Media Luna no.3
Revista mexicana de literatura, ilustración y fotografía
Revista mexicana de literatura, ilustración y fotografía
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MEDIA
LUNA
muerte
No. 3
Noviembre 2020
MEDIA LUNA
1
MEDIA
LUNA
Dirección
Eduardo Sánchez
Diseño editorial/
Portada
Berenice Alamilla
Editora
Daniela Ríos
Editor
José Alfredo Cruz
Editora
Nora Muñiz
Social Media
Colaboradores
Paulina Perezalonzo
Hermosillo
Berenice Alamilla
Erasmo de Palma
Jean-Ma VI
Paola Elizabeth Espinoza
Oliva
Dee Medina
Fernanda Ortega
Vivian R. Gotz
Angélica Sánchez
Ziania Barquera
Sebastián Aceves
CONTENIDO
NOVIEMBRE 2020
Muerte
(fragmento)
Cuento
No sabría
que decir al
respecto
Ensayo
Sobre la lana y
la muerte
Ensayo
Querida
muerte:
Ensayo
El color de la
muerte
Ensayo
Hace poco yo
deseaba morir
Cuento
Era un lunes
de febrero, el
más triste
Crónica
Una muerte
segura
Cuento
06
15
19
MEDIA LUNA
3
MEDIA LUNA
Se sabe que la muerte está muy
arraigada en la cultura mexicana,
pero este año, la pandemia hizo que
los mexicanos notáramos aún más su
sigilosa e inevitable cercanía. Un amigo, un
familiar o un compañero de trabajo, siempre
hay alguien que nos cuenta la historia de un
allegado que murió por Covid-19.
El encierro, tema abordado en nuestra
primera edición, nos ayudó a comprender
y aceptar la muerte en el aspecto físico.
Sin embargo, durante este periodo también
hemos descubierto otros tipos de “decesos”.
Algunos daños colaterales de esta pandemia
son la muerte de planes de estudio, vacaciones
y hasta de matrimonio. Algunos de esos
planes, cual personas contagiadas, todavía
pueden salvarse.
El objetivo de esta edición es mostrar estos
fallecimientos. La creatividad de nuestros
colaboradores permitirá al lector acercarse
a la muerte desde otros ángulos y, al mismo
tiempo, alejarse de ella hasta donde se pueda.
Nadie quiere morir o ver morir algo, aunque
eso algún día sucederá.
En las siguientes páginas, el lector se
preguntará qué color tiene la muerte y cómo
esta se relaciona con las finanzas personales.
También leerá una reflexión sobre el interés
de honrar la muerte desde la vida y si eso
tiene algún sentido.
Después de la muerte queda hacer una
reconstrucción a partir de aquello que sigue
vivo. Y si no queda nada, basta con incluirlo
en nuestra memoria, esa que se mantendrá
viva hasta que sea nuestro turno de partir.
“Es más fácil soportar la muerte sin pensar
en ella que soportar el pensamiento de la
muerte” (Blaise Pascal, Pensamientos).
JOSÉ ALFREDO CRUZ
4 MEDIA LUNA
MUERTE
(FRAGMENTO)
PAULINA PEREZALONSO HERMOSILLO
II. Me arde el pecho
11:31. Acaba de fallecer mi Papá. Era algo esperado.
Esta mañana recibí el
mensaje. Pausé el trabajo
y me tomé un momento para
asimilar aquellas palabras. Sin
emoción, pero confundida, tuve
que leer más de una vez la noticia
para creerlo. Había pasado más de
un año desde que mi padre viajó a
la tierra de lagos y volcanes para
despedirse. A su regreso me contó
de sus tías, de María Celia, y me
mostró una fotografía incómoda
en la que posaba junto a algunos
de sus hermanos con sus parejas,
y el abuelo Carlos sentado al
frente y al centro, desconcertado,
mientras todos a su alrededor
sonreían a modo de celebración.
Esa imagen tan insólita me remitió
a las fiestas de cumpleaños de
los niños pequeños, en donde
las criaturas no tienen ni la más
remota idea de que la causa de
todo ese barullo son ellos mismos.
Fue extraño, me sentí enajenada y
al mismo tiempo, absolutamente
atraída hacia aquellos personajes
desconocidos que se presentaban
en mi vida por primera vez.
Tengo otro tío y también una
tía. Despierta mi curiosidad,
pero produce involuntariamente
rechazo. ¿Por qué siento repulsión?
Finalmente, ellos no tienen la culpa de
quiénes fueron sus padres.
Intento desviar mi pensamiento.
Prefiero escuchar otras historias, de
esas anécdotas tan emocionantes que
rayan en lo sobrenatural. Entonces
me cuenta del niño, Fernando, creo
que es su nombre. El hijo que, a causa
de un problema congénito, murió.
Cuando entró a ver al abuelo, en los
pocos minutos que lo pudo encontrar
despierto, le decía que ahí estaba el niño
brincando encima de su cama. Seguro
había perdido la lucidez a causa de la
agonía. Lo escuchó y cuando estuvo
dormido, salió de la habitación y fue a
la sala con María y Mercedes.
