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Los autores que colaboran en<br />

este volumen son todos<br />

historiadores e investigadores<br />

a quienes se les encargó la<br />

redacción del ensayo para este<br />

libro. La mayoría ha<br />

incursionado en la historia de<br />

la vida privada y quienes no<br />

habían explorado este terreno<br />

se acercaron con motivo de la<br />

contribución a este libro. Ellos<br />

son: José Ignacio Avellaneda<br />

Navas, Pablo Rodríguez<br />

Jiménez, Jaime Borja,<br />

Beatriz Castro Carvajal,<br />

Margarita Garrido,<br />

Michael F. Jiménez,<br />

Catalina Reyes, Lina Marcela<br />

González, Malcolm Deas,<br />

Carlos Eduardo Jaramillo<br />

Castillo, Efraín Sánchez,<br />

Aída Martínez Carreño,<br />

Anthony McFarlane,<br />

Renán Silva y Pilar de Zuleta.


CO LECCIÓ N<br />

V I T R A L


Historia de la vida<br />

cotidiana en Colombia


Historia<br />

de la vida<br />

cotidiana<br />

en Colombia<br />

BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

EDITO R A<br />

DONACIÓN<br />

AIDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

GRUPO EDITORIAL NORMA<br />

Barcelona Rueños Aires. Caracas. Guatemala. México. Panamá.<br />

San José, San Juan. San Salvador, Santaf'é de Bogotá. Santiago


Primera edición, noviembre de 1996<br />

t í Editorial Norma S.A.,1996<br />

Apartado 53550, Santafé de Bogotá<br />

La investigación gráfica fue realizada por Magdalena Arango C.<br />

Las reproducciones de las imágenes provienen de los archivos de<br />

Cordillera Editores, Oscar Monsalve y Clemencia Isaz.a.<br />

Ilustración de cubierta: Señora preparando alimentos.<br />

José Manuel CJroot. Biblioteca Luis-Angel Arango.<br />

Fondo Sala Audiovisuales<br />

Impreso en Colombia-Printed in Colombia<br />

Impreso por Cargraphics S .v - Impresión Digital.<br />

Prohibida la reproducción totalo parcial de estaobra<br />

por cualquier medio sinautorización escritade laeditorial<br />

Este libro se com puso en caracteres Caslon Berthold<br />

cc 21018324<br />

isnN 958-04-3099-3


Contenido<br />

Prefacio<br />

g<br />

PRIMERA<br />

PAR T E<br />

La Conquista 13<br />

L a vida cotidiana en la Conquista 15<br />

José Ignacio Avellaneda Navas<br />

SEGUNDA PARTE<br />

La Colonia 57<br />

Lrf vida cotidiana en ias minas coloniales 59<br />

Pablo Rodríguez / Jaime Humberto Borja<br />

L a vida cotidiana en la las haciendas coloniales 79<br />

Pablo Rodríguez / Beatriz Castro Carvajal<br />

Casa y ordot cotidiano en el Nuevo<br />

Reino de Granada, s. xvm 103<br />

Pablo Rodríguez Jiménez<br />

L a vida cotidiana y pública *<br />

en las ciudades coloniales 13 1<br />

Margarita Garrido<br />

TERCERA PARTE<br />

La república 159<br />

L a vida rural cotidiana en la República 16 1<br />

Michael F. Jiménez


L a vida doméstica en las ciudades republicanas 205<br />

Catalina Reyes / Lina Marcela González<br />

L a vida pública en las ciudades republicanas 241<br />

Beatriz Castro Carvajal<br />

L a política en la vida cotidiana republicana 271<br />

Malcolm Deas<br />

Guerras civiles \>vida cotidiana 291<br />

Carlos Eduardo Jaramillo Castillo<br />

Antiguo modo de viaja r en Colombia 3 1 1<br />

Efraín Sánchez<br />

L a vida m aterial en los espacios domésticos 337<br />

Aída Martínez Carreño<br />

E l comercio en la vida económica<br />

y social neogranádina 363<br />

Anthony McFarlane<br />

L a vida cotidiana universitaiia en él<br />

Nuevo Reino de Granada 391<br />

Renán Silva<br />

L a vida cotidiana en los conventos de mujeres 421<br />

Pilar de Zuleta


Prefacio<br />

Las investigaciones sobre historia de la vida cotidiana en<br />

Colombia son recientes. Aunque en los últimos diez años<br />

se han publicado algunos trabajos aislados alrededor de<br />

este campo, contenidos en artículos bajo diversos títulos,<br />

sólo en las últimas publicaciones de obras colectivas de<br />

historia se incluye la vida cotidiana como una temática independiente.1<br />

El propósito de este libro es, por un lado, recopilar y<br />

sintetizar los trabajos realizados sobre el tema y por otro,<br />

presentar nuevas investigaciones que incluyen documentación<br />

desconocida y aspectos novedosos de la vida cotidiana<br />

hasta ahora poco divulgados. Esperamos con ello crear<br />

un ambiente propicio para futuras investigaciones.<br />

La disciplina de la historia, anteriormente, se ocupaba<br />

de personajes destacados, especialmente de los héroes, de<br />

los gobernantes y de los sucesos sobresalientes y únicos,<br />

sin preocuparse por la gente común, por lo habitual, por lo<br />

aparentemente trivial; como diría la historiadora inglesa<br />

Eileen Power: “hablar de la gente corriente habría sido indigno<br />

de la historia”.2<br />

Al plantear en la historia la temática de lo cotidiano,<br />

procuramos rescatar el quehacer diario, el transcurrir habitual,<br />

la vida de la gente común. Pero no tratamos de hacer<br />

1. l/oniloño, Patricia. Los estudios sobre las costumbres de la vida cotidiana<br />

realizados en Colombia durante e l decenio de iq 8 o . Ponencia presentada<br />

en el Seminario las ciencias sociales en la historiografía en la lengua<br />

española, Cartagena, julio de 1990.<br />

2. Power. F.ilecn, Gente m edieval primera publicación 1924. Editorial<br />

Ariel, Barcelona, [988.


10 I BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

un recuento, de reescribir las crónicas, las anécdotas, sino<br />

de encontrar en esta mirada lo significativo y explicativo<br />

para el conocimiento de nuestra historia. Intentamos, mejor,<br />

hallar el secreto del funcionamiento de un grupo, de<br />

un medio social o de una institución, y de perfilar sus relaciones.<br />

En la preocupación por lo cotidiano encontramos la<br />

estabilidad, lo que se resiste al cambio, expresado en las<br />

formas de mayor arraigo, en las costumbres, en los hábitos,<br />

que son parte de la forma de ser de una sociedad, de su forma<br />

de pensar, de actuar, de su imaginario. Ello nos impone<br />

la necesidad de trabajar sobre períodos amplios, buscando<br />

el juego múltiple de la vida, todos sus movimientos, todas<br />

sus duraciones, rupturas y variaciones eludiendo el acontecimiento<br />

aislado. Esta es la razón para que abarquemos en<br />

el libro un largo período histórico, a fin de poder mostrar<br />

los cambios lentos o precipitados de la forma de vida al filo<br />

de cada época.<br />

Al tocar el tema de lo cotidiano para las gentes, los<br />

mundos de lo público y lo privado se encuentran permanentemente<br />

porque es allí donde los individuos trajinan<br />

día a día. Esto significa que si la historia prescindiera del<br />

ámbito de lo cotidiano, estaría haciendo a un lado la historia<br />

de gran parte de la vida de la gente. Ahora, la línea divisoria<br />

entre lo público y lo privado a veces no es fácil de<br />

trazar, se sobrepone, se desdibuja y en ocasiones desaparece.<br />

Se trata de mostrar, en lo posible, los cambios en esta<br />

línea divisoria entre el mundo de lo público y el de lo privado,<br />

como también, sus interrelaciones en el quehacer<br />

diario.<br />

Lo privado lo entendemos como el lugar de lo familiar,<br />

de lo doméstico, de lo secreto. Como lo afirma Georges<br />

Duby, lo privado se encuentra encerrado en lo que poseemos<br />

como lo más precioso, lo que sólo pertenece a uno


Prefacio | 11<br />

mismo, lo que no concierne a los demás, lo que no cabe<br />

divulgar ni mostrar porque es algo demasiado diferente a<br />

las apariencias cuya salvaguarda pública exige el honor. Es<br />

el interior del hogar, de la morada, está bajo llave y<br />

enclaustrada.3 Lo público lo entendemos como el conjunto<br />

de normas relacionadas con el Estado o con el sen-icio<br />

del Estado, como también, lo que está bajo el claro control<br />

de la mirada de la sociedad, en particular tratándose de<br />

una sociedad del “cara a cara” de otros tiempos. Podemos<br />

hablar entonces de la preocupación y la importancia del<br />

“qué dirán” y del control impuesto por la comunidad a través<br />

del “deber ser". El límite borroso de lo público y lo privado<br />

es quizás más visible en las fiestas y celebraciones y<br />

en aquello a lo que todos tenían derecho, como los servicios<br />

urbanos o las instancias de la justicia o la administración.4<br />

Esta obra quiere difundir con amplitud la temática de<br />

la historia de la vida cotidiana, por lo tanto procuramos<br />

que el lenguaje se aleje de los vicios engorrosos de la academia<br />

y suavizar el estilo, convirtiéndose en un texto más<br />

ameno y asequible.<br />

El conjunto de artículos aquí incluidos expone explicaciones<br />

viejas y nuevas preguntas. Muestra tópicos ya tratados<br />

como la conquista, la hacienda y la mina colonial, el<br />

comercio y la vida política desde una óptica diferente; y<br />

presenta temas novedosos, como la vida doméstica y pública,<br />

la vida de las instituciones como las universidades y<br />

conventos coloniales.<br />

Muchos elementos de la vida cotidiana permanecen;<br />

3. Aries, Philippe y Duhv. (¡eorges, Historia de la vida privada,<br />

Taurus, Madrid, 1988, (prefacio).<br />

4. (i'onzalho. Pilar, I,a historia de ¡a vida privada en Ja Nueva España,<br />

en la revista Historia Mexicana, vol. xi.11, N ° 2, 1992, pág. 353 a 377.


12 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

se manifiestan en la presencia conjunta de lo tradicional<br />

con lo moderno, de lo viejo con lo nuevo. Aunque lo moderno<br />

generalmente aparece en los avances tecnológicos y<br />

en los nuevos pensamientos, que supuestamente imponen<br />

otro tipo de vida, el cambio es, más bien, un acomodo de<br />

lo nuevo con lo viejo. Los cambios en la vida cotidiana<br />

colombiana han sido lentos, lo tradicional tiene mucho<br />

más arraigo de lo esperado, a pesar de la dinámica que adquiere<br />

el país en ciertos momentosi La cotidianidad está<br />

hecha, finalmente, de una sumatoria de rituales que las sociedades<br />

van creando, cambiando y acomodando para<br />

convivir diariamente.<br />

El aparente olvido de la temática indígena no fue intencional.<br />

Desde cuando ideamos esta obra invitamos al<br />

insigne Gerardo Reichel-DolmatofFa colaborar con un ensayo<br />

sobre la vida cotidiana en la época precolombina,<br />

pero sus ocupaciones y su estado de salud no le permitieron<br />

cumplir con el cometido. A dos colegas se les encargó<br />

estudiar la vida cotidiana de los resguardos indígenas en la<br />

república, pero en el último momento desistieron de la<br />

empresa. La deuda con la problemática indígena sigue en<br />

pie.<br />

Por último, nos queda compartir con los lectores lo sugestivo,<br />

novedoso y divertido que encuentren en el mundo<br />

de lo cotidiano.<br />

B E A T R I Z C A S T R O C A R V A JA L


PRIMERA PARTE<br />

La Conquista


La vida cotidiana en la Conquista<br />

JOSÉ IGNACIO<br />

AVELLANEDA NAVAS*<br />

En memoria del historiador Juan Eriede,<br />

quien tanto contribuyó a l entendimiento<br />

de la historia de Colombia.<br />

L / a vida cotidiana durante la conquista del territorio destinado<br />

a llamarse Colombia se inicia en la periferia, en<br />

1509, en Urabá y para 1536 se habrá extendido a Santa<br />

Marta, Cartagena y Popayán. Para este estudio se observaron<br />

las expediciones dirigidas por Gonzalo Jiménez de<br />

Quesada, Nicolás Federmán y Sebastián de Belalcázar,<br />

quienes complementaron este territorio con la creación en<br />

1539, de su división política central que llamaron la provincia<br />

del Nuevo Reino de Granada. Cuando sea conveniente<br />

al propósito, también se considerarán otras tres<br />

expediciones colonizadoras del Nuevo Reino, que entre<br />

1540 y 1543, dirigieron Jerónimo Lebrón, Lope Montalvo<br />

de Lugo y Alonso Luis de Lugo.<br />

Antecedentes de ¡as expediciones conquistadoras<br />

Para saber por qué en 1539 tres expediciones independientes<br />

se encontraron en el corazón de la tierra habitada por<br />

la nación muisca, es necesario investigar sus antecedentes.<br />

La de Jiménez fue gestada en las islas Canarias y en Santa<br />

Marta, la de Federmán en Venezuela, y la de Belalcázar en<br />

el norte del Perú.<br />

* Gainesville, I'L, marzo de 1994


En enero de 1535, la corona concedió a don Pedro<br />

Fernández de Lugo la gobernación de Santa Marta, originalmente<br />

establecida por Rodrigo de Bastidas.' Este<br />

sexagenario y rico adelantado, gobernador de las Canarias,<br />

tenía poderosas razones para cambiar su cómoda situación<br />

en las islas por la vida extraña, exótica e incómoda de las<br />

Indias; seguramente conocía mucho de lo que sigue.<br />

Cuando en 1527 Francisco Pizarro exploró la costa norte<br />

del Perú, recogió algunas llamas para presentarlas a la corte<br />

y las envió a España en un navio que se detuvo en Santa<br />

Marta. El gobernador de esta población quedó tan impresionado<br />

con estos animales, que inmediatamente empezó<br />

a preparar una expedición para llegar por tierra al Perú. La<br />

muerte le impidió llevarla a cabo, pero su sucesor, García<br />

de Lerma, envió en 15 3 1 a un grupo explorador que llegó<br />

hasta la confluencia del río Magdalena con el Lebrija, este<br />

último bautizado en honor a un capitán que tomó parte en<br />

esa aventura. Así conocieron unas tres cuartas partes del<br />

trecho de ese río que se debía recorrer para iniciar la desviación<br />

a tierra muisca. Al año siguiente, Jerónimo de<br />

Meló venció la boca marítima del Magdalena y lo navegó<br />

unas 30 leguas, en cuyo recorrido un cacique le informó<br />

que el río era tan largo y profundo que se podía seguir corriente<br />

arriba durante cinco meses.<br />

Estas condiciones motivaron una acción inmediata:<br />

por un lado, Hernando Pizarro (hermano de Francisco)<br />

acababa de llegar a Santa Marta con la noticia de la inmenl<br />

6 | JOSÉ IGNACIO AVF.LI.ANFIJA<br />

La expedición de Gonzalo Jim énez de Quesada<br />

1. Sobre el contenido de este párrafo véase Juan Friede, Doatmentos<br />

inéditos para la historia de Colombia, Bogotá, J955, 11, págs. 232-38,<br />

266-67 más 3 18 y 368; m, págs. 196-210; Anónimo, Relation de la conquista<br />

de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada en Juan Friede, Desert -<br />

brimiento del Nuevo Reino de Granada y fundación de Bogotá (1536 1539),<br />

Bogotá, i960, págs. 201-52.


L a vida cotidiana en la Conquista | 17<br />

sa riqueza encontrada en Perú, la que podía certificar con<br />

el tesoro que llevaba consigo; por otra parte, Diego de<br />

ürdás, a quien seguiría posteriormente Gerónimo Ortal,<br />

había estado buscando Orinoco arriba los ricos veneros de<br />

oro que se suponía crecían bajo la tierra cercana a la línea<br />

ecuatorial y que se distinguirían con el nombre de Meta.2<br />

Rápidamente Lerma envió la expedición de Viana, que llegó<br />

hasta la remota población indígena de Sompallón, sobre<br />

el Magdalena, lugar situado un poco más al sur del<br />

Tamalameque indígena (El Banco), quizás cerca de La<br />

Gloria actual.<br />

La cuidadosa planeación, financiación y ejecución de<br />

los preparativos del viaje a Indias, incluido el enrolamiento<br />

de unos mil hombres y la organización del hospedaje,<br />

transporte y alimentación durante el viaje marítimo, suyo<br />

y de sus acompañantes, ocupó a don Pedro hasta noviembre<br />

de 1535.5 Envió a Sevilla a su hijo Alonso Luis de<br />

Lugo, para que enrolara soldados y contratara naves mientras<br />

él obtenía otras embarcaciones en las Canarias. Obtuvo<br />

la financiación de buena parte del capital necesario, de<br />

mercaderes, prestamistas y particulares, hipotecando las<br />

extensas propiedades que tenía en las Canarias; el resto<br />

completado con sus propios haberes. Con esos fondos cubrió<br />

el alquiler completo de unas diez naves, más la compra<br />

de herrajes, armas, provisiones y alimentos para el<br />

viaje y para su estadía en Santa Marta.<br />

El ibérico que aspirara a formar parte en la empresa de<br />

don Pedro, vi otra cualquiera de conquista, debía cubrir el<br />

valor de su comida y hospedaje desde su lugar de origen<br />

2. Demetrio Ramos, Estudios de historia venezolana, Caracas, 1976,<br />

págs. 259-81.<br />

3. I X'opoldo De la Rosa Olivera, “Don Pedro Fernández de Lugo<br />

Prepara la Kxpedición a Santa Marta”, en Anuario de estudios atlánticos<br />

N° 5- *959- P'ifís- 399-444-


l8 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

hasta Sevilla, puerto de embarque. Las más de las veces<br />

viajaba a pie, recorriendo entre 9 y 18 kilómetros por día;<br />

así, si salía de León o Segovia, el viaje le tomaba unos cincuenta<br />

días y si provenía de Madrid o Valladolid, unos<br />

treinta. Llevaba sólo sus ropas y se hospedaba donde hubiese<br />

un techo. A veces encontraba una cama en un hostal<br />

municipal, pero tenía que pagar por su comida. Sus gastos<br />

diarios fluctuaban entre 30 y 60 maravedíes.4 Llegado a<br />

Sevilla, tenía que procurarse manutención y albergue hasta<br />

el día del embarque. En adelante, tenía que cubrir el valor<br />

del pasaje marítimo, el de su alimentación (que oscilaba<br />

entre 10 y 25 ducados) y el de su “aperada”. Por todo, un<br />

soldado de a pie tenía que gastar unos 25 ducados para<br />

pasar a Indias, una cantidad considerable si se tiene en<br />

cuenta que con ésta podía subsistir durante unos 300 días.<br />

Los desposeídos y los miembros de las capas sociales menos<br />

privilegiadas, no podían aspirar entonces a conquistar<br />

las Indias legalmente, aunque, claro, los marineros podían<br />

desertar al llegar al puerto de destino y los polizones no<br />

faltaban. Si el viaje a Sevilla, su estadía allí, la compra de<br />

equipo y el valor del pasaje representaban una barrera económica<br />

que limitaba a los posibles aspirantes a soldados de<br />

a pie, mucho más lo era para los que deseaban hacer sus<br />

conquistas a caballo, pues en ese caso necesitaban tener<br />

unos 120 ducados, suma considerable.5<br />

4. Auke Pieter Jacobs, “Ilegal and Illegal Emigration from Seville,<br />

1550-1650", en Ida Altman y James Horn, editores, “To Make America’<br />

European Emigra!ion in the Early Modem Period, Berkeley, 1991, págs.<br />

58-84. En cuanto a las medidas monetarias: un ducado era igual a 375<br />

maravedíes y un peso de oro fino igual a 450, o sea que 1,2 ducados<br />

eran iguales a un peso; además, el real era igual a 1/8 de peso. El maravedí<br />

era sólo una medida; no existían monedas de ese valor.<br />

5. José Ignacio Avellaneda, “The Conquerors o f the New<br />

Kingdom o f Granada,” tesis de doctorado, University o f Morilla,<br />

Gainesville, 1990, págs. 114 -12 0 .


Lt7 vida cotidiana en la Conquista \ 19<br />

Ir a Indias era costoso; los que no tenían dinero, no<br />

podían hacerlo. Además de este filtro económico-social, el<br />

aspirante debía pasar los requisitos de la Casa de Contratación<br />

en Sevilla: ser cristiano viejo (los conversos no eran<br />

bien vistos), no ser moro, ni judío ni “luterano,” o sea seguidor<br />

de la Reforma protestante.<br />

Con unos mil hombres enrolados en Sevilla, su segundo,<br />

el licenciado Gonzalo Jiménez, varias mujeres y algunos<br />

esclavos negros (y hasta moriscos), don Pedro llegó a<br />

Santa Marta en enero de 1536. Como ese puerto no estaba<br />

preparado para alojar al triple de la población que entonces<br />

tenía, los recién llegados tuvieron que acomodarse en<br />

cualquier alojamiento disponible o en ranchos improvisados<br />

sobre la bella bahía. Esta concentración de gente sería<br />

fatal, pues las fuentes de agua potable pronto resultaron<br />

contaminadas. De acuerdo a las quizás exageradas relaciones<br />

de los cronistas coloniales, la gente empezó a enfermar<br />

de un tipo de disentería tan devastador, que a diario se<br />

acomodaban en fosas comunes entre 20 y 30 cadáveres.<br />

Para no entristecer aun más a los enfermos, el gobernador<br />

prohibió que las campanas tañeran por los muertos.6 Resultaba<br />

apremiante que don Pedro tomara una decisión in­<br />

6. Los cronistas coloniales aquí considerados y sus obras son: fray<br />

Pedro Aguado, Recopilación historial, Bogotá. 1956; fray Juan de Castellanos,<br />

Elegías de varones ilustres de Indias, Bogotá, 1955; fray Pedro<br />

Simón, Noticias historiales de las conquistas de T iara Eirtne en las Indias<br />

Occidentales, Bogotá, 19 81: y el obispo Lucas Fernández de Piedrahita,<br />

Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá,<br />

1973. Sus obras son lo suficientemente conocidas como para no requerir<br />

introducción. Fn esta lista también se pueden incluir a Pedro Cieza<br />

de León, Gonzalo Fernández de Oviedo, Antonio de Herrera, v fray<br />

Alonso de Zamora; adicionalmente se pueden considerar las obras de<br />

|uan Rodríguez Freyle y Juan Flórez de Ocariz, quienes a pesar de no<br />

ser cronistas, recogen valioso material histórico. Para esta nota véase<br />

Aguado Recopilación, 1:209; Castellanos, Elegías, 11, pág. 414; Simón,<br />

Notiaas, 111. pág. 51.


20 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

mediata para aliviar esas condiciones. Considerando lo logrado<br />

por sus antecesores y seguro de que el futuro de su<br />

gobernación estaba hacia el sur -hacia el occidente estaba<br />

limitado por la de Cartagena y al oriente por la de Venezuela-,<br />

decidió iniciar su gran expedición en busca de un<br />

camino terrestre al Perú y al Mar del Sur.<br />

L a expedición de Nicolás Federmán<br />

Determinante crucial de la expedición de Nicolás<br />

Federmán fue la concesión de la gobernación de Venezuela,<br />

que en 1528 la corona española hizo a la casa comercial<br />

alemana de los Welser, firma dedicada al intercambio comercial<br />

y a la conversión de materias primas.7 Interesada<br />

en expandir sus actividades a las Indias y al Lejano Oriente,<br />

esa casa había extendido sus factorías y agencias primero<br />

a las Canarias y Madera y luego a la isla de Santo<br />

Domingo en el Caribe. Ese camino se le había abierto en<br />

1519 , cuando apoyó al rey español para que fuera coronado<br />

emperador del Sacro Imperio Romano, quien, como<br />

Carlos V, permitió a todas las naves de su imperio -incluidas<br />

desde luego las alemanas- tomar parte en la empresa<br />

de América.8<br />

La financiación de la empresa venezolana fiie menos<br />

complicada que la de Santa Marta porque la compañía<br />

Welser asumió todo el riesgo y suplió el equipo y provisiones<br />

necesarios; no obstante, las gentes llevadas a Venezuela<br />

tuvieron que pagar por su transporte trasatlántico los<br />

mismos ocho o doce ducados que se sabe cobraron a un<br />

7. Juan Friede, Los Welser en la conquista de Venezuela, Caracas,<br />

19 61, págs. 77-92.<br />

8. Demetrio Ramos, L a fundación de Venezuela: Ampies y Coro, una<br />

singularidad histórica, Valladolid, 1978, pág. 263.


La vida cotidiana eti ¡a Conquista | 21<br />

grupo de éstos.9 Como una de las grandes esperanzas de<br />

los Welser era encontrar una conexión acuática de América<br />

con el Lejano Oriente, fue que, en 1529, Ambrosio de<br />

Alfinger, el primer gobernador de Venezuela, al poco<br />

tiempo de desembarcar salió de Coro a explorar el lago de<br />

Venezuela y en 15 3 1 dirigió una expedición al Mar del Sur<br />

en la que perdió su vida.<br />

Esta última expedición determinaría la de Federmán<br />

por dos razones: en primer lugar, después de haber alcanzado<br />

la lejana confluencia del río Cesar con el Magdalena,<br />

Alfinger regresó describiendo un amplio arco que pasó por<br />

tierras de la nación Guane, vecinos de los muiscas (sobre<br />

cuyas tierras se establecería el Nuevo Reino de Granada),<br />

donde se informó sobre la existencia del rico Xerira, secreto<br />

que los Welser supieron guardar por varios años, y que<br />

Alfinger 110 pudo alcanzar por falta de gentes y provisiones.10<br />

En segundo lugar, el empeño de Alfinger en las exploraciones,<br />

que se traducía en prolongadas ausencias de<br />

las ciudades que había establecido en Venezuela, reñía con<br />

los intereses de sus moradores, más interesados en el éxito<br />

de las colonizaciones que en el de las exploraciones. Éstos,<br />

españoles en su gran mayoría, se quejaban ante el rey y lograban<br />

que la autoridad de los oficiales reales y de los cabildos<br />

municipales creciera a expensas de la de los<br />

gobernadores alemanes.<br />

Federmán, quien había llegado a Venezuela como segundo<br />

de Alfinger, en ausencia de su jefe y contraviniendo<br />

sus órdenes, realizó una exploración que le iba a servir en<br />

el futuro; en 1530 partiría en dirección al Mar del Sur y lle­<br />

9. Friede, Los IVelser, pág. 342 y sobre lo que sigue en este párrafo<br />

véanse págs. 181-182. Sobre las acciones de Alfinger en Venezuela,<br />

véase este mismo autor v obra, págs. 166-234.<br />

10. Archivo General de Indias (AGI)Justicia 110 7 N ° 1, fl. 94 y ss.,<br />

declaración de Andrés de Ayala compañero de Federmán.


22 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

garía a Acarigua, situada cerca de la puerta a los Llanos."<br />

Su desobediencia fue castigada obligándolo a regresar a<br />

Europa, de donde volvió en 1535 como segundo del gobernador<br />

Jorge Espira, quien lo dejó encargado del gobierno<br />

y con instrucciones precisas de lo que debía hacer,<br />

incluyendo la colonización del Cabo de la Vela. Tres meses<br />

después se dirigió al sur en una dilatada y demorada<br />

expedición que tomó el nombre de Los Choques.<br />

Federmán fue al Cabo de la Vela, pero a pesar de sus<br />

esfuerzos nada logró. La aridez de la Guajira, la ausencia<br />

de recursos naturales tangibles -excepto las perlas que no<br />

logró extraer- y la ausencia de indígenas sumisos, obligaron<br />

a Federmán a abandonar la región sin haber fundado<br />

ciudad o edificado fortaleza alguna. Fue entonces cuando<br />

dio el primer paso en el camino que lo llevaría a participar<br />

en la creación del Nuevo Reino: ordenó al grueso de sus<br />

gentes ir al valle de Acarigua, mientras él se dirigía a Coro,<br />

para conseguir más soldados y provisiones.<br />

En vista del fracaso de su aventura al Cabo de la Vela,<br />

la atmósfera que encontró en Coro en lo relativo a su autoridad<br />

como gobernador encargado, bastante mala desde<br />

antes, ahora le era francamente hostil. Apesadumbrado y<br />

contraviniendo las órdenes de Espira, en diciembre de<br />

1536 Federmán decidió seguir al área del Tocuyo, donde<br />

se reunió con el capitán Martínez y encabezó sus tropas<br />

tras la conocida noticia del Meta, que tanto Ordás como<br />

Ortal sabían se encontraba Orinoco arriba, río que Alfinger<br />

había identificado como Xerira y que quedaba al sur de<br />

la nación Guane.<br />

L a expedición de Sebastián de Belalcázar<br />

El veterano Belalcázar había sido uno de los 168 euro-<br />

1 1 . Nicolás Federmán, Historia Indiana, Madrid, 1958.


La vida cotidiana en la Conquista | 23<br />

peos que junto con Francisco Pizarro aprisionaron al Inca<br />

en Cajamarca. A diferencia dejiménez y Federmán, estaba<br />

familiarizado con el Perú y el Mar del Sur y había conquistado<br />

tierras al norte del imperio incaico donde había fundado<br />

varias ciudades. Cuando empezó a dar los primeros<br />

pasos que le conducirían impensadamente a participar en<br />

la creación del Nuevo Reino, acababa de regresar a Quito,<br />

después de haber fundado Cali y Popayán en la provincia<br />

que tomaría el nombre de esta última población. En julio<br />

de 1537 volvió a asumir el cargo de teniente gobernador y<br />

capitán general de Quito, que le había conferido su jefe<br />

Francisco Pizarro, pero no regresó para permanecer sino<br />

para obtener más soldados, provisiones e indios de servicio<br />

y así consolidar sus ambiciosos y secretos planes de<br />

comandar su propia gobernación independiente de Pizarro.”<br />

Continuó haciendo preparativos hasta el 4 de marzo<br />

de 1538, fecha en la que se enrumbó hacia el norte, acompañado<br />

de 200 soldados y unos 5 000 indios. Públicamente<br />

declaró que iba a asistir a las ciudades de Cali y Popayán y<br />

a conquistar otros reinos para ponerlos a los pies de Su<br />

Majestad, pero dentro de este contexto tan general y abnegado,<br />

bien podía tener otras intenciones más específicas en<br />

procura de mayor beneficio personal.<br />

Los cronistas coloniales estuvieron de acuerdo en manifestar<br />

años más tarde de ocurridos los hechos, que<br />

Belalcázar había salido de Quito para ir tras El Dorado<br />

(hoy en duda), para obtener título de la gobernación de<br />

Popayán, y para continuar su exploración hasta la Mar del<br />

12. José Rumazo González, l.ibm prim ero de cabildos de Quito, Quito,<br />

1934,1. págs. 270-74. Sobre los velados planes de Belalcázar y el resto<br />

de lo contenido en este párrafo véase esta misma fuente, págs. 302­<br />

303, 325, 362-363 v 400, y Friede, Documentos inéditos, v, pág. 206.


24 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

Norte.'3 A Belalcázar no se le escapaba lo importante que<br />

sería para su futura gobernación tener acceso terrestre y<br />

directo a ese mar, evitando así el molesto trasbordo de un<br />

mar a otro a través de Panamá, donde la influencia de Pizarro<br />

era entonces tan notable. Además, había que llegar a<br />

ese mar para seguir a España e ir a su corte, el único lugar<br />

donde podía obtener por merced real su título de gobernador.<br />

Otra razón para que Belalcázar se dirigiese al norte debía<br />

estar relacionada con las experiencias de dos de sus<br />

compañeros, Juan de Avendaño y Luis de Sanabria. Avendaño<br />

había hecho parte de la exploración de Diego de<br />

Ordás, Orinoco arriba, y había estado presente cuando los<br />

indígenas les habían informado sobre la existencia del rico<br />

Meta; Sanabria, por su parte, había estado en Cubagua y<br />

Maracapana cuando Gerónimo Ortal buscaba el mismo<br />

Meta. Estos dos debieron convencer a Belalcázar de alcanzar<br />

esa tierra rica, pues de otro modo, si su único deseo era<br />

llegar al mar, no se explica la lentitud con la que avanzó su<br />

expedición. De ser así, apenas alcanzó la porción navegable<br />

del Magdalena debería haber ordenado la construcción<br />

de unas naves que les permitieran navegar corriente abajo,<br />

siempre y cuando contase con los recursos para hacerlo y<br />

supiese a donde fluía ese río. De acuerdo con lo que él mismo<br />

escribió al rey, tenía los conocimientos geográficos<br />

suficientes y contaba con las herramientas y los hombres<br />

para construir tales naves.14<br />

3 13 . Aguado, No/idas, m, pág. 332; Castellanos, Elegías, m. pág.<br />

375, iv, pág. 293; Simón, No/idas, 111, pág. 332, 336; Fernández, No/iría<br />

historial, 1, pág. 193, 302.<br />

14. Carta del 20 de marzo de 1540 transcrita por Juan Friede, Gonzalo<br />

Jim énez de Quesada a través de documentos históricos, tomo 1, Bogotá,<br />

i960, págs. 239-40.


Organización y avance de las expediciones<br />

La vida cotidiana en la Conquista \ 25<br />

Organización<br />

Las seis expediciones que crearon o colonizaron el<br />

Nuevo Reino fueron organizadas siguiendo un modelo militar,<br />

aunque su disciplina osciló entre una estricta (la de<br />

Gonzalo Jiménez) a otra flexible (la de Jerónimo Lebrón),<br />

dependiendo de si su intención era más de carácter exploratorio<br />

(la de Jiménez) o colonizador (la de Lebrón). Bajo<br />

un supremo líder llamado capitán general, se encontraban<br />

los bien armados maeses de campo, alféreces, capitanes,<br />

soldados de a caballo, y los caporales encargados de sus<br />

grupos de soldados de a pie divididos en arcabuceros, ballesteros,<br />

rodeleros, macheteros y azadoneros, la gran mayoría<br />

de ellos de dudoso entrenamiento o experiencia<br />

militar. Jiménez, por ejemplo, dividió sus 600 hombres<br />

-que avanzaban por tierra- entre ocho capitanes escogidos<br />

entre la gente que trajo don Pedro Fernández y los que<br />

ya se encontraban en Santa Marta; paralelamente, por el<br />

Magdalena avanzaban cinco bergantines cargados de caballos,<br />

mercancías y provisiones (muchas para vender a<br />

buen precio).<br />

Entre esta gente se encontraban los indispensables cirujano,<br />

boticario, veterinario o cuidador de caballos, herrero<br />

v artesanos como carpinteros, calafateadores, curtidores<br />

y otros que se podían encargar no sólo del mantenimiento<br />

de todo lo que llevaban, incluidos vestidos y armas, sino<br />

hasta de hacer herramientas y construir naves y puentes.<br />

También entre ellos se encontraba el escribano, que registraba<br />

cualquier acontecer con significado legal; el tenedor<br />

de bienes de difuntos, que se encargaba de los bienes dejados<br />

por éstos; los tres oficiales reales -contador, tesorero y<br />

veedor- quienes a nombre del rey colectaban impuestos y<br />

llevaban cuenta de todo valor quitado a los indígenas y que


20 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

iba a parar a un fondo común que sería al final repartido<br />

entre todos los expedicionarios.'5 Entre ellos también se<br />

encontraban, aunque sin título militar, los clérigos, que<br />

proveían soporte moral y guía espiritual a los conquistadores<br />

y quienes a veces protegían a los americanos de los europeos.<br />

El capitán general era la suprema autoridad administrativa,<br />

ejecutiva y judicial durante la expedición. Militarmente<br />

tenía la última palabra: podía ascender o degradar a<br />

cualquiera de sus hombres e imponer cualquier regla que<br />

encontrara conveniente para el progreso de la expedición.<br />

Como justicia superior podía juzgar y castigar aun con la<br />

pérdida de la vida del infractor, tal y como Jiménez, por<br />

ejemplo, condenó y ejecutó a Juan Gordo. Sin embargo,<br />

no debía abusar de su autoridad porque sus gentes se podían<br />

rebelar y deponerlo. Los soldados eran libres de participar<br />

o no en las expediciones, pero una vez aceptados,<br />

quedaban muy comprometidos. Cuando Juan de Rivera y<br />

sus 40 hombres se unieron a Federmán en el Cabo de la<br />

Vela, fueron bien recibidos, pero cuando algunos de ellos<br />

trataron de regresar a Santa Marta, de donde provenían, se<br />

les juzgó por insubordinación y dos fueron ejecutados.'6<br />

El general, sus capitanes, soldados y otros miembros<br />

formaban una compañía que tenía una causa común. Cada<br />

uno proveía sus propias armas, caballos, esclavos, equipo y<br />

provisiones. Aunque había excepciones, ninguno percibía<br />

15. El documento por excelencia para estudiar ki operación, composición<br />

y relaciones internas de cualquier expedición de conquista española<br />

en las Indias es el Reparto d el Botín, hecho por el licenciado<br />

Jim énez el 6 de junio de 1538 entre todos los soldados que sobrevivieron<br />

en su empresa. Éste, que ahora se encuentra en AGI Justicia 536B,<br />

está transcrito en Friede, Gonzalo Jim enez, págs. 136 -16 1.<br />

16. A G I Justicia 56, resumido en Academia Nacional de la Historia,<br />

Ju icios de residencia de la provincia de Venezuela, l Los IVelser, Caracas,<br />

1977, págs. 192-96.


La vida cotidiana en la Conquista | 27<br />

un salario, pero todos tenían derecho a una parte del botín<br />

habido, dependiendo de su rango y después de descontado<br />

el quinto real. Don Pedro Fernández percibiría diez<br />

partes, Jiménez nueve, los capitanes cuatro, los soldados<br />

de a caballo dos, y los de a pie entre una y una y media. De<br />

las tres primeras expediciones, la de Jiménez recogió más<br />

de 200 000 pesos en oro y 1 630 esmeraldas, mientras que<br />

las de Federmán y Belalcázar percibieron 10 000 y 2 625<br />

respectivamente.'7<br />

Los líderes de las expediciones y muchos de sus capitanes<br />

eran asistidos por otros compañeros europeos. Muchos<br />

de ellos gozaban del servicio de secretarios, asistentes<br />

y criados. Los soldados se unían en pequeños grupos que<br />

llamaban “ranchos” y contribuyendo con sus recursos al<br />

común, avanzaban como una unidad, cocinando y acampando<br />

juntos. Entre los de Jiménez, Juan Tafiir y Francisco<br />

de Figueredo, pertenecían al mismo rancho, Juan Rodríguez<br />

viajaba en el de Juan de San Martín, y Alonso Martín<br />

era del rancho de Martín Sánchez Ropero. Existen evidencias<br />

sobre las varias unidades en que se dividían los de<br />

Federmán. Como ejemplo de lo variadas que podían ser<br />

las asociaciones entre soldados, se cita la siguiente: en diciembre<br />

de 1540 Jácome Díaz y juan Trujillo, ambos compañeros<br />

de Federmán, hicieron una sociedad hermanable<br />

para ir a la conquista de las Sierras Nevadas (del Ruiz),<br />

para la cual el primero ponía 20 cabezas de puerco y una<br />

india del Perú y el otro contribuía con un caballo enfrenado<br />

y ensillado.'8<br />

El guerrero no iba vestido como tradicionalmente ha<br />

AGI Justicia 534H; AGI Contaduría 1292; Fricde, Documentos,<br />

v, pág. 209.<br />

18. AGI Justicia 545, fl. f>2ir; Fricde, Gonzalo Jiménez, págs. 152;<br />

AGI Patronato 160-1-9, declaración de Alonso de Olalla; Archivo Regional<br />

de Hoyacá (ARIi). Notaría Primera de Tunja, Libro 1, fl. 408.


28 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

sido descrito, con armadura compuesta de coraza, cota de<br />

malla, falda, guardabrazos y otras piezas de acero. Al salir<br />

de España, podía llevar la cabeza cubierta con un casco de<br />

cuero semejante al yelmo romano, o boina adornada de<br />

plumas; el tronco cubierto con jubón o sayo relleno de algodón<br />

o pelo de animal para protegerlo contra las flechas<br />

indígenas; y el resto del cuerpo vestido con pantalones largos<br />

de lino y los pies con alpargatas. Sin embargo, al llegar<br />

a su destino y al volverse baquiano, cambiaba esas galas<br />

por otras más a propósito para conquistar la América. La<br />

vestimenta del soldado de jornada “era un capotillo de dos<br />

aguas sobre la camisa de lienzo de la tierra que es de algodón,<br />

con forros de lo mismo; los gregüescos eran de la<br />

misma tela, y el que más se adelantaba traía esto de manta<br />

de algodón, que es un poco más dura. Otros, por diferenciar,<br />

hacían del mismo lienzo unas que por acá llaman<br />

camisetas, que son a modo de saltambarcas, y todos comúnmente<br />

traían medias de lo mismo y calzaban alpargates”.'9<br />

Explicando la diferencia en vestido, un cronista<br />

colonial escribió que en las Indias las armaduras hechas<br />

con algodón eran mucho mas efectivas que las de acero<br />

usadas en España, cuando se deseaba protección contra<br />

las flechas indígenas, así las describió: “De anjeo o de mantas<br />

delgadas de algodón se hacen unos sayos que llaman<br />

sayos de armas; éstos son largos, que llegan debajo de la<br />

rodilla o a la pantorrilla, estofados todos de alto, abajo de<br />

algodón, de grueso de tres dedos... y de esta suerte y por<br />

esta orden hacen las mangas del sayo y su babera... los arneses<br />

o coseletes, y los morriones o celadas... y testera para<br />

19. Sobre los vestidos de los soldados al salir de Sevilla, véase la<br />

descripción de Jerónimo Koeler, en Hannah S. M. Amburger, Die<br />

Vamiliengcschichíe der Knelcr (l.xmdres, 1930), págs. 158-289, o Friede,<br />

Los fVeher, (págs. 341-42); Simón, Noticias, 111, págs. 49 (acá transcrito);<br />

y Agnado, Recopilación, i, pág. 195.


La vida cotidiana en la Conquista \ 29<br />

el caballo que le cubre rostro y pescuezo, y pecho... y faldas...<br />

cubriendo ancas y piernas del caballo. Puesto un<br />

hombre encima de un caballo y armado con todas estas<br />

armas, parece cosa más disforme y monstruosa de la que<br />

aquí se puede figurar". Pues bien, Ríe con estas armaduras a<br />

la americana y con la vestimenta del soldado de campaña<br />

que se conquistaron las Indias y no con yelmos, corazas y<br />

mallas de acero.<br />

Avance<br />

Leyendo las relaciones que han quedado sobre estas<br />

expediciones es evidente que éstas avanzaban confiadas en<br />

hallar el alimento en el camino, o sea en encontrar cultivos<br />

o depósitos de granos y raíces indígenas. Poco después de<br />

salir Jiménez de Santa Marta ya les faltó comida, que pudieron<br />

suplir saqueando los sembrados de maíz de la nación<br />

Chimila. Esta iba a ser la primera de las muchas veces<br />

que se aprovecharon de lo que pertenecía a los indígenas, a<br />

la vez que los de Federmán se hicieron notorios por los<br />

saqueos que realizaron desde el sur de Coro hasta el boquerón<br />

de Barquisimeto y de allí, pegados a las montañas,<br />

siguiendo al Pauto y más al sur, hasta las vecindades del<br />

Ariari habitadas por los sufridos Guayupes, a quienes obligaron<br />

a compartir con ellos los fértiles cultivos de maíz y<br />

yucas que tenían. De igual modo avanzó Belalcázar sobre<br />

las montañas al este de Popayán, en busca del nacimiento<br />

del Magdalena para seguir luego su curso, en cuyo valle<br />

siempre encontró con qué alimentar a su tropa.<br />

Las mismas relaciones informan cómo los soldados de<br />

a caballo de Jiménez a veces complementaban su alimentación<br />

con venados cazados a orillas de los ríos Cesar y<br />

Magdalena y cómo, cuando un caballo quedaba inhabilitado,<br />

era consumido. Es curioso anotar que ninguna de esas<br />

crónicas señala que los soldados pescasen o que los sóida-


3 0 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

dos de a pie cazaran. Tanta era la dependencia del alimento<br />

indígena que cuando éste escaseaba, morían de hambre,<br />

a pesar de que hoy cueste trabajo imaginar cómo, en un<br />

medio tropical no abusado y donde había abundante caza,<br />

pesca, nueces y frutas, alguien pudiese realmente morir de<br />

hambre.20<br />

El alimento, sin embargo, no era repartido entre todos<br />

tan equitativamente como se cree. Agustín Castellano, soldado<br />

de Alonso Luis de Lugo, refiriéndose bajo juramento<br />

a las hambres que sufrieron durante esa expedición, manifestó<br />

que “solamente los muy favorecidos comían alguna<br />

carne de caballo o macho”. Cuando los de Lebrón subían<br />

al Nuevo Reino, un Valenzuela estaba tan hastiado de comer<br />

tallos de bihao que juró matar a una india acompañante<br />

para comerle los hígados; Iñigo López de Mendoza<br />

lo convenció de abandonar semejante idea tan poco cristiana,<br />

dándole un pedazo de queso que llevaba en las alforjas,<br />

un manjar que entonces, unos tenían y otros no. Lope<br />

Montalvo de Lugo refirió cómo, en otra expedición, era<br />

tan grande el hambre que para alimentar a los enfermos<br />

compraron a otros soldados un perro en 100 pesos.3' El<br />

intento de canibalismo de Valenzuela no fue el único.<br />

Baltasar Maldonado refirió años después que durante la<br />

expedición de Jiménez “comieron carne de indios e indias<br />

más sapos y culebras”, hecho que confirman los cronistas<br />

coloniales. Parece que quien tenía dinero o había llevado<br />

20. Para ejemplo véase la descripción de la región de Tamalameque<br />

fechada en enero de 1579 en Juan Friede, Fuentes documentales<br />

para la historia de!Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1976, vti, págs. 275­<br />

301.<br />

2 1. Un su orden: Probanza de Castellano en AGI Patronato 15 6 -1­<br />

5; Simón, Noticias, iv, pág. 73; Probanza de Jorge Espira, AGI Justicia<br />

990. Para lo de Maldonado (que sigue) véase su probanza en AGI Patronato<br />

157-2-5.


I éíi vida cotidiana en la Conquista | 31<br />

mayores provisiones o caballos tenía mas acceso al alimento<br />

y hasta podía evitar tener que comerse a sus semejantes.<br />

Considerando la expedición de Jiménez, es evidente<br />

que desde que los de tierra salieron de Santa Marta, hacia<br />

el sur, pegados a las laderas occidentales de la Sierra, anduvieron<br />

por caminos indígenas llevando consigo esclavos,<br />

indios de servicio, caballos de guerra y bestias de carga,<br />

perros y posiblemente cerdos, cabras u ovejas, pues el cronista<br />

Aguado escribió que llevaban un hato que el cronista<br />

Simón llamaba carnada. Entre tanto los cinco bergantines<br />

remontaban el bien conocido Magdalena. Al atravesar el<br />

Ariguaní, salieron de la región Chimila y se dirigieron<br />

hacia el sureste hasta llegar al bien habitado valle del Cesar,<br />

por donde siguiendo caminos indígenas bajaron a<br />

Chiriguaná donde recogieron algún oro de los indígenas y<br />

continuaron por sendas -indígenas también- hasta llegar<br />

al viejo Tamalameque, sitio americano muy bien provisto<br />

de alimentos y todo tipo de frutas. Atravesando el río Cesar<br />

en canoas que gentilmente les prestaron los locales,<br />

continuaron al sur por buenos caminos indígenas hasta llegar<br />

a otro buen sitio de aborígenes conocido como Sompallón.<br />

Mientras tanto, los de los bergantines avanzaban<br />

lentamente por regiones bien conocidas.<br />

Ahora iban a empezar los problemas por ausencia de<br />

indígenas. La región entre Sompallón y La Tora no estaba<br />

muy habitada y los pocos que la frecuentaban usaban canoas<br />

para transportarse y labraban sus cultivos en sitios<br />

resguardados en cualquiera de sus dos cenagosas riberas.<br />

El hambre aumentó y por falta de caminos indígenas fue<br />

necesario abrir trocha. Tampoco había nativos que les pudieran<br />

guiar ni ayudar a transportar sus pesadas cargas,<br />

que incluían algunos cañoncitos, yunques para la forja y<br />

mucho herraje y cadenas. Los sufrimientos se multiplica­


32 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

ron y las muertes de europeos continuaron hasta que, penosamente,<br />

llegaron a La Tora, sitio asentado sobre las<br />

Barrancas Bermejas.<br />

Allí reposaron y en sus alrededores notaron una canoa<br />

cargada con mantas de algodón preciosamente decoradas<br />

al pincel y sal de mina muy distinta a la que consumían río<br />

abajo, que provenía del mar. Estas fueron las señales que<br />

interpretó bien el licenciado Jiménez al deducir que esos<br />

productos debían provenir de tierras habitadas por civilizaciones<br />

más avanzadas. En este momento, añade el historiador<br />

Friede, Gonzalo Jiménez cambió el oro del Perú por<br />

la sal muisca. Después de salir de La Tora y remontar un<br />

tanto el Opón, por donde bajaban esos artículos, dieron<br />

con la ruta indígena Camino de la Sal, a cuya vera se encontraban<br />

depósitos de sal y comida y lugares de descanso<br />

para los transportadores. Arriba encontraron el valle de la<br />

Grita, situado ya en el altiplano muisca. Desde allí divisaron<br />

muchos caminos y múltiples columnas de humo indicativas<br />

de cuán bien habitada era la tierra. Volviendo atrás,<br />

Jiménez, Federmán y Belalcázar tuvieron distintas razones<br />

para dirigir sus expediciones, pero hubo una en común:<br />

todos iban tras las noticias obtenidas de los indígenas sobre<br />

la existencia de una tierra rica que se conocía como<br />

Meta o Xerira, en donde sus naturales se vestían con mantas<br />

de algodón finamente decoradas y explotaban minas<br />

de sal.<br />

Los obstáculos a l avance: la naturaleza y los indios<br />

L a naturaleza<br />

Los primeros cronistas escribieron cómo los expedicionarios<br />

padecieron enfermedades, hambres, incomodidades<br />

y trabajos derivados de las condiciones físicas<br />

inherentes a una naturaleza tropical, describiendo viva-


L a vida cotidiana en la Conquista | 33<br />

mente las condiciones geográficas y climáticas que se oponían<br />

a su avance. Los escritores posteriores fueron gradualmente<br />

exagerando la dureza de esas condiciones,<br />

quizás para hacer aparecer a los conquistadores más apreciables<br />

y valientes porque habían logrado superarlas. Escribieron<br />

cómo las espinas y ramazones les destruían los<br />

cuerpos ya atormentados por los tábanos y un ejército de<br />

zancudos, jejenes, roedores y muchas sabandijas; cómo los<br />

tigres los comían, las culebras les picaban y los feroces caimanes<br />

los atemorizaban mientras aguantaban excesivos<br />

calores y trataban de guarecerse bajo las hojas de los árboles,<br />

de las tempestades acompañadas de rayos, truenos y<br />

relámpagos espantosos.22<br />

A pesar de que la extensión y conformación del territorio<br />

atravesado por las huestes del licenciado Jiménez fue<br />

sin duda una dura prueba a su resistencia, se deben considerar<br />

también las ventajas de la ruta que escogieron. Las<br />

sabanas de Fundación y las del suroeste y sur de la Sierra<br />

Nevada, el valle del Cesar que se extiende hasta el Magdalena,<br />

el valle de éste hasta su afluente, el Opón, todas eran<br />

tierras planas y conformaban las cuatro quintas partes del<br />

camino que recorrieron desde Santa Marta hasta Bogotá;<br />

además no ofrecían otros obstáculos geográficos distintos<br />

a los ríos y las ciénagas. El río Magdalena fue por varios<br />

siglos el mejor y más fácil camino de penetración al Nuevo<br />

Reino y aunque bogar en bergantín río arriba era una labor<br />

durísima, que dependía únicamente del esfuerzo humano<br />

(realizado más por los esclavos e indígenas que por los eu-<br />

22. Fray Alonso de Zamora, Historia de la provincia de San Antonino<br />

de!Nuevo Reino de (.¡¡uñada, Hogotá. 1980, 1, págs. 197-98. Para una discusión<br />

más amplia sobre el tema véase José Ignacio Avellaneda. L a expedición<br />

de Gonzalo Jiménez de Quesada a l M ar del Sur y la creación del<br />

Nuevo Reino de Granada, capítulo 2, próximo a aparecer.


3 4 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

ropeos), muchas veces hubiera sido peor transportar las<br />

pesadas cargas a la espalda.<br />

Bajar a Guataquí, puerto sobre el Magdalena no muy<br />

lejano de Tocaima, para luego llegar hasta la costa, fue trayecto<br />

fácil (salvo el Salto de Honda) y tanto Jiménez como<br />

Federmán y Belalcázar lo hicieron en quince días cuando<br />

decidieron ir a España. El Magdalena y su valle no debe,<br />

por tanto, considerarse como un inconveniente sino, mejor,<br />

como una gran ayuda que facilitó el avance y permitió<br />

la asistencia prestada por los bergantines que cargaron enfermos<br />

y llevaron provisiones.<br />

Al avance de los conquistadores se interpusieron algunos<br />

ríos, pero, por lo que relatan los cronistas sobre el cruce<br />

del Ariguaní y el Cesar, se llega a una conclusión<br />

diferente. Según éstos, la labor de atravesar el Ariguaní fue<br />

improvisada y hecha “con mal aderezo”. Con una mejor<br />

preparación de quienes hicieron las maromas, este cruce<br />

hubiese sido un evento corriente que no hubiera merecido<br />

mención en las crónicas. También a la inexperiencia adjudicó<br />

el cronista Aguado las dificultades que tuvieron al<br />

cruzar el Cesar, pues escribió que “pasaron en pequeñas<br />

canoas, con harto riesgo y peligro de las vidas de muchos<br />

por no tener el sostén y hueco que se requería para navegar<br />

gentes bisoñas y chapetonas. Este nombre de chapetón<br />

o chapetones comúnmente se usa en muchas partes de<br />

Indias, y se dice por la gente que nuevamente va a ellas, y<br />

que no entienden los tratos, usanzas, dobleces y cautelas<br />

de las gentes de Indias, hombre que ignora lo que ha de<br />

hacer, decir, o tratar”. Las ciénagas ribereñas fueron un<br />

obstáculo que alargaba el camino al tener que circundarlas<br />

si no se vadeaban. El que las hubiesen encontrado más crecidas<br />

de lo normal era natural, pues desafortunadamente la<br />

expedición se inició en abril, el “mes de aguas mil”.<br />

El terreno continuó plano hasta que al ascender por el


La vida cotidiana en la Conquista | 3 5<br />

valle del río Opón, encontraron el Camino de la Sal. Esta<br />

era una buena senda indígena que le facilitó al licenciado el<br />

tránsito de su tropa en éste, el primer tramo montañoso<br />

que encontró. Durante el recorrido de sus 20 leguas había<br />

partes tan inclinadas, que a veces fue necesario retrasar la<br />

marcha para permitir el paso de las bestias, pero no se<br />

debe subestimar el gran alivio que debieron significar los<br />

albergues y depósitos de alimentos que mantenían los indígenas<br />

a la vera del camino. Llegado al valle del Alférez y<br />

de la Grita en adelante, el terreno lo conformaban lomas<br />

amenas cruzadas por múltiples y cómodos, aunque primitivos<br />

caminos indígenas. Las condiciones climáticas que<br />

sufrieron los expedicionarios fueron las lluvias, el calor, el<br />

frío y los “vapores dañinos y aires destemplados”. Aunque<br />

ninguno de los tres primeros causan la muerte, sí podían<br />

contribuir a debilitar el cuerpo y hacerlo más propenso a<br />

las enfermedades. Los calores del valle del Magdalena son<br />

sin duda sofocantes pero no son mayores que los de los<br />

fuertes veranos andaluces, provincia de donde venían<br />

muchos de los conquistadores. Allí, en Erija, llamada La<br />

Sartén de España, el termómetro sube a los 45 grados centígrados<br />

a la sombra, cosa que muy raramente sucede en el<br />

valle del Magdalena. Así mismo, cuando subían a la altiplanicie<br />

cundibovacense, les incomodó el frío, porque ya venían<br />

muy escasos de ropa, pero, nuevamente, esas<br />

temperaturas son suavísimas al compararlas con los crudos<br />

inviernos de Castilla, Extremadura o León. Además, el<br />

frío lo combatieron exitosa y rápidamente con las mantas<br />

que tomaron de los indígenas. No se puede olvidar, sin<br />

embargo, que varios de los soldados de Federmán y muchos<br />

indios acompañantes, murieron congelados cuando<br />

atravesaban el páramo de Sumapaz camino a Bogotá.21<br />

23. José Ignacio Avellaneda Navas, Los com/tañeros de Federmán,<br />

cojundndores de Siint/i he de Bogotá, Bogotá, 1990, págs. 40, 81-82.


36 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

Los aires y vapores dañinos son algo más difícil de<br />

identificar. Un escritor del siglo xix, refiriéndose a la salubridad<br />

de la región de Tamalameque, apuntó que “su temperamento<br />

es cálido y las miasmas que se levantan de las<br />

ciénagas y pantanos producen fiebres intermitentes, peligrosas<br />

para el extranjero”.24 Obviamente se refería a un fenómeno<br />

que entonces no se conocía bien, pero sus efectos<br />

sí: que en las aguas estancadas se criaban mosquitos cuyas<br />

picaduras transmitían la malaria y la fiebre amarilla. A pesar<br />

de que parece existir cierto paralelo entre las descripciones<br />

del siglo xvi y las del xix, hasta allí llega toda<br />

similitud. Está razonablemente comprobado que ninguna<br />

de esas enfermedades existían en América antes del siglo<br />

xvin, cuando se cree fueron importadas del África occidental.<br />

Probablemente los cronistas se referían a algún tipo<br />

de fiebres originadas antes por dietas inadecuadas o mala<br />

nutrición que por transmisiones parasitarias. Conviene<br />

tener en cuenta que el cronista Simón escribió “porque<br />

como los más eran chapetones y no acostumbrados a los<br />

aires y destemples de estas tierras, que son bien diferentes<br />

a los de España”, lo que sugiere que existía alguna relación<br />

entre lo que consideraba la causa de un tipo de enfermedad<br />

y la falta de experiencia en Indias.<br />

El hábitat tropical ofrece nichos ecológicos favorables<br />

a insectos como mosquitos, garrapatas, hormigas, avispas,<br />

niguas y otros parásitos; a sabandijas como culebras, sapos,<br />

alacranes y murciélagos; a fieras como los jaguares<br />

(no había tigres) y osos; a saurios como los caimanes. Los<br />

más molestos debieron ser los mosquitos, de los que<br />

Simón aclaró en su crónica que los de acá, llamados zan­<br />

24. Manuel Ancízar, Peregrinación de Alpha, Bogotá, 1956, pág.<br />

430. Sobre la malaria y fiebre amarilla, véase William H. McNeill,<br />

Plagues and People, Garden City, NY, 1963, pág. 430.


La vida cotidiana en la Conquista | 37<br />

cudos, eran los mismos bientearé de España. Conviene recordar<br />

que los mosquitos son mucho más molestos para<br />

los forasteros que para los locales. Afortunadamente, con<br />

cuidado se podían evitar las molestias de las hormigas y<br />

avispas y las de las garrapatas, que a veces no se pueden<br />

ver a simple vista. Las culebras debieron ser tan molestas<br />

como los mosquitos, pero es posible que por no haber sido<br />

la causa directa de la muerte de ninguno de los de Jiménez,<br />

los cronistas coloniales no las hubieran mencionado mucho.<br />

Hoy, como seguramente entonces, se encuentran sapos<br />

que exudan veneno y quizás aún exista alguno igual al<br />

que comió el soldado Juan Duarte y que le produjo locura;<br />

sin embargo, estos animales no se han caracterizado por<br />

ser un azote humano. En cuanto a los murciélagos que les<br />

chupaban la sangre de noche, el único remedio conocido<br />

era dormir cubierto, práctica que, señaló Simón, no cumplían<br />

los soldados.<br />

El caimán, animal muy exótico a los ojos europeos, se<br />

menciona en las crónicas como el causante de la muerte<br />

del soldado Juan Lorenzo; sin embargo, esto parece más<br />

una conjetura de los cronistas, pues uno de ellos escribió<br />

que “le debió asir el pie un caimán”, porque cuando estaba<br />

en el agua sólo pudo sacar la cabeza una vez para gritar<br />

“Señor mío, misericordia”. Su agobio pudo también habérselo<br />

causado un calambre. Estos saurios se cebaron y se<br />

volvieron atrevidos cuando eran alimentados por los cadáveres<br />

que los expedicionarios arrojaban al agua mientras<br />

descansaban en La Tora. Tanto, que hay menciones de<br />

haber atacado a un asno y ser un peligro para los perros,<br />

pero nunca para los humanos. Los huidizos “tigres” (jaguares),<br />

que ocupan un lugar predominante en nuestro<br />

folclor, aparecen en las crónicas como causantes de la<br />

muerte de un soldado, a quien, para quien desee creerlo,<br />

mientras descansaba en su hamaca, se lo llevó un tigre


38 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

“como un gato a un ratón.” Concedido; es probable que<br />

los jaguares hubiesen causado la muerte de un soldado o<br />

dos que hubiesen quedado rezagados por enfermos, pero<br />

de allí a inferir que fuesen un factor importante de pérdidas<br />

humanas, hay mucho trecho.<br />

Los indios<br />

El segundo obstáculo que se oponía a los designios de<br />

los conquistadores después de la naturaleza, eran los indios.<br />

Para vencerlos contaban con capitanes y soldados,<br />

caballos de guerra, arcabuces, ballestas, espadas, lanzas y<br />

otras armas. Sin embargo, si se estudian las crónicas y las<br />

relaciones sobre la expedición del licenciado Jiménez, se<br />

concluye que otra fue la realidad: los indígenas constituyeron<br />

una ayuda para el progreso de la expedición y no un<br />

obstáculo, salvo en unos pocos casos. La primera vez que<br />

los expedicionarios de a pie (los de los bergantines fueron<br />

duramente atacados especialmente cuando regresaban a<br />

Santa Marta) encontraron alguna oposición, sin consecuencias<br />

para ellos, fue cuando estaban entrando a Tamalameque.<br />

Después, otro grupo sería atacado en las riberas<br />

del Magdalena cerca de la Tora; un tercer grupo, dirigido<br />

por el capitán San Martín, sería acosado cuando regresaba<br />

del altiplano muisca y un cuarto grupo fue acosado cuando<br />

Hernán Pérez quiso quitarles unas casas a los Opón. Sólo<br />

la última contienda les causó dos bajas.<br />

Quizá la mayor resistencia provino de los habitantes<br />

del valle de la Grita, pero fue tan insignificante que sólo<br />

requirió un soldado de a caballo y unos pocos de a pie para<br />

vencer esa oposición. Los muiscas estaban muy mal armados,<br />

con pequeños dardos que lanzaban con unas tiraderas<br />

-no usaban el arco y las flechas-, con lanzas de madera y<br />

espadas de palma. Además, su concepto de hacer la guerra<br />

estaba cargado de ideas religiosas, donde primaba la fina­


La vida cotidiana en la Conquista \ 39<br />

lidad de “tomar a mano al contrario" y no de matarle en el<br />

campo de batalla, a lo que creían les ayudaban las momias<br />

de sus antepasados, que cuando hacían la guerra, llevaban<br />

a la espalda. Desafortunadamente para los indígenas, no<br />

era dable “tomar a mano” a los avezados españoles, expertos<br />

en correr a los moros de la península ibérica y en pelear<br />

con todos los ejércitos de Europa.<br />

Tan pequeño obstáculo serían los indígenas, que a<br />

ellos sólo se les puede atribuir la muerte de dos soldados<br />

del licenciado Jiménez, desde que avanzaron por tierra<br />

desde Santa Marta hasta llegar a la región muisca. Tampoco<br />

se les puede culpar de la muerte de ninguno de los<br />

acompañantes europeos de los generales Belalcázar o<br />

Federmán, si en el caso de éste último se exceptúa que<br />

mientras sus gentes escalaban las montañas para llegar al<br />

páramo de Sumapaz, los indios pegaron fuego a la paja, de<br />

lo cual resultó muerto un español enfermo y otro que, aterrado,<br />

se lanzó al abismo.25 No, los indígenas no fueron un<br />

obstáculo, fueron la gran ayuda que ya se ha vislumbrado.<br />

Desde su salida de Santa Marta los europeos se alimentaron<br />

de los cultivos indígenas, avanzaban en buena parte<br />

por caminos indígenas, atravesaban los ríos en canoas indígenas<br />

y frecuentemente se hospedaban en habitaciones<br />

indígenas. Desde su salida llevaban centenares de indios<br />

para que les llevaran sus cargas y les prestaran otros servicios,<br />

y cuando estos morían o escapaban, eran reemplazados<br />

por otros tomados a la fuerza como sucedió en<br />

Chimila; en Chiriguaná, donde apresaron algunos para<br />

que los enrumbaran nuevamente, pues estaban perdidos;<br />

en Tamalameque, donde los locales fueron quienes les informaron<br />

sobre la suerte de los bergantines; en el Opón,<br />

donde se hicieron a otros, quienes les llevarían donde se<br />

25. Apiado, RtrnpUadñn m, pág. 178.


4 0 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

hacía la sal y les servirían de intérpretes. Los indígenas fueron<br />

quienes les dieron mantas para que se protegieran del<br />

frío, les mostraron dónde vivían sus soberanos y otros señores<br />

principales, dónde guardaban algunos de sus tesoros,<br />

dónde estaban sus adoratorios más importantes como<br />

el templo de Sogamuxi, dónde las tumbas de sus antepasados,<br />

dónde las minas de esmeraldas y cómo las explotaba<br />

el señor de “Somyndoco”. En fin, el indígena mostró al<br />

conquistador mucho de lo que quiso ver, mientras lo alimentaba<br />

y entretenía hasta prestándole sus mujeres e hijas<br />

y sirviéndole a cuerpo de rey o mejor, pues hasta el mismo<br />

licenciado Jiménez sugirió -quizás equivocadamente- que<br />

los indígenas percibieron a los cristianos como hijos del<br />

Sol y la Luna.26<br />

Para terminar el tema, la expedición mejor servida fue<br />

con mucho la de Belalcázar, que venía acompañada no de<br />

centenares sino de millares de indígenas mejor aleccionados<br />

por los privilegiados incas y curacas a prestar un servicio<br />

óptimo. Este grupo iba bien dotado de caballos de<br />

guerra y de carga, más centenares de cerdos; vestían lujosas<br />

ropas y finos paños, sedas, granas, perpiñanes y encrespadas<br />

plumas; acampaban en tiendas de suaves lanas<br />

peruanas y algunos comían en vajilla de plata las viandas<br />

preparadas por expertos cocineros mientras duchas “señoras<br />

de juego” les entretenían en sus ratos de ocio.27 El lujo<br />

de esta expedición contrastaba con las espartanas de<br />

Jiménez y Federmán que, cuando Belalcázar las conoció,<br />

sus gentes calzaban alpargatas y se cubrían con humildes<br />

26. Gonzalo Jim énez “Epítome de ia Conquista del Nuevo Reino<br />

de Granada”, en Friede, Descubrimiento, pág. 262.<br />

27. Véase Avellaneda Navas José Ignacio, L a expedición de Sebastián<br />

de Relacázar a l M ar del Norte y su llegada a l Nuevo Reino de Granada,<br />

Bogotá, 1992. págs. 6 -11.


La vida cotidiana en la Conquista<br />

G . Gallina.<br />

Grabado Iluminado 1827.<br />

Le costume anden et modeme ou historie.<br />

Amerique ler. partier<br />

por Jules Ferrario.<br />

Milán.<br />

Poblado indígena con sementeras.<br />

Theodoro de Bry.<br />

Grabado 1602.<br />

Biblioteca Nacional.


Cristóbal Colón llega a América.<br />

P. Palaggi— D .K . Bonatti.<br />

Grabado iluminado 1827.<br />

L e costume anden et moderne ou historie.<br />

Amerique ier. partier<br />

por Jules Ferrario.<br />

Milán.


I.a vida cotidiana en la Conquista | 41<br />

ropas de algodón cuando no con pieles de animales. Fuera<br />

como Riera, todas estas expediciones gozaron permanentemente<br />

del servicio de los indígenas que les aliviaron las<br />

cargas y les señalaron el recorrido hasta llegar el corazón<br />

del futuro Nuevo Reino.<br />

Allí, en el altiplano, encontraron los recién llegados<br />

una civilización acostumbrada a vivir en paz con la naturaleza<br />

y que, sin destruirla, extractaba de ella lo indispensable<br />

para subsistir. Allí tenían su casa medio millón de<br />

indígenas;28 allí cultivaban sus tierras, cazaban, pescaban,<br />

comerciaban, se alimentaban, construían sus edificios y fabricaban<br />

sus artefactos, rendían tributo a sus señores, defendían<br />

su territorio, adoraban a sus dioses, se expresaban<br />

artísticamente, se divertían y practicaban sus deportes, se<br />

reproducían y educaban a sus hijos, tal como los europeos<br />

lo hacían al otro lado del mar aunque en un grado inferior<br />

de civilización si ésta se mide materialmente. Allí, en ese<br />

altiplano, sucedió un encuentro entre dos grupos humanos<br />

que tenían idénticos derechos e idéntica dignidad. El que<br />

110 lo hubiesen percibido así entonces aquellos que escribieron<br />

la historia, no da cabida a que hoy no se le mire<br />

como fue. Sin embargo, inclinarse en favor de uno u otro<br />

grupo previene que hagamos lo más valioso: estudiar<br />

nuestro pasado para comprender mejor nuestra identidad.<br />

E!primer paso colonizador: la fundación de ciudades<br />

“Quien no poblare, no hará buena conquista, y no conquistando<br />

la tierra, no se convertirá la gente; así que la máxima<br />

del conquistador ha de ser poblar”, escribió el cronista<br />

28. Jaim e Jaramillo Urihe, Ensayos de historia soria! colombiana, Bogotá,<br />

1968, pág. 93; Germán Colmenares, Historia económica y social de<br />

( ’.olombia, 1537-171Q, Bogotá, 1978. pág. 10 1.


42 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

Francisco López de Gomara.29 La colonización se consideraba<br />

entonces inherente al proceso de conquista y para<br />

el líder de la expedición poblar quería decir establecer ciudades<br />

permanentes siguiendo el modelo castellano definido<br />

por sus antepasados durante la Reconquista española.<br />

Sin embargo, casi dos años habrían de pasar desde cuando<br />

Gonzalo Jiménez llegó a tierra muisca, hasta cuando la primera<br />

ciudad de tipo español fue fundada con la ayuda de<br />

Nicolás Federmán y Sebastián de Belalcázar, el primer<br />

paso dado en el proceso colonizador del Nuevo Reino.<br />

Las instrucciones dadas por don Pedro Fernández de<br />

Lugo ajiménez, no incluían la autorización necesaria para<br />

fundar ciudades y mucho menos, para crear una división<br />

política completa, lo que inesperadamente fue el resultado<br />

final de la expedición. Como buen licenciado en leyes que<br />

era, ajim énez no se le escapaba la implicación legal de no<br />

tener tal autorización. Sin embargo, el estar sus hombres<br />

en un ambiente extraño, rodeados de los inescrutables<br />

muiscas, con quienes no se podían comunicar directamente<br />

y quienes les aventajaban en más de dos mil a uno, deseando<br />

vivir agrupados entre sí, como acostumbraban, en<br />

un sitio donde les fuera posible intercambiar ideas y experiencias,<br />

para así, gozando de mutua compañía sentirse un<br />

poco más seguros, todo esto movió a Jiménez a concentrarlos<br />

en una comunidad. Así que después de estar su gente<br />

recorriendo la tierra muisca y sus alrededores, en el valle<br />

de los Alcázares, Jiménez ordenó la construcción de un<br />

campamento más permanente para sus soldados, consistente<br />

en una iglesia y doce primitivos ranchos grandes al<br />

estilo indígena. Como no tenía autoridad, Jiménez no fun­<br />

29. Francisco I^ópez de Gomara, Historia general de las Indias, Barcelona,<br />

1965, págs. I-75.


