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Virginia Woolf

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<strong>Virginia</strong> <strong>Woolf</strong>: Las Olasen entretejer, en retorcer en un solo cable todos los hilos, los delgados y los gruesos, los frágiles y losresistentes, de la larga historia humana, de nuestros días tumultuosos y variados. Y hay sin cesar algonuevo que comprender, una disonancia que escuchar, una falsedad que corregir. Los tejados que seextienden bajo mis miradas están quebrados y sucios de hollín, con sus tejadillos de chimeneas, con suspizarras sueltas, sus gatos furtivos y sus ventanas de buhardillas. Poso mi pie en medio de vidriosquebrados y de tejas parchadas y no veo a mí alrededor sino rostros envilecidos y hambrientos.«Supongamos que yo lograra extraerle un sentido a todo esto, escribir un poema, y que enseguidamuriera. Puedo aseguraros que moriría sin pesar. Percival murió. Rhoda me ha abandonado. Pero yoviviré lo suficiente para convertirme en un esqueleto disecado, para abrirme camino golpeando con mibastón con puño de oro los pavimentos de la ciudad, rodeado del respeto de todos. Y quizás no moriréjamas, quizás no alcanzaré jamas siquiera esa continuidad, esa permanencia.«Oh viento del oeste, ¿cuándo soplarás túpara hacer caer la lluvia bienhechora?«Percival era como un árbol con todas sus ramas en flor y fue depositado en la tierra cuando todassus ramas suspiraban todavía al viento del verano. Rhoda, con la cual yo comparaba el silencio cuandotodos los demás hablaban, Rhoda que giraba sobre sus talones apartándose cuando todo el a rebañoreunido galopaba con elegantesmovimientos de sus crines sobre los prados verdeantes, se ha alejadoahora como el calor del desierto. Cuando el sol quema sobre los tejados de la ciudad, pienso en ella;pienso en ella cuando las hojas muertas crepitan sobre el suelo y cuando los viejos llegan con susbastones a atravesar los pedazos de papel esparcidos sobre el suelo, tal como nosotros le hemos atravesadoa ella el corazón.«Oh viento del oeste, ¿cuándo soplarás túpara hacer caer la lluvia bienhechora?¡Ah, si estuviera mi amada entre mis brazosy yo de nuevo en mi lecho!«Torno a inclinarme sobre mi libro. Hago un nuevo esfuerzo.—¡Oh Vida, cómo te he temido! —dijo Rhoda—. ¡Oh seres humanos, cómo os he aborrecido!…Cómo he sufrido con vuestros empellones, con vuestras palabras que interrumpían mis pensamientos;cuán odiosos me habéis parecido en Oxford Street, cuán ignominiosos me habéis parecido en el Metrosentados unos frente a otros… Ahora, mientras subo esta montaña desde cuya cumbre se descubre elpanorama de África, mi memoria está todavía llena de vuestros rostros y, del recuerdo de paquetesenvueltos en papel café. He sido ensuciada, envilecida por vosotros. Y vosotros olíais tan mal, alineadosfrente a las boleterías. Todos estabais vestidos en tonos imprecisos, parduscos y grises: jamás ni siquierauna pluma azul calada en un sombrero. Ninguno de vosotros tuvo el coraje de ser esto en vez de aquello.¡Cuánta corrupción de alma os era necesaria para vivir a través de un solo día, cuántas mentiras, cuántaszalemas, enredos, volubilidades y servilismo! ¡Cómo me habéis encadenado a una silla, en un punto delespacio y del tiempo, y os sentabais frente a mil!. ¡Cómo me habéis arrancado los espacios blancos queseparan las cifras sobre el cuadrante de las horas para hacer con ellos sucias pelotillas que arrojabais alcesto de los papeles con vuestras garras inmundas!Sin embargo, esos espacios vacíos contenían mi vida.«Pero yo me doblegué ante vosotros llevándome la mano a la boca para disimular mis bostezos y-93-El Autor de la Semana - ® 1996-2000 Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de ChileSelección y edición de textos: Oscar E. Aguilera F. (oaguiler@uchile.cl)

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