Charlaban del pasado, de su
niñez en Nicaragua y de su madre,
mi abuela. Tejían juntos las memorias
de los años antes de la guerra, antes
de la huida. De pronto vislumbró en
el monitor una pequeña lucecilla que
incuestionablemente se movía sobre el
yacente soñador. Dudoso de su nivel de
agotamiento, le mostró a las tías lo que
veía y para su sorpresa, con impavidez
le respondieron que era el niño y hacía
tiempo que lo visitaba. Y el resto de la
tarde continuó como si nada.
MEDIA LUNA
5
“A 50 AÑOS”
BERENICE ALAMILLA
@berealamo
6 MEDIA LUNA
NO SABRÍA
QUÉ
DECIR AL
RESPECTO
Erasmo de Palma
¿La muerte? ¿De quién? ¿La de
mi abuelo, la de Ireri, la mía? ¡¿La mía?!
¿O las muertes de la pandemia, de los
suicidas o del crimen organizado o del
Estado mexicano? ¿Qué con eso y con
las ganas de obsequiar la ausencia
propia? Acabar la vida, llegar a la
meta, adelantarse; ser arrebatado del
camino, “colgar los tenis y chupar
faros”. El gran éxito rotundo. Y todas
esas mañas y maneras de no decir la
vida o de desdecirla. Desde que supe
que todo esto se trataba de llenar cada
momento con cosas que no me van a
servir de nada cuando me vaya es que
decidí vaciarme de todas las cosas que
me arrebatan el gusto de mantener
la vida, porque la verdad es que uno
nunca sabe qué es lo que vaya a pasar
el instante previo a… toco madera.
Es conveniente mantener cierta
superstición con respecto a aquello
que nos deparará cuando todo esto
acabe; no vaya a ser que en una
MEDIA LUNA
7
de esas uno se vuelva incapaz de
no vivir lo suficiente. No vale nada
decir que alimento de gusano o que
simiente del porvenir. Una cosa llevó
a la otra y superamos el siglo del
desencanto a fuerza de sinsentido,
caos y falta de dioses para las
nuevas eras; habrá que chupar
el veneno de la herida para
mitigar el dolor, aunque
lo fatídico se anuncie
como única salida.
La verdad es que
las palabras están
de más cuando se
trata de mirar a
los ojos a quienes
se duelen por
la contundente
ausencia de un
ser querido. ¿Por
qué empeñarse en
nombrar a lo que
se llena de muerte
súbita? En todo caso,
las palabras son un
lastre para ocupar el espacio
vacío que alguien nos ha dejado.
Me pesa demasiado la escritura
que se reviste de solemnidad para
rendir homenaje a la memoria de
les muertes, nuestres muertes; me
parece sumamente hipócrita la
palabra que arrebata el silencio en
que nos han dejado las personas
que ya no están con nosotros. En
cualquier caso, solo se vive con
la memoria de aquellxs que ya no
están. En cualquier caso, la vida
sigue su curso; en cualquier caso,
siguen impunes los responsables de
¿Por qué
empeñarse
en nombrar a
lo que se llena
de muerte
súbita?
la muerte de Ireri; en cualquier caso,
mi abuelo ocultó un cáncer a toda
la familia y nos ahorró un martirio
de emociones y de gastos médicos.
Su muerte sí que fue repentina y
no dio lugar para lamentaciones
vanas. En cualquier caso, más vale
recordar y honrar la memoria de las
personas que ya no están con
una vida ejemplar en lugar
de pronunciar palabras
y de llenar de flores a
lxs que ya no pueden
escucharnos ni
oler las flores.
Me parece
más acertado
preguntarnos
qué se hace con
el duelo. ¿En
dónde se coloca
todo el dolor que
causa una persona
que deja de existir?
De cualquier manera,
el duelo es por no poder
ser más lo que se fue con
aquella persona; es por algo propio
que también se va cuando nos han
dejado quienes se adelantaron (y
a quienes nos arrebataron). Vale
más pensar en todo eso que hemos
dejado de ser por vivir sin los que
ya no están, es decir, ¿en quién nos
hemos convertido después del dolor
de la ausencia del otro? ¿Quiénes
seremos después de que los otros
nos falten y quiénes hemos sido
hasta ahora con quienes todavía
viven a nuestro lado?
8 MEDIA LUNA
ZIANIA BARQUERA
@zianiabam
BERENICE ALAMILLA
@berealamo
MEDIA LUNA
9
Pensando sobre la muerte, podemos
creernos listos para enfrentar
este tema o pensamos que nos
quedan experiencias por vivir y
nos espantamos con el asunto. Los
mexicanos tenemos una relación
peculiar con el asunto de la muerte;
incluso, le dedicamos un día entero
a nuestros difuntos para recordarlos
con amor y cariño.
Aceptamos la muerte como algo
natural al aceptar que todos vamos
hacia el ‘’más allá’’; pero la realidad
es que, quitando el aspecto simbólico
y regresando al mundo de los vivos,
estamos muy poco preparados.
