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HERIDOS Y CONTUSOS (Uno o dos paisajes)
Graciela entró en el dormitorio, se quitó el abrigo liviano,
se miró en el espejo del tocador, y frunció el ceño
Luego se quitó la blusa y la pollera, y se tiró en la cama
Dobló una pierna y luego la estiró todo lo que pudo Entonces
advirtió un punto corrido en la media Se sentó,
se quitó las medias y las fue revisando a ver si había otra
corrida Después hizo un montoncito con el par y lo puso
sobre una silla Se miró de nuevo en el espejo y se apretó
las sienes con los dedos
Por la ventana entraba todavía la luz penúltima de
una tarde que había sido fresca y ventosa Apartó uno de
los visillos y miró hacia afuera Frente al edificio B jugaban
seis o siete niños Reconoció a Beatriz, despeinada y
agitada, pero en pleno disfrute Graciela sonrió sin mucha
convicción, y se pasó la mano por el pelo
Sonó el teléfono junto a la cama Era Rolando Ella se
acostó de nuevo para hablar con más comodidad
—Qué tarde desagradable, ¿no? —dijo él
—Bueno, no tanto Me gusta el viento No sé por qué,
pero cuando camino contra el viento, parece que me borra
cosas Quiero decir: cosas que quiero borrar
—¿Como cuáles?
—¿No leés la prensa vos? ¿No sabés que eso se llama
intervención en los asuntos internos de otra nación?
—Está bien, república
—Por lo menos, república amiga, ¿no?
Ella pasó el tubo a la mano y el oído izquierdos, a fin
de poder rascarse detrás de la otra oreja
—¿Novedades? —preguntó él
—Carta de Santiago
—Ah, qué bien
—Un poco enigmática
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