin
embargo, no estaba bueno para nosotres estar demasiado
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@carlipradoa
expuestes. Hasta entonces no lo sabía, ni podría habérmelo
imaginado, pero en este astro teníamos depredadores. Eso quizá
explicaba las rutinas de entrenamiento que les veía hacer durante
la noche diurna y también que no me dejasen salir hasta no
recuperar la movilidad por completo.
Me contaron que, en realidad, no éramos presas ‘naturales’, pero
que los vísceros, al darse cuenta que nuestros cuerpos
concentraban gran cantidad de agua en medio de un desierto,
empezaron a atacarnos, alterando la cadena trófica. Ellos no
podían consumir las raíces en el estado en que las encontraban y,
a diferencia de nosotres, no podían prepararlas para comerlas.
Básicamente estábamos atrapades entre un sol abrazador, una
luna gélida y bichos pendientes de degollarnos. Muy alentador.
Sin embargo, en general no había bandadas cerca, más bien
venían cuando tenían hambre por falta de algunos otros animales,
o algo así. Pero no por eso podíamos darnos el lujo de perder a
alguien. Todes quienes salían tenían que estar en condiciones,
porque además eran quienes ayudaban a abastecer a quienes no
podían. Había una gran consciencia de cuidado colectivo, aunque
eso significara exponerse.
También decían que era la época húmeda, así que había menos
riesgo. Y por húmeda querían decir que era menos seca, no que
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@carlipradoa
en realidad hubiese agua. Las raíces eran las únicas que llegaban
hasta las napas profundas y transportaban su caudal por debajo
del suelo. A su vez, los anicotes eran los más fáciles de sacar,
porque estaban más cerca de la superficie y requerían menos
cuidado. Eran como una yuca flaca, pero más peluda. En sí no
eran ‘una raíz’ pero formaban parte del recorrido, deviniendo más
bien un tubérculo. Con la piel se hacían las sopas y con el jugo
algunas de las pócimas.
Parecía chiste, pero una vez que los desenterrabas y devolvías la
tierra, tenías que masajearlos a la luz de la luna por la parte más
gruesa para que ablandara. De otra forma, no largaba el jugo, que
era lo más importante. Esa noche sacamos como diez, que era el
máximo que se proponían sacar para dar tiempo de que se
recomponga.
Nunca había visto a Noah debajo de esa luz, los lunares le
brillaban como si fuesen estrellas. Parecía como si de las alturas
se hubiese caído un pedazo de cielo raso. Y también se veía la
fuerza que tenía en los brazos, y el nivel de destreza que
manejaba. Era lo más parecido a una amazona intergaláctica que
hubiese podido imaginar nunca.
Pensar que ese día en la terminal había sido una casualidad me
costaba, quería creer que, si existía algo, debía ser una causalidad.
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@carlipradoa
De repente, Andre le abrazó por la espalda haciéndole girar y se
besaron. Así, con las manos llenas de tierra, ensuciándose. Con la
confianza de no poder ser depredades, bajo la luna. Ahí donde el
sol nunca les hubiese permitido estar, cunas de la noche.
Los lunares dejaron de brillarle, como si se le hubiese acabo toda
la energía de un saque. Me hicieron señas para que vayamos
volviendo.
Al rato levanté fiebre. Esperaba que no me vuelvan a inyectar.
Día 11:
Me desperté gritando de una pesadilla en la que no paraban de
clavarme agujas.
Andre estaba al lado mío esperando que me levante y me abrazó
enseguida diciéndome que ya no me iban a volver a inyectar, que
ya estaba. Lloré. Lloré de verdad por primera vez en todo el viaje,
por encima de algún que otro sollozo. Lloré a moco tendido. Lloré
como cuando le tenés miedo a la muerte porque se te hace patente.
Lloré por extrañarla, y por extrañar mi mundo de mierda, aunque
fuese horrible. Porque extrañar se puede extrañar cualquier cosa,
hasta lo insensato.
Después de un rato se me pasó y, en todo el trayecto, Andre me
estuvo secundando. “No tenés las funciones cardiovasculares
26
@carlipradoa
resueltas” me dijo, “eso lleva más tiempo”. Le ignoré como si no
me importara, aunque en realidad era no haberle entendido, ni
tener ganas de hacerlo. Mientras tanto, me sostenía como si fuese
un bebé.
Debía ser de noche porque su calor me apañaba, de día hubiese
sido un tanto insoportable. Quizá ni siquiera había pasado tanto
tiempo desde la fiebre. “Mirame” me dijo, como sacándome de
mis anticipaciones, y se acercó tanto a mi cara que hasta llegó a
rozarme los labios.
Le devolví el gesto, sintiendo que le estaba siendo infiel a todos
mis razonamientos. Era tan delicioso dejarse descolocar del
medio de una cadena de pensamientos. Cuando dos bocas que se
esperaban se juntan, toda la piel de la cara genera cosquillas,
como si fuese electricidad. Había una físico-química escondida
en el beso. No sabía quién era, pero me hacía tanta falta ese
contacto, las lenguas que bailan compases y contagian recovecos.
¡Hace cuánto no me pasaba! Olvidarme que los cuerpos se pueden
besar por muchos lados.
Me animé a sentir su espalda transpirada y le acerqué sobre mí.
Cómo imaginar un mejor oleaje que cuando se es la orilla. Nada
es símbolo de quietud en medio de un trance. Las piernas se
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@carlipradoa
habían multiplicado, eran cuatro. Se volvía a reunir el andrógino
de los mitos.
No había fiebre, había fuego en la noche helada. Y no hubo ceniza
sino más bien la templanza de una efervescencia. Andre se deslizó
de costado sin caerse y dormimos así, abrazades.
En algún momento se hizo de día y la temperatura comenzó a
elevarse, mientras descubría que había dos tipos de transpiración
y justo esta era la que no me gustaba.
Cuando pude entreabrir un ojo, ya se había levantado. A mí me
dolía un poco la cabeza, se ve que tan bien no estaba. “Quedate
un rato más ahí si querés” me dijo, como si me siguiera apañando.
Esta también era para mí una de las formas del cuidado.
Día 12:
De nuevo anochecía y levantarse con la luna era sumamente
placentero. Apenas entraba luz por el techo de sábana, no aturdía
la vista, y asomarse a la puerta era tener el regalo de un
espectáculo celeste.
Esa noche estaba particularmente calma en esencia, pero, a la vez,
se veían un montón de estrellas fugaces, como ráfagas, a través
de una vía láctea que estaba más brillante que nunca. Cortaba el
cielo en dos, como una enorme grieta luminosa. Sólo por sus
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@carlipradoa
bordes se intuía que no era una gran franja sino miles de millones
de puntos pintando en el espacio infinito.
Ya me sentía mucho mejor. De lejos vi a Noah venir de la huerta.
Le ayudé con las cosas que traía y nos sentamos en la vereda, que
no era más que un montículo de tierra sin canaleta de agua
posible, donde nos imaginábamos como en el barrio. A pesar de
que no sabía de dónde era, parecía que en el fondo compartíamos
parte de una dimensión trascendental.
“Se me está terminando el tabaco” me dijo. Su voz a veces era de
una vibración tan baja que ni siquiera te dabas cuenta que estaba
hablando. “No logro que crezca nada parecido” seguía hablando
como para sí, pero contándome.
“Acá no crece nada donde da el sol, ¿no?” pregunté acompañando
su perfil cabizbajo con un comentario idiota. Me sonrío,
entendiendo el gesto.
El chasquito de un encendedor de otro mundo me trajo a la boca
el sabor de un vinito que había tomado en la Tierra una vez. Yo
había salido al balcón a fumar y a ella, mientras tanto, se le ocurrió
descorcharlo, sin motivo aparente. Fue una de las últimas veces
que nos vimos, si no la última. Ese día le había contado del viaje,
es más, la había invitado. Capaz el corcho fue una excusa para no
charlar de eso. Un rato antes de irme me sacó una foto en la que
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@carlipradoa
salía riéndome y abrazando el vino como si tuviese miedo que me
lo quitara. Era la imagen de un niño defendiéndose de que le
arrebaten su peluche preferido de dormir, pero con una botella de
escabio. Había algunos recuerdos que me apuñalan por dentro,
como si abriesen una herida de la cual no podía tener registro
orgánico, pero que indudablemente existían.
“¿Estás bien?” escuché preguntar. Volví a estar al lado de Noah,
como escupide por mi propia memoria. “Sí, me estaba acordando
de algo no más…” Entre risas me tiró un “sos cuelgue” y me pasó
una seca. Yo también me reí. Siempre fui así, no era novedad.
“¿Vos qué onda, no extrañás?” me animé a preguntarle. “Sí, cómo
que no. Y más voy a extrañar cuando se me termine el tabaco”
atinó a decir como queriendo ser jocose. Me reí también, “no, en
serio te pregunto…”
A pesar de que en general era muy serie, esta vez estaba bastante
entretenide. “Sí, extraño, pero no como para pensar en volver.
Más bien como una presencia leve, difusa, casi del todo en el
olvido. Además, ya hace años que estamos acá…”
“Vení, te voy a presentar a les pibis” decidió súbitamente. Así no
más. Apagó el pucho a la mitad y lo guardó mientras
arrancábamos viaje cuesta abajo.