Desde el punto de vista financiero, no
es mentira que a la sociedad mexicana
nos hace falta mucha cultura financiera.
De hecho, en México tenemos un
grave rezago en cuanto a la cultura de
prevención se refiere. Estamos bajos en
el índice de penetración de seguros en la
población (2.3% en 2019) comparado con
el promedio de países de la OCDE (8.9%).
Lo que significa que en relación al PIB no
gastamos mucho en primas comparado
con lo gastamos en otros sectores.
Esto implica que si un familiar se
‘’petatea’’, puede poner en jaque a
una familia. Una muerte siempre es
repentina y ocurre en el momento
menos oportuno; si no se maneja bien,
puede llevar a la familia a la quiebra.
SOBR
LANA
MUE
Por Jea
Por ejemplo, si algún día llega a faltar
el sustento económico en el seno
10 MEDIA LUNA
familiar, aquel que ‘’pone el pan en la
mesa’’, los integrantes pueden tardar
de seis meses hasta un año entero
en arreglar las actas de defunción,
cobrar seguros, distribuir la herencia,
obtener nuevas fuentes de ingreso y
reacomodarse económicamente para
recuperar su estilo de vida.
E LA
Y LA
RTE
n-Ma VI
En casos más complejos puede haber
inquietudes y hasta conflictos por
la herencia: los hijos peleándose por
los terrenos de la abuela o las nietas
discutiendo por sus joyas y alhajas.
Hoy día existen muchos servicios para
ayudar en estas situaciones, desde
planes de prevención funeraria, seguros
de vida y, sobre todo, los mismos
testamentos. Se ha creado toda una
industria que hace llamadas molestas
los fines de semana para vender un
producto que no terminas de entender.
El punto no es comprar alguno de
estos servicios sino aprovechar
esta época del año para tener estas
conversaciones tan incómodas como
necesarias; darse el tiempo de platicar
en familia sobre lo que nadie quiere
platicar pero que todos eventualmente
viviremos y, de este modo, estar mejor
preparados. Por lo menos, un poco más.
Así estaremos listos para despedir a
nuestros seres queridos con menos
preocupaciones. Ellos se podrán ir
realmente en paz.
MEDIA LUNA
11
QUERIDA
MUERTE:
Paola Elizabeth Espinoza Oliva
Querida muerte:
Aún recuerdo la primera vez que oí hablar sobre
ti. La bombilla prendida del techo brillaba con su
tonalidad blanquecina, el agua se desbordaba por la
cubeta que tenía por tina, mis manos sudaban y mi
corazón se aceleraba. Súbitamente, el movimiento
tan cotidiano y banal de mis manos pasó a
convertirse en el más inexplicable de los fenómenos:
¿Qué era lo que hacía que éstas se movieran?-Y de
ser yo quien controlaba estos movimientos, ¿qué
era yo exactamente? Un sentimiento abrumador me
golpeó inclemente, como agujas que se dejan caer
desde una alta mesa, todas ellas se clavaron en mi
pecho. Conocí tu nombre.
Me dijeron que no hay forma de evitarte, que tu
presencia envuelve todo lo que pueda llamarse
vida, que eres parecida al tiempo, pero mucho más
duradera, pues hasta él te es indiferente. No sigues
reglas ni complacencias, y tanto reyes como Papas,
se han visto doblegados ante ti. Desde entonces,
no has dejado de rondar mi cabeza. Me preguntaba
aterrada, ¿qué pasaría conmigo? Aún sin antes
comprender qué era aquello que me hacía moverme
y al mismo tiempo me hablaba internamente. ¿A
dónde iría?, ¿había un camino a seguir? Preguntas
que, pocos años después, nadie más que tú se
encargaría de responder.
12 MEDIA LUNA
Me hablaron sobre un cielo y un
infierno, sobre castigos y premios,
pero nunca sobre vacíos. Razón de
que dichas explicaciones no fueran
suficientes para responder todas
las cuestiones que incansablemente
venían a mi mente, por lo que busqué
tu nombre en otro libro. Me contaron
historias sobre guerreros nacidos de
una madre mutilada por sus propios
hijos; gemelos que jugaban a la pelota
en el inframundo, enfrentándose a
dioses descarnados, dioses pobres que
quemaban sus cuerpos arrojándose
a una hoguera y hombres que
atravesaban un inmensurable viaje
a través de desiertos,
mares y montañas para
llegar al mismo punto
en el que iniciaron.
Pasaste de ser una
cruenta desconocida, a
una sublime equilibrista
que se balanceaba
sobre una línea delgada
y decidía sobre quienes
elevaba o dejaba caer.
Me encuentro sentada
en un consultorio, del
otro lado de la mesa está el juez que
decidirá mi destino. Sus palabras son
concisas, al punto de congelarme la piel:
“Tendremos que proceder con la cirugía,
la agendaré dentro de tres semanas, el
25 de junio harán las pruebas previas
al procedimiento”. Mi lengua se muerde
encarcelando en una jaula de silencio
la frase que mis lágrimas no pueden
decir: “Pero, ese día es mi cumpleaños”.
