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L. J. Smith <strong>Despertar</strong><br />
final del puente, sus orificios nasales se habían ensanchado ante el olor<br />
fuerte y característico a carne humana.<br />
Sangre humana. El elixir supremo, el vino prohibido. Más embriagador<br />
que cualquier licor, la humeante esencia de la vida misma. Y estaba tan<br />
cansado de oponerse al ansia...<br />
Había habido un movimiento en la orilla, al agitarse un montón de viejos<br />
harapos. Y al instante siguiente, Stefan había aterrizado con un<br />
movimiento grácil y felino junto a él. La mano salió despedida al frente y<br />
retiró los harapos, dejando al descubierto un rostro arrugado y<br />
parpadeante encima de un cuello esquelético. Sus labios se echaron hacia<br />
atrás.<br />
Y a continuación todo lo que se oyó fue un sonido de succión.<br />
En aquellos momentos, mientras ascendía a trompicones por la escalera<br />
principal de la casa de huéspedes, intentó no pensar en ello y no pensar<br />
en ella..., en la muchacha que le tentaba con su calidez, con su vida. Ella<br />
había sido la que realmente deseaba, pero a partir de aquel momento<br />
debía poner freno a aquello, debía matar cualquier pensamiento parecido<br />
antes de que se iniciara. Por su bien y por el de ella. Él era su peor<br />
pesadilla hecha realidad y ella ni siquiera lo sabía.<br />
—¿Quién anda ahí? ¿Eres tú, chico? —gritó, chillona, una voz cascada.<br />
Una de las puertas del segundo piso se abrió y una cabeza canosa<br />
asomó fuera.<br />
—Sí, signora..., señora Flowers. Siento haberla perturbado.<br />
—Ah, se necesita más que el crujido de una tabla del suelo para<br />
perturbarme. ¿Cerraste la puerta con llave al entrar?<br />
—Sí, signora. Está... a salvo.<br />
—Eso está bien. Necesitamos estar seguros aquí. Uno nunca sabe lo que<br />
podría salir de esos bosques, ¿verdad?<br />
El muchacho dirigió una veloz mirada al pequeño rostro sonriente<br />
rodeado de mechones grises, a los ojos brillantes que se movían de un<br />
lado a otro. ¿Ocultaban algún secreto?<br />
—Buenas noches, signora.<br />
—Buenas noches, chico. —La mujer cerró la puerta.<br />
Ya en su propia habitación, Stefan se dejó caer sobre la cama y<br />
permaneció tumbado con los ojos fijos en el techo bajo e inclinado.<br />
Por lo general tenía un sueño intranquilo por las noches; no era su hora<br />
natural de dormir. Pero esa noche estaba cansado. Requería tanta energía<br />
enfrentarse a la luz del sol. Y la comida pesada no hacía más que<br />
contribuir a su letargo. Pronto, aunque sus ojos no se cerraron, dejó de<br />
contemplar el techo encalado sobre su cabeza.<br />
Retazos aleatorios de recuerdos flotaron por su mente. Katherine, tan<br />
encantadora aquella noche junto a la fuente, la luz de la luna tiñendo de<br />
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