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@carlipradoa
No hacía tanto frío como otras veces, aunque recién era la noche
diurna, el período donde apenas comienza a anochecer. “Capaz
nos tengamos que quedar acá” decía Noah como adivinando lo
que yo misme me trataba de explicar, “dentro de un rato ya nos
vamos a congelar tratando de volver.”
Íbamos llegando a la carpa más grande que se veía. En su centro
había un caldero encendido y alguien que lo estaba caldeando.
“Es Sam. Se van a caer bien.”
Día 13:
Un “eh, ¡por fin presentás sobreviviente!” nos dio la bienvenida.
No supe qué cara poner.
Ni siquiera nos habíamos saludado y ya me daba la sensación de
que Sam era algo así como el arquetipo de tío borracho del asado,
con todo el horror de la mitología argenta.
“Todavía no sabe nada” le contestó Noah, con la seriedad que le
caracterizaba, pero al toque ambes se empezaron a reír y se
abrazaron como si hiciese años que no se vieran.
Sam tenía un pasamontañas cubriéndole por completo el rostro,
salvo por la pequeña hendidura a la altura de los ojos, los cuales
se dejaban ver más verdes que la yerba brasilera. A mí también
me abrazó fuerte, a pesar de no conocerme. Me hizo sentir un
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@carlipradoa
poco parte, aunque era bastante extraño sentir de nuevo ese eterno
retorno al sentimiento de pertenencia.
El caldero reventaba. Largaba un olor delicioso, por lo que supuse
que no debía ser comida. Aprovechando su calor nos sentamos al
lado.
“¿Cómo estás?” me dijo, como si estuviese implícito que algo me
estaba pasando. “Ah, cierto que no sabés todavía… Bueno, ¿cómo
respirás ahora?” Miré a Noah, casi por defecto, y hasta como
pidiéndole permiso. Me hizo un gesto para que hable. Mi cerebro
no entendía qué estaba pasando, pero algo no controlado por él
quiso hablar. “Bien. Me doy cuenta que no es lo mismo, pero
tampoco sé qué me pasa”
“¿Querés saber?” dijo Sam, también esperando la aprobación de
Noah. Esbocé un ‘sí’ con la cabeza.
“Les humanes no tienen la posibilidad de estar en planetas ni
astros que no sean la Tierra, como mucho en las cúpulas
oxigenadas, como las que tienen los andenes. El viaje ‘en sí’ es
una mentira, o, mejor dicho: sirve sólo para seguirlo
constantemente.
No sabemos si en la Tierra lo promocionan para eliminar más
gente o simplemente es un desconocimiento descabellado, y quizá
tampoco importe. La realidad es que te podés aburrir de viajar sin
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@carlipradoa
nunca salir de la mecánica, comiendo apenas lo que puedas
garronear en los trenes.”
Toda esta conversación me hacía pensar que, efectivamente,
también eran humanes. O lo habían sido.
“Cuando nos empezamos a dar cuenta de esto, nos propusimos a
toda costa encontrar una forma de salir. Estábamos hartes de
comer las porquerías que encontrábamos o nos daban, sin saber
ni siquiera si era comida, si la íbamos a poder digerir o si nos iba
a alimentar algo. Nos comenzábamos a enfermar lentamente. Y
todo se terminó de podrir cuando murió Ani.
Se murió arriba del tren, yendo a un supuesto planeta con agua.
Y, con total tranquilidad, la apartaron. Ni siquiera pudimos
comunicarnos con los encargados. Teníamos que esperar a la
siguiente parada para bajar, y enterrarla, llenes de rabia. Enojades,
y también un poco muertes…
En un momento, casi antes de llegar, una bola de gas se me
acercó, ligera y oscura. Iba sola y parecía querer estar cada vez
más cerca mío.
Se bajó con nosotres en donde nadie más se había bajado, y
parecía mirar el cadáver, aunque no tuviese ojos para verlo.
¿Cómo la íbamos a enterrar? No había forma de hacer un agujero
en el piso de la terminal. Sin embargo, la bola gaseosa parecía
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@carlipradoa
querer decirnos algo. Fue ahí que descubrimos el
teletransportador de las estaciones.
Logramos pasar sin problema y, una vez del otro lado, el gas se
coló por mi boca. Empecé a sentir arcadas y, de inmediato, perdí
el conocimiento. Cuando lo recuperé, estaba del lado de afuera de
la estación. La tumba de Ani ya estaba cerrada. Les pibis me
miraban desde adentro, yo la había enterrado.
Lo primero que pensé fue que el gas respiraba por mí. O eso
supusimos el primer tiempo, cuando todavía creíamos que
compartir la guarida de la carne era una buena opción. Aunque,
en realidad, era la única.
Los primeros meses vivimos prácticamente sin conocimiento,
dejando que el gas haga con nuestros cuerpos lo que quiera, pero
también esperando que nos los devuelva. Mal que mal, acá
estamos.”
Día 14:
Empezó a hacer bastante frío mientras Sam volvía carne la
historia, tanto que nos tuvimos que tapar con unas pilchas viejas.
La noche diurna terminaba cuando empezaban a salir de una en
una las otras lunas. Eran más de cincuenta por lo que pude contar,
pero la penumbra era larga y alcanzaba para que salgan todas.
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@carlipradoa
“Fuiste la primera persona que sobrevivió a una dosis controlada
de gas” dijo, y enseguida agregó “ah che, decime tus
pronombres.” Me descolocaba la forma que tenía para pasar de lo
tétrico a lo jovial. “Femeninos o neutros” le dije, y me sonrió
mientras se paraba para revolver el caldero.
¿Qué significaba haber sido la primera persona, lo habían probado
con otres? ¿Qué les había pasado? Me empecé a sentir un poco
atrapade, como conejillo de indias. No sé si estuve de acuerdo con
inyectarme un gas, ¿y por qué una dosis? Noah me levantó la
cabeza con suavidad sosteniéndome del mentón. “Todas las
preguntas van a ser resueltas u olvidadas, no te preocupes” me
dijo mientras esbozaba con la mirada un consuelo.
“Ya casi está” exclamó Sam, “enseguida tomamos algo
calentito”.
Hacía un frío de morirse, mucho más que el que hacía en nuestra
tienda. Sin embargo, a ningune de elles parecía afectarles tanto.
¿Será que yo no tenía suficiente gas? Suena a matafuegos, o a gnc.
Enseguida llegó un tazón de algo más bien amarillento, o
anaranjado. El olor me resultaba familiar, pero al mismo tiempo
sentía toda la función del recuerdo anestesiada. Lo soplé y le di
un sorbo. Toda la información que necesitaba estaba en mi
lengua, no en mi cabeza, ¡era cúrcuma!
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@carlipradoa
“¡Es cúrcuma!” dije exaltade, como si en realidad hubiese sido
una bandeja de sanguchitos de miga veganos, “¡está riquísimo!”.
Se empezaron a burlar un poco de mi extrema felicidad.
“Sí, es una especie de cúrcuma que encontramos, crece acá. No
es exactamente igual, pero ante la diferencia abismal que carga
todo, esto es lo más parecido a lo terrícola” me dijo Noah, que,
aparentemente, era quien más clara la tenía respecto de la huerta.
La mezcla entre lo familiar del sabor y una sensación vaga de
certeza en medio de lo desconocido hizo que me olvide
absolutamente de lo que estaba pensando acerca del conejillo de
indias, aunque iba a ser un pensamiento recurrente.
Ni bien terminamos de tomarla nos propusimos ir a dormir. Sam
tenía una suerte de colchón tirado en el piso donde entrabamos
bien les tres. Había tantas cosas de ese lugar que en serio parecía
una pijamada, sin embargo, había, a la vez y todo el tiempo, un
fantasma parecido a la muerte, una vulnerabilidad inexplicable,
un abandono a los arrebatos del clima, una –lo que en la tierra
llamarían- ‘pobreza’.
Así y todo nos amuchamos y dormimos abrazades. ¿Esa era
nuestra forma de ser amigues?
Día 15:
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@carlipradoa
En algún momento de la noche me despertó un ruido. Un choque
que parecía haber venido de afuera. Entreabrí un ojo para ver si
estaba pasando algo en la tienda, pero no se veía nada. Entonces,
traté de seguir durmiendo. Nunca fui de dormirme enseguida, sino
que más bien dormitaba un buen rato hasta que dejaba de darme
cuenta y eso era igual a, finalmente, despertarse.
En ese limbo, Noah se giró y me abrazó sin siquiera notarlo, como
si acostumbrara a dormir con alguien. Y yo, por supuesto, me dejé
abrazar. Era real que seguía haciendo mucho frío, tan real como
que desde el día que le vi en la terminal me llamó la atención.
Nada, eh… sentía que tenía que aclararlo incluso conmigo.