La ancha libreta se cierra de golpe, con
mi nombre trazado entre sus páginas
y la pesada puerta me abandona tras
mis espaldas. Regreso a casa sabiendo
la fecha exacta en la que se cumplirá
el mayor de mis miedos, y curiosamente
coincide con la de mi décimo cumpleaños.
Me hablaron
sobre un cielo
y un infierno,
sobre castigos
y premios, pero
nunca sobre
vacíos.
Estoy en una cama de hospital
mientras espero a mi madre, pero en
su lugar llega un enfermero, quien me
pide que suba a otra camilla. Paso por
diversas puertas de cristal hasta llegar
a un cuarto iluminado por una decena
de deslumbrantes lámparas. Todos
visten una bata azul y no puedo ver
ningún rostro, me siento traicionada y
decepcionada, pero esos sentimientos
se ven apagados por el miedo de ser
anestesiada. Tras dos intentos fallidos de
canalización intravenosa que terminan
en una perforación, finalmente colocan
una mascarilla sobre mi nariz y me
piden contar hasta diez. Mis labios no
terminan de pronunciar el
primer número y todo se
desvanece en ese segundo.
No hay ningún sueño, no
hay ninguna sensación.
Ni siquiera hay un yo,
sólo una nada en medio
de un espacio vacío. Lo
siguiente que escucho
es un monitor cardíaco,
su ritmo parece ser
demasiado rápido y entre
más lo escucho, más
rápido se vuelve. Mi vista, más borrosa
de lo normal, me impide distinguir
cualquier silueta, mis párpados son
demasiado pesados para levantarlos.
Estoy perdida en un limbo. Cuando
finalmente vuelvo a la realidad, me
encuentro con un par de tobillos
vendados y faltos de sensibilidad,
y un gran moretón hinchado en mi
mano. “Tu corazón se detuvo por un
par de segundos”. Es lo primero que
escucho decir a una enfermera. Aún
sigo sin determinar si fue efecto de la
anestesia o de algo más, pero nunca
antes en mi vida me había sentido tan
tranquila como en ese momento.
Es una paz pura, todo parece
etéreo y desaparece, no hay
MEDIA LUNA
13
lugar a pensamientos
o sentimientos, todos
los problemas, logros,
recuerdos o palabras
son indiferentes e
intrascendentes. Un vacío
que supera a cualquiera
que seas capaz de
imaginar, uno que se lleva
todo tras de sí y en su
lugar deja una envoltura
inerte. Fue entonces que
todas las preguntas fueron
respondidas, llegaste a
quitar todos mis miedos
para reemplazarlos con
sosiego. Ya no hubo cabida
a dudas referentes a ti.
Cada vez que el dolor
parecía atravesarme al
punto de desgarrarme, tú
estabas ahí, rondando los
pasillos de una camilla,
regalando tu tacto frío a mi
mano, borrando cualquier
rastro de materia existente
a mi alrededor.
Tu nombre y esencia están
inscritos en cada ratón que
el gato trae en forma de
ofrenda a mi habitación,
en los informes de un
monótono papel, en las
calles de las ciudades y
las chozas de los campos.
Musa de mis poemas en
las noches de insomnio,
compañera de mis penas
a la par de soledades,
pensamiento espontáneo
en el recuerdo del pasado.
Tantas etiquetas y ninguna
describe todo lo que has
significado para mí. Ahora
estoy nuevamente bajo
la luz de esta pantalla,
escribiendo lo que no
puedo gritar a la penumbra
de la madrugada, y dejarlo
retratado en un par de
líneas. En el resplandor de
estrellas más candentes, un
noble de nombre Hamlet,
se habrá visto rodeado
por la misma encrucijada:
decidir entre abandonar
las carencias y dolores
que la misma carne por
sí misma trae consigo y
entregarse a un sueño
profundo, uno del que
nadie antes ha regresado
para testificar cuáles son
los sueños experimentados
en un sopor eterno, o
afrontar las pedradas de la
áspera fortuna, sin armas
suficientes para empuñar.
Si la vida es un sueño, quizá
la muerte sea un despertar.
14 MEDIA LUNA
“HAUNT YOU“
DEE MEDINA
@goodnight.dee
MEDIA LUNA
15
EL COLOR DE
LA MUERTE
Fernanda Ortega
Cuando se elige un color para
representar a la muerte, en
automático se piensa en el negro.
Es su misma oscuridad y su sensación
de vacío lo que hace que del hombre
salga el respeto –o miedo– hacia el fin de
la vida. Vemos el negro en los funerales,
en la vestimenta de la Santa Muerte o
en las conmemoraciones de octubre
y noviembre –acompañado de otros
colores como el naranja o el morado,
pero siempre predominando– pues negro
y muerte están unidos más allá de ella.
Es común, y hasta normal, esta lúgubre
asociación, sin embargo, no es la única.
Para el cristianismo –ojo, no catolicismo–
la muerte no es color negro, sino de
colores: los que se ven diariamente.
