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Centurion Argentina Spring 2017

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El SV Australis giró

El SV Australis giró lentamente en una cala cerca de la costa Antártica mientras icebergs tan enormes como islas se cernían a popa. Estábamos a principios de marzo, el otoño austral, y el cielo cada vez se ponía más gris y tormentoso. Más allá de esas paredes de hielo se encontraba el pasaje de Drake, un tramo de 966 kilómetros de ancho en el océano Glacial Antártico. En este punto el clima gélido y polar de la península Antártica colisiona con el clima frío y húmedo de la región subpolar de Sudamérica. Esta transición climática da lugar a una de las travesías más duras de todo el planeta. De pie en la cocina, el capitán Magnus O’Grady –Maggy para los amigos– analizaba la previsión del tiempo en su laptop. De espesa barba pelirroja y mirada de marinero, tenía el semblante de un capitán que, con tan solo 27 años, ya había atravesado el pasaje de Drake cientos de veces. «Chicos, tenemos un problema», exclamó dejando escapar un suspiro. Siete de nosotros estábamos sentados alrededor de una mesa en popa. Giró el laptop para mostrarnos una inquietante cantidad de rojo, es decir, una inminente tormenta. «Si esperamos, las cosas se van a poner muy desagradables». Cambios así de inesperados son bastante habituales por estas latitudes y sinceramente eso fue lo que me animó a embarcarme en un recorrido de 17 días con Natural Habitat Adventures a bordo del Australis. Radicada en Boulder, Colorado, esta empresa de exclusivos viajes de aventura está asociada al Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y ofrece itinerarios de inmersión total centrados en la naturaleza. Mi viaje equivale más o menos a dos noches en una suite Vendôme en el Ritz de París. En 2015, más de 30,000 personas visitaron la Antártida y prácticamente todas llegaron en grandes cruceros. Este tipo de embarcaciones debe mantenerse dentro de las rutas fijadas con el fin de reducir el impacto en el frágil entorno polar; pero, incluso haciéndolo así, tan solo puede desembarcar un centenar de personas cada vez, lo que significa que no todas tienen la posibilidad de visitar las colonias de pingüinos o los centros de investigación incluidos en el itinerario. Sin embargo, el Australis, construido en Nueva Zelanda y remodelado en Australia en 2015, ofrecía una experiencia completamente distinta. Esta pequeña embarcación de 23 metros de eslora, con aparejo de balandro, tres velas para mayor estabilidad y nueve milímetros de acero en un casco apto para el hielo tenía capacidad para hospedar cómodamente a siete personas más cinco miembros de la tripulación, además de almacenar kayaks y un equipo de acampada. El castillo de proa iba cargado de cordero argentino, vinos chilenos y quesos franceses. En su interior se podía sentir el reconfortante retumbar de un motor de 180 CV que impulsaba la embarcación a una velocidad de nueve nudos, lo suficientemente rápido como para reducir el tiempo de viaje sin desdibujar la visión del paisaje a nuestro alrededor. En un crucero de expedición se puede ir a donde uno quiera, quedarse donde uno desee y cambiar el curso cuando a uno se le antoje. Y por ello, el Australis nos brindó una intimidad sin igual mientras atravesaba los paisajes más colosales del planeta, convirtiéndose en nuestro agradable hogar en lo que serían los ocho días más impresionantes de nuestras vidas. Habíamos surcado ya cientos de kilómetros alrededor de la península para explorar solitarias bahías bañadas de luz etérea. Habíamos recorrido playas sin más huellas que las nuestras y navegado en kayak entre imponentes témpanos de hielo bajo acantilados con vetas de cobre y hierro. Las ballenas jorobadas se habían acercado tanto que incluso habíamos percibido su fétido aliento. Y ahora solo nos quedada el Drake. El pasaje era tan voluble que sus monstruosas tormentas habían llegado a hacer añicos ventanas a tres pisos de altura, dar la vuelta a pianos y hundir veleros mucho más grandes que el nuestro a 4,500 metros de profundidad. En 1578, Sir Francis Drake, que comparte nombre con el pasaje, evitó navegar por esta ruta cuando daba vuelta al mundo. Cruzarlo es una experiencia singular. Hoy en día los agotadores viajes