Ya no me asaltaban esos amores de adolescencia, por los que
había que hipotecar hasta la casa del futuro. Era más bien como
un llamado, como una invitación a tomar mate. Algo tranquilo y,
no por eso, menos importante. También era algo más que lo que
nuestro lenguaje ordinario llamaría amistad, pero ¿por qué no
mantener ese nombre de todos modos? A veces siento que eso que
llaman adultez, donde dicen que todo está ya encaminado, es lo
más parecido a la muerte. Pero también hay un orden material,
más allá de la analogía, que no se negocia.
Cuando el sol empezaba a colarse por las sábanas, me di cuenta
de que, al final, me había dormido. Sam y Noah estaban tirades
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@carlipradoa
haciendo fiaca y en enseguida me saludaron cuando se dieron
cuenta que pestañeaba.
“¿Escucharon el ruido anoche?” les dije, pero me respondieron
con una cara de desconcierto que dijo por sí misma que no.
“Sí, alto choque fue” me contesté, sacándome las lagañas. Les
pibis se miraron por unos microsegundos y salieron corriendo.
Les seguí lo más rápido que pude.
El sol que había afuera parecía que nos iba a partir al medio y el
espectro lumínico que se reflejaba del piso apenas permitía
terminar de abrir los ojos. No existía sombra donde guarnecerse,
por suerte Sam me tiro una campera con capucha para que me
tape la cabeza. Se sentía olor a tierra quemada, a tierra que de tan
seca pedía auxilio. Y un extraño aroma a metal, como cuando
dejás algo mucho tiempo en el horno.
Cuando logré llegar a la altura donde estaban, me di cuenta que
un silencio cortaba el aire. Contrariamente a la noche, que fue rota
por el sonido, el día sólo anunciaba viento colándose entre las
grietas áridas del piso.
“¿Qué pasó?” les digo, sin poder todavía ver demasiado.
“Un asteroide. Un asteroide a unas siete cuadras” dijo Sam.
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@carlipradoa
No sabía si eso era bueno o malo, pero por la seriedad que
cargaban debía ser, al menos, peligroso. No quise preguntar, no
quería sentirme idiota.
Sin perder demasiado tiempo, emprendimos la retirada hacia la
tienda. Íbamos sin decir absolutamente nada, parecía incluso que
íbamos casi sin respirar.
De repente, Noah pateó una piedra, como en la infancia. Como
quien añora tener una pelota y sólo tiene un pedazo partido de
asfalto. Sentí correr por mi cuerpo toda esa rabia expresada en el
golpe, como si fuese a mí a quien le hubiese pegado. Pero también
sentí pena, pena por no saber encontrar ningún modo de ayudar.
Día 16:
Cuando llegamos a resguardarnos del sol, había otra persona
adentro de la tienda.
“¿Lo viste, Emi?” dijo Sam, con la voz completamente apagada.
“Sí, acabo de venirte a buscar por eso…” Sin embargo, a pesar de
que el clima del intercambio era mortífero, al verme, la cara de
Emi se iluminó un poco: “ey, ¡así que sos vos! Por fin nos
conocemos” me dijo de inmediato. “Mal momento para festejar”
agregó, y tanto Sam como Noah cedieron la sonrisa. “Hola” le
dije, como quien intenta hablar en un idioma que no conoce del
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@carlipradoa
todo, “no entiendo nada de lo que está pasando”, y ahí se dejaron
reír apenas.
“Los asteroides, como todo astro, se componen de un tipo
particular de energía” me empezó a explicar amorosamente Noah.
“No sé si entendés mucho de física, pero es como si yo te dijera
que pueden ser mayormente positivos o negativos.
Justo este es bastante chico, por suerte, porque, si no, volábamos
a la mierda, pero, de todas maneras, hay que esperar para ver
cómo se asimila a este ecosistema.
Capaz no pase nada, pero existe la posibilidad de que altere
nuestro campo magnético, y el de las raíces, que son las más
afectadas.” A lo que Sam agrega: “Sí, y que no traiga bichos”
“Bueno, sí… a veces los asteroides son una especie de colmena
para algunas especies. Es como si el espacio encontrase con eso
la forma de polinizarse. Sólo les humanes no salen de su planeta
de forma habitual.”
En ese momento llegó Andre. Con suma calma nos saludó une
por une y recién ahí preguntó qué pensábamos hacer. “Por lo
pronto, comer” dijo Sam frotándose la panza con las manos.
Nunca había visto hacer la comida, simplemente llegaba y la
comía. Ni siquiera sabía cuáles eran los alimentos de este mundo.
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@carlipradoa
Emi era quien se encargaba en general de hacerla, pero todes
ayudaban con alguna cosa.
Primero, había que buscar las raíces a las que no les quedaba más
jugo y pelarlas. Eran de distintos colores, algunas más blancas y
otras más marrones, o amarillas. Sólo una era más bien colorada,
y la llamaban saturna, porque era bastante más grande que las
otras. Yo no lo sabía, pero, en realidad, a pesar de que se referían
al lugar donde estábamos como un ‘planeta’, era una luna, una
luna de Saturno. Me lo dijo Emi mientras estábamos pelando
anicotes. “Ah, yo pensé que hacía tanto calor porque estábamos
cerca del sol”.
“Bueno, tiene un poco de sentido, pero, en realidad, tiene que ver
con el grado de compresión que está generando la luna. Es como
que el calor no viene, sino que sale de adentro, del movimiento
invisible que está realizando. Por eso las raíces están más bien
sobre la superficie y las pocas napas que hay no tan abajo.”
Emi parecía saber muchísimo, pero se escuchaba a Sam pegar el
grito: “no le creas nada, eso se lo inventó para que las cosas
tengan sentido nada más”. Me resultaba gracioso que esto sea una
suerte de familia donde todes hacían más o menos comunes las
tareas de la supervivencia. Igual, ¿no eran sólo elles, no? Al
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@carlipradoa
menos parecía haber otras tiendas, ¿por qué no habían venido a
ver a Sam, o a comer?
Día 17:
Creo que nunca había comido tan rico desde que llegué. Quizá
eso tenía que ver con haber preparado la comida, con haber
sentido las texturas crudas, haber comparado el tacto con el
paladar. Andre se me había sentado al lado en la mesa, que no era
más que un espacio vacío en el medio del círculo que habíamos
formado sentades en el piso. Nos pusimos a charlar. El resto
seguía hablando cosas respecto a qué hacer con el asteroide.
“Siento que hace mil años que no nos veíamos, ¿no te parece?”
me dijo. Y, la verdad, tenía razón. No sé si realmente hacía mucho
tiempo, pero se ve a ambes nos parecía eso. Era un mundo donde
no había relojes, sino que se manejaban principalmente por los
atardeceres. “Sí” me limité a contestarle, “de una”.
Me daba pena no ser más cordial, realmente tenía ganas de
charlar, pero estaba un poco confundide con todo eso de la energía
electromagnética y lo que podía pasar de ahí en adelante. “¿Vos
entendés algo de asteroides?” le pregunté, y me hizo cara de ‘no,
ni idea’, arqueando las cejas para arriba.
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@carlipradoa
“A ver, vos que estás dosificade” me dijo Sam desde la otra punta,
“¿qué te parece que hay que hacer?” Y, si bien creo que fue en
tono gracioso, se ve que hice alguna cara de incomodidad porque
enseguida salió Emi a decir algo como ‘ey, bancá, recién se enteró
ayer, capaz ni le cabe’.
Cruzaron ahí un par de chispas. Hacía mucho que no veía a
alguien discutir. Hasta venía teniendo la sensación de que estaba
viviendo en una suerte de paraíso idílico donde los seres vibraban
energéticamente al unísono. Aunque, de todos modos, sí era
bastante así igual.
“Bueno, viejo, tampoco sé qué le va a molestar. Si le molesta lo
dirá y listo”
“Claro, vos batí fruta y que otre se defienda, ¿no? nunca pensar
un poco la volada antes de largarla”
Algo me hacía sospechar que, en realidad, no era yo el asunto,
sino algo de más atrás, pero, de todos modos, sentía no poder
atinar a decir nada.
En un momento Noah se paró resumiendo un “ey, ya fue, tenemos
que ver qué pasa con quienes están en las últimas, de eso hay que
discutir si tienen tantas ganas”. Entonces, reinó el silencio. Me
miró y me dijo: “vení, hoy vas a conocer lo que hace el gas”.
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@carlipradoa
Salimos sólo nosotres dos y nos fuimos a una de las tiendas más
alejadas, en dirección opuesta a la nuestra. “¿Qué quisiste decir
con eso?” me salió decir por fin. “Que creo que vas a entender
mejor las cosas si ves lo que pasa con la exposición al gas pasado
el tiempo… No quería que te asustes, ni quiero que pienses que
esto te va a pasar también, por eso intentamos la dosis, pero me
saca cuando se ponen a discutir por pelotudeces en vez de poner
la energía en lo que importa.” Nunca había escuchado a Noah
decir ‘una mala palabra’, siempre parecía estar más allá de la
situación imperante, como quien conoce el futuro.
Sin estar muy consciente de ello, le agarre la mano. Me miró con
sorpresa, pero no se soltó.
Llegamos a la puerta de esa tienda y ya desde afuera se podía
percibir cierto espesor pululando en el aire, algo parecido a esos
cementerios en el que sólo se ven las flores en el suelo: sutil pero
desgarrador. “No te sueltes” me dijo.