La muerte es morir cada día a los
deseos, miedos y enojos, reflejados en
todo tipo de formas, texturas, estados
y colores que se oponen a la santidad
que cualquier hijo de Dios se esfuerza
humildemente por tener.
16 MEDIA LUNA
De igual manera, la muerte para el
cristiano no va después de la vida, no
es ese lugar desconocido y negro, como
la oscuridad de una fosa, sino es la vida
sin Cristo. Una vida a color en la que se
busca la satisfacción del yo; el egoísmo
disfrazado de bienestar. Una ¿vida?
de ansiedad, afán y vacío. Una vida
de victimización, autojustificación y
visión propia de lo que es bueno o malo
–cuánta osadía-. Una vida de mentiras
piadosas, blancas, chiquitas, necesarias.
Una vida muerta, a todo color.
Aun lo que hay después de la muerte
física, para el nacido de nuevo –en
lenguaje cristiano–, no son tinieblas.
Es decir, su cuerpo humano deja
de funcionar pero su espíritu, no.
Su muerte en el plano terrenal le
ha dado paso a una vida iluminada
con colores celestiales, una morada
preparada por Jesús (Juan 14:2), libre
de la lucha diaria del <<morir a uno
mismo>> tomando su propia cruz.
¿Cuáles son aquellos colores
celestiales? Juan el apóstol los describe
como blancos, dorados, aperlados;
todos ellos reflejantes, transparentes,
luminosos, seguramente cegadores
al ojo humano. Lo suficientemente
brillosos como para no necesitar de
un sol y una luna (Apocalipsis 21:23).
Una muerte viva, llena de luz.
¿Y qué pasa con tanto resplandor
prometido para la eternidad? La
construcción del miedo en torno al
más allá, desaparece. El creyente
se reconstruye de fe, esperando
confiadamente el tiempo que le toque
morir a la carne para estar en un sitio
infinitamente mejor que la tierra. Y
aunque dicho lugar no deja de ser
humanamente desconocido, el temor no
se apodera de quien cree, y ni es atraído
por los colores mortales del día a día;
todos visibles, tentadores e insistentes
desde el principio de los tiempos.
MEDIA LUNA
17
HACE POCO
YO DESEABA
MORIR
Vivian R. Goiz
No lo digo a la ligera, me ha
costado mucho aceptarlo. La
idea no se alejaba de mí y cada
que me veía en el espejo no podía evitar
pensarlo. Ya no quería estar aquí.
Podrían pensar que tenía problemas de
autoestima o, tal vez, que estaba en medio
de algún desorden alimenticio como la
mayoría de mis amigas de aquellos días.
Nada más lejano de la realidad.
Yo era capitana de mi equipo de porristas,
lo tenía todo. Estaba acostumbrada a
ser el centro de atención, era bonita,
tenía una linda figura, era simpática
y popular, comenzaba mi vida y los
excesos me adormilaban lo suficiente
para encajar sin tanto drama. Lo mejor
de todo es que me podía dar el lujo de
presumir una larga lista de amigos y
una boleta de 10 a la par.
Hasta ese infame día.
Un golpe en la nuca y todo se había
ido. No escuchaba, no veía, no sentía.
De pronto, pequeños manchones de
luz me revelaban los rostros de mis
compañeras reunidas a mi alrededor.
La verdad se iba aclarando. No podía
moverme, sólo llorar. Tenía 14.
Ya en el hospital lo inevitable se
hacía presente, perdería el habla,
no volvería a caminar, tendría que
vivir con asistencia 24/7, si es que
sobrevivía a una cirugía neurológica.
Nunca voy a olvidar la expresión del
rostro de mi mamá. Estaba tan triste
que no dejaba de sollozar en silencio
para no perturbarme, apenas posaba
su mirada en mí y todo su cuerpo
18 MEDIA LUNA
parecía encorvarse, enfriarse. Qué
duro debe ser ver a tu única hija en
ese deplorable estado. Mamá, siento
que pronto ya no estaré aquí.
Años atrás mi papá me había adoptado
con la promesa de quererme y
protegerme para toda la vida. Ahora
llegaba después de un viaje de 8 horas
en autobús para verme así. Perdón papá,
creo que voy a romper esa promesa.
Dios, si me sacas de esta no volveré
a dudar de ti, ya no echaré desmadre
con Frida durante las misas de la
escuela e incluso iré a confesarme.
Comencé a creer en Él, pero no a seguir
la religión. Se volvió algo más personal.
Salí de ahí con algunas secuelas que
sanaron con el tiempo. No hubo cirugía,
no hubo cráneos abiertos, ni sangre.
Que nadie les diga que no se puede
olvidar cómo andar en bicicleta, yo
volví a aprender a los 17.
La visita al hospital reveló algo más,
un par de afecciones cardiológicas
poco importantes que mejorarían con
la edad, excepto que no lo hicieron.