La vida cotidiana en la Conquista | 43<br />

dó ciudad alguna, pero ese 6 de agosto de 1538, día de la<br />

Transfiguración del Señor, estableció la ciudad de Santa<br />

Fe de Bogotá, la futura capital del Nuevo Reino de Granada.<br />

Unos siete meses después llegaron a los Alcázares<br />

Federmán y el experimentado Belalcázar. Hacía años que<br />

éste último había recibido autorización de Francisco Pizarro<br />

para fundar ciudades y la había ejercido al establecer<br />

Quito, Cali, Popayán y luego Timaná. El mismo, Belalcázar,<br />

también había estado presente cuando en 1519<br />

Pedrarias Dávila fundó Panamá y quizás conocía las instrucciones<br />

reales que éste había recibido para efectuar tal<br />

fundación, y hasta las cédulas regulando el establecimiento<br />

de ciudades que Carlos v firmó cuatro años después. De<br />

acuerdo con ambas órdenes reales, las ciudades se debían<br />

situar en lugares protegidos y de fértil tierra, dotados de<br />

aguas, leña, buenos pastos y materiales de construcción<br />

abundantes. Deberían quedar en lugar ventilado por vientos<br />

de norte a sur y cercano a buenas fuentes de trabajo<br />

indígena. Los lotes para las casas deberían ser rectangulares,<br />

la plaza bien delineada, la iglesia localizada claramente,<br />

y el buen orden se debía seguir desde el principio.'’0<br />

Si bien Jiménez, Belalcázar o Federmán sabían espontáneamente<br />

que un diseño de cuadrilla era el más conveniente<br />

a seguir en el trazo de una ciudad, o ya que<br />

hubieran estudiado los planos de las antiguas ciudades chinas,<br />

romanas o las modernas establecidas durante el renacimiento<br />

italiano, o las que habían dejado los indígenas en<br />

México o Perú, lo cierto fue que Jiménez decidió seguir ese<br />

30. “Ynstrucción para el ( íohernador de Tierra Firme, la qual se le<br />

entregó el 4 de agosto de 13x111" en Manuel Serrano y Sáenz, ed. Orígenes<br />

de la dominación española en América, Madrid, 19 18, i, pág. c c l x x x i .<br />

Vcase también Carlos Martínez, Santa Fe, capital del Nuevo Reino de<br />

Granada, Bogotá, 1987, págs. 14-71.


4 4 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

diseño después que Belalcázar lo convenció para que fundara<br />

la ciudad con todas las legalidades y ceremonias.1' No<br />

se sabe si mientras Jiménez practicaba la abogacía en Granada,<br />

España, al visitar la vecina Santa Fe recién fundada<br />

por los Reyes Católicos, quedó impresionado por su ordenado<br />

diseño rectangular; lo que sí parece cierto es que esta<br />

ciudad le inspiró el nombre de la que fundó en el valle de<br />

los Alcázares, como Granada le inspiró el nombre del<br />

Nuevo Reino.<br />

Bien basada estaba la insistencia de Belalcázar en que<br />

Jiménez debía fundar. Muy probablemente a estas alturas<br />

ya habían decidido, en unión con Federmán, someter a la<br />

corte española sus disputas sobre la jurisdicción de la nueva<br />

tierra, y por consiguiente ya estaban convencidos de<br />

que debían dejar su gente y el territorio bajo una autoridad<br />

bien establecida, y a los indígenas organizados bajo el orden<br />

de la corona española. Estos objetivos podrían satisfacerse<br />

con el establecimiento de municipalidades al estilo<br />

castellano, aunque aún quedara por resolver cómo hacerlo<br />

ante la falta de autoridad de Jiménez. Sin embargo, si veinte<br />

años atrás, en iguales circunstancias Hernán Cortés había<br />

encontrado un recurso legal para fundar Veracruz,<br />

también Jiménez podía hacer lo propio estimulado por<br />

Belalcázar, para dejar dividida la región en tres jurisdicciones<br />

encabezadas por tres ciudades donde residirían los europeos:<br />

Santa Fe, Vélez y Tunja.<br />

Santa Fe fue fondada sobre una fértil sabana, en un sitio<br />

bien irrigado por dos arroyos, protegido a su espalda<br />

por una cordillera que corre de sur a norte y bien provisto<br />

de leña, madera, arcilla, piedra, arena, cal y buenos pastos.<br />

El 27 de abril de 1539, en presencia de los campos de los<br />

3 1. Juan Friede, Fuentes documentales, 111, págs. 130 -31; Castellanos.<br />

Elegías, iv, págs. 291-94.


La vida cotidiana en la Conquista | 45<br />

tres generales, Jiménez montó su corcel y blandiendo su<br />

desnuda espada, retó a quienes se le opusieran a establecer<br />

la ciudad en el nombre del rey español. En esta forma inició<br />

las ceremonias de fundación, seleccionando el sitio<br />

para la plaza -boy llamada de Bolívar- en cuyo marco colocó<br />

la iglesia y el cabildo municipal, e irradiando de ésta<br />

hacia afuera, distribuyó lotes entre sus futuros residentes<br />

siguiendo un orden jerárquico hoy poco conocido. Acto<br />

seguido procedió a establecer el gobierno municipal, compuesto<br />

por dos alcaldes y seis regidores, quienes al estar<br />

reunidos formaban el regimiento; un procurador, un alguacil<br />

mayor y el escribano, que anotaría lo tratado durante<br />

las reuniones de ese cabildo. Terminó la ceremonia creando<br />

la primera parroquia, llamando a su iglesia Nuestra Señora<br />

de la Concepción, y nombrando a su primer cura y al<br />

asistente de éste. '2<br />

Grandes eran los poderes de la municipalidad castellana<br />

ahora trasladados a suelo indígena. Investida con poderes<br />

ejecutivos, legislativos y judiciales, podía gobernar la<br />

comunidad asentada sobre una extensa jurisdicción definida<br />

sobre límites territoriales próximos. Podía decidir casos<br />

legales, registrar a los vecinos que iban a vivir permanentemente<br />

en ella y proveerlos no sólo de lotes municipales<br />

para que edificaran sus casas, sino también de huertas cercanas<br />

a la ciudad y de estancias situadas más lejos. Podía<br />

reglamentar todo lo relacionado con la comunidad, tal<br />

como definir los precios de artículos y servicios, supervisar<br />

sus pesas y medidas, asignar hierros para marcar ganados,<br />

32. Simón, Noticias, 111, págs. 303-7 y 343-46; véase también Sylvia<br />

M. Broadhcnt, “I/a Fundación de Santa Fe, Rectificaciones a Recti<br />

ficaciones," en fío/etín de Historia y Antigüedades, 56, págs. 630-32 (abriljunio,<br />

1967), págs. 189-207.


46 I JOSfi IGNACIO AVELLANEDA<br />

y distribuir mano de obra indígena entre los vecinos que la<br />

requiriesen y para la ejecución de trabajos públicos.33<br />

A la fundación de Santa Fe siguieron las otras dos<br />

acordadas al tiempo, las de las ciudades de Vélez y Tunja.<br />

Vélez pudo haber sido fundada tan temprano como abril<br />

de 1539 por Martín Galeano, quien al notar que el sitio originalmente<br />

escogido no era el adecuado, en septiembre<br />

del mismo año la movió al que actualmente ocupa. Su jurisdicción<br />

era muy amplia, pues cubría tierras no sólo<br />

muiscas sino también guane, muzo, carare, opón y yaregüí.<br />

La fundación de Tunja está mucho mejor documentada<br />

que la de sus dos hermanas, como resultado del celo con<br />

que sus habitantes guardaron los documentos de su creación,<br />

empezando con el acta de su fundación efectuada el<br />

6 de agosto de 1539 por Gonzalo Suárez. Aunque Suárez<br />

seguramente creyó que había escogido el mejor sitio, pues<br />

allí vivía el zaque muisca, desde los primeros años se quejaron<br />

sus vecinos del riguroso clima y de la falta de agua. Los<br />

límites de la ciudad fueron delineados en buena parte siguiendo<br />

las divisiones políticas previamente establecidas<br />

por los indígenas.<br />

A estas tres ciudades siguieron la fundación de Cocuy,<br />

en enero de 154 1 por Gonzalo García Zorro, la de Málaga,<br />

en marzo de 1542 por Jerónimo de Aguayo, la de Tocaima,<br />

el 20 de marzo de 1544 por Hernán Venegas, y la de<br />

Pamplona, en noviembre de 1549 por Pedro de Orsúa. A<br />

éstas, siguieron las fundaciones efectuadas en la siguiente<br />

década, a saber, Ibagué del Valle de las Lanzas, Villeta de<br />

San Miguel, Tudela, León de Yaregüí, Mariquita, San Juan<br />

de los Llanos, Burgos, Victoria, Mérida, y Trinidad de los<br />

Muzos. A pesar de que Cocuy, Málaga, Tudela, León y<br />

33. Véase por e jemplo, Libro de cabildos de la a .. Ja d de Tunja, 1539­<br />

1542, volumen 1, Bogotá, 19 41.


Burgos fueron posteriormente abandonadas e Ibagué trasladada<br />

a otro sitio, esas fundaciones constituyeron un grupo<br />

de centros cívicos lo suficientemente amplio como para<br />

permitir a los habitantes del Nuevo Reino residenciarse en<br />

ellos más equilibradamente que en otras colonias españolas,<br />

donde sólo había una o unas pocas ciudades.<br />

Causas de la muerte de los conquistadores<br />

La vida cotidiana en la Conquista | 47<br />

Concentrando la atención en los 600 hombres que salieron<br />

de Santa Marta con el licenciado Jiménez, cuentan las crónicas<br />

y las relaciones que cien de ellos perdieron la vida<br />

entre Santa Marta y Sompallón, otros cien desde allí a La<br />

Tora, doscientos más mientras en este sitio descansaban, y<br />

finalmente otros veinte más al llegar a las cumbres de las<br />

sierras del Opón, donde empezaban las tierras muiscas. De<br />

acuerdo con esos escritos, las principales causas de dichas<br />

muertes Rieron mucho más las hambres y las enfermedades,<br />

que la conformación geográfica de los terrenos que<br />

atravesaron, el clima, los animales, y los ataques de los indígenas,<br />

implicando que había una cierta interrelación,<br />

aunque no entendida, entre el hambre y la muerte.<br />

Parece que estos escritores percibieron un ciclo en el<br />

que los trabajos debilitaban a las gentes y las predisponían<br />

a las enfermedades y, cuando les faltaba el alimento, morían<br />

mas rápidamente. Las primeras muertes de unos que<br />

ya iban enfermos se sucedieron después de que les faltó el<br />

alimento recorriendo la nación Chimila y, cuando perdidos,<br />

no encontraron qué comer en la zona de Chiriguaná.<br />

Siguieron hasta llegar al oasis indígena que era Tamalameque,<br />

donde los alimentos no sólo eran abundantes sino<br />

delicados, y de allí continuaron por camino llano hasta<br />

Sompallón que también estaba bien provisto. A simple vista<br />

parece inexplicable que la tropa perdiera una sexta parte<br />

de sus efectivos recorriendo tierras llanas y lugares ya co­


48 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

nocidos y que ofrecían pocos peligros y dificultades, y en<br />

donde habían sufrido pocas hambres pues las que experimentaron<br />

no duraron mucho.<br />

El siguiente trecho para llegar a La Tora fue mucho<br />

más duro. Hasta el río Lebrija el camino era conocido,<br />

pero la ausencia de aborígenes en esa región se tradujo en<br />

muchas más penalidades para los expedicionarios, quienes<br />

avanzaron abriendo trocha y sin encontrar cultivos indígenas.<br />

En este trayecto murieron otros cien cristianos. A<br />

simple vista esto parece más comprensible que durante el<br />

fácil tramo anterior. Disminuidos en una tercera parte llegaron<br />

al cómodo sitio de Sompallón, donde descansaron<br />

por más de dos meses. Sin embargo, a pesar de que los soldados<br />

no estaban soportando las incomodidades inherentes<br />

a estar avanzando en medio de una selva tropical y de<br />

tener comida más o menos a la mano, continuaron muriendo.<br />

Tantos se perdieron en La Tora -idoscientos!-<br />

como en todo el trayecto de Santa Marta a ella. Entonces,<br />

si las muertes se sucedían cuando los soldados estaban haciendo<br />

tanto caminos fáciles como difíciles, o incluso ninguno,<br />

hay que descartar cualquier influencia sobre las<br />

enfermedades y las muertes derivada de los trabajos inherentes<br />

al estar viajando. La gente moría igualmente haciendo<br />

puentes, abriendo trochas, atravesando ríos y<br />

vadeando ciénagas, mientras las lluvias les acortaban el<br />

sueño, que descansando en un lugar permanente protegidos<br />

de los elementos.<br />

No es viable pensar en una rara enfermedad que igual<br />

atacaba a hombres en ejercicio o en reposo, pero no al general<br />

de la expedición ni a su hermano, ni tampoco a los<br />

tres oficiales reales, ni a los dos sacerdotes, ni a siete de los<br />

ocho capitanes, ni a la gran mayoría de los soldados de a<br />

caballo, a no ser que se considere otro aspecto: el alimento.<br />

Ya se señalaron algunos indicios que permiten pensar


,


5 0 | JOSÉ IGNACIO AVE LL A N F DA<br />

tanto a los de Federmán o Belalcázar, quienes ya llevaban<br />

un tiempo en ellas. Esa falta de experiencia, o la terquedad,<br />

les resultó fatal, por no dar crédito a la posible cura: el conocimiento<br />

del indio que sabía alimentarse bien.<br />

Características de los conquistadores<br />

La definición de las características de los conquistadores<br />

del Nuevo Reino está basado en el estudio de 658 sobrevivientes<br />

de las seis expediciones que crearon e iniciaron su<br />

colonización.35 Además de las tres ya mencionadas, dirigidas<br />

por Jiménez, Federmán, y Belalcázar, se registraron las<br />

de Jerónimo Lebrón, Lope Montalvo de Lugo y Alonso<br />

Luis de Lugo. Lebrón subió al Reino a encabezar su gobierno<br />

formado bajo la jurisdicción de Santa Marta, pero<br />

tuvo que regresar cuando no fue admitido en esa dignidad,<br />

dejando a casi todos sus hombres. Desilusionado con su<br />

situación en Venezuela, donde era el segundo del gobernador,<br />

Lope Montalvo de Lugo se dirigió al Reino, a donde<br />

llegó en mayo de 154 1. Dividida en dos grupos, entre 1542<br />

y 1543, la expedición llegó al Reino con los acompañantes<br />

de Alonso Luis de Lugo, quien iba a hacerse cargo de su<br />

gobierno. Para visualizar esto mejor mírese el cuadro 1,<br />

donde se puede observar el número de los conquistadores<br />

que salieron, llegaron y el número de los sobrevivientes<br />

identificados. En el grupo de Jiménez se incluye a los que<br />

viajaron en los bergantines, a pesar de que unos cien regresaron<br />

a Santa Marta. De los doscientos originales de Bela-<br />

35. El análisis completo se encuentra en Avellaneda, “The Conquerors,”<br />

tesis de doctorado. University o f Florida. (1990). Con algunas<br />

modificaciones en los números de los conquistadores activos, este mismo<br />

análisis está siendo publicado en José Ignacio Avellaneda, The<br />

Conquerors o f the New Kingdom o f Granada (Albuquerque: University of<br />

New Mexico Press, 1994), que será publicado en español con el título<br />

Los conquistadores del Nuevo Reino de Granada.


L a vida cotidiana en la Conquista | 5 t<br />

cazar, unos cincuenta se quedaron en el camino fundando<br />

a Timaná y solo ciento cincuenta continuaron al Nuevo<br />

Reino. También se incluye un grupo adicional de cuarenta<br />

y cuatro sobrevivientes identificados, de quienes no se conoce<br />

a cuál de las expediciones pertenecían.<br />

E X P E D IC IÓ N S A L IE R O N L L E G A R O N ID E N T IF IC A D O S<br />

Jiménez 800 J73 I73<br />

Federmán 300 160 116<br />

Belalcázar I5° T5° 64<br />

Lebrón 300 200 124<br />

Montalvo 80 80 34<br />

Luis de L. 300 170 103<br />

Desconocida 44<br />

Total *93° 933 658<br />

Cuadro 1. Núm ero de conquistadores que Rieron al N uevo R eino,<br />

cuaántos llegaron, y cuántos lian sido identificados.<br />

Se hace énfasis en que este cuadro sólo incluye a los<br />

hombres conquistadores y excluye a las mujeres, mulatos,<br />

mestizos, indios y esclavos que han sido identificados<br />

como sobrevivientes de estas mismas expediciones y que<br />

serán tratados más adelante. La definición de estos conquistadores<br />

se ha hecho examinando dos características<br />

generales: aquellas definidas al nacer, tales como lugar y<br />

fecha de nacimiento, raza y género, y aquellas adquiridas<br />

después, tales como educación, religión, previa experiencia,<br />

y la clase social a que pertenecían al momento de llegar<br />

al Nuevo Reino.


52 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

El 91% de los sobrevivientes eran españoles, pero<br />

figuran once portugueses, cuatro franceses, tres alemanes,<br />

dos italianos y dos flamencos. El 27% del total eran andaluces,<br />

otro 27% eran castellanos, el 13% extremeños, el<br />

10% leoneses y el resto lo formaban los nacidos en las<br />

otras provincias de España.<br />

El año de nacimiento resulta más significativo ya que<br />

sirve para calcular la edad que tenían los conquistadores a<br />

su llegada. El más joven de ellos tenía 16 años y el más viejo<br />

62. El 13% tenía entre 16 y 20 años y el 15% estaba entre<br />

los 41 y los 62 años de edad. El mayor grupo lo formaban<br />

aquellos entre los 26 y los 30 años (el 29%) y la edad promedio<br />

era 27 años.<br />

Todos los conquistadores pertenecían a la raza blanca,<br />

resultante de las muchas mezclas étnicas que tuvieron<br />

lugar principalmente en la península ibérica desde la expansión<br />

griega hasta la Reconquista, con una excepción:<br />

Pedro de Lerma. Este compañero de Lebrón fue el único<br />

conquistador negro libre que tomó parte en las expediciones<br />

aquí tratadas.<br />

Muchas más mujeres de las hasta ahora conocidas,<br />

acompañaron a los conquistadores, pues de ellas se han<br />

identificado 18. Con Belalcázar vinieron la mexicana Beatriz<br />

de Bejarano (seguramente llevada por Pedro de Alvarado<br />

desde Centroamérica al Perú), la mestiza Mencia de<br />

Collantes, más las peruanas Francisca Inga -india noblela<br />

famosa Beatriz o Yunbo (“señora de juegos”) y Catalina.<br />

Las primeras tres mujeres españolas y una esclava negra<br />

llegaron con Lebrón: la recién nacida María de Céspedes<br />

con su madre Isabel Romera, más Catalina de Quintanilla,<br />

y la esclava Isabel. Las siguientes españolas llegaron con<br />

Luis de Lugo y fueron Mari Díaz, Leonor Gómez, Ana<br />

Domínguez, la mulata Juana García, las hermanas Ana,


La vida cotidiana en ¡a Conquista | 53<br />

Isabel y Juana Ramírez, más Eloísa Gutiérrez. No se sabe si<br />

Catalina López vino con Lebrón o con Lugo.<br />

De los mestizos ya se han mencionado las mujeres,<br />

pero faltan los hombres, aunque de uno de ellos ya se ha<br />

hablado: Francisco de Belalcázar, hijo del general Sebastián.<br />

El otro fue Lucas Bejarano, niño recién nacido del<br />

primer matrimonio cristiano celebrado en el Nuevo Reino,<br />

el de Beatriz de México con Lucas Bejarano, compañero<br />

de Belalcázar.<br />

Muy pocos de los millares de indígenas que trajeron las<br />

expediciones han sido identificados. Además de las mujeres<br />

indígenas ya mencionadas, también vinieron con<br />

Belalcázar los peruanos Antón Coro y el noble Pedro Inga,<br />

y con Lebrón vinieron voluntariamente los distinguidos<br />

caciques Meló y Malebú, quienes volvieron a su lugar de<br />

origen.<br />

Igualmente significativo es el número de esclavos negros<br />

que sobrevivieron y que han sido identificados: con<br />

Lebrón llegaron siete en total, seis varones y la ya mencionada<br />

esclava Isabel; y con Luis de Lugo 17, todos hombres,<br />

incluyendo a Mangalonga de Etiopía y a Gasparillo.<br />

Con seguridad éstos no son todos, pues hay evidencia de<br />

que por lo menos Jiménez venía acompañado de un esclavo,<br />

y Belalcázar de una esclava, y que había varios de ellos<br />

viviendo en el Nuevo Reino entre 1540 y 1543 y que tuvieron<br />

que llegar allí con estas expediciones. Además, se conoce<br />

la existencia de un esclavo morisco que murió en<br />

1539, mientras su amo Gonzalo García Zorro buscaba la<br />

Casa del Sol y quien seguramente le acompañó si no desde<br />

España, por lo menos desde Santa Marta.<br />

Es muy fácil juzgar el grado de educación de personas<br />

como Jiménez y Federmán, que escribieron libros sobre<br />

sus conquistas; o el de personas que dejaron crónicas sobre<br />

su participación en ellas; o de los escribanos, oficiales rea­


5 4 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

les, tenedores de bienes de difuntos y clérigos que tenían<br />

necesidad de leer y escribir para hacer sus oficios. De los<br />

otros queda el testimonio de las cartas que escribieron,<br />

pero más comúnmente, de si pudieron o no estampar su<br />

firma en algún documento que la requería. Aquellos que<br />

podían firmar se consideran potencialmente literatos y<br />

aquellos que no lo pudieron hacer o “estamparon su señal”,<br />

como analfabetas. De un detallado análisis que tiene<br />

en cuenta esos factores, se concluye que hasta un 79% de<br />

los conquistadores del Nuevo Reino podía estar en condiciones<br />

de saber leer y escribir, y por consiguiente, de tener<br />

un grado de educación relativamente alto en las condiciones<br />

del siglo xvi. Esta característica sugiere una vez más<br />

que los conquistadores no pertenecían a la clase menos favorecida<br />

de la sociedad española.<br />

Durante una época en que España, por medio del Patronato<br />

negociado con los papas, había asumido la defensa<br />

de la influyente Iglesia Católica, y después de que los moros<br />

y judíos habían sido expulsados de España para mantener<br />

en ella una homogeneidad religiosa, no se podía<br />

esperar sino que todos los conquistadores fueran católicos,<br />

aunque aún hoy están por resolverse algunas dudas. Todavía<br />

se sospecha que el mismísimo licenciado Jiménez provenía<br />

de una familia de conversos. Federmán, reputado<br />

como católico, Ríe acompañado por dos flamencos y dos<br />

alemanes, estos últimos provenientes de donde recientemente<br />

se había iniciado la Reforma protestante. Alguno de<br />

éstos podría ser “luterano”, como los llamaban entonces,<br />

porque de otra forma no se explica para qué, en 1535, la<br />

corona española expidió una cédula prohibiendo a los alemanes<br />

ir a Venezuela sin un permiso especial.-16 Queda por<br />

36. Juan Friede, Gonzalo Jiménez, págs. 17-20; Enrique Otte, Ce-


I .a vida cotidiana en Ja Conquista | 55<br />

ver si el esclavo morisco que acompañó a García Zorro, en<br />

su intimidad veneraba más a Malioma que a Cristo.<br />

Teniendo en cuenta el énfasis de todos los cronistas en<br />

la importancia de ser baquiano para el conquistador, o sea,<br />

experimentado en las cosas de Indias, aquí se considerará<br />

en primer lugar los años de experiencia en la América que<br />

estos hombres tenían al llegar al Nuevo Reino. Como es de<br />

esperar, los menos expertos deberían ser los compañeros<br />

de Jiménez y Luis de Lugo, pues poco después de llegar de<br />

España siguieron hacia el Reino, llegando a éste sólo con<br />

la experiencia obtenida durante el camino. Los más experimentados,<br />

los de Belalcázar, Federmán y Montalvo,<br />

quienes ya llevaban un tiempo en Indias antes de llegar al<br />

Reino. En resumen, se tiene que el 32% del total no tenía<br />

más experiencia que la obtenida en el camino (aproximadamente<br />

un año), el 31% la tenía de cinco a nueve años, el<br />

20% de dos a cuatro años y el 17% de 10 años o más.<br />

El análisis de la clase social se limitará a determinar si<br />

estos hombres pertenecían al común de las gentes -los<br />

plebeyos- o si eran miembros del primer escalón de la nobleza<br />

española, los hidalgos. La conquista de América fue<br />

una empresa relativamente popular en la que no tuvo participación<br />

activa la alta nobleza (salvo unos pocos altos<br />

gobernantes de México y Perú). Los grandes riesgos del<br />

viaje y las incomodidades encontradas al otro lado del<br />

océano, evitaron que los hombres ricos y los altos nobles<br />

abandonaran la comodidad de sus hogares para estar de<br />

cuerpo presente en las conquistas.<br />

Pertenecer a la nobleza tenía ciertas ventajas económicas<br />

además del prestigio que conllevaba. Por esa razón,<br />

muchos conquistadores del Nuevo Reino reclamaron ser<br />

didario de la prm inaa de Venezuela, tS29 ' 53S' Curacas, 19H2, págs.<br />

2 53 54-


56 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />

hidalgos, y, como se sabe que sólo diez pudieron demostrarlo<br />

con la correspondiente ejecutoria, los otros reclamaron<br />

ser hidalgos notorios, en otras palabras que si se<br />

comportaban como hidalgos era porque lo eran, sin necesidad<br />

de tener que demostrarlo con documentos como se<br />

requería en España. Con esta salvedad, se sabe de 73 conquistadores<br />

(el 11% ) que manifestaron ser hidalgos: 27<br />

eran compañeros de Jiménez, 15 de Federmán, 8 de Lebrón,<br />

2 de Montalvo y 13 de Luis de Lugo. El resto de los<br />

658 conquistadores identificados eran entonces plebeyos o<br />

pecheros, como también se les llamaba, porque pagaban<br />

un cierto impuesto municipal llamado pecho. Esta mentalidad<br />

hidalguesca, que entre otras cosas consideraba denigrantes<br />

los trabajos manuales, hasta mediados del siglo<br />

x v i i t iba a ser parte integral de la ética laboral de alguna<br />

gente. Sin importar el número de hidalgos o pecheros, la<br />

conquista del Nuevo Reino ofreció a quienes tomaron parte<br />

en ella y que luego se convirtieron en sus colonizadores,<br />

grandes oportunidades para mejorar sus condiciones económicas<br />

y sociales, que a la vez les permitieron ser políticamente<br />

influyentes. Lamentablemente, esa mejoría se<br />

basó inicialmente en el oro y las esmeraldas arrebatados a<br />

los muiscas y vecinos, y subsecuentemente en el trabajo y<br />

en el tributo que arbitrariamente impusieron al sufrido indígena<br />

y que en algunas partes duró hasta cuando se<br />

ganó la independencia de España. Ése ftie el precio que<br />

pagó el indígena por el beneficio de conocer la civilización<br />

europea.


S E G U N D A<br />

PA RTE<br />

L a C o lo n ia


La vida cotidiana en las<br />

minas coloniales<br />

PARI O<br />

r o d r í g u e z ’<br />

JAIME HUMBERTO<br />

b o r j a ”<br />

/■;/ blanco vive en su casa<br />

tie madera con balcón.<br />

F l negro, en rancho de paja,<br />

en un solo paredón.<br />

Cuando vuelvo de la mina<br />

cansado del cairetón,<br />

encuentro a mi negra triste,<br />

abandonada de Dios<br />

V a mis negritos con hambre.<br />

Por qué esto, pregunto yo.<br />

“A la mina". Poema anónimo del<br />

Siglo Xt 'II<br />

Las tnittas<br />

La inmensa riqueza aurífera de la Nueva Granada, depositada<br />

en montañas, en vetas y en el lecho de los ríos, se convirtió<br />

desde los primeros años de la Conquista en el<br />

principal interés de los españoles. Para los hombres del si-<br />

' Pablo Rodríguez (1955) Historiador. Profesor del Departamento<br />

de Historia de la Universidad Nacional. Ha publicado Cabildo y vida<br />

urbana en el Medellin colonial, r ó jf-ijja , Universidad de Antioquia, M e­<br />

dellin. 1992. Seducción, amancebamiento y abandono en la Colonia, Simón<br />

y Ixila (¡iiberek. Santafc de Hogotá, 1991. Ha coordinado la elaboración<br />

de la Las mujeres en /a historia de Colombia, Editorial Norma. 1995.<br />

F,n distintas revistas v libros colectivos ha publicado ensayos sobre la<br />

historia de la familia y de la sociedad coloniales.<br />

“ Jaim e Humberto lio ija (1962) Historiador. Profesor-Investigador


6o | PABI.O RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />

glo xvi el oro era sinónimo de riqueza sin fin, por su obtención<br />

no importaba padecer sacrificios ni penalidades. El<br />

oro tenía la virtud de encantar, de ensoñar. En su desesperada<br />

búsqueda, los aventureros veían ciudades rutilantes,<br />

“dorados” y lagunas encantadas. Su extraño e inequívoco<br />

poder llevó a que muchos españoles dejaran sus armaduras<br />

y se adentraran en su búsqueda en inhóspitas regiones<br />

acompañados de cuadrillas de indígenas o esclavos. Durante<br />

los tres siglos de vida colonial, las más variadas y<br />

distantes regiones neogranadinas vieron florecer rancherías<br />

de hombres enloquecidos por el oro, aunque en pocas<br />

ocasiones alcanzaron a convertirse en ciudades.<br />

En Antioquia, por ejemplo, a fines del siglo xvi, el descubrimiento<br />

de los ricos sedimentos del río Nechí provocó<br />

el rápido desplazamiento de casi todos los mineros que se<br />

encontraban en Buriticá. En muy pocos años fundaron<br />

Cáceres, Zaragoza y Guamocó. El rescate fue tan intenso,<br />

que hacia 1640 se empezó a manifestar el desencanto.<br />

Guamocó, que llegó a ser considerada la “Villa de Oro”,<br />

Ríe totalmente abandonada y hoy sólo sobreviven sus minas<br />

en medio de la selva. Cáceres y Zaragoza se sumieron<br />

en una profunda depresión y pobreza, de las cuales aún no<br />

han salido.<br />

El oro de la Nueva Granada se encontraba principalmente<br />

en los aluviones de los ríos y quebradas. Las vetas,<br />

que fueron fuentes significativas de la riqueza mineral, debían<br />

contar para su explotación con la cercanía de un río<br />

que se pudiera canalizar. Los Reales de Minas, nombre<br />

con el que se conocían en la época los lugares de excavación<br />

y laboreo, eran rancherías o conjuntos de ranchos que<br />

de la Universidad Javeriana. Coordinador del Seminario de Mentalidades.<br />

Ha publicado diversos artículos de investigación sobre historia de<br />

la cultura en libros colectivos y revistas.


La vida cotidiana en las minas coloniales | 61<br />

se levantaban cerca a los ríos y servían de vivienda a la<br />

gente. Según su importancia y la cantidad de gente que<br />

concentraban, poseían una capilla con campana. En los<br />

ranchos vivía la “gente”, sin separación de sexos ni de familias.<br />

Un rancho era dedicado a la cocina, otro para las<br />

herramientas y la herrería, otro para guardar la sal y los alimentos<br />

y, en no pocos casos, un cepo para los esclavos remisos.<br />

Que se sepa, muy pocas minas tuvieron rancho para<br />

los enfermos. En construcciones separadas vivían el capataz<br />

y los lugartenientes. El amo, que casi nunca visitaba estas<br />

posesiones, se alojaba en estas casas.<br />

Los asentamientos mineros con sus ranchos, capilla y<br />

despensa, prefiguraban la vida urbana en lugares selváticos<br />

y húmedos. La ranchería, como también se conocía, poseía<br />

en lugar cercano sembradíos de maíz y yuca. Normalmente,<br />

eran puntos diseminados a lo largo de un río o en<br />

torno a una área rica en mineral. Sin embargo, la abundancia<br />

de minerales y el interés que lograban concitar en todo<br />

el Reino, hizo que muchos asentamientos surgieran como<br />

ciudades desde sus inicios. De Zaragoza y de Cáceres se<br />

decía que, en sus propias calles, se encontraba oro. Remedios,<br />

Marmato y Caloto, aunque inmediatas a los sitios de<br />

laboreo, fueron fundadas a cierta distancia entre sí en<br />

busca de terrenos más propicios. En estas ciudades las<br />

edificaciones en adobe y teja eran más consistentes; estaban<br />

alineadas en calles que concluían en una plaza adornada<br />

con Iglesia, casa de Cabildo y Caja Real. En estas<br />

fundaciones el Estado español se interesó por hacer presencia,<br />

especialmente con una oficina y un Contador para<br />

recibir el pago del quinto real y perseguir el contrabando<br />

de oro.<br />

Desde el punto de vista administrativo, las regiones en<br />

las que estaban situados grupos de Reales de Minas eran<br />

denominadas Distritos Mineros. En la Nueva Granada sur-


02 | PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />

gieron, durante los tres siglos de vida colonial, distintos<br />

distritos que indican tanto los ejes de la colonización como<br />

las trayectorias de la expansión. En el oriente del país se<br />

situaban los distritos de Pamplona y Vélez, de muy temprana<br />

explotación. En el centro, Mariquita cubría lugares<br />

tan distintos como Victoria, Lajas e Ibagué. Antioquia,<br />

Buriticá, Cáceres, Zaragoza y Remedios, casi constituían<br />

un arco continuo. En el occidente, Arma, Anserma y Cartago<br />

conformaban un eje a lo largo del río Cauca. Más al<br />

sur, Popayán vigilaba los Reales de Mondomo, Chisquío y<br />

Almaguer. Los yacimientos del Chocó tuvieron a Nóvita y<br />

Tadó como los núcleos principales de este inmenso territorio<br />

minero. Y, finalmente, desde Cali se controlaba Dagua,<br />

Raposo, Iscuandé y Barbacoas.<br />

En contraste con la riqueza que proveían las zonas mineras,<br />

la vida material de los Reales de Minas era muy precaria.<br />

En buena medida esto se debía a la dificultad de<br />

acceso de mercancías necesarias para la vida diaria a lugares<br />

tan aislados y de compleja geografía. De otro lado, en<br />

distintos casos la Corona tomó medidas para impedir el<br />

contrabando a estas regiones. En el caso del Chocó, hubo<br />

disposiciones que regulaban el comercio de ropa y oro por<br />

los ríos San Juan y Atrato. Las prohibiciones recayeron<br />

también sobre la introducción de “aguardiente y vino de<br />

Perú, nasca, sal, fierro, aceite y dulces”, por lo que decían<br />

“casi siempre se vive con escasez en la Provincia del Chocó:<br />

todo cuesta sobre caro a los mineros y consiguientemente<br />

no es fácil que logren adelantamiento las minas sino<br />

notorio atraso (...) pues apenas hay minero alguno que no<br />

viva empeñado de deudas, trampeando para conservarse y<br />

mantenerse...” 1. El Chocó dependía para su abastecimieni.<br />

Moreno y Fscandón, Francisco Antonio, “listado del Virreinato<br />

de Santa Fe. Nuevo Reino de (¡ranada, 17 7 2 ”, Bogotá, en Boletín de<br />

Historia y Antigüedades, vol. 23, N ° 264-265, sept-oct 1936, pág. 568.


La vida cotidiana en las minas coloniales \ 63<br />

to, de los pocos barcos que venían con autorización desde<br />

Guayaquil con las mercaderías permitidas, tales como esclavos,<br />

herramientas, lienzos para vestir a los esclavos y<br />

manufacturas. Antioquia, por su parte, dependía de Honda<br />

sobre el río Magdalena, lugar al que era heroico llegar por<br />

el Nare. Esto hacía que artículos como el hierro y el acero,<br />

indispensables para la fabricación de las herramientas, alcanzaran<br />

precios notablemente altos.<br />

La gente de las minas<br />

Nadie discute que la actividad económica más atractiva y<br />

extendida durante la Colonia fiie la minería. Los encomenderos<br />

de los siglos xvi y xvii no dudaron en emplear a los<br />

indígenas, legal o ilegalmente, en el rescate de minerales.<br />

Luego, con el exterminio de los naturales, aparecieron los<br />

señores de cuadrilla, empresarios que invirtieron sus capitales<br />

en la importación de numerosos esclavos. De esta<br />

manera, la minería neogranadina empezó a ser, desde la<br />

penúltima década del siglo xvi, una labor realizada básicamente<br />

por esclavos africanos.<br />

Un establecimiento minero era conformado por un capataz<br />

o administrador de minas, una cuadrilla de esclavos<br />

de distinto tamaño y un capitán de cuadrilla. Un religioso<br />

hacía presencia esporádica en los campamentos, ofrecía<br />

misa e impartía los sacramentos. También arribaban a estos<br />

apartados lugares comerciantes de víveres, lienzos y<br />

hierro. Un contacto más cotidiano e importante para las<br />

rancherías, era el que establecían los indígenas; conocedores<br />

de la región, ágiles canoeros y buenos cultivadores, los<br />

indígenas del Chocó y del Cauca fueron indispensables<br />

para el mantenimiento de muchos asentamientos mineros;<br />

además de hacer de transportadores por la maraña de ríos<br />

de las regiones mineras, eran quienes las abastecían de<br />

maíz.


6 4 | PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />

El capataz o administrador era un blanco pobre o un<br />

mulato que conocía las técnicas mineras. Normalmente,<br />

eran hombres que dedicaban su vida a este oficio, adquirían<br />

experiencia, sabían identificar los lugares donde se encontraban<br />

las vetas o los lavaderos ricos en oro y poseían<br />

la fuerza para mandar a la gente de la cuadrilla. Con frecuencia,<br />

los administradores de ranchos pequeños, de menos<br />

de veinte esclavos, eran sus mismos propietarios. Se<br />

trataba de blancos de condición modesta que apostaban a<br />

la suerte de estas empresas y cuya historia parecería enseñar<br />

más penalidades que triunfos. Por el contrario, los<br />

capataces de las grandes rancherías eran, casi siempre, familiares<br />

lejanos o deudos de los “señores” de cuadrilla. Los<br />

propietarios de estas empresas eran individuos que residían<br />

en las ciudades importantes del Reino, participaban<br />

en otras actividades económicas rentables y recibían los<br />

reconocimientos propios de las elites locales. En sus administradores<br />

depositaban una absoluta confianza, aunque se<br />

cuidaban de que llevaran libros de contabilidad, comunicaran<br />

con periodicidad los pormenores de la mina e hicieran<br />

llegar con prontitud las ganancias del laboreo.<br />

De los capitanes de cuadrilla sabemos, por el historiador<br />

Robert West, que eran negros que iban a la cabeza de<br />

cada grupo de esclavos. Sus obligaciones incluían el mantenimiento<br />

de la disciplina, la distribución de los alimentos<br />

y la recolección del producto semanal de oro para entregarlo<br />

al administrador. El capitán de cuadrilla era sumamente<br />

importante para el amo, y tenía en cierto modo el<br />

carácter de jefe, por lo que gozaba de respeto. Su estima<br />

puede ser advertida en el hecho de que recibía raciones<br />

especiales de alimento, vivía en bohío aparte, con el posible<br />

propósito de inducirlo a mantener a la gente trabajando.<br />

Algunos documentos señalan que en el Cauca ciertos<br />

capitanes llegaban a recibir jamones y quesos de parte de


La vida cotidiana en las minas coloniales<br />

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M a p a de la ribera derecha del río<br />

Q u in am ayó hasta C alo to .<br />

17 6 2 .<br />

A rch ivo G en era l de la N ación.<br />

M ap o teca 4 N ° 3 7 2 a .


La vida cotidiana en ¡as minas coloniales | 65<br />

los administradores de las minas. En algunos casos, una<br />

especie de capitana era la encargada de las mujeres.2<br />

En las cuadrillas también llegó a conocerse una cierta<br />

especialización de oficios; los esclavos que adquirían un<br />

conocimiento en el arte de la herrería, recibían un tratamiento<br />

preferential. Su trabajo era imprescindible para<br />

mantener bien conservadas las barras, almocafres y demás<br />

herramientas. Otros conocimientos especialmente valorados<br />

por los amos, eran los de los carpinteros, las parteras<br />

y los curanderos de picaduras de víboras.<br />

Las cuadrillas mineras llegaron a estar conformadas<br />

hasta por varios cientos de esclavos, aunque lo normal era<br />

que el tamaño de una cuadrilla oscilara entre los 50 y los<br />

200 esclavos. A toda esta gente los propietarios la distinguían<br />

simplemente como la gente “útil" y la “chusma".<br />

Con estas expresiones denominaban a los “útiles” los que,<br />

por un lado laboraban y la “chusma”, los que siendo niños,<br />

enfermos o ancianos, no lo hacían. Una cuadrilla era más<br />

que un grupo de trabajadores. Las peculiaridades de la<br />

economía y del mismo comercio de esclavos hacía que la<br />

preponderancia de los varones en estos grupos fuera un<br />

hecho frecuente. Sin embargo, pronto los esclavistas comprendieron<br />

que la ausencia de mujeres era poco conveniente<br />

para la conservación de las cuadrillas y la<br />

estabilidad emocional de los esclavos.<br />

En las minas del Chocó, las mujeres, los ancianos y los<br />

niños, no sólo llegaron a constituir un grupo numeroso,<br />

sino que resultó ser indispensable para su funcionamiento.<br />

Las mujeres jóvenes, con el agua a las rodillas, también<br />

limpiaban las areniscas de los ríos durante largas jornadas.<br />

La minería de aluvión encontró en las mujeres su principal<br />

2. West. Robert. L


6 6 I PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />

fuerza de trabajo: mientras los hombres construían canalones<br />

y realizaban cortes con barras en la tierra, numerosas<br />

esclavas se dedicaban a lavar los granitos de barro y metal.<br />

Las ancianas, por su lado, cocían los alimentos y asistían a<br />

los enfermos. Los ancianos y los niños cumplían una tarea<br />

central en toda ranchería: cultivaban eras de yuca y plátano.<br />

Fam iliasfragmentadas<br />

Los esclavos que llegaron a las minas colombianas no<br />

constituían un grupo cultural ni demográfico. Procedían<br />

de muy diversos pueblos africanos, hablaban distintas lenguas<br />

y, aunque se los contaba por familias al descender de<br />

los galeones en Cartagena de Indias, pronto perdían sus<br />

parentescos. El comercio de esclavos en los puertos y en<br />

las ciudades del interior, terminó de dislocar los escasos<br />

vínculos familiares que hubieran sobrevivido al cautiverio<br />

interoceánico. Sus apellidos Guinea, Fon, Arará, Luango o<br />

Babará, simplemente nos sugieren su lejano territorio aborigen<br />

perdido, y aun más perdido cuando rápidamente<br />

eran denominados “bozal”, es decir, africano a secas.<br />

Los primeros establecimientos de las regiones mineras<br />

eran adelantados por pequeños grupos de hombres. Las<br />

épocas de cateo y búsqueda de los yacimientos podían tardar<br />

meses. Sólo cuando los mineros tenían certeza de sus<br />

hallazgos y obtenían la adjudicación de los lavaderos, comenzaba<br />

el desplazamiento de sus cuadrillas de esclavos.<br />

En sus inicios en las rancherías la presencia de mujeres era<br />

escasa. Una vez superados los días de incertidumbre, la relación<br />

entre los sexos se equilibraba.<br />

No obstante, en los asentamientos mineros poca atención<br />

se prestó a la unidad familiar esclava. Los esclavos<br />

dormían en un mismo rancho sin distinción de parentesco,<br />

sexo ni edad. Los clérigos, que se quejaron de esta sitúa-


La vida cotidiana en í'as minas coloniales \ 67<br />

ción, la denunciaron como propicia para la promiscuidad<br />

y las enfermedades. De otro lado, el rigor del trabajo minero,<br />

el trato inhumano a que estaba sometido el esclavo, su<br />

precaria alimentación y la facilidad con que los debilitaban<br />

distintas enfermedades, bacía que la muerte en los ranchos<br />

mineros fiiera un hecho cotidiano. Las familias esclavas<br />

perdían sus miembros -especialmente impúberes- con tal<br />

rapidez, que hace dudar sobre su ánimo reproductivo.<br />

Las regiones mineras neogranadinas no desconocieron<br />

el azote de epidemias de viruela y sarampión. Bajo ellas<br />

sucumbieron numerosos esclavos de la provincia de Popayán.<br />

Sin embargo, el estudio detallado de las descripciones<br />

del cuerpo de los esclavos en el momento de su venta, lia<br />

permitido conocer las enfermedades que más los afectaban<br />

y sus posibles causas.1 Las afecciones más comunes eran<br />

las malformaciones óseas, las hernias discales, la pérdida<br />

de las extremidades, las enfermedades pulmonares y de la<br />

piel. Las venéreas o mal “gálico”, eran corrientes. Las fiebres,<br />

más temidas, se aceptaban con resignación. En un<br />

caso, el capataz simplemente recomendó: “pónganle un<br />

negro racional que sepa ayudarlo a bien morir y que la<br />

gente en el real se junte en la enfermería a encomendar a<br />

Dios al agonizante”.<br />

Las cuadrillas eran divididas por sus propietarios sin<br />

tener en cuenta la existencia de núcleos y relaciones familiares.<br />

Pocos esclavistas de las regiones mineras comprendieron<br />

que el favorecimiento de la unión familiar esclava<br />

podía mejorar el rendimiento de los mismos, reducir su rebeldía<br />

y disuadirlos de escapar.<br />

3. Colmenares, Cíermán, Poptiyán: una sociedad esclavista, 1680-1800,<br />

Medellin, La Carreta, 1979, pág. 92-96. También. Pablo Rodríguez,<br />

"Aspectos del comercio y la vida de los esclavos. Popayán, 1780-1850",<br />

Boletín de Antropología, vol. 7, N° 23, Medellin, Universidad de<br />

Antioi)uia, 1990.


68 I PABLO RODRIGUEZ / J AI M F. HUMBERTO BORJA<br />

La prédica eclesiástica sobre el matrimonio católico no<br />

tuvo difusión en las rancherías mineras. Los amos mineros<br />

prestaron poco o ningún interés en oficializar las uniones<br />

de hecho que surgían en las cuadrillas. Por los inventarios<br />

de los esclavos de estas propiedades se sabe que el madresolterismo<br />

era frecuente. Tampoco era desconocido el hecho<br />

de que una esclava fuera madre de niños de distintos<br />

esclavos. En este contexto, el rol de esposo o padre debió<br />

de estar completamente ausente.<br />

La movilidad de las labores de la minería y las peculiaridades<br />

del régimen esclavista, tendieron a situar a la mujer<br />

negra esclava en el centro de esta subsociedad. Su función<br />

social se constituyó en el eje de la vida en las rancherías.<br />

Este hecho desdibujó las nociones tradicionales de patrilinealidad<br />

y patrilocalidad de la familia católica. El cuidado<br />

de los ranchos, de los niños, de los enfermos y de los<br />

plantíos, convirtió a la mujer en el sujeto más estable de<br />

esta azarosa sociedad. Los reparos sobre el escaso celo de<br />

los hombres hacia sus mujeres, probablemente indique<br />

más que su escasa permanencia en las viviendas.<br />

Otro hecho que contribuyó a la distorsión de las relaciones<br />

familiares en los poblados mineros fue la demanda<br />

sexual de los blancos, amos, capataces y mayordomos. El<br />

amancebamiento de los blancos con las esclavas, aunque<br />

oculto, era demasiado visible. En el Chocó, hacia 1779, el<br />

número de hombres blancos doblaba al de mujeres, y el de<br />

los hombres casados era muy superior al de las casadas.4<br />

En uno de estos casos, en 1784, se denunciaba “el amancebamiento<br />

público y escandaloso en que vive Don Claudio<br />

Martínez con una negra libre llamada Joachina Ynestrossa<br />

y como pecados tan públicos y escandalosos piden pronto<br />

4. Sharp, William F., Slavery on the Safianish Frontier, The Colombian<br />

Chocó, 1680-1810, University o f Oklahoma Press, 1976.


La vida cotidiana en las minas coloniales | 69<br />

remedio para evitarlos inmediatamente y no dar más ofensas<br />

a la magestad divina”.’ Estos hombres tenían sus mujeres<br />

y familias en Popayán, Cali, Buga, Cartago y Medellin.<br />

Hechos circunstanciales, como el descubrimiento de un<br />

contrabando o de un robo por la justicia, hacían públicos<br />

los concubinatos de los amos y sus proles bastardas.6<br />

Es claro que buena parte de la poca fuerza que tuvo el<br />

matrimonio católico y la familia monogámica en las regiones<br />

mineras, principalmente del Pacífico, se debió a la casi<br />

ausencia de la Iglesia. En 1720, un gobernador manifestaba<br />

que en Quibdó no había ni un clérigo. En todo el Chocó,<br />

en 1782, sólo había 18. Si se consideran la preocupación<br />

prioritaria del clero por salvar el alma de los indígenas, y<br />

las muy difíciles condiciones para desplazarse en este territorio,<br />

es fácil entender el escaso servicio que la Iglesia le<br />

prestaba los esclavos -sin olvidar que distintas Ordenes y<br />

clérigos se dedicaron a explotar minas en la región con el<br />

trabajo esclavo-. De otro lado, la lejanía de los centros de<br />

administración de justicia, la riqueza de estas regiones y la<br />

precaria presencia de la Iglesia, generaban otras situaciones<br />

conflictivas. Según decía del Chocó el visitador Moreno<br />

y Escandón, “estas regiones atraen a muchas gentes sin<br />

ocupación ni destino, vagantes y muy nocivas a la sociedad<br />

pública, como dispuestas a todo género de vicios, fomentando<br />

juegos, riñas y embriagueces”.7<br />

Como es de suponer, los blancos no eran ajenos a estas<br />

contravenciones. Para ilustrarlo véanse las declaraciones<br />

en torno a un proceso en el que se vio envuelto un propie­<br />

5. A.Cí.N. Sccción Colonia. Juicios Criminales, t. ior, fol. 251.<br />

6. Sharp. \V. K. op. cit., pág. 138. También Romero, Mario Diego.<br />

“Procesos de pohhuniento y organización social en la costa pacífica<br />

colombiana", Hogotá. Anuario de Historia Soria! y de la Cultura, págs.<br />

18-19, I99I -<br />

7. Moreno y l'.scandón, np. cit., pág. 600


JO I PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />

tario de cuadrillas de Quibdó, don Joseph de los Santos. A<br />

sus acusadores les preguntaba: “digan si me han conosido<br />

bibir escandalosamente con mugeres o en concurso de<br />

heyas o si e dado escandalo o en otra forma alguna o si me<br />

han visto en los burdeles que aqui se acostumbran o en<br />

juegos o en banquetes que aqui se han usado”.8 Por su parte,<br />

los corregidores y los alcaldes de Remedios llamaban<br />

con frecuencia para que los amos, a pesar de sus vicios,<br />

controlaran “el escándalo que en este sitio ocasionan los<br />

negros, con juegos prohibidos y que Vuestras Mercedes<br />

son de los que concurren a ellos tolerando y permitiendo<br />

las perniciosas consecuencias que produce tan detestable<br />

vicio”.9<br />

Estos clamores por la moralidad en las minas no alteraban<br />

los hechos cotidianos y el ritmo ordinario de los<br />

días. Entre los gastos de algunas minas hemos encontrado<br />

que se disponía de un presupuesto para tabaco y aguardiente,<br />

que si no se entregaba como ración a los esclavos,<br />

se vendía en la tienda de la mina.<br />

E l curso de los días<br />

El ritmo de los días en los Reales de Minas estaba marcado<br />

por el trabajo. Apenas despuntaba el alba, “la gente” tomaba<br />

el camino del corte o del río. Casi siempre el sitio de labores<br />

estaba muy cerca a la ranchería. De tal forma, la<br />

jornada, que duraba hasta las cuatro de la tarde, se iniciaba<br />

temprano. Una pausa debía hacerse hacia las once del día<br />

para tomar el almuerzo.<br />

En algunos casos, los amos exigían a los mineros que<br />

antes de ir a los cortes, concentraran a su gente en la capi-<br />

8. A.G.N. Sección Colonia, Fondo Miscelánea t. 4, fol. 1088.<br />

g. A.G.N. Sección Colonia. Juicios Criminales, Remedios, t. 207,<br />

fol. 995V.


La vida cotidiana en las minas coloniales | 71<br />

lia y rezaran el rosario, rezo que debía repetirse antes de ir<br />

a dormir. Es imposible captar con certeza el alcance de estos<br />

consejos. Como vimos antes, los clérigos hacían poca<br />

presencia en los Reales de Minas y es difícil intuir, también,<br />

el espíritu religioso de los capataces. Tampoco conocemos<br />

el monto de la distribución de rosarios y catecismos<br />

en estas regiones.<br />

La alimentación de los esclavos varió en cada lugar. En<br />

algunas minas recibían una ración semanal de dos libras de<br />

carne y cuatro cabezas de plátano; en otras, sólo se les suministraba<br />

libra y media de carne. Sin embargo, en muchas<br />

minas y, sobre todo desde finales del siglo xvm, los propietarios<br />

prefirieron darles un día libre a la semana y facilitarles<br />

tierra y herramientas. Seguramente en las minas<br />

cercanas a regiones agrícolas los esclavos recibieron una<br />

dieta mejor y más estable. En las regiones aisladas y de difícil<br />

acceso, la oferta de carne, sal y otros víveres, era muy<br />

irregular y costosa. Allí los propietarios se vieron forzados<br />

a conceder tiempo libre a los esclavos para que encontraran<br />

su alimentación mediante la pesca, la cacería y los<br />

cultivos. Es claro que este camino fue el que finalmente<br />

condujo a la libertad de los esclavos y a la fundación de los<br />

pueblos negros. Así, en su tránsito, el esclavo dedicado a la<br />

minería se hizo también agricultor, cazador y pescador.<br />

A pesar del recelo por parte de algunos mineros en<br />

aquello de guardar el día domingo, éste parece haber sido<br />

respetado como festividad religiosa. Este día se aprovechaba<br />

para limpiar cascajos y, con suerte, hacerse a unos<br />

tomines; también para completar la dieta semanal cazando<br />

manatíes, guaguas y venados. Del trabajo de los días libres<br />

muchos esclavos llegaron a ahorrar el capital necesario<br />

para su propia manumisión o la de sus familiares.<br />

Conviene indicar, aun a costa de trastocar el orden de<br />

la exposición, que muchos mineros instalaron en los cam-


72 I PABL.O RODRIGUEZ / JAIMF. HUMBERTO BORJA<br />

pamentos tiendas de raya para captar los ahorros de los<br />

esclavos. Aunque hubo ordenanzas que obligaban a ofrecer<br />

los productos a precios razonables, comúnmente fueron<br />

utilizadas para endeudar al esclavo e impedir que se<br />

alejara, así comprara su libertad. Al respecto, unos esclavos<br />

del Chocó declaraban: “es orden cerrada que ningún esclavo<br />

compre en esta ciudad cosa ninguna(...) porque precisamente<br />

han de comprar al amo sus reventas y ropas por el<br />

precio que quiere”.10<br />

Otra tarea femenina era la composición de los sencillos<br />

trajes que vestían. Los amos adquirían de los comerciantes<br />

piezas de tela de algodón para sus esclavos. Los pantalones<br />

cortos de los hombres y los camisones de las mujeres<br />

eran confeccionados en los ranchos. Se sabe, igualmente,<br />

que en regiones más frías, como Remedios y Santa Rosa<br />

de Osos, los esclavos eran provistos con piezas de lana<br />

para componer una ruana que les cubriera el cuerpo.<br />

Los dados, el tabaco y el aguardiente, que eran celosamente<br />

prohibidos en los Reales de Minas, aparecían los<br />

días de fiesta. Los comerciantes que recorrían las rancherías<br />

no sólo las abastecían con sus mercancías, también<br />

portaban estos objetos vedados y a los que ellos eran igualmente<br />

aficionados. En los días sábados y domingos la disciplina<br />

de los capataces se relajaba y se permitían formas<br />

de expresión individual y colectivas más divertidas.<br />

Pero la vida cotidiana de los esclavos de las minas estaba<br />

señada también por el autoritarismo, la sevicia y la violencia<br />

física. En una mina chocoana, en 1798, el capataz<br />

Manuel Fermín tenía la orden de dar doce azotes al que no<br />

sudara en el trabajo. Esta misma sentencia existía para las<br />

mujeres, aun en estado de embarazo. El látigo y el cepo se<br />

10. A.CJ.N. Sección Colonia, Negros y Esclavos del Cauca, 1 . 11, fo!.<br />

771.


L.a vida cotidiana en las tuinas coloniales | 73<br />

convirtieron en castigos usuales en las regiones mineras.<br />

La desobediencia era castigada sin clemencia. La sanción<br />

de faltas menores como el hurto de alimentos o herramientas,<br />

podían dejar paralizado a un esclavo. El espíritu<br />

huidizo y rebelde era tratado ejemplarmente. El temor de<br />

los capataces y su confianza en la falta de justicia creaban<br />

una “bruma" de inhumanidad en estas regiones. Los relatos<br />

que nos ofrecen los archivos de las torturas, los azotes<br />

y los apaleamientos, nos hacen dudar de su racionalidad.<br />

Magia y religión<br />

La vida en las minas era sumamente frágil; no sólo por la<br />

falta de los medios mínimos de subsistencia, sino también<br />

porque el clima era malsano. Los temores se acentuaban<br />

con la frecuente sevicia de los amos, sus duros castigos, el<br />

cepo y hasta la hostilidad de los indígenas. Esto trajo<br />

como resultado un medio mágico propicio para el sentimiento<br />

religioso. Pero persistía la escasa presencia de sacerdotes.<br />

Las ordenanzas de minería de Juan de Borja del<br />

siglo xvi, insistían en su necesidad. Otros administradores,<br />

como Joseph Palacios de la Vega, también observaban que<br />

la evangelization era importante porque desterraba “los<br />

vicios y las supersticiones”. Mediante una recta doctrina,<br />

decía, se lograrían contener “las borracheras y los vicios<br />

que han de seguir estando solos”.11<br />

Los esclavos eran superficialmente cristianizados en<br />

los puertos de embarque en Africa y de arribo en América.<br />

Cuando los trasladaban a las minas tenían una versión<br />

muy simple y popular del cristianismo. Un sacerdote, en el<br />

11. De Borja, Juan, “Ordenanzas de Minería”, Bogotá, en Boletín de<br />

Historia y Antigüedades N ° 146, abril 1920, pág. 72; Palacios de la Vega,<br />

Joseph, Diario de Viaje, 1787-1788. Bogotá, Editorial ABC, 1955, pág.<br />

75-


74 I p a b i.o r o d r íg u e z / j a i m e Hu m b e r t o b o r j a<br />

siglo xviii, contaba que le fue llevada una negra moribunda<br />

y al preguntar quién quería que la confesara, el acompañante<br />

respondió: “paire mío, con cualquiera: si su mercé<br />

no estuviera aquí como paire mío, entonces todos son buenos.<br />

Nosotros como no tenemos paire, cuando estamos<br />

para morir nos confesamos como cristianos con otro de<br />

nosotros”12. Esta circunstancia era propicia para que en el<br />

ambiente de las minas surgiera un cristianismo supersticioso<br />

o alimentado de tradiciones y prácticas populares de<br />

origen africano.<br />

No obstante, el esclavo terminaba aceptando la nueva<br />

religión, ya fuera como velo mimético o como práctica<br />

fundida con otras creencias. La nueva fe, como fachada<br />

exterior, les daba la posibilidad de mezclar los dioses y<br />

practicar los ritos de sus antepasados, como lo prueban las<br />

ceremonias fúnebres del velorio de angelitos y los cantos<br />

religiosos que aún hoy subsisten. La vida cotidiana de las<br />

minas fue regida por un cristianismo mágico que el occidente<br />

cristiano llamó “brujería”.<br />

El baile al son de los tambores, los ritos con símbolos<br />

de la naturaleza, el uso de las yerbas y la repetición de sonidos,<br />

le recordaban a los amos, funcionarios, sacerdotes e<br />

inquisidores, los sabatsy aquelarres europeos. Por eso juzgaron<br />

de brujería a las “juntas” que realizaban los esclavos<br />

clandestinamente. Este temor de los blancos a los poderes<br />

sobrenaturales de los negros, nunca tuvo en cuenta que<br />

muchas veces se trataba de ritos iniciáticos, propios de las<br />

naciones africanas. En éstos se invocaban fuerzas mágicosagradas<br />

portadoras de poderes que otorgaban determinados<br />

beneficios. Para estos trabajadores forzados, el mundo<br />

real tenía su paralelo con otro mundo, abstracto, infinito e<br />

ilimitado, habitado por seres divinos y ancestrales: por<br />

12. Palacios de la Vega, Joseph, np. cit. pág 75.


La vida cotidiana en las minas coloniales | 75<br />

esto la realidad era mágica. Ritos, generalmente cristianizados,<br />

también formaban parte de una extensa red de resistencia<br />

negra esclava contra los amos.<br />

Los españoles, así mismo, entendían que los cultos religiosos<br />

africanos estaban dirigidos al diablo; veían pactos<br />

con el demonio en el uso de yerbas, en los poderes curativos<br />

e invocativos y en los ritos iniciáticos de las religiones<br />

originales de los esclavos. De esta forma, un cristianismo<br />

que servía de fachada y las prácticas mágicas africanas, dieron<br />

como resultado una estrecha convivencia e interpenetración<br />

de los sistemas religiosos, convivencia que daría<br />

verdadero sentido al mestizaje.<br />

Resultado del drama de la existencia cotidiana y de la<br />

escasa evangelización, los esclavos no dudaron en acercarse<br />

a una figura de consuelo y poder: el demonio. Lejos de<br />

contener el férreo maniqueísmo occidental, los esclavos<br />

veían al diablo como un bufón de Dios, una figura de consuelo.<br />

En las regiones mineras, las reiteradas acusaciones<br />

de los amos hacia los esclavos de practicar la brujería y la<br />

hechicería, en un pacto tácito con el demonio, condujo a<br />

que equívocamente apareciera y se extendiera una férrea<br />

demonolatría: el diablo se convirtió en un “aliado” que carecía<br />

de la malignidad cristiana pero que apoyaba la lucha<br />

cotidiana por la sobrevivencia. De esta manera, entre los<br />

esclavos apareció un cristianismo adaptado a sus propias<br />

condiciones y el factor que los inclinó hacia la Iglesia fue la<br />

ocasional defensa que realizaron obispos y sacerdotes contra<br />

el maltrato de los amos y su renuencia a procurar los<br />

domingos y días festivos para el descanso.<br />

Ocio, danzas y cantos<br />

El descanso en los Reales de Minas estaba mediatizado. El<br />

trabajo copaba casi toda la vida. Aun así, existían momentos<br />

de ocio. Una de las formas de ocio y resistencia a la


7 6 I PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />

descarnada situación cotidiana del esclavo fueron los cabildos<br />

negros. Las autoridades y los amos permitieron que<br />

los esclavos se reunieran a danzar, a cantar y a hacer música<br />

de acuerdo con sus tradiciones. Muchas veces colocaron<br />

estos cabildos bajo la protección de un santo cristiano,<br />

a la usanza de las cofradías españolas debidamente vigiladas<br />

por la Iglesia. Fue frecuente que estos cabildos utilizaran<br />

el cristianismo como la fachada detrás de la cual se<br />

podía ritualizar e invocar, gracias al sonido de sus tambores<br />

a sus orichas -deidades africanas.<br />

Motivados por un sentimiento religioso, los esclavos<br />

hacían bailes y música, casi se puede decir que practicaban<br />

secretamente sus religiones. Esta resistencia a la cultura<br />

colonial definió lentamente los elementos de identidad<br />

étnica y cultural que aún persisten en regiones mineras<br />

como el Chocó y el sur de Antioquia. Mitos y leyendas<br />

nacidos del misterioso y mágico ambiente de la selva o de<br />

la adaptación de los mitos africanos, existieron y siguen<br />

existiendo en las zonas mineras. Los bailes negros de clara<br />

influencia europea como el currulao, la jota, la contradanza,<br />

la mazurca y la polca, tuvieron su origen en estas regiones.<br />

Los esclavos se reunían a imitar, a manera de burla y<br />

resistencia, los galanteos y coqueteos de las danzas cortesanas<br />

españolas, pero alterando el contenido rítmico y<br />

reemplazando la vihuela, el laúd, la guitarra, el violín y la<br />

flauta, por los tambores, el redoblante, las maracas, los platillos<br />

y la chirimía. El resultado fue la copia de los movimientos<br />

corporales europeos pero con el ardor y el<br />

erotismo africano.<br />

La diversidad idiomática de los esclavos los llevó a<br />

aceptar el castellano, al cual le imprimieron su propia fonética<br />

y semántica. Lo aceptaron pero no sólo para obedecer<br />

las órdenes del amo, fue también un instrumento para<br />

expresar sus emociones, para imitar, recrear y adaptar su


La vida cotidiana en las minas coloniales | 77<br />

mundo. Desde esta perspectiva, el ocio dio lugar a la tradición<br />

oral, aspecto fundamental de las prácticas culturales<br />

africanas. Los esclavos de las minas le contaban a sus hijos<br />

leyendas, cuentos y mitos de sus lugares de origen. Estas<br />

narraciones Rieron adaptadas a las nuevas circunstancias y<br />

se transmitieron por generaciones.<br />

Fue frecuente que, al ejercitar la memoria, los esclavos<br />

tomaran romances españoles, que tras su debida adaptación<br />

se transmitían oralmente. El lingüista Germán de<br />

Granda lia recogido entre las actuales comunidades mineras<br />

chocoanas romances franceses y españoles de los siglos<br />

xni y xv, que se han perpetuado en la región desde el siglo<br />

xvii. También la poesía tuvo su lugar en los momentos de<br />

ocio, ya fuera con fines religiosos o para cantar sus desgracias,<br />

como aparece en el poema anónimo de mediados del<br />

siglo xvii en Iscuandé: “Aunque mi amo me mate/ a la<br />

mina no voy,/ yo no quiero morirme en un socavón./ Don<br />

Pedro es tu amo:/ él te com pró./- Se compran las cosas,/<br />

a los hombres, no!/ (...) En la mina brilla el oro,/ al fondo<br />

del socavón./ El amo se lleva todo;/ al negro deja el dolor”.'^<br />

Bibliografía<br />

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La vida cotidiana en<br />

las haciendas coloniales<br />

P A B LO<br />

R O D R Í G U E Z<br />

C A S T R O<br />

HF.ATRIZ<br />

C A R V A JA L<br />

L /o s valles, sabanas y llanuras colombianas, vieron surgir<br />

desde comienzos del siglo xvu un nuevo elemento que<br />

cambió su paisaje: la hacienda colonial. Los nuevos cultivos,<br />

animales y construcciones retocaron los colores y texturas<br />

de esta geografía. Desde entonces, el paisaje agrario<br />

de las regiones más hispanizadas de Colombia ha mostrado<br />

edificaciones rústicas que sobresalen entre árboles frutales,<br />

palmeras, eucaliptos y extensos cultivos. Otro de los<br />

cambios, aunque tardío, introducido por la hacienda dando<br />

un nuevo trazo al horizonte agrario, fiieron los canales<br />

de riego y las cercas. Con éstos, el panorama de los campos<br />

fue retaceado en forma de colchas, sugiriendo los<br />

confines de una propiedad o las separaciones de los distintos<br />

cultivos.<br />

No cabe duda que de la hacienda colonial la casa era el<br />

elemento más vistoso y llamativo. Su presencia en los vastos<br />

campos mostraba la consolidación de un dominio y su<br />

dimensión indicaba el vigor de sus dueños. La casa de la<br />

hacienda colonial fiie apareciendo poco a poco; en la medida<br />

en que el hacendado iba adquiriendo control sobre un<br />

territorio, crecía la mano de obra disponible y los recursos<br />

económicos para construirla.


8o I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

Pero si bien podemos hablar de una hacienda colonial,<br />

ésta variaba mucho en tamaño y características. Existía<br />

desde la elemental hilera de recintos no diferenciados en<br />

carácter o función, bordeados por un corredor, hasta la<br />

casa organizada en torno a los cuatro lados de un patio, al<br />

cual se le podían sumar eventualmente uno o dos recintos<br />

más, destinados a la servidumbre y el depósito. Las construcciones<br />

en forma de L o de U eran las más comunes ya<br />

que se trataba de obras intermedias, entre las casas más<br />

sencillas y las más acabadas, además de marcar así el espacio<br />

interior y por lo tanto delimitar de una forma u otra la<br />

casa. Generalmente las casas de las haciendas neogranadinas<br />

eran de un piso, sin embargo, existieron notables ejemplos<br />

de construcciones de dos pisos.<br />

La distribución interna de las casas era, desde luego,<br />

flexible. Podía consistir apenas en tres o cuatro recintos<br />

para albergar a sus dueños o los encargados del funcionamiento<br />

de la hacienda, para guardar las herramientas y<br />

aperos necesarios, para almacenar productos agrícolas y,<br />

en algunos casos, para encerrar a los esclavos huidizos. Las<br />

cocinas muchas veces no estaban incorporadas a las casas<br />

por temor a los incendios, y se instalaban por lo tanto en<br />

un lugar cercano en forma de bohíos de factura indígena.<br />

Toda casa de hacienda tenía un salón de recibo y reuniones.<br />

En las tierras cálidas el baño era al aire libre, próximo<br />

a la casa.<br />

Lugar principalísimo de la arquitectura y conformación<br />

de la casa de hacienda colonial lo constituyó la capilla<br />

u oratorio. Anexas a sus casas, los hacendados más prósperos<br />

construyeron capillas de tamaño modesto para oficiar<br />

misa los domingos, bautizar los recién nacidos y bendecir<br />

a los novios. Las capillas, si bien podían ser austeras en su<br />

diseño, en su decorado revelaban la gratitud espiritual de<br />

sus propietarios; esculturas de santos y vírgenes, pinturas,


La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 81<br />

copones, candelabros, floreros, estolas e incensarios no Paitaban<br />

en las ceremonias. Cabe agregar que las haciendas<br />

de las órdenes religiosas, situaban sus capillas en lugar separado<br />

de la casa principal, con el probable propósito de<br />

realzar su significado.<br />

La ubicación de las casas coloniales no sólo era un sitio<br />

privilegiado e integrado al paisaje rural, sino que además<br />

tenían cierta orientación que las hacía benignas para<br />

habitarlas. Las casas de tierra fría estaban ubicadas en dirección<br />

oriente-occidente buscando el sol; por el contrario,<br />

las de tierra caliente estaban situadas en dirección<br />

sur-norte buscando sombra y tenían techos más altos para<br />

que el aire circulara y diera más frescura.<br />

El mobiliario de las haciendas variaba según la calidad<br />

de sus dueños y del gusto que les diera visitarla en temporadas.<br />

Muchas casas tenían poco que envidiar a las residencias<br />

urbanas. Los hacendados buscaban tener el mismo<br />

confort de la ciudad y no ahorraban en camas con pabellón,<br />

sillas mecedoras, comedores, armarios, lámparas, vajillas<br />

y cubiertos. Elementos muchas veces importados de<br />

Holanda y China.<br />

La casa del “señor” estaba conectada con las otras<br />

construcciones de la hacienda. En los valles calientes y<br />

templados, cerca a la casa se encontraba el trapiche para<br />

producir azúcar, panela, miel y aguardiente. El trapiche<br />

consistía en un sistema de compresión construido en madera<br />

y accionado por bueyes o por caballos. La construcción<br />

en la que se levantaba el trapiche tenía techo de teja<br />

de barro, era espaciosa y no se amurallaba para permitir su<br />

aireación. Cada trapiche poseía sus fogones, pozuelos y recipientes<br />

para envasar el producto. La casa de trapiche debía<br />

contar también con un almacén para las herramientas<br />

y un espacio para resguardar los animales que cargaban la<br />

caña.


