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Centurion Argentina Spring 2017

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BLACKBOOK REPORTAJE El

BLACKBOOK REPORTAJE El tamaño, la vacuidad y la belleza de Namibia escapan a cualquier razonamiento. Hay que recorrer el país para apreciarlo y así deleitarse con una de las experiencias más espléndidas del planeta donde la aventura convive con la conservación y el respeto por un lugar y una cultura que, por desgracia, son únicos. C on 825,000 kilómetros cuadrados de extensión (lo que equivale a Reino Unido y Francia juntos) y apenas 2.5 millones de habitantes, Namibia es el segundo país, por detrás de Mongolia, con menos densidad de población del mundo. Este solo dato ya marca la diferencia con el resto de África en términos de conservación de la vida salvaje. El ritmo de crecimiento del continente es el más rápido de todo el planeta; se calcula que para 2020 la población se habrá duplicado hasta llegar a los 2,200 millones y volverá a multiplicarse por dos antes de que termine este siglo. Por esa razón, los territorios donde se asienta el ser humano se extienden en detrimento de las zonas salvajes, que son el hábitat natural de los animales. En palabras del conservacionista zimbabuense Clive Stockil, ganador del Premio Príncipe Guillermo a la Conservación en África en 2013: «El kilómetros hasta llegar a un campamento de carpas sobre el lecho seco del río Huab dura más de ocho horas, debido sobre todo a que durante el último tercio del viaje el Land Rover tiene que moverse por pistas poco firmes. Más allá del campamento se puede divisar un espectacular paisaje lunar repleto de rocas que se formó hace 350 millones de años por el choque de dos continentes. Hoy en día apenas crecen algunas plantas –como “EL MAYOR PROBLEMA EN ÁFRICA ES LA LUCHA ENTRE LOS HUMANOS Y LA FAUNA POR EL PRINCIPAL RECURSO QUE ES LA TIERRA” Garth Owen-Smith, también distinguido con el Premio Príncipe Guillermo (dos años después que Stockil) se dedica a llevar a turistas europeos a esta región extrema. Famoso por ser el impulsor de la conservación de la fauna en Namibia –un título al que resta importancia con su característica modestia–, es una persona muy admirada en todo el continente. En la actualidad ronda los 70 años, pero sigue siendo un personaje imponente: alto, delgado, con penetrantes ojos azules y la piel curtida por décadas bajo el sol africano. En 1983 creó el Programa para el Desarrollo Rural y la Conservación de la Naturaleza (IRDNC), que se ha convertido en un modelo de referencia en África. En los parques nacionales [de Namibia] –especialmente en Etosha– «existían buenas prácticas de conservación, pero en las áreas comunales, que representan hasta 40% del país, la vida salvaje estaba desapareciendo», afirma. En los años setenta, había cerca de 350 rinocerontes negros del desierto mayor problema en África es la lucha entre los humanos y la fauna por el principal recurso que es la tierra, el espacio». Precisamente aquí no falta espacio. Más de 40% del país es desierto y si va manejando, como hice yo recientemente, en dirección norte por la costa desde la pequeña ciudad portuaria de Walvis Bay hasta la Costa de los Esqueletos y se adentra hacia el este en el desierto granítico de Kaokoveld (rebautizado formalmente como la provincia de Kunene), es probable que no se cruce con ningún otro ser humano. El trayecto de 400 La fauna de Namibia, desde elefantes y rinocerontes hasta antílopes y cebras, se ha adaptado a las duras condiciones del desierto la extraña welwitschia mirabilis prehistórica que los botánicos locales describen como un “fósil viviente”– y solo habitan animales resistentes adaptados a las condiciones del desierto, como el elefante, el rinoceronte, el león o el órix. Se trata prácticamente de la última fauna verdaderamente salvaje del continente africano. en la zona, sin embargo, debido a la caza furtiva –impulsada especialmente por tribus locales como los himbas y los hereros– solo quedaban 60 ejemplares cuando Owen- Smith puso en marcha su programa. La clave de este modelo de conservación es que implica –y, sobre todo, recompensa– a las comunidades rurales africanas que 20 CENTURION-MAGAZINE.COM