Tras andar errante por consultorios y
laboratorios llegó el diagnóstico dos
años después, una muy dolorosa pero
nada mortal condición hacía que mi
tejido conectivo del tórax se inflamara
y provocara el mismo dolor que las
personas sufren al tener un infarto, en
ocasiones más intenso. Es incurable y
dura para siempre, la cosa es crónica.
Es una daga que se quiebra y estruja tus
costillas, que quema por dentro y no te deja
MEDIA LUNA
19
en paz. Nadie puede
ayudarte, es tu cuerpo
contra él mismo y no
puedes hacer nada,
mas que ser testigo de
esta lucha.
Los días pasaban, ¿y
yo? Postrada en una
cama, anestesiada,
sin poder lavarme el
pelo, mejor me rapé.
Me perdí ese verano,
las fiestas, el calor,
mis amigos. No pude
ver el primer beso de
mis amigas y menos pude dar el mío.
Al volver, ya nada era igual, estaba
sola y algunos eventos terminaron de
estropear mi amor propio. Resumido,
fue un fiasco.
¿Qué hago en este lugar? Ya no quiero
estar aquí.
¿Tengo algún propósito en esta vida?
Creo que estaría mejor en otro sitio.
¿Alguien me querrá de nuevo? Ya no
quiero estar aquí.
¿Algún día besaré a alguien que ame?
Soy muy joven, pero quiero morir.
¿Por qué mi cuerpo me odia? Ya no
quiero estar aquí.
YA NO
QUIERO
ESTAR
AQUÍ.
¡Mi tórax es una
prisión! Me quiero
morir.
¿Por qué los demás
sí pueden disfrutar y
yo no? Ya no quiero
estar aquí.
¿Dios es que me odias
o sólo me ignoras?
Ya sácame de este
maldito lugar.
Este no es mi cuerpo, es una masa que
duele y quema. YA NO QUIERO ESTAR
AQUÍ.
Nunca lo había dicho en voz alta, pero
hace poco yo quería morir.
Quisiera volver atrás y decirme a mí
misma que no necesitaba a todas esas
personas realmente, que me volvería
fuerte y que mi cabello crecería de nuevo.
Que tendría que aprender a funcionar
sin estupefacientes, ni analgésicos y
haría verdaderos amigos en el trayecto.
Que encontraría el amor y después
me rompería el corazón, pero que el
universo opera de formas misteriosas y
que aprendería a notar su llamado. Que
apreciaría cada hoja, cada rama, cada día
y cada caricia. Que abrazaría mi dolor y
retomaría el control de mi cuerpo.
Quisiera adelantarme que llegaría un día
en el que de verdad me gusta estar aquí.
20 MEDIA LUNA
ERA UN LUNES
DE FEBRERO, EL
MÁS TRISTE...
Esthela Ramírez Zúñiga
Las pisadas se aceleraron, el tumulto subía
por las escaleras a toda prisa. Ahí estaba
yo. Hace días que no dormía bien, la escuela
me había dejado de interesar de un momento a
otro. Avisé a los maestros que no podía ir, ¿cómo
hacerlo? No me arrepiento de nada.
***
Me dijo que tenía hambre, fui al restaurante
más cercano para comprar algo de comer,
cuestión de 15 minutos. Pero era imposible, él
no iba a poder masticar ni un bocado. Tuvimos
que hablarle inmediatamente a mamá que ya
se encontraba en el hospital.
Todo pasó muy rápido, la ambulancia no
llegaba y no podíamos perder más tiempo.
Salió en su Sequoia blanca, yo iba justo detrás
en otro carro. Pasamos por las avenidas de
Pachuca a toda velocidad, la adrenalina estaba
desbordándose; urgía que ya llegara.
MEDIA LUNA
21
Tuvimos que estar en la sala de espera
hasta recibir noticias. No era la primera
vez que algo se complicaba, vaya hasta
es natural para nosotros enfermarnos.
Después de un rato nos dirigieron a un
privado.
-Tenía agua en los pulmones, no podía
respirar. Esas palabras fueron el inicio.
***
Era domingo, tres de febrero. Después
de la fiesta a la que nos invitaron en
Actopan pasamos a ver a mi abuelita
al panteón. Era tarde para estar ahí
pero no podíamos dejar pasar esa
visita. El camino es rocoso, siempre se
debe andar con cuidado para evitar
tropezar. Eso pensaba yo mientras
íbamos hacia el mausoleo, sin embargo
fue interrumpido cuando me dijo:
-Hija, como que ya me hace falta morirme.
-¡Papá! No digas esas cosas, cómo crees.
A ti te faltan muchos años para que eso
pase. -No, hija. Lo digo en serio, como
que ya me hace falta morirme.
Permanecimos en silencio, yo no
quería continuar la plática. Me molesté.
Cómo podía pensar eso si era fuerte
y con mucha energía. Siempre tenía
una sonrisa, conservaba ese espíritu
de niño travieso. Probablemente la
ocasión lo puso sentimental, pensé...
Es curioso, -y esto no lo comprendí
hasta tiempo después- se dice que las
personas antes de morir se despiden
de ti, dejan señales que te indican que
ya pronto tendrán que irse.