82 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

Los fondos, pailas, canoas, hornillas y hormas eran<br />

objetos sumamente valiosos que exigían el cuidado y mantenimiento<br />

de los trabajadores. Los inventarios de las haciendas<br />

trapicheras no descuidan en registrar estos aperos<br />

aun estando rotos o desgastados. El alto precio del hierro<br />

y el cobre en la época colonial, imponía que se celara su<br />

uso. Una libra de hierro podía alcanzar hasta dos patacones<br />

en el siglo xvm, y un simple fondo pesaba varias arrobas.1<br />

En las regiones paramunas del Cauca y en las sabanas<br />

de Cundinamarca y Boyacá, existía el molino triguero. Así<br />

mismo, toda hacienda buscaba hacerse de una fabrica de<br />

teja y ladrillo para proveer sus propias construcciones. Un<br />

recinto, a manera de taller, servía para los oficios de herrería<br />

y carpintería. No sabemos si el lugar en el que se<br />

sacrificaban las reses para alimento de la gente de la hacienda<br />

constituía un sitio especial, pero sí que había un<br />

cuarto donde se elaboraban las velas con el sebo de los<br />

animales sacrificados.2<br />

Otras construcciones las constituían las cabañas de las<br />

familias esclavas y de los trabajadores libres. Éstas eran<br />

ranchos de techo pajizo y bahareque, frágiles y poco duraderas.<br />

Estas cabañas fueron presa fácil del tiempo, tanto,<br />

que en la actualidad no existe vestigio de su existencia. No<br />

obstante, algunos viajeros del siglo xix las encontraron cómodas<br />

y bien cuidadas por sus habitantes.1<br />

El casco de la hacienda llegó a prefigurar algo más que<br />

i. Colmenares, Germán, Cali: mineros, terratenientes y comerdantes<br />

en el siglo xnn, Cali. Universidad del Valle, 1975, pág. 103.<br />

1. Hamilton comenta en su diario que el trabajo del desollado,<br />

descuartizada y despresada de los toros era muy rápido y se hacía a<br />

campo abierto.<br />

3. Hamilton, }. P., Viajes por el interior de las prov incias de Colombia,<br />

Bogotá, Banco de la República, 1955, tomo 11, pág. 71.


la mera evocación del mundo hispánico en el campo; la<br />

casa del hacendado, la capilla con su campana, el trapiche<br />

y los ranchos de la “gente” fueron los espacios de una<br />

sociedad peculiar que acuñó sus propias normas y costumbres.<br />

L a gente<br />

La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 83<br />

Las haciendas coloniales neogranadinas llegaron a albergar<br />

grupos e individuos de los más variados sectores<br />

étnicos y sociales. Aunque las haciendas y las estancias no<br />

eran siempre residencia permanente de sus propietarios,<br />

éstos pasaban temporadas en ellas junto a sus familias y<br />

amigos. Vale anotar que en no pocas ocasiones las haciendas<br />

eran refugio de la estrechez económica o de las contrariedades<br />

políticas. Los hacendados, blancos criollos por lo<br />

general, representaban una autoridad lejana, pocas veces<br />

visible. La administración y la autoridad en la hacienda era<br />

depositada en una persona de confianza, normalmente del<br />

mismo grupo social, y en un grupo de capataces. Al respecto,<br />

mucho se ha considerado la diferencia de trato y<br />

relaciones en las haciendas con propietarios ausentes. En<br />

éstas, se ha indicado, el administrador animado por los<br />

beneficios que podía obtener del sistema, imponía a los esclavos<br />

y a los trabajadores un régimen inhumano. Por el<br />

contrario, en las haciendas administradas directamente<br />

por sus propietarios podía surgir con más facilidad un trato<br />

indulgente y paternalista.<br />

Los administradores de las haciendas en muchos casos<br />

eran parientes próximos de los dueños. Primos, sobrinos o<br />

cuñados, en todo caso blancos de un rango inferior al de<br />

los propietarios. De esta proximidad nacía la confianza<br />

que se les tenía. No obstante, los propietarios de las grandes<br />

haciendas acostumbraban elaborar listados detallados<br />

de las tareas y obligaciones que debían cumplirse con ri­


8 4 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

gor. Así mismo, era usual que entre propietario y administrador<br />

existiera una correspondencia semanal sobre las<br />

novedades en cada una de las labores de la hacienda. Finalmente,<br />

en un mdimentario libro de contabilidad debían<br />

consignarse los gastos y beneficios por todo concepto.<br />

Los capataces eran responsables de la disciplina y rendimiento<br />

en áreas específicas de la producción de las haciendas.<br />

Unos tenían a su cargo las labores del campo,<br />

otros las del trapiche, molino o destilería. El capataz era un<br />

mestizo o mulato de demostrada destreza en su oficio y<br />

con ascendente sobre los trabajadores.<br />

Un elemento común de las haciendas de las tierras calientes<br />

y templadas colombianas fue su dependencia de la<br />

fuerza de trabajo esclava. Hasta mediados del siglo xvn las<br />

propiedades rurales, debido a la ausencia de fuerza de trabajo<br />

y las limitaciones del mercado, se habían concentrado<br />

en la explotación ganadera que requería el empleo de poca<br />

gente. El auge de las economías mineras del occidente colombiano,<br />

motivó la importación de decenas de miles de<br />

esclavos africanos al país, y la incentivación productiva en<br />

las haciendas. Las haciendas de los valles del Cauca, de<br />

Aburrá, del Tolima y del Magdalena llegaron a concentrar<br />

cientos de esclavos en sus distintas áreas productivas. Estos<br />

esclavos constituían el capital más preciado de las<br />

haciendas, amén de representar el valor más elevado de<br />

sus inventarios. Eran la fuerza de trabajo fija y más estable<br />

de estas haciendas. La adquisición de los esclavos y su<br />

traslado a las haciendas corrieron paralelos con la decisión<br />

de roturar extensivamente la tierra y edificar trapiches<br />

para la producción de panes de azúcar.<br />

Los esclavos de las haciendas no eran exclusivamente<br />

varones en su edad más vigorosa. Mujeres, ancianos y niños<br />

llegaban a representar hasta el 60% de las llamadas


La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 85<br />

cuadrillas de las haciendas.4 Eran, en su mayoría, esclavos<br />

criollos nacidos en América. Y cuando había bozales, o sea<br />

africanos recién importados, casi siempre habían pasado<br />

algunos años en las minas. Como grupo, los esclavos eran<br />

muy distintos, así mismo su ubicación y oficio en la hacienda.<br />

En las haciendas de la Provincia de Cartagena un historiador<br />

encontró recientemente que en la segunda mitad<br />

del siglo xvii había una relación de tres hombres por cada<br />

mujer, hecho que propiciaba la rebeldía, el cimarronaje, la<br />

sodomía y el robo de indias de comunidades vecinas. Sólo<br />

en las últimas décadas del siglo xvn, cuando se interrumpió<br />

la importación de esclavos africanos, empezó a observarse<br />

un equilibrio entre los sexos.5<br />

Junto a los esclavos, los negros y los mulatos libres<br />

adquirieron notoriedad en el mundo de las haciendas.<br />

Nacidos de relaciones de negros esclavos con mujeres indígenas<br />

o mestizas, y de negras esclavas con hombres<br />

libres, compartían su cotidianidad con los esclavos. Su<br />

existencia debió flexibilizar las relaciones y el trato en las<br />

haciendas, e incluso replantear la noción negro = esclavo.<br />

Los trabajadores libres de las haciendas constituían un<br />

universo variado en las distintas regiones neogranadinas.<br />

En los siglos xvi y xvn, las haciendas de la sabana cundiboyacense<br />

y de otras regiones del país se sirvieron de la<br />

fuerza de trabajo indígena a través del sistema de concierto.<br />

Los indígenas repartidos en concierto a los distintos hacendados<br />

de la localidad, trabajaban períodos de entre tres<br />

y seis meses, a cambio de un salario. El creciente mestizaje<br />

4. Colmenares. Germán, Popa y tin: una sociedad esclavista, 1680-1800,<br />

Medellin, Ea Carreta. 1979, págs. 74-87.<br />

5. Meiscl, Adolfo, “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la Provincia<br />

de Cartagena 15 33-18 51", en E l Caribe colombiano, Harranquilla,<br />

Ediciones Uninorte, 1988, págs. t o o - i o i .


8 6 | PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

y las presiones sobre los pueblos de indios, motivaron el<br />

surgimiento del peonaje en las haciendas. Los llamados<br />

gañanes o jornaleros eran mestizos, mulatos e indios contratados<br />

temporalmente por las haciendas, recibían un jornal,<br />

una ración de chicha y no se reparaba en su sexo o<br />

edad. Repartimiento y peonaje fueron dos instituciones<br />

que coexistieron en la Colonia; la hacienda combinó estos<br />

contratos según su conveniencia en términos de mercado<br />

y oferta de fuerza de trabajo.<br />

El peón era un labriego sin tierra que se contrataba<br />

para desempeñar tareas específicas de las haciendas. Su<br />

vínculo con la hacienda era individual y no comprometía a<br />

su familia. El salario, un real y medio, de un peón del siglo<br />

xvm, era irrisorio, toda vez que no recibía pago por los días<br />

feriados ni por los días de ausencia. La condición del peón<br />

era muy incierta y su vida miserable. El concertado, por su<br />

parte, tenía un contrato más estable. Vinculado a la hacienda<br />

por seis meses o un año, se integraba a actividades<br />

más complejas y variadas. En ocasiones la esposa y los hijos<br />

colaboraban en las faenas y aumentaban los ingresos.<br />

Los concertados pertenecían a los pueblos vecinos a las<br />

haciendas y se desconoce que residieran en forma fija en la<br />

hacienda. No obstante, tal parece que los concertados no<br />

escapaban a las contingencias de los pobres del campo^por<br />

lo que renunciaban con llamativa frecuencia a renovar sus<br />

contratos.fi<br />

En algunas regiones hispanoamericanas las haciendas<br />

retenían esta fuerza de trabajo a través de su endeudamiento.<br />

En el caso neogranadino la relativa abundancia de campesinos<br />

dispuestos a emplearse en las haciendas permitía<br />

la reposición de los que desertaban.<br />

6. Tovar, Hermes, Grande.r empresas agríenlas y ganaderas. Su desarrollo<br />

en el sigh xnn, Bogotá, Ediciones c i f c , 1980, págs. 79-81.


vida cotidiana en las haciendas coloidales | 87<br />

En las últimas dos décadas del siglo xvm surgió en las<br />

haciendas del Valle del Cauca un tipo de trabajador nuevo:<br />

el aparcero o agregado. Los negros libertos y los mestizos<br />

sin tierra recibían una parcela en predios de la hacienda<br />

para su sustento a cambio de sus servicios. En algunos casos<br />

se trataba también de indígenas que no querían retornar<br />

a sus resguardos y preferían quedarse adscritos a una<br />

hacienda. Cabe señalar, además, que estas haciendas recurrieron<br />

al arrendamiento de parcelas a campesinos de la<br />

región. Este hecho dio lugar a la aparición de un individuo<br />

conocido como arrendatario o terrazguero, persona que<br />

pagaba una renta en dinero a la hacienda o, en su defecto,<br />

en trabajo.<br />

Los aparceros, agregados, terrazgueros y arrendatarios<br />

llegaron a constituir, junto a los esclavos, la población trabajadora<br />

más estable de las haciendas colombianas. Su<br />

composición varió según el lugar y la dedicación de la hacienda.<br />

En las haciendas de la altiplanicie de Popayán había<br />

esclavos, pero su número dependía de si la hacienda<br />

poseía trapiche o no. Se pensaba que 50 esclavos eran<br />

suficientes para mover un trapiche. En estas haciendas no<br />

había trabajadores asalariados ni aparceros. En cambio, en<br />

las haciendas de cultivo, la población indígena concertada,<br />

agregada y arrendada era preponderante.7<br />

Finalmente, el trabajo calificado de carpinteros, plateros,<br />

doradores, albañiles y pintores, más asociado con las<br />

ciudades, era igualmente requerido en las haciendas. Artesanos<br />

blancos, mestizos y mulatos fueron empleados para<br />

reparar las piezas de los trapiches, restaurar las casas y decorar<br />

las capillas. Las haciendas de las órdenes religiosas<br />

7. Díaz, Zamira, Guerra y economía en las haciendas, Popayán i j Hoifijo,<br />

Bogotá. Banco Popular, 1983, págs. 41-43.


88 | PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

sobresalían en el empleo de este tipo de trabajador un tanto<br />

peculiar en el campo.<br />

L a jom ada y e l acontecer diario<br />

Las labores cotidianas de las haciendas dependían de su<br />

producción. Si bien la mayoría de las haciendas explotaban<br />

conjuntamente cultivos y ganado, cada una de estas<br />

actividades era programada según los períodos de cosecha<br />

y las épocas de invierno y sequía. Las haciendas que tuvieron<br />

una mayor especialización fueron las trapicheras. En<br />

éstas se sembraba caña de azúcar durante todo el año, en<br />

rotación permanente según fuera chica o grande. El trapiche,<br />

que trabajaba día y noche, debía alimentarse con leña<br />

y caña sin cesar. No obstante, también en las haciendas<br />

trapicheras se realizaba pastoreo de ganado y cultivo de<br />

distintos productos.<br />

La gente de las haciendas iniciaba sus actividades mucho<br />

antes de que el sol despertara. La mayoría iba a los<br />

campos a preparar la tierra, a desyerbar, a limpiar zanjas y<br />

a componer los arados. En épocas de cultivos y cosecha en<br />

los campos de las haciendas la actividad era febril. Eran<br />

semanas en las que se concentraban los trabajadores de la<br />

región, y los administradores y propietarios estaban más<br />

atentos. Así mismo, a los campos también se dirigían muy<br />

temprano los hombres de vaquería. Concentrar las reses,<br />

trasladarlas a los pastos y marcarlas, eran tareas que ocupaban<br />

en forma cotidiana a un grupo particular de trabajadores.<br />

En algunas regiones estos mismos hombres se<br />

ocupaban de la quesería de las haciendas y de la curtiembre<br />

de las pieles.<br />

Cabe agregar que las haciendas tenían su propio abasto<br />

de carnes. En las haciendas vallecaucanas se sacrificaban<br />

entre tres y cuatro reses semanales, unas doscientas al<br />

año. La carne se destinaba a las raciones que se ofrecían a


La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 89<br />

la gente de la hacienda. El seho del ganado era utilizado<br />

para engrasar los trapiches y para hacer velas. El cuero era<br />

empleado en la fabrica de monturas para los bueyes y para<br />

hacer camas y zurrones.<br />

Otra actividad importante de algunas haciendas era la<br />

cría de caballos. El caballo era un bien muy preciado en las<br />

ciudades, pero su escasez lo hacía sumamente costoso.<br />

Además de esta razón, ciertos prejuicios llevaban a considerar<br />

que montar caballo era exclusivo de la gente noble.<br />

Los caballos criados en las haciendas de Buga, Cartago y<br />

Neiva eran muy estimados. Hasta allí viajaban arrieros<br />

para adquirirlos y luego venderlos en los mercados de<br />

Santafé, Antioquia y Mompox. Los vaqueros normalmente<br />

eran mulatos o mestizos que se distinguían por su peculiar<br />

indumentaria de capa, sandalias, machete y sombrero<br />

de paja de anchas alas. En las haciendas dedicaban a la vaquería<br />

a los que desde niños demostraban agilidad y destreza<br />

con el lazo y en el trote de los caballos.<br />

Las semanas de rodeo y herranza de las haciendas ganaderas<br />

constituían un verdadero festín. En los meses de<br />

agosto y diciembre se concentraban en las haciendas numerosos<br />

trabajadores libres y gente del vecindario para<br />

emplearse en el recuento y marca del ganado. Los relatos<br />

existentes sobre Doyma, hacienda de tierra templada de<br />

Cundinamarca, señalan que hombres y mujeres acudían en<br />

tropel. Otro tanto ocurría en las épocas de sacas o de envíos<br />

de ganado a las ciudades y a los distritos mineros. Primero<br />

debían componerse los caminos por donde cruzaría<br />

la manada. Luego de realizado el registro de las reses, los<br />

peones empleados por la hacienda iniciaban su recorrido,<br />

a éstos se unían particulares que aprovechaban para dirigirse<br />

a aquellos lugares. En los ríos debía contratarse gente<br />

experta que ayudara a vadear ganado. En muchos aspectos<br />

las sacas, origen de la arriería, eran una auténtica caravana.


9 0 | PABI.O RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

Sin embargo, era el trapiche el lugar que concitaba las<br />

mayores atenciones de las haciendas. De él dependían los<br />

principales ingresos de los propietarios. En algunas haciendas<br />

el trapiche funcionaba día y noche en épocas de<br />

molienda. En el día se ocupaban cuatro pozuelos y dos en<br />

la noche. La actividad del trapiche ocupaba un grupo numeroso<br />

de gente en las labores de campo, de manejo de<br />

muías, de carga de caña y leña, de molienda y de horno. El<br />

envase de la miel en las botijas y los zurrones, y su distribución<br />

en pilones, era tarea dispendiosa. En ocasiones, el trabajo<br />

nocturno en estos trapiches era una forma de castigo<br />

a esclavos remisos.<br />

Según las instrucciones de distintas haciendas la jornada<br />

se iniciaba hacia las cuatro de la mañana. Un capitán<br />

debía llamar en voz alta a los esclavos, hombres y mujeres,<br />

de acuerdo a las tareas que previamente se les habían asignado.<br />

Se sabe que a excepción de los enfermos, todo el<br />

mundo tenía obligaciones diarias. Los niños recogían el<br />

bagazo en los trapiches, transportaban a lomo de muía la<br />

leña y las viandas.<br />

Las Instrucciones dadas a los mayordomos de las haciendas<br />

revelan una especial atención en establecer una división<br />

del trabajo para obtener un mayor rendimiento. En<br />

una de estas Instrucciones, se ordenaba que los molenderos<br />

“no maltraten las muías, teniendo siempre buenos tiros<br />

y cojines...y que el trapiche esté siempre bien aseado”, que<br />

los cargueros “tengan buenos aliños para que no lastimen<br />

las muías, las que han de entregar bien lavadas en la noche,<br />

y si alguno no cumpliere con lo dicho deberá ser castigado”<br />

y los muleros deberán cuidar de “limpiar las muías y<br />

darles sal en los menguantes, teniendo siempre las aguadas<br />

y salitres limpios...” todo lo cual deberá ser supervigilado


por el administrador quién además tendrá cuidado en “hacer<br />

limpiar, quemar y resembrar a su tiempo los potreros”.*<br />

Las mujeres tenían sus obligaciones principales en la<br />

casa de los amos, sin embargo también se ocupaban del<br />

ordeño de las vacas, del cuidado de las aves de corral y del<br />

mantenimiento de las ricas huertas caseras de hortalizas,<br />

verduras y frutales.<br />

La vida rústica de la hacienda no despreciaba el goce<br />

de los frutos de la tierra. Los recuentos de los cultivos en la<br />

huerta de la casa principal y en los patiecitos de las casas<br />

de los esclavos y trabajadores, cuentan cómo se sembraban<br />

flores, manzanos, naranjos, limones, nísperos, pitahayas,<br />

marañones, caimos, duraznos, chirimoyas, cocos,<br />

badeas, piñas, melones, papayas, guayabas, guanábanas,<br />

aguacates, mameyes y zapotes. Respecto a las chirimoyas,<br />

resulta llamativa la alusión que el coronel Hamilton hiciera<br />

de las palabras del barón de Humboldt: “valdría la pena de<br />

hacer viaje a Popayán tan sólo para darse el placer de comer<br />

chirimoyas".9 Igualmente, las haciendas surtían de las<br />

más variadas hortalizas y verduras los mercados de las ciudades.<br />

En las cuentas de las haciendas aparecen nombrados<br />

los despachos de cebollas, arvejas, habas, arracachas,<br />

frijoles y habas.<br />

Los días en ia casa grande<br />

La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 91<br />

Más que un lugar de recreo, la casa de hacienda colonial<br />

llegó a constituir para los propietarios su segundo hogar,<br />

cuando no su residencia fija. En ocasiones se ha constatado<br />

que los hacendados preferían residir en sus casas de<br />

campo, prestando atención directa a sus trabajadores. Este<br />

hecho llegó a resentir a los Cabildos de Medellin y Buga,<br />

8. Tovar, H., op. at. pág. 54.<br />

9. Hamilton, |. P., op. at. pág. 25.


92 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

que veían cómo las familias beneméritas abandonaban las<br />

ciudades. La presencia, así fuera temporal, de los propietarios<br />

y sus familias en las haciendas, parecería haber marcado<br />

una pauta distinta a las actividades y relaciones<br />

cotidianas. Este tópico en particular fue advertido por los<br />

viajeros de comienzos del siglo xix.<br />

La solidez, confort y dimensión de la casa de campo<br />

colonial era reflejo de la prosperidad de sus propietarios.<br />

En su auge, los hacendados se esmeraron por levantar segundos<br />

pisos en sus propiedades, poner teja en los techos,<br />

instalar puertas y ventanas con cerraduras, embaldosar los<br />

pisos, colocar baños de agua fría y ampliar el tamaño y<br />

calidad de la cocina. El confort se hizo notable en el mobiliario,<br />

decorado y servicios. Al respecto, una de las más<br />

notables descripciones sobre los refinamientos de una hacienda<br />

neogranadina la efectuó el viajero inglés J. P.<br />

Hamilton, quien a propósito de la hacienda Japio, de los<br />

Arboleda, escribió:<br />

Luego de tomar un baño y cambiarnos de ropa, nos sentamos<br />

a la mesa donde, en vajilla de plata maciza y porcelana<br />

francesa, se nos sirvió una comida exquisita, con la cual echamos<br />

en olvido las penalidades sufridas. Es más, se convirtieron<br />

éstas en tema de diversión al paladear los añejos vinos<br />

españoles del señor Arboleda. Pudimos apreciar la inteligencia<br />

e ilustración de los esposos Arboleda. Ya me habían<br />

mencionado al marido en Popaván como hombre de vastas<br />

capacidades que había consagrado enorme esfuerzo para enriquecer<br />

sus conocimientos por medio de los libros.<br />

En una sala que llamaba su estudio, tenía una rica biblioteca<br />

de autores franceses, ingleses, italianos y españoles, muchos<br />

de los cuales había adquirido recientemente en Lim a-<br />

Ai entrar en la alcoba que se me destinara, quedé pasmado<br />

ante el exquisito primor del decorado con que todo estaba,


I.a vida cotidiana a / 1as haciendas coloniales | 93<br />

y el lujo de los artículos de tocador que sólo gastan las familias<br />

más ricas de F.uropa v que nunca esperé encontrar en el<br />

remoto aunque bellísimo Valle del Cauca. Servían de dosel al<br />

lecho cortinas de estilo francés, ornadas de flores artificiales, v<br />

en una consola se veían frascos de agua de colonia, jabón de<br />

Windsor, aceite de Macassar, crcme d'amendcs ameres, cepillos,<br />

etc. Dormí profundamente en mi lujosa cama que bien<br />

podía considerarse por todo aspecto corno un lecho de rosas.<br />

Temprano a la mañana siguiente, un criado entró a anunciarme<br />

que el baño frío estaba listo, l odo aquello me parecía cosa<br />

de ensueño mágico o encantamiento y me sentí como un héroe<br />

de las M il y una noches transportado por los aires a un palacio;<br />

tan mezquinos habían sido los alojamientos y tan pobre<br />

la mesa de que había podido disfrutar durante mi viaje.10<br />

Al parecer haciendas como Japio guardaban una diferencia<br />

considerable con las propiedades medianas del<br />

campo, en las cuales, la rusticidad de la vida cotidiana era<br />

el patrón común y por biblioteca no se poseía más que un<br />

misal o un libro de evangelios. Las observaciones sobre estas<br />

propiedades subrayan las precariedades básicas de la<br />

gente, al punto que sería fácil llegar a pensar que no había<br />

mucha diferencia entre los medianos y los pequeños propietarios<br />

del campo. Esta circunstancia la corroboran los<br />

escasos y simples objetos que unos y otros registraban en<br />

sus testamentos. Sin embargo, un elemento los diferenciaba:<br />

la solvencia de los medianos hacendados para contratar<br />

unos pocos trabajadores en épocas de siembra y<br />

cosecha.<br />

Los hacendados neogranadinos eran conscientes de la<br />

importancia que revestían para sus empresas los trabajadores<br />

indígenas, mestizos y esclavos. La caridad y el espíritu<br />

10. Hamilton, |. 1’., of>. at. págs. 65-66.


94 I pa b l o r o d r íg u e z / B ea t r iz c a s t r o c ar vajal<br />

piadoso que con frecuencia demostraban, era bien compatible<br />

con la racionalidad de sus empresas. Al respecto,<br />

Germán Colmenares encontró que los hacendados del<br />

altiplano payanés, en forma de dádiva, regresaban a los<br />

indígenas que poblaban las haciendas, los pagos de sus tributos.<br />

En otras ocasiones, preferían conmutarles por servicios<br />

sus pagos de dinero. Este procedimiento, claro está,<br />

no se extendía a los pueblos indígenas de la vecindad que<br />

no habitaban en la hacienda. Así, la dádiva era un expediente<br />

de premio o castigo por los servicios recibidos o por<br />

los rechazos experimentados. La misma familiaridad con<br />

los indígenas adscritos a la hacienda llegaba a hacerlos ver<br />

como parte de ella, junto con el ganado y los aperos. En el<br />

extremo de estas manifestaciones se encontraban las<br />

donaciones de tierra a los indígenas. Decisión que se entendía<br />

como un rasgo más de la generosidad patriarcal, y<br />

que, no obstante, encubría el deseo de asegurar el servicio<br />

de las familias indígenas.<br />

Otros rasgos de benevolencia de los amos parecía surgir<br />

en sus relaciones con los esclavos mulatos y negros.<br />

Los hacendados por lo común se ocuparon de que los esclavos<br />

tuvieran una dieta regular de carne, maíz, plátano y<br />

sal. Insistían en que anualmente se adquirieran los cortes<br />

necesarios de bayeta para sus vestidos. En particular, en la<br />

hacienda Las Piedras de Timbío se explicaba que “el vestuario<br />

que se daba a los criados era lo menos para tenerlos<br />

vestidos y abrigados, una cobija de jerga, camisa y calzón<br />

de lienzo y dos capisayos a los hombres; cobija, bayeta<br />

para envolverse y cobijarse, y una camisa de lienzo para las<br />

mujeres”.11 En igual sentido, la vivienda de los esclavos en<br />

II. Rodríguez, Pablo, “Aspectos del comercio y la vida de los esclavos.<br />

Popayán, 1780-1850”, Meddlín, Boletín de Antropología, N ° 23,<br />

Universidad de Antioquia, 1990, pág. 23.


La vida cotidiana en las haciendas coloniales<br />

E n g a tivá.<br />

1767.<br />

A rch ivo G en era l de la<br />

N ació n . M ap o te ca 4<br />

N ° I48a-c.<br />

Plano de las m edidas de<br />

fanegadas, fanegadas de pan<br />

coger y fanegadas de ganado<br />

m ayor según práctica y<br />

ejem plares de la provincia.<br />

1768.<br />

\ich ivo G en era l de la N ación.<br />

M apoteca 4 N ° 259a.<br />

l , V<br />

* r r n<br />

...<br />

’ 1 ' "iJtmt:<br />

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¿Jlt?.


E stan cia de<br />

T e ja d illo y<br />

cultivo de<br />

caña.<br />

C artagen a .<br />

■765-<br />

A rc h iv o<br />

G en era l de la<br />

N ació n .<br />

M ap o teca 4<br />

N ° 79 A .<br />

M áq u in as para usos industriales:<br />

m olino de aceite, prensa de<br />

aceite, m áquina de pilar arroz,<br />

m áquina de m oler chocolate.<br />

1776 .<br />

A rch ivo G en era l de la N ación.<br />

M ap o teca 4 N ° 5 5 7 A


La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 95<br />

las haciendas tuvo distintas ventajas. Animados por conservar<br />

la moralidad entre los esclavos, los hacendados<br />

aconsejaban que cada familia construyera su ranchito. Los<br />

solteros, hombres y mujeres, debían vivir en entables separados.<br />

No obstante, el espíritu paternalista de los hacendados<br />

se ha relacionado más con su disposición a conceder la libertad<br />

a sus esclavos. El contacto diario con los esclavos<br />

de servidumbre, los capitanes de campo, trapiche y vaquería,<br />

permitía el surgimiento de relaciones basadas en la<br />

confianza y la obligación. Las Cartas de Libertad que<br />

llegaban a adquirir los esclavos de las haciendas indican<br />

una manifestación afectiva de parte del amo, y también, la<br />

posibilidad que tenían los esclavos en las haciendas para<br />

ahorrar pequeños capitales. Estas libertades, obligado es<br />

decirlo, en muchos casos no beneficiaban al esclavo trabajador,<br />

sino a sus hijos, novias o padres ancianos. En los<br />

casos en que los hacendados otorgaban libertades a sus esclavos,<br />

las daban bajo el compromiso de continuar sirviendo<br />

a la hacienda. Más frecuente era la manumisión de los<br />

esclavos que desempeñaban oficios en la casa principal, especialmente<br />

esclavas ancianas que habían servido a sus<br />

amos durante toda su vida.<br />

Control y patemalismo<br />

La Instrucción más importante dada a mayordomos de<br />

haciendas hispanoamericanas, la de la Compañía de Jesús,<br />

concluía con una máxima de suma crudeza: “Hagan buenos<br />

christianos a los esclavos y los harán buenos sirvientes”.12<br />

Es probable que muchas haciendas colombianas<br />

1 2. Instrucciones a los Hermanos Jesuítas. Transcripción hecha<br />

por Frangois Chevalier y reproducida en Im Iglesia en la economía de<br />

America Latina, siglos xn-xix, A. liauer (compilador), México, i n a h ,<br />

1986. págs. 347-360.


9 6 | PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

repararan poco en el cuidado de los trabajadores que enseñaban<br />

los jesuítas, sin embargo, se sabe que, por la importancia<br />

de sus propiedades rurales, por su presencia en<br />

varias gobernaciones y por su concepción de empresa,<br />

estas Instrucciones incidieron en la administración de distintas<br />

haciendas en el siglo xvni. Núcleo central de estas<br />

instrucciones lo constituía la seguridad de que la fe y la<br />

moral garantizaban el éxito de toda empresa.<br />

La primera y más importante consideración que hace<br />

la Instrucción a los mayordomos es que “Si quieren los<br />

Hermanos Administradores que Dios les eche la bendición<br />

sobre los campos y sementeras de la hacienda, han de<br />

poner mejor cuidado en el cultivo de las almas y buena<br />

educación de los sirvientes y domésticos de ella que en el<br />

cultivo y labranza de los campos, porque Dios ha prometido<br />

abundantes cosechas de frutos temporales a los que<br />

guardan su Santa Ley”. Para lograr este propósito, las<br />

instrucciones señalan en forma sumamente detallada las<br />

medidas que debían tomarse con los esclavos y los trabajadores<br />

libres. Según éstas, todo mayordomo debía tratar<br />

a sus esclavos como a sus propios hijos, sentimiento que<br />

no podía cuestionarse alegando que eso le correspondía a<br />

un cura.<br />

Entre las reglas para la conservación del orden cotidiano<br />

vale la pena comentar algunas. La misa dominical y de<br />

días de fiesta, era una obligación para toda la gente de la<br />

hacienda. Media hora antes de iniciarse el oficio debían<br />

darse repiques de campana para que todos se alistaran. En<br />

una tabla se escribía el nombre de los que entraban y, al<br />

salir, al ser anunciado su nombre, podía retirarse respondiendo<br />

“Ave María Santísima”. Los que faltaban sin una<br />

excusa admisible debían ser castigados con seis u ocho<br />

azotes. Así mismo, en los ranchos de los esclavos y sirvientes<br />

debía vigilarse que no hubiera borracheras, amanceba­


I m vida cotidiana en las haciendas coloniales | 97<br />

mientos, pleitos, odios y escándalos. Para esto se recomendaba<br />

que no se admitieran trabajadores de malas costumbres,<br />

y que los que llegaban, debían demostrar que eran<br />

casados, no fuera que ocultaran sus amancebamientos y<br />

corrompieran a los demás.<br />

Todo trabajador de la hacienda debía tener una tarea<br />

diaria y responder por ella. Los hombres, las mujeres y aun<br />

los niños estaban obligados a cumplir con una labor de<br />

acuerdo a sus fuerzas. Los enfermos eran atendidos por<br />

una anciana inteligente en curaciones ordinarias. Sólo se<br />

les permitía salir del rancho de enfermería para ir a misa,<br />

pero por ningún motivo ir a los trojes, pues era señal de<br />

que disimulaban la enfermedad. Las mujeres embarazadas,<br />

próximas al parto, recibían la confesión y raciones de<br />

jojoba y azúcar para beber en agua caliente. Las raciones<br />

de alimentos y vestidos eran establecidos en días precisos.<br />

Así, la ropa se distribuía en el mes de noviembre y en las<br />

raciones semanales de alimentos se reservaba la carne para<br />

los jueves, y el maíz y la sal para el sábado.<br />

Pero la Instrucción era también un manual de persuasión<br />

a través del castigo y la reconciliación. No duda en<br />

recomendar que cuando el castigo es necesario, debe aplicarse,<br />

pero sin cólera. Primero debe sosegarse el ánimo y<br />

en forma reposada buscar que los esclavos confiesen el delito.<br />

Advierte que si se procede con injurias, baldones y<br />

palabras pesadas, jamás se obtiene la enmienda. Por ningún<br />

motivo debía permitirse que un hombre distinto al administrador<br />

castigara a una mujer, como tampoco debía<br />

hacerse en lugar público, a la vista de todos. A manera de<br />

consejo experimentado, la Instrucción recomendaba: “No<br />

sean amigos de que siempre resuene el estmendo de masas,<br />

y grillos, y cadenas y cepos. Y cuando por graves delitos<br />

fuere necesario que anden algunos aprisionados,<br />

procuren que esto 110 dure mucho tiempo. Y si fuere nece-


9 8 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

sario, busquen secretamente padrinos que vengan a rogar<br />

por ellos para soltarlos. Y entonces, habiendo un poco resistido<br />

al ruego delante del culpado, ponderando la gravedad<br />

de su delito que no merece perdón: por fin dénles<br />

libertad, haciendo de modo que ellos queden agradecidos<br />

por el perdón, y juntamente intimidados con la amenaza<br />

de mayor castigo si reinciden”.1-1<br />

Una demostración más personal de este sistema, que<br />

semejaba a una familia, lo constituía el hábito de servir los<br />

hacendados de padrinos de los hijos de sus esclavos. Este<br />

hecho debía reforzar los vínculos en la hacienda e incrementar<br />

el sentido de lealtad y fidelidad al patrón. Así mismo,<br />

en las haciendas del occidente colombiano se difundió<br />

la costumbre de bautizar a los esclavos con el apellido de<br />

sus amos. Aun en la condición libre, se conservaba este<br />

apellido. No se trata, como ingenuamente se piensa, de<br />

que todos estos negros eran hijos bastardos de sus amos.<br />

Hacienda y ciudad<br />

Pero la hacienda no fue un sistema encerrado en sí mismo.<br />

Luego de las épocas de confinamiento y precariedad vividas<br />

por las estancias y las haciendas en el siglo xvn, hilos<br />

muy diversos unieron estas posesiones con las ciudades<br />

vecinas y con las capitales de provincia durante el siglo<br />

xvii. Las haciendas abastecían a las ciudades con sus<br />

productos. La sola hacienda Santa Bárbara colocaba<br />

anualmente 1000 reses en el matadero de Mompox. Los<br />

productos agrícolas y de manufactura vendidos en los<br />

mercados procedían principalmente de las haciendas. Esta<br />

relación comprendía un flujo de acarreos, gentes que iban<br />

y venían por los caminos, préstamos de dineros eclesiásticos<br />

y juegos políticos.<br />

1 3 .Ibid., pág.352.


L// vida cotidiana a i las fiaciaidas coloniales | 99<br />

Los hacendados tenían una presencia visible en la ciudad.<br />

Como figuras de prestigio y precedencia, constituían<br />

el núcleo básico de muchos cabildos municipales. Con frecuencia<br />

poseían los cargos de más alta dignidad como los<br />

de alférez real, depositario general y alcalde mayor. El<br />

control de los cabildos no tenía fines simplemente simbólicos<br />

o figurativos. A través de ellos incidían en la fijación de<br />

los precios de la carne y el maíz.<br />

Claro está, eran también los hacendados los que financiaban<br />

las fiestas cívicas y religiosas de las villas y ciudades.<br />

Contribuían al jolgorio de las efemérides locales con algunos<br />

toros para las corridas, costeaban, así mismo, la cera<br />

para iluminar la iglesia y la pólvora para el convivio nocturno.<br />

De otro lado, la pobreza de los cabildos del siglo xvn<br />

encontró en la economía de las haciendas un potencial de<br />

financiación. En épocas de calamidad las haciendas eran<br />

obligadas a dar contribuciones con productos o en metálico.<br />

En otras ocasiones, cuando la ciudad requería de trabajadores<br />

para componer el cauce de un río, aderezar un<br />

puente, limpiar las calles o, incluso, reparar la iglesia o el<br />

cabildo, se solicitaba el concurso de las haciendas.<br />

Hacienda y ciudad mantenían un delicado vínculo social.<br />

En particular, durante las épocas de escasez y de altos<br />

precios de los víveres, se sentían con intensidad en las haciendas.<br />

El historiador Germán Colmenares encontró que<br />

en la Provincia de Popayán, ocurrieron tres grandes períodos<br />

de crisis de abastecimientos: 1683-1689, 1741-1747 y<br />

I 7^3_I79°- Crisis que eran motivadas por las epidemias,<br />

los veranos prolongados, las rivalidades entre varias ciudades<br />

por el abasto, el consumo excesivo y la lejanía de los<br />

batos con respecto a las ciudades.'4 Los efectos del desa-<br />

14. Colmenares. Germán. Popayán: Una sociedad esclavista, 1680-<br />

r8n, Medellin, La Carreta, 1979, págs. 215-227.


IOO I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

basto eran notables entre todos los vecinos, dando origen<br />

al desorden social. En estas épocas, el abigeato y la cuatrería<br />

hacían su aparición y no sólo en las propiedades<br />

cercanas a las ciudades. Se trataba, casi siempre, de una<br />

delincuencia para sobrevivir. Tres o cuatro mestizos o mulatos<br />

pobres se adentraban al anochecer en el campo, sacrificaban<br />

una res y retornaban al amanecer con las carnes.<br />

Otras manifestaciones de tensión social las vivió la hacienda<br />

con los grupos de gente pobre que se arraigaron en<br />

sus confines. Los casos de las haciendas de los valles del<br />

Cauca y del Magdalena revelan un cuadro de conflictos<br />

muy variado. En algunos casos se trató de comunidades<br />

con las que la hacienda coqueteó y trató de convertir en<br />

arrendatarios. En otros, fueron arrendatarios que se alcanzaron<br />

en sus pagos y se negaron a abandonar las tierras.<br />

Finalmente, en otros, se trató de palenques o comunidades<br />

de arrochelados que vivían de algunos cultivos, la caza, la<br />

pesca y de algún trato con la hacienda. El desafío de estos<br />

palenques a la pretensión de las autoridades de transformarlos<br />

en poblados, era un reto tácito al influjo de los hacendados.<br />

Con frecuencia, un manto de violencia cubrió la<br />

relación de las haciendas con los palenques, en algunos<br />

pocos casos, como los de Atnaime y E l Bolo en el centro del<br />

valle del Cauca, se creó una relación armónica.'5<br />

15. Véase, Colmenares, Germán, “Castas, patrones de poblamicnto<br />

y conflictos sociales en las provincias del Cauca 18 10 -18 30 ”, en G.<br />

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I 993-


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Casa y orden cotidiano en el<br />

Nuevo Reino de Granada, s. xvm<br />

PABLO<br />

R O D R ÍG U E Z JIM É N E Z<br />

Universidad Nacional de Colombia<br />

Eyn el Nuevo Reino de Granada ninguna otra construcción<br />

distinta a las visibles iglesias y a las sedes de los Cabildos<br />

llegó a ser tan notoria como la casa colonial. Criolla,<br />

mestiza o indígena, la casa era el lugar donde las familias<br />

aseguraban un hogar, daban calor a sus días y conservaban<br />

un honor. En la tradición castellana medieval todo individuo<br />

debía pertenecer a una “casa y solar conocido”, entendiendo<br />

por tal, que todo hombre o mujer, en la condición<br />

de noble o siervo, debía pertenecer a un lugar. Pero esta<br />

pertenencia a un lugar equivalía a participar de una familia,<br />

de una comunidad. Así mismo, esta declaración distinguía<br />

a los castellanos de los judíos, de los gitanos y de los conversos.<br />

Esta tradición se extendió al Nuevo Reino de Granada.<br />

Así, no era extraño que españoles recién llegados a<br />

una ciudad y acogidos por una familia confesaran pertenecer<br />

a la “casa” de esta familia. Casa y familia tuvieron<br />

entonces similar significado entre los sectores más hispanizados<br />

de la sociedad.<br />

La casa de dos pisos fiie excepcional en la Nueva Granada.<br />

Salvo en Cartagena de Indias, donde barrios como<br />

La Merced y San Sebastián casi constituían un conjunto de


104 I PARLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

casas suntuosas de dos y tres niveles, la casa de una planta<br />

fue el patrón común de las ciudades y villas coloniales. Las<br />

pocas casas de dos pisos de cada lugar enmarcaban la plaza<br />

principal. A partir de la cual un variado paisaje de casas<br />

de un nivel se alineaba hasta los extramuros de la ciudad.<br />

La casa de alto y bajo, como se llamaba a la de dos pisos,<br />

era propia de las familias más ricas. Se requería gran<br />

capital para construir una edificación de esta complejidad.<br />

La teja y el adobe empezaron a ser utilizados en el siglo<br />

xvii, sin embargo no todas las poblaciones contaban con<br />

fábricas para su producción, ni se los conseguía a lo largo<br />

del año. El precio de la teja hacía de distintivo de las casas<br />

que lo enseñaban en sus techos. La construcción de una<br />

vivienda de dos pisos llevaba varios años. Hoy los restauradores<br />

de estas viviendas encuentran que muchas se<br />

construyeron en forma interrumpida.<br />

Las casonas de dos pisos que construyeron los encomenderos<br />

de los siglos xvi y xvn eran utilizadas como depósito<br />

y como vivienda. En los cuartos del primer nivel se<br />

amontonaban los productos que los indígenas pagaban<br />

como tributo y se alojaba a la servidumbre. En el piso superior<br />

se hallaban las alcobas de la familia. Esta distribución<br />

varió en el siglo xvm. El primer piso fue ampliado, las<br />

familias trasladaron allí parte de sus alcobas, las áreas sociales<br />

se impusieron y, en ocasiones, abrieron una tienda<br />

con puerta o ventana a la calle. La cocina y la servidumbre<br />

continuaron en el primer piso, aunque alrededor de un<br />

nuevo patio. Estas casas tenían una puerta en un costado<br />

para el ingreso de las bestias, la leña y el agua. Las viviendas<br />

de una planta, según fuera su tamaño, calidad y ubicación,<br />

indicaban la condición social de sus propietarios.<br />

Muchas casas cercanas a las plazas mayores se entremezclaban<br />

con las de dos pisos, eran tan espaciosas como éstas


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnu | 105<br />

y tenían una distribución armoniosa. Las más opulentas se<br />

componían de dos y tres patios.<br />

Una forma más modesta de casa de una planta, difundida<br />

en todas las ciudades neogranadinas, fue la construida<br />

en forma de L alrededor de un patio central. Se adornaba<br />

con un contraportón que daba acceso a un espacioso corredor.<br />

En éste se situaba el comedor y los muebles que<br />

servían de sala. Las dos habitaciones que poseían se comunicaban<br />

con el interior a través del corredor y, cuando daban<br />

a la calle, con una ventana. En estas casas vivía la<br />

gente de condición social media de las ciudades: blancos<br />

pobres y mestizos de algún patrimonio. Este tipo de vivienda<br />

era corriente en barrios como San Sebastián y Santo<br />

Toribio en Cartagena, La Catedral y El Príncipe en<br />

Santafé de Bogotá, San Benito, San Roque y San Lorenzo<br />

en Medellin, San Agustín en Popayán, y Santa Rosa y San<br />

Nicolás en Cali.<br />

El bohío, o rancho de paredes de bahareque y techo de<br />

paja, era la vivienda común de la gente pobre de todas las<br />

ciudades coloniales. Estaba conformada por una sola alcoba<br />

que servía de dormitorio y sala. En la parte posterior<br />

una hornaza bajo una enramada de techo pajizo sin paredes<br />

era toda la cocina. En cada lugar, éstas indicaban que<br />

allí vivían indígenas, mulatos y negros. El aspecto rústico<br />

de estas viviendas fue el rasgo distintivo de los barrios Las<br />

Nieves y Santa Bárbara de Tunja y Santafé de Bogotá, de<br />

Santo Toribio y Getsemaní de Cartagena, de Guanteros y<br />

Quebrada Arriba en Medellin y de San Nicolás y San<br />

Agustín en Cali.<br />

Estas diferencias pueden apreciarse en los recuentos<br />

que las mismas autoridades coloniales efectuaron de las<br />

viviendas de algunas ciudades. Popayán, por ejemplo, en<br />

1807 poseía 73 casas de dos plantas, 307 de un piso con<br />

techo de teja y 491 con techo de paja. Cartagena de Indias,


IOÓ | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

en 1777, tenía 719 casas de una planta y 222 de dos pisos<br />

(en estado inhabitable se econtraban 38 casas de una planta<br />

y 8 de dos). Y Medellin, en 1786, estaba conformado por<br />

4 casas de dos plantas, 92 de un piso con techo de teja y<br />

279 con techo de paja. Por supuesto, las casas en estas ciudades<br />

también se distinguían según tuvieran o no solar y<br />

cocina independiente.<br />

La cocina constituía uno de los espacios más importantes<br />

de las casas coloniales. Situada en la parte posterior<br />

de cada vivienda, en ocasiones aislada del conjunto residencial<br />

para prevenir los frecuentes incendios, en la cocina<br />

se preparaban los alimentos, y era el lugar donde se mantenía<br />

encendido el Riego. Tal vez no existía lugar más activo<br />

y social de cada casa que su cocina. En las viviendas<br />

pobres, la cocina estaba en el patio, cubierta por una enramada.<br />

Con excepción de las grandes casas coloniales, el común<br />

de las viviendas de la época poseía muy pocas alcobas.<br />

Las grandes casonas cartageneras y payanesas tenían<br />

numerosos cuartos para la familia, parientes, visitantes y<br />

sirvientes. En éstas, la alcoba tendía a ser un espacio privado,<br />

individual. No obstante, la mayoría de las viviendas<br />

sólo poseía uno o dos cuartos en los que se dormía, comía<br />

y vivía. La casa de los pobres, mestizos, indígenas y mulatos<br />

se componía casi exclusivamente de una alcoba, en la<br />

que se encontraba un camastro y los pocos muebles que<br />

conformaban su menage.<br />

Esta estrechez de la vivienda era advertida y denunciada<br />

como la causa de la promiscuidad en que vivían muchos<br />

sectores de la población. AI respecto, el capuchino<br />

Joaquín de Finestrad, que había recorrido distintas regiones<br />

del Nuevo Reino, se lamentaba en su notable escrito,<br />

E l Vasallo Instruido, en los siguientes términos: “...aun<br />

aquellos que tienen la proporción en sus casas, de cuyo be­


Cosa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Gravada, s. xrm | 107<br />

neficio carecen los más, viviendo en unas pobres chozas, y<br />

viéndose por esta razón precisados a dormir en cama franca,<br />

o común a todos; hermanas con hermanos, y padres<br />

con hijas, o a ser éstos testigos oculares del recato matrimonial<br />

tan recomendado”.1 Unido a la restricción de espacio<br />

estaba el hecho de la casi total ausencia de puertas que<br />

aislaran los cuartos interiores. Aquí todo era visto, todo era<br />

escuchado. Lo íntimo individual, lo que se entendía como<br />

privado, era el espacio de la familia. En Popayán, una mujer<br />

se extrañaba de que su esposo se molestara porque le<br />

había interrumpido la lectura. El archivo judicial de la<br />

época no cesa de decírnoslo, en esta sociedad con tantas<br />

ranuras y tabiques todo era visto, pero especialmente lo<br />

anormal y lo ilegal.<br />

F o n n a s d e v iv ir<br />

Uno de los hechos más notables de la vida familiar colonial<br />

era que ésta muchas veces se compartía con parientes<br />

lejanos, con esclavos y sirvientes. En los distintos sectores<br />

sociales, la familia no estaba conformada exclusivamente<br />

por los padres y los hijos, pues normalmente la formaban<br />

también abuelos, tíos, primos, suegros, yernos, cuñados y<br />

ahijados. En cada historia familiar distintas razones económicas,<br />

demográficas o circunstanciales conducían a que la<br />

vida familiar fuera compartida con otros. En algunos lugares<br />

esto llegó a ser tan común, que a los primos hermanos<br />

simplemente se les llamaba hermanos. La adopción de<br />

huérfanos y la hospitalidad a desvalidos era un hecho natural<br />

y desprejuiciado. Así mismo, la costumbre de la posesión<br />

de esclavos domésticos era algo más que una<br />

inversión económica. Con demasiada frecuencia los escla­<br />

1. |oaquín de Kincstrad. E l Vasallo Instruido en el Nuevo Reino de<br />

Granada, r 789. manuscrito. Biblioteca Nacional.


108 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

vos daban a sus amos, además de servicios durante toda su<br />

vida, compañía y afecto.<br />

La familia compuesta por tres generaciones, padres,<br />

hijos y nietos, parecería haber sido más frecuente entre<br />

quienes tenían un patrimonio. A pesar de haber existido<br />

un régimen igualitario de herencia y derechos de los hijos<br />

a reclamar las partes en el momento de su matrimonio,<br />

muchos padres exigían a los hijos continuar residiendo en<br />

casa. Establecer una nueva casa era algo sumamente oneroso.<br />

El hecho es que, en cada ciudad, entre los grupos<br />

solventes de la sociedad, encontramos casas donde los<br />

abuelos convivían con dos o tres hijos casados, sus respectivas<br />

esposas y sus nietos. En algunos casos, los padres<br />

condicionaban el permiso de matrimonio de sus hijos a<br />

que la nueva pareja continuara a su lado. Forma sutil de<br />

hacerse a una compañía y a unos brazos para el trabajo.<br />

Red que no ocultaba su influencia sobre el diario vivir y el<br />

destino de estas parejas.<br />

Un factor que limitaba la existencia de familias de tres<br />

generaciones era la temprana edad a la que se moría. Menos<br />

del 7% de la población de las ciudades superaba los 55<br />

años, y eran los hombres quienes primero sucumbían en<br />

esta fatal demografía. Así, aunque el común de la población<br />

de las ciudades contraía nupcias y concebía sus primeros<br />

hijos relativamente temprano, pocos nietos tenían<br />

la oportuidad de conocer y convivir con sus dos abuelos.<br />

El caso más frecuente era criarse con los padres y con una<br />

de las abuelas.<br />

La circunstancia de vivir distintos hermanos con sus<br />

hijos en casa de los padres, motivados por necesidades<br />

económicas y afectivas, no dejaba de presentar situaciones<br />

reveladoras. A la muerte de los padres, recibían en herencia<br />

fracciones de una casa que podían conservar durante<br />

muchos años. En el centro de Medellin, a fines del siglo


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xivi | 109<br />

xvm, cuatro hermanos Alvarez compartían la casa que habían<br />

heredado. Cuando en una ocasión debieron declarar<br />

la porción que cada uno tenía, dos afirmaron poseer de a<br />

séptimas partes y dos de a parte y media. Hecho interesante<br />

en estos casos es descubrir que la tutoría de la casa<br />

recaía no siempre en un hombre. En el caso comentado se<br />

trataba de la hermana mayor doña Gregoria Alvarez, casada<br />

con don Miguel Gómez.J<br />

En ocasiones, también, el parentesco familiar determinaba<br />

la vecindad. En barrios de reciente conformación o<br />

que habían conservado lotes baldíos, hermanos y primos<br />

recibían en herencia fracciones de un predio donde levantaban<br />

sus casas, y se convertían en vecinos. Calles como la<br />

de El Rosario o El Carnero en el barrio Guanteros de Medellin,<br />

eran reconocidas como de las familias Olarte y<br />

González. El parentesco aquí no se reducía a una casa,<br />

abarcaba la calle y el barrio. Lo público, es decir la calle,<br />

era alterado por lo doméstico que no se contenía en un espacio<br />

privado.-1<br />

La convivencia de distintas familias en una misma casa<br />

no es un hecho reciente. Ya en el siglo xvm distintas ciudades<br />

colombianas observaban este fenómeno. En Cartagena<br />

de Indias, Tunja y Santafé se nombraba como “tiendas”,<br />

“asesorías”, “dichas” y “cuartos” a las partes de las casas en<br />

las que vivía una familia. Numerosos caserones de Cartagena<br />

de Indias eran habitados por seis, ocho y hasta once<br />

familias. Por supuesto, la mayoría eran familias pertene-<br />

2. I/» casa de los Álvarez estaba situada en la manzana N ° 26. Archivo<br />

Histórico de Antioquia. Padrón de Mcdcllín, 1787, vol. 340, doc.<br />

6503, fol. 289.<br />

3. Ixis Olarte ocupaban 4 de las 13 casas de la calle del Rosario,<br />

mientras que los González habitaban tres de las siete residencias de la<br />

calle El Carnero. Archivo Histórico de Antioquia, Padrón de Mcdcllín,<br />

1786, vol. 340. doc. 6503, Ibis. 245-260.


H O I PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

cientes a las castas de mulatos y pardos. Sin embargo, conviene<br />

tener en cuenta que en muchos de estos casos los<br />

miembros de la familia jefe eran blancos empobrecidos. Y,<br />

aunque esta modalidad de vida era más frecuente en los<br />

barrios populares de Getsemaní y Santo Toribio, en La<br />

Merced y San Sebastián no se desconocía. Un ejemplo notable<br />

de cómo vivían estas familias lo podemos encontrar<br />

en una de las casas de la Calle Nuestra Señora de las Angustias<br />

del barrio La Merced. En la parte alta y principal<br />

de la casa vivía el presbítero don Joseph Mendoza en compañía<br />

de su hermana Eugenia, quienes eran asistidos por<br />

seis esclavos de distintos sexos y con edades que oscilaban<br />

entre los 18 y los 5 1 años. En esta misma área superior vivía<br />

su hermano, el recaudador del derecho de Sisa de la<br />

ciudad, don Felipe de Mendoza, con su esposa, cuatro hijos<br />

y tres esclavos. En la parte inferior de la casa vivía el<br />

oficial de contaduría don Joseph de Paz con doña Teresa<br />

de Mendoza, hermana de aquéllos, con sus siete hijos y<br />

dos esclavos. En un costado de este piso vivía doña Melchora<br />

de Paz, hermana del anterior, abandonada de su<br />

marido pero acompañada de cinco esclavos. En un rincón<br />

y hacia el patio, estaba la alcoba de una mulata ya anciana,<br />

sostenida por su hijo, José Olivo, oficial de sastrería, y<br />

acompañados de una mujer de treinta años y de un niño<br />

expósito que habían recogido tiempo atrás. Más al fondo,<br />

se encontraba un cuarto donde vivía el mulato Anastasio<br />

Galindo, dedicado a la carpintería, con su esposa y una<br />

hija de ocho años. Finalmente, una última alcoba estaba<br />

alquilada a unos comerciantes que guardaban allí sus mercaderías.4<br />

4. Se trata de la casa N ° 2, manzana N ° 1, de dicha calle. Archivo<br />

General de la Nación, Padrón del Hamo de Nuestra Señora de la M erced<br />

de Cartagena de Indias, Milicias y Marina, 1777, t. 14 1.


Casa v orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 111<br />

Como puede observarse, en una casa más o menos excepcional<br />

de la época, convivían 41 personas de los grupos<br />

blanco, mulato, pardo y esclavo. Conformaban seis familias,<br />

varias con un origen muy próximo, otras simplemente<br />

anexadas a esta gran comunidad doméstica. Aquí, aunque<br />

puede suponerse que existían áreas reservadas para cada<br />

familia, las zonas comunes debían ser muy importantes. El<br />

zaguán, los corredores, la escalera, el patio, la cisterna de<br />

agua, el depositorio, la cocina y el comedor eran lugares de<br />

encuentro cotidiano en los que se daba la comunicación y<br />

se reforzaba la solidaridad. No obstante, en estas casas de<br />

tantas almas, niños y avatares, cada uno debía inventar su<br />

lugar y momento de privacidad.<br />

Un aspecto trascendental de la vida familiar colonial<br />

empezó a ser el surgimiento desde el mismo siglo xvm de<br />

la familia “reducida”, o mejor, conyugal. Algo más de la<br />

mitad de las familias de las principales ciudades colombianas<br />

estaban conformadas por los cónyuges y sus hijos. En<br />

ocasiones este núcleo se distorsionaba con la muerte de<br />

uno de los padres y se transformaba en el de las familias<br />

constituidas por una viuda o un viudo con su prole. También<br />

era muy frecuente que un rápido matrimonio de la<br />

viuda o el viudo recompusiera esta unidad. Esta estructura<br />

familiar estaba presente en todos los sectores sociales.<br />

Aunque parecería que era dominante entre los blancos pobres,<br />

los mestizos y los mulatos, cuando las circunstancias<br />

económicas los obligaban, expulsaban a los hijos mayores<br />

para que buscaran su sustento.<br />

Así, distintos factores sociales provocaban severos desgarramientos<br />

en el orden familiar, dando lugar a formas de<br />

convivencia bastante atípicas para nuestra imagen del<br />

mundo colonial. Al observar más en detalle las personas<br />

que vivían en cada una de las casa de estas ciudades se ha<br />

revelado un hecho sumamente interesante: el crecido nú­


I 12 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

mero de personas solitarias que las habitaban. Se trataba<br />

de gente adulta que compartía una vivienda, en la que recibía<br />

compañía y servicios. Podía tratarse de una viuda que<br />

vivía con una esclava, o de dos mujeres de las castas que<br />

vivían solas; no faltaban hermanos que se habían conservados<br />

célibes y decidían no separarse, comerciantes acompañados<br />

de un sirviente y ancianos asistidos por una esclava.<br />

Los ancianos ricos o de condición modesta, viudos o solteros,<br />

podían asistirse de sirvientes. Entre los pobres, los<br />

infortunios de la existencia, parecerían acercarlos en busca<br />

de ayuda mutua.<br />

La casa y la vecindad eran lugares de solidaridad y de<br />

fraternidad pero también de competencia de intereses sexuales,<br />

económicos y personales. La proximidad con que<br />

se vivía exponía a las personas a roces que se expresaban<br />

en forma verbal o de hecho y que generalmente herían el<br />

honor. El comportamiento de una persona no era ajena a<br />

los vecinos, pues se compartían callejones, patios y solares.<br />

En el momento de un altercado, lo íntimo se volvía materia<br />

de acusación. En la acusación personal, la casa era<br />

puesta en cuestión.<br />

Nacer, casar y morir en casa<br />

Es probable que una de las diferencias más significativas de<br />

la sociedad colonial con la sociedad moderna consista en<br />

que los tres acontecimientos decisivos en la vida de todo<br />

individuo ocurrían en casa, rodeados de parientes y amigos:<br />

se nacía en el lecho de la madre, asistido por una<br />

partera y ante la expectativa de los familiares. La madre<br />

embarazada no tenía el recurso de un médico ni de una<br />

bibliografía que la instruyera. La comprensión de su estado<br />

y de los cuidados que debía tener le eran dados por las mujeres<br />

mayores. Las matronas transmitían consejos, recetas,<br />

y también prejuicios. A las embarazadas se les recomenda­


Casa v orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 113<br />

ba principalmente prudencia en los movimientos, evitar las<br />

corrientes de aire y negarse a toda relación sexual con su<br />

marido. De otro lado, un consejo obligado, aun para las<br />

esclavas, era enriquecer la dieta en los últimos tres meses.<br />

Resultado de los insuficientes conocimientos médicos<br />

y de la falta de asepsia en el parto, la mortalidad infantil se<br />

presenta como uno de los hechos más dramáticos en el<br />

pasado. En estas circunstancias, el nacimiento era un triunfo<br />

de la vida, entendido como un regalo del Señor. La<br />

muerte de los infantes era tan habitual, que en muchos casos<br />

los padres 110 hacían presencia en sus entierros. La<br />

Iglesia, previendo complicaciones en la infancia, recomendaba<br />

a los padres apresurarse a bautizar al recién nacido,<br />

hecho que ocurría en los dos o tres días siguientes al nacimiento<br />

en la pila que para este efecto poseía cada parroquia.<br />

La fórmula “Yo te bautizo, en el Nombre del Padre, del<br />

Hijo y del Espíritu Santo, Amén", fue establecida y difundida<br />

por el Concilio de Trento. La ceremonia del bautizo<br />

era sencilla: se componía de la ablución con agua bendecida,<br />

la recitación de la fórmula y la asistencia de los padres<br />

y de dos padrinos. La sola presencia de los padrinos en la<br />

ceremonia les otorgaba parentesco espiritual con la criatura.<br />

Un aspecto importante del bautismo era la designación<br />

de un nombre. Los nombres de pila coloniales revelan los<br />

acentos religiosos y devocionales de la comunidad. Los<br />

nombres del siglo xvi estaban muy asociados al antiugo<br />

santoral cristiano. Durante los siglos xvn y xvm, se hicieron<br />

familiares los nombres de algunos santos y jerarcas<br />

patrocinados por las comunidades religiosas. Entre los<br />

hombres los nombres más acostumbrados eran José, Ignacio,<br />

Francisco, Antonio, Mariano y Vicente. Entre las<br />

mujeres, el culto mariano determinó decididamente sus<br />

nombres. María se convirtió en el prefijo de los nombres


I T4 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

más corrientes: Josefa, Gertrudis, Javiera, Ana, Ignacia, Catarina,<br />

Manuela, Juana y Antonia. Muchos de éstos, puede<br />

observarse, eran feminizaciones de los nombres de santos<br />

varones. Los nombres de Jesús yjesusa sólo se popularizaron<br />

en el siglo xix.5<br />

La mayoría de los niños venían al mundo en los meses<br />

de agosto, octubre y mayo. De acuerdo con las estadísticas,<br />

las parejas concebían sus hijos en los meses de noviembre,<br />

enero y septiembre. El mes de nacimiento estaba<br />

muy determinado por las recomendaciones eclesiásticas<br />

de hacer veda sexual en las épocas de Cuaresma y de Navidad.<br />

Justamente, los meses en que menos niños nacían<br />

eran diciembre y enero.<br />

Cada familia tenía en promedio cuatro hijos que llegaban<br />

a la edad adulta. En sus testamentos, los padres y las<br />

madres nombran a algunos de sus hijos fallecidos en la<br />

adolescencia y en la juventud. Con sentimientos de dolor y<br />

nostalgia hacen memoria de un afecto profundo. Los niños<br />

de menos de diez años apenas si son recordados. Este<br />

silencio sobre los niños muertos al nacer o en su infancia<br />

hace difícil conocer cuántos alumbramientos llegaban a tener<br />

las mujeres coloniales. No obstante, nunca fueron tantos<br />

como usualmente se piensa. Las familias de más de<br />

diez hijos en la época colonial Rieron una excepción, incluso<br />

en Medellin. El tamaño sorprendente de las familias de<br />

distintas regiones del país fue un fenómeno que sólo empe­<br />

5. No sobra considerar que en el momento del bautismo los niños<br />

y niñas recibían los apellidos de sus padres. Cuando carecían del apellido<br />

del padre, porque nacían de relaciones ilegítimas o porque eran<br />

expósitos, podían ser bautizados con el nombre de la población de origen:<br />

como María Rosalía Duitama o Tomasa de Ubaté. En algunos casos<br />

también se usaban referencias a la geografía o a un oficio: Juana<br />

Rita Montes, José Antonio Cogollos o Juan Francisco Pilador, Laureano<br />

Carbonero, Vicente Labrador.


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 115<br />

zó a darse a mediados del siglo pasado, cuando se amplió<br />

la frontera agrícola y se conformó la unidad doméstica<br />

campesina.<br />

De otro lado, el matrimonio, más que una necesidad<br />

era una ambición de todos los hombres y las mujeres. El<br />

matrimonio era tanto la celebración de un sacramento de<br />

la Iglesia como el más importante ritual du passage que<br />

marcaba la vida de todo individuo. El significado del matrimonio<br />

católico difundido por los clérigos llegó a calar<br />

hondo en la población neogranadina. A pesar de las licencias<br />

que la sociedad otorgaba a la sexualidad masculina y<br />

de la serie de factores sociales que llevaban a muchas personas<br />

a vivir en concubinato, el matrimonio era considerado<br />

como el estado ideal de hombres y mujeres.<br />

La selección de un pretendiente era un asunto que<br />

involucraba a toda la familia. Los arreglos matrimoniales<br />

los llevaban a cabo tíos o los mismos padres, que examinaban<br />

al pretendiente futuro ideal para sus sobrinas e hijas.<br />

En otros casos era el propio interesado, acompañado de<br />

un padrino o un benefactor quien visitaba al padre de la<br />

novia para manifestarle sus intenciones y considerar las<br />

nupcias. Conversaciones privadas en salitas amobladas<br />

con canapés y silletas, se trataban los términos formales y<br />

la fecha de las nupcias. Entre los estratos medio y alto de la<br />

sociedad, la decisión matrimonial era considerada demasiado<br />

importante como para dejarla en manos de los jóvenes.<br />

En este medio los jóvenes no elegían sus cónyuges. La<br />

alta estima en la que se tenía la dote entre los contrayentes<br />

envolvía de formalidad las nupcias y situaba a los padres<br />

en el centro del juego.<br />

El celo de los padres y de los familiares sobre los pretendientes<br />

de los jóvenes se orientaba principalmente a<br />

impedir los matrimonios con inferiores raciales. La sociedad<br />

criolla vivía con especial aflicción las uniones que in-


I l 6 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

tentaban sus integrantes con gente mestiza o mulata. Una<br />

actitud que tenía respaldo jurídico era oponerse al consentimiento<br />

de tales uniones, hecho con el cual se perdían los<br />

derechos hereditarios y los clérigos debían apartar su bendición.<br />

Una estrategia, probablemente inconsciente, fue<br />

aconsejar la conveniencia de los matrimonios entre familiares.<br />

Las uniones entre parientes se arreglaban para fortalecer<br />

los nexos familiares, robustecer las economías de tíos<br />

y primos, y para excluir a la gente de dudosa condición<br />

racial y social. En ocasiones, también, el prejuicio contra<br />

los extraños conducía a robustecer las alianzas familiares<br />

entre componentes de un mismo grupo socio-profesional.<br />

De las últimas décadas del siglo xvi se conocen las uniones<br />

entre encomenderos; en los siglos x v i i y xvm se hicieron<br />

corrientes los matrimonios entre familias de mineros, comerciantes<br />

y hacendados.<br />

Carecemos de un estudio que nos indique cuál era la<br />

edad a la que hombres y mujeres contraían nupcias. Sin<br />

embargo, si restamos un año a la edad promedio en la que<br />

a fines del siglo xvm las madres habían tenido su primer<br />

hijo, podemos establecer que las mujeres contraían matrimonio<br />

hacia los 22 años. Esta edad debía variar de acuerdo<br />

a la condición racial, social y regional de las mujeres. Es<br />

probable que la edad de las mujeres blancas y mestizas<br />

urbanas fuera mayor que la de las mestizas, mulatas e indígenas<br />

rurales. Sobre la edad de los hombres siempre se ha<br />

considerado que era mayor. Un hecho cierto es que la diferencia<br />

promedio de edad entre las parejas urbanas del<br />

Nuevo Reino de Granada oscilaba entre 6 y los 10 años.<br />

Pocas parejas tenían edades cercanas, en cambio muchas<br />

presentaban diferencias de entre 16 y 30 años.<br />

Desde el Concilio de Trento la celebración del matrimonio<br />

debía efectuarse dentro de una iglesia. Sin embargo,<br />

según hemos advertido, en el Nuevo Reino a mediados del


Caso y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 117<br />

siglo xvm, continuaban realizándose ceremonias nupciales<br />

en casas de particulares notables. Para dar inicio formal a<br />

un matrimonio, las normas exigían la presentación de una<br />

información matrimonial confirmada por dos vecinos.<br />

También, los novios debían hacer confesión cristiana sobre<br />

su auténtica motivación matrimonial, sus posibles<br />

noviazgos y experiencias sexuales anteriores. Toda ceremonia<br />

era anunciada a la comunidad durante tres domingos<br />

consecutivos. Solo en casos en que las autoridades<br />

eclesiásticas consideraran conveniente obviar las proclamas<br />

dominicales para defender un matrimonio se realizaba<br />

la ceremonia en la misma semana del anuncio.<br />

Las nupcias coloniales se celebraban muy temprano en<br />

la mañana y de manera bastante sobria. No se hacía gasto<br />

en coros o misas especiales. Las parejas asistían acompañadas<br />

de sus familiares y de dos testigos. No existía una<br />

formalidad en cuanto al vestuario, simplemente se vestían<br />

las mejores prendas sin reparos de color. El momento más<br />

importante de la ceremonia lo constituía la respuesta de<br />

los novios a la pregunta del sacerdote: “Acepta Ud. fulana,<br />

como esposo a fulano?” El clérigo debía interrogarlos y<br />

asegurarse de que establecían el vínculo con absoluta libertad<br />

de consentimiento. Concluida la misa, los asistentes<br />

eran invitados por los padres de la novia para festejar el<br />

acontecimiento.<br />

Los meses preferidos para efectuar los matrimonios<br />

eran febrero, mayo y noviembre. Estas fechas podían ser el<br />

resultado de la negativa de los clérigos para efectuar velaciones<br />

en el Adviento y en la Cuaresma. Cabe señalar que<br />

las parejas no iban a vivir inmediatamente lejos de sus<br />

padres, los primeros años debían pasarlos junto a ellos<br />

mientras acumulaban el capital necesario para adquirir una<br />

vivienda independiente.<br />

Finalmente, toda persona esperaba morir en casa,


I l 8 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

acompañada de sus familiares y vecinos, y asistido espiritualmente<br />

por un representante de la Iglesia. Para todo<br />

feligrés la muerte era un trance sumamente difícil, por lo<br />

cual tomaba precauciones para evitar la condenación eterna.<br />

Se debía asegurar el auxilio de la Iglesia en el momento<br />

de la agonía y una adecuada inhumación bajo la protección<br />

de una advocación cristiana.<br />

Desde temprana edad la gente de algún recurso adquiría<br />

“asiento y lugar” en la Catedral o en una parroquia. El<br />

primero le garantizaba un puesto cómodo y acorde con su<br />

rango en las misas y fiestas religiosas. El segundo, le reservaba<br />

un sitio eterno bajo las baldosas de la iglesia y cercano<br />

al santo de su devoción. Reposar en el propio claustro de<br />

santidad católica debía calmar en alguna medida la ansiedad<br />

de la muerte.<br />

Los testamentos, tan propios de la época colonial, no<br />

sólo eran escritos por las personas ancianas o enfermas. El<br />

temor a una muerte intempestiva hacía que aun la gente<br />

jóven y robusta legara lo que consideraba su “última voluntad”.<br />

La redacción de este solemne documento era la<br />

ocasión de reconocer la elemental humanidad, de arrepentirse,<br />

de perdonar, de confesar lo inconfesable y de solicitar<br />

en forma detallada el sepelio y el entierro deseados.<br />

Las ceremonias más vistosas eran aquellas en las que el<br />

difunto era acompañado por un séquito de frailes y sacerdotes,<br />

la misa cantada, las campanas puestas al viento y el<br />

cortejo marchaba con cruz en alto. Cada testador asignaba<br />

una suma de dinero a lo que denominaban “las mandas<br />

forzosas”, especie de limosna para el mantenimiento de las<br />

misas que la parroquia ofrecía por las benditas ánimas del<br />

purgatorio. Un monto distinto de dinero era utilizado en<br />

fundar capellanías para asegurar misas semanales, mensuales<br />

o anuales por el descanso del alma del testador. Otra<br />

cantidad podía ser dedicada a mantener encendida una o


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de G ranada, S. xvm<br />

i i<br />

«1<br />

f i T<br />

Plano de casa en<br />

Girón.<br />

1776.<br />

A rchivo General<br />

de la Nación.<br />

M apoteca 4<br />

N ° 605a.<br />

Virgen de Chinquinquirá<br />

con donante enfermera<br />

doña M aría Jesús<br />

Xaram illo y Gavidiria.<br />

18 13 .<br />

M useo de Antioquia.<br />

Probanza de limpieza de linaje<br />

de don Anselm o de Vierna y<br />

M azo.<br />

1795-<br />

Biblioteca Nacional. Raros y<br />

Curiosos. Libro 19 1 N ° 374.


D e español e india nace mestizo.<br />

Juan y M anuel de la Cruz.<br />

Grabado coloreado.<br />

1777- 1788.<br />

Biblioteca Luis-A n gel Arango. Sala<br />

M anuscritos 391.0946. C15C.<br />

D e negro y española nace mulata.<br />

Juan y M anuel de la Cruz.<br />

Grabado coloreado.<br />

1777-1788.<br />

Biblioteca L u is-Á ngel Arango. Sala<br />

M anuscritos 391.0946. C15C.<br />

D e mulato y española nace morisco.<br />

Juan y M anuel de la Cruz.<br />

Grabado coloreado.<br />

1 7 7 7 - 1 7 8 8 .<br />

Biblioteca Luis-A ngel A rango. Sala<br />

M anuscritos 39 1.0946. C 15C .


