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la trilogia del club hotel

3 cuentos cortos sobre 4 amigos y sus aventuras nocturnas ambientadas en el Club Hotel.

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Hernán se apuró a excusarse:

—Bajamos de los tres picos y nos perdimos...

—Está bien, está bien, no hay problema. —Los dos huéspedes se

acercaron y el argentino tomando del hombro al germano dijo:

—No habla español, es alemán, integrante de la tripulación del acorazado

Graf Spee. No salió en los diarios, por eso les pido discreción. —Los

cuatro asintieron—. “Fueron enviados al Club Hotel para su internación

bajo la vigilancia de Infantería. Ellos nos están ayudando a los que

administramos el Club Hotel. Queremos algo superior para este lugar…”

—¿Disculpe, pero aquel hombre de biggggooottt?…

Diego no terminó su frase, cuando repentinamente, el horizonte dio un

millón de giros hasta frenar y mostrar por enésima vez, al Hotel sumido

en el olvido y el abandono. La desidia podía contemplarse a simple vista.

Las sierras del fondo se veían diferentes, con otra piel, otro semblante.

Otro grito exaltado los despabiló:

—¿Se puede saber que hacen acá?!

Y a continuación dos tiros al aire provocaron un eco retumbante en las

montañas.

—Esto se está poniendo feo —dijo Mauro agachándose.

La atmósfera comenzó a enrarecerse y ninguno podía ver ni respirar con

normalidad; era como si estuviesen dentro de un remolino de imágenes.

—¡Que Dios no ayude! —dijo alguien y ni el resto supo quien había

hablado…

De repente sintieron calor, asfixia, y les costaba moverse.

—¡Estamos en medio de un incendio! —gritó Diego histérico.

Presenciaron con desconsuelo, el desastre que había ocurrido hacia 36

años; un gigante caía sobre sí mismo, despojado ya de su encanto y

hechizo inicial. Habían visto su esplendor hacia un momento.

—¡El incendio del 83! en pocos minutos recorrimos…

Hernán interrumpió abruptamente:

—¡Diego…Diegooooo! —Estaban atascados en una etapa del hotel y no

había forma de escapar —¡¿Todavía tenés el pedazo de tela?! —Hernán

tenía que gritar porque el zumbido del desplazamiento temporal era

demasiado elevado.

—¡Está guardado en la mochila, ¿qué querés hacer?! —Diego intentó

darse vuelta para abrirla, pero Mauro al ver que el fuego estaba ya muy

cerca, se lanzó sobre su amigo y le arrancó la mochila en el aire,

haciéndola rebotar a varios metros. Hubo silencio y un apagón, pero no

oscuro, sino más bien luminoso, y recortada, la figura de una mujer

joven recogiendo la parte de tela que le faltaba para enmendar el hombro

de su camisa.

—Gracias —dijo, hasta que desapareció y todo volvió a la normalidad.

—¿2019? —preguntó Eliseo mientras se sacudía las cenizas.

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