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“No para saber...sino para obtener...para
ser” Hay muchas cosas que Dios quiere que
nosotros sepamos, pero la hora de la Segunda
Venida de Cristo no está entre ellas.
Nuestra es tomar lo que Él nos da (poder
del Espíritu Santo), y ser lo que el desea
que seamos (sus testigos).
Ningún esfuerzo en la predicación del Evangelio
verá fruto perdurable, sino aquel que
esté avalado por el poder del Espíritu.
Cuando alguien lo recibe no puede mantenerse
en silencio. Pablo dijo lo siguiente:
“¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!”
(1 Cor. 9:16)
Compañerismo los unos con los otros
Después que Jesús fue llevado al Cielo, los
apóstoles regresaron a Jerusalén. Las palabras
de los dos mensajeros celestiales todavía
estaban sonándoles en los oídos:
“Este mismo Jesús, que ha sido tomado
de vosotros al cielo, así vendrá como lo
habéis visto ir al cielo” (1:11). Jamás olvidaron
esta promesa, pues se convirtió en
la bendita esperanza de la iglesia hasta
hoy. Pero había que hacer algo más que detenerse
en Jerusalén y esperar.
Todos los apóstoles estaban allí, todos a excepción
de Judas. Se les menciona por sus
nombres (1:13). María, la madre de Jesús
estaba allí, y los hermano de este, y en las
“mujeres” ciertamente estaban incluidas
las mujeres que estuvieron en la cruz y que
fueron a la tumba temprano, el primer día
de Resurrección. Lucas nos dice que estaban
allí “reunidos eran cómo ciento veinte”
(1:15) en el “aposento alto” (1:13).
Estaban “unánimes” y en “oración”. Dos
elementos que son esenciales en el verdadero
compañerismo cristiano. Fue en ese
momento cuando Pedro propuso nombrar
un sustituto en lugar de Judas.
En la Calle Recta
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