Casa v orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 119<br />

varias velas a la imagen de una santidad. Los capitales legados<br />

a la Iglesia por voluntad testamental, llegaron a ser<br />

auténticas fortunas. Cabe señalar, también, que el momento<br />

de la muerte llamaba a realizar buenos actos y especialmente<br />

a dar muestras de espíritu piadoso. Un aspecto<br />

interesante de los testamentos coloniales era la decisión<br />

cristiana existente de libertar a los esclavos más fieles y la<br />

concesión de un rubro de dineros que se dejaban para socorrer<br />

a familiares y a criados desvalidos.<br />

E l uso del tiempo diario<br />

El orden cotidiano del hogar era regulado por dos actividades:<br />

orar y comer. Alimento espiritual el uno, alimento<br />

corporal el otro. Antes del amanecer y hacia las seis de la<br />

mañana, la familia se reunía a rezar. Daba gracias por el<br />

nuevo día y encomendaba las tareas a realizar. Los alimentos<br />

del día, el almuerzo y la comida, se agradecían con una<br />

oración. En la noche, la familia se reunía de nuevo para rezar<br />

el rosario. Las horas de oración eran tan cumplidas,<br />

que constituían la referencia de horas de la comunidad. No<br />

se decía “al despuntar el alba” o “como a las siete de la mañana”<br />

sino “después de la primera oración”.<br />

Cada hogar aspiraba a una imagen de santidad. Las<br />

paredes de los salones y las alcobas se decoraban con lienzos<br />

y retablos de imágenes cristianas. Normalmente eran<br />

representaciones de cuerpo de algún santo o de un pasaje<br />

bíblico. Otras imágenes apreciadas eran los populares exvotos,<br />

simbólicas narraciones de gratitud por un favor recibido.<br />

En un rincón de un zaguán o de una alcoba principal<br />

se situaba el altar doméstico, sitio en el que se efectuaban<br />

los rezos colectivos. Algunos de estos altares eran suntuosos,<br />

y alcanzaban a contener imágenes de bulto de santos<br />

traídas de ^uito y Lima. Las promesas religiosas y las<br />

penitencias que imponían los clérigos eran rezos cotidia­


120 I PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

nos del santo rosario en casa. Más allá de las iglesias y conventos,<br />

en los hogares, se vivió una intensa religiosidad<br />

doméstica. Hoy sabemos que esta manifestación estuvo<br />

asociada también a la escasez de conventos femeninos y a<br />

su definido carácter elitista. Una de las labores cotidianas<br />

más importantes de los hogares coloniales era encender y<br />

conservar el fuego. Labor esencialmente femenina, al<br />

prender las primeras brasas en la cocina empezaba el día.<br />

En la época se acostumbraban tres comidas principales y<br />

tres ligeras. Las primeras estaban compuestas por el desayuno,<br />

la comida y la cena. Las segundas, que variaban de<br />

denominación en cada región, eran los “tragos” del despertar,<br />

las onces o medias nueves y la merienda de las cinco<br />

de la tarde. Esta cadena de comidas obligaba a mantener el<br />

fuego encendido en la cocina y a una gran actividad de las<br />

mujeres en casa. En la noche siempre debía mantenerse a<br />

mano un tizón encendido para iluminar los cuartos o el<br />

camino por el corredor.<br />

Otro elemento doméstico asociado a la naturaleza femenina<br />

era el agua. El agua debía traerse a casa en pesados<br />

toneles desde los arroyos o las fuentes vecinas, transporte<br />

que constituía un oficio no exclusivamente masculino. Su<br />

uso debía mediarse y cuidarse. Se distribuía en las fuentes<br />

de las habitaciones para el lavado de las manos y el rostro.<br />

En la cocina se la requería para la cocción de los alimentos<br />

y la limpieza de los utensilios de plata, porcelana o simple<br />

madera. En el patio también se la almacenaba para dar de<br />

beber a los sirvientes, a las bestias y asear las bacinillas. Así<br />

mismo, eran las mujeres las que lavaban a los niños y a los<br />

enfermos.<br />

Disponer y asear la casa era tarea cotidiana. Después<br />

del desayuno, señoras y sirvientes se entregaban a la limpieza<br />

de alcobas y zaguanes. La ropa de vestir y de cama<br />

se lavaba en las quebradas. La leña era almacenada y dis­


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 121<br />

puesta en la cocina. Las carnes se salaban y colgaban de<br />

cordeles. En el patio se contaban los huevos y se daba el<br />

alimento a las gallinas y los caballos.<br />

La comida o nuestro actual almuerzo se sem a hacia<br />

las dos de la tarde. En ocasiones las muchachas debían<br />

llevar estas viandas hasta los extramuros de la ciudad, donde<br />

los hombres cultivaban una era o encerraban las reses.<br />

Después de la siesta mediterránea llegaba el momento<br />

propicio para las visitas. Visitar o ser visitado se tomaba<br />

con cierta formalidad. Entre las mujeres de las clases media<br />

y alta se tejía, bordaba y zurcía, animando conversaciones<br />

y cantos de estribillos. Entre familias, las visitas se<br />

recibían en el salón principal, se acompañaban de alguna<br />

bebida, vino o chocolate. Estas ocasiones se aprovechaban<br />

para comentar las novedades de la ciudad, presentar las<br />

habilidades musicales de alguna hija o anunciar noviazgos<br />

y matrimonios.<br />

Entre los sectores populares la vida cotidiana estaba<br />

definida por el trabajo. La variedad de oficios que realizaban<br />

tanto hombres como mujeres se ejecutaban muchas<br />

veces en casa. El exiguo espacio de la casa servía de<br />

vivienda y de lugar de trabajo. Los herreros, carpinteros,<br />

curtidores, zapateros, sastres, sombrereros, plateros y las<br />

cigarreras, tejedoras, costureras, hilanderas, encajeras y<br />

muchísimos otros artesanos tenían sus talleres en su propia<br />

vivienda. Este hecho, por el número de artesanos que<br />

había en cada ciudad, debería hacernos dudar de la tradicional<br />

idea según la cual el rol masculino era externo a la<br />

casa. En los sectores populares, especialmente en el de los<br />

artesanos, los hombres pasaban el día trabajando en casa,<br />

los movimientos de la gente de la casa no les eran extraños<br />

y recibían la ayuda de sus esposas e hijos.<br />

Las familias artesanas eran también escuelas de trabajo.<br />

Uno o varios de los hijos de un artesano seguían el


122 I PABLO RODRIGUEZ JIMÉNEZ<br />

oficio de su padre. En su ausencia, un sobrino o un joven<br />

del vecindario hacía las veces de aprendiz. A los adolescentes<br />

que trabajaban en un taller, con tan solo nueve o<br />

diez años ya se los nombraba por su oficio. A la muerte del<br />

padre, el hijo mayor heredaba las herramientas y el buen<br />

nombre del padre. Ya en la época colonial los oficios eran<br />

asunto de familia, como conformando un linaje.<br />

E l horno de la casa<br />

Tal vez el fenómeno más complejo de nuestra culturas<br />

hasta tiempos recientes era la manera como el honor familiar<br />

estaba anclado en la sexualidad. A diferencia de otras<br />

culturas, en las que el honor se fundamentaba en la riqueza,<br />

en la espiritualidad o en el vigor físico, en la nuestra<br />

estaba contenida en la pureza sexual de las mujeres. En la<br />

vida cotidiana este hecho se tradujo en una especial aprehensión<br />

de los padres y los maridos hacia sus hijas y esposas,<br />

reservando su virginidad para el matrimonio y<br />

cuidando que todo nacimiento fuera legítimo.<br />

En la época no existía capital más preciado que el del<br />

honor. El honor era asunto de hombres aunque encarnado<br />

en sus mujeres. Bien sabemos que los escritores del Siglo<br />

de Oro encontraron en el honor la fuente principal para<br />

sus dramas. Aún recientemente, y cerca a nosotros, Gabriel<br />

García Márquez insistía en el tema en su Crónica de<br />

una muerte anunciada. Se podía ser pobre pero con un<br />

honor limpio. Toda afrenta al honor familiar era vivida<br />

con especial dramatismo psicológico y social, por lo que<br />

las familias y la comunidad cuidaban celosamente de conservar<br />

su orden sexual y moral. No obstante, con relativa<br />

frecuencia el honor de las familias se veía menoscabado<br />

por hechos escandalosos. Muy lamentados eran la pérdida<br />

de virginidad y los embarazos prematrimoniales de las hijas.<br />

Seducidas con promesas de matrimonio y luego aban-


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 123<br />

donadas, las muchachas, principalmente de los sectores<br />

populares, debían afrontar el reparo de la familia y el vecindario.<br />

Estos quebrantos al honor familiar eran más sensibles<br />

cuando provenían de un joven mulato y pobre. En<br />

este caso los padres se veían ante la disyuntiva de forzar un<br />

matrimonio que reparara el daño y aceptar una criatura de<br />

color.<br />

El honor familiar estaba comprometido también en la<br />

fidelidad de las esposas. Hecho azaroso y sumamente<br />

compleio, la infidelidad de las esposas era más una invención<br />

que un hecho rutinario. En muchos casos los maridos<br />

que alegaban infidelidad de sus esposas sólo buscaban<br />

ocultar el abandono a que las tenían sometidas o sus propios<br />

concubinatos. Un hecho real es que la comunidad<br />

actuaba como un control implacable sobre el orden conyugal.<br />

En las ausencias de sus maridos, todos los movimientos<br />

y conversaciones de las esposas de mineros y<br />

comerciantes eran observados por los vecinos. De regreso<br />

a casa, el marido recibía, como chisme o como escrito<br />

anónimo, la información de la conducta que un vecino receloso<br />

considerara impropia.<br />

La reacción de los hombres ante la pérdida del honor<br />

siempre fue dramática. En esta sociedad que exaltaba la<br />

limpieza del honor, los reveses sufridos provocaban en los<br />

hombres severos conflictos de conciencia. Probablemente,<br />

en este aspecto, la sociedad colonial demandó del hombre<br />

un tutelaje demasiado difícil de cumplir, a pesar de las prerrogativas<br />

de autoridad de que estaba investido ante su esposa<br />

y sus hijos. En un caso un padre que veía a su hija<br />

embarazada sin haber sido tomada en matrimonio, relataba<br />

así su dolor: “Quando hablo de la desonra de mi cassa<br />

me ruboro, el corazón se funesta, manda lagrimas a los<br />

ojos y sólo me permite dar una idea oscura de mi sitúa-


124 I PABLO RODRÍG1IKZ JIMÉNEZ<br />

ción”.6 En otra ocasión, un esposo sólo atinó a encontrar<br />

en el suicidio remedio a la desolación que le embargaba el<br />

adulterio de su mujer.7 Las historias de honor familiar casi<br />

siempre narran escenas que representan una violencia sobre<br />

un espacio sagrado: el hogar. Un hombre que escala<br />

una pared para buscar a su amada, un familiar que abusa<br />

de la confianza o un alcalde que irrumpe en la casa derribando<br />

puertas tras supuestas ilicitudes. Es llamativo que el<br />

relato de estos hechos se construya con un lenguaje particular<br />

que oscila entre lo jurídico, lo religioso, lo moral y lo<br />

circunstancial.<br />

Cabe mencionar que el honor de la casa no era un bien<br />

privado sino público.8 En el honor se fundaba el buen<br />

nombre y buena fama de una persona o una familia ante la<br />

comunidad. El ocultamiento de su pérdida o el desprecio<br />

de su valor eran delatados por la comunidad. A través de<br />

actos simbólicos, de rumores, de injurias verbales y de escritos<br />

satíricos, los vecinos ejercían un control y un castigo<br />

a quienes lo perdían. La materia de la que se servían los alcaldes<br />

y los jueces para inquirir en el mundo doméstico<br />

eran los rumores y palabras callejeras. El alcalde de barrio<br />

era un escucha del rumor popular. Sus acciones, además,<br />

daban fuego al cotilleo del vecindario. El chismorreo del<br />

6. Archivo Histórico de Antioquia, Medellin, Criminal B 10 1, leg.<br />

i8oo-r8io, d. 15, 1806.<br />

7. Archivo General de la Nación, Santafé de Bogotá, Criminal, t.<br />

132, fols. 510-56 2,1809.<br />

8. Varios autores han tratado el tema del honor con brillantez:<br />

Julián I’itt-Rivers, Antropología d e l Honor, Barcelona. Ed. Crítica, 1979:<br />

J.G . Peristany (Compilador), E l Concepto d e l Honor en la Sociedad M editerránea,<br />

Barcelona, Ed. Labor, 1968: José Antonio Maravall, Poder, Honor<br />

y E lites en e l Siglo xm , Madrid: siglo xxi, 1989: Patricia Seed, Am ar,<br />

H onrar y Obedecer en e l M éxico Colonial, México, Alianza ed., 19 9 1; y<br />

Ramón Gutiérrez, Cuando Jesús llegó, las m adres d e l m aíz se fueron, M éxico,<br />

Fondo de Cultura Económica, 1993.


Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 125<br />

vecindario, el inadecuado saludo o la negativa a reconocer<br />

el título de “don” a una persona concluían fácilmente en<br />

los estrados de la justicia. En teoría, la función del alcalde<br />

de barrio era la de restaurar el equilibrio y la convivencia<br />

entre esos vecinos. Así, un alcalde se negó a aceptar un<br />

pleito de honor entre dos primos, por considerar que estos<br />

hechos eran “odiosos y malsonantes”.9<br />

El honor era un “don” de pertenencia y de responsabilidad,<br />

que puesto en labios ligeros podía causar destrozos.<br />

La palabra, forma casi única de comunicación en esta sociedad,<br />

irnimpía con violencia en el barrio, en el mercado<br />

o en la casa injuriando ese valor principalísimo del honor.<br />

Todo se veía y todo se comentaba. En una vida de tanta<br />

proximidad y tanta vecindad, la palabra no se medía y no<br />

se precisaba su dirección. A la palabra se la valoraba pero<br />

también se la temía. Su ambigüedad o su evasión podían<br />

ser tomadas como afrentas. Al vaivén de los aguardientes<br />

en la taberna, un marido podía ser acusado de “cornudo” o<br />

de “mezclado”. Ante el alcalde o el juez los declarantes<br />

confesaban de manera irremediable días después que<br />

“todo lo sabían de oidas”, o que “todo era público y notorio”.<br />

Las injurias al honor se multiplicaron al finalizar el siglo<br />

xvm, probablemente como resultado de la indefinición<br />

social en que vivían muchos grupos, como, también, por<br />

la abigarrada cotidianidad doméstica. La injuria era, casi<br />

siempre, un lance entre vecinos.<br />

Las reglas de comunidad imponían cierta disciplina,<br />

cuyo quebranto recibía una sanción de carácter ritual o,<br />

también, punitiva. Por ejemplo, el comportamiento blando<br />

de los maridos con sus esposas era censurado casi que<br />

9. Archivo Histórico de Antioquia, Medellin. Criminal, 1? 65, leg.<br />

1790-1800, d. 19. lilis, ir, 2r y jr . Citado por Beatriz Patino Millán en<br />

su libro. C rim inalidad, lev pen al y estructura social en ¡a Provincia de A n ­<br />

tioquia, Medellin, i d e a . 1994, pag. 223.


126 I PABLO RODRIGUEZ JIMÉNEZ<br />

teatralmente por la comunidad. A manera de las “cencerradas”<br />

europeas, los vecinos de Santafé de Bogotá y<br />

Tunja en los siglos xvi y xvn colgaban cuernos de novillo<br />

en la puerta de las casas de los maridos que mostraban debilidad<br />

para corregir a sus esposas.10 Este gesto tan simbólico<br />

era una sorna, una ironía, pero también una sanción<br />

que reclamaba autoridad.<br />

Una forma de injuria, sutil pero tenaz, que hacía público<br />

el deshonor, eran las coplas y los versos cantados. En<br />

las fiestas familiares era habitual que improvisados copleros,<br />

acompañados del tañir de guitarras, hicieran versos<br />

satíricos sobre los asistentes o, incluso, sobre las autoridades.<br />

Las demandas judiciales por injuria al honor enseñan<br />

que los copleros cantaban justamente lo que todos sabían<br />

y podía causar risa. En Antioquia existía la tradición de<br />

formar comparsas que cantaban versos, su tono se hizo tan<br />

conflictivo que las autoridades tuvieron que publicar un<br />

bando, en 1794, en el que prohibían los “versos de inju-<br />

• M I T<br />

na ."<br />

Los libelos o escritos satíricos, a pesar de que se convirtieron<br />

en un medio de crítica al régimen borbón, nunca<br />

perdieron su valor y eficacia para denunciar los amores ilegítimos,<br />

la alcahuetería y la homosexualidad en la vecindad.<br />

Escritos que se clavaban en una pared, que se hacían<br />

10. Archivo General tie la Nación, Santafé de Bogotá, Criminal, t.<br />

202, fols. 1-13 2 . Sobre las cencerradas europeas pueden verse los inteligentes<br />

estudios de Natalie Zemon Davis, “Cencerrada, honor y comunidad<br />

en Lyon y Ginebra en el siglo xvn”, en Sociedad y C ultura en la<br />

Fran ría M oderna, Barcelona. Ed. Crítica, 1993, págs. 113 - 13 2 ; y de<br />

E.Ph. Thompson, “La cencerrada”, en Costumbres en Común, Barcelona,<br />

Ed. Crítica, 1995, págs. 520-594.<br />

1 1. Patiño Millán, págs. 230-232. En el texto la autora presenta varios<br />

versos. Un caso muy interesante de mujeres cantoras de coplas<br />

satíricas ocurrió en Tunia en 1796: Archivo General de la Nación, Criminal,<br />

t. 3 1, fols. 913-966.


Cusa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 127<br />

llegar a un marido o a un alcalde, podían esconder una vieja<br />

rivalidad pero, a su vez, eran un mecanismo de control<br />

que se apoyaba en el rumor de la comunidad y en la moral<br />

social.<br />

En los límites de estos mecanismos de control, otros<br />

expurgaban una violencia física que no dejaba de tener,<br />

paradójicamente, sus matices simbólicos. En los barrios de<br />

mestizos e indios, Santa Bárbara y Las Nieves de Tunja y<br />

Bogotá, ocurrieron casos con cierta frecuencia de jóvenes<br />

que actuaban en gavilla para cortar el cabello a muchachas<br />

que no les prestaban atención a sus coqueteos. Llama la<br />

atención que en sus respuestas a los alcaldes no creían haber<br />

cometido algún delito, pues sólo lo hacían para que<br />

“no se den infidas”.”<br />

Es obvio que los difusos límites entre lo privado y lo<br />

público en esta sociedad intervenían en favor de un orden<br />

que colocaba en su centro la defensa del honor. Orden<br />

que, es necesario decirlo, se presentaba demasiado frágil.<br />

Hace ya muchos años el antropólogo Julian Pitt-Rivers<br />

advirtió en forma lúcida cómo la vida doméstica y la vida<br />

pública se reunían selladas por el honor. Pero en nuestro<br />

caso se trataba de un sentimiento expuesto permanentemente<br />

al acecho de los demás." La intervención de la<br />

comunidad y de los alcaldes sobre la vida familiar constituía<br />

una permanente presión porque concebían que toda<br />

afrenta a su honra lastimaba el orden social. Pero no deberíamos<br />

olvidar en qué forma vecinos y alcaldes se consideraban<br />

sus reparadores. En la vida cotidiana de las gentes de<br />

los barrios de las ciudades neogranadinas el honor dejaba<br />

12. Archivo General de la Nación. Santufé de Bogotá, Criminal, t:<br />

83. fol. 415, 1805.<br />

13. l’itt-Rivers. 82. Arlette Fargo adelanta un razonamiento similar<br />

en su estudio sobre la vida en los barrios populares de París en el siglo<br />

xviu. L a vida frág il, México, Instituto Mora, 1994, págs. 28 39.


128 I PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />

de ser una noción abstracta para decidir hechos cruciales:<br />

por defenderlo acudían a salvar a una mujer de la sevicia<br />

de su marido, como también, por defenderlo, la denunciaban<br />

exponiéndola a su violencia.<br />

Bibliografía<br />

E l conocim iento que p oseem os de la form ación fam iliar y la<br />

vida dom éstica colonial colom biana es m uy precario. H asta el<br />

presente son m uy contad as las investigaciones que se han orientado<br />

en esta dirección. E l autor ha h ech o un esfuerzo por relacionar<br />

la inform ación dispersa y fragm entaria que existe sobre el<br />

tem a.<br />

Parte sustancial de la inform ación que sirve de base a este<br />

ensayo p roced e de los Padron es de Población de fines del siglo<br />

x v i i i , levantados en cada una de las ciudades colom bianas, y del<br />

conjunto de testam entos de hom bres y m ujeres de Tunja, M e ­<br />

dellin, C ali y C artagena. U n estudio m ás am plio sobre las form as<br />

de vida fam iliar en la é p o ca es preparado actualm ente por el autor.<br />

O tras referencias pueden encontrarse en:<br />

A vendafio, R osa. Demografía histórica de Tunja. Tesis de M a estría,<br />

Tunja, u p t c , 19 9 1.<br />

Benitez, Jo s é A ntonio. E l Camero de Medellin. Edición de R o b erto<br />

Luis Jaram illo . M ed ellin, G o b ern ación de A ntioquia,<br />

1988.<br />

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D ueñas, G uiom ar. “Socied ad , fam ilia y género en Santafé a finales<br />

de la colo n ia”, en Anuario Colombiano de Historia Social y<br />

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M edellin, Suram ericana, 1988, págs. 30 7-34 2.<br />

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milia en el mundo ibe/vamericano, M éxico, u n a m , 1994.<br />

“U na m anera difícil de vivir: las fam ilias urbanas neogranadinas<br />

del siglo x vm ”, en F a m ilia y v id a p riv a d a en Iberoam érica.<br />

M éxico, E l C o leg io de M éxico, 19 95.<br />

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tá, C o rp oració n N acion al de Turism o, 19 82.<br />

Vargas. Julián. La sociedad de Santafé colonial B ogo tá, c i n e p ,<br />

1990.


L a vida cotidiana y pública en las<br />

ciudades coloniales<br />

MARGARITA<br />

GA RRID O<br />

L / a fundación de ciudades Ríe la fc>rma predilecta de<br />

tomar posesión del territorio por parte de los españoles. Se<br />

fundaron ciudades-puertos, ciudades-centros administrativos,<br />

ciudades-mineras, ciudades de frontera y ciudades de<br />

abrigo y sustento en los largos valles. El tipo de ciudad que<br />

dominó el primer siglo colonial Ríe la ciudad encomendera,<br />

no sólo porque los encomenderos impusieron un estilo<br />

señorial acorde con su recién adquirida hidalguía y Rieran<br />

los dueños de las casas altas y de las tierras circundantes,<br />

sino también, y sobre todo, porque su mercado de víveres<br />

y de todo tipo de artículos era abastecido por los indios de<br />

las encomiendas, y la construcción y mantenimiento de<br />

obras y espacios públicos y privados se hacían con el “alquile”<br />

de indios (o mita urbana).<br />

Las primeras construcciones que convocaron el interés<br />

de los vecinos y requirieron el trabajo de los indios Rieron<br />

las iglesias y los conventos de Franciscanos, Dominicos,<br />

Agustinos o Mercedarios que tempranamente marcaron la<br />

fisonomía de Santa Fe, Tunja y Villa de Leiva; Popayán,<br />

Pasto, Cartagena, Santa Marta y de Santa Fe de Antioquia.<br />

Los indios, incluidos en una circunferencia de ocho leguas


I32 | MARGARITA GARRIDO<br />

de radio en torno a Tunja, contribuyeron además a la adecuación<br />

de puentes, cercas, acequias, las primeras fuentes<br />

de agua y molinos y, en el caso de San Juan de Pasto, un<br />

hospital.1<br />

Fue el tiempo en que los visitadores, los cronistas y los<br />

reales cosmógrafos, describieron las ciudades por el número<br />

de indios que se repartían los encomenderos. En Neiva,<br />

catorce vecinos y alrededor de 2 500 indios tributarios, en<br />

Timaná, el mismo número de vecinos con 1 500 tributarios<br />

y para La Plata, veinticuatro vecinos y 4 000 tributarios.2<br />

Pasto, que había tenido 20 000 indios cuando la visita<br />

de Tomás López, tenía, en los setentas del siglo xvi, 8 000<br />

tributarios encomendados a veintiocho vecinos, Popayán<br />

4 500 a veinte vecinos y Cali, que había llegado a tener 600<br />

españoles entre vecinos y comerciantes, contaba con 120,<br />

de los cuales diecinueve o veinte tenían encomendados<br />

unos 2 000 indios.3 Los encomenderos de Santa Fe se<br />

opusieron rotundamente a las órdenes de no cargar ni<br />

maltratar los indios. Sobre esta materia hubo varios<br />

enfrentamientos entre las autoridades, entre autoridades<br />

eclesiásticas y civiles, entre oidores y visitadores. Cosa pública,<br />

fueron también los rumores: algunos sonados crímenes<br />

y condenas, las querellas individuales, o algunos<br />

dramas pasionales.4 Pero a mediados del siglo xvn cuando<br />

la población indígena había llegado a su mínima expre­<br />

1. Colmenares, Germán, L a provincia de Tunja en e l Nuevo Reino de<br />

G ranada, '['unja, biblioteca de la Academia Boyaccnse de Historia,<br />

1984: Díaz del Castillo, Emiliano, San Jua n de Pasto, siglo xn , Bogotá,<br />

Fondo Cultural Cafetero, 1987, págs. 271-286.<br />

2. Geografía de Juan I/ipez de Velasco citada por Joaquín ( Jarcia<br />

liorrero, N eiva en et siglo xm , Neiva, 1983, págs. 66-72.<br />

3. Informe de Fray Jerónim o de F.scobar citado por Emiliano Díaz<br />

del Castillo, op. a t., Bogotá, 1987, págs. 3 11- 3 19 .<br />

4. Véase la ohra de Juan Rodríguez Freyle, E l Camero, Conquista y<br />

descubrim iento d el Nuevo R eino de Granada.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 13 3<br />

sión, la encomienda como institución no pudo superar su<br />

crisis y con ella cayó la ciudad encomendera.<br />

La ciudad hidalga del primer siglo colonial dejó un<br />

fuerte legado de valores que marcaron definidamente el<br />

sentido de la convivencia urbana. En particular, establecer<br />

la ciudad como centro del poder en un área dada; un cabildo<br />

donde se definía el abasto de la ciudad por el campo y<br />

se competía por el poder; los alcaldes ordinarios encargados<br />

de la justicia en primera instancia en sus jurisdicciones,<br />

el tiempo, medido por los repiques de campanas y la conducta,<br />

por los preceptos religiosos. Como en otras sociedades<br />

preindustriales, la diferenciación de lo público y lo<br />

privado no era tan clara como resulta hoy a nuestros ojos.<br />

Quizás la mejor referencia a ello es la expresión de “público<br />

y notorio”, la cual se refería a lo sabido por todos e incluía<br />

los distintos aspectos de la vida en la calle, la plaza, la<br />

Iglesia o el cabildo y en ocasiones la vida de las personas<br />

dentro de sus casas.<br />

La ciudad del siglo xvm conservó su misión de establecer<br />

el orden espacial y escriturario para la vida en ella y en<br />

el área circundante, pero el modelo fue profundamente<br />

afectado por la condición colonial americana y se produjo<br />

una cultura urbana criolla y mestiza.* La distinción de ciudades<br />

españolas y pueblos de indios perduró sólo formalmente,<br />

pero no evitó que la ciudad fiiera en cierta medida<br />

‘tomada’ por los mestizos. Los poderes y los notables,<br />

blancos españoles y americanos, estaban ubicados alrededor<br />

de la plaza, con sus sirvientes -sobre todo indias o esclavas<br />

negras-, en las cuadras aledañas se ubicaban los<br />

vecinos que les seguían un peldaño más abajo en nobleza y<br />

* Véase Colmenares, Germán, C ali, terratenientes, mineros y comerciantes,<br />

siglo xrm, Cali, 1975, y Popayán, una sociedad esclavista, 16H0-<br />

1H00, Bogotá, 1979.


134 I MARGARITA g a r r i d o<br />

prominencia, alternando con mestizos en ascenso y en<br />

proceso de blanqueamiento, y luego la plebe, el bajo pueblo,<br />

constituido por hombres y mujeres libres de todos los<br />

colores -ya se hablaba menos de “castas”- y los indios que<br />

habían venido a quedarse por distintas razones en la ciudad.<br />

La convivencia de gentes libres de varios mestizajes,<br />

dio lugar a formas culturales que en mayor o menor medida<br />

combinaban elementos diversos y alternativos. En las<br />

galleras, los sitios de juego y las chicherías, se produjeron<br />

vínculos entre miembros de diferentes estamentos de la<br />

sociedad, en contravía del orden que los separaba. Aunque<br />

los espacios y jerarquías definidas por el reparto de solares,<br />

al hacerse las fundaciones, no cambiaron, en muchos lugares<br />

y tiempos fue difícil mantener el patrón del damero, y<br />

la imagen de las calles embarradas, con los caños en medio,<br />

la cercanía de los animales y de las basuras no fue extraña.<br />

Por mucho tiempo la cuadrícula original no se<br />

completó y los servicios públicos fueron bastante precarios.5<br />

En los espacios públicos como las plaza y los altozanos,<br />

las calles principales, las arcadas, las pilas, los manantiales<br />

y los mercados, se aprendía y se reproducía el<br />

comportamiento público. Los oficios de los artesanos calificados,<br />

hasta cierto punto jerarquizables, estaban ubicados<br />

en barrios a los que les imprimían su carácter. Plateros<br />

y sastres, ebanistas y carpinteros, loceros, tejedores, hilanderas,<br />

sombrereras y zapateros entre muchos otros, habitan<br />

dichos barrios. En las ciudades del siglo xvm otros<br />

oficios como los de pequeños comerciantes (tratantes y<br />

pulperos), arrieros y toda suerte de servicios, se concentra-<br />

5. Romero, José Luis, Latinoam érica, las ciudades y las ideas, México.<br />

1976; Vargas, Julián, 1st soacda/1 de Santa Fe colonial, Bogotá, c i n e p ,<br />

1990; Rodríguez, Pablo, C abildo y vida urbana en M edellin colonial, 1675-<br />

ijjo , Medellin, Universidad de Antioquia, 1992.


vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 135<br />

lian en barrios como San Victorino en Santa Fe, el Ejido en<br />

Popayán y la Mano del Negro en Cali/'<br />

Reconocimientos: lo privado público<br />

La operación simbólica más importante de lo público cotidiano<br />

era la del reconocimieiito que se daban unos vecinos a<br />

otros. El ser público de las personas se construía sobre una<br />

relación de intercambio con las otras. Los elementos que<br />

se intercambiaban eran principalmente simbólicos: la nobleza<br />

o limpieza de sangre (blasones, relaciones de méritos,<br />

credenciales de cristianos viejos), el trato (forma de<br />

dirigirse, usar o no el don, el título tal, etc.), la procedencia<br />

(dar el lugar o el paso al más importante), las maneras (de<br />

hablar, de vestirse, de comer, de conducirse, de celebrar,<br />

etc.), la honra y buen nombre. Estos elementos constituían<br />

el capital simbólico de las personas, de los grupos y de los<br />

estamentos, y era defendido como lo más preciado de su<br />

identidad. Los detalles de estructura y ornamentación de<br />

las casas principales tales como el pórtico, el tener una o<br />

dos plantas, techo de paja o de teja, ocupar un cuarto de<br />

manzana o menos, tanto como el número de sirvientes,<br />

aludían a la ‘distinción’ de sus ocupantes. Todos estos elementos<br />

debían ser validados -reconocidos- por los otros<br />

individuos y por la comunidad. El reconocimiento ocurría<br />

en la vida diaria sobre todo en los espacios no privados<br />

como las calles, la plaza y las plazuelas, las iglesias, el<br />

comercio o el mercado e inclusive, las casas de otras personas.<br />

En el reconocimiento individual se ponía en juego una<br />

combinación de elementos étnicos, de linaje, de patrocinio<br />

6. Colmenares. Germán. “La economía y la sociedad coloniales,<br />

1550-1800", en N ueva H istoria de Colombia, vol. 1. Bogotá, Planeta,<br />

1989. págs. 117 -152.


1^6 | MARGARITA GARRIDO<br />

y, muy especialmente, de honra. Siguiendo el sencillo principio<br />

de que lo que ocasiona las quejas es lo más sentido y<br />

lo que se condena lo más temido por una sociedad, podemos<br />

decir que el honor y la honra eran altamente valorados<br />

y su ultraje temido. Dirigirse a alguien de manera<br />

apropiada era una forma de honrarle, de reconocerle sus<br />

méritos. Son incontables los casos de reclamo por ultraje<br />

en la manera de dirigirse a alguien. Ellos suscitaban querellas<br />

que eran la manera de buscar una solución legal a los<br />

conflictos individuales entre vecinos, tanto como la vía de<br />

queja por abuso de autoridad, por mal trato e incumplimiento<br />

de compromisos adquiridos.<br />

El dictado de alguien, eran los títulos que antecedían a<br />

su nombre. El del rey y el virrey, muy largos e impresionantes,<br />

los de los oidores un poco y con la excepción de<br />

los de algunos poquísimos marqueses, el título de la mayoría<br />

de los españoles peninsulares o americanos que había<br />

en Nueva Granada no era más que el de don. Éste era, sin<br />

embargo, muy preciado.<br />

Fueron muy comunes las quejas sobre haber negado el<br />

don a alguien que lo había obtenido, tal el caso de Antonio<br />

Muñoz, un comerciante que había costeado la fiesta de la<br />

Candelaria en Medellin,7 o el de alguien que lo heredaba<br />

de generaciones, como don Manuel de Caicedo y Tenorio<br />

en Cali, retomado por Eustaquio Palacios en E l alférez real.<br />

La clave de la identidad de los notables era su diferenciación<br />

de las castas. Los valores de linaje y blancura parecen<br />

haber sido los más importantes. Hay cientos de casos<br />

de solicitud de ‘Gracias al sacar’ o blanqueamiento, llenando<br />

los estantes de archivos coloniales. La educación también<br />

era importante, sobre todo en lo relativo a maneras y<br />

7. Twinam, Ann, M inen , M erchants an d Farmers in C olonial Colombia,<br />

Austin, 1982, págs. 198-221.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales \ 137<br />

costumbres, y para los hombres, la educación escolar formal.<br />

El acceso a los colegios mayores era cuestión de género<br />

y de linaje. Entre las mujeres muy pocas eran capaces<br />

de leer y escribir y se dice que el virrey Ezpeleta se aterró<br />

de ver señoras de distinción haciendo cuentas con granos<br />

de maíz. Las famosas “exposiciones de méritos”, recogen<br />

los servicios a la Corona por generaciones y los títulos por<br />

ello obtenidos. La diferenciación entre criollos y españoles<br />

varió con las circunstancias, pero sólo fue puesta como<br />

antagonismo principal en tiempos de la Independencia.<br />

En el ámbito público el tratamiento de don era signo<br />

de civilidad, de “estilo político”. En el caso abierto por la<br />

queja de don Gabriel López de Arellano, notario eclesiástico<br />

de Medellin, por no haber sido tratado como don en<br />

1776, los testimonios decían, “...que en esta villa es estilo<br />

político de muchos tiempos a esta parte el tratar a las Personas<br />

de Calidad y honra con el tratamiento de don Fulamfi<br />

no... .<br />

Los pleitos por precedencia en la entrada o en asiento<br />

en reuniones de los cuerpos de gobierno ordinarios o presidiendo<br />

celebraciones, no sólo ocuparon a notarios y jueces,<br />

sino que fueron la comidilla pública. En Cartagena, en<br />

1767, Francisco García del Fierro y Francisco Antonio de<br />

Aróstegui, regidor y procurador respectivamente sostuvieron<br />

un pleito de precedencia pública; en Popayán, el regidor<br />

Matías Rojas y el fiel ejecutor Joaquín Ibarra, se vieron<br />

envueltos en una disputa sobre lo mismo entre 1774 y<br />

1777; en Honda, dos regidores de su cabildo, Joaquín Lascano<br />

y Tomás de los Santos, entre 179 1 y 1795 dejan constancia<br />

de otra disputa.9<br />

8. Benítez, José Antonio, “el Cojo", Cam ero de M edellin, editado<br />

por R. I/. jaramillo, Mcdcllín, 1988, prólogo, pág. xxn.<br />

9. Fondo Policía del Archivo General de la Nación, en adelante<br />

AGN, citados por mí en Reclamos y representaciones: variaciones de la f>o-


138 | MARGARITA GARRIDO<br />

El orden de entrada y “de asiento” en la Iglesia también<br />

era significativo y dio lugar a un cúmulo de pleitos. Los alcaldes<br />

de un pueblo se quejaron de que sus pares u<br />

homólogos en pueblos vecinos, les solicitaran cualquier<br />

gestión con las palabras, “ordeno y mando” y no con las<br />

adecuadas de “ruego y encargo”. El “ordeno y mando” los<br />

disminuía. Hay mucho de cortesano en la representación<br />

que los individuos tienen del orden cuando se sienten motivados<br />

a entablar pleitos interminables sobre estos asuntos.<br />

Ello es esencial en una sociedad colonial, jerarquizada<br />

y estamental, en la que la elaborada etiqueta textual y<br />

gestual correspondía a las posiciones en la jerarquía y éstas<br />

requerían el reconocimiento público. Cuando vemos los<br />

empadronamientos hechos “con distinción de la esfera de<br />

cada uno”, entendemos cómo, sobre las diferencias estamentales,<br />

se construían las identidades. Pero no sólo las<br />

formas ritualizadas se exhiben en el escenario ciudadano.<br />

La gente común defiende su honra y exige reconocimiento<br />

de ella por parte de las autoridades con quienes, en caso<br />

contrario, se querellan. Dos vecinos de Titiribita, un pueblo<br />

de blancos e indios cerca de Chocontá, se quejan de<br />

que su alcalde los ha llamado ladrones y zánganos y solicitan<br />

“que nos devuelva nuestro crédito de uno y otro lo que<br />

públicamente nos ha dicho en nuestra deshonra y buena reputación<br />

que hasta el presente hemos vivido”.10<br />

La buena reputación moral también tenía un alcance<br />

estamental y entraba en el intercambio político. Como lo<br />

señalara Germán Colmenares, la ofensa a un miembro del<br />

estamento noble era vista como ofensa a la honra del grupo,<br />

pues suponía un despojo de las calidades subjetivas que<br />

¡(tica en el N uevo Reino tie G ranada, 1770-1810, Bogotá, Banco de la República,<br />

1993, pág. 221.<br />

10. A G N , Empleados Públicos de Cundinamarca (en adelante<br />

e p c ), 2 1, fol. 423-426.


Ijfí vida cotí diana y pública en las ciudades coloniales | 139<br />

debían acompañar a sus miembros." Es ello lo que explica<br />

la oposición de los vecinos notables de Cartago a la elección<br />

de don Nicolás de Perea como alcalde en 1776, por<br />

ser sospechoso de complicidad en un crimen cometido<br />

por su sobrino. La “difamación... originada en la voz común<br />

que ha rugido en aquellos países que aunque sea un<br />

leve y falso nimor del vulgo” había “manchado” a Perea. Al<br />

elegirlo se exponía “el honor del empleo a los menosprecios<br />

y vilipendios que nacen de un mal y sospechoso concepto”.12<br />

El grupo de notables defiende su autoridad<br />

política del deterioro que le produciría la mancha moral<br />

del electo. El orden político tenía pues una estrecha correspondencia<br />

no sólo con los estamentos étnicos sino<br />

también con una imaginada jerarquía moral. Esta correspondencia<br />

también la cuidaban celosamente, como parte<br />

de su patrimonio, los notables de poblaciones como Anapoima,<br />

donde encontramos una queja contra el alcalde<br />

Rojas por insultar a los “sujetos de distinción” para “ofenderlos<br />

y vilipendiarlos a la vista de la plebe”. L a notabilidad<br />

de los notables tenía que ser confirmada por el vulgo.<br />

También era precisamente la defensa de la honra, uno<br />

de los elementos aue agrupaba a los artesanos en cofradías,<br />

en las que además de la devoción, compartían el socorro<br />

mutuo para la dote de sus hijas, la enfermedad y la<br />

muerte.<br />

Vecinos y parroquianos: la moral pública<br />

De acuerdo con el modelo hispano colonial se debía vivir<br />

11. Colmenares, (íermán, T '.l manejo ideológico de la ley en un<br />

período de transición” en 11 is/orín C rítica, N" 4, Bogotá, Universidad de<br />

los Andes, 1990, pág. 1 r.<br />

12. a o n , Colonia, Empleados Públicos del Cauca, t. 1, fol.<br />

721-920.<br />

13. a g n . f.p c , t. 24. fol. 353-355-


140 | MARGARITA GARRIDO<br />

“en policía y a son de campana”, es decir congregados, en<br />

orden y alrededor o cerca de una iglesia. Ello permitía el<br />

control de la moral pública y privada. La densidad física<br />

del espacio ocupado por grandes edificios religiosos, la<br />

recurrencia en el tiempo de las horas con campanas, los<br />

domingos y otras fiestas de guarda, la marcación y registro<br />

de los cambios de estado, nacimiento, matrimonio y muerte<br />

mediante los rituales religiosos, produjeron una llamativa<br />

centralidad de lo religioso y un ambiente tan permeado<br />

de ello, que lo público cotidiano parecía resolverse principalmente<br />

en sus espacios, sus horas, sus rituales y sus discursos.<br />

No en vano y semanalmente, los sermones fueron<br />

el discurso destinado al público, el que denotaba los límites<br />

del bien y del mal, ofrecía (e imponía) un sentido del orden<br />

y apelaba continuamente a las conciencias.<br />

Lo civil y lo religioso parecían unidos para siempre por<br />

las Dos Majestades, como se decía, Dios y el Rey. La parroquia<br />

era el núcleo para la administración tanto eclesiástica<br />

como civil y quienes vivían en una misma área urbana,<br />

eran al mismo tiempo vecindario y feligresía. No se podía<br />

en aquella concepción del mundo ser buen ciudadano si<br />

no se era buen padre, buen hijo, buen esposo y buen parroquiano;<br />

no se podía faltar a la ley sin pecar; faltar al rey sin<br />

faltar a Dios. Así, se tenía un doble sentido, civil y religioso,<br />

del orden político, del jurídico y del espacial. Las fiestas y<br />

ceremonias, de regocijo o duelo, también tenían los dos<br />

sentidos. Podemos decir que se hacía uso civil de las religiosas<br />

y religiosos de las civiles, cuyas fronteras no siempre<br />

eran claras.<br />

Desde las primeras épocas del período colonial los sermones<br />

de los curas apoyaban a las autoridades en la imposición<br />

de tributos como la alcabala y otros impuestos.'4<br />

14. Groot, José Manuel, H istoria eclesiástica y c ivil de la N ueva G ranada,<br />

vol. 11, pág. 203.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 141<br />

Vecinos, oficiales y sacerdotes, acostumbraban justificar<br />

sus actos por amor a ‘las dos Majestades’: Dios y la Corona.<br />

Si por un lado la Iglesia y las misiones suplían al Estado<br />

en áreas alejadas o no integradas, por otro, la lucha contra<br />

los pecados públicos no era sólo asunto de la Iglesia sino<br />

también de los gobernantes.<br />

Las respuestas a la Cédula de Aranjuez entre 1801 y<br />

1804 permiten observar que en ciudades y villas la asistencia<br />

a la misa y el control sobre la moral familiar, eran mucho<br />

más efectivas que en las zonas rurales.'5 No obstante,<br />

no había uniformidad al respecto. En algunas de las parroquias<br />

multiétnicas se encuentra el caso de que los blancos<br />

no querían ir a la Iglesia para distinguirse de los indios.<br />

Además de notar lo anterior, el obispo de Cartagena se<br />

horroriza de los bundes de negros que se daban “no solo<br />

en los sitios y lugares, sino también en las villas y ciudades”.'6<br />

Todos los discursos, civiles y religiosos, públicos y<br />

privados, están permeados por el lenguaje moral. Las autoridades<br />

tratan de controlar al vecindario con las disposiciones<br />

de orden y policía y el vecindario a su vez ejerce<br />

control no sólo sobre sus semejantes sino sobre las autoridades<br />

en defensa de la moral pública, la justicia y el bien<br />

común.<br />

Orden y p o liiía : discursos sobre la ciudad<br />

Los cabildos de las ciudades tuvieron siempre a su cargo<br />

ordenar el abasto de carne y víveres, las obras públicas, el<br />

mantenimiento del hospital, de los caminos y los puentes y<br />

15 . Ao n . Cédulas Reales, Real Cédula de Aranjuez, 2 4 de abril de<br />

1R01.<br />

16. Informe del obispo de Cartagena sobre el estado de la religión<br />

y la Iglesia. 1781, en Hell Lemus, Gustavo, Cartagena de Indias: de la Colonia<br />

a la República, Hogotá, Fundación Guberek, 19 91, págs. 1 5 2 - 1 6 1 .


142 | MARGARITA GARRIDO<br />

el control de pesos y medidas.17 En la segunda mitad del<br />

siglo xviii los principios protoempresariales de orden,<br />

eficiencia y regularidad, fueron rectores de las políticas sobre<br />

el orden público. Aunque se siguió girando en torno a<br />

la imposición del modelo de vida colonizador de “policía y<br />

buen gobierno”, el discurso de los gobernantes se vio renovado<br />

por las ideas ilustradas. Las dos diferentes vertientes<br />

del discurso sobre el orden urbano, una más relacionada<br />

con la policía de lo material -las obras públicas, el acueducto,<br />

la limpieza, la cuadrícula, los cementerios- y la otra,<br />

más relacionada con el orden social -las diversiones, la integridad<br />

de las familias, la pobreza-, estaban estrechamente<br />

vinculadas.<br />

Mientras en algunas partes las iniciativas ilustradas<br />

chocaron con cabildos y curas tradicionales, en otras los<br />

cabildantes asumieron los ideales de mejoramiento. Además,<br />

los vecinos presionaban por el cuidado del empedrado<br />

y de las asequias y por derechos como el de llevar una<br />

“paja de agua” a su casa.'8<br />

Los documentos escritos de nuevo ordenaban las ciudades<br />

como lo habían hecho con las fundaciones del siglo<br />

xvi.'9 El traslado de Arma a Rionegro en 1770, dio lugar a<br />

que se expresara con precisión el orden que debía tener la<br />

nueva ciudad. El cabildo solicitó autorización del rey para<br />

recaudar ciertos impuestos con el fin de incrementar la<br />

renta pública y financiar los gastos de la ciudad y las obras<br />

públicas. Se fijaron impuestos sobre almacenes, casas de<br />

juego, puentes y ganadería. Con el fin de dotar la ciudad de<br />

17. Véanse obras basadas en libros capitulares como Arboleda,<br />

Cíustavo, Historia de Cali, Cali, U. del Valle, 1956.<br />

18. Martínez, William, L a vida cotidiana de Tunja en el siglo xnn<br />

Tunja, tesis de grado de la U. Pedagógica y Tecnológica de Colombia,<br />

1989, págs. 69-75.<br />

19. Véase Rama, Ángel, L a ciudád letrada, Hannover, 1984.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales \ 143<br />

vastos recursos naturales se propuso tomar parte de la tierra<br />

del resguardo de los indios de San Antonio de Peryra, a<br />

fin de convertirla en propia y formar ejidos. (Los indios<br />

serían trasladados a la localidad de Chuscas). Se designó el<br />

lugar en el que se construiría la plaza central de donde partirían<br />

calles y manzanas de cien yardas, diseñadas de<br />

acuerdo con el patrón damero. Se designó el sábado para<br />

día de mercado, en el cual los habitantes que vivían dispersos<br />

en los campos, debían acudir a la ciudad para tener<br />

contacto con las maneras civilizadas y adquirir hábitos de<br />

interrelación social. Los pequeños negocios ubicados en<br />

las afueras debían ser trasladados a su interior y sujetarse al<br />

pago de impuestos/0<br />

Las medidas fueron sugeridas por el cabildo recién<br />

nombrado y por el gobernador de Antioquia, don Francisco<br />

Silvestre, y recibieron el apoyo del oidor Mon y<br />

Velarde. Los valores de racionalidad económica, de mercado,<br />

de vida en policía, convergían en la concepción de la<br />

ciudad como centro civilizador. En las ciudades se publicaban<br />

bandos sobre los días en que se debía barrer y sacar<br />

las basuras de distintas clases, la manera de hacer cercas a<br />

los lotes, de construir cañerías y conservar los andenes. Se<br />

daban disposiciones específicas para los domicilios y para<br />

los talleres de diferentes oficios según sus materiales y desperdicios.<br />

También se disponían los lugares donde se podían<br />

mantener animales, generalmente sólo en los ejidos y<br />

las condiciones para cerdos y gallinas. Los encargados de<br />

hacer cumplir estas normas eran los alcaldes de barrio. En<br />

los casos de disposiciones dirigidas a las comunidades indígenas,<br />

las Cédulas Reales llegaban a dar indicaciones sobre<br />

la forma de construir camas y distribuir los espacios<br />

interiores.<br />

20. a g í , Santa Fe 706.


144 I MARGARITA GARRIDO<br />

El orden público era motivo central de preocupación<br />

de las autoridades y las disposiciones se proclamaban por<br />

‘bando por las calles públicas y acostumbradas y a son de<br />

cajas y usanza de guerra’, y correspondía a los alcaldes de<br />

barrio hacerlas cumplir e informar semanalmente al juez<br />

superior o al oidor donde lo hubiere. Las disposiciones tomadas<br />

después de la Revolución de los Comuneros, en<br />

178 1, para “afianzar la quietud... procurar la Paz, y Subordinación<br />

debida al Soberano”, dejan ver, en lo que consideran<br />

desorden, el sentido del orden. El bando que se<br />

publicó en marzo de 1782 no sólo mandó a recoger volantes<br />

sediciosos, libelos infamatorios y pasquines de la pasada<br />

revolución, sino que también ordenó a los alcaldes de<br />

barrios a dar noticia de los vagos y ociosos, y a los caseros<br />

de sus inquilinos. Las mesas de truco debieron cerrarse a<br />

las diez de la noche y las pulperías y chicherías a las ocho,<br />

las carreras de caballos fueron prohibidas, el porte de armas<br />

también, con la única excepción de las espadas de los<br />

caballeros, las músicas sólo pudieron sonar con permiso y<br />

por motivo justo. Los casados separados fueron compelidos<br />

a reunirse y hacer vida con sus respectivas mujeres.<br />

Los mendigos y pordioseros que son “de mal exemplo al<br />

público por su ociosidad”, debieron ser llevados a los hospicios<br />

según su sexo.21<br />

Estos bandos reforzaban la capacidad de las autoridades<br />

para tener un amplio control de la vida cotidiana. En<br />

Popayán, en un atardecer de enero de 1782, un grupo de<br />

negros y mulatos celebraban el entierro de un niño en el<br />

barrio de San Camilo, según usanza. La “algasara y vulla”<br />

del “baile de angelito”, llamó la atención del gobernador,<br />

don Pedro de Becaría, quien se hallaba “en cumplimiento<br />

de su obligación de ronda a fin de evitar todo desorden,<br />

21. a g n , Cédulas Reales, t. 10. fol. 252-258.


escándalos y pecados públicos”, ya que se había prohibido<br />

por bando “los bailes en casa alguna sin permiso y licencia<br />

de este juzgado”. Al poco rato se suscitó un pleito que fue<br />

lo que causó que se abriera expediente y se registrara el<br />

caso. Uno de los caballeros enredados en el pleito había<br />

reprochado a los asistentes por bailar delante del cadáver y<br />

había explicado su presencia diciendo que andaba buscando<br />

un esclavo huido. Estos bailes que acompañaban a los<br />

entierros de niños eran tolerados con cierta reserva.22<br />

Había pues, un denso discurso civil-moral sobre lo público<br />

cotidiano que reglamentaba espacios, usos^ actitudes<br />

y relaciones. Es difícil medir su incidencia y el grado de<br />

consenso que alcanzó. Se puede decir, sin embargo, que su<br />

eco llega a la era republicana para ser combinado con una<br />

pedagogía para la producción de ciudadanos.<br />

La prensa de fines del siglo xvm también convergió en<br />

los discursos sobre la vida cotidiana de la ciudad, enmarcándolos<br />

en el género cultivado por Feijoo yJovellanos, es<br />

decir, como crítica de las costumbres. El Papel Periódico<br />

de Santafe se ocupó de la pobreza, de los hospicios, de los<br />

hospitales y promovió las sociedades de amigos del país.<br />

Aludió a los granadinos como una comunidad y como una<br />

audiencia, informándoles del comercio, de los nombramientos<br />

y promociones coloniales, tanto como de las principales<br />

noticias de España y de Europa. Fue este asomo a<br />

la cotidianidad moderna, lo que introdujo, como lo hizo la<br />

prensa en todas partes, esa idea de tiempo, por una parte<br />

contiguo y discontinuo que une cotidianidades y por otra,<br />

continuo que conecta historias intermitentes.<br />

Como la prensa, la Expedición Botánica, la Real Biblioteca,<br />

las sociedades de amigos del país y el cambio de<br />

currículum en los colegios, contribuyeron de diversas forl^a<br />

vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales \ 145<br />

22. ACiN, EPC, t. I, fol. 179-278


146 I MARGARITA GARRIDO<br />

mas a ampliar el espacio de lo público y a matizar los discursos<br />

tradicionales con aproximaciones modernas a viejos<br />

y nuevos temas.<br />

Lo Justo y el bien común: política local<br />

Los gobernados trataron de ejercer un control moral sobre<br />

sus gobernantes y de defender lo considerado justo o el<br />

bien común. Su discurso y sus actitudes sobre lo público se<br />

pueden ver en las “representaciones” elevadas por los vecinos<br />

de las ciudades y villas a la Real Audiencia sobre las<br />

elecciones, sobre los alcaldes y sobre la justicia. Estos eran<br />

temas principales de lo público cotidiano en las poblaciones<br />

de todos lo tamaños. La participación de los vecinos<br />

en la vida política local fue mucho mayor de lo que comúnmente<br />

se piensa. Cada año se hacía elección de alcaldes<br />

con base en las temas formadas por el cabildo y en un<br />

relativo consenso de los vecinos sobre quiénes eran merecedores<br />

de los cargos. El primero de enero, previa confirmación<br />

de uno de los nombres por el gobernador o el<br />

corregidor, se hacían públicos los nombramientos.<br />

Los elegidos debía ostentar los valores hidalgos: ser<br />

limpio de sangre (sin mezcla de castas), moralmente correcto,<br />

libre de causas con la justicia y de parentesco con<br />

los electores, saber leer y escribir y tener con qué vivir con<br />

decencia (no tener oficio manual y vestir capa).<br />

Los vecinos contaban con la posibilidad de protestar<br />

contra la elección de un alcalde, o contra una injusticia.<br />

Reunidos al efecto, escribían unos documentos llamados<br />

representaciones en los que explicaban las razones que tenían<br />

para oponerse a un candidato. Cualquier falla real o<br />

supuesta sobre alguno de estos atributos y condiciones<br />

podría ser expresada para oponerse a su elección o a su<br />

confirmación. Como los alcaldes eran al tiempo jueces locales,<br />

su capacidad de ser justo era también aquilatada. Los


L/7 vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 147<br />

aspectos que más frecuentemente se denunciaban en las<br />

representaciones eran el monopolio de los cargos locales<br />

por una familia o un grupo -que incluía denuncias de testaferros,<br />

de elecciones amañadas, de intervención inapropiada<br />

de curas-, los abusos en la distribución de justicia<br />

-juicios venales, falsos testimonios, manipulación notarial,<br />

multas excesivas y aprovechamiento de la ignorancia de<br />

otros-. Los notarios eran piezas claves de esta cultura<br />

escrituraria.<br />

Si por una parte ser vecino daba derecho a participar<br />

en lo público, por otra implicaba la imposibilidad de estar<br />

aislado de lo mismo. Un mal gobernante contra quien la<br />

oposición era infructuosa, causaba el abandono del pueblo.<br />

En muchas ocasiones los vecinos amenazaron con hacer<br />

esto si no se les cambiaban los alcaldes o regidores. Cuando<br />

“la vara queda siempre en la misma casa”... “la pobre<br />

ciudad y nosotros sujetos a la servidumbre, persecución y<br />

venganza que se puede considerar, o precisados (como lo<br />

haremos en tal caso) a salir huyendo de nuestro vecindario<br />

a refugiarnos en otra jurisdicción”. Otros hablan de “opresión”<br />

o “esclavitud” y se refieren a los que gobiernan como<br />

“familia otomana”. En esos casos solicitan para la población<br />

que se “apliquen los medios de libertarla del pesado<br />

yugo que la aflige”.2*<br />

Los vecinos tendían a ejercer un cierto control de los<br />

gobernantes locales, cuidando de que los electos cumplieran<br />

con los requisitos étnicos, morales, económicos y de<br />

idoneidad considerados apropiados, de que los cargos<br />

rotaran y de que la administración de justicia fuera pública<br />

y acorde con las leyes. Este control se ejercía a través de<br />

una especie de tribunal moral colectivo, constituido por<br />

23. Véanse muchos ejemplos en \ 1. Garrido, Redam os y representaciones,<br />

segundo capítulo.


14 8 | MARGARITA GARRIDO<br />

todos, sobre lo que se consideraba de conocimiento público.<br />

Por eso a las representaciones seguían por los testimonios,<br />

que comenzaban preguntando por lo que era<br />

“público y notorio, pública voz y fama”.<br />

No es difícil encontrar casos en los que los candidatos<br />

a alcalde pierden sus cargos por una acusación de adulterio<br />

o amancebamiento, de malversación de dineros reales<br />

o comisión de injusticias, y aun por no ir a misa o no confesarse<br />

o comulgar una vez al año. No obstante, también<br />

hay casos de protesta popular por la intransigencia de un<br />

alcalde con los amancebamientos y adulterios de los vecinos.<br />

En algunas de las ocasiones en que dos grupos familiares<br />

de notables se enfrentaron por los cargos del<br />

gobierno local, entre los argumentos expuestos a favor de<br />

uno y otro estaba su preocupación por el bien público, especialmente<br />

el de los pobres.<br />

El cura era tan importante personaje como el alcalde.<br />

Sus comportamientos eran asunto de público conocimiento,<br />

es decir, parte importante de lo “público y notorio”, y<br />

sus actitudes y discursos incidían en la vida colectiva. En la<br />

mayoría de los casos los curas en los pueblos no se limitaban<br />

a proporcionar los servicios religiosos. Estaban comprometidos<br />

en diferentes grados con la lucha contra el<br />

concubinato y la embriaguez. A su vez, de él se esperaba<br />

un comportamiento apropiado, absteniéndose de mantener<br />

‘relaciones sospechosas’ con mujeres, de jugar cartas,<br />

de involucrarse en el comercio, de participar en los bailes y<br />

en corridas o riñas de gallos.24 Sus fallas en esos aspectos, y<br />

su intervención en política, ocasionaron muchas quejas.<br />

24. ‘Constituciones sinodiales hechas en la ciudad de Santa fe por<br />

el señor Don Fray Juan de los Barrios, primer Ar/.ohispo de este Nuevo<br />

Reino de Granada que las acaha de promulgar a 3 de junio de 1556<br />

años,’ Groot, J. M ., H istoria eclesiástica y c iv il de la N ueva (iranaz/a, vol.<br />

11, págs. 498-499.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 149<br />

En la segunda mitad del siglo xvm, cuando las innovaciones<br />

de los Borbones rompieron con la tradición tolerante<br />

y laxa de la casa de Austria, y se bizo altamente<br />

efectivo el cobro de impuestos y el control de los estancos<br />

(monopolios reales), la gente de ciudades, villas y sitios<br />

protestó. Las innovaciones borbónicas tocaron directamente<br />

la vida cotidiana de amplios grupos, algunos de los<br />

cuales pasaron de la queja a la revuelta, siendo la de mayor<br />

cobertura y trascendencia la de los Comuneros del Socorro.<br />

“Las Capitulaciones” pueden leerse como un manual<br />

de la vida cotidiana en lo que concierne a las condiciones<br />

de vida de distintos grupos: las de los indios que día a día<br />

debían defenderse de la avidez de sus vecinos, de sus curas<br />

y de sus corregidores; las de los vecinos libres, artesanos y<br />

campesinos que se sentían asfixiados por los impuestos y<br />

los estancos; las de los criollos, quienes, además, solicitaban<br />

preferencia en los cargos públicos.2’ El examen de las<br />

revueltas deja ver que la violencia personal no era típica en<br />

ellas, sino más bien la amenaza y la intimidación por parte<br />

de los reclamantes y la disuasión por parte de las autoridades.<br />

Pueblos en el imperio: pertenencia e identidad<br />

Ser vecino otorgaba derechos y exigía deberes. En la temprana<br />

colonia ser vecino significaba tener casa poblada en<br />

la ciudad por un buen tiempo, ser blanco o pasar por ello.<br />

Se distinguían de los moradores y de los estantes. En la dinámica<br />

del poblamiento y el mestizaje estos requisitos se<br />

desdibujaron; entonces, el residir por un tiempo en el asen-<br />

25. Véanse las Capitulaciones en Briceño, Manuel, ¡.o s Comuneros, s,<br />

historia de la insurrección, Bogotá, 1980. La más avanzada interpretación<br />

en Phelan, John, E l pueblo y e l rey, la revolución comunera en Colombia,<br />

ijSi, Bogotá, 1980.


I5O | MARGARITA GARRIDO<br />

tamiento urbano le podía otorgar la calidad de vecino casi<br />

a cualquier persona libre. Pero eso no quiere decir que las<br />

diferencias étnicas y estamentales desaparecieran; su vigencia<br />

seguía siendo abrumadora. Muy pronto en Hispanoamérica<br />

no sólo la calidad sino el lugar de residencia<br />

empezó a acompañar comúnmente al nombre del individuo,<br />

de la misma forma que el lugar de origen había acompañado<br />

al nombre de los primeros pobladores hispanos,<br />

quienes hacían de ello un elemento importante de sus relaciones<br />

sociales y políticas.26<br />

La pertenencia a un lugar se convirtió en un rasgo de<br />

identificación y aun de identidad. La población de diversos<br />

mestizajes, que constituía la mayoría al final del período<br />

colonial, se encontraba carente de los elementos de identidad<br />

étnica y comunitaria que si tenían los criollos y los indios<br />

de las comunidades, de ahí que tendiera a hacer de su<br />

vecindad su principal pertenencia. Esa fue una de las principales<br />

razones por las que el localismo y la emulación<br />

entre poblaciones fue tan fecunda. La posición de la población<br />

en la jerarquía colonial (sitio, viceparroquia, parroquia,<br />

villa y ciudad) resultaba muy importante, puesto que<br />

a mayor título no sólo se obtenía mayor autonomía y jurisdicción,<br />

sino también mayor jerarquía entre sus vecinos.<br />

Las representaciones solicitando promoción, firmadas por<br />

grupos de vecinos, exponían los méritos del lugar expresados<br />

en sus construcciones religiosas y civiles, en la decencia<br />

y civilidad de los pobladores y en su capacidad<br />

económica para sostener, según fuera el caso, al cura de la<br />

parroquia, o el tren administrativo de una villa o ciudad.27<br />

26. Lxjckhart, James, Los hombres de Cajamarca, Lima, Ed. Milla<br />

l?atres, 1972, tomo 1. pág. 4 1 y 12 1.<br />

27. Este tema ha sido tratado por la autora en Reclamos y representaciones,<br />

pág. 190-228.


i r<br />

La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales<br />

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’ » 11 l) !•<br />

Plano de la fundación de la<br />

ciudad del Espíritu Santo del<br />

Valle de Lagrita.<br />

1601.<br />

A rchivo General de la Nación.<br />

M apoteca 4 N ° 559a.<br />

V v<br />

y<br />

J<br />

Salida del virrey del Palacio.<br />

O leo original* destruido el 9 de<br />

A bril, copia de Leudo.<br />

Casa M useo del 20 de Julio.<br />

.SPECTIVA OFACHADA DEL C A B IL D O D tA N 'J IO?.<br />

-Ci'Tí a - ■ _ ' . / ; ¡ 2 0„ - ' .le írrt; -J<br />

t i U ito ta », • • ¡’M im a ! y ¿ » > . . J . « ; / . & e < » w * z •» 1a n ¿ítu<br />

• • *' .'/


E l trapiche o<br />

molino de<br />

azúcar.<br />

G rabad o<br />

A ndré M . E .<br />

A m érica<br />

Pintoresca. Tome<br />

iii. M ontaner y<br />

Sim ón Editores.<br />

Barcelona. 1884.<br />

Recolectores de café.<br />

Antioquia. M elitón<br />

Rodríguez.<br />

Fotografía. 1892.<br />

Interior casa<br />

cam pesina.<br />

Enrique Price.<br />

Acuarela.


La vida cotidiana y pública a i las ciudades coloniales | 151<br />

En la segunda mitad del siglo xvm, los vecinos del Socorro<br />

expresaron que si ellos no ganaban la autonomía de San<br />

Gil por medio del reconocimiento del título de ciudad, se<br />

sentirían denigrados e infelices. Igual se sentían los vecinos<br />

de Mompox dependiendo de Cartagena. Los de Guaduas<br />

trataron de mantener a altos costos el título de villa. La<br />

competencia y rivalidad entre ciudades vecinas y pares, reforzaba<br />

el sentido de pertenencia local y constituía un acicate<br />

para la emulación en recursos, en obras, en fiestas y en<br />

refinamiento de las costumbres. Los de la ciudad de Arma<br />

perdieron no sólo su título sino también su nombre y su<br />

Virgen patrona, los cuales fueron cedidos a la nueva<br />

Santiago de Arma de Rionegro. Los vecinos de Timaná,<br />

antigua fundación, sufrieron una grave crisis ante el crecimiento<br />

de Garzón.<br />

En ocasiones, los vecinos se vieron comprometidos a<br />

defender el nombre de su ciudad cuando ésta era ofendida,<br />

sus recursos cuando éstos eran disputados por las poblaciones<br />

vecinas o por individuos y a luchar por su mejoramiento<br />

y ascenso en la jerarquía de poblaciones. Estas<br />

inquietudes generales llevaban a acciones legales que involucraban<br />

a un significativo número de vecinos. La defensa<br />

de la ciudad que hace el cabildo de Santa Fe en 1794, asume<br />

que es ella, la ciudad, la que ha sido insultada con las<br />

sospechas de deslealtad y sublevación de que los oidores la<br />

han hecho objeto. Las representaciones dicen que se debe<br />

aclarar “la inocencia de la Ciudad” y “vindicar” su “honor”.28<br />

El lugar en la jerarquía era relativo primero a sus<br />

vecinos, luego a la Audiencia y al Virreinato y por último,<br />

pero quizás eventualmente más importante, a la Corona y<br />

al Imperio.<br />

La segunda mitad del siglo xvm se caracterizó por un<br />

28. a g í . Estado 55, 56-Alj, fol. 3.


I52 | MARGARITA GARRIDO<br />

gran número de fundaciones. Hoy corresponden al 20% de<br />

la red municipal.39 Se trataba de reordenar, en el patrón<br />

urbano, muchos asentamientos de libres, que de diversas<br />

formas habían desbordado la demarcación inicial. Se hicieron<br />

de nuevo visitas a los pueblos de indios asediados por<br />

los mestizos, sobre todo en la región central y en el macizo<br />

colombiano y convirtieron a muchos en “parroquias de españoles”;-10<br />

se enviaron capitanes como Mier y Guerra, y<br />

Torre y Miranda a juntar en fundaciones a los “arrochelados”<br />

de ambos lados del Bajo Magdalena,31 se contó aun<br />

con esfuerzos misioneros como el del padre Joseph Palacios<br />

de la Vega,32 y se hicieron “reducciones a villa”, como<br />

la del curato de Sabanalarga, para que los vecinos dispersos<br />

recibieran “pasto espiritual”, se administrara justicia y<br />

disminuyeran el robo de ganado de los hatos y de cosechas.33<br />

Uno de los mayores retos de los cabildos fue el control<br />

de los asentamientos espontáneos de libres de todos<br />

los colores en los alrededores de las ciudades. Hubo profusión<br />

de bandos y providencias como la del gobernador<br />

Nieto, del Cauca, sobre “congregar y mantener en los po­<br />

29. Zambrano Pantoja, Fabio, “El proceso de poblamicnto 15 10 ­<br />

1800” en G ran Enciclopedia de Colom bia, Bogotá, Círculo de Lectores,<br />

tomo 1, 1991, págs. 115 -13 0 .<br />

30. Visitas de Moreno y Escandón y Campuzano, editadas por<br />

Colmenares, Germán y Valencia, Alonso, Indios y m estizos en la N ueva<br />

G ranada, ijjg , Bogotá, Banco Popular, 1985.<br />

3 1. De la Torre y Miranda, Antonio, “Noticia individual de las poblaciones<br />

nuevamente fondadas en la provincia de Cartagena”, 1784,<br />

Biblioteca Nacional, Fondo Pineda, mise. i960.<br />

32. Palacios de la Vega, Fray Joseph, D iario de v iaje d e l Padre Joseph<br />

Palacios de la Vega entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en<br />

e l Nuevo Reino de G ranada, 178 7-1788, editado por Gerardo Reichel-<br />

DolmatofT Bogotá, 1955.<br />

33. Blanco, |osé A., Sabanalarga, sus orígenes y su fundación d efin itiva,<br />

Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977.


m vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 15 3<br />

blados las gentes díscolas y vagas” y “agregarlas” en las haciendas,<br />

en los alrededores de Buga.'4 Muchos de los<br />

asentamientos terminaron por convertirse primero en poblados<br />

y luego en villas republicanas. A veces, el miedo<br />

sentido por algunos notables de las ciudades, indujo a decisiones<br />

virreinales poco ilustradas, como la que en 1802<br />

suspendía a la pujante Quilichao el título de villa ganado<br />

en 1755, por la exposición de temores hacia sus pobladores<br />

mulatos hecha por los señores de Caloto.^<br />

Para muchas poblaciones no fue fácil lograr el reconocimiento<br />

de los otros. En muchos casos, cuando se hablaba<br />

de vecinos del tal sitio, parroquia, villa o ciudad, ello<br />

tenía connotaciones más o menos funcionales, que marcaban<br />

de diversas maneras las relaciones entre los pobladores.<br />

Los vecinos de un lugar pequeño, desconocido y sin<br />

signos de “progreso” o marcado por ser de negros, de mulatos,<br />

de mestizos, o de revoltosos, sufrían su identificación<br />

con el lugar. Los vecinos de San Juan de la Vega se quejaron,<br />

en 1785, de que los de Subachoque los “pordebajeaban”<br />

por ser calentanos y campesinos y no saber de<br />

tratos como los mercaderes de Subachoque.*6 Oficio manual<br />

o no manual y clima frío o caliente, connotaron en<br />

este caso relaciones de superior-inferior entre los dos pueblos<br />

aledaños.<br />

La jerarquía de los pueblos tuvo en Nueva Granada su<br />

explícita versión eclesiástica en la clasificación de las pa­<br />

34. Cabildo de Buga, lib. 4. Popayán, agosto, 1802. Citado por<br />

Mejía, Eduardo, Origen d e l campesino vallecaucano, Cali, Universidad del<br />

Valle. 1993. pág, 67-68.<br />

35. Colmenares, Germán. “Castas, patrones de poblamiento y<br />

conflictos sociales en las provincias del Cauca 1810-1830", en G, Colmenares<br />

et a l. ¡.a independenaa, ensayos de historia s o c ia lBogotá, 1986.<br />

36. a g n , a p c . t. 39, fol. 858-891.


154 I margarita garrido<br />

rroquias según sus “cualidades y riquezas” hecha por el<br />

cura Oviedo.-17<br />

Fiesta colonial y mestiza: misa, chicha y toros<br />

Las procesiones han sido descritas como exhibiciones de<br />

la ciudad ante sí misma. En un orden celosamente determinado<br />

los prelados, las autoridades, las corporaciones, los<br />

gremios y el común, acompañaban la sucesión de imágenes<br />

de bulto de los santos. El desfile era visto como una<br />

representación del orden social y por lo tanto, como reconocimiento<br />

de posiciones establecidas y/o esperadas. La<br />

procesión de Corpus Christi fue especialmente suntuosa<br />

en Santa Fe y Mompox, las de Semana Santa en algunas<br />

ciudades como Tunja y Popaván.,R La fiesta de San Juan<br />

tuvo una tendencia ecuestre y la procesión era fluvial. Las<br />

procesiones también tenían elementos no religiosos como<br />

las comparsas, la tarasca, los gigantes y los matachines,<br />

que permitían la participación popular. La de Corpus fue<br />

la fiesta pública más importante y en la que se dio un<br />

sincretismo mayor, pues la celebración católica y española<br />

parecía coincidir en el calendario agrícola con el paso de<br />

tiempo de lluvias al seco.39 A pesar de los reiterados intentos<br />

de la iglesia para prohibir la chicha, los arcos, los gallos<br />

y los toros por la noche, la fiesta de chicha y toros se con­<br />

37. De Oviedo, Basilio Vicente, Pensamientos y noticias para la u tilid<br />

a d de los curas d e l N uevo Reino de G ranada, sus riquezas y demás cualidades<br />

y de todas sus poblaciones v curatos con especifica noticia de sus gentes y<br />

gobierno, año de 17 7 1, Bogotá, 1930.<br />

38. Friedmann, Susana, I m s fiestas de Jun io en el Nuevo Reino, Bogotá,<br />

Kelly, 1982, págs. 40-41; Bricefto, Manuel, Tunja desde su fundación<br />

hasta la época presente, Bogotá, 1909, pág. 298. Citado por William<br />

Martínez, tesis citada, págs. 266-272.<br />

39. Zuidema, Torn, “Líl encuentro de los calendarios andino y español”,<br />

en Heraclio Bonilla (comp.), Los conquistados, Tercer Mundo,<br />

Bogotá, págs. 297-316.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 155<br />

virtió en la creación mestiza por excelencia.40 El arreglo de<br />

los balcones y los pasacalles para las fiestas daba ocasión<br />

para mostrar objetos de prestigio y participar así en el intercambio<br />

simbólico. Se colgaban alfombras, vasijas, cuadros<br />

y esculturas. Las decoraciones subrayaban el carácter<br />

estamental de las distintas calles. Las fiestas ofrecían ocasiones<br />

propicias para lograr el reconocimiento de individuos<br />

y estamentos y otorgarlo. Las danzas que precedían<br />

al Santísimo y a la procesión también estaban organizadas<br />

por estamentos y sobre todo por gremios. Para las fiestas<br />

de Tunja del 1 1 de junio de 1590, el cabildo ordenó “...que<br />

los tratantes de la Calle Real saquen una danza buena que<br />

vaya danzando delante del Santísimo Sacramento y procesión<br />

y los zapateros otra danza y los sastres otra danza y<br />

los silleteros y zurradores otra danza y los herreros otra<br />

danza...” 41<br />

Marzhal ha encontrado en la tolerancia de la casa de<br />

Austria con el despilfarro de los cabildos en fiestas, la explicación<br />

de la lealtad de éstos a la corona. Los cabildos<br />

eran supremamente ineficientes y sus miembros en general<br />

poco comprometidos con las tareas de control, mantenimiento<br />

y mejora de la villa o ciudad. Las fiestas, sin embargo,<br />

sí les interesaban, probablemente por la donación de<br />

reciprocidad que propiciaban. Los del cabildo recibían la<br />

satisfacción de ser reconocidos como notables, como principales<br />

y distinguidos, y el público era regalado con diversión<br />

y eventualmente con una ocasión para subvertir<br />

40. Fin los tomos de la colonia de Groot J. M., H istoria eclesiástica<br />

y c iv il de la N ueva G ranada, hay numerosas referencias a las prohibiciones.<br />

41. Ocampo I ,ópcz, Javier, E l folc lo r y su m anifestación en tas supervivencias<br />

m usicales en Colombia, Tunja, 1970, pág. 27, citada por Susana<br />

Friedmann, op. cit. pág. 57.