oceánicos son innecesarios, por eso, si alguien los hace, es porque quiere. El plan había sido pasar la noche en el archipiélago Melchior, en el extremo noroccidental de la península, rodeados del fuerte crujido de amenazantes icebergs, y por la mañana soltar amarras en dirección al Cabo de Hornos. En su lugar, comenzamos una ofensiva de tres días justo después de la cena. Miré alrededor de la mesa. Algunos de los pasajeros ya habían estado en todos los continentes. Otros ni siquiera habían salido antes de Estados Unidos. Sin embargo, todos habíamos venido en busca de aventura. En el grupo se encontraba Bob Lawson, un constructor de casinos de 64 años, y los Leishear, una pareja casada desde hace 44 años. Junto a ellos se sentaba David Larcombe, un ranchero australiano de 51 años, y también nuestras guías Andrea “Annie” Van Dinther, de 41 años, y Moira Le Patourel de 26. Pasarían días antes de volver a verlos a todos juntos. Nos dirigimos a la cubierta para disfrutar de los últimos soplos de libertad. El viento. El azul a nuestro alrededor. La inequívoca lejanía de todo. Una ballena apareció frente al puerto, le siguió otra, y otra más. Era como si nos estuvieran deseando buena suerte. La mayoría de la gente debe cruzar el Drake dos veces, una de ida y otra de vuelta, pero nosotros hicimos trampas y lo sobrevolamos en dirección sur. Tomamos un vuelo de menos de dos horas de duración que partió de Punta Arenas al sur de Chile y aterrizó en una pista de grava de una base chilena en la isla Rey Jorge, a unos 120 kilómetros al norte de la península Antártica. En verano, cerca de 4,800 personas procedentes de 29 países viven en las bases de la Antártida. Esta base en concreto, que alberga uno de los dos únicos asentamientos para civiles de todo el continente, parecía una colonia en Marte, si en ese planeta habitaran pingüinos. Los científicos dormían en lo que parecían contenedores de transporte transformados. El Australis nos esperaba en el lado opuesto de la isla en una bahía resguardada. Subimos a bordo y nos lavamos los pies con desinfectante para reducir el riesgo de propagar cualquier especie invasora. Maggy inmediatamente puso rumbo en dirección sudoeste hacia la isla Decepción, una caldera situada a unos 110 kilómetros. A partir de aquí el plan se fue haciendo más flexible. Aunque los exploradores de la edad dorada tenían que comer hígados de pingüino, nosotros contábamos por suerte con Anaïs Puissant, una chef francesa de 26 años capaz de preparar especialidades como musaka, tiramisú e interminables platillos de carnes frías. Bob Paige, la mano derecha de Maggy, era un británico de 24 años que era el chico para todo en el barco. «Si hace frío, hay humedad o huele mal, ese es mi trabajo», decía Bob con orgullo. Pasamos junto a las inestables torres de hielo de la isla Livingston y el monte Friesland de 1,700 metros de altura. Pingüinos barbijos iban dando tumbos por un iceberg con grandes témpanos de hielo FOTOGRAFÍAS EN LAS PRIMERAS PÁGINAS: © MOIRA LE PATOUREL/NATURAL HABITAT ADVENTURES. PÁGINA OPUESTA: © NATURAL HABITAT ADVENTURES, TIM NEVILLE (FILA DE EN MEDIO A LA IZQUIERDA Y FILA INFERIOR A LA DERECHA) 54 CENTURION-MAGAZINE.COM

En el sentido de las manecillas del reloj desde arriba a la izquierda: pingüinos barbijos; el Australis surcando el archipiélago Melchior; una ballena jorobada en bahía Paraíso; dos más en bahía Dallmann; las señales en la Base Brown, el servicio de guardacostas argentino cerca de bahía Paraíso, muestran la distancia en millas náuticas a ciudades alrededor del planeta; dos pingüinos papúa observan el Australis en bahía Paraíso; un visitante fotografía una cueva de hielo; acampando en una roca en medio del océano cerca de la isla Lientur LOS DETALLES Recomendamos los cruceros de expedición de Natural Habitat Adventures en el Australis para grupos pequeños (siete pasajeros) con salidas garantizadas e intimidad en entornos espectaculares. Los viajes se organizan entre los meses de diciembre y marzo y suelen durar de 12 a 17 días. Las salidas permiten cruzar el pasaje de Drake en vuelo de ida o en vuelo de ida y vuelta, aunque el mal tiempo puede obligar a cambiar el itinerario aéreo e influir en el tiempo de estancia en la Antártida; nathab.com

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