Día 18:
Entramos a la tienda. A pesar de que era de día, parecía que ahí
adentro se acumulaba una fuerte dosis de tiniebla. Una serie de
cortinas dividían el lugar como si fuesen gabinetes. “¡Buen día!”
dijo Noah en voz bien alta, como quien entra por la puerta del
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@carlipradoa
garage a la casa de une amigue. Una sinfonía de pequeños sonidos
quejumbrosos fueron la respuesta, pero eso no pareció
sorprenderle. “Hola”, dije yo, a modo de cordialidad, pero nada
en particular se oyó después.
“Este es Lupi” me dijo, abriendo una de las sábanas que dividían
la sala.
Sobre una vieja silla había un poco de ropa, sostenida a medias
por la carne que quedaba. Las piernas y uno de los brazos, el resto:
gas. Un gas oscuro y denso, pero, de todos modos, difuso.
“Vamos a ir un ratito a pasear, a ver si se activan esas piernas” le
dijo, y lo cargó por el brazo que le quedaba, conectado a las
piernas por un trozo de musculatura oblicua. Lupi era capaz
todavía de hacer sonidos, pero ya no de articular palabra. “Y
vamos a aprovechar a dejar la tienda abierta, así se ventila” seguía
diciéndole Noah mientras lo iba acompañando.
Caminábamos con la intensión de ir en círculos alrededor de la
tienda. El sol seguía fuertísimo y, de lejos, se podía ver el
asteroide retozando en la tierra, exactamente en el mismo lugar
donde había caído anoche.
“El gas nos mata constantemente” afirmó, dirigiéndose a mí. “Es
el precio que no se sabía que íbamos a tener que pagar…”
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@carlipradoa
“Pero lo mismo nos hubiésemos muerto de hambre” terminó por
decir.
Parecía entre angustiade e impasible. “La idea de la dosis es que
te permita estar más o menos bien mientras que al gas le llevaría
más tiempo reproducirse, para que no sea tan rápido el avance. El
tema es que hasta que logramos saber con cuánto alcanzaba, hubo
cosas que no salieron bien.”
Su pequeño monólogo, por un lado, me hacía pensarme a lo
feeling blessed, pero, por otro, me sonaba cruel e inhumano.
¿Éramos humanes todavía, valía la pena llamarse así? ¿Y cómo
es eso de que ‘hubo cosas que no salieron bien’? Me resultaba
increíble su nivel de apatía, ese otro modo del hacer vivir y el
dejar morir.
Realmente no sabía qué hubiera hecho sin poder volver a la
Tierra, vagando entre vagones, pero pensar que mi estar ahí era
parte de una ‘prueba’ no me gustaba para nada. Era muy confuso,
quería darle las gracias y a la vez odiarle. ¿Y si me hubiese
muerto? Nada, no hubiese pasado nada más que morirme, pero
pensar esa posibilidad remota en manos de alguien me daba
mucha bronca.
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@carlipradoa
“Ah, cualquiera” tuve que decirle. Noah se volvió a mirarme con
cara de sorpresa, por segunda vez en el día. No era una persona
realmente muy expresiva. “¿Por qué lo decís?”
“Y porque ¿qué iban a hacer si me moría, enterrarme, como a un
experimento, como una prueba?”
Sin que me contestase nada, emprendí el viaje de vuelta,
dibujando el último círculo. Su silencio a través del movimiento
me molestaba cada vez más. “Chau, Lupi” le dije, exagerando el
gesto de ignorar a Noah, y me fui. Tenía ganas de estar en mi
tienda. Tienda que no era, a su vez, mía. Nada era mío en ese
mundo, estaba infectade por un gas mortífero, me estaba
muriendo igual que siempre, pero ahora con mayor razón, sentía
que, al final, lo mismo hubiese sido quedarme en la Tierra. ¿Para
qué me fui?
Para qué me fui, repetía en mi cabeza, para qué me fui…
La imposibilidad de responder a esta pregunta me cambiaba de
tema. ¿Por qué cuidaban a esos seres a quienes casi ni cuerpo les
quedaba? Suponiendo que había alguien además de Lupi. ¿Dónde
estarían enterrades les demás?
Faltaban apenas unos metros para llegar a la tienda cuando
empecé a sentir que la vista se me nublaba, como si me empezase
a transformar en uno de esos espejismos del desierto. Una
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@carlipradoa
sensación parecida al día de la primera inyección, y mucho
silencio.
Día 19:
Sentía que me iba a morir de insolación, pero logré llegar. Al
costado del sillón había un plato hondo con una suerte de líquido
que tomé sin reparar en cuánto haría que estaba ahí.
No demoré mucho en sentirme mejor, sin que me terminara de
importar, y me acosté boca arriba en el piso apenas tibio. Puse las
palmas de las manos contra el suelo. La temperatura se sentía
parecida a estar en una playa a la sombra. Apenas cálida, lo
suficientemente cálida.
Con mis yemas frotaba su superficie y la iba desgranando. A
veces me gustaba pensar que estaba sobre cacao en polvo. De
hecho, tenía exactamente ese color. No el del granulado sino del
que es completamente liso, y con él jugaban mis dedos, mientras
mi boca recuperaba su sabor dulce de otrora.
Qué lejos estoy de casa, pensaba, mientras mi cuerpo sentía
hundirse en la suavidad de esa textura. Mis dedos jugaban a
enterrarse, descubriendo que, por debajo, la tierra estaba más
fresca. Eso me aliviaba, hacía cesar el sudor del mediodía, o de la
tarde, o de cualquier momento en ese astro donde cada rayo de
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@carlipradoa
sol parecía tener la función explícita de querer aniquilarme. Me
acordé de Emi explicándome que no era el sol, pero, cuanto más
hondo se metían mis dedos, más placidez sentían y me resultaba
inexplicable que sea una compresión material lo que generaba el
calor. ¿Cómo era entonces que hacía tanto frío a la noche?
De a poco iba sintiendo todo mi cuerpo fresco, como si hubiese
llegado excavando unos buenos metros abajo. Como si la tierra
me tragase y ahí estuviese yo, devorade. Hasta que lo placentero
se hizo imagen de una pala que me iba enterrando, de brazos que
hacían fuerza para remover la tierra, sepultándome como a las
raíces. La asfixia de una cucharada demasiado grande de ese
cacao en polvo, un cúmulo de tierra sobre mi rostro. La imagen
de una muerte en silencio, quizá como lo sean todas. Lo
vulnerable de no elegir el cuándo ni el modo de de/volver a lo
orgánico.
Las bocanadas de aire eran lo único que me hacía despertar,
¿respiraré todavía o sólo habrá quedado el gesto? Se había hecho
de noche, afuera helaba. Ni Noah ni Andre estaban en la casa.
Cada tanto, con un ciclo minucioso, unas ondas celestes eran
dibujadas en el suelo. Parecía como un escáner, pero sin un objeto
que lo proyectara. Realmente no podía decir que fuese algo
nuevo, porque nunca le había prestado atención, pero la sensación
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@carlipradoa
de no haberlo visto antes me hizo desconfiar. Me cubrí con unas
mantas y me asomé a la puerta. La noche parecía estar radiante.
Hubiese sido ideal tener un mate y sentarse a buscar el cinturón
de orión, que quién sabe cómo se vería desde esa órbita.
De lejos vi que alguien venía, tenía pinta de ser Andre. Cargaba
unos paquetes. Me he sentido muy inútil desde que llegué así que
me propuse ayudarle.
Al final, traía comida y otras mantas. “Parece que el asteroide va
a empezar a irradiar frío” me dijo cuando vio que yo las sacaba
para acomodarlas. “Bueno, cuanto mucho nos moriremos” le dije,
sin reparar demasiado en eso. “¿Siempre sos así de bajón o te
pasa algo?” preguntó sin demasiada saña, pero un poco afilade
para ser Andre. “Estoy enojade con Noah, no sé para qué me
trajo” contesté.
Día 20:
Sonaba idiota, ¿no? Yo misme me daba cuenta cuando lo pensaba.
Sonaba idiota tanto como enojarse con quien nos engendró por
habernos parido, o con la cópula por haberse formado. O con un
esperma victorioso entre millones. O con la vida misma.
Quizá no estaba enojade con Noah, como presumía, sino que ese
enojo aparecía como el pensamiento residual de esta muerte.
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@carlipradoa
Anatema de cualquier aventura fuera del margen, como si en
realidad nunca todos los caminos hubiesen llevado a roma.
Me incomodaba esa sutil certeza, esa piedra de toque. Ese destino
del cual tantas mitologías habían querido alejarse con promesas.
Cada vez que se rompe una cadena, ¿vuelve a aparecer el flagelo
que nuevamente interpreta en el camino una finalidad? Qué
injusto es pensar que la vida termina con nosotres, ahí donde el
cuerpo todavía se descompone, ahí donde todavía nos crecen las
uñas. Y qué idiota es la palabra justicia cuando la muerte se halla
de por medio. ¡Ya hubiese querido remitirme a un orden natural
en el que ni siquiera creyese! Sin embargo, en el fondo no hay
respuestas sino silencio.