I5 6 | MARGARITA GARRIDO<br />

momentáneamente el orden.42 Fueron famosos los preparativos<br />

en uniformes, refrescos, música e iluminaciones. El<br />

cabildo asumía algunos gastos y el patrón de la fiesta otros.<br />

Los nacimientos en la casa real, las juras de nuevos soberanos<br />

y aun la llegada de un nuevo virrey, también eran motivos<br />

de fiesta.4' En 1785, poco después de haber ocurrido<br />

en la zona un fuerte temblor de tierra, siempre entendido<br />

como castigo de Dios, las fiestas de Ubaté fueron prohibidas<br />

por el corregidor de Zipaquirá y por la Audiencia, por<br />

considerarse su celebración inapropiada para apaciguar la<br />

ira divina. No obstante, los alféreces, quienes patrocinaban<br />

las fiestas declararon que ya estaban muy entrados en gastos<br />

y era imposible suspenderlas.44<br />

Para el visitador de Antioquia, Mon y Velarde, imbuido<br />

de una mentalidad ilustrada, las fiestas eran un derroche<br />

que sólo traía vanos honores y la ruina a quienes lo<br />

auspiciaban: “Por lo común todos los trofeos que quedan<br />

después de la fiesta a más del victor, es el popular aplauso<br />

de quien labró tantas arrobas de pólvora, tantas de cera,<br />

que subió tanto rancho, que gastó tantas botijas de aguardiente:<br />

estos son los laureles que texen la corona de un Alférez<br />

consumido y gastado”.45 Su juicio no coincide con el<br />

tradicional en la valoración de lo que ganaba el alférez y lo<br />

42. Marzahl, Peter, “Creoles and Government: the Cabildo o f Popayán”,<br />

Hispanic Am erican H istorical R eview . N ° 54 (4), 1974, págs. 637­<br />

656.<br />

43. Fiestas del Socorro para el virrey Caballero, en Ortiz, Sergio E.,<br />

Colección de Documentos para la historia de Colom bia (3a serie), Bogotá,<br />

i960, pág. 19 y para el virrey Amar en Caballero, José M., D iario de la<br />

Independenaa. Bogotá, 1974, pág. 44.<br />

44. Tisnés, R. M., C apítulos de historia zipaquireña, Bogotá, 1956,<br />

págs. 219-224.<br />

45. Mon y Velarde, J. A., ‘Reglamento’, en E. Robledo, Bosquejo<br />

biográfico d el señor oidor Jua n Antonio Mon y Velarde, 178 5-178 8 , Bogotá,<br />

1954, tomo 11, pág. 180.


La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 157<br />

que ganaba la población. Las fiestas locales eran parte de la<br />

representación que los vecinos se hacían de su lugar en el<br />

concierto de poblaciones coloniales, de su dignidad y de<br />

sus virtudes civiles y “políticas”.<br />

Fuera de las fiestas, uno de los actos religiosos colectivos<br />

más significativos fueron las romerías o peregrinaciones<br />

a los santuarios especiales. En el centro del país a la<br />

Virgen de Chiquinquirá, a la Virgen de la Peña y a Nuestra<br />

Señora de Monguí; en el suroccidente, a la Virgen de Las<br />

Lajas en Ipiales y al Señor de los Milagros en Buga. Muchas<br />

otras advocaciones de la Virgen, com© la de la Candelaria<br />

en Medellin, de la Merced en Cali, del Topo en<br />

Tunja, se celebraban como patrañas de las ciudades o villas<br />

y aun de grupos de cofrades. Fiestas como la de la<br />

Niña María de Caloto, congregaban a todos los estamentos<br />

coloniales con roles asignados para cada uno y bailes<br />

en diferentes sitios. Las carnestolendas alrededor del Santuario<br />

de La Peña, congregaban a los residentes en los barrios<br />

más pobres de la capital y preocupaban mucho a las<br />

autoridades.<br />

Aunque para el siglo xvm la labor de hispanización había<br />

sido notablemente efectiva, debemos rechazar la representación<br />

de una homogeneidad cristiana y pensar más<br />

bien en una iglesia colonial a la vez colonizadora y colonizada.<br />

Aunque llena de temores y prejuicios, la Iglesia se<br />

impregnaba de las formas nativas, y en la confrontación<br />

casi cotidiana, transigía y se producían sincretismos. Las<br />

danzas del Corpus Christi, los bailes de angelitos y los alabaos,<br />

fueron sólo aspectos visibles y más o menos tolerados<br />

de multitud de creencias y prácticas híbridas. En las<br />

danzas y el teatro del Corpus Christi en las fiestas de Chiriguaná<br />

y Mompox, personajes traídos de España como la<br />

tarasca o el papayero, tenían aquí atributos opuestos. Estas<br />

fiestas también daban la ocasión para representaciones


158 I MARGARITA GARRIDO<br />

legitimadores de la Conquista. En las de Tibacuy, aún en la<br />

época republicana se representa una pantomima del sometimiento<br />

de los indígenas a los conquistadores dueños del<br />

fuego.46<br />

Al final del siglo Santafé contaba con un Coliseo construido<br />

con la licencia del virrey pero sin la del arzobispo,<br />

situado donde hoy está el Teatro Colón. Allí se hicieron<br />

representaciones con actores locales, y se llevó a la ciudad<br />

otra forma de diversión para alternar con los paseos y la<br />

gallera.47<br />

46. Friedmann, Susana, op. cit., pág. 34-47.<br />

47. Ortega, Daniel, Cosas de San tafé de Bogotá. Bogotá, Tercer<br />

Mundo, 1990, págs. 138-139.


TERCERA PARTE<br />

L a República


L a vida rural cotidiana<br />

en la República<br />

MICIIAEI, F.<br />

JIM É N E Z<br />

Traducción de E h ira Maldonado de Martín<br />

I<br />

El escritor liberal José María Samper describió en 1861 la<br />

geografía y los habitantes de la Confederación Granadina.<br />

El siguiente boceto de los neivanos -pobladores del valle<br />

alto del Magdalena, mestizos en su gran mayoría- nos<br />

muestra la idealizada imagen que tenía Samper del habitante<br />

del campo colombiano en el siglo xix:<br />

Mientras su mujer teje un sombrero en el hogar, o hila, u<br />

ordeña las vacas o cuida de las crías del corral, el activo<br />

neivano rodea o pastorea su hato o cría de ganados libres,<br />

lucha con el toro feroz en las herranzas, a pie o caballero en<br />

un fuerte trotón; o bien, descuaja los montes y cultiva con asiduidad<br />

su platanar, su maizal, su cacaotal o su plantación de<br />

arroz, de tabaco o de yucas; o en los ratos de ocio se entrega<br />

al provechoso placer de la pesca. El día que la cosecha semestral<br />

está lista en la troja (el granero), o que están gordos los<br />

corderos y cerdos, los pavos, las cabras y gallinas de las crías,<br />

el neivano construye una balsa, compuesta de troncos ligeros<br />

(balsos) y fuertes lianas o bejucos; embarca toda la provisión<br />

sin olvidar la bandola, su eterna compañera; toma su canalete<br />

o remo rudimentario, y acompañado de otros dos o tres paisanos,<br />

frecuentemente socios, se echa a bogar por el Magda­


IÓ 2 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

lena ahajo, o alguno de sus afluentes principales y va en su<br />

rancho flotante a vender en las ciudades importantes del gran<br />

río (Neiva. Purificación, Ambalema u I londa) el fruto de sus<br />

faenas de seis meses.<br />

Entonces se opera una nueva transformación. Una vez<br />

que ha vendido la balsa y todo su contenido, o reduce el dinero<br />

a herramientas, vinos, licores, ropas y otras mercancías<br />

extranjeras, que va a vender en detalles en el lugar de su domicilio,<br />

o que destina a su propio consumo; o, lo que es más frecuente,<br />

guarda su dinero y se contrata como peón en alguna<br />

hacienda de la parte inferior del valle, trabaja allí durante dos<br />

o tres meses en desmontes y otras operaciones agrícolas, y<br />

luego regresa al hogar a continuar sus faenas habituales, llevando<br />

buena provisión de patacones (piezas de cinco francos),<br />

herramientas y regalos para su familia.<br />

Así, el neivano es alternativamente pastor activo y esforzado,<br />

agricultor, hábil pescador, tratante y peón asalariado o a<br />

destajo; y es esa alternabilidad la que le imprime su sello particular<br />

y simpático'.<br />

En este bosquejo se observa claramente el romanticismo<br />

folclórico tan extendido en Europa y las Américas durante<br />

esa época, y se refleja la visión protéica del trabajo y<br />

de la vida presente en L a ideología alemana de Marx y<br />

Engels. Aun así, nos proporciona elementos muy interesantes<br />

de la vida diaria en esa zona del campo andino durante<br />

el siglo xix, como también ciertos rasgos de la cultura<br />

y la sociedad agraria en esa región de América Latina durante<br />

esos años. En primer lugar, así como el neivano de<br />

i. Samper, José M., Ensayo sobre ¡as revoluciones políticas y la condición<br />

social de las repúblicas colombianas (hispanoam ericanas). Con un apéndice<br />

sobre la orografía y la población de la Con federarían G ranandina, Bogotá,<br />

1861. Til apéndice lo escribió en i860 a solicitud de la Sociedad<br />

Etnográfica de París, de la cual Samper era miembro.


La vida n iral cotidiana en la República | 163<br />

Samper, muchísimos campesinos estaban en constante<br />

movimiento durante este período2. Muchos de ellos, pequeños<br />

propietarios y peones en su mayoría, recorrían diariamente<br />

el duro camino desde sus casas hasta su lugar de<br />

trabajo en terrenos de su propiedad o al interior de grandes<br />

haciendas, ubicadas con frecuencia en terrenos montañosos<br />

de la parte norte de la cordillera de los Andes y<br />

colindando con extensas planicies o zonas selváticas.<br />

Otros iban y venían varias veces al mes a los mercados en<br />

las ciudades más cercanas; para ello tenían que salir de<br />

casa antes del amanecer cargados con granos, frutas y vegetales,<br />

algunas veces los llevaban en sus hombros y otras<br />

en el lomo de animales de carga. Regresaban a casa, al<br />

anochecer, trayendo de vuelta los bienes adquiridos en las<br />

plazas o en las tiendas de las aldeas, el niño recién bautizado<br />

y los restos de una buena borrachera.<br />

Realizar jornadas mucho más largas también se convirtió<br />

en práctica común en el transcurso del siglo. Evidentemente,<br />

para muchos campesinos, como para el viajero<br />

neivano, la jornada río abajo buscando un puerto importante<br />

sobre el Magdalena era la oportunidad tanto para<br />

buscar aventuras como para obtener beneficios impensables<br />

en el mercado local. Con frecuencia cada vez mayor,<br />

los campesinos pobres empezaron también a vender su<br />

mano de obra en localidades distantes. Inicialmente, este<br />

desplazamiento lo realizaban pocos campesinos, pero el<br />

flujo se fue haciendo cada vez mayor y así, los habitantes<br />

del altiplano descendían desde la tierra fría para trabajar en<br />

las cosechas de tabaco, azúcar, cacao, algodón, añil y café<br />

en las florecientes propiedades situadas en las faldas de la<br />

2. Para un estudio detallado del crecimiento demográfico y de las<br />

transformaciones ocurridas en el siglo xix en Colombia, véase Zam ­<br />

brano, l'abio y Bernard, Olivier, Ciudad y tenitorio. E l proceso de pobtamiento<br />

en Colombia, Bogotá, 1993.


164 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

cordillera oriental o para unirse a los grupos de caucheros<br />

y de descortezadores de quinina en las selvas del Sumapaz<br />

y del Magdalena Medio. En forma similar los mestizos y<br />

los indios, habitantes de las zonas altas del sur de Colombia,<br />

emigraban temporalmente para participar en la zafra<br />

del azúcar en el Valle del Cauca. Con frecuencia, hombres<br />

y mujeres se desplazaban individualmente hacia los climas<br />

cálidos, pero también se daban los casos de familias enteras<br />

viajando de un lugar a otro en busca de trabajo. En algunas<br />

ocasiones se veían obligados a movilizarse hacia los<br />

campos en los que se recogía la cosecha, pero la gran<br />

mayoría de los desplazamientos se realizaban voluntariamente<br />

o bajo contrato firmado con los enganchadores,<br />

quienes daban adelantos en dinero a los cada vez más empobrecidos<br />

habitantes de las zonas altas. Al final de la estación,<br />

regresaban a sus hogares con objetos, dinero, relatos<br />

increíbles y además con las enfermedades devastadoras típicas<br />

de las tierras bajas como la lepra, la malaria y los parásitos.<br />

Como habían empezado a hacerlo antes de la independencia,<br />

los campesinos colombianos se desplazaron con<br />

mayor diligencia hacia las zonas que el geógrafo alemán,<br />

Alexander von Humboldt, había llamado a finales de siglo<br />

las “playas interiores” de las Américas, en donde “la barbarie<br />

y la civilización, las selvas impenetrables y la tierra cultivada<br />

se tocan y se entrelazan unas con otras.”3 Miles de<br />

personas se desplazaron hacia las múltiples regiones de<br />

frontera situadas a lo largo y entre las cadenas montañosas<br />

de la parte norte de la cordillera de los Andes, dejando<br />

atrás poblaciones ubicadas en las montañas y las grandes<br />

3. Von Humboldt, Alexander, Personal Narrative o f Travels in the<br />

Equinoctial Regions o f the New Continent During the Years ijgg-1803,<br />

I>ondrcs, 1808, vol. ill, págs. 420-421.


La vida rural cotidiana en la República | >65<br />

haciendas con las cuales habían estado vinculados como<br />

arrendatarios, peones o esclavos. Estos últimos, que durante<br />

el período colonial habían huido hacia las selvas tropicales<br />

de las costas del Atlántico o del Pacífico y a lo largo<br />

de los ríos Cauca y Magdalena, vieron engrosar sus filas<br />

por nuevas oleadas de africanos o de mulatos residentes en<br />

las plantaciones y en las minas de zonas aledañas. En el<br />

Valle del Cauca, tanto la guerra de la independencia como<br />

el movimiento previo, lento pero inexorable hacia la<br />

emancipación, impulsó a los esclavos a formar nuevos poblados<br />

independientes en zonas vecinas, tal el caso de las<br />

poblaciones del Valle del Patía, en las que no regían ni las<br />

leyes de los señores ni las del gobierno.4 En forma similar,<br />

durante la primera mitad del siglo, los esclavos habitantes<br />

del valle del Bajo Magdalena, cerca de Mompox, se movilizaron<br />

hacia las ciénagas y las zonas pantanosas buscando<br />

libertad y posibilidades de subsistencia.5<br />

Para muchos otros, este éxodo a nuevas tierras los<br />

mantuvo en permanente movimiento hacia tierras cada<br />

vez más lejanas. Esto les ocurrió especialmente a los habitantes<br />

de los viejos núcleos coloniales. Algunos pobladores<br />

de las montañas alrededor de Pasto y Popayán, situadas en<br />

la parte sur de Colombia, se establecieron en las tierras<br />

más bajas del Valle del Cauca y en las faldas de las montañas.<br />

En el centro del país, los campesinos de Cundinamarca<br />

y Boyacá, transformaron sus visitas a las zonas bajas<br />

adyacentes en domicilio permanente, puesto que se vieron<br />

4. Mina, Mateo, E sclavitu d y libertad en e l va lle d e l río Cauca. Bogotá,<br />

1975; Escorcia. José, “Haciendas y estructura agraria en el valle del<br />

Cauca, 1810-1850", A nuario colombiano de historia y de la cultura, 10,<br />

(1982), págs. 119 -138 , y Mcjía Prado. Eduardo, Origen d el campesino<br />

vallecaucano. Cali, 1993.<br />

5. l'als Horda, Orlando, H istoria doble de la costa, vols. 11 y m, Bogotá,<br />

1986.


IÓ6 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

obligados a huir de las presiones demográficas y de las crisis<br />

económicas surgidas en las zonas altas. Algunos se fueron<br />

hacia el oriente, a poblar los llanos impenetrables de<br />

Arauca, Casanare y San Martín y fueron absorbidos por la<br />

muy distante y diferente cultura llanera.6 Pero la mayoría<br />

de los inmigrantes del altiplano trazaron su ruta hacia el<br />

occidente. En ocasiones, quienes invertían en agricultura<br />

para exportación en la ladera occidental, reubicaban a los<br />

habitantes campesinos de las montañas a fin de contar con<br />

trabajadores en sus nuevas inversiones en las zonas bajas.<br />

Aunque algunas familias se desplazaron hacia estas regiones<br />

de frontera, al parecer la mayoría de los inmigrantes<br />

eran individuos que llegaban para las cosechas y se quedaban<br />

como peones o como arrendatarios. Una vez allí, se<br />

veían obligados a viajar continuamente puesto que las haciendas<br />

se expandieron más allá de los valles, lo que los<br />

obligó a abrirse camino hacia las laderas de las montañas,<br />

limpiando tierras selváticas para prepararlas para el pasta|e<br />

y para el cultivo de diferentes productos, esperanza de los<br />

agricultores durante varias décadas después de mediados<br />

de siglo, hasta que llega el cultivo del café.7 Otros se internaron<br />

en regiones solitarias e inexploradas como colonos<br />

6. En relación con la historia de las planicies fronterizas, véase<br />

Rausch, Jane M., A Tropical Plains Frontier. The Uanos o f Colombia, 153 1­<br />

1833, Albuquerque, Nuevo México, 1984, y The l.lanos Frontier in Colombian<br />

History, 1830-IQ30, Albuquerque, Nuevo México, 1993.<br />

7. El mejor estudio sobre este proceso es el de Marco Palacios, E l<br />

café en Colombia, 1850-1970. Una historia económica y política, Mexico,<br />

1983, parte 1. A fin de encontrar retratos vivos de la expansión de la<br />

propiedad en las laderas de la cordillera occidental, véanse los informes<br />

contemporáneos presentados por los propietarios de haciendas a Juan<br />

de Oíos Carrasquilla, Comisario de Agricultura Nacional, en el Segundo<br />

Informe Anual que presenta el Comisario de Agricultura Nacional a l Poder<br />

Ejecutivo para conocimiento del Congreso, año 1880, Bogotá, 1880 y Rivas,<br />

Medardo, Los trabajadores de tierra caliente, 1899, Bogotá, 1972.


La vida rural cotidiana a i la República | 167<br />

en forma individual o en grupos pequeños. Hacia igoo,<br />

campesinos cundiboyacenses habían llegado a la cordillera<br />

central, en donde se encontraron con las grandes migraciones<br />

rumbo al corredor antioqueño que ya llevaba en<br />

proceso más de cien años.<br />

La movilización de los antioqueños se había iniciado<br />

muchas décadas antes de la Independencia, huyendo de la<br />

hambruna, las sequías y la sobrepoblación de las zonas<br />

montañosas de los alrededores de Medellin.8 Algunos se<br />

dirigieron al norte, hacia las costas del Caribe, del Bajo<br />

Cauca y del Valle del Magdalena. Pero la mayoría se dirigió<br />

hacia la cordillera Central, abriéndose camino con<br />

machetes, hachas y fuego a través de zonas selváticas. Lograron<br />

asentar sus viviendas, establecer haciendas y formar<br />

pequeñas poblaciones en los valles y en las laderas de las<br />

montañas menos pobladas, y en menor número, en las tierras<br />

calientes. Cuando las tierras dejaban de ser cultivables,<br />

o surgían nuevas oportunidades, iniciaban la marcha de<br />

nuevo. Como sucedía en todo el país en este siglo de movilizaciones,<br />

los individuos se desplazaban por su cuenta<br />

buscando huir del hambre, de la sofocante presión de la<br />

familia patriarcal, del patrón explotador y de la guerra civil.<br />

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la migración<br />

antioqueña tenía la tendencia a realizarse organizada y<br />

colectivamente. En algunos casos, clanes enteros se establecieron<br />

y organizaron comunidades fuertes; también algunos<br />

especuladores de la tierra como González, Salazar y<br />

8. La obra clásica sobre la migración antioqueña es La colonización<br />

antioqueña de Parsons, |., Bogotá, 1981. Véanse también Palacios, M arco,<br />

E l café en Colombia, 1850-1 y ¿o. Una historia económica, social y política,<br />

México, 1983, parte 11; López 'Poro, Alvaro, Migración y cambio social en<br />

Antioquia, Bogotá. 1970, y Jaramillo, Roberto Luis, “La colonización<br />

antioqueña", en Meló, Jorge Orlando (editor), Historia de Antioquia,<br />

Medellin, 1988.


168 I MICHAF.l. F. JIMÉNEZ<br />

Compañía, de la zona de Caldas, organizaron movimientos<br />

colonizadores por su cuenta, esto con el fin de lograr la<br />

legalización de sus reclamos sobre tierras baldías.<br />

II<br />

Samper inicia su descripción mostrando las viviendas<br />

como unidades económicas en las cuales tanto el hombre<br />

como la mujer realizaban tareas definidas. Aunque considerables<br />

segmentos de la población campesina del norte<br />

de la cordillera de los Andes, no tenían facilidades de acceso<br />

a la tierra, pues no eran propietarios y por lo tanto aceptaban<br />

trabajos temporales o permanentes en haciendas de<br />

diferentes tamaños, la parcela pequeña se convirtió en el<br />

eje de la producción y el consumo en las zonas rurales en<br />

gran parte del territorio colombiano durante el siglo xix.<br />

Ya sea como cultivadores autónomos o como aparceros<br />

en haciendas grandes, estos campesinos demostraron tener<br />

una gran habilidad para generar diversas fuentes de<br />

sustento. El cultivo de la tierra fue de gran importancia<br />

para los aparceros, quienes obtenían cosechas de granos o<br />

de tubérculos -yuca en la costa Atlántica, papas en las tierras<br />

altas del oriente y el sur, plátano en el Valle del Cauca<br />

y maíz en el corredor antioqueño- que se complementaban<br />

con otros cultivos de raíces, vegetales y frutas. Además<br />

de los granos y las legumbres más indispensables, el azúcar<br />

en forma de panela y miel y una gran variedad de bebidas<br />

alcohólicas, entre ellas el aguardiente y el guarapo, eran<br />

fuente de energía y placer para los campesinos, pues les<br />

ayudaban a sobrellevar las penalidades de la vida diaria.<br />

Otra fuente importante de la nutrición de los aparceros<br />

eran los animales de corral como pollos, ovejas, cabras y<br />

cerdos. El ganado vacuno proporcionaba carne, leche y<br />

cuero y los caballos y las muías eran de gran importancia<br />

para el transporte de personas y de objetos. Por último, los


La vida rural cotidiana a i la República | 169<br />

núcleos familiares de los campesinos demostraron su versatilidad<br />

en la manufactura de la mayoría de sus vestimentas,<br />

calzado, herramientas y muebles, así como para la<br />

construcción de los trapiches y las chozas de guadua y<br />

bahareque que estaban esparcidas en el paisaje de la Colombia<br />

rural de estos años.<br />

Esta combinación de alimentos básicos, ganados y manufactura<br />

doméstica artesanal, se complementaba con una<br />

producción abundante y en progreso continuo, por parte<br />

de los pequeños propietarios, representada en cosechas de<br />

productos como cacao, algodón y café, especialmente en<br />

las zonas recientemente pobladas. Con mucha frecuencia<br />

esto se daba bajo los auspicios de empresas mayores que<br />

orientaban el cultivo y el procesamiento de estos productos.<br />

Desde los aparceros que cultivaban el tabaco en<br />

Ambalema y Santander, en las décadas de mediados de siglo,<br />

hasta los arrendatarios del café en las haciendas del<br />

Tolima y el oriente de Cundinamarca un poco después, los<br />

aparceros dependientes jugaron un papel clave en la expansión<br />

de la agricultura comercializada y la vinculación<br />

de Colombia a la economía mundial después de la Independencia.<br />

Pero muchos campesinos también llegaron a<br />

ser productores autónomos de dichos bienes, estableciendo<br />

un balance complejo entre el cultivo de alimentos -el<br />

denominado pan coger- y la producción de artículos para<br />

mercados nacionales e incluso internacionales. En el caso<br />

del café, cultivo de haciendas grandes en Santander, Cundinamarca<br />

y Antioquia, parece que la cosecha se complementaba<br />

con la producción obtenida por minifundistas<br />

independientes quienes vendían sus granos para su procesamiento<br />

a las plantaciones. Hacia finales del siglo, los<br />

mazamorreros, numerosos productores de alimentos en el<br />

vasto corredor antioqueño, habían diversificado sus culti-


IJO | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

vos hacia el café, creando así un campesinado libre cuya<br />

producción estaba orientada hacia los mercados globales.<br />

Sin embargo, un buen número de campesinos colombianos<br />

no lograba subsistir dependiendo exclusivamente<br />

de sus parcelas. A lo largo de la cordillera Central, los pobladores<br />

se dedicaban a la búsqueda del oro en las minas y<br />

en los ríos. Pequeños propietarios, en permanente movimiento,<br />

con frecuencia demostraban tanto interés en las<br />

excavaciones de cementerios indios para buscar guacas<br />

como en la siembra de una nueva parcela. En casi todas las<br />

regiones los campesinos descubrieron recursos adicionales<br />

en las extensas zonas selváticas y en las altiplanicies del<br />

norte de los Andes, ubicadas lejos de sus pequeñas parcelas.<br />

Había osos, venados y otros animales de caza en los<br />

aún densos territorios y los enormes bosques proporcionaban<br />

carbón y madera para cocinar y para construir las<br />

modestas chozas de los campesinos; las zonas selváticas<br />

también proporcionaban otros productos como el caucho<br />

silvestre y la corteza de cinchona. La abundante pesca en<br />

los arroyos y ríos de las zonas quebradas -en las faldas de<br />

las montañas del norte de la cordillera de los Andes así<br />

como en las riberas pantanosas en el piedemonte de los<br />

dos océanos, tanto en la costa Atlántica como en la Pacífica-,<br />

proporcionaba otros medios de subsistencia.<br />

Durante el siglo xix la parcela individual era tanto el<br />

ideal como la realidad de la mayoría de los colombianos<br />

que habitaban en las zonas rurales. La propiedad comunal<br />

de grandes extensiones de tierra era la excepción; este tipo<br />

de propiedad existía principalmente en las regiones montañosas<br />

del sur, cerca de la frontera con Ecuador y de la<br />

cabecera del río Magdalena. En este complejo y a menudo<br />

tenso universo de hombres y mujeres de diferentes generaciones,<br />

los hombres mayores siempre intentaban controlar<br />

la asignación del trabajo y los recursos traídos a la propie­


La vida rural cotidiana a i la República | 171<br />

dad por hombres más jóvenes, mujeres y niños. Como lo<br />

sugiere Samper, los patriarcas y otros hombres se inclinaban<br />

por el trabajo de limpieza de la tierra, la siembra de las<br />

cosechas y el cuidado del ganado; las responsabilidades de<br />

las mujeres estaban centradas en las labores del hogar, incluyendo<br />

la preparación de las cinco comidas diarias para<br />

la familia y los trabajadores contratados, el cuidado de los<br />

hijos, que solían ser muchos, y de algunas labores menores<br />

relacionadas con el ganado. Tanto las mujeres como los<br />

niños con frecuencia intervenían en ciertas etapas del proceso<br />

de comercialización de algunas cosedlas, como realizar<br />

el corte del tabaco y la selección de los granos de café.<br />

La artesanía femenina ocupaba también un papel esencial<br />

en la economía familiar en muchos lugares, un ejemplo es<br />

la producción de sombreros de jipijapa en Santander. Sin<br />

embargo, tanto las mujeres como los niños también iban al<br />

campo en épocas de cosecha y con no poca frecuencia<br />

ayudaban en tareas tradicionalmente masculinas como la<br />

siembra, la poda y la escarda. Ciertamente en casi todas<br />

partes, pero especialmente en las regiones de frontera,<br />

donde la visión tradicional de la división del trabajo por<br />

género se veía debilitada por el proceso constante de<br />

reubicación que les exigía rehacer las vidas, las mujeres<br />

adquirieron nuevas cargas y oportunidades dentro y fuera<br />

del hogar. Las regiones en las que las mujeres y los jóvenes<br />

se atrevieron a desafiar el control patriarcal se vieron afectadas<br />

por una violencia fratricida y conflictos sexuales.9<br />

9. Kn relación con los modelos básicos y diversos tipos de familia<br />

niral en Colombia véase Gutierre?, de Pineda, Virginia, Familia v cultura<br />

en Colombia, 2a. edición, Bogotá, 1975. Para el debate contemporáneo<br />

sobre los aspectos de género en la familia campesina, véase León,<br />

Magdalena v Deere. Carmen Dianna, “La proletarización y el trabajo<br />

agrícola en la economía parcelaria: la división del trabajo por sexo”, en<br />

León, Magdalena, cd., vol. 1, La realidad colombiana. Debate sobre ¡a mu-


172 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

Las relaciones entre las familias oscilaban entre la cooperación<br />

y el conflicto. Había con mucha frecuencia una<br />

competencia feroz entre los minifúndistas, surgían desacuerdos<br />

sobre linderos, mejoras, contratos, y muchísimos<br />

asuntos más. Estas desavenencias llevaban a los campesinos<br />

a pelear unos contra otros utilizando machetes y viejos<br />

rifles de caza o a muy ruidosos enfrentamientos verbales<br />

ante los magistrados locales. Aun así, la cooperación en las<br />

zonas rurales se daba en formas muy variadas y numerosas,<br />

como lo sugiere Samper cuando hace referencia a los<br />

socios de los neivanos en sus jornadas río abajo. Las movilizaciones<br />

de los montañeros del sur estaban determinadas<br />

por la tradicional minga para limpiar parcelas. Formas similares<br />

de ayuda mutua eran frecuentes en la colonización<br />

antioqueña; las familias tradicionalmente trabajaban unidas<br />

en las cosechas, en la limpieza de áreas despobladas y<br />

en la fundación de poblaciones y villas. Incluso el campesinado<br />

cundiboyacense, aunque menos organizado en su<br />

movilización hacia las laderas de la cordillera oriental, dejó<br />

ver el deseo y la capacidad de los campesinos pobres para<br />

poner en común sus recursos y presentar reclamos en forma<br />

colectiva, como lo muestra Catherine LeGrand en su<br />

estudio de los conflictos sobre los baldíos.10<br />

III<br />

El neivano minifúndista, pescador y comerciante descrito<br />

por Samper, también se emplea como peón en haciendas<br />

je re n América I.atin ay el Caribe, Hogotá, 1982, págs. 9-27; Salazar, M a­<br />

ría Cristina, Aparceros en Boyacá: Los condenados del tabaco, Bogotá 1987,<br />

y Reinhardt, Ñola, Our D aily Bread: The Peasant Question and Family<br />

Farming in the Colombian Andes, Berkeley, California, 1988, particularmente<br />

el capítulo 2.<br />

10. LeCírand, Catherine, Colonización y protesta campesina en Colombia,<br />

1850-1950, Bogotá, 1987.


Ln vida m ral cotidiana a i la República | 173<br />

grandes antes de represar a su parcela ubicada río arriba.<br />

La venta de su mano de obra por parte del pequeño propietario<br />

colombiano, supuestamente libre, demuestra la<br />

compleja relación que existía entre los campesinos pobres<br />

y las elites asentadas en el norte de la cordillera de los Andes<br />

después de la independencia, ya que un número considerable<br />

de campesinos estaba a medio camino entre la<br />

venta de su mano de obra y la posesión de una parcela de<br />

terreno, ora como propietario libre ora como trabajador<br />

dependiente. Como lo muestra Hermes Tovar, durante el<br />

siglo xviii el crecimiento de la población, especialmente la<br />

de los mestizos, la expansión de la agricultura comercial y<br />

el movimiento hacia las fronteras más allá de los centros<br />

montañosos, afectó seriamente el viejo latifundio colonial<br />

que descansaba sobre la mano de obra de los indios de los<br />

resguardos, o de los esclavos africanos; en su lugar, surgieron<br />

diversas formas de tenencia de la tierra, incluyendo a<br />

los terrazgueros, los agregados, los colonos, los concertados,<br />

los aparceros y los arrendatarios". Durante el siglo<br />

xix, en la mayor parte del territorio, la consolidación de los<br />

intercambios de mano de obra por el usufructo de la tierra<br />

fiie el resultado de un largo proceso de conflicto y acuerdo<br />

social. Por una parte, los remanentes de las viejas elites coloniales<br />

y la clase oligárquica emergente intentaron, con<br />

mayor o menor éxito, ejercer un control monopolista sobre<br />

la tierra y la mano de obra en el campo colombiano;<br />

por otra parte, un campesinado poco numeroso, con una<br />

movilidad geográfica creciente y capaz de una resistencia<br />

bastante versátil, hizo que dicha dominación fuera irregular<br />

e incompleta durante el transcurso del siglo.<br />

En los centros neogranadinos el orden señorial sobre-<br />

1 1 . Tovar Pinzón, Mermes, Grandes empresas agrícolas y ganaderas,<br />

lingotá. 1980.


174 I MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

vivió muchos años después de la Independencia. Los<br />

peones y los minifúndistas de las haciendas dedicadas al<br />

cultivo de granos o a la ganadería en las montañas del<br />

Cauca, en las zonas de plantaciones, así como en el altiplano<br />

cundiboyacense, estaban sometidos a condiciones de<br />

trabajo muy duras, recibían salarios muy bajos y tenían que<br />

pagar arrendamientos muy altos. Los administradores de<br />

las haciendas vigilaban muy de cerca a los trabajadores,<br />

como lo revelan las instrucciones impartidas por el terrateniente<br />

vallecaucano Sergio Arboleda al administrador de<br />

su hacienda Japio en la década de 1850.<br />

Ix?s jornales deben pagarse por tareas, en el trapiche, por<br />

pozuelos a las molenderas, armador, arriero, hornero (cuando<br />

lo haga) y el melero. Al leñador, por tarea de cargas cortadas<br />

y a los tiraleñas por tarea de cargas entregadas. A las cortadoras<br />

por tareas cortadas y a los tiraleñas por tareas de viajes<br />

cumplidos, lil melero responde de la miel que le falte, del perjuicio<br />

que resulte de los bueyes molenderos y en las muías tiradoras<br />

de leña y caña cuando las maltraten, y por el daño<br />

que reciban las hornillas a su costa, siempre que venga el daño<br />

por descuido” .<br />

Al mismo tiempo, los propietarios de las haciendas, en<br />

forma despiadada, impusieron toda clase de cargos, impuestos<br />

y licencias de funcionamiento sobre los parceleros.<br />

Los campesinos se vieron atados a las haciendas bajo la<br />

férrea disciplina de sus propietarios, quienes eran considerados<br />

los amos y bajo cuyo régimen los trabajadores tuvieron<br />

que sufrir desahucios, palizas, arrestos y humillaciones<br />

públicas, pues eran castigados en los cepos, además de<br />

12. Correa G., Claudia María, “Integración socio-económica del<br />

manumiso caucano, 1850-1900”, tesis de grado, departamento de Antropología,<br />

Universidad de los Andes, 1987, pág. 378.


La vida ntra! cotidiana en la República | 175<br />

vejaciones sexuales impuestas por los propietarios y sus<br />

administradores a los trabajadores y a los miembros de sus<br />

familias. Paradójicamente y en forma simultánea, la cultura<br />

paternalista se alimentaba por medio de parentescos ficticios,<br />

regalos y arreglos especiales ofrecidos para mantener<br />

el tipo de relaciones predominantes en las zonas altas y<br />

conservar intacta la dominación ejercida por las elites<br />

cuando ésta se veía afectada en alguna forma por las dificultades<br />

económicas, la guerra y la inestabilidad política.<br />

Pero la estructura de propiedad ejercida por los terratenientes<br />

no estaba exenta de dificultades. Tanto los arrendatarios<br />

como los peones robaban ganado, quemaban<br />

cosechas, rompían las herramientas, vendían productos en<br />

forma ilegal, se comprometían en huelgas de trabajadores<br />

y ejercían diversas formas de resistencia cotidiana, debilitando<br />

en esta forma las pretensiones feudales de los terratenientes.<br />

Menos maleables aun eran los forasteros y los<br />

fitiqueros independientes, quienes eran contratados para las<br />

cosechas y la realización de tareas especiales que debían<br />

llevarse a cabo durante el año; por esta razón, los terratenientes<br />

los trataban con más respeto. Tanto la creciente<br />

población mestiza como los antiguos esclavos llegaron a<br />

ser aparceros dentro de los latifundios en proceso de transformación,<br />

pero ellos raramente se rebelaban en forma<br />

abierta contra de las elites de estas regiones; sin embargo,<br />

sus luchas cotidianas en contra de los patronos y sus desplazamientos<br />

hacia las diversas regiones de frontera en el<br />

interior, durante las décadas que siguieron a la independencia,<br />

debilitaron el poder y la autoridad de las elites de<br />

terratenientes tradicionales.<br />

Ciertamente este abrazo fatal entre la familia campesina<br />

y la gran hacienda fiie de gran importancia, ya que,<br />

durante el transcurso del siglo, una y otra se desplazaron<br />

simultáneamente hacia las regiones no pobladas sobre


17 f> | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

todo a partir del auge de las exportaciones que se inició a<br />

mediados del mismo. En casi todas las regiones del país,<br />

los empresarios agrícolas dependían de los propietarios<br />

para despejar las zonas selváticas y arreglar la tierra para<br />

pastaje, para el cultivo de productos alimenticios y eventualmente<br />

para la obtención de cosechas comerciales<br />

puesto que éstas estaban destinadas a consumidores en<br />

otras zonas del país o del exterior. Cuando era posible, absorbían<br />

a los minifiindistas en sus grandes haciendas al establecer<br />

derechos y títulos sobre tierras cultivadas por<br />

residentes tradicionales o por colonos recién llegados,<br />

captándolos de esta forma en calidad de peones o arrendatarios.<br />

Dichos esfuerzos con frecuencia resultaron muy<br />

costosos y fallidos. En consecuencia, los terratenientes intentaban<br />

atraer trabajadores de las zonas altas, cuya población<br />

era más densa y en donde, según el fundador de una<br />

hacienda cafetera en el distrito de Viotá, al suroccidente de<br />

Cundinamarca, “la población es grande, donde hay pobreza<br />

y los salarios son muy reducidos”1-1. El geógrafo F. J.<br />

Vergara y Velasco llegó más lejos, pues habló del montañero<br />

como “constante para el trabajo y la fatiga, sumiso,<br />

de un valor sin igual... es máquina”.'4 Se ofrecían terrenos<br />

a los inmigrantes, parcelas de dos a cinco fanegadas, en las<br />

cuales podían cultivar alimentos para ellos, para los peones<br />

de las haciendas y para venderlos en los mercados locales,<br />

todo esto a cambio de su mano de obra. Era además costumbre<br />

que pagaran una pequeña suma en calidad de renta,<br />

encima de la obligación de trabajar quince días al mes<br />

13. Manuel Ahondano a Juan de Dios Carrasquilla, Viotá, Cundinamarca.<br />

noviembre 12 de 1878, en el Segttndn Informe Amtal que presenta<br />

el Comisario National de Agricultura a l Poder Ejecutivo para el conocimiento<br />

del Congreso: año 1880, Bogotá, 1880, pág. 42.<br />

14. Vergara y Velasco, F. J., Nueva Geografía de Colombia, vol. 111,<br />

Bogotá, 1974, pág. 966.


L fi vida tv ral cotidiana en la República | 177<br />

en la hacienda y prestar ocasionalmente servicios personales<br />

al terrateniente o a su administrador, trabajo por el cual<br />

recibían en algunos casos unas pocas monedas, comida y<br />

un trago de melaza.<br />

Empresas agrícolas funcionando a gran escala en las<br />

“playas interiores” de Colombia requerían una intensa explotación<br />

y represión de los aparceros dependientes, quienes,<br />

en la mayoría de los casos, constituían la mayor parte<br />

de la fuerza de trabajo.'5 Mientras algunos arrendatarios<br />

y finqueros llegaban a ser mayordomos y hombres de confianza<br />

en las grandes haciendas, la mayoría tenía que<br />

enfrentar la despiadada crueldad y arbitrariedad de los<br />

propietarios y de los administradores. Como trabajadores<br />

a destajo en los campos y centros de procesamiento, eran<br />

mal pagados y estaban sujetos a una vigilancia muy estrecha<br />

ejercida por los administradores y los capataces, quienes<br />

como los rayadores o líderes de escuadra, tenían bajo su<br />

responsabilidad el control de la disciplina para asegurar<br />

una elevada productividad. En algunos casos, los administradores<br />

de las haciendas ubicaban trabajadores de diferentes<br />

razas y origen regional mezclados unos con otros.<br />

En su calidad de arrendatarios estaban totalmente a merced<br />

de los terratenientes, quienes arbitrariamente alteraban<br />

los cánones de arrendamiento, controlaban el acceso a<br />

los pastos para ganados y a las zonas madereras, recaudaban<br />

los impuestos sobre los artículos que los arrendatarios<br />

sacaban o enviaban a los mercados, imponían exigencias<br />

sexuales sobre las mujeres y amenazaban con el desahucio<br />

a quienes se mostraban reacios a cumplir con sus exigencias.<br />

Los finqueros independientes temían ser desalojados<br />

15. Pura un análisis de los distintos tipos de mano de obra en el siglo<br />

xix en Colombia, particularmente en las nuevas zonas de población,<br />

véase Kalmanovitz, Salomón, Economía y naaón. Una breve /listona<br />

de Colombia. Bogotá, 1986, capítulo 11.


178 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

de sus tierras por los terratenientes o por los especuladores,<br />

quienes fácilmente quemaban sus propiedades o los<br />

demandaban ante las cortes locales. Durante el auge<br />

cafetero antioqueño del fin de siglo, los minifundistas,<br />

aparentemente libres, evidenciaron su dependencia de los<br />

latifundistas a quienes debían enviar el grano para su procesamiento16.<br />

Estas duras cargas, impuestas sobre aparceros,<br />

peones y minifundistas independientes, fiieron<br />

creciendo durante el siglo debido a la presión ejercida desde<br />

fuera, ya que cada día se pedía mejor calidad, se ofrecían<br />

bajos precios por los productos tropicales y empezaba<br />

a evidenciarse un decreciente interés de los empresarios<br />

agrícolas por cultivar los lazos paternalistas con sus trabajadores.<br />

A pesar de las apariencias, la reproducción del orden<br />

señorial de las zonas latifundistas tradicionales no fue fácil<br />

de perpetuar y por tanto no llegó a extenderse con iguales<br />

características en las diversas regiones de frontera. La baja<br />

densidad de la población y las facilidades que tenían los<br />

peones para escapar hacia las zonas selváticas, hizo que<br />

estos peones fueran menos maleables y permitió a los minifundistas,<br />

tanto dependientes como independientes, subvertir<br />

de diversas formas el orden impuesto en las grandes<br />

haciendas. Tanto los trabajadores asalariados como los<br />

arrendatarios, violaban los reglamentos, se resistían a obedecer<br />

las normas, amenazaban a los administradores y a<br />

los capataces, se escapaban llevando consigo no sólo madera<br />

y productos obtenidos en la cosecha sino también algunos<br />

animales; en otros casos, se unían a las cuadrillas de<br />

malhechores. Cuando el tabaco colombiano perdió su po­<br />

16. Samper Kutschbach, Mario, “Labores agrícolas y fuerza de trabajo<br />

en el suroeste de Antioquia, 18 5 0 -19 12 ”, Estudios sociales 2, marzo<br />

de 1988, pág. 14.


Lm vida rural cotidiana en ¡a República | 179<br />

sición en los mercados alemanes, muchos observadores<br />

culparon a los aparceros del Tolima por su descuido en el<br />

cultivo de la hoja; Medardo Rivas se lamentaba porque el<br />

“perezoso calentano se levantó, movido por tantos halagos,<br />

y principió a sembrar tabaco y a llevar una vida de disipación<br />

y vicios”.17 Los primeros cultivadores de café en el<br />

occidente de Cundinamarca expresaron inquietudes similares,<br />

como es el caso de la queja de Aurelio Plata, cultivador<br />

del grano en la Mesa, en relación con las grandes<br />

haciendas que necesitaban muchos trabajadores; “al fin de<br />

la cosecha, cuando ya es poco el café maduro que hay en<br />

las matas, se pierde mucho, porque no lo cogen sino con<br />

mayor costo, y también porque se escapa muchas veces a<br />

la vigilancia de los empresarios”.18 Un poco después, Salvador<br />

Camacho Roldan informó que en los mismos distritos<br />

“el arrendatario y el propietario tienen intereses opuestos y<br />

casi siempre son enemigos”.'9 La hábil descripción que<br />

hace Malcolm Deas de la hacienda Santa Bárbara, en el<br />

occidente de Cundinamarca, durante el momento culminante<br />

del auge del café en las últimas décadas del siglo xix,<br />

nos revela cómo las constantes evasiones y disputas de los<br />

arrendatarios pusieron a prueba la paciencia de su administrador,<br />

Cornelio Rubio, quien reveló su frustración en<br />

un informe enviado a Roberto Herrera Restrepo que decía;<br />

“Agustín Muñoz es el mismo que no ha querido servir<br />

en nada de la cosecha, so pretexto de la enfermedad de su<br />

17. Rivas, Medardo. “ El coscchcro", en Musco tic a/adms de costumbres,<br />

vol. 11. Bogotá. 1971. pág. 172.<br />

18. Aurelio Plata a Juan de Dios Carrasquilla, Ea Mesa, Cundinamarca,<br />

noviembre 15 de 1878, en el Segundo Informe Anual que presenta<br />

el Comisario National de Agn'ctdlura a l Poder Ejecutivo para el conocimiento<br />

del Congreso: año tSSo, Bogotá, t 88o , pág. 51.<br />

19. Camacho Roldán, Salvador, Notas de viaje, Bogotá, 1887,<br />

pág. 97.


mujer y hace tiempo que no viene a trabajar ni manda cafetera<br />

ni peón, no sirve de nada absolutamente”.20 No nos<br />

debe asombrar que las “máquinas”, es decir los campesinos<br />

pobres de Vergara y Velasco, llegaran a ser vistos por sus<br />

superiores como los borrachos brutos, la escoria, los criminales<br />

y la amenaza a la prosperidad de la agricultura. Con<br />

todo, no hubo muchos encuentros violentos entre los<br />

campesinos pobres y los propietarios y administradores de<br />

las haciendas en las fronteras colombianas, principalmente<br />

porque las clases altas campesinas contaban con la coerción<br />

para compensar su débil hegemonía en esas regiones.<br />

Por último, muchos campesinos sencillamente no se<br />

sometían en absoluto al dominio de los terratenientes. Los<br />

inmigrantes de las zonas altas estaban dispuestos a proporcionar<br />

mano de obra barata en las regiones de frontera<br />

porque allí tenían la posibilidad de huir hacia la selva en<br />

caso de necesidad. En 1871, a pesar de que se presentó una<br />

enérgica solicitud de inversión extranjera en las plantaciones<br />

de añil en el valle del Magdalena, Salvador Camacho<br />

Roldán, secretario del tesoro, admitió sin embargo que<br />

puesto que, para los inmigrantes “ha llegado a ser más remunerador<br />

el trabajo de producción de víveres, el número<br />

de jornaleros disponibles para el añil ha disminuido y los<br />

jornales han subido fuera de tasa”.21 En el transcurso del<br />

siglo, y especialmente en sus últimas décadas, los minifúndistas<br />

ocuparon vastos terrenos baldíos despreciando<br />

con frecuencia a los terratenientes, a los especuladores de<br />

la tierra y a los funcionarios gubernamentales. En el correl8o<br />

| MICHAEL<br />

F. JIMÉNEZ<br />

20. Deas, Malcolm, “Una hacienda cafetera de Cundinamarca:<br />

Santa Bárbara 18 7 0 -19 12 ”, en Anuario Colombiano de Historia Socialy de<br />

la Cultura, 8, 1976, pág. 82.<br />

2 1. Camacho Roldán, Salvador, “Proyecto para la fundación de un<br />

establecimiento de añil en grande escala y de banco hipotecario,” septiembre<br />

15, 18 7 1, en Escritos varios, vol. 11, Bogotá, 1893, pág. 453.


L a vida rural cotidiana en la República | 181<br />

dor antioqueño, algunos colonizadores maniobraron en<br />

las cortes para proteger sus reclamos y además, no renunciaron<br />

al uso de la violencia. Otto Morales Benítez relata<br />

las emboscadas y las matanzas realizadas por los colonos<br />

de Elias González, el principal acaparador de tierra caldense,<br />

en abril de 18 51. La tosca justicia agraria en dicha<br />

región decía “Aplíquele la ley de Guacaica,” refiriéndose a<br />

las riberas del río en las que el odiado González encontró<br />

su fin". Por último, estos desacuerdos dieron origen a un<br />

acuerdo social de gran importancia en el campo colombiano,<br />

una tregua inestable entre quienes buscaban consolidar<br />

la agricultura comercial y monopolizar el control sobre la<br />

tierra y los trabajadores, y aquellos grupos de campesinos<br />

pobres que realmente constituían una economía minifundista<br />

tanto dentro como fuera de los complejos latifundistas.<br />

IV<br />

Camino a su destino río abajo, el neivano intercambiaba<br />

los productos de su finca por herramientas, vestidos y<br />

otros bienes. Samper por lo tanto, reconoce la importancia<br />

de la presencia de relaciones comerciales en el siglo xix en<br />

la Colombia rural. Por lo menos una vez por semana, generalmente<br />

con mayor frecuencia, las plazas de casi todos<br />

los caseríos, villas y pueblos, se veían invadidas por los llamados<br />

“tratantes” cuyo número y variedad dependía de la<br />

cantidad de habitantes en cada distrito o localidad. Los<br />

campesinos extendían en el suelo sus productos alimenticios,<br />

objetos artesanales, ganado y productos como cacao,<br />

tabaco y azúcar. Los negociantes locales abrían sus<br />

tiendas llenas de caramelos, fósforos, vestidos, herramien­<br />

22. Morales Benítez, Otto, Testimonio de un pueblo, Bogotá, 1962,<br />

pág. 104.


182 I MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

tas y otros productos manufacturados, algunos de ellos<br />

traídos del extranjero -las sedas y los licores mencionados<br />

por Samper- y otros procedentes de diversos lugares del<br />

norte de los Andes como ruanas del altiplano oriental,<br />

sombreros de Santander y sillas de montar de Chocontá.<br />

Las banderas rojas ondeaban en las puertas de las carnicerías,<br />

en las cuales se vendía tanto carne fresca como cecina.<br />

Vendedores ambulantes con baúles llenos de novedades<br />

voceaban sus mercancías.<br />

Se realizaban numerosas y variadas transacciones durante<br />

el día, la mayoría de ellas a pequeña escala -unos<br />

pocos huevos, un puñado de arroz, algunos vegetales o<br />

frutas, una tajada de carne-, éstas acompañadas por los regateos<br />

rituales que se daban mientras el dinero y los objetos<br />

pasaban de una mano a otra. En algunas ocasiones, sin<br />

embargo, estas transacciones eran mayores, puesto que<br />

comerciantes agrícolas, regionales o locales, adquirían<br />

cantidades considerables de algunas cosechas para venderlas<br />

en ciudades grandes o en el exterior; dichos intercambios<br />

se hicieron más frecuentes en lugares como La Mesa,<br />

en el occidente de Cundinamarca, donde los comerciantes<br />

del Valle del Cauca, de las tierras calientes y cálidas del<br />

alto Magdalena y de los Llanos se encontraban con los<br />

provenientes del altiplano oriental. Ocurría, también, otro<br />

tipo de comercio, cuando los hombres visitaban a las prostitutas<br />

ubicadas en los barrios de tolerancia. Además, a lo<br />

largo del día los campesinos sedientos abarrotaban las tabernas<br />

y los puestos al aire libre para beber totumas de<br />

aguardiente, guarapo o chicha, mezclando esto con relatos,<br />

música, baile, juegos de azar y discusiones bulliciosas.<br />

Mientras la mayoría de los campesinos iba a los mercados<br />

ubicados a pocas horas de sus viviendas y campos,<br />

otros tenían que recorrer distancias muy largas. Los campesinos<br />

viajaban muchos días para vender productos bási-


La vida n i ral cotidiana en ta República | 183<br />

eos en las ciudades florecientes del norte de los Andes.<br />

Minifundistas de las faldas de las montañas en el Valle del<br />

Cauca aprovisionaban a Buga y a Cali en esos años, así<br />

como algunos productores de artículos para el hogar vendían<br />

sus productos en centros urbanos ubicados en el norte<br />

de los Andes. A mediados de 1880, el geólogo alemán,<br />

Alfred Hettner, describió los encuentros en el mercado en<br />

la capital del altiplano de Bogotá:<br />

I'Ll movimiento de mercado viene concentrándose en Bogotá<br />

prácticamente los jueves y viernes de cada semana, días<br />

en que la gente de fuera viene hasta de lejos para vender sus<br />

productos del campo... Aparte de los sabaneros, allí observamos<br />

gente de los pueblos situados al este de Bogotá, por<br />

ejemplo de Choachí, Fómeque y otros. Así mismo, llegan de<br />

Fusagasugá y otras poblaciones de tierra templada. Hasta<br />

calentónos vimos, que desde luego no podrán sentirse confortables<br />

aquí en vista de la vestimenta para este clima.2'<br />

Criadores de ganado realizaban jornadas aun más largas<br />

para llegar a los mercados. Los criadores de cerdos del<br />

Quindío llevaban sus bestias en manada hacia el norte,<br />

hasta llegar a Medellin y a distritos mineros adyacentes, y<br />

hacia el sur, hasta el valle del Cauca; los llaneros guiaban el<br />

ganado desde el Valle del río Magdalena y de las llanuras<br />

del oriente hasta la sabana de Bogotá.<br />

Tanto la variedad, como las cada vez más complejas<br />

redes comerciales de la parte norte de la cordillera de los<br />

Andes, dieron lugar al surgimiento de una gran cantidad<br />

de intermediarios que trabajaban a pequeña escala. Taber-<br />

23. Hettner, Alfred, Viajes por ¡os Andes colombianos, 1882-1884,<br />

do en Romero, Mario (íermán, (comp.) Bogotá en los viajeros extranjeros<br />

del siglo xix, Bogotá, 1992, pág. 240.


184 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

ñas, tiendas y tambos aparecieron en muchos lugares del<br />

campo y sus propietarios se encargaban de vender, comprar<br />

y también alojar a los viajeros procedentes de zonas<br />

vecinas y lejanas. Muchos minifundistas prestaron ayuda<br />

proporcionando el transporte tan necesario en esos quebrados<br />

parajes del norte de la cordillera. Sus champanes y<br />

bogas negociaban la movilización en los ríos, rutas éstas<br />

muy traicioneras, conectando así las economías más importantes<br />

y estableciendo lazos entre el populoso interior<br />

y el mundo exterior. Aun más importantes eran los arrieros,<br />

quienes alimentaban los animales de carga y transportaban<br />

artículos y viajeros a través de zonas muy quebradas,<br />

llanuras sin caminos demarcados y densas selvas tropicales<br />

en las zonas bajas. Aun cuando en ocasiones los transportadores<br />

eran contratados por las casas mercantiles y por<br />

los terratenientes, generalmente trabajaban por su cuenta.<br />

El arriero se convirtió en sujeto de leyendas y mitos evocados<br />

en la caracterización hecha en este siglo por Eduardo<br />

Santa, según la cual el “hombre es fuerte, estoico, tenaz y<br />

forma con la muía una maravillosa ecuación de progreso”.24<br />

Gracias a su independencia y energía, dichos campesinos<br />

abrieron caminos entre las ciudades y el campo y<br />

ayudaron a sentar los cimientos de un mercado nacional<br />

que llegaría a cristalizar después del cambio de siglo.<br />

Para José María Samper y muchos de sus copartidarios<br />

liberales, la ubicuidad e intensidad de relaciones comerciales<br />

en el campo del norte de la cordillera de los Andes, señalaron<br />

el amanecer de una nueva era. Su referencia a la<br />

llamada “nueva transformación”, una vez que el neivano<br />

llegaba a puerto ribereño, complementó los comentarios<br />

de su hermano Miguel quien señaló por la misma época<br />

24. Santa, Eduardo, Arrieros y fundadores. Aspectos de la colonización<br />

antioqueña, Bogotá, 19 61, pág. 123.


La vida rural cotidiana en la República<br />

H acien d a de cultivo<br />

de tabaco en<br />

San tan d er.<br />

Foto grafía.<br />

D iciem b re y de<br />

19 16 .<br />

El Gráfico N ° 3 2 2 .<br />

Rancho C am p e sin o<br />

en C h o a ch í.<br />

Eduard W . M ark .<br />

A cuarela. 1846.<br />

C hoza y habitante<br />

del M agd alen a.<br />

A n d ré M . E .<br />

G ra b a d o<br />

América Pintoresca.<br />

T o m o iii.<br />

M o n ta n e r y<br />

Sim ón E d ito res.<br />

Barcelona. 18 8 4 .


D e m estizo e india nace collote.<br />

Ju a n y M a n u e l de la C ru z.<br />

G rab ad o coloreado.<br />

1777-1788.<br />

B ib lio teca L u is-A n g e l A ra n g o . Sala<br />

M an u scrito s 391.0946. C15C.<br />

D e español y m orisca nace alvino.<br />

Ju a n y M a n u e l de la C ru z.<br />

G rab ad o coloreado.<br />

1777-1788.<br />

B ib lio teca L u is -A n g e l A ra n g o . Sala<br />

M an u scrito s 391.0946. C15C.<br />

D e collote e india nace<br />

cham izo. Ju a n y M a n u e l<br />

de la C ru z.<br />

G rab ad o coloreado.<br />

*777 - 1788.<br />

B ib lio te ca L u is -Á n g e l<br />

A ra n g o . Sala<br />

M an u scrito s 391.0946.<br />

C15C.


La vida rural cotidiana en la República | 185<br />

que la colonización de la tierra caliente convirtió sin lugar<br />

a dudas a los colombianos en “ciudadanos del mundo”.25<br />

Sin embargo, ni todos los observadores contemporáneos,<br />

ni los campesinos mismos, se mostraron tan optimistas en<br />

relación con el potencial que tenían los mercados existentes<br />

para asegurarles paz y prosperidad ni a ellos ni a la<br />

mayoría de sus conciudadanos. Quizás Eugenio Díaz Castro,<br />

uno de los escritores costumbristas más populares, fue<br />

quien mejor logró articular lo que pudo haber sido la ambivalencia<br />

de la naturaleza del intercambio económico<br />

para las clases bajas del campesinado. Manuela, su heroína,<br />

lo expresa en forma amarga cuando habla acerca de su<br />

día en el mercado:<br />

¡Ah cosa chinche es hacer mercado!... La sal a catorce,<br />

cada día más cara y en la Gaceta dijeron que la iban a dar barata<br />

para favorecer al pueblo: lo que defienden al pueblo... Ya<br />

no había lechugas ni coliflores, porque llegué tardísimo...<br />

Traje media arroba de arroz y por amas me lo derraman, porque<br />

se armó una pelea de lo más grande, por medio de<br />

chivera, que les querían meter a los calentanos... Los huevos a<br />

tres el cuartillo y las cucharas de palo para la tienda también a<br />

cuatro... ¿Qué les quedará a los indios de Guasca y Guatavita<br />

que las hacen y las traen y después de haber vendido sus tierras<br />

por chicha, o por plata para beber chicha?'6<br />

Ciertamente el mercado era muy peligroso para muchos<br />

campesinos colombianos en el siglo xix. Los precios<br />

eran muy altos y los artículos escaseaban con mucha fre-<br />

25. Samper, Miguel, L a miseria en Bogotá fi8 ñi], Bogotá, 1969,<br />

pág. 126.<br />

26. Díaz Castro, Iüigenio, Manuela [1856], Bogotá. 1988, págs.<br />

95-96.


l 86 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

cuencia debido a la sequía y a las enfermedades que afectaban<br />

el campo. Los campesinos y muchos agricultores a<br />

gran escala, se quejaban incesantemente no sólo de las<br />

dificultades de transporte y los altos costos de los créditos,<br />

sino de las presiones ejercidas por los propietarios de los<br />

almacenes y los prestamistas de las ciudades; Samper mismo<br />

hace mención a “la codicia artificiosa que suele distinguir<br />

al traficante en los países poco civilizados”.27 Quienes<br />

producían para compradores extranjeros, conocieron muy<br />

pronto los peligros de la economía global. Las crisis sucesivas<br />

del tabaco, la quinina y el añil desde la década de<br />

i860, además del exiguo y desigual aumento en los precios<br />

del café durante el último cuarto de siglo afectaron muchísimo<br />

a los cultivadores de estos productos, tanto grandes<br />

como pequeños. Finalmente, el Estado colombiano, aunque<br />

dividido y débil durante la mayor parte del siglo, fue<br />

una molestia constante para los campesinos. Los monopolios<br />

oficiales, llamados estancos, favorecían a ciertos clanes<br />

de terratenientes excluyendo de esta forma a la mayoría de<br />

los campesinos y elevaban el costo de vida. Entre éstos, el<br />

monopolio de la sal provocó amargas recriminaciones debido<br />

a su valor como preservativo y elemento necesario<br />

para el engorde del ganado. Los impuestos eran otro elemento<br />

de irritación puesto que los tributos sobre la matanza<br />

del ganado, el consumo de aguardiente y otros licores,<br />

además de aquellos que gravaban diferentes artículos de<br />

consumo, los cobros catastrales, los peajes y una cantidad<br />

de gravámenes existentes hacían del comercio una actividad<br />

muy costosa e incluso peligrosa, especialmente para<br />

quienes poseían escasos recursos. Las reyertas y peleas frecuentes,<br />

las huelgas que se presentaron en la Colombia<br />

27. Samper, José M., Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición<br />

social de las repúblicas colombianas, pág. 327.


La vida rural cotidiana en la República | 187<br />

provincial durante el siglo, sin importar si su origen inmediato<br />

era político, personal, regional, racial o religioso, podían<br />

atribuirse fácilmente a las confusiones, desigualdades<br />

o arbitrariedades de las relaciones de mercado.<br />

Con la expansión de la agricultura comercial, muchos<br />

campesinos colombianos concibieron ideales y prácticas<br />

alternativas en las transacciones comerciales2*. Los pequeños<br />

propietarios del campo intentaban beneficiarse de las<br />

crecientes oportunidades económicas del norte de la cordillera<br />

de los Andes durante este período, sin tener que llegar<br />

a ser presas o víctimas de un mercado muy peligroso.<br />

Diversificaron la producción (como lo hicieron las haciendas<br />

grandes) en lugar de concentrarse exclusivamente en<br />

las cosechas más rentables; esta estrategia estaba enfocada<br />

a evitar el impacto de las fluctuaciones de precio y los costos<br />

de producción. Las relaciones recíprocas de trabajo<br />

existentes entre ellos, contaban con su complemento en el<br />

trueque y en los intercambios de dotes, junto con el uso de<br />

la moneda, protegiéndose de esta forma contra la inflación.<br />

Los aparceros de las grandes haciendas desarrollaron<br />

un complejo mercado interno para la realización de mejoras<br />

que dependían de dicha cooperación. Un poderoso<br />

sentido de honradez en las relaciones de intercambio penetró<br />

en las zonas rurales, así como la noción de “precio<br />

justo”, presente en el comentario de Eugenio Díaz Castro<br />

en relación con la promesa del gobierno de sostener un<br />

bajo costo de la vida “en defensa del pueblo”.<br />

Esta “economía moral” también se manifestó en una<br />

amplia participación de las clases bajas campesinas en redes<br />

de comercio ilegal, para hacerle frente al control exclu-<br />

28. Para el debate sobre las concepciones “alternativas" de la economía<br />

entre los campesinos colombianos y ciertos aspectos del siglo<br />

xix véase Gudeman, Stephen y Rivera, Alberto, Conversations in Colombia.<br />

The domestic economy in life and text, Cambridge, 1990.


18 8 | MICHAF.I. F. JIMÉNEZ<br />

sivo de la economía agraria que ejercían los clanes de terratenientes<br />

comerciantes en connivencia con las autoridades<br />

gubernamentales. Los peones y los aparceros recogían<br />

granos de café de los cafetales de los terratenientes, se robaban<br />

el azúcar y el ganado y todo esto era negociado en<br />

una amplia economía subterránea que abarcaba grandes<br />

zonas de la Colombia rural. Por otra parte, los pequeños<br />

propietarios campesinos, con frecuencia competían con<br />

algunos productores mayores en los mercados locales y<br />

regionales. En la década de 184.0, los cultivadores de azúcar<br />

de la región occidental de Cundinamarca, no pudieron<br />

imponer su monopolio sobre la panela y la miel debido a<br />

que hordas de trapicheros la vendían a precios más bajos en<br />

los mercados de la vecina Bogotá.29 De forma similar, antes<br />

de la abolición del monopolio del tabaco a mediados<br />

de siglo, la producción obtenida en forma ilegal y el comercio<br />

de este producto eran endémicos. Guillermo Wills<br />

observó en 18 3 1 que en la región de Ambalema “todos los<br />

años se pierden ingentes sumas en razón del escandaloso<br />

contrabando que se hace en todas direcciones, siendo la<br />

causa primordial de este mal, el ínfimo precio que se paga<br />

al cosechero por su tabaco”.30 A mediados de siglo, los cultivadores<br />

independientes, que provenían de la población<br />

de antiguos esclavos, aprovisionaban ilegalmente una buena<br />

parte del mercado del Valle del Cauca1'. Los campesinos<br />

también desarrollaron habilidades para evadir las<br />

29. Saflbrd, Frank, “Commerce and Enterprise in Central Colom ­<br />

bia, 18 2 1-18 7 0 ”, tesis de PhD no publicada, Columbia University, New<br />

York, 1965, pág. 113 .<br />

30. Wills, Guillermo, Observaciones sobre el comercio de Nueva Granada,<br />

con un apéndice relativo al de Bogotá, Bogotá, 1962, pág. 17.<br />

3 1. Taussig, Michael, “Religión de esclavos y la creación de un<br />

campesinado en el valle del río Cauca. Colom bia”, Estudios rurales latinoamericanos,<br />

11:3, septiembre-diciembre 1979, pág. 371.


La vida rural cotidiana at Ia República | 189<br />

exigencias tributarias del Estado, especialmente cuando algún<br />

artículo resultaba muy lucrativo. Los impuestos sobre<br />

el licor eran de muy difícil recaudo, puesto que los comerciantes<br />

campesinos y sus colaboradores en las pequeñas<br />

ciudades, con frecuencia se armaban para enfrentarse a la<br />

policía de los resguardos. En algunos casos, esta resistencia<br />

encontró expresión política, tal el caso de los campesinos<br />

del Tolima que se unieron a las guerrillas liberales a principios<br />

de la guerra de los Mil Días bajo la siguiente consigna:<br />

“Abajo los monopolios, viva el partido liberal, viva la<br />

revolución”^.<br />

V<br />

La esperanza de Samper, compartida por muchos de sus<br />

copartidarios liberales, según la cual la ampliación de las<br />

relaciones de mercado podría “conservar la paz y fraternidad<br />

y suprimir trabas dondequiera”^, se mostró insostenible<br />

en la Colombia rural del siglo xix. Es claro que los<br />

conflictos surgidos al interior mismo de las fincas, entre<br />

pequeños propietarios y entre ellos y los grandes terratenientes,<br />

tenían su paralelo en los mercados y además, estaban<br />

estrechamente ligados con otras dos áreas de conflicto<br />

en la vida diaria y en la estructura amplia de las relaciones<br />

sociales en el campo colombiano durante este período: la<br />

religión y la política.<br />

Aparentemente la Iglesia católica ejercía un completo<br />

32 Jaramillo, Carlos Eduardo, L a guerra de novecientos, Bogotá,<br />

1992, pág. 34. Para una comprensión más global de este asunto véase<br />

Clavijo Ocampo, Hernán, “Monopolio fiscal y guerras civiles en el<br />

Tolima, 1865-1899,” en Fronteras, regiones y ciudades en la historia de Colombia,<br />

vin Congreso Nacional de Historia de Colombia, Bucaramanga,<br />

1993, págs. J27-I50.<br />

33. Samper, [osé M„ Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición<br />

social de las repúblicas colombianas, Bogotá, 1961, pág. 3 31.


I 9O | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

dominio cultural sobre la mayor parte del territorio, como<br />

legado del proceso relativamente rápido y completo de<br />

mestizaje y aculturación ocurrido durante la colonia. Una<br />

iglesia se erigía en la plaza principal de la mayoría de las<br />

poblaciones y ciudades en el campo, incluso pequeños<br />

villorrios tenían su capilla; en algunos casos se trataba de<br />

construcciones impresionantes y en otros eran apenas<br />

chozas grandes con piso de tierra, pero unas y otras,<br />

simbolizaban la capacidad del poder eclesiástico y la autoridad<br />

ejercida durante un siglo de acalorados y, con frecuencia,<br />

violentos conflictos acerca del lugar que ocupaba<br />

la religión en asuntos tanto públicos como privados. Los<br />

curas o párrocos con frecuencia jugaron un papel protagónico<br />

en las vidas de las poblaciones rurales: ofrecían<br />

bendiciones y oraciones durante todo el ciclo vital, es decir<br />

en los nacimientos, en los matrimonios y en las muertes,<br />

servicios que con frecuencia debían ser remunerados. En<br />

las misas dominicales y en el abarrotado calendario de celebraciones<br />

religiosas, los clérigos predicaban la doctrina<br />

y exhortaban la moral en sus feligreses transmitiendo la<br />

visión de una deidad intimidante y vengadora. Dicha imagen<br />

era mitigada por una intervención piadosa, especialmente<br />

la de la Virgen María. En tales ocasiones, también<br />

consolidaban su posición de pilares del orden social, al<br />

censurar abiertamente a los librepensadores, a los criminales,<br />

a los que protestaban desde abajo y, con no poca frecuencia,<br />

a los supuestos “descreídos liberales”, La trinidad<br />

formada por el patriarcado, la jerarquía social y la armonía<br />

de este catecismo provinciano, se encuentra expresada en<br />

la descripción que hace el padre Antonio María Amézquita,<br />

en el año de 1882, de la respuesta a sus esfuerzos<br />

misioneros en la población de Cáqueza, Cundinamarca:


I m vida rural cotidiana a i ¡a República | 191<br />

De un modo sorprendente, desde la más distinguida matrona<br />

hasta la última pobre criada, y desde el primer jefe del<br />

distrito hasta el último menestral, y desde el inteligente Juez<br />

de Circuito hasta el último policía, en una palabra, comerciantes,<br />

hacendados, agricultores y empleados y aun transeúntes,<br />

poblaban la anchurosa iglesia a oír la palabra divina,<br />

con la atención de cenobitas y ermitaños. I,o que más admiraba<br />

era la afluencia de los campesinos de ambos sexos al tribunal<br />

de la penitencia, pudiendo asegurarse que durante la<br />

misión y Semana Santa se concillaron con Dios más que 4 000<br />

almas.'4 »<br />

Sin embargo, ni los halagos ni las disciplinas de la<br />

Iglesia católica lograron el dominio total de la moral y la<br />

imaginación espiritual de los campesinos colombianos durante<br />

el siglo xix. Aunque con mucha frecuencia los curas<br />

eran respetados por su piedad y su defensa enérgica del<br />

campesino pobre, como es el caso de aquellos que se unieron<br />

a los colonos en su lucha contra los especuladores de<br />

la tierra en la cordillera Central, muchos eran considerados<br />

seres malvados, corruptos y en connivencia con los<br />

opresores. Finalmente, el número reducido de seguidores,<br />

su aislamiento endémico, ponían en peligro la influencia<br />

de los curas, por consiguiente, el campesino pobre desarrolló<br />

su propia religión combinando el cristianismo con<br />

creencias y prácticas indias y africanas. Los campesinos<br />

encontraron en las cofradías, formadas por la Iglesia para<br />

canalizar y controlar la religiosidad popular, voces e<br />

instrumentos espirituales más autónomos para elevar sus<br />

protestas contra los poderosos. Por último, los teguas,<br />

34. Amézquita, Antonio María. Defensa del clero español y americano<br />

y Guía geogrrf/ico-religinsa del Estado Soberano de Cundinamarca, Bogotá,<br />

1882, pág. 220.


