El sentimiento de culpa en los padres

El sentimiento de culpa en los padres
Lic. Vivian Saade
Inevitablemente, al escuchar sobre cualquier tipo de conflicto, lo que hacemos de manera inmediata es
pensar en quién es “el bueno” y quién es “el malo”; en otras palabras: tratamos de identificar al
“culpable”.
Esta es la manera tradicional de entender a dos o más interlocutores que no se ponen de acuerdo, sin
embargo; ¿qué consecuencias trae el educar con un sentimiento de culpa?, ¿realmente hay personajes
buenos y malos?, ¿quién causa los conflictos?
Educar desde la culpa puede entorpecer gravemente nuestro desempeño como padres, sin importar
que las culpas sean reales o imaginarias.
Pongamos el ejemplo de unos padres que, al no poner claros los límites en casa, están en constante
guerra con su hijo. Digamos que el hijo acostumbra a interrumpir las conversaciones de sus padres, ya
sea entre ellos o con otros adultos. Los padres le permiten hacer estas irrupciones ya que el hijo insiste,
grita o empieza a hacer berrinche si no se le atiende. Sin embargo, algunas veces los padres se
desesperan, llegan al límite y le gritan, lo castigan o incluso lo golpean por “mal educado”. Al poco
tiempo, los padres se arrepienten de haber reaccionado así y la culpa empieza a tomar el lugar de la
razón: los padres se acercan al hijo, lo miman, le ofrecen salir a pasear, a tomar un helado o incluso le
prometen o le compran un regalo porque en su interior no pretenden herir a su hijo, ni que éste los deje
de querer.
Uno de los errores más grandes es actuar unas veces sin dirección y otras con mucha rigidez. No es
conveniente que los padres vayan pasando de un lado al otro en sus comportamientos por no sentirse a
gusto con la ejecución de su papel; pues esto confunde a los hijos al grado de no saber qué esperar de
las personas que tendrían que proporcionarles seguridad.
Otros ejemplos en los que generalmente se genera culpa son: cuando se es padre divorciado o viudo,
cuando se tiene que salir a trabajar muchas horas al día, cuando existe tanta tensión con los hijos que
se evita estar con ellos, cuando se tienen hijos únicos, etc. En estos casos, en lugar de educar con
límites y amor, la culpa se cuela para compensar -a veces con consecuencias muy graves- los
sentimientos de tristeza o impotencia que suelen experimentarse.
Para una buena educación no existen manuales, pero los mismos hijos nos van dando la pauta para
acompañarlos de la mejor manera. Nos damos cuenta de que nos equivocamos cuando los conflictos
son frecuentes; cuando tanto ellos como nosotros nos encontramos tristes o enojados durante mucho
tiempo; cuando nos reportan que hay problemas en el colegio o en sus clases extracurriculares, o
cuando notamos que tienen una autoestima baja, entre otras situaciones.
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Estos avisos tendrían que ser suficientes para “ponernos las pilas” y replantearnos si lo que estamos
haciendo está bien o tenemos que buscar otras alternativas. En esta fase de cambios es importante
considerar que los conflictos generados por la implementación de límites son naturales y frecuentes, y
que sólo durarán poco tiempo en el que tendremos que ser firmes, congruentes y consistentes, sin
permitir que la culpa nos lleve a cambiar las reglas que decidimos implementar; debemos darle al
reglamento un tiempo razonable para que se adapte a la dinámica familiar y sea eficaz.
Las “ganancias secundarias” es un término educativo que se refiere a los beneficios adicionales que
se obtienen al estar en algún problema. Las ganancias secundarias son las verdaderas provocadoras
del síntoma que está incomodando. La pregunta para averiguar qué hay realmente detrás de una
conducta problemática es: ¿qué se busca específicamente con esta actitud?
Cuando como padres ponemos una regla o límite sin estar convencidos de su utilidad, dudamos de
nosotros mismos porque al ver a nuestro hijo enojado o triste, nos compadecemos de él y entonces, al
cabo de un rato, le permitimos obtener aquello que le habíamos negado. De esta manera los niños
“aprenden” que enojándose o poniéndose tristes, nosotros cambiamos de parecer y les damos lo que
quieren. Así, la próxima vez que quieran algo repetirán el juego (ya que obtienen su ganancia
secundaria).
Casi nunca nos damos cuenta de la ganancia secundaria de actuar con sentimientos de culpa, pero la
realidad es que es un juego fácil de romper siempre y cuando tomemos decisiones cotidianas que sean
más conscientes y racionales, buscando un equilibrio entre la firmeza y el cariño.
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