“Noah también se enojó cuando le trajeron” me dijo Andre, quien
parecía haber estado escuchando todos mis pensamientos. Me
permití sonreírle, porque si algo había aprendido, aunque fuese
mínimo, era a no permanecer demasiado tiempo enojade. Al
menos no de la forma que te anula. “¿Vos cómo llegaste?” le
pregunté.
“Yo llegué acá en un asteroide parecido al que cayó la otra noche”
me dijo, sin ningún tipo de remordimiento. “Tenemos la
posibilidad de alterar nuestra forma siempre que no nos implique
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@carlipradoa
más materia. Por eso lo que me ves como manchas en realidad
son zonas que no llegué completar.”
Traté de ocultar el asombro, pero no llegué a hacer demasiado
esfuerzo antes de darme cuenta que, de todos modos, nada tenía
sentido. “Y algo más, pero no te enojes: yo soy de esta forma
gracias a uno de los primeros de sus cadáveres.”
“¿Cómo sería?”
“Comí de su carne, ya muerta. La materia dio la forma.
No hay muchas maneras de sobrevivir cuando cambias de
atmósfera, ni siquiera para los gases. Todo se resume en:
mutación o alianza.”
“Mirá vos” le dije. Hacía un tiempo me había dado cuenta que
tenía escasa reacción ante estos acontecimientos. En parte porque
me desbordaban, pero también porque realmente no tenía nada
para decir. “¿Y Noah?”
“A Noah le trajo Sam un poco después, pero estuvo mal bastante
tiempo. No se le terminaba de integrar el gas. La mayoría que lo
intentó murió, no sé bien cómo funciona… al principio te toma
por completo y después afloja, o te mata.”
A veces pensaba que esta aventura ya había ido demasiado lejos,
pero también veía a Andre ahí, enfrente mío, sacando algunas
cosas para poder comer… Era claro que el sinsentido era
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@carlipradoa
absoluto, hasta que en un rincón encontrabas una suerte de
motivo. Algo chiquito y peludo, incapaz de hacerle demasiado
frente al calambre universal, pero valioso al fin.
En eso llegó Noah. A pesar de estar adentro, los lunares le
brillaban como si fuese a estar por explotar. Andre le abrazó y eso
hizo que la luz disminuya un poco. “¿Qué es eso?” le pregunté.
“Son los lugares donde se está alimentando el gas” me dijo, y
agregó “¿ya estás mejor?”
No me salió decir nada, pero ambes se me vinieron encima a
abrazarme. Qué era la vida sino un poco eso, pensé… ni los
metafísicos se animaron a tanto.
Día 21:
“¿Cómo es eso de que el asteroide irradia frío?”
“Creo haber entendido que es por contraste. No sé si es que ‘está
haciendo eso’ o más bien se está aclimatando a la temperatura de
acá” me contestó Andre.
“Un poco es eso” agregó Noah, “pero, a su vez, se está
derritiendo”. Ambes hicimos cara de no poder creerlo, pero Noah
no era una persona muy asidua a hacer chistes.
“Sí” nos dijo al leernos las caras, “lo fuimos a ver de cerca y se
derrite, aunque muy poco. Igual no sabemos si es agua”
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@carlipradoa
Me acordé que en la mochila tenía una foto de las cataratas. Era
una foto impresa en la que debo haber tenido dos o tres años.
Como no se podía subir basura electrónica al tren migrante, hice
una selección de las que más me gustaban, con el extraño criterio
de tratar de anticiparme a lo que iba a extrañar, porque siempre
he querido controlarlo todo. En general no acerté demasiado, pero
en esa foto se veía tanta agua, tanto recurso inigualable.
“Andre, vení, mirá” le dije. Se acercó enseguida, y se sorprendió
un montón al verla. “¿Todo eso es agua, como la de las raíces?”
“Mmm, no sé si eso es realmente ‘agua’, pero ponele”. Noah
también se acercó a curiosear, pero un deje de tristeza se le marcó
en el rostro al ver la foto.
“¿No te gustaron las cataratas?” “No sé, nunca fui. Donde yo
vivía no había tanta agua” Claro, venimos de un planeta bastante
extenso a comparación de nuestro tamaño. ¿De dónde habrá sido?
¿Nos podríamos haber cruzado en nuestro planeta? A pesar de
que le tenía mucho aprecio, sentía que había cosas que no estaban
habilitadas para ser charladas, cosas que eran ‘muy personales’.
En realidad, no lo sabía, simplemente lo daba por hecho.
A la par de mis pensamientos, escuché que Andre le preguntaba
cuándo llegaba el próximo tren. “En dos días” repuso Noah.
54
@carlipradoa
“¿Vas a ir a buscar a alguien?” “No sé si hay dosis, tendría que
preguntarle a Sam”
Me dejé intervenir su conversación con un “¿van a traer a alguien
más?”, a lo que me contestaron mirándome con total indiferencia.
“Sí, es la idea…” dijo Noah. “No sabemos cómo van a seguir las
cosas y sería bueno tener un poco más de ayuda”
“Bueno, igual yo ya puedo ir a la huerta y esas cosas…”
Sentía que había algo que yo no estaba entendiendo y que, por no
entenderlo, me dejaba totalmente aparte de los planes que se
venían.
Después de un rato de silencio, Andre atinó a decirme “está
buenísimo que vos puedas hacer las cosas, pero siempre que viene
un tren se va a buscar a alguien” agregando, luego de una pausa:
“la mayoría de las veces no viene nadie, si es eso lo que te
preocupa”
La cara y el cuerpo entero se me inundaron de vergüenza. ¿Qué
insinuaba ese último comentario? ¿Estaba sintiendo celos de que
alguien más viniese? Bueno, no podía desmentir esa idea, pero…
De repente sentía volver los temores de la infancia, el hermano
que nunca llegó, la compañera nueva de la escuela. Ser amante,
siempre amante, baúl con doble fondo, algo escondido entre la
ceniza de los amaneceres. El rechazo, la falta, los espejos, todo se
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@carlipradoa
conjugaba en un malestar azaroso. Algo de mí se había
acomodado a esta trinchera de abrazos y mantas de colores, cómo
podría ser de otra forma.
Me resultaba asombroso no ser capaz, incluso en otro planeta, de
aventurarme a lo desconocido nuevamente, como si siempre
hubiese que reterritorializar la zona de confort.
“Si vas, ¿te puedo acompañar?” le terminé diciendo a Noah.
“Sí, obvio”
Día 22:
Las palabras enraízan, se diseminan por debajo de la tierra. Se
pierden de mi vista, se esconden. Sólo los sueños parecen poder
albergarlas sin deformarlas. Sólo las fantasías. Incluso aquellas
que pretender contar historias, historias que son más bien como
contar-se, como contarse desde el imaginario de lo absurdo, un
absoluto absurdo que es todo, todo en el instante en que existe y,
después, se desvanece, se desvanece sin dar explicaciones.
Esa noche que me acosté a dormir podría no haberlo hecho. Quién
sabe. Quizá, recién ahí haya despertado.
Fue un dolor, un dolor muy fuerte en el brazo. El registro de la
lágrima precedió al del párpado, el acto fue anterior a la potencia.
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@carlipradoa
La centella se apartó de mí mientras me despertaba. Sin darme
cuenta, me había apoyado sobre ella, posiblemente buscando
calor en medio de un tren deshabitado. Lloraba sin entender qué
me pasaba hasta que vi la ampolla que empezaba a formarse entre
el hombro y el codo, apenas con timidez, como quien recién
comienza su empresa. Y todo mi cuerpo reaccionaba al malestar
de esta nueva aventura informe.
Quería gritar pidiendo ayuda, pero era más fuerte la seguridad
anticipada de que nadie iba a venir a socorrerme. La centella,
mientras tanto, parecida a una oruga de esas peludas, se alejaba
de mí entre los asientos aledaños. En posición fetal colaboré con
mi propia crisálida y me dispuse ahí a una nueva transformación.
Sentía como si la piel de esa ampolla fuese a terminar siendo una
gran burbuja hasta mutarme, esta contenerme por completo.
De hecho, crecía. Crecía bastante, mientras un vacío se generaba
entre la ampolla y la carne, un líquido amniótico. Quería nadar
completamente sumergide en esa sustancia. Entibiarme,
desnudarme de mis propias pieles, abandonarme a la pura entraña,
perder mis órganos, mis funciones vitales.
Crecía. Se apoderaba de todo mi brazo. Me hacía lucir
extraterrestre, expandía mis bordes, me embalaba el aura. Crecía
como si tuviese levadura, como si microrganismos se estuviesen
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@carlipradoa
desarrollando en ella. ¿Era yo, por fin, un mundo? ¿Era por fin un
planeta? ¿Alguien vive en mí además de mí?
Empecé a no poder moverme más.
Empecé a no (querer) moverme más. A resguardarme en una
posición guerrera.
Hasta el alma tenía quemada, y el alma sí que huele a carne.