192 | MICHAEL F. JIMENEZ<br />

35. Citado por Taussig, Michael en “Religión de esclavos y la<br />

creación de un campesinado libre en el valle del rio Cauca, Colombia,”<br />

Estudios rurales latinoamericanos, 11:3, septiembre-diciembre, 1979, pág.<br />

chamanes, brujos y curanderos, tanto hombres como mujeres,<br />

eran los encargados de proporcionar la mejor defensa<br />

contra los males del mundo utilizando su magia, sus<br />

curas de hierbas, sus conjuros y una amplia gama de rituales<br />

y oraciones.<br />

En las festividades religiosas se manifestaba con frecuencia<br />

la expresión de la devoción popular, así, los frecuentes<br />

festivales, carnavales y peregrinaciones, eran<br />

motivo de alarma para las clases altas. Sergio Arboleda, terrateniente<br />

del Valle del Cauca, expresó su desprecio hacia<br />

éstas puesto que los “negros las celebran por tener un<br />

pretexto plausible para entregarse a diversiones poco favorables<br />

a la moral”.15 Ciertamente dichas fiestas, que<br />

generalmente coincidían con los días de mercado, les proporcionaban<br />

ocasión para beber, bailar, celebrar corridas<br />

de toros, riñas de gallos, carreras de caballos, fuegos artificiales,<br />

además de ser escenario de peleas en cantidad. En<br />

dichas ocasiones los campesinos se tomaban licencias picarescas<br />

para rehacer su mundo, aunque fuera tan solo<br />

momentáneamente, puesto que el pobre remedaba al rico,<br />

los hombres se vestían de mujeres y se disfrazaban de diablos<br />

para recorrer las calles y los caminos rurales.-16 En esta<br />

forma, así como lo hacían con los rituales y encantamientos<br />

privados, los campesinos colombianos demarcaron a<br />

su manera las fronteras entre su mundo de penas y sufrimientos<br />

y el otro de redención cristiana. Vale la pena anotar<br />

que a finales de siglo, los misioneros protestantes<br />

empezaron a realizar pequeñas pero significativas incur-<br />

377-<br />

36. Ocampo López, Javier, Las fiestas y el folclor colombiano, Hogotá,<br />

1984.


La vida n iral cotidiana a i la República | 193<br />

siones en diversas zonas rurales, como las de Santander,<br />

Cundinamarca, Tolima y el Valle del Cauca y mientras<br />

conseguían conversos entre los habitantes de los pueblos<br />

de provincia, su predicación y estudio de la Biblia atrajo<br />

también a peones y pequeños propietarios.<br />

La política constituyó un terreno igualmente debatido<br />

en el cual los campesinos pusieron su marca particular.<br />

Después de la independencia, una frágil burocracia colonial<br />

que ejercía un poder político débil, se fiie descentralizando<br />

aceleradamente. La mayoría de la población rural<br />

se encontró bajo el domino de redes clientelistas formadas<br />

por terratenientes, comerciantes, sacerdotes y personas de<br />

clase media como comerciantes locales, artesanos, burócratas,<br />

profesionales y propietarios de haciendas más pequeñas<br />

y fincas un poco más grandes. Evidentemente, los<br />

terratenientes ejercían un poder y una autoridad considerable<br />

en el campo. Aun así, en casi todas partes, la pequeña<br />

burguesía local asumió la función de agente del<br />

poder en las cortes rurales, en los cabildos y en las alcaldías<br />

y se comprometieron con la competencia existente entre<br />

los partidos Liberal y Conservador’". Con frecuencia estos<br />

gamonales y caciques recaudaban impuestos locales y<br />

multas, incluyendo los onerosos peajes. También molestaban<br />

a los peones, a los aparceros y a los propietarios independientes,<br />

imponiéndoles trabajo obligatorio como<br />

policías o destinándolos a la realización de obras públicas;<br />

y al poner en vigencia decretos contra la vagancia, asigna-<br />

37. Pura una descripción contemporánea de la política rural a<br />

finales del siglo véase: Gutiérrez, Ramón. Monografías, vol. 1, Bogotá,<br />

1920-1921, págs. 90-92. A fin de estudiar interpretaciones diferentes<br />

véanse Guillen, Fernando, E l poder Los modelos estructurales del poder<br />

político en Colombia, Bogotá, 1979, y Deas, Malcolm, “Algunas notas<br />

sobre la historia del caciquismo en Colombia," Revista de Occidente,<br />

xi.m :i27, segunda época, octubre 1973. págs. 118-140.


1 9 4 I MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

ban trabajadores para hacer turnos en las construcciones<br />

de carreteras o a prestar sus servicios en las haciendas. Los<br />

magistrados aplicaban justicia en cortes con frecuencia<br />

desvencijadas, imponiendo multas y períodos de cárcel y<br />

azotando y poniendo a los campesinos en los cepos en las<br />

plazas públicas. Del mismo modo que los sacerdotes, estas<br />

camarillas estaban dispuestas a participar en las conmemoraciones<br />

de fiestas republicanas, especialmente la celebración<br />

del día de la Independencia -el 20 de Julio- (después<br />

de mediados de la década de 1870). Dichas fiestas eran<br />

comparables a las religiosas en grandeza y esplendor, y las<br />

celebraban para instruir a los llamados la chusma, guaches,<br />

canallas y plebeyos, en los ideales y hábitos de un orden<br />

republicano indiscutiblemente al servicio de los gamonales<br />

y los patronos.<br />

Los jefes de las zonas rurales colombianas también exigían<br />

la lealtad de los campesinos en los comicios y en las<br />

campañas militares. En un siglo de continuas y frecuentes<br />

elecciones de funcionarios locales, regionales y nacionales,<br />

se congregaba un número considerable de campesinos colombianos,<br />

a menudo borrachos, en las plazas de las ciudades<br />

y pueblos, a dar su voto por mandato de sus jefes<br />

locales. En la, con frecuencia, intensa atmósfera política,<br />

los trabajadores y los pequeños propietarios eran animados<br />

por festividades tales como las organizadas en las afueras<br />

de Bogotá en 1849 por Ramón Espina, un agente<br />

político del general Tomás C. de Mosquera, con “mucho<br />

pán, chicha, terneras, servesas (sic) y varias cosas” y “discursos<br />

magníficos y muy templados”38. Cuando las ambiciones<br />

y las ideas de los patronos chocaban entre sí, los<br />

38. Carta del General Ramón Espina al General Tom ás C. de<br />

Mosquera, Bogotá, noviembre 16 de 1849, Archivo epistolar del General<br />

Mosquera, correspondencia con el General Ramón Espina, 1825-1866, Bogotá.<br />

1966, págs. 231-234.


La vida rural cotidiana a i ia República | 195<br />

gamonales se desplazaban a las veredas para reclutar gente<br />

y llevarla a las plazas principales para escuchar discursos<br />

encendidos que anunciaban nuevas intervenciones en este<br />

largo siglo de guerras civiles. Muchos de estos reclutas<br />

nunca regresaban a sus hogares, pues morían con frecuencia<br />

debido a que contraían enfermedades o caían en batallas<br />

para las cuales no iban bien equipados ni estaban<br />

preparados, o, en ocasiones, eran ejecutados por desertar.19<br />

Enfrentados a una política tan manifiestamente corrupta,<br />

excluyente y coercitiva, los campesinos, no obstante,<br />

lograban volverla a su favor de diversas formas. De<br />

manera enérgica y creativa, afirmaban sus derechos y presentaban<br />

reclamos a través del sistema legal. Las notarías y<br />

la registradurías de tierra fueron escenarios muy activos de<br />

sus esfuerzos por legitimar toda clase de negocitos, transacciones<br />

con la tierra, acuerdos para realizar mejoras, transacciones<br />

comerciales, préstamos y otros negocios. Con la<br />

ayuda de tinterillos y rábulas pertenecientes a la pequeña<br />

burguesía provincial, llenaban los tribunales locales de demandas<br />

legales que presentaban unos contra otros, así<br />

como contra los poderosos de sus comunidades, incluyendo<br />

a los mercaderes, los terratenientes y los funcionarios<br />

oficiales. Los más audaces enviaban manifiestos a las autoridades<br />

superiores denunciando injusticias y reclamando<br />

asistencia, como fue el caso de los pequeños propietarios<br />

del Valle del Cauca, quienes declararon en 1840 que el señor<br />

Quintero (un hacendado)<br />

ha sido reconvenido varias veces por los propietarios y<br />

poseedores del tereno i de los caminos; i como en otras épo­<br />

39. 'l'irado Mejía, Alvaro, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia,<br />

Bogotá, 1976, selección de documentos contemporáneos sohre<br />

los conflictos colombianos en el siglo xix.


X96 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

cas ha despojado del modo más violento ha cuantos infelices<br />

ha querido, su contestación ahora ha sido regalarnos con una<br />

infinidad de insultas, amenazas, protestando, que al que tomara<br />

la palabra para hacer algún reclamo li iria mui mal... Como<br />

las leyes han proclamado una santa igualdad, como ellas nos<br />

castigan a todos del mismo modo, como ellas nos imponen el<br />

deber de respetar los derechos de otros, i nos garantizan los<br />

que las mismas nos han dado... como ellas nos aseguran lo<br />

que legítimamente nos pertenece, como ellos protegen tanto<br />

el infeliz como al poderoso, cuando cualquiera de ellas tenga<br />

razón y justificación como ellas, en fin, no tienen consideración<br />

a las personas sino a los derechos de ellas, es que hoi elevo,<br />

por mi i en nombre de mis compañeros, mis quejas ante el<br />

impasible y recto jusgado...4"<br />

A lo largo del siglo, el Congreso nacional recibió miles<br />

de declaraciones de los colonos de regiones de frontera en<br />

las cuales se denunciaba a los terratenientes y a los especuladores.<br />

Esto aceleró la aprobación de la Ley 84 de 1882<br />

que favorecía a los pequeños propietarios4'. De este modo,<br />

con acciones diarias y con gestos grandes y notorios, la<br />

gente de las provincias, incluyendo a muchos campesinos,<br />

ardorosamente defendían su libertad personal, su dignidad<br />

individual, su igualdad ante la ley así como la propiedad<br />

privada, cimientos todos de un republicanismo popular<br />

presente tanto en su versión liberal como conservadora.<br />

40. Archivo Judicial de Buga. Pedro Miguel Bahesa contra Luis<br />

Simón Quintero sobre despojo de caminos en Chambimbal, Tom o 5C.<br />

Legajo N ° 5. M ayo de 1840, citado en Mejía Prado, Eduardo. Origen<br />

del campesino vallecaucano, Cali, 1993, págs. 132-133.<br />

41. Zambrano Pantoja, Fabio, “Ocupación del territorio y conflictos<br />

sociales en Colombia,” en *Un país en construcción. Poblamiento,<br />

problema agrario y conflicto social”, Controversia 151-152, abril de 1989,<br />

págs. 81-196.


La vida rural cotidiana en la República | 197<br />

Además de estas constantes maniobras legales, tanto<br />

grandes como pequeñas, el campesinado del siglo xix logró<br />

cierta influencia en los asuntos políticos.42 Una cuarta<br />

parte de los municipios actuales ya habían sido fundados<br />

durante este período; los pequeños propietarios, mayoritarios<br />

en las regiones de frontera, formaban parte de las juntas<br />

y los cabildos de reparticiones de tierras, plantaban los<br />

árboles de libertad en las plazas de las ciudades, y tenían<br />

otras ciertas formas de participación en el gobierno de la<br />

comunidad. Los campesinos, hombres principalmente, se<br />

comprometían en la política electoral a pesar de las limitaciones<br />

impuestas durante la mayor parte del siglo al derecho<br />

al sufragio por razones de propiedad y analfabetismo.<br />

Estas limitaciones no existieron en la legislación durante<br />

las administraciones de los radicales en las décadas de los<br />

años 1850 a 1870. Los políticos locales no podían prescindir<br />

de ellos, como nos lo muestra la gran fiesta ofrecida por<br />

Ramón Espina a los seguidores de Mosquera en las afueras<br />

de Bogotá. A partir de la independencia, los políticos buscaban<br />

el apoyo de los pocos electores con voto autorizado,<br />

sin embargo, también se mostraban especialmente atentos<br />

a obtener el favoritismo de los numerosos ciudadanos y<br />

campesinos sin derecho a voto pero cuyas pasiones e intereses<br />

podían expresarse en las controversias acerca de las<br />

listas de candidatos y las alianzas realizadas en el nutrido<br />

calendario electoral. En efecto, aquellos campesinos en<br />

quienes los gamonales confiaban por su participación en<br />

las manifestaciones, algunas veces como electores, y con<br />

mayor frecuencia como fuerzas de choque en las disputas<br />

42. Según los comentarios sobre la política en las zonas rurales, de<br />

Malcolm Deas, “l/a presencia de la política nacional en la vida provinciana,<br />

pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la república,"<br />

en Palacios. Marco (comp.), La unidad nacional en América Latina.<br />

D el regionalismo a la nacionalidad, México, 1983, págs. 149-173.


I 98 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

políticas, no carecían de cierta influencia en sus comunidades.<br />

A este respecto, las asociaciones políticas de las<br />

provincias colombianas durante el siglo xix -desde las Sociedades<br />

Democráticas del Valle del Cauca hasta las culebras<br />

de pico de oro de Santander- aunque mayoritariamente<br />

conformadas y dirigidas por habitantes de las ciudades,<br />

atraían sin embargo a sus filas a algunos pequeños propietarios,<br />

tanto libres como dependientes, así como a otros<br />

residentes de las veredas vecinas. Por último, las lecturas<br />

públicas, realizadas en plazas y tabernas, de los numerosos<br />

periódicos y panfletos que inundaban el país durante décadas<br />

de competencia política, ampliaban los horizontes de<br />

un campesinado en su mayor parte analfabeto aún. Por<br />

tanto, con relativa frecuencia en muchos lugares de la Colombia<br />

del siglo xix, los campesinos no eran sólo víctimas<br />

pasivas o estúpidas, ni borrachos embrutecidos, seguidores<br />

de algún cacique local, sino más bien personas que buscaban<br />

negociar como ciudadanos libres e iguales y que compartían<br />

y estimulaban el ideal fraternal del catecismo<br />

republicano.43<br />

La diferencia entre el republicanismo oligárquico y el<br />

popular se hizo más evidente durante las guerras civiles<br />

colombianas. Estos conflictos, que reflejaban ciertas divergencias<br />

entre las clases altas en lo que atañía a lo económico,<br />

lo político y lo religioso, dieron también la oportunidad<br />

al campesinado para registrar sus protestas y presentar sus<br />

intereses más abiertamente y en ocasiones de manera provocadora.<br />

Los propietarios independientes, los aparceros y<br />

los peones, descubrieron en más de una ocasión que las<br />

alianzas foijadas en la competencia por obtener votos y<br />

43. Aunque no existe un estudio de las formas específicas rurales<br />

de este republicanismo popular, el libro de Pacheco, Margarita, L a<br />

fiesta liberal en Cali, Cali, 1992, sobre las protestas y la movilización<br />

política en Cali entre 1848 y 1854, es enormemente sugerente.


La vida m ral cotidiana en la República | 199<br />

puestos repercutía también en los llamados a empuñar las<br />

armas realizados por los caciques. La dilatada abolición de<br />

la esclavitud en el Valle del Cauca, durante las décadas que<br />

siguieron a la Independencia, llevaron a muchos negros y<br />

mulatos a hacer causa común con el partido liberal en sus<br />

campañas contra los magnates de la tierra pertenecientes<br />

al partido conservador. A mediados de siglo, un notable de<br />

Buga se quejó ante el general José Hilario López porque<br />

“en Palmira se ha presentado a las sombras de la noche<br />

una pandilla de malhechores, victoriando el comunismo<br />

en las tierras, y la libertad de esclavos y han picado los<br />

cercos que lindan la propiedad de Pedro A. Martínez”.44<br />

Tres décadas después, el viajero alemán, Ferdinand von<br />

Schenck, afirmó que “esas gentes son tremendamente peligrosas,<br />

especialmente en bandas y entran a la lucha como<br />

valientes guerreros al servicio de cualquier héroe de la libertad<br />

que les prometa un botín”.45 Desde las campañas<br />

militares realizadas por Juan José Nieto a mediados de siglo<br />

en el valle del bajo Magdalena hasta la breve insurgencia<br />

de Ricardo Gaitán Obeso en 1885, y particularmente<br />

durante la guerra de los Mil Días, los campesinos se ofrecían<br />

como voluntarios para apoyar a los dos bandos. En la<br />

guerra, los campesinos recreaban su mundo rural en los<br />

campamentos de la guerrilla, sembrando en pequeñas<br />

parcelas, cuidando el ganado y otros equipos que habían<br />

llevado de sus propiedades; los acompañaban niños y mujeres,<br />

quienes generalmente luchaban al lado de sus hombres.<br />

El convertir el machete, herramienta de trabajo, en<br />

44. José Joaquín Carvajal al general José Hilario I -opez, Buga, noviembre<br />

9. 1849, citada por Zambrano I’., Fabio, “Documentos sobre<br />

sociabilidad de la vida a mediados del siglo Anuario de Historia Social<br />

y de la Cultura, 15. 1987, pág. 326.<br />

45. Von Schcnck. Ferdinand, Viajes por Antioquia en el año 1880,<br />

Bogotá, 1953, págs. 53-54.


200 | MICHAF.I. F. JIMÉNEZ<br />

arma para la pelea, es otra de las dimensiones de la lucha<br />

diaria por la subsistencia, la libertad y la dignidad, que aunque<br />

heroica en ocasiones, resultó con frecuencia cruel y<br />

trágica y muy pocas veces enteramente libre de los lazos<br />

creados por el clientelismo. Sin embargo, y como lo escribió<br />

posteriormente el historiador Joaquín Tamayo:<br />

El guerrillero fue la representación viva del sentimiento<br />

individualista y atrevido del colombiano. Hijo de la tierra, adquirió<br />

esa destreza peculiar del campesino para solucionar<br />

peripecias y contratiempos, que no es maliciosa picardía sino<br />

conocimiento de los recursos de la naturaleza... el guerrillero<br />

campesino o peón de vaquería, acostumbrado a soportar sin<br />

quejas las fatigas y sobresaltos de una existencia infeliz, buscó<br />

ocasión propicia para lucir sus habilidades de jinete, su fortaleza<br />

y sobre ella su rebeldía a toda ley, que no fuera hechura<br />

de su capricho y demostración de su poder.4fi<br />

V I<br />

Roberto Herrera Restrepo, propietario de una hacienda<br />

cafetera de Cundinamarca, al hacer énfasis en cómo se debía<br />

tratar a los aparceros de sus tierras, ordenó a su<br />

administrador “apriételes todo lo que sea preciso pues hay<br />

perfecto derecho y justicia para ello, a fin de que presten<br />

sus servicios como debe ser en la seguridad de que yo les<br />

sostengo, así como en su idea de ayudarlos en lo que se<br />

pueda. No hay otro sistema y hay que seguir en este tire y<br />

afloje que usted sabe bien emplear”.47 Este comentario resume<br />

claramente las relaciones de conflicto y acuerdo en-<br />

46. Tam ayo, Joaquín, L a revolución de i8g g [1938 ], Bogotá, 1942,<br />

págs. 166-167.<br />

47. Deas, Malcolm, “Una hacienda cafetera de Cundinamarca:<br />

Santa Bárbara, 18 70 -19 12," A nuario Colombiano de H istoria Social y de la<br />

C ultura, 8, 1976, pág. 83.


I ,a vida rural cotidiana en la República | 201<br />

tre las elites terratenientes comerciantes y la gran mayoría<br />

del campesinado durante el siglo xix. Este último, formado<br />

por grupos muy pequeños, afectado por una gran movilidad,<br />

ejercía formas cotidianas de resistencia y tenía una<br />

participación bastante particular en el sistema político; por<br />

tanto, la elite no podía ejercer dominio total sobre el campesinado<br />

de la zona norte de la cordillera de los Andes. La<br />

diversidad de las formas sociales, agrarias y culturales, existentes<br />

durante este período, no generó las rebeliones que<br />

caracterizaron a México, Perú y Bolivia ni tampoco evolucionó<br />

para formar un orden rural relativamente igualitario<br />

como fue el caso de Costa Rica. Aunque las elites colombianas<br />

no llegaron a ejercer un control total sobre la tierra<br />

ni sobre sus trabajadores, los campesinos pobres no llegaron<br />

a ser totalmente libres ni de las presiones del mercado,<br />

ni de la concentración del poder en unas pocas manos. Por<br />

último, el campesinado demostró, en formas variadas y<br />

múltiples, tener una enorme capacidad de resistencia frente<br />

a los ricos y poderosos y para organizar un mundo de<br />

acuerdo con sus intereses, mundo complejo y contradictorio,<br />

pero muy diferente al de los siervos de la gleba de los<br />

complejos formados por grandes haciendas, o al de los pequeños<br />

terratenientes independientes que poblaron el occidente<br />

colombiano descritos por el folclor local o la<br />

tradición histórica.48<br />

Las tensiones presentes en el siglo xix, han tenido su<br />

eco en el presente siglo, en décadas de violencia interminable.<br />

La expansión dramática del capitalismo agrícola, junto<br />

con la introducción de los cambios tecnológicos necesa-<br />

48. Para el debate sobre este tema, véase Dueñas Vargas, Guiomar,<br />

“ Algunas hipótesis para el estudio de la resistencia campesina en la región<br />

central de Colombia. Siglo xix,” Anuario Colombiano de Historia y<br />

de la Cultura 20, 1992, págs. 90-106.


2 0 2 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />

ríos para la producción, la revolución en las comunicaciones<br />

y en el transporte, han transformado drásticamente las<br />

condiciones materiales de vida de la mayoría del campesinado<br />

colombiano. Desde principios del siglo y con una<br />

mayor rapidez a partir las décadas de 1920 y 1930, las posibilidades<br />

para mantener pequeñas propiedades empezaron<br />

a disminuir en muchas zonas, tanto dentro como fuera<br />

de los latifundios con los cuales habían estado estrechamente<br />

relacionados por casi dos siglos. Como lo sugieren<br />

Charles Bergquist y otros, las amplias y frecuentes protestas<br />

agrarias, que vienen presentándose desde la formación<br />

de las ligas campesinas de finales de la década de 1920, pasando<br />

por la movilización campesina promovida por la<br />

a n u c en la década de 1970, hasta llegar al proceso de la llamada<br />

“colonización armada” en las regiones de frontera<br />

colombianas, se han visto estimuladas por los constantes<br />

esfuerzos de un campesinado dispuesto a defender y recrear<br />

en alguna forma, los logros obtenidos en el siglo<br />

xix49. Por otra parte, estos conflictos han sido moldeados<br />

en estilos muy particulares por la extraordinaria vitalidad<br />

de ciertas formas de movilización política provenientes del<br />

exterior y por la participación de las bases que surgió en<br />

las décadas posteriores a la independencia. La tradición<br />

popular republicana persiste en nuestros días, moldeando<br />

un agrarismo que, según Jesús Antonio Bejarano, supone<br />

en forma constante “la convocatoria del campesinado<br />

como objeto político y su rápida conversión en sujeto político<br />

que provoca permanentemente la reunificación de las<br />

49. Bergquist, Charles, Labor in Latin America, Stanford, California,<br />

1986, capítulo 5.<br />

50. Bejarano, Jesús Antonio, “Campesinado, luchas agrarias e historia<br />

social: notas para un balance historiográfico,” Anuario Colombiano<br />

de Historia Social y de la Cultura, 1 1 , 1983, pág. 303.


La vida m ral cotidiana a i la República | 203<br />

clases dominantes para conjurar el desborde”50. Por consiguiente,<br />

a pesar de los enormes cambios en su composición<br />

demográfica y en su estructura social, Colombia<br />

continúa luchando con una herencia de vida cotidiana y<br />

luchas de su campesinado presentes desde el siglo xix.


L a vida doméstica en las<br />

ciudades republicanas<br />

CATAI.INA<br />

R E Y E S *<br />

LINA MARCELA<br />

G O N Z Á L E Z * *<br />

A caracterizar el siglo xix, generalmente se ha resaltado<br />

la diversidad de regiones y el aislamiento geográfico entre<br />

ellas, debido a las difíciles condiciones para la comunicación;<br />

regiones heredadas del período colonial, cada una<br />

con sus particularidades económicas, sociales y culturales.<br />

Pese a esta visión general, hay aspectos de las regiones colombianas<br />

que, más que puntos de diferencia, se constituyen<br />

en semejanzas, pues, aunque con sus matices, existen<br />

aspectos comunes a casi todas ellas. Tal el caso de la vida<br />

cotidiana y las costumbres familiares que, con contadas<br />

excepciones, se generalizan en la mayoría de las ciudades<br />

colombianas durante el siglo xix y xx.<br />

Es necesario destacar, sin embargo, que los patrones<br />

culturales del siglo xix tenían diferencias de tipo étnicosocial,<br />

cosa que afectaba el comportamiento familiar: las<br />

familias ricas tenían comportamientos distintos a las de re­<br />

* Catalina Reyes es historiadora, magíster en Historia, profesora<br />

del Departamento de Historia, Universidad Nacional, seccional Medellin.<br />

** Lina Marcela (¡onzálcs historiadora, Universidad Nacional. Investigadora<br />

Proyecto Colciencias: “Poder y cultura en el occidente colombiano"


2 0 6 I CATALINA REVES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

cursos medios y a las pobres; lo mismo que las familias<br />

blancas vivían diferente a las negras, mulatas, mestizas o<br />

indias.<br />

Por otro lado, hay que recordar que los centros urbanos<br />

durante el siglo xix no pasaban de ser “villorrios” poco<br />

poblados, pues Colombia era un país rural. Las principales<br />

ciudades a lo largo del siglo xix fueron Bogotá, Medellin,<br />

Cali, Cartagena, Barranquilla y El Socorro.<br />

Hacia 1850, Bogotá, la ciudad más importante por ser<br />

la capital, contaba sólo con 30 000 habitantes, mientras<br />

que la segunda, El Socorro, tenía unos 15 000. Hacia 1870,<br />

en la capital habitaban 40 000 personas mientras que en<br />

Medellin, ahora la segunda en importancia, había unas<br />

30 000. Otros centros urbanos como Cali y Barranquilla<br />

apenas empezaban a constituirse como tales. '<br />

A fines del siglo xix, la vinculación estable del país con<br />

los mercados internacionales a través de la exportación de<br />

café, le permitió avanzar hacia un desarrollo capitalista.<br />

Los procesos de industrialización, acompañados de la modernización<br />

y progreso que se vivió durante las primeras<br />

décadas de este siglo, tuvieron consecuencias sobre la vida<br />

privada y doméstica de las gentes que habitaban las ciudades.<br />

Las ciudades más importantes del país, Bogotá, Medellin,<br />

Barranquilla y Cali, vivieron procesos acelerados de<br />

urbanización y su población creció a un ritmo insospechado.<br />

Medellin y Bogotá para los años 20, lograron casi<br />

duplicar su población en relación con la de principios del<br />

siglo. Este crecimiento, obviamente, no se puede explicar<br />

como un incremento vegetativo de la población, ya que<br />

fue resultado de la gran migración campesina hacia los<br />

1. Rueda, José Olinto, “Historia de la población de Colombia:<br />

1880-2000”, en Nueva historia de Colombia, tomo 5, Bogotá, Planeta<br />

Editores, 1989. pág 362.


L a vida doméstica a i las ciudades republicanas | 207<br />

centros urbanos del país. Las ciudades con comercio activo,<br />

nuevas industrias, obras públicas en marcha, ferrocarriles,<br />

automóviles y tranvías, atraían como un imán a los<br />

pobladores rurales.<br />

E11 este ensayo abordaremos un tema de reciente exploración<br />

en nuestra historiografía: la vida doméstica privada<br />

en los centros urbanos entre 1850 y 1930, tratando de<br />

dar cuenta, con las restricciones obligadas de los primeros<br />

estudios, de las costumbres de la gente tras las puertas de<br />

sus casas, es decir, de la vida familiar. Sin embargo, hay<br />

que recordar que la vida familiar trascendía el ámbito doméstico<br />

y tenía manifestaciones en la esfera pública. Los<br />

bailes, paseos, visitas y toda clase de fiestas, tanto religiosas<br />

como profanas, hacían parte de la vida de las familias.<br />

Se hace también necesario aclarar que la idea “de lo<br />

privado” es un concepto que sólo se consolida en nuestro<br />

país hasta el siglo xx, acompañado de los procesos de urbanización,<br />

industrialización y fortalecimiento de una sociedad<br />

burguesa y capitalista. La emergencia del individuo<br />

como tal, hace parte fundamental del ideario burgués. En<br />

una sociedad precapitalista, como lo fiie la nuestra durante<br />

casi todo el siglo xix, no existía una diferenciación clara entre<br />

lo público y lo privado.<br />

La falta de privacidad existente había llamado la atención<br />

a los viajeros extranjeros que visitaron a Colombia<br />

durante el siglo xix. Según ellos, en las ciudades colombianas<br />

no se cerraban durante el día las puertas de las casas.<br />

Estas a disposición de quien quisiera visitarlas, aunque<br />

para ello debían respetarse ciertas formalidades: un caballero<br />

podía entrar en cualquier casa directamente sin anunciarse,<br />

y hacerlo una vez adentro; las personas de otras<br />

clases debían tocar e identificarse -siempre con un “yo”-<br />

para obtener la autorización de entrar, pero como el yo no<br />

respondía al “quién es”, ésta era sólo una formalidad que,


2 o 8 I CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

sin embargo, siempre se guardaba. En cuanto a la costumbre<br />

de mantener la puerta abierta, el extranjero Alfred<br />

Hettner anotó que “la afición a la intimidad del hogar de<br />

por sí no está muy generalizada todavía”.<br />

A la falta de interés por la intimidad, hay que agregar<br />

que la puerta abierta garantizaba una distracción para los<br />

habitantes de la casa, y le añadía algo de color a una vida<br />

que transcurría la mayoría de las veces monótonamente.<br />

La puerta abierta se constituía así en una especie de frontera<br />

flexible entre lo público y lo privado. El fisgoneo, la<br />

mirada sobre la calle y la casa vecina, jugaban un papel importante<br />

en el control social. Esta observación de la vida<br />

de los demás alimentaba el chisme y las habladurías colocando<br />

en situación de riesgo a quien se atreviera a desviarse<br />

de las conductas convencionales.<br />

L as casas<br />

En los espacios interiores de las casas se desenvolvió una<br />

parte considerable de la vida privada doméstica. En términos<br />

generales, las casas colombianas de los pudientes, durante<br />

el siglo xix, conservaron los rasgos de la arquitectura<br />

colonial. Eran grandes y espaciosas, construidas en su mayoría<br />

con un solo piso o máximo dos, de adobes y techo<br />

de teja. La gente más pobre vivía en ranchos pajizos ubicados<br />

en las afueras de las ciudades. Éstos se construían en<br />

función de la temperatura y la brisa: en la tierra caliente se<br />

buscaba su circulación y en la fría se trataba de evitarla.<br />

La casa en general, tenía una sola puerta hacia la calle<br />

y entre ésta y la puerta interna, había un zaguán, sitio donde<br />

el dueño de casa recibía a sus amigos, hacía sus negocios<br />

o lo convertía en fumadero. Las mujeres de la casa<br />

utilizaban el zaguán para atender proveedores de víveres,<br />

leña y a las lavanderas y aplanchadoras de ropa. Sólo la<br />

intimidad con los miembros de la familia permitía que el


La vida doméstica en las ciudades republicanas | 209<br />

extraño pasara más allá del zaguán, y esto sólo se hacía los<br />

domingos. Estas reglas se exceptuaban con los extranjeros,<br />

pues el mayor signo de caballerosidad para con ellos, era<br />

poner sin restricciones a su completa disposición tanto la<br />

casa como la familia.<br />

Junto al zaguán existía un corredor que daba al patio<br />

principal, enladrillado, en piedra o convertido en jardín según<br />

los gustos, pero casi siempre adornado en el medio<br />

por una fuente. Alrededor de este patio estaban los corredores,<br />

sobre los cuales se hallaban los cuartos principales<br />

que, de acuerdo a su posición, tenían ventanas a la calle o<br />

al mismo corredor. Sólo muy a finales del siglo xix se impone<br />

el uso de puertas que separen las habitaciones entre<br />

sí. Durante mucho tiempo una simple cortina señalaba el<br />

límite entre una habitación y la otra.<br />

Las ventanas eran de madera, adornadas con encajes o<br />

calados, que permitían la aireación y la entrada de la luz,<br />

pues el uso del vidrio era excepcional. Las que daban hacia<br />

la calle, junto con los balcones, constituían el enlace entre<br />

la vida privada y la pública, pues era allí donde se desenvolvían<br />

los noviazgos, se fisgoneaba la vida de los demás y<br />

se disfrutaban las festividades populares con el tira y recibe<br />

de dulces y otros objetos.<br />

En la parte posterior de la casa se hallaban la cocina, la<br />

pesebrera, el solar y las habitaciones de la servidumbre.<br />

Veamos la descripción de una cocina bogotana, la cual era<br />

más o menos típica en todo el país:<br />

En primer termino había una gran piedra que se utilizaba<br />

exclusivamente para moler y aderezar el chocolate. Luego un<br />

trípode de piedras donde se hacía el fuego para colocar sobre<br />

él las ollas y calderos de hierro y arcilla [...]; más adelante, una<br />

parrilla donde se colocaban las sartenes para freír y asar las<br />

carnes. Completaba esta dotación la tradicional paila de cobre


210 I CATALINA REYES /LIN A MARCELA GONZÁLEZ<br />

en que se preparaban los dulces. Albergaba también la cocina<br />

la enorme tinaja en la que se almacenaba el agua potable.2<br />

Las cocinas de los ranchos pajizos en que habitaban<br />

los más pobres, eran mucho más simples y en algunos casos<br />

estaban ubicadas en un sitio prácticamente separado<br />

de la casa.<br />

En la segunda mitad del siglo xix, la tendencia de las<br />

casas más amplias, sobre todo las de dos pisos, fue a subdividirse.<br />

Generalmente estaban distribuidas así: los cuartos<br />

del primer piso se destinaban al arriendo y eran llamados<br />

tiendas; éstos no tenían acceso al patio interior de la casa.<br />

Eran habitadas por personas pobres, generalmente venidas<br />

del campo, quienes debían hacer sus necesidades fisiológicas<br />

en la calle por el aislamiento de la tienda con respecto<br />

a la casa. Obviamente esta restricción contribuía al<br />

desaseo de las ciudades y aumentaba los problemas de higiene<br />

y salubridad. Los cuartos del segundo piso eran ocupados<br />

por los propietarios, que contrastaba la humildad de<br />

los primeros, con la abundancia relativa de éstos.<br />

Es bueno anotar que hasta mediados del siglo xix, sin<br />

excepción, el lujo de los hogares colombianos no pasaba<br />

de una sala, adornada con canapés forrados de zaraza, mesas<br />

de pino barnizadas, porcelanas, tocadores, repisas y<br />

cuadros de imágenes religiosas. La escasa decoración de<br />

los espacios interiores se hacía con artículos ordinarios, en<br />

lo general, manufacturas locales. Claro que esto se veía en<br />

las casas de la gente con ciertos niveles económicos, pues<br />

las familias pobres carecían casi por completo de este tipo<br />

de elementos accesorios e inclusive de otros de tanta importancia<br />

como las camas, que eran reemplazadas por esteras<br />

o hamacas.<br />

2. Fundación Misión Colombia, Historia de Bogotá, tomo 2. Bogotá,<br />

Villegas Editores, 1988, pág. 74.


L a vida doméstica en las ciudades republicanas | 211<br />

En las casas de las familias más acomodadas siempre<br />

se destinaba un lugar para el oratorio, el cual, junto con el<br />

costurero, era el espacio preferido por las mujeres, para<br />

quienes las prácticas religiosas eran parte fundamental de<br />

su vida diaria y el recurso para garantizar la estabilidad y<br />

prosperidad de la familia.<br />

Para la década de los 70, las elites con acceso a importaciones<br />

europeas mejoraron el aprovisionamiento de sus<br />

casas. El piano aparece como signo de riqueza y cultura y<br />

el comedor y la sala se refinan en ornamentación.<br />

Dentro de la casa, se destinaban también algunos espacios<br />

para el trabajo: los más ricos adecuaban parte de ella,<br />

en la planta baja, para locales comerciales o bodegas y los<br />

más pobres, realizaban allí los trabajos artesanales. Los<br />

barnizadores y ebanistas de Pasto, las tejedoras de sombreros<br />

en Santander y el Valle del Cauca, las mujeres dedicadas<br />

a envolver el tabaco, las tejedoras y las costureras,<br />

trabajan en sus casas.<br />

Para 1920, el fortalecimiento de las elites, su capacidad<br />

de consumo aumentada, su imitación de los hábitos burgueses,<br />

su ánimo de diferenciación de los inmigrantes<br />

campesinos recién llegados a las ciudades, hace que la vida<br />

privada adquiera mayor importancia y que sea necesario<br />

precisar aun más claramente los límites entre lo privado<br />

y lo público. Puertas y ventanas que antes permanecían<br />

abiertas se cierran sigilosamente. Las elites crearon sus<br />

propios sitios de reunión donde sólo asistían ellas sin necesidad<br />

de mezclarse con el pueblo. En las ciudades colombianas<br />

aparecen los clubes como centros de la nueva<br />

sociabilidad de las elites urbanas, en ellos se practicaban<br />

novedosos deportes y se celebran lujosas fiestas que antes<br />

se llevaban a cabo en los espacios domésticos.<br />

La arquitectura colonial se reemplaza en la construcción<br />

de viviendas por la influencia de la arquitectura fran­


212 | CATALINA REYES / I.INA MARCELA GONZÁLEZ<br />

cesa. Los decorados interiores se sofisticaron y la sala se<br />

convirtió en el sitio más importante de la casa. Es el signo<br />

de sociabilidad burguesa por excelencia y denota la capacidad<br />

para recibir gente. La biblioteca aparece como lugar<br />

especializado, que confirma, además del nivel económico<br />

de la familia, su bagaje cultural. Los antiguos candelabros<br />

se reemplazan por lujosas lámparas de cristal y la luz eléctrica<br />

se abrió paso dejando atrás los discretos alumbrados<br />

de velas y quinqués. La noche era conquistada para la diversión,<br />

el estudio, la lectura y la costura. El teléfono hizo<br />

innecesarias las antiguas tarjetas de visita, bastaba una llamada<br />

para reemplazar tarjetas, esquelas y cartas. Eso sí*<br />

hay que aclarar que este maravilloso aparato en un principio<br />

está vedado para los novios y obviamente para la servidumbre.<br />

La cocina, lugar oscuro, lleno de humo, de moscas y<br />

muchas veces de animales domésticos, se fue convirtiendo<br />

paulatinamente en un lugar antiséptico y caracterizado<br />

por la limpieza. La cocina fue el espacio doméstico que<br />

sufrió las transformaciones más decisivas. La implantación<br />

de la energía y el avance de la técnica, permite, para los<br />

años treinta, a las familias con ingresos, contar con artefactos<br />

tan modernos como el fogón eléctrico y una nevera.<br />

Este último aparato no sólo introdujo modificaciones en la<br />

culinaria y en los gustos alimenticios, sino en el uso del<br />

tiempo de las fámulas y señoras de casa que, anteriormente,<br />

debían salir de compras para proveerse a diario de ciertos<br />

productos perecederos.<br />

Los viejos solares de las casas, que eran al mismo tiempo<br />

arboleda, frutales y huerta, donde se sembraban hortalizas<br />

para el consumo familiar y plantas medicinales, los<br />

reemplazan primorosos jardines interiores cuyo cuidado<br />

está a cargo de la orgullosa dueña del hogar, que desplega­


L a vida doméstica a i ¡as ciudades republicanas | 213<br />

ría en ellos todas sus habilidades en el arte de la conservación.<br />

En los hogares de clase media hizo parte del mobiliario<br />

la famosa máquina de coser Singer, ella no sólo le proporcionó<br />

el sustento como modistas y costureras a un<br />

sinnúmero de mujeres, sino que además contribuyó a mejorar<br />

las finanzas de las familias de reducidos ingresos,<br />

cuyas amas de casas se dedicaron juiciosamente a la confección<br />

de la ropa de sus hijos.<br />

La sofisticación de las viviendas de la elite y los intentos<br />

de imitación de estos lujos por los sectores medios,<br />

contrasta con la pobreza y las duras condiciones de los<br />

sectores pobres de la ciudad. La vivienda para los obreros<br />

y otros sectores populares es el principal problema de los<br />

treinta primeros años del siglo. En un principio, estos nuevos<br />

inmigrantes ocuparon el antiguo casco urbano de las<br />

ciudades, abandonado por las elites que se querían alejar<br />

del populacho y del ruido de la actividad comercial que se<br />

había apoderado del centro. Antiguas y lujosas viviendas<br />

se convierten en casas de inquilinato, donde familias hasta<br />

de trece miembros se hacinan en una habitación. Muchos<br />

de estos cuartos se describieron como “cuartos ciegos”,<br />

covachas sin ventilación alguna, oscuras y sin servicios sanitarios.<br />

Otros habitaron provisionalmente cuartos en pensiones<br />

para pobres, también en condiciones bastante precarias.<br />

Las casas de los pobres se describen como ranchos<br />

destartalados, de piso de tierra y una sola habitación, que<br />

hace las funciones de sala, cocina y dormitorio. Los más<br />

afortunados lograron, a través de grandes esfuerzos y el<br />

trabajo de varios miembros de la familia, incluidos muchas<br />

veces los niños, la compra de una casa en los nuevos barrios<br />

obreros que las urbanizadoras privadas se encargaron


2 14 I CATALINA REYES/ LINA MARCELA GONZALEZ<br />

de promover en las distintas ciudades. Estas casas se construyen<br />

con más comodidades y con criterios de higiene.<br />

Numerosas publicaciones médicas, jurídicas y morales<br />

de la época, pusieron en evidencia cómo la mortalidad y la<br />

proliferación de enfermedades y epidemias, estaba relacionada<br />

con las difíciles condiciones de vida de las clases pobres.<br />

En particular, señalaron la precariedad de la vivienda<br />

como causa de la enfermedad y la muerte.<br />

M ujer, fam ilia y matrimonio<br />

La institución familiar se constituyó, todo lo largo del período,<br />

en la base de la sociedad colombiana y en el espacio<br />

apropiado para inculcar los hábitos y valores morales de<br />

los cuales dependía, no sólo la estabilidad de la familia sino<br />

la de la nación. El espacio doméstico era el lugar indicado<br />

para establecer costumbres, comportamientos éticos y religiosos<br />

rígidos y austeros.<br />

De acuerdo con un autor costumbrista bogotano,<br />

“todo lo que sea adhesión e intimidad hacia [la familia],<br />

como cariño, gratitud, confianza y justas consideraciones”,<br />

era considerado un “elemento social de la mayor importancia”.3<br />

A su vez, la base fundamental de la familia era el matrimonio,<br />

que garantizaba, por medio del rito católico, la<br />

conservación del orden existente. En la costa Atlántica<br />

como en la Pacifica, así como en las zonas cálidas, con población<br />

negra, el matrimonio era excepcional y la mayoría<br />

de las parejas vivían en unión libre. Este hecho se explica<br />

por la escasa presencia de la iglesia en estas regiones.<br />

A pesar de la importancia que tenía el matrimonio católico<br />

y la constitución de la pareja monogámica en la so­<br />

3. Díaz Castro, Eugenio, Nove/as y cuadros de costumbres, Bogotá,<br />

Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, tomo 2, Procultura, 1985,<br />

pág. 115 .


L a vida doméstica en las ciudades republicanas | 215<br />

ciedad decimonónica, esto no era obstáculo para que en<br />

regiones como el Valle del Cauca o en las costas, fueran<br />

comunes las familias extensas en las que convivían parientes<br />

de primer a tercer grado. En estas regiones el madresolterismo<br />

no era escaso, ni tenía sanciones sociales tan<br />

fuertes como en otras partes.<br />

Ciudades como Bogotá y Medellin por ejemplo, rechazaban<br />

fuertemente al hi o bastardo y a la madre soltera, la<br />

cual era condenada por su familia y por la sociedad, especialmente<br />

si pertenecía a la clase media o alta; lo que no<br />

deja de ser paradójico, si se tiene en cuenta que durante<br />

todo el siglo xix, en casi todo el país el número de hijos<br />

“naturales” era superior al de los legítimos. Así por ejemplo,<br />

en Bogotá, entre agosto 1 y noviembre 30 de 1826, de<br />

300 bautismos que hubo, 157 fueron de hijos “naturales”<br />

contra 143 de hijos legítimos; y entre septiembre y diciembre<br />

de 1845, de 361 niños nacidos, 209 fueron naturales y<br />

sólo 152, legítimos.4<br />

Si bien a la mujer se le exigía la conservación de su<br />

virtud hasta el matrimonio y la infidelidad matrimonial<br />

femenina era sancionada duramente no sólo moral y socialmente<br />

sino aun jurídicamente, con el hombre se era<br />

mucho más permisivo en estos asuntos. Era frecuente no<br />

sólo entre los sectores populares, sino entre la elite y sectores<br />

medios, el que un hombre antes de casarse hubiera<br />

concebido hijos en relaciones ilícitas. Muchas costureras,<br />

empleadas domésticas, hijas de familias empobrecidas<br />

y jornaleras, eran generalmente quienes asumían esta condición<br />

de madres solteras.<br />

La vida en pareja era la meta común de hombres y<br />

mujeres desde temprana edad. Todos querían “casarse”,<br />

por amor, por aburrimiento o para escapar del hogar pa-<br />

4. Fundación Misión Colombia, op. at., pág. 74.


2 l 6 I CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

temo y poder adquirir así un poco de independencia. Los<br />

matrimonios se contraían en la juventud, aunque contraer<br />

matrimonio antes de los 18 años en las mujeres no era lo<br />

usual. La diferencia de edades entre los cónyuges no debía<br />

ser muy marcada. Esta tendencia se exceptuaba en las frecuentes<br />

segundas nupcias y no era raro ver un viudo aventajado<br />

en años contraer matrimonio con una jovencita. La<br />

alta mortalidad femenina, sobre todo en los alumbramientos,<br />

llevaba a que el elevado número de viudos que contraía<br />

segundas nupcias fuera corriente. Aunque el número<br />

de viudas como consecuencia de las guerras y otros eventos<br />

no era poco, las posibilidades de unas segundas nupcias<br />

femeninas eran más restringidas.<br />

Si bien pocas veces prima en los matrimonios el amor<br />

como sentimiento que justifique la unión, desde mediados<br />

del siglo xix el amor romántico era constantemente evocado<br />

en la literatura y en la poesía. Con todo, es muy probable<br />

que sentimientos como la estabilidad, la seguridad y la<br />

protección fueran bastante más determinantes, por lo menos<br />

para las mujeres, a la hora de contraer nupcias o decidirse<br />

a vivir en pareja.<br />

El escritor antioqueño Emiro Kastos, al referirse a la<br />

importancia del matrimonio, hace el siguiente comentario:<br />

“En esta provincia todo el mundo se casa: unos por amor,<br />

otros por cálculo y la mayor parte por aburrimiento, pues<br />

no encontrando el hombre placeres ni vida social de ninguna<br />

clase, de grado o por fuerza tiene que refugiarse en la<br />

vida de familia...”5<br />

El matrimonio, sin embargo, distaba mucho del paraíso<br />

que los jóvenes, sobre todo las mujeres, imaginaban,<br />

pues algunos hechos se oponían a ello: en primer lugar, los<br />

5. Kastos, F.miro, Artondreícuhs escogidos, Londres, nueva edición,<br />

aumentada y corregida por Juan M. Fonnegra, 1885.


La vida doméstica a i ¡as ciudades republicanas | 217<br />

noviazgos eran cortos y simples: muchas veces los novios<br />

se conocían poco, pues sus amoríos se hacían “de ojo”,<br />

cruzándose sólo miradas furtivas al escondido de los padres,<br />

o mediante cartas transportadas generalmente por las<br />

sirvientas o las amigas. De ahí resultaba que cuando dos<br />

jóvenes se casaban, tras el encanto y las cortesías que suponía<br />

este tipo de relación, eran seres que apenas si se conocían<br />

y sólo la vida marital mostraba las realidades: a las<br />

mujeres empezaba a conocérseles menos elegantes de lo<br />

que se presentaban en público, mientras que los hombres<br />

perdían el encanto de la seducción y los buenos modales<br />

para con ellas. Esta situación llevaba rápidamente al hastío<br />

de la vida marital por parte de ambos miembros, pero más<br />

de la mujer, pues el hombre tenía sus quehaceres por fuera<br />

de la casa, y encontraba en éstos, y en sus amigos, entretenciones<br />

vedadas para las mujeres. En 1855 una joven recién<br />

casada se lamentaba de la situación: “Con tal que una<br />

no se queje, viva en casa propia y tenga con qué hacer<br />

mercado todas las semanas, el público de por acá no necesita<br />

más para llamarla dichosa. Nadie se toma el trabajo de<br />

averiguar si el amor, la cordialidad y las consideraciones<br />

mutuas entre los esposos habitan en el hogar doméstico”6.<br />

Las quejas de esta joven debían ser muy similares a las de<br />

muchas otras mujeres.<br />

Otro elemento que influía en esta situación, era el hecho<br />

de que los novios eran seleccionados en la mayoría de<br />

los casos por los padres, quienes tenían en cuenta principalmente<br />

motivaciones de índole social, política o económica:<br />

el matrimonio de una mujer era cosa de hombres,<br />

padre y pretendiente, y se arreglaba entre ellos. Entre las<br />

elites la endogamia era la tendencia general. Los matrimonios<br />

se realizaban entre personas pertenecientes al mismo<br />

6.Ibid., pág 16 1.


2 l 8 I CATAl.INA REYF.S / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

círculo social, y muchas uniones tenían como propósito<br />

vincular fortunas o actividades comerciales. Los matrimonios<br />

“desiguales” eran duramente criticados y producían<br />

verdaderos escándalos. El amor casi nunca resultaba ser<br />

un elemento importante. Y aunque es poco probable que<br />

se obligara, literalmente, a una joven a contraer nupcias,<br />

sobre la decisión de con quién casarse pesaban una serie<br />

de presiones familiares. Pocas mujeres, no sólo de los sectores<br />

altos y medios sino de sectores pobres, se hubieran<br />

atrevido a desafiar una prohibición familiar y contraer matrimonio<br />

con un pretendiente no aceptado. Esto, en la<br />

práctica, era condenarse, ella y su descendencia, al destierro<br />

familiar, a la falta de afecto y de apoyo.<br />

Pese a esto, y a que la vida conyugal era más cortés que<br />

amorosa, a lo largo del matrimonio la comunidad de intereses<br />

económicos y sociales establecía relaciones de dependencia<br />

entre los esposos, las cuales crecían con el pasar<br />

de los años, a tal punto, que durante la vejez, ninguno de<br />

los dos sabía o podía vivir sin su pareja, con la que habían<br />

compartido todos los pormenores de la vida.<br />

Es importante señalar que aunque la familia era la gran<br />

portadora de valores, era la mujer, en su rol de madre, esposa,<br />

hermana y maestra de sus hijos, el elemento en torno<br />

al cual se cohesionaba aquélla. El ámbito doméstico era<br />

impensable sin la mujer. Como la mujer no tenía educación<br />

y la vida claustral de nuestras ciudades no permitía<br />

otro tipo de actividades gratificantes, para ella el matrimonio<br />

lo era todo; asumía el rol doméstico y controlaba por<br />

completo todo lo interno de la casa: servidumbre, comidas,<br />

vestuario de los hijos pequeños, y los más mínimos<br />

detalles.<br />

Sin embargo, la vida, en lo que al núcleo familiar concierne,<br />

era, según se quejaban las mujeres, solitaria. Para<br />

éstas su principal compañía era la servidumbre, pues el


La vida doméstica a i las ciudades republicanas \ 219<br />

marido salía a trabajar y de los niños solían encargarse los<br />

sirvientes. Así, la mujer de clase alta, que no acostumbraba<br />

a hacer los oficios domésticos, consagraba la mayor parte<br />

de su día a perder el tiempo, y en actividades “propias” de<br />

su género. La pintura, la costura y la música, eran formas<br />

un poco menos tediosas de pasar el día. Otra actividad femenina<br />

aceptada, y que le permitió trascender los muros<br />

del hogar, fue la realización de obras pías o colectas para<br />

beneficencia pública. No pocas promovieron y colaboraron<br />

en la fundación y funcionamiento de hospitales,<br />

orfanatos, casas de pobres y manicomios. Pero incluso<br />

para realizar estas actividades la mujer, ya fuera esposa o<br />

hija, debía contar con la autorización del padre o el esposo.<br />

A las mujeres de clase alta y sectores medios, les estaba<br />

vedado circular a solas por las ciudades y para ir a la iglesia<br />

debían hacerlo acompañadas por sus criadas.<br />

Las mujeres pobres, por el contrario, pocas veces<br />

podían permanecer en el hogar y se veían precisadas a emplearse<br />

como sirvientas en otras casas, ya sea como lavanderas,<br />

aguadoras y carboneras o para realizar otros oficios.<br />

Estas mujeres circulaban libremente por la ciudad y sus<br />

hábitos y costumbres eran menos rígidos que los de las<br />

mujeres de sectores medios y altos.<br />

En el siglo xx se refuerza la imagen de la mujer como<br />

reina y madre del hogar, cuya semejanza con la Virgen<br />

María le confiere una serie de virtudes y responsabilidades<br />

dentro del ámbito doméstico. Esta imagen se vio fortalecida<br />

internacionalmente por la promulgación del dogma de<br />

la Inmaculada Concepción, a fines del siglo xix, y por el ingreso<br />

de numerosas comunidades religiosas europeas que<br />

llegaron al país, fundaron colegios y tuvieron bajo su responsabilidad<br />

la formación de las niñas y jóvenes.<br />

Para la consolidación de una sociedad capitalista, era<br />

muy útil el constreñimiento de la mujer al cuidado de los


220 I CATALINA RF.YES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

hijos y del hogar. La industrialización y el surgimiento de<br />

los establecimientos fabriles, desplaza al hogar como lugar<br />

productivo de actividades artesanales, para transformarlo<br />

fundamentalmente en un espacio de reproducción y consumo.<br />

La responsabilidad de la mujer se convierte entonces<br />

en garantizar la productividad y la salud física y moral<br />

de todos los miembros de la familia. Como justificación de<br />

su reclusión en la esfera doméstica, se genera una idealización<br />

de su función como madre y señora del hogar. Todos<br />

sus oficios recibirán de ahora en adelante el pomposo título<br />

de “ama del hogar”. Pero el hogar no era el lugar que le<br />

proporcionara tranquilidad a la mujer, sino un lugar donde<br />

aprisionar al esposo:<br />

Procure ante todo dar a su casa un aspecto alegre, conservándola<br />

muy limpia y con mucho orden; si es posible cultive<br />

un jardincito donde a su marido le guste distraerse. Sobre<br />

todo haga lo posible para que las comidas se sirvan a tiempo,<br />

siempre a la misma hora; de tal manera que el marido sepa<br />

que todos lo aguardan en casa y no se le ocurra pasar por el<br />

estanco.7<br />

A pesar del ensalzamiento de la mujer como reina y<br />

señora, semejante a la Virgen María reina de los cielos, el<br />

discurso religioso, médico y jurídico, con argumentos de<br />

distinta índole, le recordaban su inferioridad frente al hombre<br />

y su necesidad de sometimiento a él. La angelización<br />

de la mujer y su identificación con la Virgen María significa<br />

igualmente la negación de su sexualidad. La sexualidad<br />

femenina queda únicamente relegada a la actividad de<br />

reproducción. Su función fundamental en el ámbito doméstico,<br />

es el control y la disciplina de los miembros de la<br />

7. Revista I ¿1 Familia Cristiana, Medellin, abril 2 de 1914.


La vida doméstica en las ciudades republicanas \ 221<br />

familia. De ella depende no sólo su salvación sino la del esposo<br />

y los hijos. Por su parte los médicos eran insistentes<br />

en recalcar la importancia de la mujer para la preservación<br />

de la salud de los miembros del hogar. Su discurso apunta<br />

a convertirla en una especie de enfermera doméstica y la<br />

mejor aliada del médico en la implantación de normas de<br />

higiene doméstica.<br />

La casa se convierte en el espacio eminentemente femenino,<br />

la órbita del hombre es la política, los negocios, la<br />

esfera pública. Su función como una proveedor económico<br />

se ratifica y su mayor gratificación es mantener bien a su<br />

familia. A pesar de que se reconoce su superioridad sobre<br />

la mujer, constantemente en los escritos religiosos se le<br />

está exhortando para que se convierta en el apoyo de la<br />

mujer, en el compañero y el amigo. La relación entre los<br />

cónyuges, de lo que se puede apreciar en la correspondencia<br />

entre parejas de la elite, se puede definir como de amistad,<br />

compañerismo y dependencia mutua. El cariño y el<br />

afecto parecen reemplazar las grandes pasiones, no se hace<br />

alusión al deseo o la pasión sexual.<br />

La familia mononuclear, por lo menos entre los sectores<br />

altos, tiende a imponerse prácticamente en todas las<br />

ciudades del país. Sin embargo, esta estructura se ve matizada<br />

por algunas particularidades. Si bien la pareja se<br />

independiza del hogar paterno y gana autonomía, en su<br />

casa, además de los hijos, ahora viven sobrinos hijos de<br />

viudas empobrecidas, alguna hermana de los cónyuges<br />

viuda o solterona, la madre viuda de alguno de los cónyuges,<br />

numerosos criados y niños pobres “recogidos” que<br />

hacen parte de la vida familiar. La servidumbre generalmente<br />

era extensa, consistía en una cocinera, una dentrodera,<br />

una carguera, una nodriza, un paje, un jardinero y<br />

algunos otros miembros. Es así como la familia mononu-


222 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZALEZ<br />

clear guardaba todavía rezagos de las familias extensas de<br />

la época colonial.<br />

Las trabajadoras domésticas<br />

Las trabajadoras domésticas han tenido gran importancia<br />

en el espacio del hogar, en la crianza de los niños, en la<br />

sexualidad de los hombres, en los hábitos higiénicos y en<br />

la conservación de las tradiciones culinarias. El hombre,<br />

acostumbrado desde su más tierna edad al regazo del delantal,<br />

para su iniciación sexual busca este objeto de sus<br />

fantasías infantiles, y como marido, frustrado la mayoría de<br />

las veces con la fría y restringida sexualidad del lecho conyugal,<br />

volcó sobre la empleada doméstica sus insatisfacciones.<br />

Las relaciones con los criados se rigieron por la estructura<br />

patriarcal de las familias y muchas de estas relaciones<br />

estaban caracterizadas por un fuerte paternalismo, donde<br />

los lazos afectivos eran más importantes que las condiciones<br />

salariales. La literatura y la consulta de archivos de correspondencia<br />

privada de las elites, muchas veces nos<br />

pueden llevar a la imagen idealizada de unas relaciones<br />

marcadas por el afecto y el cuidado de los patronos para<br />

con la servidumbre. Es innegable que en muchas familias<br />

los criados, debido a los largos años que permanecían dentro<br />

de una familia, se convertían en miembros importantes<br />

de las mismas, objeto de cariño y atención de la señora, los<br />

jóvenes y los niños. Sin embargo, no es menos cierto que la<br />

condición de servidumbre y la falta de libertad personal,<br />

presentan una cara menos ideal de estas vidas, que aparecen<br />

retratadas con pinceladas trágicas en los archivos judiciales.<br />

La mayoría de las trabajadoras domésticas eran jóvenes<br />

campesinas de las zonas más cercanas. En ciudades<br />

como Barranquilla y Cali procedían de la población negra


La vida doméstica en las ciudades republicanas | 223<br />

y en Bogotá eran indias. La trabajadora doméstica a principios<br />

de siglo estaba sometida a una condición servil. Encargada<br />

generalmente por sus padres, la señora de la casa<br />

debía responder por su virtud. Su libertad personal era casi<br />

nula, sus salidas eran escasas, en la práctica, a la iglesia y al<br />

mercado en compañía de la señora. Su salario era más simbólico<br />

que real y los padres de estas muchachas generalmente<br />

se contentaban con deshacerse de una boca más<br />

para alimentar. La señora, al darle techo, alimentación y<br />

algo de ropa vieja, sentía que estaba más que compensando<br />

a esta trabajadora. Las empleadas domésticas trabajaban<br />

desde el alba hasta que terminaban sus numerosos<br />

oficios, tarde en la noche.<br />

La mayoría de estas trabajadoras, jóvenes e ingenuas,<br />

se convertían en víctimas de una sexualidad agresiva que<br />

en general padecieron las mujeres de los sectores pobres.<br />

Mientras para las clases medias y altas se imponían códigos<br />

de angelización femenina, para estas mujeres su<br />

destino era padecer la sexualidad masculina desbordada.<br />

Algunas trabajadoras domésticas eran víctimas de los abusos<br />

de los patronos o de los jóvenes de la casa. En muchas<br />

regiones se consideraba que la iniciación sexual de los jó ­<br />

venes debía estar a cargo de la empleada doméstica. Esta<br />

ofrecía más garantías que las prostitutas, posiblemente<br />

afectadas por las enfermedades venéreas.<br />

Otras jóvenes, en medio de la soledad, se enamoraban<br />

de sus patronos o de tenderos, soldados, policías, músicos<br />

de las bandas municipales o de estudiantes, y se convertían,<br />

según consta en los archivos judiciales y en la literatura,<br />

en presas fáciles de la seducción. El resultado de estos<br />

encuentros furtivos era muchas veces un embarazo indeseado.<br />

La calidad de madres solteras era una situación dramática<br />

para muchas de estas jóvenes, sobre todo las de proce-


224 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

dencia campesina de la región antioqueña. Esta situación<br />

les hacía perder el empleo, exponerse a la vergüenza pública<br />

y a los castigos paternos que la mayoría de las veces llegaban<br />

al maltrato físico. Muchas de ellas abandonaron sus<br />

hijos como expósitos en las puertas de los conventos e<br />

iglesias, otras, más arriesgadas, practicaron el aborto y tal<br />

vez las más ignorantes y acosadas llegaron a la realización<br />

del infanticidio, como consta en los archivos criminales y<br />

en la prensa de los primeros 30 años de este siglo.<br />

Muerte<br />

Para el período estudiado, los índices de mortalidad son<br />

altos y alcanzaban, en algunas ciudades, a representar un<br />

30% por cada mil habitantes. Más preocupante aun es que,<br />

de esta cifra, la mortalidad infantil llegó a representar hasta<br />

un 60%. La convivencia con la muerte indudablemente<br />

influía en la vida doméstica urbana y originaba actitudes<br />

frente a la muerte y la enfermedad. Entre 19 15 y 1926 Colombia<br />

perdió 375 698 de sus niños, cifra similar a la población<br />

actual de una ciudad intermedia.8<br />

Los cuadros de costumbres y los relatos de viajeros<br />

son algunas de las principales fuentes para el estudio de la<br />

vida privada doméstica. Sin embargo, ellas dan cuenta de<br />

los asuntos, si se quiere, menos íntimos de la vida familiar,<br />

dejando grandes vacíos en aspectos como las relaciones<br />

conyugales y entre padres e hijos, la existencia de amantes<br />

y la presencia de muerte, entre otros.<br />

Sabemos, no obstante, que ante la enfermedad prolongada<br />

de algún miembro de la familia, la mujer “principal”<br />

de la casa, fuera madre, esposa o hermana, se convertía en<br />

fiel guardiana a la cabecera del lecho del enfermo, aun<br />

cuando la crisis de éste se prolongara durante varios años.<br />

8. Muñoz, Cecilia y Pachón, Ximena, L a niñez en Colombia, Bogotá,<br />

Editorial Planeta, 1991.


La vida doméstica a i las ciudades republicanas | 225<br />

Por otro lado, después de la muerte de un hombre, su<br />

viuda solía quedarse encerrada en casa, para “coser su<br />

mortaja dentro de esas cuatro paredes...”, especialmente<br />

las de la clase alta, y prácticamente se anulaba para las actividades<br />

sociales mundanas, como si la muerte del marido<br />

fuera la suya propia; lo cual no significaba un retraimiento<br />

en otros asuntos. Después de la muerte del marido no pocas<br />

viudas asumían el manejo de los negocios familiares.<br />

Era entonces cuando la mujer tomaba del todo las riendas<br />

de la casa como espacio físico, y del hogar, como entorno<br />

espiritual de la familia: se convertía, mucho más que en<br />

vida del esposo, en el punto de cohesión familiar y en el<br />

centro de control de todo lo relacionado con sus hijos,<br />

nueras, yernos y nietos.<br />

Las normas del comportamiento religioso y social,<br />

mandaban que, ante el fallecimiento de un ser querido, así<br />

fuera un pariente lejano, se guardara luto riguroso por lo<br />

menos durante dos años, pasados los cuales, podía empezar<br />

a cambiarse el negro total por el medio luto.<br />

La cercanía de la muerte infundía en las personas la<br />

profunda necesidad de la confesión de sus pecados, de comulgar,<br />

de arrepentirse ante sus víctimas si algo malo habían<br />

hecho, y de despedirse de sus seres queridos antes de<br />

la última hora. Igualmente eran comunes las disposiciones<br />

testamentarias donde se dejaban amplias, o incluso la totalidad<br />

de la fortuna, a algún santo u obra pía como mecanismo<br />

para garantizar la salvación del alma.<br />

Finalmente, el cadáver siempre se enterraba con el vestido<br />

habitual, menos el sombrero, y el luto se expresaba<br />

dentro de la casa mediante crespones negros en muebles,<br />

cuadros y adornos, y con ello la familia entraba en “el régimen<br />

de la muerte”: silencio, recogimiento y encierro. Parte<br />

del rito frente a la muerte era la conservación de los objetos<br />

personales del difunto para evocarlo y para mantener


22Ó | CATALINA REYES / UNA MARCELA GONZÁLEZ<br />

su presencia viva dentro del hogar. Hacia finales del siglo<br />

xix se impone, en algunas regiones del país, la utilización<br />

de hábitos religiosos como traje mortuorio, tanto hombres<br />

como mujeres. Después de la implantación de la fotografía,<br />

se popularizó en algunas ciudades del país la foto del<br />

niño muerto en su ataúd, rodeado de flores y crespones.<br />

La enfermedad y muerte de un niño fueron experiencias<br />

corrientes en los hogares, no sólo de escasos recursos<br />

sino también de la elite. El niño enfermo generalmente era<br />

aislado en un cuarto al que sólo tenía acceso la madre. Su<br />

alimentación y cuidado en los sectores medios y altos se<br />

convertía en un pesada carga, pues además de las recomendaciones<br />

médicas, pesaban una serie de falsas<br />

creencias y supuestos cuidados que había que seguir cuidadosamente.<br />

La muerte frecuente de los seres queridos sumía a los<br />

familiares en la tristeza, y ante la indefensión frente a la<br />

enfermedad y la muerte, el consuelo en la religión y en las<br />

prácticas piadosas parecía ser el único remedio eficaz.<br />

E l ritmo diario<br />

El hecho de que la familia fuera, como ya se dijo, el epicentro<br />

de las buenas costumbres, aunado a la falta de espacios<br />

públicos de diversión y entretenimiento, lo mismo que de<br />

actividades sociales y culturales en las ciudades, hizo que<br />

la vida fuera monótona y tranquila, de una “conformidad”<br />

interrumpida sólo por las diversiones honestas de algunos<br />

días y por las frecuentes guerras ocurridas durante todo el<br />

siglo XIX.<br />

En efecto, fue característica en casi todas las ciudades<br />

colombianas, según el testimonio de muchos viajeros extranjeros,<br />

el llevar una vida claustral, quieta y casi triste, en<br />

la que las mayores diversiones las constituían los juegos de<br />

azar, de los que disfrutaban las muieres tanto o más que los


La vida dom éstica en las ciudades republicanas<br />

Vendedora con cedazo. Jo sé M a n u e l G ro o t. A m a sa n d o . Jo s é M a n u e l G ro o t.<br />

Biblioteca L u is -A n g e l A ra n g o . B ib lio te ca L u is -A n g e l A ra n g o .<br />

L a ham aca. E d u ard W . M a rk .<br />

A cu arela.<br />

B ib lio teca L u is -A n g e l A ran go.


L a vida domestica en las ciudades republicanas \ 227<br />

hombres, y algunos de salón, las corridas de toros, las peleas<br />

de gallos, los paseos alrededor de la ciudad, las tertulias<br />

literarias o políticas en las que 110 participaban mujeres<br />

y, principalmente, los bailes y visitas. A la lectura, la escritura,<br />

el estudio y la música sólo tenía acceso un porcentaje<br />

muy bajo de la población y estas actividades estaban lejos<br />

de ser consideradas entretenidas.<br />

Los cuadros de costumbres nos muestran la simplicidad<br />

de esta vida: mientras los hombres salían a la calle a<br />

resolver los asuntos públicos en actividades como los negocios,<br />

el ejercicio de sus profesiones y la política, la mujer<br />

permanecía en la esfera doméstica. Su día comenzaba temprano<br />

en la mañana, luego iba a misa y regresaba a casa<br />

para atender a la familia, realizar algunos oficios y estar al<br />

tanto de las tareas de las sirvientas; los ratos libres, que<br />

eran la mayor parte del día, los empleaban en coser, pintar,<br />

tocar el piano, cantar y fumar. Este último hábito, aunque<br />

ampliamente difundido, hasta los años 20 de este siglo se<br />

debía esconder, pues no era admitido que las mujeres filmaran.<br />

Las mujeres, sin distingo de clases, eran las responsables<br />

de hacer el mercado. “Las señoras, que por lo general<br />

escogen para ponerse ese día las sayas más sucias, los camisones<br />

más destruidos y los zapatos más siniestros, vagan,<br />

cada cual, seguida de su respectiva sirvienta que,<br />

cargada con un enorme canasto o ancho costal, va sufriendo<br />

instantáneamente el aumento de peso que ocasiona lo<br />

comprado”.9<br />

Dentro y fuera de la casa, la vida transcurría bajo una<br />

rutina y unos horarios fijos, determinados en buena parte<br />

9. Barrera, Francisco O., “F,l mercado", en Museo de cuadros de costumbres,<br />

variedades y riaies, vol. 49, tomo 4, pág. 7, Bogotá, Biblioteca El<br />

Mosaico, Banco Popular, 1973.


228 ! CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

por el sonido de las campanas de la iglesia; práctica que<br />

sólo variaba los domingos y en Navidad: la mayor parte de<br />

la vida de los colombianos en el siglo anterior, estaba regida<br />

por los ritos y horarios religiosos.<br />

Los hábitos diarios eran más o menos los mismos en<br />

todas las ciudades: levantarse a las cinco o seis de la mañana,<br />

asistir a misa y dedicarse al arreglo personal al regresar;<br />

tomar el desayuno, almorzar entre las 10 y 10:30 a.m. y<br />

comer entre las 3 y las 4:30 p.m.<br />

La vida entre las comidas era también muy similar:<br />

después del desayuno los hombres salían a sus trabajos,<br />

para regresar a la hora del almuerzo, cuando las ciudades<br />

quedaban como paralizadas, pues todo se cerraba entre la<br />

una y las tres de la tarde, tiempo necesario para el almuerzo<br />

y la sagrada costumbre de la siesta, después de la cual<br />

volvían a los trabajos, de donde salían para ir a casa a comer.<br />

Después de la comida, según las regiones, los hombres<br />

iban al atrio de la iglesia o a la alameda, como en<br />

Bogotá, o a jugar billar, tomarse unos aguardientes o cabalgar,<br />

como en Mompox y Medellin, y en todo el país, solían<br />

reunirse a “tertuliar” en las tiendas, boticas, almacenes o<br />

chicherías, según la clase social de los contertulios:<br />

Las cinco de la tarde habían dado. Y o me hallaba libre y<br />

desembarazado de las ocupaciones diarias de mi oficina.<br />

Páreme en una esquina pensando en el nimbo que daría en<br />

aquel momento a mi soberana individualidad, cuando se me<br />

ocurrió la tienda de don Antuco, albergue sempiterno de<br />

embozados tertuliadores. Mi espíritu deseaba expansión después<br />

de estar todo el día entre el cajón de la oficina; mi mente,<br />

variedad de objetos sobre qué distraerse, y toda mi alma, seres<br />

desocupados con quienes tener un buen rato de tertulia. Era


La vida doméstica en las ciudades republicanas | 229<br />

todo lo que me pedía el cuerpo, y nada mejor para esto que la<br />

tienda de don Antuco.10<br />

Aunque para los hombres la regla general de este ritual<br />

era asistir solos, en las chicherías, sitios de reunión de las<br />

clases populares, se marcaba una gran diferencia, pues allí<br />

la chicha “se servía en grandes totumas a hombres y mujeres<br />

sin ningún género de distinción”.11 Este tipo de comentario<br />

nos recuerda que en general las mujeres de las clases<br />

populares gozaban de más libertad y menos controles sociales.<br />

Además, como en el siglo xix no se vivía con las agitaciones<br />

de la ciudad moderna, el trabajo siempre dejaba<br />

tiempo para la charla y para tomarse algún trago, y era habitual<br />

que a la hora de la comida los hombres llegaran a<br />

casa, mínimo con una “copita encima”, de brandy, mistela,<br />

aguardiente o chicha, de acuerdo a la capacidad económica<br />

del consumidor. En las noches se rezaba el rosario, se<br />

charlaba en familia, se leía en voz alta, o se hacía o recibía<br />

alguna visita.<br />

La rutina siempre se rompía el domingo, cuando las<br />

comidas se hacían más abundantes y especiales y la gente<br />

salía a caminar por la ciudad, luciendo sus mejores atuendos.<br />

Este día era también propicio para llevar a cabo otra<br />

de las más importantes costumbres familiares: los paseos a<br />

las cercanías de la ciudad. La familia se desplazaba para<br />

divertirse, comer en un sitio campestre y de paso, bañarse<br />

en los riachuelos.<br />

En esta actividad hay tres elementos que llaman parti-<br />

10. Groot, José Manuel, “La tienda de Don Antuco”, en Museo de<br />

cuadros de costumbres, variedades y viajes, vol. 46. tomo 1, pág. 35.<br />

11. Sánchez Cahra, Kfraín, Ramón Tones Méndez, pintor de Ia<br />

Nueva Granada. 1809 - 1885. Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1987,<br />

pág. 14O.


