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#solucióntravesíaSanRafael

Don Senén y la salida imaginaria

El Espinar

número 317

No es Don Senén persona proclive

a dar información sobre sí

mismo, de modo que tan solo

pude intuir su edad cuando nos

encontramos en el centro de salud

esperando los diez minutos de

rigor tras haber sido vacunados de

un jeringuillazo preciso, breve y

puntual.

-¿Recuerda usted, don Manuel,

que cuando de pequeños nos

vacunaban acompañaban el pinchazo

con un caramelo? Ahora

nada de nada.

-Será que ya no tenemos edad de

caramelos; si acaso de algún analgésico.

También podían habernos

dado un chupito, o un abrazo.

-Parece más fácil el caramelo, y

más aún no dar nada.

-Claro, y eso nos hace sentirnos

despistados.

Don Senén sonrió de buena gana.

-¿Cree usted que despistado y

recién vacunado podrá llevarme a

tomar un café sin que nos perdamos?

-Por supuesto, nunca me he perdido

volviendo a casa desde tan

cerca.

-Eso no es concluyente. Recuerde

el caso de aquel zahorí que pasó

tiempo conduciendo por el mismo

sitio, sin poder salir de él.

-No es por llevarle la contraria,

Don Senén, pero…

-Su memoria, don Manuel, su

memoria. ¿Ha hablado de esto

con su médico?

-Se me olvida hacerlo, crea.

-Ponga entonces más interés. Este

zahorí al que me refiero tuvo que

cruzar una cuidad en un viaje al

otro extremo de un mapa doblado,

y por no perder más tiempo, decidió

tomar la vía que servía de circunvalación

a dicha ciudad. Era

una vía de varios carriles, llena de

coches y camiones, vacía de

semovientes y desprovista de sonrisa.

Digo que entró en la vía y se

mezcló con los demás vehículos

en esa especie de anonimato que

da el tráfico rodado. Se colocó en

el carril derecho para estar preparado

a desviarse en cuanto fuese

necesario y buscó una emisora de

su gusto para que le acompañase.

-Un poco de relax nunca viene

mal.

-Cierto. El caso es que un rato

largo después le pareció extraño

no haber llegado al desvío, pero

de algún modo decidió que se

habría despistado y que, salvo la

demora, la cosa no tenía más consecuencia,

de modo que puso más

atención al camino. Al rato observó

que había pasado de nuevo por

el punto de origen, confirmándose

así sus sospechas de despiste.

-Las circunvalaciones son un

follón.

-Eso parece. El caso es que se fijó

mucho en cada desvío que venía

hacia él por no cometer de nuevo

el mismo error, e incluso redujo

un poco la velocidad para asegurarse

de ello. Y así pasaron de

nuevo los quilómetros, sin que

viese su desvío.

-Igual no sabía cuál era.

-Sabía inequívocamente a donde

tenía que ir, pero el desvío no aparecía.

Pasaron las horas y las vueltas,

creciendo la desesperación y

el nerviosismo. De pronto se

encendió la señal de reserva, y

cayó en la cuenta de haber hecho

más de quinientos quilómetros

dentro de esa circunvalación. No

obstante, esto le hizo tener una

pequeña esperanza: pararía a

repostar y le preguntaría al empleado

de la gasolinera cuál era exactamente

la salida que debería

tomar para volver a casa. Sabía

que había una porque la había

visto varias veces aunque, reconoció,

no en todas las vueltas por

despiste o por tener la atención

centrada en otro punto. Y allí estaba.

Sintió un respiro al desviarse

hacia ella. Llenó su depósito y

preguntó al empleado tras pagar.

Este le contestó que la salida

treinta y cuatro era la suya.

-Imagino que se sintió aliviado.

-Y hasta de buen humor. De

nuevo en ruta, fue observando los

números de salida que le acercaban

por fin a su escapatoria. Pero

la salida treinta y cuatro no indicaba

su destino, sino otro muy

diferente. Se desesperó al pensar

que el hombre de la gasolinera se

había equivocado y que de nuevo

estaba perdido en un lazo que le

ahogaba cada vez más.

-¿No podía tomar otra salida próxima

y preguntar allí?

-No, porque para él la única salida

posible era la que el tenía clara en

su mente. Si el gasolinero se había

equivocado, otra salida tendría el

nombre de su destino. La autopista

estaba bordeada de verdes prados

en uno de sus puntos, pero él

no reparaba en ellos, pendiente

como estaba de abandonarla.

Luego, los prados dieron paso a

poblaciones de casas ordenadas

con tejados negros, en los que las

luces amarillentas comenzaban a

lucir tras las ventanas a medida

que la noche iba acercándose.

Nuestro hombre ya había dado

más de veinte vueltas a la circunvalación,

pero el paisaje no le era

familiar porque no reparó en él en

ninguna de ellas. Tan solo los

números de las salidas le indicaban

que había pasado por los

sitios una y otra vez.

-Y de noche la cosa empeoraría,

imagino.

-La noche le dio otra dimensión al

problema. Tenía que poner más

atención a las indicaciones, y eso

hizo que su cansancio aumentase

hasta que los ojos empezaron a

escocerle. Tendría que parar de

nuevo a repostar y entonces

podría preguntar de nuevo al

empleado, que finalmente podría

resolver su duda.

-¿Y por qué no paró antes de quedarse

sin combustible?

-Porque estaba convencido de que

aún podría ver la salida antes de

que la noche le cayese encima del

todo, y así, dos horas después,

salió de nuevo a la gasolinera. Su

emoción ante la pronta solución a

su problema fue tanta que tardó

un rato en darse cuenta de que la

gasolinera, por la hora, estaba

cerrada.

-Pobre hombre.

-Sí. Por un momento se quedó

bloqueado, hundido. Sin la indicación

del hombre nunca podría

salir de allí. Podía haber esperado

a que pasase la noche y él volviese,

pero sin saber por qué, decidió

seguir y coger la salida que le

había dicho horas antes.

-Bien decidido. Por lo menos saldría.

-Dicho y hecho. Más tranquilo,

enfiló hacia la salida, fuese cual

fuese el destino que le esperase.

Pero a escasos quilómetros de

ella, el coche se quedó sin gasolina

y se paró en medio de la carretera

en un sitio poco iluminado,

con tan mala fortuna que un

camión que iba detrásl impactó

con él, expulsándolo de la calzada

hacia un terraplén donde dio

varias vueltas de campana.

Finalmente, el zahorí había

encontrado una salida.

-No me diga que había muerto.

-Ese debería ser el desenlace lógico

a efectos de moraleja, pero no

fue así. El camionero llamó a la

policía y pronto vino una ambulancia

que le trasladó a un hospital

desde el que llamaron a su familia.

Tras una semana ingresado, su

mujer le llevó de nuevo a casa.

-Parece que por lo menos consiguió

su objetivo.

-¿Usted cree?

-Salió de la circunvalación ¿no?

-Sí, pero no por la salida que él

había diseñado en su mente. Y es

que a veces no queremos ver por

dónde tenemos que librarnos de

nuestro presente. ¿Me deja que le

invite a ese café?

-Será un placer, Don Senén.

-Tomémoslo entonces.

Y Don Senén y yo salimos del

coche camino de un bar donde

tomar un café que nos diese pie a

poder charlar un poco más.

Manuel López Franco.

OGDAN

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