¿Tendran valentía suficiente las moscas para hacerme casa,
volverme planeta, devenirme mundo? Podía imaginar sus
gusanos gobernándome, armando sus milicias, dándole batalla a
los tejidos. Podía imaginarlos con sus trajes verdes y sus
medallas, y sus gorras. Con sus bigotes y sus botas. Gusanos
recorriendo mis pieles como campos de algodones, devorándome
de forma grosera. ¡Por fin alguien que se la banca en la cadena
trófica! mientras supuraba la herida entre la sangre.
La ampolla crece con cada lágrima, quisiera que ya me haya
quemado por completo. Sin embargo, las palabras se diseminan
por debajo de la tierra. Se pierden de mi vista, se esconden.
Día 23:
“Ey… ey, despertate” escuchaba de lejos, como si alguien me
estuviese hablando.
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@carlipradoa
“¡Despertate!” decía, y yo sentía como si sus manos me
zamarrearan.
“¿Dónde estoy?” me animé a preguntar, sin poder terminar de
abrir los ojos.
Nadie contestaba.
Parecía como si en algún momento hubiese perdido el
conocimiento. Tenía la sensación de estar envuelte entre frazadas.
Hacía frío. Me dolía el brazo.
¿Estaré dentro de la ampolla? pensé ridículamente, creo que hasta
llegué a reírme.
¿Era esto la locura?
Todo mi cuerpo amenazaba con estar anestesiado, apenas un poco
de dolor y algo de hormigueo en los pies.
Nadie contestaba. Me abandoné entonces al estado de crisálida.
¿Qué diferencia había entre estar vive o muerte? Es más: si ya
había podido morir y seguía pensando, no tenía nada de novedoso.
Empecé a retorcerme levemente para salir de mi capullo,
simulando el proceso de transformación de una oruga. ¡Era tan
parecido a no querer levantarse para ir a educación física! Toda
la vida es una repetición constante de recuerdos acoplados. Hasta
los sabores se confunden después de un tiempo, y, con los años,
pareciera no ir quedando nada. Tode ancestre ha tallado en
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@carlipradoa
nosotres su memoria y, sin embargo, con cada lluvia nos lavamos
un poco más el recuerdo. ¿Qué dejaré de mí? Qué quedará.
A medida que iba saliendo sentía con mayor rudeza el frío, hasta
el hormigueo parecía congelarse. Se parecía mucho a la anestesia.
Y en lo inmóvil había mucho de parecido a la muerte.
El primer contacto con el suelo fue la tierra, su olor dulce. Pero
nada de lo que estaba pasando era dulce, y eso sólo no era
suficiente.
“Despertate” pensaba, ya sin escucharlo. Entraba de nuevo en el
loop de los últimos minutos.
¿Qué era la muerte, perder la consciencia o abandonar la vida?
Dónde irían a parar los cuerpos, ¿qué se sentiría volver a la tierra?
La olía tan cercana que hasta creía confundirme.
¿Qué partes de nosotres revivirá el recuerdo, en qué platea del
inconsciente colectivo nos tocará estar sentades?
Nadie contestaba.
En el fondo se sostenía un zumbido, constante, pero suave, lo
suficientemente molesto como para no poder dejar de escucharlo.
“Despertate” creía recordar, como quien amanece abruptamente.
Día 24:
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@carlipradoa
Era imposible seguir hablando desde ese lugar, quizás es
necesario que sea alguien más quien despierte.
“Ey, despertate” escuché decir medio a lo lejos.
Era Andre que me quería despertar. No sé cuánto tiempo había
pasado, todavía estaba un poco confundide. “¿Cómo estás? Te
dormiste todo” me decía mientras yo sentía una especie de eco de
fondo, casi como un zumbido.
Hacía bastante frío y parecía que todavía era de noche, pero a
poco se empezaba a ver despuntar el sol, sin llegar todavía a
calentar nada. Había que ir a buscar raíces, así que estaba bueno
que haga frío. Preparé una capucha y me mandé. Había un bolsito
con todas mis herramientas de labranza, el que usaba siempre.
La irradiación del asteroide le había hecho bastante bien al suelo
al final. Seguía siendo una suerte de desierto, pero al menos las
raíces estaban más jugosas. Y, como ya se habían ido las lunas,
sólo iba a poder sacar las que no necesitaran abrirse.
Desde que estábamos ahí nos habíamos acostumbrado a comer
poco. Bah, poco, como quien dice ¿no? Porque pareciera que en
la consciencia siempre hay una idea de placer insatisfecho dando
vueltas. El deseo vuelto falta. Y también era cierto que habíamos
venido acostumbrades a un sistema predador, acá se daba otra
dinámica. No vamos a decir una vuelta a lo natural, porque nada
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@carlipradoa
había de natural en nosotres, mutantes y malhechos, pero sí una
forma de hacernos cargo de nuestras cosas mucho más propia.
Las raíces son siempre más de lo mismo. Sacarlas y llevárselas a
Sam, así había sido desde que me trajo, o, mejor dicho, desde que
me recuperé. Esta vez, sin embargo, no estaba en su tienda, lo cual
me pareció raro. No hice más que dejarlas ahí e irme.
Fue cuando estaba volviendo a la casa que me dieron tremendas
ganas de escuchar música. Era un gusto bien terrícola, salvo por
alguna que otra percusión artesanal. Ningune se trajo al viaje los
celulares, esas cosas no se dejan subir en los trenes, así que
permití acostarme a la sombra de una de las tiendas a imaginarla.
Era muy difícil, la mayoría de las veces no me acordaba la canción
entera y eso generaba un loop insoportable. Tardaba bastante en
engancharme con otra, hasta que volvía a pasar lo mismo. Creo
que así pasé un buen rato.
Las formas del tiempo eran completamente otras, y el día duraba
demasiado poco como para contar la vida de esa forma. No había
justicia en los parámetros de luz y sombra, como no la hay en
nada. Simplemente sobrevivíamos a costa de hacernos el aguante,
que nunca es lo mismo que la paz. Y cada tanto algo salía mal,
como esto último.
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@carlipradoa
No tenía ganas de volver a la Tierra, cuanto mucho la añoranza
de meter los pies en el agua, o bañarse en una ducha. No había
higienismo que valga si cambiás los parámetros. Cuando se arma
todo un mundo en base a otros principios se hace lo que se puede,
que nunca es demasiado, pero casi siempre es suficiente.
Había sólo una cosa que me preocupada, quizá pecando de
Antígona. Hacía bastante tiempo habíamos prometido no ir más
allá del horizonte, sobre todo porque volver desde esos límites en
la noche es casi imposible. Pero, ¿y si estaba ahí cerca? ¿podía
dejarle morir, podía dejarle estar con la carne al rayo de sol,
pudriéndose? Nadie se ponía en riesgo inútilmente, regla. Pero,
¿cómo medir lo inútil?
Día 25:
Parecía que el frío iba a aguantar la luz diurna, algo así como un
día de no tanto calor. Como Sam no estaba, me permití dejarme
un par de raíces guardadas y me dispuse a caminar. La tierra seca
tenía un olor muy particular cuando la encontraba a gran escala.
Era como si la vista y el gusto se hicieran, por primera vez, un
mismo sentido. Y el olor, por supuesto, otro tanto. Cada uno de
los sentidos se iba asimilando a la imagen terrorífica del infinito,
como si al juntarse fueran perdiéndose.
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@carlipradoa
La desolación era absoluta en el paisaje, ni siquiera tenía la
compañía de las criaturas arenosas. Lo que estaba haciendo era
un peligro, no sólo porque me estaba exponiendo sino porque
quizá ni encontrándole pudiésemos volver. Carne de cañón. Sin
embargo, ¿cuánto puede valer la vida que deja morir?
A veces sentía que este nuevo sistema, el que veníamos
implementando, también venía sin garantías, y quizá había sido
muy ingenuo pensar que iba a estar todo bien sólo por hacer las
cosas distintas. Lo orgánico se reproduce a toda costa y, sobre
todo, a pesar del ego. Pero si hay algo que todavía podemos
intentar hacer es poner el cuerpo.
Mientras tanto, caminaba hacia la nada misma sin demasiado
sentido. Un suicidio podría haber sido más práctico si hubiera
sido esa la intención.
¿Estaba queriendo ser la versión esquiva de un héroe? Casi
siempre llegaba a esa pregunta cuando se me asomaba un grado
alto de bondad a la cabeza, ¿hay dimensiones del hacer-por-otres
que no sea la canallada hollywoodense?
Pensar la representación siempre es cruel, ninguna palabra le va a
hacer justicia a este desierto, pero che ¡otra vez con la justicia!
Aunque quisiera que al menos mis recuerdos sean fieles, ni eso.
A ese nivel habría que integrar las dimensiones de lo cognoscible:
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@carlipradoa
no había nada y había desierto, había una esperanza y también era
como no haber nada.
Registraba cada fragmento de tierra venidera sin observar nada
extraño, ni una figura, ni una sombra, ni un cuerpo. ¿A quién
estaba yendo a rescatar? ¿qué forma tendría ahora? ¿conservaría
su rostro, o ya se lo hubiesen comido? Aunque sólo tenemos
depredadores de la sangre en curso…
Hacía un rato que había comenzado a oscurecer, si no emprendía
la retirada pronto no iba a llegar antes de congelarme.
