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Mi héroe favorito
haberte dicho esto, te contaré este
cuento para que entiendas mejor.
Cuando yo era tan sólo un adolescente
no conocía la importancia de la vida,
sólo sabía que tenía que hacer lo que
nos decía la ley de la visa: nacer, crecer,
estudiar… Ese cuento que tú ya
conoces, pero no sabía que lo que se
debía hacer era lo que dictará el
corazón, y por esa sencilla razón no
tuve claridad de lo que sentía, hablo de
los sentimientos algo poco usual en mi
ser, como el amor.
Cuando conocí a tu mamá tenía 18
años y no tenía ni la menor idea de
cómo diferenciar entre capricho o
amor, pero lo que sí tenía claro era que
nunca le haría daño a esa mujer. Pero
quería saber de su vida, de cómo
estaba, de cómo pensaba y entonces me
hice su amigo y me enamoré de su
alma. Pero justo después de un año de
conocernos y ya amándonos, las cosas
se tornaron algo diferentes e injustas,
sus padres la enviarían a estudiar al
extranjero y no había nada que hacer.
En ese momento recordé una frase de
un libro que decía, “no esperes a que
la vida sea justa porque no lo es”, y
claro que no lo era porque se había
robado la mujer de mi via; bueno a
pesar de eso seguimos hablando por
mensajes de texto y nos manteníamos
al tanto de los acontecimientos de la
vida del otro pero no era lo mismo y
tal vez nunca lo sería.
Todos los días pensaba en ella pues era
la inspiración de mis poemas porque
como es de saberse un poema es la
manifestación de un anhelo, no la
historia de un hecho y la luna era mi
más fiel espectadora, era a ella a la que
le pedía deseos, las estrellas fugaces
pasaron a segundo plano en mi vida
porque la magia la encontraba en ella.
Y gracias a ella guardaba una pequeña
esperanza de volvernos a ver, porque
después de todo no estábamos tan
lejos si estábamos la misma luna.