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La ciudad
Martes y Miércoles cantaron todo su repertorio, que ya habían practicado en
otras en ocasiones en Caimán para juntar dinero, y recibieron algunas monedas a
cambio, hasta que varios pasajeros se quejaron y les pidieron silencio.
Ciertamente la señora tuvo que poner un poco de dinero para completar los
pasajes, pero el esfuerzo que hicieron terminó por conmoverla y los compensó
además con una amplia sonrisa.
Lunes no salía de su asombro. Apenas unas horas antes había llegado en la balsa
y ya estaba subido en un camión con rumbo a la ciudad. Escuchaba las canciones
de sus nuevos amigos, veía a los pasajeros con curiosidad, revisaba el camión y
miraba a través de la ventanilla como si todo fuera un sueño. Un señor de lentes
oscuros se sintió incómodo con la insistencia de su mirada:
—¿Qué me ves? —le preguntó con enojo.
Lunes se asustó y pidió una disculpa.
El viaje de Caimán a Groentalia duró poco más de dos horas y media, ya que el
camión hacía paradas a cada rato y avanzaba muy lentamente por el mal estado
del camino. Los tres niños le agradecieron su ayuda a la señora y salieron llenos
de ánimo hacia las calles de la ciudad. Antes de despedirse, ella les dijo:
—Será mejor que se busquen otra historia. Eso de que eres ahijado del señor
Águila nadie se los va a creer. Mejor dedíquense a cantar, no lo hacen tan mal.
—Es la pura verdad… —empezó a decir Miércoles, pero Martes le puso la mano
en la boca en señal de que ella tenía toda la razón: ¿quién les iba a creer que
Lunes, un niño sucio y con la ropa deshilachada, era uno de los ahijados de Juan
Domingo Águila?
Como era de esperarse, los tres amigos se encontraron de pronto solos en la
calle, sin saber adónde ir, aturdidos por la cantidad de gente y de coches y con un