ILUSTRACIÓN STUART PATIENCE conviven con los animales salvajes. Para ellas, no se trata de criaturas adorables, tal y como nos ocurre a los occidentales, sino que son peligrosos habitantes con los que comparten espacio; los leones acaban con sus preciados rebaños y los elefantes pisotean sus cosechas. Owen-Smith cuenta que los líderes de las comunidades solían preguntarle quién era el dueño de esos ejemplares y llegaban a la siguiente conclusión: «Si son del gobierno, entonces es su responsabilidad, y no nos importa lo que les suceda». Por ese motivo prestaban su apoyo a los furtivos. Ahora mismo, las comunidades tienen un interés económico por mantener a esos animales con vida, ya que consiguen una parte de los ingresos generados por los turistas y, no sin cierta controversia, de la caza de trofeos. Aunque Owen-Smith está formalmente retirado del IRDNC, sigue desempeñando un papel activo en la conservación de las comunidades y organiza debates, reuniones y talleres desde su apartada sede, acertadamente bautizada como Wereldsend (“fin del mundo” en afrikaans). Él y su pareja, la doctora Margaret Jacobsohn, son ahora también codirectores de Conservancy Safaris Namibia, una empresa turística propiedad de cinco comunidades locales –unas 3,000 personas en total– encargada de organizar safaris fotográficos y de caza. La compañía pone en práctica «una forma más ética de turismo fotográfico. Me gusta llevar a los viajeros hasta el Kaokoveld para compartir esta excepcional y preciosa experiencia en la naturaleza», explica. El conservacionista se muestra categórico al afirmar que, independientemente del dinero que se destine a guardas armados para que protejan a los animales en peligro –cada año se dedican decenas de millones de dólares en todo el continente africano–, estos seguirán desapareciendo a menos que las comunidades locales se impliquen activamente. En su opinión, la reciente oleada de cazadores furtivos es un buen ejemplo de ello. Luego de jubilarse en 2010, una serie de ataques en el Parque Nacional de Etosha y la provincia de Kunene en 2014 hizo que Owen-Smith y Jacobsohn volvieran a la brecha con un ímpetu renovado. Bandas de cazadores ilegales procedentes de Sudáfrica entraron en el país y en dos años acabaron con 160 rinocerontes y 80 elefantes, principalmente E L E X P E R T O El pionero de la conservación Garth Owen-Smith dirige un número limitado de safaris “Arid Eden” basados en sus cuatro décadas en el Kaokoveld. También organiza tours junto a su pareja, la doctora Margaret Jacobsohn; kcs-namibia.com.na en Etosha, aunque también en esta remota región desértica. «Por lo que habíamos visto en Sudáfrica, sabíamos que se iban a producir cazas furtivas. Durante dos décadas no habíamos tenido furtivos y, de pronto, sucedió esto», recuerda. La pareja empezó a colaborar con la policía, la ONG Save the Rhino Trust y, sobre todo, con los responsables locales de la conservación. Todos juntos diseñaron un plan de actuación durante una reunión en Wereldsend en la que participaron 200 personas. «Por el momento, hemos logrado detener la caza furtiva en las zonas comunitarias –afirma–. Y esto se debe a que las comunidades se han vuelto a hacer responsables de los animales». La caza de trofeos es un elemento integral dentro de los programas para la conservación de las comunidades y, al mismo tiempo, una actividad que provoca indignación entre los grupos de presión que abogan por los derechos de los animales en todo el planeta. De hecho, la postura de Namibia en favor de la caza es tan impopular que recientemente dos clientes cancelaron sus safaris con Owen- Smith en señal de protesta. Aunque él no es cazador y no le gusta especialmente esta actividad, defiende con vehemencia que es una parte importante dentro de la exitosa filosofía conservacionista del país. «Los US,000 por un solo león cazado sirven para pagar por muchas cabezas de ganado desaparecidas». Según Owen-Smith, la caza en Namibia está cuidadosamente controlada. Las comunidades locales aplican un sistema de cuotas basado en el recuento de animales y, a continuación, los cazadores profesionales registrados en Namibia presentan sus solicitudes. La comunidad paga tarifas fijas –unos US0 por un órix, US0 por una cebra y US0 por un kudú– y recibe la carne del animal. El cazador se queda con la cabeza y la cornamenta. Acompañados de guías como Owen- Smith, los turistas occidentales recorren la inmensa y espectacular naturaleza. Pronto empiezan a conocer a estas hermosas criaturas y cómo se han adaptado biológicamente a las duras condiciones en el desierto, por eso, la simple idea de cazarlas y matarlas –especialmente animales icónicos como el elefante, el rinoceronte o el león– les puede parece una crueldad. Sin embargo, como explica el impulsor de la conservación en Namibia, «matamos animales para comer así que, ¿cuál es la diferencia entre una vaca, una oveja o un kudú? Si queremos salvar estas especies en Namibia, necesitamos la caza de trofeos». El argumento de esta venerada figura del conservacionismo africano, que para muchos resulta convincente, refuerza la necesidad de ser flexibles a la hora de convivir con la naturaleza. En definitiva, una lección que se aprende en Namibia mejor que en ningún otro lugar del planeta. PARA RESERVACIONES CONTACTE AL SERVICIO DE CENTURION CENTURION-MAGAZINE.COM 21

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