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Virginia Woolf

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<strong>Virginia</strong> <strong>Woolf</strong>: Las Olas-125-dentro del cual se mueve el pensamiento, en el cual solo el resplandor de un instante nos separa deShakespeare, se puso a remover el fuego y comenzó a vivir en el tiempo de aquel otro reloj que marcala aproximación de una determinada persona. El noble y vasto espacio de su pensamiento se contrajo.Ahora estaba alerta. Yo le sentía atento a los ruidos de la calle y observé la manera como ordenó uncojín. Entre las miríadas de seres humanos y de toda la extensión del tiempo pasado, él había escogidoa un ser, un instante en particular. Se escuchó un ruido en el vestíbulo. Sus palabras oscilaron en elespacio como una llama inquieta. Yo le observaba mientras él trataba de reconocer un paso de entretodos los pasos, aguardando el signo esperado, lanzando sobre la perilla de la puerta una mirada rápidade serpiente. (De allí proviene la asombrosa seguridad de sus percepciones; él se ha adiestrado siempreen la atención de un ser amado.) Una pasión tan concentrada rechaza al resto del mundo igual que elagua límpida y serena que filtra todas las materias extrañas. Yo me di cuenta de cuán vaga y nebulosa erami propia naturaleza y de cuán cargada de sedimentos, de dudas, de giros de frases y anotaciones encarnets. Los pliegues del cortinaje se inmovilizaron, se tornaron esculturales; el cortapapel adquiriódureza, el diseño en la trama de la cortina se puso a brillar; todo se torno nítido, exterior; todo formóparte te una escena en la cual yo no desempeñaba ningún papel. Me levanté por consiguiente y abandonéa Neville.«¡Cielos! ¡Cómo se incrustaron en mi carne en cl momento en que salía de aquella habitación, lasgarras del antiguo dolor, el deseo de alguien que no estaba allí! ¿Quién? En el primer momento no losupe, después me acordé de Percival. Hacia meses que no había pensado en él. ¡Cómo deseaba es aquelmomento reír con él, reírme con él de Neville, caminar con él cogido del brazo, riéndonos! Pero él noestaba allí. La calle estaba vacía.«¡Es extraño cómo los muertos se arrojan sobre nosotros en las esquinas de las calles, o en sueños!«Aquella misma ráfaga de viento helado me llevó aquella noche a través de Londres en busca deotros amigos, de Rhoda y de Luis, en mi afán de certidumbre y de contacto humano. Mientras subía laescalera me pregunté cuál seria la naturaleza de susrelaciones. ¿Qué se decían cuando estaban solos? Meimaginaba a Rhoda un poco torpe con la tetera en la mano. Ella miraba vagamente por encima de lostejados, ella, la ninfa de la fuente, siempre bañada en lágrimas, obsedida por visiones, eternamentesumida en un sueño. Ella apartaba la cortina para mirar en la noche. «¡Ah, marcharse!» murmuraba, «elpáramo es sombrío bajo la luna» Toqué el timbre y aguardé. Luis estaría quizás ocupado en verter lechepara el gato en un platillo, Luis, cuyas manos huesudas eran semejantes a las compuertas de una esclusacerrándose con un lento esfuerzo sobre el enorme tumulto de las aguas, Luis que sabía lo que había sidodicho por los egipcios, por los indios, por hombres de pómulos salientes y por solitarios revestidos decamisas de crin. Toqué el timbre y aguardé: pero no hubo respuesta. Descendí la escalera de piedra conun paso lento. ¡Cuán lejos de nosotros están nuestros amigos, cuán silenciosos, cuán raramente lesvemos y cuán poco conocemos de sus vidas! Y yo también, soy para ellos misterioso y confuso como lasraras apariciones de un fantasma. Ciertamente la vida es un sueño. Nuestra llama, el fuego fatuo quedanza en algunos ojos es muy pronto apagado, muy pronto distinguido. Yo había recordado a misamigos. Había pensado en Susana. Ella había comprado nuevas propiedades. Pepinos y tomates madurabanen sus invernaderos. La viña muerta bajo la helada del año anterior comenzaba a empujar dos o treshojas. Ella caminaba con un paso fatigado y lento por sus prados en compañía de sus hijos y recorría susdominios seguida por hombres en borcequies que mostraban con el extremo de su bastón un tejado, unseto, un muro que era preciso reparar. Los pichones la seguían balanceándose, en la espera del granoque ella dejaría caer entre sus dedos robustos, hechos de terrestre arcilla, «¡Pero ya no me levanto jamása la aurora!» suspira. Pensé enseguida en Jinny que recibe sin duda a algún nuevo invitado: un hombreEl Autor de la Semana - ® 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSelección y edición de textos: Oscar E. Aguilera F. (oaguiler@uchile.cl)

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