22 MEDIA LUNA
***
La cocina
estaba llena, se
escuchaban gritos
por todos lados.
Los últimos cuatro
días habían sido
agotadores. Con
altos y bajos,
sustos y alegrías.
Mis tías hacían comentarios, mi mamá
y mi hermana también. Algunas
hacían planes a futuro como que en
unos meses podría haber mejorado
o se habría encontrado un mejor
tratamiento. Yo solamente escuchaba
atenta, en silencio. Sin embargo, tenía
que salir de mí, no podía callarlo.
- ¡Él ya no se va a poner bien! ¡Eso es lo
que pensamos pero no! Hoy sucedió lo
que se conoce como falsa mejoría, ya
no volverá a ser igual.
Lágrimas salían de mí, se desbordaban
los recuerdos al momento de decir esas
palabras. Un estado de shock nos cautivó
a todos. Era lo que nadie quería escuchar:
la verdad. Apareció el silencio incómodo
y, casi leyéndonos el pensamiento, mi
tío Martín bajó apresurado las escaleras
para la cocina.
Era lunes,
cuatro de
febrero.
se volvió nuestro
compañero en la
habitación. Cada
uno de los que
estábamos ahí
buscó su rincón
cerca de él. Yo
tomé su mano
y me recosté en
la cama de su
lado izquierdo,
acurrucándome como cuando era
pequeña. Él se veía impecable, como
si acabara de caer en un sueño. En un
instante llegaron muchas personas
a la casa, como si fuera tributo, se
formaron para despedirse de él.
Hay algo que no se piensa mucho
de la muerte y es que cuando recién
llega todo es ajetreo. Se debe buscar al
médico que dé fe del hecho, hablar a la
funeraria, escoger un ataúd, preparar
la esquela. A mí me tocó seleccionar la
ropa para cuando llegaran a recoger
el cuerpo. Le busqué algo cómodo y
calentito para que usara pues no le
gustaba pasar frío. Entre las prendas
estaba una bufanda negra que yo
aún conservo. Hasta hace poco tenía
todavía su perfume.
***
-Tienen que subir, ya se está yendo.
Todos corrimos, cada uno de nosotros
queríamos ser los primeros en llegar.
Sentir su último palpitar, escuchar
su último respiro. Pero era tarde, ese
movimiento en el pecho que alcancé a
ver no era más que el reflejo después de
la muerte. Mi hermano lo sostenía entre
sus brazos como a un niño. El llanto
Era lunes, cuatro de febrero. Ese día
no había clases en la universidad así
que me quedé en Pachuca. Como todas
las mañanas, salí a ver a mis papás a
su habitación. Inmediatamente me di
cuenta que algo sucedía, mi papá había
estado sintiéndose mal toda la noche
e incluso pasó al hospital a hacerse
estudios antes de que yo despertara.
En ese momento mi tío Martín lo
acompañaba mientras él dormía. Le
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recomendaron tener el oxígeno puesto
porque se le dificultaba respirar.
si era posible que él hubiera sabido
que eso pasaría.
***
Hija, como que ya me hace falta morirme
Eran aproximadamente las tres de la
mañana, no podía concebir el sueño.
Mi cuerpo estaba lleno de angustia de
pensar que él estaba en el hospital,
en ese lugar tan frío que tanto
detestaba. Ya no sabía qué más hacer
para entretenerme en casa. Entonces
mamá llamó, papá estaba muy grave
y no tardaba en morir. Corrí a ver a
mi hermano; también estaba despierto.
Nos fuimos directo a verlo, mientras
tanto me comunicaba con mi hermana
para que nos encontrara ahí.
Algunos familiares ya estaban en la
sala de espera. El ambiente era de una
tristeza abundante, cada pisada por el
pasillo que me guiaba a su cuarto me
retumbaba en los oídos. Mis sentidos se
agudizaron y los escalofríos recorrieron
mi cuerpo... Entré y yacía ahí tendido, su
palpitar era débil. Se le veía tan sereno,
dormido como un niño. Los doctores
sugirieron que lo lleváramos a casa,
como último adiós.
Estuvimos en vela las siguientes horas
esperando que el momento llegara, y
ante todo pronóstico nos dio un día
más. Pasó la noche, se encontraba
todavía muy delicado. El oxígeno se
convertía en una parte de él, no se lo
podía quitar o le faltaba la respiración.
Habían pasado tres días desde que
tuvimos esa pequeña charla en el
panteón, donde él anticipaba su
muerte. Sus palabras sonaban en mi
cabeza una y otra vez, me preguntaba
Pensar en esas palabras me fragmentaba
más el corazón. No concebía su posible
partida. Y es que nada cambiaba, papá
se mantenía dormido todo el tiempo. Sus
párpados parecían ser pesas sobre sus
ojos. Nos preocupó cuando rechazó su
bebida energética de chocolate, algo que
le encantaba tomar a diario.