Di una vuelta larga, como quien esquiva a alguien que cree que le
viene siguiendo.
Lejos, por la izquierda, se veía una suerte de bulto. No perdía con
ir a ver, aunque se me hiciese tarde. Qué más daba.
Al principio sólo parecía una montaña de lienzos, y tanto así que
estuve a punto de no seguir postergando mi regreso. Sin embargo,
cuando me pareció que se movía, empecé a correr.
Parecía que no iba a llegar nunca a pesar de no estar realmente
tan lejos.
“Eyyy” empecé a gritar, entorpeciendo mi llegada. “Eyyy”
“EYYYY”
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@carlipradoa
Cuanto más me acercaba, más claramente se veía que no era una
montaña de lienzos, pero ¿en qué estado estaría? Cómo nos
íbamos a trasladar de vuelta.
Alcancé a tenerle al lado mío, era verdad que estaba ahí.
Día 26:
Me había despertado con la sensación de algo no andaba bien.
Noah todavía dormía y eso tampoco era buen augurio. El saqueo
nos había dejado cansades a todes, pero ¿en serio se estaba
permitiendo estar tanto tiempo en la cama a pesar de los dolores?
Hacía bastante que prefería estar haciendo cualquier cosa a estar
acostade, sobre todo porque era quien se encargaba
principalmente de las raíces. El gas aprovechaba los ratos ociosos
para descomponerles porque, mientras les tenía que mantener el
cuerpo haciendo cosas, no le era tan fácil. Al menos esa era la
teoría que se habían fabricado.
Por la cantidad de fugas que nos dejaba ver la luz lunar, era obvio
que no faltaba demasiado para que empezara a perder piel. Como
Lupi, o como Sam. El pasamontañas tarde o temprano se le iba a
caer si pretendía seguir tapando que ya le faltaba la mitad de la
cara, si no más.
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@carlipradoa
“Ey, despertate” fui a decirle. Parecía que tenía los ojos pegados.
Y se tomó todo su tiempo para empezar a refregarse.
“¿Cómo estás? Te dormiste todo”
“Ay, sí… soñé que había alguien a lo lejos que me llamaba, fue
terrible”
Sin decir mucho más, agarró sus cosas y se fue. Ni siquiera había
pensado en seguirle preguntando por qué. Si algo había aprendido
de Noah era que nada de lo que intentase forzar resultaría. Que se
haya ido en silencio era un poco más parecido a como de
costumbre. Sabía que tenía que ir a la huerta, así que, mientras
tanto, me fui de Sam, aprovechando que no hacía tanto calor.
A pesar de que el fuego del caldero estaba encendido, la tienda
estaba vacía. Capaz se había ido a visitar a Lupi o a ayudar a
Noah. Sobre la tierra había dejado una pequeña caja de colores,
como una suerte de estuche. Me dio curiosidad, así que lo fui a
abrir. Calculé que si lo había dejado ahí suelto no debía ser algo
tan secreto.
Adentro había un mazo de cartas de tarot. Me sorprendió verlas,
aunque, pensándolo bien, Sam siempre había tenido un aire
místico. Yo nunca había tenido unas, sólo conservaba el recuerdo
heredado de la vieja carne. Tampoco sabía usarlas, pero me
divertía mirando.
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@carlipradoa
No eran como las que recordaba, tenían dibujadas cosas más bien
de la naturaleza, no personas. Aunque, las personas también eran
de la naturaleza, ¿no? Todo su mundo me parecía escandaloso y
extraño, no imaginaba un planeta lleno de ellas. De hecho, cuando
vi la foto de toda esa agua junta me pareció que entonces debía
ser un paraíso, pero no era así como lo contaban. Además, la
muerte les preocupaba mucho, no sólo la de elles sino la de todes.
A veces parecía que no entendían realmente cómo funcionaba el
ciclo ese que llamaban ‘de la vida’, pero, que en verdad incluía
todo. Por mi parte, me limitaba a no hacer demasiados
comentarios. Nunca iba a saber lo que era interpretar la existencia
en esos términos ni me interesaba, tarde o temprano volvería a la
tierra y recuperaría mi cuerpo ancestral.
Después de mirar las cartas por un rato me aburrí, pero Sam no
volvía, así que dejé todo como estaba y me propuse ir a chusmear
en qué estado estaba el asteroide.
Día 27:
No había podido dormir bien desde que fue el asalto y sentía como
si en mi cabeza hablasen voces de distintos narradores. ¿Esto
también era efecto del gas? Hacía mucho tiempo que los vísceros
no se acercaban al campamento. Incluso habíamos llegado a
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@carlipradoa
pensar que ya no volverían a aparecer, salvo Noah. Vivía en un
estado de alerta insoportable para cualquiera de nosotres,
pendiente todo el tiempo del perímetro del territorio que
habíamos delimitado como ‘propio’.
Las noches del insomnio siempre me habían resultado más o
menos largas, pero estas en particular sí que devenían
interminables. A diferencia de cuando estaba en la Tierra, donde
une, muy entrada la ansiedad, se podía llegar a aventurar al riesgo
de salir a caminar a la noche, acá era casi imposible pensar en
sobrevivir más allá de la tercera luna. Iban asomando de a poco
y, progresivamente, parecía que hasta su propio movimiento iba
a quedar congelado. Aunque, por supuesto, eso lo decíamos
nosotres, incapaces de tolerar que otros cuerpos se muevan, vivan
y soporten diferente al nuestro. Aun cuando ya ni demasiado
cuerpo nos quedaba, al menos a mí.
Y no es que no saliésemos porque lo tuviéramos prohibido,
conocíamos bastante bien el sentido que otorgaba a las cosas la
restricción. Además ¿quién nos iba a venir a decir algo? La
función policíaca había quedado descartada de nuestra ranchada,
y no sin previo aviso. Era más bien una dinámica asociada a la
posibilidad vital del cuerpo, de nuestros cuerpos que, aunque
diferentes, tenían unos márgenes de resistencia más o menos
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@carlipradoa
similares al fin (y al cabo). Salvo Andre y su cuerpo postizo. O
Lupi, que soportaba perfectamente el frío porque ya casi nada de
carne le quedaba.
De él sabíamos que iba a terminar muriendo a causa del gas, como
todes, pero era muy ardua la discusión de si matarle o no,
digamos: ‘dejarle sin vida’ (que quizá no sea lo mismo) y no
sabíamos del todo bien cómo matar un gas. ¿Hacer vivir o dejar
morir? Cuánto escondíamos todavía de poder soberano. Por eso
aguardaba inmóvil en la tienda, esperando su paseo. O quizá
agonizando, no teníamos forma de saber.
En general, no salíamos de noche porque nos podíamos morir, y
punto. Pero ¿quién no tiene ganas de morir a veces? Más de una
vez lo hemos intentado, al menos yo. Sin embargo, finalmente, en
medio de la desesperación que genera el entumecimiento
progresivo, cada uno de los gritos fue siempre escuchado. No
vale más la vida por eso. Sólo que, los gritos de hace unas noches
no fueron de frío.
El día que llegaba el tren, unas horas antes de que por fin
amanezca, apareció un víscero descarriado, extrañamente fuera
de su manada, sin carga, casi moribundo. No nos dimos cuenta,
no estábamos pendientes de eso. Entre el asteroide, la discusión
del mediodía, Emi que se fue enojade, Noah que no estaba y quizá
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@carlipradoa
que a nosotres, carcomides, que ya no presentamos tanto líquido
dando vuelta, ni generamos tanto calor, no nos preocupaba que
venga un bicho a chuparnos la sangre. Pero nos olvidábamos de
alguien.
Le llevó sin más, a una velocidad imposible de ser alcanzada por
nosotres que, aunque podíamos estar en otro mundo, no éramos
superhéroes. Gritaba, pedía ayuda, y le vimos ser llevade como
quien presencia la muerte. Yo no había dormido desde entonces
porque, cada vez que lo intentaba, aparecía esa imagen, la visión
del grito, del grito que se volvía estupor en la carne, del grito que
sangra, que con sus ondas sonoras dibuja la imagen de lo perdido
entre las manos.
Después de mucho tiempo, volví a salir a caminar a la noche.
Quizá yo ya no pudiese morir, al menos de esa forma.
Día 28:
Sam había venido a contarme que andaba sin poder dormir en el
momento justo.
Casi nunca salía de su tienda porque el caldero estaba todo el
tiempo prendido, haciendo una u otra cosa. Era nuestre
alquimiste. Y, aunque no teníamos forma de conseguir leña
gruesa como en la Tierra, lo bueno era que no hacía falta excavar
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@carlipradoa
mucho para encontrar raicillas, que servían para mantener
prendido el fuego, aunque su duración era muy limitada. Eso
también le daba excusa para quedarse. Siempre había que ir a
verle. Pero, justo entonces, vino sole.
“Che, no puedo dormir” empezó diciendo desde antes de entrar,
asumiendo que yo iba a estar dispueste a escucharle, aunque
estuviese todavía de noche. La verdad era que sí, pero ¡que osadía
esperar siempre que el resto le satisfaga!