2 3 0 I CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

cularmente la atención: en primer lugar, el transporte de<br />

“la mitad de las casa”: sillas, elementos de cocina, bebidas y<br />

alimentos, entre los que no faltaba el chocolate con bizcochos<br />

y queso; transporte que se hacía con mayor razón<br />

cuando el paseo duraba más de un día, como era frecuente<br />

entre los bogotanos cuando iban a Chapinero: “a este<br />

tiempo llegó el carro con todos los trastos [...]. Iban allí todos<br />

los enseres de la cocina, dos taburetes pequeños, unas<br />

esteras, dos almofrejes, dos o tres catres y algunos baúles y<br />

cajones, uno de estos encerraba una docena de libros y tres<br />

mil cigarros de Ambalema, y otro iba repleto de bocadillos<br />

En segundo lugar, la presencia casi inevitable de<br />

acompañamiento musical: los músicos eran parte indispensable<br />

del paseo, para amenizar los infaltables juegos y<br />

bailes; y por último, la participación en ellos de las empleadas<br />

domésticas. Al respecto es importante señalar el papel<br />

que jugaban las niñeras: eran ellas quienes se encargaban<br />

todo el tiempo de los menores de edad, tanto en la casa<br />

como fuera de ella, en consecuencia, las madres no solían<br />

ocuparse casi nunca de sus pequeños, salvo en lo que atañe<br />

a las actividades escolares.<br />

Cuando las ciudades fueron adoptando un aire más<br />

moderno y burgués, el parque se convierte en centro de la<br />

actividad social de los domingos. A él salen a pasear las<br />

gentes luciendo sus mejores galas, es el lugar de encuentro<br />

de los jóvenes de ambos sexos que aprovechan la ocasión<br />

para lanzarse significativas miradas. La retreta musical<br />

completaría el programa dominical del parque.<br />

La vida diaria estaba marcada por la fuerte unión entre<br />

las familias. Los lazos entre las familias eran estrechos, particularmente<br />

los lazos de solidaridad y afecto entre los hermanos<br />

y hermanas, los cuales se conservaban aún después<br />

12. Díaz Castro, Eugenio, op. at., pág. 47.


La vida doméstica en las ciudades republicanas | 231<br />

del matrimonio, y se extendían a sus respectivos cónyuges.<br />

La relación entre hermanos, hermanas, cuñados y cuñadas<br />

era manifiesta: se visitaban entre sí con frecuencia y en las<br />

noches solían reunirse para charlar o jugar. Tíos, primos y<br />

primas hacían parte de una tribu donde los noviazgos y<br />

amoríos proliferaban entre las generaciones más jóvenes.<br />

No eran extrañas tampoco las buenas relaciones entre<br />

vecinos. A veces familias enteras de vecinos se juntaban<br />

para ponerse al tanto de los últimos acontecimientos de la<br />

ciudad, pues a falta de mejores espectáculos, la conversación<br />

y no pocas veces los chismes, alegraban los días de<br />

nuestros antepasados.<br />

Este ritmo sosegado de la vida decimonónica era, sin<br />

embargo, alterado con frecuencia por la actividad preferida<br />

de los colombianos: el baile. No había celebración que<br />

no terminara con un baile. Aunque éstos generalmente<br />

tenían motivaciones religiosas como bautismos, matrimonios<br />

o la bendición de una casa nueva, el baile seguía siendo<br />

el mejor medio de la gente para reunirse y compartir un<br />

rato en familia y con otras familias de vecinos y amigos. Si<br />

el baile se hacía de manera improvisada, varias personas se<br />

ponían de acuerdo para saber a quién se invitaría, en qué<br />

casa y quiénes serían los músicos; era relativamente corto,<br />

hasta las 8 o 9 de la noche; pero si era preparado, podía<br />

durar hasta las cuatro de la mañana. Un baile de estos implicaba<br />

la elaboración de alimentos y bebidas especiales,<br />

en torno a lo cual se tejía la fiesta en la que participaban<br />

todos los miembros de la familia.<br />

En Cartagena, los negros bailaban el bambuco, musicalizado<br />

con guitarras, la bandurria, un instrumento llamado<br />

guache y acompañamiento de palmas y voces. Sobre<br />

un baile entre esta clase social comenta SafFray:


232 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

Aquí no se conoce más que un baile, que es el bambuco.<br />

[...] líl hombre ejecuta pasos muy complicados, que recuerdan<br />

un poco el jig irlandés; da saltos, patalea, y agita los brazos<br />

para dar más expresión a su mímica; la mujer permanece<br />

entre tanto con los brazos cruzados y por un movimiento<br />

muy rápido del talón, y después del pie, deslizase hasta tocar<br />

el suelo, describiendo zigzags y círculos, acércase a su pareja<br />

con cierta coquetería, le vuelve la espalda, dirigiéndole una<br />

mirada expresiva, huye de él y se aproxima sucesivamente.<br />

Kste es un baile a la vez gracioso e ingenuo cuya mímica me<br />

pareció muy apasionada.'-’<br />

Los bailes entre los blancos se caracterizaban por tener<br />

un estilo más sobrio y elegante: “la hora tan deseada llegó:<br />

la música, compuesta de bandolas, tiples y guitarras, después<br />

de un buen rato de preludios, rompió el fuego con un<br />

delicioso vals...”.'4<br />

Entre las clases medias y bajas en casi todo el país, especialmente<br />

entre las negras y mulatas, un buen motivo<br />

para bailar era la muerte de un niño o “fiesta del angelito”.<br />

Cuando un niño pequeño moría, la familia, más que con<br />

tristeza, veía esto como un motivo de fiesta: “...la muerte, al<br />

hacer un vacío, deja en pos una alegría; hay un niño de<br />

menos y un angelito de más”.'5 Para la celebración de la<br />

fiesta, se vestía el cadáver del niño con sus mejores ropas,<br />

se le colocaban alhajas y se ponía en el centro de una capilla<br />

improvisada. A la fiesta, donde lo importante era reír y<br />

cantar, asistían los amigos y familiares, y la madre no llora­<br />

13. Siiflray, Charles, Viaje a Nueva Granada, Bogota, Biblioteca Popular<br />

de Cultura Colombiana, 1948, pág. 28.<br />

14. Ortiz T., Juan B., “Una tertulia casera”, en Museo de cuadros de<br />

costumbres, variedades y viajes, vol. 47, tomo 2, pág. 349.<br />

15. Saflray, Charles, op., rit, pág. 234.


L a vida doméstica a i las ciudades republicanas | 233<br />

ba porque la muerte del pequeño significaba una bendición<br />

de Dios.<br />

Es bueno señalar la influencia del clima y de la presencia<br />

de la Iglesia, al igual que el peso de elementos étnicos<br />

negros en los hábitos sociales de las gentes. En las zonas<br />

frías y templadas, con población indígena y blanca, se llevaba<br />

una vida más encerrada y menos dispuesta a actividades<br />

exteriores y colectivas que en la zona del Valle del<br />

Cauca y las costas.<br />

La escasa vida social que se llevaba a cabo durante el<br />

año, daba paso en Navidad a una gran alegría, compartida<br />

por todas las personas, sin distinción de clase, edad, ni etnia.<br />

Durante esta época las actividades principales que alegraban<br />

el ambiente eran los aguinaldos, los pesebres, los<br />

disfraces y la nochebuena, todo esto complementado con<br />

la preparación de ricos manjares propios de cada región,<br />

entre los que eran infaltables la natilla, los buñuelos, el<br />

manjar blanco y las empanadas, preparadas especialmente<br />

con pollo o pavo, huevos cocidos, pescado, alcaparras,<br />

duraznos, aceitunas, jamón y varias clases de especies.<br />

Una de las mayores diversiones durante Navidad era el<br />

juego de los aguinaldos, que empezaba hacia el 16 de diciembre<br />

y se extendía hasta el 24. La manera más común<br />

de jugar era apostar los regalos, que por lo demás, no eran<br />

de gran significación material. El juego consistía en que<br />

quién viera primero al otro apostador le gritaba “mis aguinaldos”<br />

y el otro debía pagarlos. Para ganar, se ponía el<br />

mayor ingenio posible recurriendo a los disfraces y todo<br />

tipo de trampas para lograr ver a una persona sin ser vista<br />

por ella. Un ejemplo del ingenio puesto en este juego, es la<br />

artimaña de unas jóvenes bogotanas de mediados del siglo<br />

pasado que, para esperar a los hombres con quienes estaban<br />

jugando, se metieron en una zanja, muy bien escondidas<br />

con la oscuridad de la noche y los matorrales, por


2 3 4 I CATAI.INA REYES / LINA MARCELA GONZALEZ<br />

donde debían cabalgar sus competidores. Cuando los jinetes<br />

se acercaron, ellas saltaron y gritaron “¡mis aguinaldos!,<br />

¡mis aguinaldos!”, con tal alboroto que los caballos se<br />

espantaron, mandando al suelo a caballeros y señoritas,<br />

quienes terminaron envueltos en bolas de lodo, lo cual<br />

finalmente no importó pues el premio de ganar los aguinaldos<br />

y la diversión que ello suponía, era superior a cualquier<br />

percance.'6<br />

Otra costumbre navideña era la de los disfraces, que<br />

empezaba desde antes de la nochebuena y duraba hasta el<br />

6 de enero. Las familias más acomodadas se visitaban entre<br />

ellas, dando aviso con anticipación. En la casa donde se<br />

anunciaba la visita se reunían amigos y vecinos y como<br />

quienes llegaban disfrazados iban acompañados por los<br />

músicos, se bailaba un rato en cada casa.<br />

Los regalos mutuos entre parientes, vecinos y amigos<br />

en este mes, era también una costumbre generalizada. La<br />

familia solía reunirse en torno a la preparación de dulces,<br />

tortas, buñuelos, hojaldres y platillos especiales, los que repartían<br />

en nochebuena las mujeres del servicio, a quienes<br />

siempre se veía llevando y trayendo entre las casas dulces,<br />

regalos y vinos, tanto en Navidad como en la Semana Santa.<br />

En estas dos temporadas, además, era frecuente estrenar<br />

ropa y estar lo más elegante posible. La diferencia era<br />

que, mientras en la Navidad reinaba un ambiente de alegría<br />

y fiesta, en los días de pasión de la semana mayor la<br />

gente se vestía de luto riguroso para visitar los monumentos,<br />

se oraba y no era permitido escuchar música profana.<br />

La primera comunión se convirtió en la fecha más importante<br />

de toda la infancia. Para este evento el niño debía<br />

ser preparado tanto en la escuela como en la familia. Se<br />

debía aprender las oraciones y la madre debía leerle vidas<br />

16. Díaz Castro, Eugenio, op. at., pág. 108 - 109.


de santos y libros piadosos. Recomendaban los religiosos<br />

de los colegios crearle un ambiente de recogimiento y pocas<br />

diversiones y alentar al niño a realizar pequeños sacrificios<br />

que la madre debía vigilar. La confesión revistió gran<br />

importancia y el niño era animado a confesar todos los<br />

pecados a través de historias moralizantes. En un principio<br />

la celebración de la primera comunión era austera y consistía<br />

en la ceremonia religiosa y en un desayuno en familia.<br />

Al niño o niña se le obsequiaban imágenes de santos y<br />

libros piadosos. Sin embargo, para los años 20 de este siglo,<br />

esta celebración se había convertido en un acto social<br />

de gran importancia. Frecuentemente las revistas reseñaban<br />

lujosas fiestas hasta con 50 invitados y variados tipos<br />

de regalos. A finales de los años 30 muchos colegios religiosos<br />

daban severas instrucciones para “despaganizar” la<br />

primera comunión.<br />

Las primeras comuniones de los niños pobres generalmente<br />

eran organizadas por damas jóvenes de la alta sociedad<br />

que los preparaban durante el catecismo dominical<br />

y el día de la primera comunión los obsequiaban con un<br />

buen desayuno y algunos regalos.<br />

L a higiene y la lim pieza<br />

La vida doméstica en las ciudades republicanas | 235<br />

Los hábitos de higiene de la familia colombiana estuvieron<br />

determinados básicamente por la infraestructura de las<br />

ciudades. A todo lo largo del siglo xix, nuestros principales<br />

centros urbanos carecían por completo de sistemas de alcantarillado<br />

y contaban con acueductos muy deficientes,<br />

carecían de energía eléctrica, recolección de basuras, servicios<br />

sanitarios, necesidades que sólo empezaron a ser satisfechas<br />

hacia finales del siglo.<br />

Por estos motivos la gente se acostumbró a hacer sus<br />

necesidades fisiológicas al aire libre, o en bacinillas, cuyos<br />

contenidos eran arrojados a las acequias que corrían por


2 3 6 | CATALINA RFYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

las calles de las ciudades y en los riachuelos que las proveían<br />

de agua, con lo cual ésta llegaba muchas veces a las<br />

casas ya contaminada. Policía de higiene no existía, y de<br />

esta labor se encargaban los gallinazos, infaltables en el<br />

paisaje de nuestras ciudades.<br />

El aprovisionamiento de agua en la mayoría de las residencias<br />

se hacía por medio de las aguateras, “servidoras<br />

públicas” que la recogían de los chorros o pilas comunes y<br />

la transportaban de casa en casa. El agua así adquirida se<br />

empleaba principalmente en la preparación de los alimentos,<br />

la limpieza de los utensilios de cocina y en mínimas<br />

abluciones matinales, consistentes en el lavado de la cara y<br />

las manos, en el aguamanil de la alcoba.'7<br />

Sólo las familias más prestantes contaban con el beneficio<br />

de las “mercedes de agua”, o concesiones mediante<br />

las cuales era posible instalar una especie de tubería que<br />

proveía directamente las residencias.<br />

El baño de cuerpo entero no era una costumbre generalizada,<br />

ni mucho menos algo que se hiciera a diario, salvo<br />

en las regiones de temperaturas muy altas o ciudades<br />

ribereñas. En las zonas frías, éste sólo se hacía cada ocho o<br />

quince días, a condición de que hubiera buen tiempo, pues<br />

de lo contrario podía aplazarse aún más. El baño se convertía<br />

en un paseo, pues la carencia de agua en cantidad<br />

abundante, implicaba el desplazamiento de la gente, normalmente<br />

en familia, a los ríos y quebradas cercanas, en las<br />

cuales estaba destinado un lugar para los hombres y otro<br />

para las mujeres. En Bogotá, era costumbre no comer desde<br />

tres horas antes del baño para no adquirir enfermedades,<br />

no comer en todo el día aguacate, ni plátano manzano<br />

y tomarse, después del baño, una copa de mistela para recuperar<br />

la temperatura corporal. El día del baño era tam­<br />

17. Fundación Misión Colombia, op. cit., pág. 81.


La vida doméstica en las ciudades republicanas | 237<br />

bién frecuente ver a las mujeres con el cabello suelto para<br />

permitir que se secara del todo y evitar así enfermedades<br />

posteriores como el coto. Era costumbre en toda Hispanoamérica,<br />

según el viajero francés Le Moyne, que lo humedecieran<br />

con orines para fortalecerlo y embellecerlo.'8 El<br />

lavado de la ropa se le encargaba a las lavanderas, mujeres<br />

pobres, que hacían su oficio en los ríos cercanos a la ciudad.<br />

A fines del siglo xix, tanto a nivel internacional como<br />

nacional, se divulgaron los conceptos hipocráticos sobre el<br />

origen de las enfermedades para dar paso a los descubrimientos<br />

pasteurianos que pusieron de manifiesto la acción<br />

de los microorganismos en las enfermedades. Bacilos,<br />

virus, bacterias y gérmenes fueron localizados por la medicina.<br />

Estos nuevos descubrimientos influyeron notablemente<br />

en la vida cotidiana y costumbres de la gente, en<br />

particular en el ámbito doméstico. La higiene y la limpieza<br />

cobraron un lugar prioritario. Se hizo imperativo mantener<br />

libre de bacterias, microbios y malos olores no sólo el<br />

cuerpo, sino también los vestidos y la vivienda. Circularon<br />

numerosos manuales de higiene, salud, puericultura, urbanidad<br />

y buen tono, muchos de ellos escritos por médicos y<br />

dirigidos principalmente a las madres, donde se enseñan y<br />

se explican los hábitos de limpieza, higiene y salud que debían<br />

seguirse diariamente en el espacio doméstico.<br />

Sólo en la primera década del siglo xx, los manuales de<br />

higiene promulgan la necesidad del baño diario. Un manual<br />

de higiene en 1907 debía explicar la necesidad del<br />

baño en los siguientes términos: “médicamente el baño<br />

desprende el sudor solidificado en la piel que muchas veces<br />

contiene gérmenes de enfermedades... Si no está limpia<br />

18. ibid., pág. 81-82.


2 38 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />

(la piel) se convierte en la morada de infinidad de animalitos<br />

muy molestos, llamados parásitos...”'9<br />

La generalización de las teorías microbianas hicieron<br />

del baño diario una necesidad entre las clases acomodadas.<br />

En las casas de la gente pudiente, que contaban con servicio<br />

de acueducto, y donde el clima lo permitía, se construyeron<br />

hermosas albercas, más popularmente conocidas<br />

como “baños de inmersión”. Éstos se construían al aire libre,<br />

en el patio, en medio de la tranquilidad y la belleza de<br />

enredaderas y rosales. El enriquecimiento y refinamiento<br />

de la elite fue convirtiendo estos baños en lugares lujosos:<br />

Cascadas artísticas de pedruscos abruptos, sembrados de<br />

hclechos y parásitas, recipientes enormes de formas primorosas,<br />

mosaicos y lazos norteamericanos, grifos y perchones niquelados...<br />

revestimientos por suelos y paredes; tocadores de<br />

mármol auténtico, columnatas, máscaras y relieves.1"<br />

Los excusados, “el cuartico” o sanitarios, eran bien precarios<br />

hasta entrados los años 1930. Sin mayores nociones<br />

de higiene, eran construidos casi inmediatamente después<br />

de la cocina, y la bacinilla continuaba siendo un artículo de<br />

uso común en las habitaciones de las casas. La letrina o<br />

excusado generalmente consistía en una “franja profunda,<br />

forrada con adobe quemado y tapada con un cajón de madera<br />

que tiene uno o más huecos. Por la zanja corre una<br />

pequeña cantidad de agua, insuficiente para arrastrar los<br />

excrementos sólidos, y la atmósfera de ella está en ancha<br />

comunicación con las habitaciones”. Este tipo de letrina<br />

no sólo se utilizaba en las casas, sino también en los edi­<br />

19. De GreifT, Carlos, “Conferencia de Higiene en las Escuelas de<br />

Medellin", Medellin, Tipografía del Comercio, 1907, pág. 78-79.<br />

20. I h i d .


L a vida doméstica en las ciudades republicanas | 239<br />

ficios públicos y en los colegios. todavía más: algunos<br />

caseros tienen la bárbara costumbre de construir excusados<br />

en seco, que no limpian casi nunca”.2' La introducción<br />

de la plomería, de los aparatos sanitarios y el uso del papel<br />

higiénico en las casas de las elites en la década de los treinta,<br />

le darían una apariencia completamente distinta al sanitario.<br />

Otro de los cambios importantes que afectaría la vida<br />

doméstica y sus hábitos, fue el reclamo insistente de la<br />

medicina por asignarle un lugar importante al cuerpo. La<br />

dicotomía entre cuerpo y alma, tan fuertemente inculcada<br />

por la religión católica, sometía el cuerpo al silencio y ostracismo,<br />

asociándolo siempre con bajos y pecaminosos<br />

instintos. La manera de resolver esta división entre cuerpo<br />

y alma fue convirtiendo la salud física en un asunto moral.<br />

El cuidado adecuado del cuerpo se concibió, entonces, como<br />

una contribución al robustecimiento del alma. La higiene,<br />

la urbanidad y la moral se convierten un una tríada<br />

necesaria para mejorar la vida.<br />

La reivindicación del cuerpo desde el discurso médico,<br />

permitió que aquél, silenciado durante el siglo xix, pudiera<br />

nombrarse de manera abierta, desde sus funciones médicas<br />

y científicas. Incluso la sexualidad sometida y acallada por<br />

la moral católica, pudo ser ahora invocada desde el lenguaje<br />

médico y científico como “instinto genésico”.<br />

La importancia que adquirió el tema del cuerpo hizo<br />

que el mundo moral y psicológico del individuo estuviera<br />

sujeto a las funciones del mismo. Se mantenía una atención<br />

permanente al desenvolvimiento de las funciones orgánicas<br />

y de su repercusión sobre lo mental y lo moral. La<br />

21. fimcncz J., Nepomuccno, Notas sobre las aguas de Medellin, Medellin.<br />

tesis de Medicina y Cirugía, Imprenta Departamental, 1895, pág.<br />

49-50.


24O | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZALEZ<br />

digestión definía muchos comportamientos y actitudes, y<br />

su importancia sobre la vida del hombre fue resaltada<br />

constantemente. A partir de los años 30 las glándulas<br />

endocrinas, “esencia de la vida del hombre”, se convertirán<br />

en la explicación de todos los desarreglos morales y emocionales.<br />

La vida doméstica también fue influida por este interés<br />

por el cuerpo y en particular por la digestión. Se tenía especial<br />

cuidado en la preparación y el consumo de los alimentos,<br />

a las temperaturas en que se tomaban y las horas<br />

de alimentación, tanto para niños como para los adultos, y<br />

convirtieron estos horarios en tiempos rígidos y sagrados.<br />

Se acostumbró caminar, no sólo para hacer ejercicio y<br />

conservarse sano, sino también para mejorar los procesos<br />

digestivos. La gimnasia o calistenia, como se le llamaba, se<br />

convirtió en una disciplina necesaria tanto en los hogares<br />

como en los planteles educativos. No sólo se recomendaban<br />

la gimnasia para el sexo masculino, sino que aun con<br />

la prohibición de la iglesia, la recomendaban especialmente<br />

para las mujeres. Se debía además tener especial cuidado<br />

con la lluvia, el sol, los cambios de temperatura, la<br />

altitud y las corrientes de aire; estas últimas llegaron a convertirse<br />

en objeto de una verdadera fobia. Prevalecerá un<br />

neohipocratismo vulgar que hará que la vida cotidiana de<br />

la gente se vea atravesada por todo este tipo de preocupaciones.<br />

Las caminadas, las “temporadas” en la montaña,<br />

los veraneos, los baños de mar y, sobre todo, el aire, aire<br />

puro, se convertirán en ritos necesarios para conservar un<br />

vida sana. La higiene y la limpieza se introdujo en las casas<br />

y se volvió parte indispensable de la rutina diaria.


L a vida pública en las ciudades<br />

republicanas<br />

BEATRIZ<br />

CASTRO CARVAJAL<br />

I_/as ciudades del siglo xix tenían un transcurrir pausado y<br />

tranquilo. Este transcurrir calmado se veía alterado durante<br />

la semana por el día de mercado y por la misa sagrada<br />

del domingo. Esporádicamente lo agitaba las celebraciones<br />

públicas. O las guerras civiles, los levantamientos y las<br />

protestas, interrumpían violentamente la rutina cotidiana.<br />

Esta aparente placidez de los centros urbanos se vio progresivamente<br />

alterada por los diferentes y nuevos eventos<br />

que fueron cambiando lentamente el ritmo de la vida diaria.<br />

El desarrollo económico del país se reflejó más en el<br />

progreso físico de las ciudades, pero junto con la compleja<br />

dinámica social propiciaron una vida más activa y complicada<br />

como respuesta al proceso de modernización. Las<br />

formas de vida cambiaron pausadamente a principios del<br />

siglo xix y más apresuradamente a sus finales y a principios<br />

del xx.<br />

De un modo general, en América Latina las ciudades<br />

mayores parecen haber sufrido una disminución relativa<br />

de población entre mediados del siglo xvm y mediados del<br />

siglo xix.1 Después de 1850 se observan ejemplos de urbai.Sin<br />

embargo, Hogotá entre 1778 y 1800, sostuvo un crecimiento


2 4 2 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

nización asociados con el desarrollo de las actividades<br />

comerciales, bancarias, de exportación y de industria incipiente<br />

en las ciudades. Abiertas a las influencias extranjeras,<br />

las ciudades empezaron a transformarse cuando se<br />

estabilizaron en alguna medida los procesos sociales y políticos<br />

y comenzó a crecer la riqueza.<br />

Los cambios en las ciudades pequeñas fueron casi imperceptibles,<br />

ni físicos, ni demográficos, ni sociales, ya que<br />

no aparecen con fuerza las clases medias, ni las “ricas”. En<br />

las más grandes, la tendencia fue la de intentar desvanecer<br />

el pasado colonial para instaurar las formas de vida modernas.2<br />

Nuestro territorio para esta época era un país rural. En<br />

1870 tenía 2 700 000 habitantes y 35 años después había<br />

4 100 000, de los cuales solo el 10% vivían en las capitales.<br />

No obstante, Bogotá, Medellin, Cali, Barranquilla y Bucaramanga<br />

empezaban a consolidarse como los mayores<br />

centros poblacionales. Fue allí donde se dibujaron claramente<br />

los cambios de vida.<br />

Las ciudades empezaban a dar pasos importantes en su<br />

dinámica; crecía con vigor la actividad económica, especialmente<br />

el comercio se consolidaba, las decisiones políticas<br />

influían en su vida y en el resto de la población.<br />

El crecimiento demográfico nos da una pauta del<br />

liderazgo que van adquiriendo ciertos centros urbanos en<br />

las regiones. La mayor dinámica se da durante la segunda<br />

mitad del siglo xix y se acelera en el presente siglo. Las ciudades<br />

que tuvieron un mayor crecimiento fueron Bogotá,<br />

Medellin y Barranquilla. Seguidas por Cali, que tuvo un<br />

anual de 2,4%. En Vargas, Julián, La sociedad de Santafé colonial, Bogotá,<br />

c in f .p , 1990.<br />

2. Romero, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, M éxico,<br />

Siglo xxi Editores, 1976.


crecimiento más reposado y Bucaramanga, aun más pausado.<br />

La consolidación de Bogotá, Medellin, Cali, Barranquilla<br />

y Bucaramanga desplazó a los centros urbanos<br />

coloniales tradicionales como Tunja, Santafé de Antioquia,<br />

Popayán, Cartagena, Santa Marta, Girón, Socorro y<br />

San Gil, que habían tenido alguna dinámica regional en<br />

épocas anteriores.<br />

Bogotá multiplicó por cinco su población entre 1801 y<br />

1905.^ Medellin tuvo el crecimiento más acelerado, multiplicó<br />

por ocho su población en sesenta años. La población<br />

de Barranquilla creció cuatro veces entre 1870 y 19 12 y se<br />

triplicó entre 19 12 y 1928.4 Cali multiplicó por cuatro su<br />

población durante el siglo xix.’ Bucaramanga duplicó sus<br />

habitantes en la segunda mitad del siglo xix. En 19 18 Bogotá<br />

tenía 143 994 habitantes, Medellin 79 146, Barranquilla<br />

64 543, Cali 45 525 y Bucaramanga 24 919.6<br />

El crecimiento acelerado de la población en los centros<br />

urbanos trajo problemas en la estructura física y social.<br />

Agua, energía y aseo<br />

La vida pública a i las ciudades republicanas | 243<br />

Pilas y ánforas<br />

El mejoramiento del agua y la generación de la energía<br />

eléctrica, se convirtieron en las necesidades para resolver<br />

en todas las ciudades. Luego seguirían obras como la plaza<br />

3. Historia de Bogotá. Siglo xrx, tomo 11, Bogotá, Fundación Misión<br />

Colombia. Villegas Editores, 1988.<br />

4. Posada, Eduardo, f ’na invitación a la historia de Bairanquilla, Cámara<br />

de Comercio de Barranquilla-Bogotá, Cerec, 1987.<br />

5. Vásquez, Edgar, Historia del desarrollo urbano de Cali, Cali, Universidad<br />

del Valle, 1982.<br />

6. Jaramillo, Samuel; Cuervo, Luis M., L a configuración del espacio<br />

regional en Colombia, Bogotá, ci.m:, 1987.


244 I HF.ATRI7. CASTRO CARVAJAL<br />

de mercado, el adoquinamiento de las calles y la búsqueda<br />

de alternativas de transporte.<br />

El consumo de agua implicaba obras de acueducto y<br />

alcantarillado. Tradicionalmente el agua se recogía en ánforas<br />

de las pilas ubicadas en distintas partes de la ciudad<br />

para el consumo y la cocina; y los ríos se utilizaban para el<br />

baño semanal y el lavado de la ropa. Las aguas negras circulaban<br />

por la parte central de las calles o iban a dar a los<br />

ríos. El problema se agravó cuando la demanda de agua<br />

aumentó, al darse el crecimiento demográfico; y el manejo<br />

de las aguas negras se complicó por la presencia frecuente<br />

de enfermedades y epidemias. Las ciudades fueron encontrando<br />

paulatinamente soluciones a este problema a finales<br />

del siglo xix y comienzos del xx. El desorden administrativo<br />

municipal de la nueva república y la inestabilidad política<br />

dificultaron la tarea de llevar a cabo obras reales para el<br />

manejo del agua.<br />

El intento para darle solución al abastecimiento de<br />

agua de Bogotá se realizó a través de una empresa privada<br />

en 1886, que se responsabilizó de crear un acueducto que<br />

condujera el agua por tubos de hierro. En 1898, una minoría<br />

solvente disfrutaba del abastecimiento de agua por un<br />

sistema que garantizaba limpieza y economía en el consumo.<br />

Sin embargo, las modalidades tradicionales de recoger<br />

agua continuaban siendo dominantes. La compañía creció<br />

gradualmente con un relativo buen servicio, pero entró en<br />

conflicto con la administración municipal. Después de discusiones<br />

y acuerdos se creó la Compañía de Acueducto<br />

Municipal de Bogotá en 1914, que cubría al 25% de la población.<br />

Para 1930 seis de cada cien habitantes tenían<br />

acceso al servicio de agua domiciliaria. En cuanto al alcantarillado,<br />

a finales de 1924 el municipio celebró un contrato<br />

con la empresa norteamericana Ulen Company para su


L a vida pública en las ciudades republicanas | 245<br />

construcción. Para 1927 el alcantarillado cubría el 40% de<br />

la ciudad.7<br />

Igualmente, en Medellin la construcción del acueducto<br />

y alcantarillado fue primero, en 1890, iniciativa privada y<br />

pasó en 1920 a la Empresa Pública Municipal. En esta ciudad<br />

la Sociedad de Mejoras Públicas, que fue creada en<br />

1899, tuvo un liderazgo fundamental para guiar la infraestructura.”<br />

E11 las dos ciudades que tuvieron el crecimiento<br />

más acelerado, Bogotá y Medellin, fue el sector privado el<br />

que lideró esta responsabilidad. En Cali, por su parte, fue la<br />

administración municipal la que se hizo cargo, al constmir<br />

un nuevo acueducto en 1870 y al legislar sobre la limpieza<br />

de la ciudad. Para 1930, en Barranquilla se inauguró el nuevo<br />

acueducto y se inició la pavimentación de las calles.<br />

Noches oscuras<br />

En las noches las ciudades estaban acostumbradas a<br />

que la luna guiara los pasos de sus ciudadanos. El alumbrado<br />

público en las ciudades de nuestro territorio consistía<br />

en faroles con velas de cebo en sitios estratégicos. A mediados<br />

del siglo xix se cambiaron por faroles de petróleo, y<br />

poco más tarde fueron reemplazados por gas. La comida<br />

se cocinaba con leña; para la segunda mitad del siglo xix el<br />

consumo de carbón aumentó, debido al agotamiento de la<br />

leña cerca a las ciudades.<br />

A Bogotá llegó en 1890 la luz eléctrica, para alumbrar<br />

las principales calles de la ciudad. Barranquilla dispone de<br />

7. Vargas, Julián; Zambrano, Fabio, “Santa Fe y Bogotá: evolución<br />

histórica y servicios públicos. 1600-1957", en Bogotá. 450 años, litios y<br />

Realidades, Bogotá. Ediciones Foro Nacional. Instituto Francés de Estudios<br />

Andinos, 1988.<br />

8. Toro, Constanza, “Medellin: desarrollo urbano, 1880-1950", en<br />

Historia de Antioquia, Suramericana, 1988.


2 4 6 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

luz eléctrica desde 1891, Medellin desde 1898 y en Cali, en<br />

19 1 o, se inauguró la primera planta eléctrica. En todas las<br />

ciudades el inicio de la generación de energía fue iniciativa<br />

privada. El traslado de las innovaciones técnicas fue casi<br />

instantáneo de Europa a América Latina.<br />

En Bucaramanga, por ejemplo, en 1867 el señor Bretón<br />

estableció el alumbrado de petróleo en la calle del Comercio<br />

y en la iglesia. En 1887 constituyeron una sociedad<br />

con el propósito de establecer en la capital el alumbrado<br />

eléctrico. En efecto, “el 30 de agosto de 1891, a las siete y<br />

media de la noche, cuando todos los habitantes estaban a<br />

la expectativa, de repente y en un mismo instante, treinta<br />

focos de mil quinientas bujías, repartidos en las principales<br />

calles, arrojaron una espléndida luz que iluminó la ciudad.<br />

Las campanas de la iglesia se echaron a vuelo, un sinnúmero<br />

de cohetes resonaron en todos los barrios y las bandas<br />

de música salieron a recorrer las calles”.9 En Cali la gran<br />

preocupación para la inauguración de la planta fue hacerla<br />

bendecir por el arzobispo, pues existía “la conseja de que la<br />

electricidad era obra del diablo”.10<br />

Los adelantos técnicos traían consigo temores y regocijos.<br />

Pero lo cierto es que la modernización de los servicios<br />

de agua y luz cambió algunas actividades cotidianas.<br />

El mundo cotidiano femenino se volvió más privado, paulatinamente<br />

se empezaron a desarrollar las actividades<br />

dentro de la casa. Se cambió la costumbre diaria de recoger<br />

el agua en las pilas, para recibirla en su propia casa, el<br />

baño semanal en los ríos desaparece por el baño en casa, la<br />

9. García, Josc Joaquín, Crónicas de Bucaramanga por Arturo, Bogotá,<br />

Imprenta de Medardo Rivas, 1896.<br />

10. líder l’hanor, James, E l fundador Santiago M. líder, Bogotá,<br />

Antares, 1959.


L,a vida pública a i las ciudades republicanas | 247<br />

compra o recogida de la leña para cocinar cambian por la<br />

energía en casa. En otras palabras, estos adelantos facilitaron<br />

las labores, dieron comodidad y ante todo limpieza.<br />

Así, el mundo cotidiano de la familia era cada vez más íntimo,<br />

las puertas fueron adquiriendo la función de separador<br />

entre lo privado y lo público.<br />

Paradójicamente, hubo actividades públicas que progresivamente<br />

fueron aumentando, sobre todo las diversiones<br />

nocturnas. La modernización se dio a finales del siglo<br />

xix por iniciativa generalmente de la elite que empezaba a<br />

ascender económicamente. El aburguesamiento de las<br />

costumbres en la clases altas estuvo acompañado por la<br />

introducción de elementos modernos en la estructura física<br />

de la ciudad.<br />

A seo y salubridad<br />

El mejoramiento de los servicios, especialmente el del<br />

agua, iba a la par con las solicitudes de los habitantes que<br />

imploraban por unas ciudades más limpias para evitar las<br />

enfermedades y sobre todo las epidemias.<br />

Las descripciones existentes de las ciudades siempre<br />

recalcan la suciedad. La lluvia, los gallinazos y los cerdos<br />

no sólo eran una parte del paisaje urbano sino también los<br />

más efectivos agentes de limpieza.<br />

“Bogotá es una ciudad que conoce poco el empleo de<br />

la escoba, y donde, naturalmente, domina el polvo. La lluvia<br />

lo barre a veces o lo torna en lodo fino. Y si a la lluvia<br />

sucede el sol, el lodo fino vuelve a convertirse en polvo sutil<br />

y envenenado que los coches levantan y el viento arrastra<br />

y lo echa sobre las cosas y los seres. Tan malo es el<br />

polvo y lleva gérmenes de virulencia tan grande, que cuando<br />

soplan las ráfagas, la gente se lleva el pañuelo a la boca<br />

y camina con medio rostro cubierto”, comentaba el canci-


2 4 8 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

Her boliviano Arguedas." Sobre Cali encontramos quejas<br />

frecuentes de la ciudadanía en los periódicos de la región:<br />

“En Cali es pésimo el estado actual de la salubridad pública,<br />

debido en su mayor parte al desaseo y al casi completo<br />

abandono en que se halla la ciudad”.”<br />

Las enfermedades que más golpearon a la población<br />

fueron las epidemias de viruela, sarampión, tos ferina,<br />

disentería y gripe.<br />

Por ejemplo, en 1857 hubo una epidemia de disentería<br />

en Cali; inmediatamente el Concejo de la ciudad ordenó<br />

limpiar todas las calles, plazas y drenajes, prohibió matar<br />

marranos en las calles y vender pescado y distribuyó drogas<br />

gratis en los barrios más pobres de la ciudad. En<br />

Bucaramanga se recuerdan las epidemias de viruela de<br />

1858 y 1881; en Medellin la de viruela de 1917. Pero uno<br />

de los más impresionantes episodios fue la epidemia de<br />

gripe en Bogotá en 1918, en la cual se enfermaron unos<br />

40 000 habitantes y murieron más 1 100 personas en semana<br />

y media, copando todos los recursos hospitalarios.<br />

A principios de siglo en Bogotá se creó la Oficina de<br />

Higiene y Salubridad. En Medellin la Sociedad de Mejoras<br />

Públicas se creó con el mismo propósito y en Cali, en<br />

1887, se estableció la Sociedad de Medicina del Cauca.<br />

Con motivo de las calamidades, como las epidemias, se<br />

hacían rogativas y se sacaban en procesión las imágenes de<br />

la patrona del lugar. En Bucaramanga la imagen de Nuestra<br />

Señora de Chiquinquirá se llevó en procesión por las<br />

principales calles de la ciudad para amparar a sus habitantes<br />

de la epidemia de viruela.<br />

En último término, era lo divino lo que protegía a la<br />

1 1 . Arguedas, Alcides, L a danza de las sombras. 1934, Bogotá, Banco<br />

de la República, 1983.<br />

12. Periódico E l Ferrocarril Cali, 5 de mayo de 1893.


L a vida pública en ¡as ciudades republicanas | 249<br />

población de los desastres naturales, del desorden administrativo<br />

y de la escasez de recursos. Lo divino adquiría<br />

expresión concreta para todos los pobladores a través de<br />

las romerías y procesiones.<br />

Pobreza<br />

Huérfanos y desvalidos<br />

El problema de la pobreza fue un asunto que todas las<br />

ciudades colombianas tuvieron que afrontar. La pobreza<br />

como fenómeno social se hizo presente con la aparición<br />

de las formaciones urbanas y el crecimiento acelerado de<br />

población que se generó en determinados momentos. De<br />

esta manera, la presencia de los pobres no era una espantosa<br />

realidad, ni la expresión de atraso, sino una expresión<br />

social de las ciudades. Para nuestras ciudades este problema<br />

se agravó en la segunda mitad del siglo xix, cuando la<br />

dinámica de crecimiento de la población se aceleró. Las<br />

descripciones sobre pobreza se encuentran para todas las<br />

ciudades, tanto de parte de viajeros extranjeros como de<br />

nuestros propios compatriotas.<br />

La impresión del boliviano Alcides Arguedas en 1929,<br />

de nuestro pueblo fue:<br />

El pueblo es pobre, sufre y tiene hambre. Basta darse un<br />

paseo por los barrios excéntricos para ver en ellos que la miseria<br />

hace estragos. Basta ver a la gente para saber que come<br />

mal y poco, que vive en tugurios infectos y entre harapos; que<br />

jamás se da el lujo del baño con agua limpia. Las gentes del<br />

pueblo, en su mayoría, no gastan calzado. Van. o con alpargatas,<br />

o con los pies desnudos los mendigos abundan.1’<br />

13. Arguedas, Alcides, np. at.


25O | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

Sobre Bogotá las descripciones son numerosas, tal vez<br />

la más completa es la de Miguel Samper, porque presenta<br />

la complejidad del problema; los describe, muestra los<br />

distintos tipos de pobres y señala el desorden social que<br />

producen:<br />

Los mendigos llenan las calles y plazas, exhibiendo no<br />

sólo desamparo, sino insolencia que debe dar mucho en qué<br />

pensar, pues la limosna se exige y, quien la rehúse, queda expuesto<br />

a insultos que nadie piensa refrenar... Pero no todos<br />

los mendigos se exhiben en las calles. El mayor número de los<br />

pobres de la ciudad, que conocemos con el nombre de<br />

vergonzantes, ocultan su miseria, se encierran con sus hijos en<br />

sus habitaciones desmanteladas, y sufren en ellas los horrores<br />

del hambre y la desnudez... Las calles y plazas de la ciudad<br />

están infestas por rateros, ebrios, lazarillos, holgazanes y aun<br />

locos... La noche pone exclusivamente a la disposición del<br />

crimen o del vicio todo cuanto hay de sagrado.'4<br />

Se buscaron soluciones a este problema que afectó a<br />

todas las ciudades. La debilidad de las administraciones<br />

municipales, sumada al ir y venir de la política decimonónica,<br />

hizo difícil su manejo. Tradicionalmente la Iglesia<br />

había jugado un papel importante en atender a los desvalidos,<br />

huérfanos y viudas a través de diferentes instituciones,<br />

como por ejemplo las cofradías. Sin embargo, para mediados<br />

del siglo xix, el problema se había agudizado y las reformas<br />

liberales habían destituido a la Iglesia de la mayoría<br />

de sus responsabilidades. Las administraciones municipales<br />

quedaron como responsables de las instituciones que<br />

atendían salud, educación y a la población desvalida. Fue<br />

14. Samper, Miguel, L a miseria en Bogotá, Bogotá, Editorial Incunables,<br />

1985.


La vida pública en las ciudades republicanas | 251<br />

una tarea difícil, pues 110 tenían experiencia en el manejo<br />

administrativo y aun más grave, no tenían los fondos para<br />

cubrir los gastos de funcionamiento. Intentaron transformar<br />

algunas instituciones, tradicionalmente de caridad,<br />

por institutos de beneficencia, para darle un sentido más<br />

laico. Sin embargo, los intentos fueron inútiles. Fueron las<br />

instituciones promovidas por ciudadanos en asocio con algunas<br />

instituciones religiosas las que tuvieron más éxito.<br />

Con la Constitución de 1886, promovida por el movimiento<br />

regenerador, se le volvió a dar la responsabilidad de la<br />

asistencia social a la Iglesia. Así, se retornó al concepto de<br />

caridad, que estaba acorde con la ayuda que la elite quería<br />

brindar y reforzó el orden social.<br />

La caridad, entonces, se estableció como instrumento<br />

de perfeccionamiento espiritual y se canalizó a través de<br />

instituciones como hospitales, hospicios, orfanatos y escuelas.<br />

Los ejemplos son numerosos para todas las ciudades.<br />

La Sociedad de San Vicente de Paúl fiie la que más sobresalió<br />

y la de mayor cobertura a nivel nacional, junto con<br />

las Hermanas de la Caridad, que generalmente se encargaron<br />

de la atención del hospital de caridad de cada ciudad.<br />

La Sociedad de San Vicente de Paul fue fundada en<br />

Bogotá en 1857 con el objetivo de atender la miseria física<br />

y moral. Se creó una comisión encargada de recolectar limosnas<br />

y designar comisiones para la enseñanza de la<br />

doctrina cristiana a los pobres del hospital y a los presos.<br />

Gradualmente fueron ampliando sus sedes y sus actividades,<br />

haciéndose presente, al menos, en los centros urbanos<br />

más importantes de nuestro país.<br />

El ejemplo de la Casa de Refugio de Bogotá, para 1830,<br />

nos da un cuadro de la forma en que guiaron la cotidianidad<br />

estas instituciones para lograr sus objetivos. Recibía<br />

niños expósitos por intermedio de la mayordoma de las


2 5 2 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

mujeres, eran bautizados por el capellán y se les ponía un<br />

ama de cría hasta los tres años, y a los seis se pasaban al<br />

respectivo departamento.<br />

Sus días transcurrían levantándose a las cinco y media<br />

para estar listos a las seis y media para pasar a la Iglesia, donde<br />

el capellán les diría la misa y el mayordomo les encabezaría<br />

el rosario. Luego irían a desayunar con un pocilio de<br />

chocolate de harina o café de panela y tres onzas de pan. A las<br />

ocho y media pasarían a la escuela a laborar en una ocupación<br />

hasta las diez y media, cuando almorzarían con cuatro onzas<br />

de pan, cuatro de carne de vaca o cordero, dos de arroz o tres<br />

de maíz en mazamorra, seis de papa y una jicara de café o<br />

chocolate. Descansarían hasta las once y media, cuando pasarían<br />

nuevamente a laborar hasta las cuatro para comer cuatro<br />

onzas de pan, seis de carne, dos de arroz o tres de maíz, ocho<br />

de papa, y cuatro de panela, alfandoque o miel. A las cinco de<br />

la tarde sus trabajos serían revisados y corregidos, a las siete<br />

deberían asistir a la Iglesia para oír algunas palabras del capellán<br />

y a las ocho estarían en los dormitorios. L os domingos y<br />

días festivos tendrían permiso de diversiones que les contribuyeran<br />

a ejercitarse.'5<br />

Finalmente, el objetivo de las instituciones de caridad<br />

era formar niños para el trabajo, que se desempeñaran en<br />

alguna labor, bajo un sistema de disciplina férrea y rutinaria,<br />

y niñas “limpias” dignas de formar un hogar.<br />

Y aunque los años pasaban y supuestamente las<br />

costumbres cambiaban, la cotidianidad del Patronato de<br />

Obreras de Fabricato en Medellin, a cargo de las Herma-<br />

15. Reglamento de la Casa de Refugio, instrucción y beneficencia de Bogotá<br />

tomo 3795, Fondo Posada, Universidad Pedagógica de Tunja,<br />

1830.


La vida pública en las ciudades republicanas | 253<br />

ñas de la Presentación, en la década de 1930, no muestra<br />

transformaciones significativas. “Misa en las mañanas, rezo<br />

del rosario en las tardes antes de apagar la luz a las ocho de<br />

la noche. Las obreras tenían que salir directamente de la<br />

fábrica al patronato. Los domingos era dedicados al rezo,<br />

al estudio o la costura y ocasionalmente a actividades recreativas”.’6<br />

El Patronato ofrecía ventajas apreciables, sobre<br />

todo para las mujeres campesinas que migraban: les<br />

brindaba garantías ante “los peligros” de la ciudad, les permitía<br />

ahorrar en alojamiento y comida y finalmente tenían<br />

una educación católica y de trabajo.<br />

Parece ser que las instituciones guiadas por órdenes religiosas<br />

mantuvieron por mucho tiempo sus propósitos.<br />

Sin que los cambios que se estaban dando en la sociedad<br />

las afectaran mucho, se convirtieron en símbolo de estabilidad<br />

y orden.<br />

Mirado desde otro ángulo, las obras de caridad y beneficencia<br />

amplían paulatinamente la vida privada restringida<br />

de las mujeres. La religión compensaba su rigidez,<br />

facilitándoles actividades fuera de sus casas, como la rutina<br />

de ir misa. Al salir podían tener encuentros con la aprobación<br />

de la comunidad y de la familia. Posteriormente, el<br />

trabajo en alguna obra benéfica, les permitía ampliar sus labores<br />

en otros espacios diferentes a la casa. Además, les<br />

ofrecía la posibilidad de realizar un tipo de socialización<br />

diferente. Lograban conversar con otras mujeres, relacionarse<br />

con los miembros de las comunidades religiosas y<br />

servir a los necesitados. Era una forma de ser útil en el ámbito<br />

público, ya que de lo contrario, su misión estaba limitada<br />

al privado. Esta cotidianidad se acomodaba más a las<br />

16. Arango. Luz (íabriela, M tSer, religión e industria, b'abricato 1923-<br />

T982, Medellin. Editorial Universidad de Antioquia-Univcrsidad Externado<br />

de Colombia, 1991.


254 I BF.ATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

mujeres pudientes, a las otras, el trabajo y sus obligaciones<br />

eran lo que les daba la pauta diaria.<br />

Vagos v prostitutas<br />

Había un sector de los pobres al cual las instituciones de<br />

caridad y beneficencia no atendían: los vagos, los ladrones<br />

y las prostitutas. Fue necesario establecer un orden público<br />

para controlar esta población indigente que ponía en peligro<br />

la seguridad de los ciudadanos y la protección de las<br />

tradiciones familiares. La modernización era fundamental,<br />

y se realizó a través de la transformación de la institución<br />

de la policía.<br />

En Bogotá se renovó la institución en la década de<br />

1890 bajo la dirección de una delegación francesa. Se diseñó<br />

como un establecimiento público para el control de los<br />

indigentes y como apoyo, más que en contraposición, de<br />

las instituciones de caridad y beneficencia ya existentes.<br />

Según el código de la policía, lo que había que vigilar<br />

era a los vagos, definidos así:<br />

Son vagos los que se encuentran en algunos de los casos<br />

siguientes: los que, aun teniendo rentas o emolumentos de<br />

que subsistir, se entreguen a la ociosidad y cultiven relaciones<br />

más o menos frecuentes con personas viciosas y de malas costumbres...<br />

Los hiios de familia o pupilos quienes sus padres o<br />

guardadores no pueden o no quieren sujetar y educar debidamente,<br />

y que, o se entregan a la ociosidad o aunque ocupen<br />

útilmente el tiempo, causen frecuentes escándalos por su insubordinación<br />

a la autoridad o al guardador, o por sus malas<br />

costumbres.'7<br />

17. Código de la Policía, Rogotá, 1893.


La vida pública en las ciudades republicanas | 255<br />

Según el censo de 1870, por ejemplo, se reportan 550<br />

vagos hombres en el Estado del Cauca.<br />

Para afrontar el problema de la prostitución en Bogotá<br />

la policía elaboró un censo en 1929, en el que se registran<br />

4 000 prostitutas. El censo tenía por objetivo saber su<br />

número real y sus domicilios. El viajero Friedrich von<br />

Schenck compara y resalta el fenómeno de la prostitución<br />

de Bogotá y Medellin en 1880: “la prostitución que se efectúa<br />

en las calles de Bogotá, sin temor ni castigo de grandes<br />

orgías, que tiene víctimas no sólo entre las clases bajas,<br />

aquí en Medellin todavía rehúsa la luz del día, y se esconde<br />

en las cuevas apartadas de los barrios mal afamados de<br />

Guanteros y Chumbimbo”.18 Sin embargo, hacia 1920, había<br />

por lo menos cuatro zonas de prostitución en Medellin.<br />

Las mujeres trabajaban por cuenta propia buscando<br />

clientes en los cafés o paradas en las puertas de los hoteles.<br />

La mayoría de las mujeres vivían juntas en casas con amplios<br />

cuartos bien amoblados. Los hombres entraban por<br />

la puerta delantera y encontraban un salón grande para<br />

conocerse y bailar, amoblado de sofás y un mostrador para<br />

la bebida. Los cuartos estaban en la parte de atrás. “La vida<br />

en estas casas era de goce y risa. Muchas de ellas hacían<br />

fiestas que parodiaban las de la sociedad de la clase alta".'9<br />

El objetivo de la policía era amplio y consistía en garantizar<br />

una vida tranquila y segura en la ciudad. Esto implicaba<br />

velar por la limpieza, evitar disturbios de cualquier<br />

índole y controlar la población que pudiera cambiar el orden<br />

ciudadano.<br />

Se podría pensar que paulatinamente lo público, en­<br />

18. Von Scnenk, Fr., Viajes por Antioquia en el año 1880, Bogotá,<br />

Hunco de la República, 1953.<br />

[9 .I’ayne, Constantine Alexandre, “Crecimiento y cambio social<br />

en Medellin: 1900-1930", en Estudios Sociales, vol 1, N ° 1, Mcddlín,<br />

F A lis. 1986.


2 5 6 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

tendido como el conjunto de cosas relacionadas con el Estado<br />

o con el servicio del Estado, se fue convirtiendo en<br />

algo cada vez más claramente desprivatizado. La construcción<br />

de las formas modernas del Estado no sólo permitió<br />

delimitar, por diferencia, lo que en adelante ya no pertenecería<br />

al ámbito público, sino que, en mayor medida, supuso<br />

la garantía y la salvaguarda de lo privado.<br />

L a vida en las calles<br />

Día de mercado<br />

El día de mercado era tal vez el día más agitado de la<br />

semana durante el siglo xix y principios del siglo xx. Era un<br />

evento similar al de épocas coloniales según lo describen<br />

los viajeros.<br />

Para el día de mercado los campesinos, especialmente<br />

mujeres, venían a pie cargados con las cosas que vendían.<br />

Lo que se vendía en el mercado, Isaac Holton, viajero norteamericano,<br />

logró sintetizarlo en un poema:<br />

Papas, tinajas, peces, alpargates,<br />

sal, cuentas, ocas, cueros, alfandoques,<br />

piscos, marranos, oro en polvo, fresas,<br />

loza y brevas.<br />

Huevos, cabuya, plátanos, zarazas,<br />

mucuras, patos, pifias, carne, esteras,<br />

tunas, naranjas, azafrán, fríjoles,<br />

cal y tasajo.'"<br />

Miguel Cañé, viajero francés, llegó a Bogotá el día de<br />

mercado, o sea, el día en que los indígenas agricultores de<br />

20. Holton, Isaac F., I m Nueva Granada: veinte meses en los Andes.<br />

1857, Bogotá, Banco de la República, 19 81.


La vida pública en las ciudades republicanas | 257<br />

la sabana, de la tierra caliente y de los pequeños valles, llegaban<br />

a la montaña, y lo describe como algo imborrable<br />

de su memoria:<br />

Acababa de cruzar la plazuela de San Victorino, en el<br />

centro, una fuente tosca, arrojando el agua por numerosos<br />

conductos colocados circularmente. Sobre su grada, una gran<br />

cantidad de mujeres de pueblo, armadas de una caña hueca,<br />

en cuya punta había un trozo de cuerno que ajustaba el pico<br />

del agua que corría por el caño así formado, siendo recogida<br />

en una ánfora tosca de tierra cocida. Todas esas mujeres tenían<br />

el tipo indio marcado en la fisonomía; su traje era una<br />

camisa, dejando libre el tostado seno y los brazos y una saya<br />

de un paño burdo y oscuro. En la cabeza un pequeño sombrero<br />

de paja; todas descalzas. Los indios que impedían el tránsito<br />

del carruaje, tal era su número, presentaban el mismo<br />

aspecto. Mirar a uno es mirar a todos. El eterno sombrero de<br />

paja, el poncho corto, hasta la cintura, pantalones anchos, a<br />

media pierna y descalzos. Lina inmensa cantidad de pequeños<br />

burros cargados de frutas y legumbres., y una atmósfera pesada<br />

y de equívoco perfume.21<br />

Después del día de mercado, señala Holton, en las chicherías<br />

se ven escenas tristes y a veces repugnantes. Las<br />

chicherías eran el sitio donde confluían los campesinos al<br />

final del día para comprar algunas cosas para llevarse, refrescarse<br />

con la ancestral bebida y algunos para quedarse a<br />

descansar.<br />

Lo que va a cambiar a finales del siglo xix es el espacio<br />

donde se instalaba el mercado, que tradicionalmente había<br />

sido en la plaza. Las plazas en todas las ciudades grandes<br />

2 1. Cañé, Miguel, Notas de viaje sobre Venezuela r Colombia. 1H81-<br />

1882, Bogotá, Biblioteca V Centenario, Colcultura, 1992.


2 5 8 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

se remodelaron, se convirtieron en espacios convencionales<br />

y más distantes, con la construcción de verjas en hierro<br />

alrededor para demarcarlas. Era el signo del triunfo de la<br />

república. La plaza de mercado se levantó aparte, era un<br />

nuevo espacio; generalmente se ubicó en una de las salidas<br />

de las ciudades. Así, la plaza perdió su carácter monopolizador<br />

de centro vital. Las ciudades crecieron y otros centros<br />

de animación comenzaron a ser lugares de mayor<br />

concurrencia, parques, paseos o la calle comercial. Cambió<br />

la rutina cotidiana de encontrarse en la plaza, por la de frecuentar<br />

estos nuevos espacios.22<br />

La chicha y la cerveza<br />

Una de las primeras impresiones que se grabaron en la<br />

memoria del boliviano Arguedas en su visita de 1929 fue:<br />

“Entretanto, yo voy encontrando en Colombia cosas que<br />

no pensaba ver. Por lo pronto, ebrios”. E incluye en su libro<br />

una estadística de consumo de licor del primer trimestre<br />

de 1929 en Bogotá, publicada por el periódico E l<br />

Fígaro: “se han bebido 72 000 botellas de aguardiente, 500<br />

botellas de místeles, 780 botellas de crema, 496 botellas de<br />

brandy nacional, cerca de 10 000 botellas de roñes y whisky<br />

y más de 7 millones de litros de chicha”. Más adelante<br />

aclara: “El pueblo bebe chicha y aguardiente; las gentes de<br />

la sociedad whisky, brandy y champaña”.2-1 El licor era<br />

consumido por todos para la diversión en general y parece<br />

que se utilizaba en exceso según lo señala nuestro canciller<br />

boliviano.<br />

Sin embargo, para principios del siglo xx, las chicherías<br />

se volvieron un problema de higiene y salubridad según la<br />

22. Rojas-Mix, Miguel, L a Plaza Mayor; Barcelona, Munchnik Editores,<br />

1978.<br />

23. Arguedas, Alcides, op. cit.


La vida pública en las ciudades republicanas | 259<br />

administración municipal de Bogotá, y también uno de orden<br />

social. Las chicherías, además de ser un sitio de fabricación<br />

y expendio de la chicha, eran también el sitio de<br />

reunión de las clases populares, donde se reproducía una<br />

especie de submundo pagano de la ciudad.<br />

Los intentos para controlar la producción y consumo<br />

de la chicha se remontan a la época colonial. A principios<br />

de este siglo, según una visita realizada por la Dirección de<br />

Higiene y Salubridad en 1909, se encontraron 45 chicherías.<br />

Para 1913, mientras las cervecerías Bavaria y Germania<br />

producían cinco mil litros diarios de una bebida<br />

tonificante y saludable, las chicherías sumadas producían<br />

treinta y cinco mil.24 De manera que el problema continuaba<br />

y se agudizaba. Por un lado, los problemas de higiene<br />

en la producción de la chicha y de suciedad de las chicherías<br />

y sus alrededores, ya que no tenían baños y los espacios<br />

eran tan reducidos que la gente se aglomeraba en las<br />

calles; por otro, eran sitios de reunión fuera del control de<br />

la sociedad, donde se daban partidas de juegos prohibidos,<br />

se organizaban conspiraciones políticas y se aventuraban<br />

relaciones no permitidas.<br />

El control de las chicherías se logró sólo en la década<br />

de los cuarenta, con progresivas resoluciones de la administración<br />

municipal, reemplazando esta bebida por la cerveza,<br />

cuya producción se podía controlar y con la creación<br />

de nuevos espacios para regular el submundo de las chicherías.<br />

Bares, clubes v hoteles<br />

Los nuevos espacios urbanos y las nuevas formas de<br />

esparcimiento iban a la par con nuevas rutinas de sociali-<br />

24. Historia de Bogotá. Siglo v.v, tomo m, Fundación Misión Colombia,<br />

Bogotá, Villegas Editores. 1988.


2 6o | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

zación que se estaban gestando. En la medida en que lo<br />

privado cada vez se restringía a la familia, paradójicamente<br />

fueron apareciendo otras formas de convivencia elegidas<br />

socialmente.<br />

En la segunda mitad del siglo xix surgieron paulatinamente<br />

nuevos espacios de diversión en las ciudades, como<br />

los cafés y los bares, algunos de los cuales se convertirían<br />

en clubes posteriormente. El más excéntrico que se inauguró,<br />

fue la Casa de Tivoli, a finales de la década de 1850<br />

en Bucaramanga, por iniciativa de los inmigrantes alemanes<br />

establecidos en la ciudad. Consistía en un gran salón<br />

con dos juegos de bolos, sala de billar, cantina, jardines y<br />

un patio de dos trapecios. Era concurrido por las tardes y<br />

en las noches por caballeros. Sin embargo, su vida fue<br />

corta, por considerarlo la ciudadanía demasiado extravagante.25<br />

Para 1873, en la misma ciudad se fundó el Club de<br />

Soto. Tenía gabinete de lectura, billar, servicio de comedor<br />

y cantina. Su objetivo era reunir a los caballeros para estrechar<br />

relaciones sociales y comerciales. Después de la<br />

guerra de 1876 pasó a ser el Club del Comercio. En 1888<br />

aparece el Club Barranquilla, en 1894 el Club Unión en<br />

Medellin y el Jockey Club en Bogotá y en 1920 el Club<br />

Colombia en Cali.<br />

La mayoría de las historias de las fundaciones definitivas<br />

de los clubes tiene como antecesores otros clubs y<br />

otros espacios que van desapareciendo o se van asociando.<br />

Por ejemplo, en Medellin, desde 1880 existían varios clubes<br />

pequeños, la mayoría formados por diez y veinte hombres<br />

que se reunían con regularidad y de vez en cuando<br />

hacían un baile. Otros, como el Club del Comercio, eran<br />

sitios para hombres de negocios. Algunos también fomen­<br />

25. García. José Joaquín, op. ctt.


La vida pública en las ciudades republicanas | 261<br />

taban las actividades culturales, como exposiciones de pintores.<br />

A finales de la década de 1890, el Club Tandem, que<br />

tuvo vida hasta 1905, resultó de la unión de los clubes<br />

Brelán, Palito y Fígaro. Pero, más importante, fue la formación<br />

del Club Unión por miembros de los clubes Mata de<br />

Moras, Boston y Belchite. Para 19 12 éste brindaba servicios<br />

de baños, barbería, piscina y restaurante de lujo. Era<br />

frecuentado por hombres, las mujeres iban únicamente a<br />

bailes ocasionales o recepciones matrimoniales. En los<br />

años veinte empezó a convertirse más y más en un sitio de<br />

reunión para mujeres, que iban a tomar el té y a jugar al<br />

“bridge”. En las noches era escenario de los bailes y fiestas<br />

más elegantes. En 1924 se fundó el Club Campestre con<br />

una orientación diferente, éste introdujo nuevos deportes<br />

como el golf, el tenis y el basquetbol.26<br />

Para mediados del siglo xix era común que los viajeros<br />

llegaran a posadas, o, simplemente, alquilaban una pieza y<br />

comían en la calle en una fonda. Eventualmente se podía<br />

contratar una cocinera, pero era necesario hacerle el mercado.<br />

Con posterioridad, los clubes brindaron alojamiento.<br />

Miguel Cañé, viajero argentino, llega a una pieza en el Jo c­<br />

key Club en Bogotá en 1882. La misma función cumplía,<br />

en sus inicios, el Club Colombia en Cali.<br />

Es así como los hoteles son espacios de este siglo: en la<br />

década de 1920 se abre el Hotel Prado de Barranquilla, en<br />

1929, en Bogotá, el Hotel Ritz y el Hotel del Pacífico y en<br />

Cali, en 1930, el Hotel Alférez Real.<br />

Los hoteles eran un sitio de socialización principalmente<br />

masculina, para relacionarse sobre todo con el foráneo<br />

y con el extranjero, que cada vez arribaban en mayor<br />

número a las ciudades para buscar, empezar o consolidar<br />

nuevos negocios.<br />

26. Piiyne, Constantine Alexander, op. at.


2Ó2 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

Los clubes se fundaron por la influencia europea. El<br />

club fue, en sus inicios, una asociación libre de toda imposición<br />

y sin otro objetivo que sí mismo; optaba por ignorar<br />

los vínculos con la familia y estableció un nuevo modelo<br />

de socialización. No había secreto, ni iniciación, ni programa.<br />

El único compromiso era la adhesión a un simple código<br />

de conducta, idéntico para todos los miembros, que<br />

no imponía ninguna relación preferente con ninguno de<br />

ellos. Sin embargo, llevaba una marca de origen: la exclusividad<br />

masculina.27 A través de ellos se crearon nuevas formas<br />

de encuentro y de relaciones, de manera exclusiva,<br />

entre la elite en cada ciudad. Primero, los miembros fueron<br />

exclusivamente hombres, para afianzar la vida pública varonil<br />

que paulatinamente se venía ampliando con los desarrollos<br />

urbanos. Posteriormente, se abrió el mismo espacio<br />

a las mujeres, primero únicamente con la asistencia a las<br />

fiestas que los hombres determinaban; después se dio más<br />

libertad, y se establecieron algunas actividades sólo femeninas<br />

dentro del club; más tarde, las actividades se empezaron<br />

a mezclar entre hombres y mujeres, adultos y niños,<br />

con la introducción de los deportes. Fue y sigue siendo, un<br />

espacio para la socialización.<br />

De esta manera se dio paso a una sociabilidad más<br />

abierta, libre en la adhesión de individuos y al margen del<br />

control estatal. Antes había predominado una sociabilidad<br />

más cerrada y vinculada a la actividad política, como en las<br />

logias masónicas, seguidas por las sociedades democráticas<br />

o sociedades católicas, en las cuales el “secreto” era la<br />

premisa para ingresar a dicho ámbito.<br />

27. Aries, Philippe; Duby, Georges, L a historia de la vida privada.<br />

L a comunidad\ el estado y la familia, tomo 6. Buenos Aires, Taurus, 1991.


La vida pública en las ciudades republicanas<br />

U n a calle de<br />

B arran quilla. R iou.<br />

G rab ad o . 18 8 3 .<br />

Voyages dans L'am erique<br />

du sud. D o cteu r J.<br />

C revau x. Lib rairie<br />

H ach ette et cíe. París.<br />

B ib lio teca L u is -A n g e l<br />

A ra n g o .<br />

C añ o s de aguas<br />

negras en la calle<br />

de San C arlo s.<br />

F o to g ra fía.<br />

H istoria de Bogotá.<br />

T o m o ii. V illegas<br />

E d ito res. 19 88 .<br />

Pila de la plazuela de las<br />

Nieves.<br />

Grabado. 18 8 3 - 18 8 4<br />

Papel Periódico Ilustra, do.<br />

Tom o iii. E d ic ió n<br />

facsim ilar. 19 7 9 .


M ercad o en<br />

B o g o tá .<br />

H e n ry<br />

D u p e rly .<br />

F o to g ra fía.<br />

m i8 95-<br />

Pro cesió n del<br />

d om in go de<br />

P ascua en<br />

P o p ay án .<br />

G ra b a d o<br />

A n d ré M . E .<br />

América<br />

Pintoresca. T o m o<br />

iii. M o n tan er y<br />

Sim ón Ed itores.<br />

Barcelon a. 188 4<br />

T31 1<br />

1 ' ' 1 1<br />

□<br />

IX 1<br />

1 * [ J 1<br />

r• t i * 04V<br />

tr 1 * ■ á<br />

□O<br />

C en ten a rio del<br />

lib ertad or. L o s<br />

n iñ os<br />

d esam p a rad o s.<br />

G ra b a d o 18 8 3 - 1884<br />

Papel Periódico<br />

Ilustrado. T o m o iii.<br />

E d ic ió n facsim ilar.<br />

19 79 .


Espectáculos<br />

L a vida pública en las ciudades republicanas \ 263<br />

Las descripciones de las ciudades del siglo xix son más<br />

bien nostálgicas y resaltan los pocos espectáculos que se<br />

ofrecían: patios de escuelas y casas particulares, salones y<br />

solares se acondicionaban cuando algún acróbata, prestidigitador,<br />

circo, teatro u ópera llegaba ocasionalmente a la<br />

ciudad.<br />

Las funciones de teatro se daban esporádicamente. En<br />

Bogotá, en 1885, se expropió el Teatro Ramírez o Coliseo,<br />

que había sido inaugurado en 1793, para construir el Teatro<br />

Nacional que se inaugura en 1892 con el nombre de<br />

Teatro Colón. La actividad teatral en la capital se inició a<br />

finales del siglo xvm con épocas pródigas y épocas de silencio.<br />

El fin que tenía esta actividad era brindar diversión<br />

sana a las gentes y alejarlas del licor y otros vicios.28<br />

En Medellin, la primera función teatral se presentó en<br />

18 31, en el colegio de Antioquia. En 1836 un distinguido<br />

grupo de ciudadanos terminó de construir el teatro municipal,<br />

conocido como el Teatro Gallera y que en 19 17 se<br />

convertiría en el Teatro Bolívar.29 En Cali el Teatro Municipal<br />

se inauguró en 1927, también por el impulso de distinguidos<br />

ciudadanos. Desde finales de la colonia existía el<br />

Teatro Borrero, que fue destruido por un incendio. Hasta<br />

1840 Bucaramanga no había merecido el honor de ser visitada<br />

por ninguna compañía dramática; fue en ese año<br />

cuando llegó la primera, que era española, dirigida por don<br />

Tomás Berenguer.<br />

Sin embargo, era una actividad a la que sólo asistía un<br />

grupo de la elite. Paulatinamente, otras diversiones se fueron<br />

convirtiendo en los signos más típicos de la transfor-<br />

28. García, Mario, “I,a sociedad según el teatro bogotano. 1886-<br />

1896", mimeo.<br />

29.Ixjndoño, Patricia, “I,a vida diaria: usos y costumbres", en Historia<br />

de Antioquia, Medellin, Suramericana, 1988.


2 6 4 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

marión de las ciudades, en cuanto revelaban la presencia<br />

de unas clases populares de fisonomía distinta a la tradicional.<br />

El cine fue de los que primero se hizo presente. Se inicia<br />

en Bogotá, en 1929, en el Salón Olimpia, ubicado en un<br />

barrio de gente modesta y en el Faenza, frecuentado por<br />

las clases sociales de distinción. Después, las salas de cine<br />

aparecieron en todas las ciudades: el teatro Junín en<br />

Medellin, el Garnica en Bucaramanga, el Olympia en Cali<br />

y el teatro Colombia en Barranquilla.<br />

Otros espectáculos tuvieron posteriormente un público<br />

más numeroso, como fueron y siguen siendo los deportes.<br />

Otros, más tradicionales, como las corridas de toros,<br />

mantuvieron y mantienen gran acogida.<br />

Carnavales, desfiles y pasatiempos<br />

El culto religioso ordenaba las horas del día, los días de<br />

la semana y los meses. Lo divino regía los ritmos de la vida<br />

y cubría a todos los habitantes.<br />

L/a imagen del Sagrado Corazón de Jesús es el principal<br />

ornamento de un salón colombiano, y pocos y muy contados<br />

habrá en todo el país que no lo ostenten en sitio de preferencia.<br />

La imagen del Sagrado Corazón en los salones, el escapulario<br />

y la medalla sobre el pecho de hombres y mujeres, el<br />

cirio en los altares, el cilicio y la penitencia en los claustros.’”<br />

El domingo, festivo, lo más importante era ir a la misa,<br />

después venía cualquier otra actividad. Las festividades<br />

religiosas eran las más importantes para celebrar e iban<br />

guiando el transcurrir del año: Cuaresma, el Corpus y la<br />

Navidad.<br />

30. Arguedas, Alcides, rrp. a


La vida pública at las ciudades republicanas | 265<br />

Alrededor de las celebraciones religiosas había un<br />

submundo pagano, que en algunas ciudades llegó a legitimarse<br />

como celebración, por ejemplo el carnaval de Barranquilla.<br />

Paulatinamente el Estado fue introduciendo las<br />

conmemoraciones de los hechos significativos de la formación<br />

de la nueva República, haciendo una gran pompa,<br />

por ejemplo el Veinte de Julio. Sin embargo, las fiestas religiosas<br />

predominaban sobre las celebraciones cívicas, ya<br />

que finalmente conglomeraban el mayor número de habitantes<br />

de las ciudades, sin distinción de clase, género o etnia;<br />

aunque cada grupo sabía cuál lugar le correspondía en<br />

cada celebración.<br />

Como muestra, en 1930, para celebrar el Corpus<br />

Christi, en Bogotá se realizó una solemne procesión por<br />

las principales calles, bajo arcos de colores de flores y<br />

cadenas de papel multicolor. Los altares se alzaban en la<br />

plaza, y, en las calles de tránsito, se colgaron de balcón a<br />

balcón cadenas de papel y de flores, se adornaron con<br />

ramilletes las fachadas de las casas y aun de los edificios<br />

públicos, y la población se aglomeraba, densa y nutrida, en<br />

las bocacalles, las plazas y las veredas. El Corpus se celebraba<br />

con procesiones en la mayoría de los centros urbanos.<br />

Otro festejo importante eran los carnavales. Las carnestolendas<br />

eran las últimas fiestas antes de entrar a la<br />

Cuaresma, que se iniciaba el Miércoles de Ceniza. Era una<br />

ordenanza que el martes de carnestolendas se diera un baile<br />

de confianza, al que se invitaban muchas familias con el<br />

objeto de cantar, jugar y danzar alternativamente. La reunión<br />

debía iniciar a las ocho, a más tardar, y poco antes de<br />

la medianoche se llevaba a cabo “la quebrada de la olla”,<br />

ceremonia que consistía en preparar un enorme tiesto con<br />

aguardiente y sal, que después se incendiaba y era llevado<br />

por los más humoristas a la mitad de la sala, para que los


206 I BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

efectos de su luz ardiendo, se reflejara en las caras de los<br />

concurrentes y provocaran la risa general, mirándose unos<br />

a otros. Este baile era una especie de despedida que se<br />

daba a las diversiones. Estos carnavales se festejaban en<br />

todas las ciudades: “desde Popayán hasta el cabo de Hornos”.31<br />

Cordovez Moure lo recuerda en Bogotá con gran<br />

precisión y lo que más resalta es la amplia participación de<br />

los habitantes, peregrinaciones “de gente del pueblo, especialmente<br />

de las sirvientas de la ciudad” y los considera<br />

“un tenebroso arrabal”.-12 Sin embargo, sólo el de Barranquilla<br />

ha trascendido hasta nuestros días.<br />

El carnaval de Barranquilla es una fiesta que surgió a<br />

mediados del siglo xix. Se conjugaron en esta ciudad los<br />

carnavales rurales que ya desde finales del siglo xvm se daban<br />

en Tamalameque, el Banco, Plato, Mompox, Magangué<br />

y Santa Marta. De allí llegaron las danzas del Torito y<br />

de los pájaros entre otras. Lo único que logró temporalmente<br />

silenciar el carnaval fue la guerra de los Mil Días y<br />

desde 1903 se sigue celebrando “una fabulosa fauna carnavalesca,<br />

amén de las danzas, cumbiambas y comparsas nacidas<br />

de la febril fantasía de nuestros coreógrafos natos”.33<br />

Es una festividad que paraliza a toda la ciudad.<br />

Posteriormente sigue la Semana Santa, época de recogimiento.<br />

En la mayoría de los centros urbanos se celebraba<br />

con las procesiones en las que participaba toda la<br />

población de una u otra forma. Tal vez el rito más arraigado<br />

era la visita a los monumentos el Viernes Santo: la visita<br />

puntual de hombres y mujeres, con vestido de luto, a los<br />

3 1. Restrepo, Consuelo, “Costumbrismo y mentalidades colectivas”,<br />

en Estudios Sociales, N ° 5, Medellin, f a f .s , 1989.<br />

32. Cordovez Moure, José María, Reminiscencias de Santafé y Bogotá,<br />

Madrid, Aguilar, 1962.<br />

33. Abadía, Guillermo, Compendio general de foklore colombiano, Bogotá,<br />

Biblioteca Básica Colombiana, Colcultura, 1977.