Transcurrieron las horas y cayó la
noche. Otra más en vela, de navegar en
la incertidumbre de qué pasaría en ese
tiempo. Si moriría o no. Recuerdo estar
acostada en su cama con los audífonos
puestos, sostenía su mano. El dolor de
verlo en ese estado se sentía como un
puñal en el pecho. Empecé a escuchar
canciones de amor, de una hija para su
padre. Necesitaba sentir ese momento.
Wind Beneath My Wings de Bette Midler,
la habíamos bailado en mis XV años.
Cada verso me sacaba lágrimas, estaba
yo en posición fetal. Dicen que colocarse
de esa manera es una forma de proteger
al corazón, eso es lo que yo requería.
***
Murió poco después de las 10 de la
noche. Cuatro días después de aquel
lunes que nos tomó por sorpresa. Un
lunes de febrero, el más triste...
Aquel jueves amaneció con mucha
energía, pudimos disfrutar de sus
ocurrencias y chistes un día más.
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Disfrutó de un chocolate,
su dulce favorito. Quiso
bañarse y estar bien
peinado, pareciera que
tenía una cita.
Cuando alguien está por
enfrentarse a la muerte,
es recibido por sus seres
queridos que se han ido
antes. Estoy segura que así
fue. Antes de dormir tomó el
cuadro del abuelo y lo puso
delante de la fotografía de
la abuela. Recargó su mano
y les sonrió.
***
A mi padre:
Añoro tu presencia, tus
pellizcadas de ojo, tus
palmadas en la espalda,
tus abrazos tan cálidos
aunque fueran algo rígidos
(tus muestras de cariño
eran distintas); cuando
me tomabas la mano y
me dabas un beso, jamás
me sentía tan niña que
en esos momentos. Añoro
verte llegar a la casa
con algún regalo inusual,
escuchar tus pantuflas
arrastrarse hasta mi
cuarto; pelear contigo por
evitar que te comieras
la segunda Magnum de
almendras... Pero más que
nada extraño olerte, esa
esencia mezclada entre los
productos del cabello, la
crema y el perfume.
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UNA MUERTE
SEGURA
Angélica Sánchez
Todos tenemos que morir.
¿Qué pasa cuando un bebé llega a
las manos de una madre? Hay muchas
historias sobre maternidad, y esta es
una de ellas. Es la historia de cómo un
bebé llega a las manos de una madre
y también se va.
Ella era una niña muy muy risueña,
lo que más le encantaba era bañarse,
eso, y ver su programa: “El Chavo del
Ocho” animado. Era una niña muy
buena, muy feliz.
¿De qué hablamos cuando hablamos
de la muerte? La primera afirmación
que me gustaría hacer es sencilla:
todos somos mortales. Al momento de
nacer, lo único seguro será morir. Por
convicción hemos creado a la muerte
como algo inesperado, que por inercia
esperan todos los seres humanos.
26 MEDIA LUNA
Olga vive en la Huerta Capula a 10
km de Ixmiquilpan, Hidalgo. En
su localidad habitan
trescientas personas
aproximadamente. Según
estadísticas realizadas
sobre los pueblos de
México, el 10% de la Huerta
Capula es analfabeta, esto
provocado por la falta de
infraestructura en la zona.
Años antes del
nacimiento de su hija
Lilery, Olga fue empleada
doméstica en la Ciudad
de México. Trabajó 10 años
con la misma familia y
después regresó a su hogar.
Se casó con Cenobio y tuvo a
su primer hijo: Diego. Regresó
a la capital con su hijo, trabajó,
ahorró y regresó a Hidalgo. Tuvo a
su segunda hija: Lilery. No regresó a
la capital hasta meses antes del primer
año de Lilery. Cuando notó que su hija
perdió la fuerza en su cabeza y piernas,
tenía menos movimientos y sus dedos
lentamente se volvían puños.
Vivió por un año en la Ciudad de
México con Cenobio y dos hijos.
Llevó a Lilery a médicos, centros de
rehabilitación y escuelas especiales. Su
diagnóstico fue parálisis cerebral. Por
un año se hizo cargo de las terapias de
Lilery, aprendió y la acompañó en todo
momento, se encargó de la educación
de Diego y siguió trabajando.
Un día en la escuela, Lilery tuvo una
fuerte fiebre que la llevó al hospital.
Enfermó de pulmonía, entró en coma
y sobrevivió. La muerte según el
diccionario es un efecto terminal que
resulta de la extinción del proceso
homeostático de un ser vivo y con ello,
el fin de la vida; ya sea por causas
naturales o inducidas.
Olga regresó a la huerta con su
familia. No fueron con ningún médico
o a algún hospital. Ella y su esposo le
dieron a Lilery algunas terapias que
habían aprendido en su tiempo en la
ciudad y la cuidaron.
“Yo ahorita me siento muy bendecida
por haber tenido a mis dos hijos, no
lamento que se haya ido, al contrario,
me siento la mujer más bendecida al
tener a una niña especial en mi familia”.
Lilery murió a los tres años. La muerte
es una pertenencia exclusiva, pero todos
tenemos una muerte segura.
ZIANIA BARQUERA
@zian.axolotl
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