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AA.VV. - Encuentro con la sombra. El poder del lado oculto de la naturaleza humana [2003]

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el Tarot. Set, por ejemplo, el dios egipcio del mal, se representaba como una serpiente o un cocodrilo. En la

antigua Mesopotamia, por su parte, Pazazu (el rey de los espiritus malignos del aire, un demonio portador de

la malaria que moraba en el viento del suroeste) encarnaba algunas de las cualidades que hoy atribuirnos a

Satán. Nuestro Diablo también ha heredado algunas de las cualidades de Tiamat, la diosa babilonia del caos,

que asumía el aspecto de un murciélago con garras y cuernos. Fue en la época judeocristiana cuando el Diablo

comenzó a aparecer en forma definitivamente humana y a llevar a cabo su nefasta actividad de manera más

comprensible para nosotros, los humanos.

El hecho de que la imagen del Diablo haya ido humanizándose con el correr de los siglos representa

simbólicamente que hoy en día estamos en mejores condiciones para considerarla como un aspecto oscuro de

nosotros mismos, que como un dios sobrenatural o como un demonio infernal. Quizás también signifique que

ya nos encontramos en condiciones de enfrentarnos a nuestro lado más oculto y satánico. Pero aunque su

apariencia sea humana -e incluso hermosa el Diablo sigue sin haberse despojado todavía de sus enormes alas

de murciélago.

Es más, el hecho de que en el Tarot de Marsella esas alas sean mayores y más oscuras todavía, parece

indicarnos que la vinculación de Satán con el murciélago es especialmente importante. Detengámonos, por

tanto, en este punto para prestarle una atención especial.

El murciélago es un ave nocturna. Durante el día rehuye la luz del sol y al llegar la madrugada se retira a una

oscura caverna y se cuelga boca abajo para recuperar la energía necesaria para sus correrías nocturnas. Es un

chupador de sangre cuyo aliento pestilente emponzoña el ambiente. Se mue ve en la oscuridad y, según la

creencia popular, tiene una especial tendencia a enredarse con los cabellos de los seres humanos y a desatar

sus ataques de histeria.

También el Diablo vuela durante la noche, cuando las lu ces de la civilización se extinguen y la mente racional

dormita, cuando el ser humano yace inconsciente e inerme y más expuesto se halla a la sugestión. A plena luz

del día, sin embargo, cuando la conciencia del ser humano está despierta y mantiene toda su capacidad

discriminativa, el diablo se retira hacia las zonas más oscuras del psiquismo donde cuelga boca abajo, esconde

sus contradicciones, recupera su energía y espera pacientemente a que llegue su momento. Metafóri camente

hablando, el Diablo chupa nuestra sangre y consume nuestra esencia. Los efectos de su mordedura son contagiosos

y llegan a contaminar a comunidades o incluso a países enteros. Así pues, del mismo modo que el

vuelo del murciélago puede desatar el pánico irracional de un nutrido grupo de personas, el Diablo puede

revolotear sobre la multitud, enredarse en sus cabellos, desarticular su pensamiento lógico y desatar un ataque

de histeria colectiva.

El miedo al murciélago desafía todo tipo de lógica y algo parecido sucede -y por razones similares - con el

miedo al Dia blo. El murciélago se nos antoja una monstruosa aberración de la naturaleza, un ratón con alas y

lo mismo ocurre con el Diablo, cuya disparatada forma desafía todas las leyes de la naturaleza. Tenemos la

tendencia a considerar todo tipo de malformación -los enanos, los jorobados y las cabras con dos cabezas, por

ejemplo- como criaturas e instrumentos de los poderes más irracionales y siniestros. Uno de los poderes más

inexplicables del murciélago y del Diablo al que más teme mos intuitivamente consiste en su capacidad para

desplazarse a ciegas en la oscuridad.

Los científicos han elaborado todo tipo de estrategias para protegerse de las desagradables y peligrosas

costumbres del murciélago, estrategias que les permiten entrar en su guarida y analizarlo racionalmente.

Como resultado de esta investigación, su absurda forma y su repulsiva conducta resultan hoy en día menos

temibles que antaño. Hasta hemos llegado a comprender las leyes que rigen el secreto de su misterioso

sistema de radar. La moderna tecnología ha terminado así desentrañando el poder de su magia negra y ha llegado

a diseñar y elaborar un sistema de vuelo similar al suyo que permite al ser humano volar a ciegas.

Es posible que si realizamos un estudio similar sobre el Dia blo aprendamos también a protegernos contra él.

Tal vez si descubrimos nuestra proclividad hacia la magia negra satánica podamos conquistar los miedos

irracionales que paralizan nuestra voluntad y nos impiden enfrentarnos y relacionarnos con el Diablo. Quizás

el terror de Hiroshima -con sus espantosas secuelas para la humanidad- pueda permitirnos por fin vislumbrar

la monstruosa silueta de nuestra diabólica sombra.

Cada nueva guerra pone en evidencia nuestros rasgos más diabólicos. Hay quienes llegan incluso a afirmar

que la guerra cumple precisamente con la función de revelar a la humanidad su enorme potencial para el mal

de un modo tan crudo que no nos quede más remedio que tomar conciencia de nuestra propia sombra y

establecer contacto con las fuerzas inconscientes de nuestra naturaleza interior. Según Alan McGlashan, por

ejemplo, la guerra es «el castigo por la in credulidad del ser humano con respecto a las fuerzas que mo ran en

su interior». 1

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