“¿Qué te pasa?”
“No alcanzo a dormirme, pero aparece una imagen, como si fuese
un sueño. ¿Vos llegaste a ver cuando le llevaba?”
“No, sólo escuché los gritos… quebraron la noche, parecieron
relámpagos”
“Sí. La mezcla de la imagen y el sonido lo hace todavía más
tenebroso. ¿Podés creer que no nos hayamos dado cuenta?”
“¿Y cómo se suponía que íbamos a saber? Hacía bastante no
aparecía ninguno, yo ya me había olvidado que existían”
“Sí… yo también, pero no estuvo bien que pase”
“Bueno, ¿ahora te vas a poner a latiguearte? No digo que esté
bueno, pero ¿qué podemos hacer ahora?”
“Nada, no sé. Ir a revisar si está el cuerpo capaz, enterrarle…”
“Ponele… Capaz porque a vos te llama el oficio fúnebre”
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Sam, de repente, se quedó callade. Sin darme cuenta del todo, y
menos aún a tiempo, había podido sentir cómo mis palabras le
hacían recordar a Ani. Sólo Sam y yo quedábamos de la ‘primera
camada’. Habíamos viajado todos, todas, todes en el tren
migrante, antes de ser sólo nosotres. Y vimos morir une a une las
esperanzas de nuestro nuevo reino, ‘nuestro propio cielo’ como le
decíamos al principio.
Quien esté del lado de dios nos podría decir que nos lo teníamos
merecido por escapar tantas veces del infierno, pero nosotres
hicimos exégesis de nuestro propio génesis: no hay vida sin
muerte. Y la transmutación de la materia es completamente
azarosa a nuestras razones. Ni el deseo pudo salvarse de esta
forma de la revelación.
“Perdón, no quise que te pongas mal…”
“Sí, ya sé lo que vos pensás. Pero no importa cuánta teoría de la
muerte puedas hacer, importa que te toque, y que te entumezca”
Había muchas formas de ser crueles, cualquiera sea el mundo,
pero qué tan jugade se puede estar para pelear en medio de un
falso instinto de supervivencia. Sam empezó a sollozar en el
lugar, parade no más, casi al lado de la puerta, completamente
inmóvil. Me acerqué para sacarle el pasamontañas roñoso ese que
usaba para ocultar que casi nada le quedaba de rostro, sólo los
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ojos y parte de una mandíbula oxidada. Había empezado también
a desaparecer su cuello, y así lo iba a ir haciendo todo.
Sabía que estaba enojade conmigo, sin decirlo, porque a mí me
había empezado a desgarrar primero partes que no se veían. ¿Qué
es perder un genital frente a perder la cara? y cómo la ponderación
de las partes no dejaba de hacer un todo. Todo lo que es perdible
tiene un orden. Y, al final, todo se pierde.
Día 29:
Mientras Emi sostenía a Sam entre sus brazos, tal como lo había
hecho durante toda la tarde, llegó Andre.
“Ah, estaban acá” les dijo, queriendo hacer como si no pasara
nada, pero sumándose al abrazo.
“Ya es casi de noche, ¿qué hacés acá?” dijo Emi, pensando luego
que tampoco quería intimidarle. “Sentate si querés, creo que
tengo algo de comer por acá”
“Como Noah se fue, pensé en pasar a visitar, pero fui de Sam y
no estaba, así que seguro estaban acá” contestó Andre sin
demasiado preámbulo.
“¿Y dónde está Noah?” atinó a preguntar Sam, saliendo del
sollozo a un estado más bien alterado.
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“Salió esta mañana a buscar raíces y no le vi más. Vieron cómo
es…”
Un silencio breve cortó el aire, sin ninguna proporción entre el
tiempo y su intensidad. Los puntos suspensivos fueron extensos
y, a lo último, hicieron estallar a Sam en un completo estado de
paranoia: “¡se fue a buscarle!”
“¿Vos decís?”
“Saben cómo es… no debe haber soportado que pudiese estar ahí
afuera y no hacer nada”
“¿Y qué querés que hagamos nosotres?” le preguntó Emi, con una
cordura (si no apatía) casi insostenible en el contexto.
Cada quien guardaba sus propios sentimientos en la escena y el
collage completo, en su disparidad, generaba un aire repulsivo.
“Mirá, como mínimo esperarles con algo caliente” le contestó
Sam. Sin embargo, fue Andre quien se animó a hacer la verdadera
pregunta: “¿Estarán con vida?”
Se callaron.
Hay ciertas evidencias a través de las cuales la realidad se hace
patente de un modo grotesco y sin explicación alguna. No sirven
los argumentos que puedan fundamentarla porque, simplemente,
desborda todo lenguaje. Acontece algo que pareciera no tener
nombre alterando el todo y cada una de las nimiedades cotidianas
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pueden ser puestas en pausa ante su presencia, aunque no
demoren demasiado en volver a funcionar con normalidad.
Cómo podía ser, sin embargo, que tres personas juntas frente a lo
mismo, una cosa que rasgó el velo de lo real para transformarlo,
para volverse urgente, sintiesen afectos tan distintos. Cómo se
trabaja la culpa de esa diferencia donde nadie es, ni siquiera,
responsable.
“Bueno, yo les voy a ir a buscar” agregó Andre, “preparame algo
para que les lleve”
El resto del tiempo se trató de volver a la tienda de Sam y buscar
una suerte de termito para llevar pócima caliente. Andre no tenía
reacción real al frío más que una costumbre heredada de
abrigarse, pero llevaba puestos encima los abrigos por las dudas,
suponiendo que se necesitaran. Casi no se podía mover, porque,
a pesar de que su cuerpo no era humano, estaba sometido todavía
a algunas de esas reglas.
“Esperenme porque voy a volver, y voy a intentar traerles”
Dicho esto, Sam sentía regodearse internamente en el oficio que
tanto Emi le había criticado. Sin embargo, era cierto que había
mucho de ritual en honrar la energía que muta. Aunque habría que
estar todo el tiempo honrando ¿no? ¡Ah! pero la muerte es tan
evidente.
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Día 30:
Andre arrancó a caminar por el desierto como podía, hasta el
hartazgo de ropa. Nunca se había imaginado alejarse, y no porque
no pudiera, sino porque los recuerdos de lo (im)posible quedan
tan grabados en la carne, tanto que, aun cuando se vuelven
posibles, se descree de ellos.
El cielo volvía a teñirse de manto celeste. La oscuridad hacía todo
más hermoso en esa tierra. De noche sí se veía movimiento, en
parte de pequeñas criaturas divagando, pero otro tanto de
diminutas esquelas volviéndose caparazones del viento.
No sentía más miedo que el de encontrarles sin vida y no estaba
segure de volver si realmente era así, aunque lo hubiese dicho.
¿Junto a quiénes es posible sostener la vida? Y más aún: ¿junto a
quiénes es deseable?
Elles estaban alojades a la intemperie en una explanada. El viento
soplaba agreste y daba de lleno en esa parte. Cada vez hacía más
frío. Noah sentía que tarde o temprano no iba a poder resistir más,
y no se animaba a desalojar de su envoltorio al cuerpo, o al
cadáver.
Andre caminaba a la deriva sin ver más que lo que la noche le
permitía mientras la tierra se arremolinaba en sus ojos. El desierto
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parecía un hermoso lugar para morir, volverse arena como el
tiempo. Avanzó por un largo rato, tanto que la idea de progreso
se volvía inútil, ¿de qué servía ‘avanzar’ sin saber a dónde se
estaba yendo? Bien podría haber sido retroceder, o perderse.
Las estrellas fugaces parecían querer alumbrarle el camino, había
una revolución en el cielo esa noche. Las llamaradas celestes no
cesaban su fuego fatuo. Pero también hubo algo que no era
precisamente una estrella. Apenas una sombra abrillantada, como
era antaño el glitter, densa, contra la luz que derrochaba el
firmamento.
La aparición parecía apuntar en dirección noroeste. Era como una
de las cartas que había visto en el mazo de Sam y eso le causaba
un poco de gracia entre tanta desidia. Por eso le hizo caso y
orientó el rumbo hacia ese lado, ¿qué más podía hacer que seguir
esa vaga confianza de tener un sentido, al menos provisorio?
Demoró bastante, pero de lejos pudo distinguir una sombra aún
más densa que la que le guiaba: una verdadera sombra. Supo de
inmediato, tanto como se puede saber con la intuición, que ahí
estaban, con o sin vida. Y, por suerte, allí donde se intuye, hay
pistas.
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Unas pequeñas pintas azuladas le hacían pensar que Noah
aguardaba ahí, esperando que pase un milagro. Y ambes sabían
que los milagros no pasaban, que lo que pasaban eran cosas.
Comenzó a correr, y corrió igual que como elle había corrido la
vez primera frente al envoltorio. El ciclo volvía a repetirse: el
apuro, la explanada, la muerte. La naturaleza buscaba en elles una
ley universal errando.
Andre llegaba, creía ver algo sin ver nada. Las telas, el envoltorio,
el miedo.
Quería saber qué había pasado, quería por fin dejarlo claro, pero
la historia parecía querer mantenerse en secreto.
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