L a vida pública a i las ciudades republicanas | 267<br />

diferentes santos en los distintos templos. El viajero inglés<br />

Hamilton lo describió con humor: “los santos de diferentes<br />

iglesias son muy sociables y se visitan entre sr^ 4 El Sábado<br />

Santo era un día de regocijo para cerrar con el Domingo<br />

de Pascua y su habitual misa ceremoniosa.<br />

Para anteceder a la Navidad se organizaban la novenas.<br />

En las nueve noches de la novena del Niño Dios había por<br />

las calles rosarios cantados, los muchachos preparaban faroles,<br />

se entonaban villancicos. El aguinaldo y la inocentada<br />

formaban parte del entretenimiento decembrino hasta<br />

llegar a la pascua navideña, que consiste en un momento<br />

de reunión familiar a excepción de la misa pascual.<br />

No obstante, las fiestas cívicas no se hicieron esperar.<br />

En 1880 Rafael Núñez celebró el grito de independencia<br />

con misa, discursos y coreando por primera vez el himno<br />

nacional?1’ La que se recuerda con un brillo excepcional<br />

fiie el centenario del grito de la independencia: 20 de julio<br />

de 1910. Los festejos comenzaron desde el día 15, con diversidad<br />

de programas y certámenes.<br />

F,s curioso anotar cómo los festejos tuvieron en realidad<br />

dos polos: uno distinguido y elegante que fue el mencionado<br />

Bosque de la Independencia, donde los cachacos concurrían<br />

de día a admirar las realizaciones del progreso; el otro era el<br />

sórdido barrio de Las Cruces, hacia donde se desplazaba más<br />

tarde en procura de diversión y regodeos menos confesables,<br />

que solían animarse con bebidas tan insalubres y explosivas<br />

como la chicha y la pita.'''<br />

34. Hamilton, John, 1'tajes por el interior de ¡as provincias de Colombia.<br />

1827. Bogotá. Banco de la República, 1955<br />

35. (iuarín, José David. Las tres semanas, Bogotá, Biblioteca Popular<br />

de Cultura Colombiana, Lditorial A.B.C., 1942.<br />

36. Historia de Bogotá. Siglo xx, op. nt.


268 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />

En los años veinte los carnavales estudiantiles lograron<br />

un espacio propio para la expresión de la juventud. Las fotografías<br />

retratan la fogosidad de estos festines en Bogotá,<br />

Medellin y Cali. Se convirtió en un evento en que toda la<br />

ciudadanía se volcaba hacia las calles para ver las comparsas<br />

pasar y aplaudir a las reinas. Tal vez fue la semilla de<br />

los actuales reinados.<br />

Encontramos igualmente una concurrencia pródiga de<br />

los ciudadanos guardando las mismas estampas sociales.<br />

Las conmemoraciones lentamente cambian, pero más parsimoniosamente<br />

parecen cambiar las estructuras sociales.<br />

También las diversiones Rieron cambiando paulatinamente<br />

en la medida en que fueron apareciendo nuevos espacios<br />

y nuevas formas de socialización. Las cantinas,<br />

bares y clubes permitieron entretenimientos como el billar,<br />

el juego de cartas, los salones de lectura y música y los bailes<br />

de gala. Los deportes ampliaron esta gama sustancialmente;<br />

el paseo en bicicleta, jugar tenis y polo. Ir a comer a<br />

los restaurantes de los hoteles y saborear una torta y un<br />

helado en los nuevos salones de té, pasear por los nuevos<br />

parques y por la calle comercial. Todos estos esparcimientos<br />

eran de la elite que trataba de introducir las costumbres<br />

de la burguesía europea.<br />

Algunas aficiones populares se afianzaron, como la pelea<br />

de gallos, en la misma medida que los gobiernos municipales<br />

tuvieron el control. En Cali, según el informe de la<br />

tesorería municipal de 1850, se puede constatar que, luego<br />

del impuesto por degüello de ganado, el más importante<br />

ingreso para la ciudad era la tributación de las galleras.17<br />

Las nuevas formas de socialización, principalmente de<br />

37. Patiño, Germán, Herr Simmonds y otras historias del Falle del<br />

Cauca, Cali, Corporación Universidad Autónoma de Occidente, Centro<br />

de Investigaciones, 1992.


La vida pública en tas ciudades republicanas | 269<br />

la elite, fueron las que se establecieron y transformaron las<br />

formas de diversión. Los entretenimientos populares tendieron<br />

a mantenerse con mayor arraigo y cambiaron poco.<br />

De finales del siglo xix a principios del xx es el período en<br />

el que se vislumbran las transformaciones de la vida cotidiana,<br />

especialmente para la elite.


L a política en la vida<br />

cotidiana republicana<br />

M ALCO LM<br />

DEAS<br />

E>l estudio de la historia progresivamente invade nuevos<br />

campos. Nuestro siglo ha visto una gran proliferación de<br />

las historias. La ‘vieja historia’ era política y eclesiástica<br />

-recordemos que José Manuel Groot, uno de los primeros<br />

que en Colombia escribió historia seria para lectores no<br />

eruditos, la tituló la eclesiástica de la manera más natural-.<br />

Tanto dominó esta tendencia a principios del siglo, que<br />

decir historia Ríe, casi sin dar lugar a dudas, referirse a esa,<br />

a la ‘narración con dignidad’, en las palabras del gran lexicógrafo<br />

inglés del siglo xvm, Dr. Samuel Johnson, de los<br />

altos acontecimientos de la vida colonial y nacional. Este<br />

tipo de historia ha perdido su posición central. Todavía se<br />

escribe, se lee y se necesita, y en años recientes ha dado señales<br />

de recuperación: hay un nuevo reconocimiento de la<br />

importancia de la narración y de la cronología para la plena<br />

explicación y el análisis satisfactorio de muchos fenómenos.<br />

Pero hoy coexiste al lado de muchas historias<br />

nuevas, o relativamente nuevas: la historia económica, la<br />

historia obrera, la historia ‘de la gente sin historia’ -frase<br />

del historiador cubano Juan Pérez de la Riva para los<br />

inmigrantes invisibles en la vieja historia cubana-, la histo-


2 7 2 | MAl.COl.M DEAS<br />

ria del género, o de las mujeres, la etno-historia, la historia<br />

de lo que los franceses llaman ‘lo imaginario’, que, si lo entiendo<br />

bien, se trata de la historia los símbolos y ceremonias<br />

en la vida común de una nación. Aquí se introduce a<br />

los colombianos en la historia de lo cotidiano, del tejido de<br />

la vida diaria, la vida de cada día, lo que los historiadores<br />

ingleses, que entraron temprano en este campo, llamaron<br />

‘everyday life’.<br />

Como se desprende de su denominación, casi se definió<br />

así para excluir la política, porque la política de los altos<br />

acontecimientos, como lo hemos señalado arriba, no se<br />

supone asunto de cada día, ni asunto de todos. Por eso, la<br />

re-introducción de esta esfera de la actividad humana en<br />

una obra dedicada a la historia cotidiana necesita cierta<br />

justificación.<br />

Siempre se crea tensión e indecisión entre los historiadores<br />

frente a la tendencia a dividir el ancho campo del<br />

pasado en distintas áreas del conocimiento. Lo que se gana<br />

en profundidad y precisión con la división, corre el riesgo<br />

de perder la capacidad de dar una visión total del pasado.<br />

La vida, algunos críticos argumentan, no se divide así. Aun<br />

los franceses, pioneros en algunas de las especialidades<br />

más exóticas entre los historiadores, han reconocido esto,<br />

y han redescubierto, por ejemplo, los méritos de la biografía,<br />

género que une por el hilo de una vida tantos elementos<br />

diversos y dispersos. La vida humana, en la<br />

contemplación del pasado, igual que en la experiencia del<br />

presente, no se divide tan fácilmente.<br />

Una historia de la vida cotidiana no debe excluir la política.<br />

Sin embargo, debe tratarla de manera distinta. No<br />

debe tratar, este enfoque, sencillamente la historia de la<br />

participación popular, por ejemplo. Ni es lo mismo que<br />

una historia de cómo las estructuras políticas o los sucesivos<br />

sistemas políticos afectaron a la gente común, a los


La política en la vida cotidiana republicana | 273<br />

colombianos no tan politizados. Tiene que ver con todo<br />

eso, pero concibo la historia de la política en la vida diaria<br />

de los colombianos de manera distinta.<br />

Me parece que ningún colombiano pensante querrá<br />

excluir a la política de este nuevo enfoque. Colombia es un<br />

país demasiado político para pensar en tal omisión. Una<br />

historia cotidiana sin política, aunque rica en los detalles<br />

del folclor, de las sociabilidades, de los ritmos del trabajo,<br />

de las modas de vestir, de las diversiones y los deportes, de<br />

los ritos de pasaje y tantos otros temas indiscutiblemente<br />

legítimos para este tipo de historia, la historia de cada día,<br />

sería incompleta.<br />

Como sentenció el político y escritor santandereano<br />

Manuel Serrano Blanco, Colombia es un país donde “ningún<br />

ciudadano puede huir de las preocupaciones políticas”.<br />

La violencia política, pasado y presente, no es sino el<br />

ejemplo más obvio de esa verdad: ha afectado y sigue afectando<br />

la vida diaria de muchísima gente. Eso se reconoce y<br />

se recuerda, pero otros aspectos de las prácticas políticas<br />

son menos reconocidos, olvidados.<br />

Quizás un intento de repensar cómo la política ha entrado<br />

en el tejido de las vidas colombianas en el último siglo<br />

y medio de vida republicana, depare sorpresas.<br />

El intento tiene que ser arbitrario, provisional, intuitivo<br />

e incompleto. Ciento sesenta años de vida independiente<br />

abarcan mucha política, tiempos de paz y de guerra, etapas<br />

de entusiasmo y movilización, y otras de tranquilidad o de<br />

apatía. La variedad del país tiene también su reflejo en la<br />

variedad de las prácticas políticas, y no sería sorprendente<br />

que la política se sintiera en unas partes más que en otras.<br />

Tampoco hay una literatura muy extensa o muy confiable<br />

sobre el tema preciso de este ensayo que, parafraseando<br />

poéticamente a Juan Pérez de la Riva, se puede definir<br />

como la historia política de la gente no tan política. La his-


2 7 4 I MALCOLM DEAS<br />

toria política la escriben por lo general los políticos o gente<br />

interesada en la política, raras veces la gente común y corriente,<br />

y aunque hay algunos cuentos y novelas valiosos<br />

con temario político -uno de los primeros y de los mejores<br />

es Olivos y aceitunos todos son unos, escrito por José María<br />

Vergara y Vergara en 1868- la mayoría son denuncias y lamentaciones.<br />

Para un país con tantos políticos, y con tanta<br />

actividad política, al principio sorprende la pobreza de su<br />

tratamiento literario, hasta que uno recuerda que esa pobreza<br />

es más bien universal. El número de buenas novelas<br />

políticas en la literatura occidental, es por lo menos muy<br />

escaso.<br />

La labor de formar la bibliografía de las autobiografías<br />

y diarios personales de los colombianos, y de darles lectura<br />

sistemática, apenas ha comenzado. La correspondencia<br />

personal, los archivos privados, no son abundantes. En las<br />

historias locales el orgullo o la prudencia de los autores<br />

casi siempre les impide entrar en detalles de la vida política<br />

lugareña: el lector sí alcanza a ver que tal alcalde logró hacer<br />

la conexión eléctrica, pero no quién hizo el paro cívico<br />

que lo siguió.<br />

Con todo, tengo ciertas impresiones.<br />

La primera es que la sociedad colombiana es una sociedad<br />

políticamente muy permeable. Cuando cambié la<br />

frase de Juan Pérez de la Riva, tuve el cuidado de no escribir<br />

‘historia política de la gente sin política’; escribí ‘de la<br />

gente no tan política’. Comparto así las conclusiones de<br />

ciertos observadores de la política del país en sus años<br />

formativos, del oficial de la marina sueca Cari Gosselman,<br />

del botánico norteamericano Isaac Holton, del diplomático<br />

chileno José María Soffia y del inspector regejierador<br />

Rufino Gutiérrez, para no nombrar más de cuatro, que<br />

apuntaron en sus observaciones, entre las décadas de 1820


La política en la vida cotidiana republicana | 275<br />

y la 1880, de que sí hubo notable actividad política en los<br />

pueblos y aldeas, y entre la gente de baja extracción social.<br />

Gosselman escribió que la política de los pueblos estaba<br />

bajo el control de los mestizos, y muchos confirmaron<br />

su opinión aunque no siempre utilizando el mismo término.<br />

Lo cito acá porque me parece que señala un hecho<br />

importante: en la Nueva Granada las barreras raciales frente<br />

a la participación política fueron relativamente débiles.<br />

Además de ser un observador de excepcional sobriedad y<br />

precisión, Gosselman había viajado por toda la América<br />

del Sur, y sus escritos tienen un gran valor por las comparaciones<br />

que contienen. Hizo el contraste aquí con el Perú<br />

y con el Ecuador. Constata también que los neogranadinos<br />

son infatigables conversadores sobre política, y que se<br />

mantienen así sorprendentemente bien informados.<br />

El viajero Holton apuntó en su propio libro muestras<br />

de tales conversaciones. El diplomático Soffia, como representante<br />

de la ordenada y jerárquica república chilena,<br />

miró con cierto desprecio y alarma la baja calidad social de<br />

los políticos y militares colombianos, y la poca participación<br />

directa de la “gente” bien en los negocios públicos.<br />

Gutiérrez hizo una anatomía detallada de las estructuras<br />

de poder en los pueblos de Cundinamarca, y llegó a conclusiones<br />

muy similares a las de Gosselman cincuenta años<br />

antes. Observó cómo, de entre los rangos de los políticos<br />

mestizos de aldea, surgieron de vez en cuando políticos y<br />

militares notables.<br />

Todavía la importancia para la historia política de esta<br />

singularidad colombiana no ha sido suficientemente reconocida<br />

por los historiadores. Colombia es un país de<br />

temprana politización. No fue sobre una masa inerte, sin<br />

previa experiencia política, que actuó, por ejemplo, Jorge<br />

Eliécer Gaitán. El teatro político del siglo xx no se entiende<br />

divorciado de las experiencias del siglo xix. Este es el


2 7 6 | MALCOLM DEAS<br />

primer punto de este ensayo: hay pocas partes del país a<br />

donde la política no llegó, y poca gente pasaba su vida sin<br />

ser tocada por ella.<br />

La extensión geográfica de este contacto puede comprobarse<br />

aun para lugares que sin duda fueron remotos.<br />

Después de la guerra civil de 1885, el político radical<br />

valluno, Modesto Garcés, tuvo que huir a Venezuela, por<br />

los llanos orientales. En el relato de su viaje, que publicara<br />

en 1890, Un viaje a Venezuela, sorprende la cantidad de<br />

actividad guerrera que hubo en ese entonces por todo el<br />

llano, y las dificultades que encontró en su fuga por la presencia<br />

de gente del gobierno y de conservadores. Entre las<br />

‘adhesiones’, los listados de apoyo publicados en los periódicos,<br />

y a veces como libros, durante las campañas políticas<br />

del siglo pasado y de las primeras décadas de este siglo,<br />

figuran cables mandados desde asentamientos lejanos,<br />

desde aldeas de frontera. Parece que en ninguna parte<br />

quieren ser olvidados. Algunos asentamientos tuvieron<br />

también un claro motivo político en sus propios orígenes.<br />

Tal es el caso de Gramalote, por ejemplo, una fundación<br />

clerical-conservadora de la época federal, hecha por gente<br />

que migró para escapar el dominio radical, entonces campante<br />

en Santander. Y no se debe olvidar lo obvio: el<br />

federalismo en sí era una llamada a la vitalidad y a la excitación<br />

de la política lugareña.<br />

Es un poco mas difícil establecer hasta dónde permeaba<br />

la política en términos de la escala social. De vez en<br />

cuando se anotan episodios de clarísima participación popular:<br />

movimientos de artesanos, actuaciones en medio de<br />

una guerra civil donde se ve que el campesinado de tal distrito,<br />

o aun tal o cual grupo indígena, tuvieron una importancia<br />

que por lo menos un observador pensaba que valía<br />

la pena destacar. Bastante se ha escrito sobre las agitaciones<br />

de medio siglo, en Bogotá y en Cali. Pero estos eventos


La política en la vida cotidiana republicana | 277<br />

no fueron tan típicos, no sirven de manera satisfactoria<br />

como indicios para medir, si se quiere, la temperatura política<br />

normal del pueblo.<br />

Tengo a la mano un documento de una naturaleza<br />

muy rara, que servirá para el experimento de indagar por<br />

el grado de conciencia política, y aun, de modo crudo, la<br />

cantidad de política que hubo en la vida de una persona<br />

que, no lo dudo, la mayoría de mis lectores de antemano<br />

hubieran juzgado como alguien sin conciencia política<br />

detectable.<br />

Se trata de una señora del pueblo de Suaita, municipio<br />

santandereano que linda con Boyacá. El documento es un<br />

diario personal manuscrito: se lee en la página titular<br />

‘Apunte de lo que ha ocurrido desde el año de 1.874.<br />

Suaita. De Sofía Duran D. (Tengan la fineza de no quedarse<br />

con este libro porque es un robo)’. Las notas son tan<br />

modestas que casi llegan a ser un diario. Las entradas más<br />

comunes tratan de matrimonios, nacimientos, bautismos<br />

y muertos. La autora tuvo buena letra, pero muy pocos<br />

recursos: vivió, en parte, de la venta de dulces -deseendientes<br />

de su familia precisan que no fue de los Duranes<br />

notables de Suaita- y su diario relata cómo compró su máquina<br />

de coser Singer* plazos. Su círculo social parece que<br />

fue muy restringido. Nunca viajó a ninguna parte, nunca se<br />

casó, y siempre fiie bastante beata.<br />

No obstante, el diario a veces tiene un fuerte sabor político:<br />

entre tanto matrimonio, nacimiento y bautismo, las<br />

cosas públicas, a nivel de Suaita y a nivel nacional, no pasaron<br />

desapercibidas para su autora.<br />

Primero, queda bien claro que la autora es liberal. Liberal<br />

y beata, pero liberal. Anotó las llegadas y salidas de los<br />

curas, y las visitas de los sucesivos obispos, y las misiones<br />

que de vez en cuando montaron los regulares. De sus palabras<br />

sencillas se nota cómo quedó encantada con los jesui-


2 7 8 | MALCOLM DEAS<br />

tas. Es interesante ver cómo la presencia - o por lo menos<br />

el impacto- de la autoridad de la iglesia fue mucho más<br />

constante, registrada en las visitas de sus prelados y misioneros,<br />

que las de la alta autoridad secular: obispos aparecen<br />

en Suaita con cierta frecuencia, pero en los cuarenta<br />

años del diario el gobernador no se asoma en sus páginas<br />

sino una sola vez.<br />

La señora Durán siguió siempre fiel a su liberalismo.<br />

Esto se ve en sus entradas en el diario en tiempos de guerra<br />

civil, aun en las dos o tres cortas líneas que le dedica a<br />

un evento. Los liberales son gente honrada, honesta, trabajadora.<br />

A veces llama a los conservadores conservadores,<br />

pero más frecuentemente son gobiernistas, y casi siempre se<br />

comportan mal. En su parca manera, registró las guerras<br />

civiles, y dentro de ellas los desastres liberales en otras partes,<br />

además de lo que pasó en Suaita. Por ejemplo:<br />

‘7 de febrero de 1902: Hubo un combate en Guadalupe,<br />

donde la gente del gobierno se convirtió en bestias<br />

feroces para asesinar a los que se rendían.’<br />

‘En el mes de agosto hubo un fusilamiento en el Tolima<br />

de 500 patriotas liberales, entre ellos el señor Diego<br />

Uribe U.’<br />

De lo que pasa en Suaita durante la guerra, describió<br />

de manera muy directa las persecuciones y asesinatos:<br />

‘10 de enero de 1903: Fueron asesinados los señores<br />

Ariolfo y Trino Luéngas, por Tulio Pinzón, para así hacerse<br />

dueño de todos los intereses de los señores Luéngas,<br />

hombres honorables, honrados y pacíficos. Quedó herido<br />

de gravedad el señor Rufino Luéngas, por el agresor Tulio,<br />

quien llevó a Manuel Díaz y otros del cuartel para ejecutar<br />

el crimen como lo deseaba.’<br />

A veces anotó las manifestaciones más formales:<br />

‘En diciembre 25 pascua de nochebuena hicieron fiestas<br />

los gobiernistas celebrando unos tratados que hizo el


La política a i la vida cotidiana republicana | 279<br />

gobierno con el Círal. Rafael Uribe Uribe jefe del partido<br />

liberal para acabar la guerra.’<br />

Y no sólo en las guerras y en los crímenes políticos locales<br />

se ve el interés de la autora por la política. Hay entradas<br />

que registran la política nacional en tiempos de paz, a<br />

veces en combinación con lo local, como el paso por<br />

Suaita de los artesanos presos de Bogotá después del motín<br />

de 1893. Se conmovió por la prisión y exilio de los jefes<br />

liberales ‘Doctores Felipe y Santiago Pérez, el Dr. N.<br />

Roblez, el macho Alvarez y otros muchos’. Dio cuenta<br />

cuando murieron grandes figuras de la política nacional:<br />

Rafael Núñez, Carlos Holguín, Aquileo Parra -ese último<br />

‘un patriota notable, fue Presidente de la República de Colombia’-.<br />

Quedó debidamente impresionada por la energía<br />

del general Reyes:<br />

‘6 de marzo de 1906: Fusilaron en Bogotá a cuatros señores<br />

que habían ido a atacar al Gral. Rafael Reyes, Presidente.’<br />

Y también por las ceremonias del Centenario:<br />

’20 de julio de 1910: Misa solemne y Te Deum Laudamos.<br />

Paseo cívico con los colegios y las escuelas cantando<br />

el Himno Nacional, música, discurso y versos. Colocación<br />

de coronas a los proceres de la Independencia. Por la noche<br />

Teatro, representada la pieza a la muerte del Sabio<br />

Caldas y la valerosa Pola.’<br />

Con toda su sencillez, por toda su sencillez, me parece<br />

un documento muy valioso. La autora no era tal vez del<br />

‘puro pueblo’ -los meros hechos de vivir en las cabecera<br />

municipal, de saber leer y escribir, y de ser propietaria de<br />

una venta de dulces y una máquina de coser, le pone un<br />

poco más arriba en la escala-. Pero era una persona humilde,<br />

sin ninguna pretensión, por lo menos muy cerca del<br />

‘puro pueblo’ en su vida diaria, y muy poca gente tan humilde<br />

ha dejado testimonio de sus creencias y de sus expe-


2 8 0 I MALCOl.M DEAS<br />

riencias políticas. Sabía lo que pasaba, a nivel nacional así<br />

como en su provincia, y tenía sus principios. Su diario es<br />

buena evidencia, por ejemplo, de las limitaciones del poder<br />

político de la Iglesia, aun sobre los creyentes y las beatas.<br />

Su pequeño cuaderno de notas contradice las aseveraciones<br />

de más de un olímpico historiador.<br />

Su lectura me ha sugerido otra pregunta: ¿hasta dónde<br />

influía la política, la filiación partidista, en esos matrimonios<br />

de Suaita y sus alrededores, que tanto ocupaban la<br />

atención de la autora? ¿Cuánta endogamia había entre los<br />

fieles de un partido, cuánta exogamia? No tenemos ningún<br />

estudio sobre este tema. Recuerdo evidencias fragmentarias<br />

de la influencia que tuvo la política en la vida social de<br />

las clases acomodadas: una de las hijas del inglés Guillermo<br />

Wills, gran simpatizante de la causa liberal a mediados<br />

del sigo pasado, se casó con un joven conservador, y Wills<br />

menciona en una carta que por eso poco trato tuvo con su<br />

yerno y su familia. Muchos lectores deben recordar las<br />

consecuencias en la vida social de la política en las décadas<br />

de 1940 y 1950.<br />

Volviendo sobre la autora del diario, en su sencillez<br />

también registró los largos meses y años en que no pasó<br />

absolutamente nada, excepto los pequeños y repetitivos<br />

asuntos de familiares y amigas que constituye la parte principal<br />

de su diario. De vez en cuando la política ocupó su<br />

atención con mucha intensidad -sin duda tuvo cierta motivación<br />

política al constatar los crímenes del enemigopero<br />

la intensidad vino muy de vez en cuando.<br />

De esa observación surge otra pregunta sobre la vida<br />

política cotidiana. Hemos argumentado que sí hubo manifestaciones<br />

de la vida política nacional en muchas partes<br />

-todavía nos falta especular sobre la política local en sus<br />

aspectos diarios- y que la sociedad colombiana en su estructura<br />

racial y social fue particularmente permeable a la


La política en la vida cotidiana republicana | 281<br />

política, sin que los resultados Rieran siempre pacíficos o<br />

siempre agradables. No hemos especulado sobre la frecuencia<br />

de esa política.<br />

Es curioso que la señora Duran no diga nada sobre<br />

elecciones.<br />

Aunque sin duda las hubo, y muchas, en Suaita, en los<br />

cuarenta años que sus apuntes cubren, no las menciona ni<br />

una vez. No es ella un instrumento que las registre. No<br />

afectan su curiosidad o su sensibilidad política, tal vez por<br />

ser demasiado cotidianas: no le parecen eventos dignos de<br />

ser recordados.<br />

Se debe escribir una nueva historia electoral del país<br />

que las examine y las someta a escrutinio, no sólo como<br />

monto de votaciones o resultados, sino como acontecimientos,<br />

como procesos. Otra vez, la evidencia sobre<br />

cómo se hacían, quiénes participaban, qué significaban en<br />

la vida diaria, no es muy completa ni muy sistemática. No<br />

se ha establecido su complicado calendario en la historia<br />

del país, ni sus variantes a través del tiempo. No se trata de<br />

la historia de un sufragio que paulatinamente se extiende<br />

más y más: el proceso no es tan regular ni ininterrumpido.<br />

En ciertas etapas del siglo pasado hubo sufragio universal<br />

masculino; después de 1886 se restringió, aunque debe<br />

recordarse que siempre se mantuvo para elecciones de<br />

concejales y diputados de las asambleas departamentales,<br />

y que por esa última vía influyó en las elecciones indirectas<br />

para el Congreso Nacional. Bajo la Constitución de Rionegro<br />

hubo bastante variedad en las prácticas de los distintos<br />

‘estados soberanos’.<br />

Es un lugar común llamar la atención sobre sus abusos<br />

y sus fraudes. Es también una tentación, porque muchos<br />

de estos eventos son pintorescos o folclóricos, y no falta,<br />

aunque tampoco abunda, la literatura costumbrista. Pero


282 | MALCOLM DKAS<br />

hay mucho más que debiera estar consignado en la historia<br />

electoral que un relato sencillo de abusos y fraudes.<br />

Hay que reconocer que en Colombia las elecciones<br />

fueron inevitables, que nunca se pudo gobernar al país largo<br />

tiempo sin ese expediente, y que nunca ningún partido<br />

o facción logró establecer una hegemonía duradera ni cerrada.<br />

Hay que reconocer también que para un gobierno,<br />

el ideal siempre fiie que hubiera la presencia de una oposición:<br />

que ganara el gobierno, sí, pero con la presencia<br />

legitimadora de una oposición. (Reconocemos, de una vez,<br />

que en estas observaciones estamos hablando de elecciones<br />

en su conjunto y no de lo que pasa en cada aldea del<br />

país.) Un sistema demasiado hermético, como el llamado<br />

sapismo del Dr. Ramón Gómez en Cundinamarca en la era<br />

radical, que brindaba notorias garantías a los gobernantes<br />

en la factura de las elecciones, al mismo tiempo no producía<br />

la apetecida legitimidad, y el gobierno corría entonces<br />

el riesgo de una abstención o de una revuelta. Como los<br />

políticos colombianos todavía saben, a veces la abstención<br />

es un arma poderosa en contra de un gobierno. Sin embargo,<br />

una oposición que abusa de esa arma corre el riesgo de<br />

perder bríos y poder de negociación.<br />

Los argumentos se encuentran muy bien resumidos<br />

por el político caucano César Conto en el periódico de<br />

oposición E l D ía: se opuso a la abstención por muchas razones:<br />

si uno se abstiene hoy, ¿entonces cuándo es bueno<br />

luchar?; con el paso del tiempo, los gobiernos sin oposición<br />

se consolidan; existe el riesgo de que reclamen el consentimiento<br />

tácito; van a decir que la oposición se abstiene<br />

porque sabe que es minoría; van a decir que si hubieran<br />

tenido una votación limpia; la vida es lucha, y la vida de<br />

cualquier partido debe ser acción, acción y más acción; la<br />

protesta muda es ridicula; ‘algo se ha de ganar en las elecciones,<br />

si no para la cámara de representantes, sí para las


La política en la vida cotidiana republicana<br />

Reunión de personajes ilustres. A lfre d o G reñ as.<br />

M useo N acion al.<br />

A n u n cio de la candidatura<br />

presiden cial de Ju liá n T ru jillo y<br />

sus adhesiones.<br />

Im p reso .<br />

El Elector Popular. N ° 6. B o gotá.<br />

A g o sto io de 18 7 7 .<br />

B ib lio te ca L u is -Á n g e l A ra n g o .<br />

R o llo 602.


T e x to político.<br />

Im p reso .<br />

El Sufragante. N ° I . C artagen a.<br />

D iciem b re 2 1 de 18 4 8 .<br />

B ib lio teca L u is -A n g e l A ra n g o .<br />

R o llo 1 18 5 .<br />

ei<br />

s u r i ü m i<br />

I o — Cartajena Dtc*ctkbre 71 d t l *'**' M u i<br />

P ersonajes de la vida nacional.<br />

Jo sé G a b rie l T a tis.<br />

P in tura. 18 5 3 .<br />

A lb u m de ensayos de dibujos.<br />

M u se o -N acio n al N ° 6 4 3 .14 .<br />

No hii remedio: el debet que )|Cne<br />

iu pobie eiudadanc «je dar iu<br />

vote en Ja .parroquia donde vivo, para<br />

que otiiia hagan i dediagaa 1 ae<br />

di^itiíAE la p iw , lo arriitrn ■] ninremjmciiHi<br />

do la política iin aabef comí),<br />

i pajera o na qnjfrn<br />

Ta na ■■ut! * junUi, na Jtúce<br />

papeletea, no compré ni vendí vctoi ¡.<br />

laron i algurwi* ilíipuls» que l)iv^( *¡<br />

ota q»f al priocí^íq croi do¡ tu<br />

vicia atia cu flaquencia que lo ■ cinlu<br />

roo Jelteto i loa hrjnd'a fe 'e« qua<br />

ie creyeren víncetjcrw, Icrn» >ei<br />

uo de aquella<br />

otrp cuwllor^ idéntica<br />

quí tan literal j profranvnnmit<br />

iw a, paiai eo SjjpiíoiQ*, 1 c^H*\eipi,<br />

vjudaa, T huérfanos i ai^lc, i ¿e«-<br />

yo en fita en naca rae he metido ti-, truedon, i ruina, i ^faljerroa, ¡ pci,<br />

10 hablar en loa CCtlillo* i d*> mcociodoi, i mmluiietit'a. . . .<br />

mi 10L}, cflln'lllo en aquel Iraocq , ¡OÚM Santo, aerá posible í 1 I aa<br />

lne rieafloa . á^.qu* rae molieran Iu innrta que haré 1—Irjn* para el ayinrna<br />

tilín iguajjo* ciudadanna de £» tü ra eiponertiH a qye m* '■oíaDikm<br />

ifqta qqe lab ran p iM lc poi alG o'ro* aitiadorni i me pctigjtn ¿k aojado


La política en la vida cotidiana republicana | 283<br />

asambleas departamentales, o para los consejos municipales.<br />

No es posible sofocar por completo la voz de un partido<br />

numeroso y fuerte ... pero si tal sucede, a fuerza de<br />

combinaciones indebidas y tropiezas, es mejor poner a los<br />

adversarios en el caso de cometer esas tropiezas que dejarlos<br />

disponer a sus anchas de la suerte del país.’ Y más honroso<br />

sucumbir combatiendo que dejarse vencer sin lucha.<br />

La mayoría de los políticos colombianos de todos los<br />

partidos han seguido los consejos de Conto. Recordemos<br />

también que las combinaciones indebidas y ‘tropiezas’ se<br />

cometieron muy especialmente en provincia. El general<br />

Daniel Aldana resumió la sabiduría común sobre eso en<br />

una entrevista un poco antes de la guerra de los Mil Días:<br />

Las sanciones que coadyuvan a lo legal no tienen suficiente<br />

eficacia en las aldeas; las altas autoridades y los centros<br />

directivos de los partidos no oyen las quejas de los perseguidos.<br />

Recuerdo, y esto hace ya bastante tiempo, que cierto<br />

hombre público, en una época eleccionaria, contestó a un<br />

agente suyo que se quejaba de la oposición que encontraba en<br />

los pueblos: “Apriete la cincha que aquí no se oye".<br />

Todas esas consideraciones, inclusive las múltiples<br />

oportunidades para fraude y coacción, hacían de Colombia<br />

tierra de elecciones, y hay muchos indicios de que la<br />

participación frecuentemente sobrepasó los límites del sufragio<br />

oficial. Existen muchos modos de participar en una<br />

elección: la participación no se restringe al voto.<br />

Esta es otra singularidad colombiana. Tengo la impresión<br />

de que su historia electoral es más continua, rica y<br />

complicada que la de sus vecinos. Rómulo Betancourt<br />

cuenta en sus memorias cómo los venezolanos, al terminar<br />

el largo período de elecciones poco frecuentes y hechas<br />

completamente a dedo de la dictadura de Juan Vicente


2 8 4 | MALCOI,M OF.AS<br />

Gómez, habían olvidado todas las artes necesarias para<br />

ganarlas de manera un poco más abierta, y cómo el gobierno<br />

del general López Contreras, su sobrio y cuidadoso sucesor,<br />

tuvo que acudir a Colombia, al departamento de<br />

Santander, en la frase de Betancourt ‘la universidad electorera<br />

de Colombia’, para conseguir unos expertos en la<br />

materia. Prestaron buen servicio, y señalaron que siempre<br />

era aconsejable ganar con las dos terceras partes de la votación,<br />

para minimizar el chance de perder la próxima vez.<br />

Eduardo Rodríguez Piñeres en su Por tierras hermanas,<br />

agudo libro de impresiones de viaje que publicó en 19 18<br />

después de servir como miembro de la comisión de límites<br />

con el Ecuador, describe las elecciones presidenciales de<br />

ese año en Pasto: muchas cintas azules, ardides, coacciones,<br />

intentos frustrados de los frailes capuchinos por manipular<br />

los votos de los indios de las comunidades cercanas,<br />

votos del ejército y de las comunidades religiosas. En<br />

suma, una escena de mucho movimiento, de facciones en<br />

fuerte lucha, de retórica subida, ocurriendo todo en lo que<br />

el autor veía, a pesar de su gran simpatía con los pastusos,<br />

como una de las regiones política y socialmente más atrasadas<br />

del país. Participación, si quiere.<br />

Poco tiempo después, -sigue su relato-, presencié en<br />

Tulcán las elecciones para diputados a la Cámara ecuatoriana.<br />

Nadie se acercó a las urnas a depositar un voto<br />

independiente. Las elecciones ecuatorianas las hace el G o­<br />

bierno. En la pasada Cámara no había un solo conservador<br />

y para la actual se eligieron dos por el mismo Gobierno.<br />

Refiero esto para que se vea que, con todas sus deficiencias,<br />

Colombia marcha a la vanguardia de los países suramericanos<br />

en materia de progreso político y que, aunque<br />

pobre y con otros defectos, ha sabido organizar el Gobierno<br />

civil y matar las aspiraciones dominadoras de la arbitrariedad<br />

y del machete, de que hoy se esfuerza en sustraerse


I m política a i la vida cotidiana republicana | 285<br />

el muy digno Presidente ecuatoriano, aún aprisionado por<br />

sus redes.<br />

Cuando se hizo el escrutinio en Tulcán, jugábamos tresillo<br />

con el Gobernador de la Provincia y al acabar una<br />

partida dijo él que no había robado ningún triunfo. Inmediatamente<br />

don Gualberto Pérez le dijo: “¿Y el de las elecciones?”<br />

No es necesario compartir el optimismo del autor, ni<br />

su pequeña vanidad de ser colombiano de vanguardia,<br />

para reconocer el contraste.<br />

Iva figura del político desde los albores de la república<br />

lia sido harto conocido por los colombianos. Parte de la<br />

esencia del cacique o gamonal -términos ya un poco anticuados,<br />

por lo menos el primero no fue siempre despectivo-,<br />

clieiitelista, en el vocabulario actual, es estar presente,<br />

accesible. El oficio requiere constante vigilancia y aplicación,<br />

precisamente para resolver lo cotidiano. Aunque<br />

existen cacicazgos mantenidos desde lejos, a distancia, son<br />

pocos.<br />

La historia de la república también contiene ejemplos<br />

de políticos de más alto vuelo propensos a hacerse conocer.<br />

Mosquera se muestra en su correspondencia asiduo en<br />

el arreglo anticipado de recepciones populares, con piquetes<br />

y cohetes. Obando, de regreso de su exilio a fines de la<br />

década de 1840, hizo giras electorales por la costa Atlántica<br />

para promover su candidatura presidencial. En el siglo<br />

pasado todavía hubo casos de inmovilidad sabanera notoria<br />

-Caro, Marroquín - pero la gira política iba implantándose.<br />

El mismo Rodríguez Piñeres anotó el siguiente bello<br />

ejemplo de política peregrina en la persona del general<br />

Reyes, viejo, hace tiempos fuera del poder, viajando en el<br />

Ferrocarril del Cauca, pero con todos sus instintos políticos<br />

en plena acción:


286 | MAI.COI,M DEAS<br />

Otro de los dones con que dotó Dios al General y que ha<br />

sido otra de sus fuerzas, es su prodigiosa memoria, que le permite<br />

recordar en cualquier momento la fisonomía, el nombre<br />

y el apellido de cualquiera persona que haya conocido, aun<br />

cuando sea por corto tiempo, de manera de poder contestarle<br />

su saludo a un peón que en otro tiempo estuvo en alguno de<br />

los batallones de su mando diciéndole: “Adiós, cabo Meneses,<br />

cómo te peleaste de bien en Enciso”. Cuando íbamos en el<br />

Ferrocarril se paró el tren frente a un caserío de negros, y<br />

como al salir de la plataforma el General viera a uno de ellos,<br />

entabló con él este diálogo:<br />

-Hola, ¿dónde está Pedro Lurido? (Un negro que había<br />

hecho campaña con el General en 1885).<br />

-Vive todavía aquí, pero está de muerte.<br />

-Hombre, llévale esto de mi parte (cinco billetes de a $ 1).<br />

¿Sabes quién soy yo?<br />

-Pues el General Reyes.<br />

-N o, el cabo Reyes. (Reminiscencia del napoleónico petit<br />

caporal).<br />

Momentos después volvió el negro con la noticia de que<br />

Pedro Lurido acababa de expirar, y que los $5 del General<br />

habrían de servir para el entierro.<br />

¿Cuántos pájaros mató el General con esa pedrada tan a<br />

tiempo?<br />

Siempre hubo personas en campaña política perpetua,<br />

y Reyes sin duda fue una de ellas.<br />

Surgen entonces otras preguntas difíciles de responder,<br />

pero que deben plantearse. ¿Cuántos políticos hubo? ¿Hay<br />

algo singular en la propensión colombiana de hacer tanta<br />

política? ¿Existe en Colombia más afición, o más aficionados?<br />

Afición no faltaba nunca. La historia del país lo muestra<br />

bajo varias formas, muchas todavía sin estudiar.


La política en la vida cotidiana republicana | 287<br />

Siempre hubo las barras, en congresos, asambleas y<br />

aun en tribunales y en las mesas electorales. A ojos de un<br />

anglosajón, esos turbulentos y poco reprimidos espectadores<br />

aparecen como un flagrante abuso de la democracia,<br />

pero por muchos años hicieron parte indispensable de la<br />

escena política del país. Acortaron aun más la poca distancia<br />

entre el pueblo y sus gobernantes, una distancia que<br />

nunca ha sido grande.<br />

Colombia, a pesar de toda la desigualdad en las fortunas,<br />

nunca ha sido un país de grandes distancias sociales,<br />

en parte porque por tanto tiempo hubo tan pocas fortunas<br />

grandes. El lector debe pensar en el contraste con el Perú,<br />

Lima sí tenía su barrio de palacios, o con México, o de<br />

maneras distinta con Chile. En política, esta pequeña distancia<br />

social se expresa en la persistente sencillez de sus<br />

‘costumbres republicanas’. Dada su falta de protocolo<br />

complicado, debe ser uno de los países más republicanos<br />

del mundo.<br />

La afición a la política se ve en otro fenómeno, el político<br />

ocasional, o transitorio, o amateur. Me parece que pasar<br />

por una etapa de vida pública o burocrática es muy<br />

frecuente entre los colombianos que han alcanzado un nivel<br />

mínimo de educación y de bienestar. La ambición de<br />

figurar de manera permanente exige una dedicación completa,<br />

pero aún hoy las ambiciones permanentes no ejercen<br />

monopolio, no hay una profesionalización que haya<br />

establecido una clara división entre los políticos y los demás,<br />

y nunca la ha habido. Muchísimas vidas han tenido<br />

su episodio político.<br />

Tratándose de personajes tan comunes, tan familiares,<br />

es sorprendente que, con la excepción de las grandes<br />

figuras, los políticos se recuerden tan poco en la historia<br />

del país. Se escabullen, como se escabullen las elecciones<br />

de las anotaciones vitales de la señora Duran. Todos los


288 | MALCOLM DEAS<br />

han conocido, pero a casi nadie le ha parecido que valdría<br />

la pena dejar un testimonio de sus vidas para la posteridad.<br />

Escasas son las excepciones, entre literatos o entre políticos.<br />

Me vienen a la mente Vergara y Vergara, ya citado,<br />

vigoroso caricaturista; Pedro Juan Navarro, que se deja ver<br />

por lo menos a sí mismo en su Parlamento en pijam a de<br />

la década de 1920. Recuerdo también a Darío Achurry<br />

Valenzuela, autor en su juventud de un muy divertido<br />

opúsculo Caciques boyacenses, aunque de viejo me confesó<br />

que nunca había conocido ni a uno de sus personajes y que<br />

lo escribió sin ir ni una vez a Boyacá.<br />

La mayoría de los que escriben memorias de sus carreras<br />

públicas olvidan mencionar, mucho menos agradecer,<br />

a los manzanillos y a los caciques y los políticos comunes y<br />

corrientes, a quienes todos han conocido y a quienes muy<br />

pocos no les deben mucho: politiqueros.<br />

Manzanillos, caciques, tinterillos, politiqueros, si están<br />

afiliados al otro bando. Fieles trabajadores del partido, o<br />

fuerzas vivas de la localidad, si están del lado de uno.<br />

La literatura sobre el manzanillo, el 'go-between o ‘chino<br />

de los mandados’ de los políticos, el tejedor esencial de<br />

la red de compromisos es particularmente escasa. Sospecho<br />

que tal oficio formaba parte del aprendizaje en la carrera<br />

de muchos políticos que después lograron llegar a<br />

mayores alturas. Había la tradición de que tocaba empezar<br />

‘cargando leña’, así. Algunos seguían cargando leña toda la<br />

vida.<br />

A veces, raras veces, encuentra uno en la literatura de<br />

memorias esbozos de estas personas de la política modesta;<br />

hasta tal punto que se pregunte uno hasta dónde conoce,<br />

hasta dónde puede ponderar la realidad de las bases, de<br />

los 1grass roots', de los sistemas políticos de antaño.<br />

Aquí va una muestra. Se encuentra en el librito del<br />

conservador valluno Manuel Sinisterra, Recuerdos de ¡agüe-


La política en la vida cotidiana republicana | 289<br />

ira de i8 g$ en Tidttá. El autor cuenta cómo buscaba un<br />

nuevo alcalde para Tuluá:<br />

Muchísimos amigos me indicaron que nombrara alcalde<br />

al negro Joaquín Sánchez, a quien no conocía. Todos me aseguraban<br />

que sería el mejor alcalde para tiempo de revolución,<br />

aun cuando no sabía leer ni escribir.<br />

M e parecía raro que un individuo analfabeto pudiera servir<br />

para alcalde, pero me hicieron saber que ya en otras ocasiones<br />

había desempeñado el puesto y que en tiempo de<br />

revolución todo se puede. Resolví, por tanto, mandar a llamarlo<br />

y le hice el nombramiento.<br />

El negro Joaquín era vivísimo. Usaba un sello de caucho<br />

para firmar y conocía el código de policía “al tacto”. Cuando<br />

se presentaba algún asunto de policía, abría el código, buscaba<br />

la disposición que necesitaba aplicar y decía al secretario,<br />

señalándole la página:<br />

“Aquí está eso.”<br />

I x) más curioso es que, aunque parezca imposible, jamás<br />

se equivocaba.<br />

Otro aficionado.<br />

Ya hemos citado una corta frase del ensayista Manuel<br />

Serrano Blanco, de su libro de hace ya casi medio siglo,<br />

Las viñas del odio. Fue un observador fino de su tierra<br />

santandereana, y no hallo mejor manera de concluir que<br />

cuatro párrafos de su texto:<br />

Para el colombiano es una necesidad primordial la política.<br />

Desde el primer ciudadano hasta el último mendigo, todos<br />

se ocupan y preocupan de la política. En el sentido activo o<br />

en el sentido pasivo, en la beligerancia o en el comentario, en<br />

la especulación o en la idealización. Es un arte que los unos<br />

llevan con diletantismo y los otros con intrepidez y estriden-


29O | MALCOLM DEAS<br />

cía pero todos caen en ese pozo sin fondo y todos se solazan<br />

en él.<br />

Y ello depende del atraso de nuestra cultura y del ambiente<br />

escueto y somero en que nos ha tocado vivir. L o mismo<br />

en la capital de la república y en las ciudades de primera<br />

categoría que en el burgo lejano y perdido. Gentes que parecen<br />

seguir la escuela antigua de aquellos ociosos de la baja latinidad,<br />

que discutían en el agora, parlaban en la academia,<br />

dialogaban bajo los pórticos sobre los temas inagotables de<br />

los sucesos públicos, como si fueran el motivo predilecto de<br />

toda otra ocupación lícita y elegante.<br />

Y es que entre nosotros el ciudadano, sin distinción de<br />

clases ni jerarquías, tiene que dedicarse a este ajetreo politiquero,<br />

porque de él depende en mucha parte su vida y su<br />

tranquilidad. Según sea el triunfo o el fracaso de sus viejos<br />

ideales y de sus viejos mitos, serán calificados sus tributos,<br />

orientada su educación, resguardado su hogar, preconizada su<br />

libertad, protegida su honra, fomentada su propiedad. El amplio<br />

o el pequeño círculo en que se mueve estará necesariamente<br />

influido por el triunfo o el fracaso de lo que cada cual<br />

cree que es el ideario político de sus inclinaciones, de sus convicciones<br />

o de sus opiniones ...<br />

Entre nosotros ... ningún ciudadano puede huir de las<br />

preocupaciones políticas, porque será víctima de su propio<br />

olvido. Ése es su principal problema, su primera preocupación<br />

y también su única diversión.


Guerras civiles y vida cotidiana<br />

CARLOS EDUARDO<br />

JA R A M IL L O C A S T IL L O<br />

T Pocar el tema de la vida cotidiana en nuestros conflictos<br />

civiles, es casi lo mismo que hablar de la vida diaria del siglo<br />

xix, ya que las confrontaciones, grandes y pequeñas,<br />

entre colombianos, fueron tan frecuentes que, mal contadas<br />

y dejando de lado la guerra de Independencia, se suceden<br />

en un promedio de más de una por año.<br />

Así es que la pólvora y el ruido de sables y machetes<br />

fue la música de fondo que orquestó la vida colombiana<br />

del siglo xix. De ella sólo lograron escaparse los inmensos<br />

y despoblados territorios de selva y llano que sirvieron de<br />

madriguera a los vencidos.<br />

L a guerra y la vida urbana<br />

Salvo muy escasas excepciones en los conflictos mayores1,<br />

y por cortos períodos, las ciudades estuvieron en poder, no<br />

digamos de la legitimidad, sino de quienes poseían el poi.<br />

Hay que entender que la magnitud de las confrontaciones de<br />

este siglo comprende, casi pudiéramos decir, toda la gama posible de<br />

este tipo de fenómenos. Los hay desde aquellos que no salen de los límites<br />

municipales y que pueden considerarse como escaramuzas, hasta<br />

aquellos que involucran a la república entera y la desangran hasta la<br />

anemia.


292 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

der institucional. Los insurrectos, o quienes se pronunciaban<br />

contra el Gobierno,2 por el hecho de hallarse casi<br />

siempre en desventaja militar, optaban por la guerra irregular,<br />

para lo cual organizaban partidas de guerrilleros que<br />

operaban en zonas rurales. Eso sí, pretendiendo siempre<br />

tomarse las ciudades.<br />

Los centros urbanos asumían entonces el carácter de<br />

un campamento, donde los aprestos bélicos, los toques de<br />

corneta y los desórdenes de una soldadesca indisciplinada,<br />

imponían su carácter. Eran en últimas los lugares donde se<br />

decidían las confrontaciones, no sólo porque allí reposaban<br />

las cabezas estratégicas, sino porque nadie podía pretender<br />

una victoria definitiva dejando de lado las zonas<br />

urbanas.<br />

Allí, las amenazas de ataques de la guerrilla eran constantes<br />

y los rumores iban y venían con una reiteración tal,<br />

que a veces llegaban a adormilar a sus defensores.<br />

Los pobladores urbanos vivían en permanente desasosiego,<br />

que por otra parte no era gratuito, ya que cuando<br />

una población era tomada, los vencedores premiaban a sus<br />

hombres con un número de horas para el saqueo, período<br />

que se ampliaba o reducía a juicio del jefe victorioso y en<br />

relación con las vicisitudes vividas durante el combate. La<br />

mayoría de las veces estos actos se adornaban con violaciones,<br />

asesinatos en estado de indefensión y otras brutalidades<br />

derivadas del ingenio popular.<br />

El hecho de pertenecer al mismo bando de los vencedores,<br />

no siempre era razón para evitar las tropelías ni para<br />

calmar las aprensiones de los pobladores, pues el abuso del<br />

alcohol entre las tropas imposibilitaba ver las distinciones.<br />

2. Fue corriente durante el siglo xix, que quienes se alzaban contra<br />

el Gobierno lo hiciesen en acto público, casi siempre con un pronunciamiento<br />

que se efectuaba en la plaza principal.


Guerras civiles y vida cotidiana | 293<br />

En todas las poblaciones había un número apreciable<br />

de civiles que durante los combates en ellas o en sus aledaños,<br />

marchaban a la retaguardia de las tropas haciendo el<br />

papel de las aves carroñeras. Cayendo sobre heridos y<br />

muertos para despojarlos de sus pertenencias, los remataban<br />

con saña cuando alguno daba muestras de vida. La<br />

mayoría de estas personas eran gentes humildes que hacían<br />

de la contienda un motivo de fiesta, e impulsados por<br />

el alcohol se reunían en pandillas brutalizadas que recibían<br />

el nombre decoroso de los Cívicos. Sus jefes, casi todos con<br />

oficio conocido, eran personajes amargos y siniestros que<br />

vivían escarbando entre los desperdicios de la guerra, para<br />

darle curso a sus pasiones.<br />

Un ejemplo ilustrativo de la actuación de estos Cívicos,<br />

aconteció en la ciudad de Ibagué durante un intento de<br />

toma por parte de las fuerzas que comandaba el general<br />

Tulio Varón.<br />

En esta ocasión, el general Varón, envalentonado por<br />

el efecto de unas tinajas de aguardiente de olla? que había<br />

encontrado en una finca en las afueras de la ciudad, terminó<br />

solo, recostado a una pared, agonizante, con los pulmones<br />

repletos de sangre. Un tiro de fúsil Gras, disparado<br />

desde la ventana de una casa vecina, había dado con el general<br />

a descubierto, tratando de impulsar a sus compañeros<br />

para que continuaran avanzando hacia el centro de la<br />

ciudad. Hasta allí, donde el general Varón se escurría sin<br />

fuerzas contra la pared hasta caer al empedrado de la calle,<br />

llegó un grupo de Cívicos al mando de un indígena de<br />

Coyaima que oficiaba como cantor de iglesia y en sus horas<br />

de ocio se dedicaba a las colmenas. Alpargatas y ruanas<br />

3. F,1 aguardiente de olla era licor casero que. para su producción,<br />

no requería del proceso de destilación, y se denominaba así por el recipiente<br />

que normalmente servía para su elaboración.


2 9 4 I CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

se arremolinaron en torno al general que agonizaba, haciendo<br />

débiles señas a sus victimarios para pedir clemencia,<br />

en tanto que sus ojos se dilataban ya para mirar la<br />

muerte. Nada valió, ni los gestos del moribundo ni los ruegos<br />

de una humilde lavandera que clamaba porque lo dejaran<br />

morir en paz. Los Cívicos ensayaron en el cuerpo del<br />

general todas las infamias. Luego, después de matarlo muchas<br />

veces y de mutilar su cuerpo, lo tiraron en el zaguán<br />

de su casa convertido en desperdicio, para que la viuda y<br />

sus hijos pudieran llorarlo de cuerpo presente.<br />

E l reclutamiento<br />

El reclutamiento o levas, como se denominaba el enrolamiento<br />

de gentes, era tal vez uno de los fenómenos que<br />

más rechazo y pánico despertaba entre las gentes. Los hogares<br />

se estremecían tanto con el aviso de una leva, como<br />

con la noticia de una epidemia de fiebre amarilla, viruela o<br />

tifo negro.<br />

Las urgencias de las guerras hicieron corriente el reclutamiento<br />

inmediato, sin que pudiera mediar muchas veces<br />

un aviso a sus familiares. La lista de los reclutados llegaba a<br />

los hogares pasando de boca en boca y basándose en testimonios<br />

de los lugareños. En este procedimiento fue común<br />

que quienes reclutaban no hicieran preguntas, razón<br />

por la cual niños, enfermos, incapacitados, viciosos y dementes<br />

llegaron a las trincheras. La gentes se iban con lo<br />

que tenían puesto, y sólo si contaban con suerte podían<br />

dar aviso a su familia. Cuando el reclutamiento sucedía en<br />

despoblado, la gente simplemente desaparecía, condenando<br />

a sus familiares a rezar el novenario y a buscarlos entre<br />

los muertos de todos los días.<br />

Por lo general las fuerzas en contienda fueron poco<br />

cuidadosas en la selección política y en el respeto a las normas<br />

vigentes4 sobre reclutamiento y conscripción militar.


Guerras civiles y vida cotidiana | 295<br />

En cuanto a lo primero, pasados los respetos con que<br />

se inauguraban las guerras, se terminaba arrastrando a los<br />

campamentos a todos los hombres que se tuviera a mano,<br />

sin importar su filiación política. En cuanto a lo segundo,<br />

no valían las edades ni la condición. Los niños no sólo<br />

eran reclutados sino que se les trataba con igual dureza<br />

que a los mayores; sólo por su estatura y fragilidad, había<br />

algunas concesiones particulares, como utilizarlos de estafetas,<br />

músicos o cornetas, o dedicarlos al servicio personal<br />

de los oficiales. Sin embargo, en momentos en que la necesidad<br />

lo imponía, los formaban en rangos y los ponían a<br />

combatir como cualquier adulto. En el combate de Palonegro5,<br />

durante la llamada guerra de los Mil Días, fueron<br />

aniquilados varios batallones conformados por niños santandereanos.<br />

Sobra indicar que la mayoría de estos reclutamientos<br />

eran forzosos, siendo la modalidad más frecuente la del<br />

encierro, que no era cosa distinta a cerrar todas las salidas<br />

de las plazas en los días de mercado, y mandar a los cuarteles<br />

a todos los hombres que requiriera la fuerza. La frecuencia<br />

de esta práctica llevó, incluso, a que por épocas los<br />

mercados desaparecieran de algunos pueblos, o que a ellos<br />

solamente concurrieran mujeres y niños. La otra práctica<br />

de reclutamiento fue la del menudeo, consistente en ir<br />

reclutando a todos los hombres que la tropa encontraba en<br />

su camino. De ahí que, cuando sonaba el cuerno, un campesino<br />

que daba la alarma sobre la presencia de tropas en<br />

la zona, caminos y casas quedaban despoblados, y las gentes<br />

se agazapaban en el monte hasta que pasara el huracán.<br />

4. Aunque las normas tuvieron variaciones a lo largo del siglo, podemos<br />

decir que lo dispuesto para los tiempos de guerra eran las edades<br />

comprendidas entre los 16 y los 62 años y los volúmenes se tasaban<br />

en una quinta parte del rango constituido por las edades establecidas.<br />

5. Se inicia el 1 1 y concluye el 26 de mayo de 1900.


2 9 6 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

Tan común fue la utilización del reclutamiento forzoso<br />

y el rechazo que éste suscitaba entre las gentes, que el propio<br />

Simón Bolívar debió expedir órdenes especiales para la<br />

conducción y manejo de estas personas, tal y como consta<br />

en la orden enviada a sus oficiales el 2 de enero de 1822:<br />

La recluta debe conducirse a este Cuartel General Libertador<br />

con una vigilancia, cuidado y seguridad sin ejemplar;<br />

porque la experiencia ha manifestado que los reclutas aprovechan<br />

el menor momento, la menor falta, el más pequeño descuido<br />

para fiigarse; así es que debe ser conducida con buena<br />

escolta, bien atada y encargados los conductores de examinar,<br />

a cortas distancias, las ataduras, los bolsillos y el cuerpo del<br />

recluta, para saber si tienen cuchillos, navajas o cualquier otro<br />

instrumento con qué romper las ligaduras. (Boletín Militar;<br />

1900: 104-107).<br />

En las ciudades y en los pueblos grandes el reclutamiento<br />

indiscriminado no era muy frecuente. Se limitaba<br />

en la mayoría de los casos a las gentes de fuera y de sectores<br />

populares que llegaban allí ya sea huyendo de la guerra,<br />

para celebrar fiestas patronales o en razón de negocios<br />

como ocurría los días de mercado.<br />

Las gentes pudientes del bando contrario pagaban tributos<br />

que las autoridades locales tasaban a su amaño, según<br />

el inventario que hicieran de sus riquezas o de acuerdo<br />

a las urgencias de la guerra. El resto de los hombres, aquellos<br />

que no tenían fortuna para pagar el delito de pertenecer<br />

al bando contrario, trataban de hacerse lo menos<br />

notorios, obligando a las mujeres a asumir funciones económicas<br />

y sociales poco tradicionales en la sociedad del<br />

siglo XIX.<br />

Las deserciones y la falta de entusiasmo entre los candidatos<br />

a marchar a los campos de batalla, terminó hacien­


do común la práctica de meter en las filas del bando propio<br />

a los prisioneros del contrario. Por esta vía, no fueron<br />

pocas las calamidades que se ocasionaron, una de ellas fue<br />

el asesinato de todos los oficiales del vapor Venezuela, en<br />

las aguas del río Magdalena, por parte de los soldados liberales<br />

metidos a la fuerza en los batallones conservadores<br />

M arroquí» y Sasaima.<br />

Para controlar el elevado volumen de deserciones, se<br />

hizo indispensable que las tropas de infantería fueran<br />

acompañadas, en todos sus desplazamientos, por hombres<br />

de a caballo, que con su altura y velocidad podían conjurar<br />

fácilmente los intentos de evasión. Pero ni los caballos ni<br />

los azotes con varas de rosa, casi siempre de efectos mortales,<br />

con los que se trataba de conjurar las deserciones,<br />

fueron suficientes para quitarle a este fenómeno el carácter<br />

de epidemia.<br />

L a vida en campaña<br />

Guerras civiles y vida cotidiana | 297<br />

Dada la multiplicidad de conflictos armados vividos en<br />

este siglo, podemos decir que la vida cotidiana de la nación<br />

transcurrió más de la mitad de su tiempo inmersa en una<br />

campaña militar. Todo giraba pues, en torno a las culatas<br />

de los fusiles.<br />

Aunque ya desde 1848 se habían realizado intentos por<br />

dotar al país de un centro de formación militar permanente<br />

que permitiera constituir un ejército profesional, el siglo<br />

xix concluyó sin que se hubiera logrado pasar de algunos<br />

intentos esporádicos.<br />

La falta de un ejército profesional y el carácter civil de<br />

las contiendas, hicieron que necesariamente toda la sociedad<br />

se viera involucrada en las campañas. La precariedad<br />

íntegra de los bandos no permitía mayor autonomía para<br />

el desarrollo de las operaciones, obligando a las comunidades<br />

que estaban detrás de sus banderas, a suplir su aparato


298 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

logístico. Sus oficiales y soldados salían todos de la sociedad<br />

civil, en la que sistemáticamente debían abandonar sus<br />

oficios para tomar las armas y así cubrirse de oropeles asesinando<br />

a sus congéneres. Ello, por fuerza, arrastraba la<br />

sociedad toda al corazón de la contienda.<br />

El gobierno levantaba su ejército con reclutamientos<br />

forzosos y sus opositores movilizando clientelas políticas,<br />

posteriormente ambos enrrolaban de forma indiscriminada.<br />

Como regla general, ninguno de los contendores<br />

contaba con un aparato logístico eficiente, obligando a las<br />

fuerzas en campaña, a dar soluciones propias a todas sus<br />

necesidades. Así, un ejército en operación, no era simplemente<br />

una tropa en marcha sino una sociedad en campaña.<br />

La retaguardia de los ejércitos estaba constituida por<br />

abigarradas multitudes que practicaban desde el espionaje<br />

hasta el contrabando y la prostitución. En primer rango<br />

estaban las esposas, las amantes, las parientes y las prostitutas,<br />

todas ellas encargadas de preparar la comida, lavar la<br />

ropa, cuidar las heridas y satisfacer las pasiones de los soldados.<br />

Después venían los comerciantes, los reducidores,<br />

los prestamistas, los curanderos, los contrabandistas, los<br />

zapateros y los abigeos. Todos ellos, a más de ejercer sus<br />

oficios, eran gentes dispuestas al pillaje de muertos y heridos,<br />

cuando por razones de la contienda este privilegio les<br />

era cedido por los vencedores.<br />

En las poblaciones quedaban los jefes, los contratistas<br />

y los reducidores mayores, junto con una multitud de empleados<br />

que engrasaban la maquinaria administrativa y los<br />

privilegios que otorgaba la contienda. Junto a ellos convivían<br />

los miembros ricos del bando contrario, quienes con<br />

relaciones y plata mitigaban su condición, así como otra<br />

serie de gentes que sin mayores recursos vivían escondidos<br />

en el mundo de las trastiendas y los zarzos.


En el campo, las gentes permanecían escabulléndose<br />

de la violencia, ocultándose en el monte, acechando los<br />

caminos, escondiendo las cosechas y convirtiendo el quehacer<br />

diario en la aventura cotidiana que cada noche debía<br />

celebrarse con oraciones.<br />

La cercanía de la muerte en que vivían los combatientes,<br />

ya fuera por el temor a las armas o a las pestes, los conducía<br />

a emprender todo como el último acto de sus vidas y<br />

por tanto a sacarle el mayor provecho a las circunstancias.<br />

Por esta razón, en los campamentos las pasiones eran desatadas<br />

y antes de los combates los desenfrenos manifiestos.<br />

Los hombres, cuando no tenían mujer en la retaguardia,<br />

andaban siempre buscando una, no sólo por placer<br />

sino porque quien no tuviera mujer, estaba condenado a<br />

contratar su manutención y a cargar a cuestas todas sus<br />

pertenencias.<br />

Las mujeres eran una parte esencial de las contiendas y<br />

en particular de las fuerzas en operación, al punto que en<br />

el siglo xix es inconcebible un ejército en cuya retaguardia<br />

no aparezcan de manera orgánica las mujeres.<br />

E l aguardiente hace generales<br />

Guaras civiles y vida cotidiana | 299<br />

La falta de una profesionalización en el ejercicio de las armas<br />

le dio un carácter muy particular a todas las contiendas<br />

del siglo xix y en especial a las fuerzas que en ellas se<br />

enfrentaron.<br />

Los ascensos se realizaban mediante diversos mecanismos,<br />

y entre los más comunes estaba la escogencia a dedo<br />

entre los amigos; la auto proclamación o el auto ascenso y<br />

el valor mostrado en los combates.<br />

La escogencia a dedo era la forma más fácil de lograr<br />

ascensos, para lo cual simplemente bastaba con tener algunos<br />

amigos y montar con ellos una cadena de favores.


300 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

La auto proclamación era un privilegio de los poderosos.<br />

Fue el mecanismo utilizado por los políticos y en particular<br />

por los propietarios de hacienda, que se convertían<br />

en generales de sus propios arrendatarios, aparceros y servidores.<br />

El valor mostrado en los combates era de todas las fórmulas<br />

la más riesgosa, y para ella el recurso al licor parecía<br />

indispensable, como lo veremos más adelante.<br />

La reiteración de las confrontaciones condujo a que las<br />

campañas militares se convirtieran en un quehacer repetitivo<br />

de las gentes, con lo que el apasionamiento y la<br />

radicalidad necesarias para soportar las vicisitudes de una<br />

campaña, para encontrar el valor suficiente y así arriesgar<br />

la vida y matar a los congéneres, obligó a los bandos a apelar<br />

a la fe religiosa, al maniqueismo partidista y a los licores<br />

mezclados con pólvora.<br />

De estos recursos, el ligado al apasionamiento religioso<br />

hizo que muchas contiendas fueran verdaderas cruzadas<br />

para algunos bandos, donde lo de menos eran las ideologías<br />

liberales, radicales o librepensadoras de los contrarios,<br />

sino que allí se mataba en defensa de la civilización cristiana<br />

¿y por qué no?, de la salvación del mundo. En este proceso<br />

la iglesia católica no tuvo dudas. Se metió de lleno en<br />

las contiendas y puso la fe al servicio del sectarismo. En<br />

esta toma de partido la Iglesia se alió con las fuerzas más<br />

oscuras y retardatarias de las contiendas, y para ello no<br />

sólo se valió de los pulpitos, las homilías y las pastorales,<br />

sino que no pocas veces marchó en contravía de los evangelios,<br />

como cuando desde las iglesias se incitaba al asesinato<br />

de liberales, señalando el hecho no sólo como carente<br />

de pecado, sino como una contribución a la existencia de<br />

la humanidad y de la civilización en su lucha contra las<br />

fuerzas demoniacas.<br />

No fueron extraños los casos en que los propios reli­


Guaras civiles y vida cotidiana \ 301<br />

giosos decidieron tomar las armas, como aconteció durante<br />

la guerra de 1895 con el padre Raimundo Ordóñez y<br />

Yáñez, quien organizó un tenebroso grupo de irregulares<br />

donde se hizo famoso gracias a su particular preocupación<br />

por evitar la condena eterna a la que estaban destinados<br />

los liberales, por pensar como tales. Para evitarles este suplicio<br />

infinito, lograba el padre Ordóñez, mediante torturas,<br />

que sus prisioneros se confesaran para luego pasar a<br />

ejecutarlos libres de pecado.<br />

Algunos religiosos murieron en este empeño de librar<br />

a la humanidad de una de sus plagas, como aconteció con<br />

el confesor del presidente Rafael Núñez, el padre guatemalteco<br />

Luis Javier España, muerto en cercanías de Viotá<br />

durante la guerra de 1899-1902, cuando, en un intento por<br />

infundirle valor a sus soldados, les gritaba que avanzaran<br />

que las balas de los rojos eran de algodón.<br />

Pero de todos los métodos utilizados para infundir valor<br />

y darles razones a los soldados para defender las banderas<br />

de su partido, el del abuso del licor fue el más<br />

socorrido. Antes que en la razón, o en el compromiso o,<br />

incluso en el apego irracional a una causa, el valor para luchar<br />

lo encontraron los soldados en las cantimploras repletas<br />

de aguardiente.<br />

El brandy y el cognac eran los tragos preferidos por la<br />

oficialidad, en tanto que el aguardiente, particularmente el<br />

llamado de olla, lo era por la soldadesca, sin que esto impidiera<br />

que a la hora de la escasez se apelara, sin ningún remilgo,<br />

a los alcoholes antisépticos y las aguas de colonia.<br />

No fue extraño que antes de iniciar un combate o en los<br />

momentos más difíciles, los jefes dieran órdenes de repartir<br />

licor en las trincheras. Muchas veces los 40 o los 70 y<br />

más grados de alcohol de las bebidas, no fueron suficientes<br />

para enardecer a las tropas, razón por la cual se hizo común<br />

la práctica de consumir los licores, y particularmente


302 I CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

los aguardientes, revueltos con pólvora. Los testimonios<br />

de la época están divididos sobre los efectos reales de esta<br />

práctica, pues unos aseguran que producía una furia incontenible,<br />

en tanto que otros no pasan de otorgarle la virtud<br />

de producir un dolor de cabeza irresistible.<br />

El valor por efectos etílicos no sólo hizo muchos generales,<br />

sino que se convirtió en el único camino para que,<br />

quienes no tenían amigos en las altas esferas, pudieran ascender.<br />

Esta necesidad de demostrar valor para pisar el<br />

peldaño de más arriba o confirmar la propiedad de aquel<br />

en el que se estaba parado, generó algunas prácticas especiales<br />

que revistieron el carácter de torneos de valor. En<br />

estos espectáculos, que no eran cosa diferente de actos suicidas,<br />

los concursantes iban midiendo con el termómetro<br />

del riesgo el desprecio de los participantes por la vida.<br />

El siguiente ejemplo, acontecido durante la toma de<br />

Chaparral por las fuerzas liberales durante la guerra de los<br />

Mil Días, es una buena muestra de cómo operaban los<br />

mecanismos de esta modalidad de ascenso. El 4 de julio de<br />

1901, la población de Chaparral cayó en manos liberales,<br />

salvo la iglesia, donde lograron atrincherarse los conservadores.<br />

Así, mientras se saqueaban las propiedades y se<br />

pensaba cómo expulsar a los conservadores del templo sin<br />

profanar la iglesia6, alguien decidió armar una contienda<br />

retadora entre liberales que consistía en tomar un caballo y<br />

atravesar al galope la plaza, por el frente de la iglesia, sirviendo<br />

de blanco a toda la fiierza conservadora que se apiñaba<br />

en las ventanas y el campanario para dispararle al<br />

6. A pesar de que la iglesia se esforzó por señalar al partido liberal<br />

como librepensador y ateo, la verdad es que esto no fue una regla común<br />

entre sus miembros, los cuales, si bien en algunos casos pusieron<br />

como tiro al blanco las imágenes religiosas de las iglesias, en otros<br />

respetaron con celo la vida de los clérigos y la preservación de los templos.


Guerras civiles y vida cotidiana | 303<br />

jinete. Así lo hicieron en repetidas oportunidades el teniente<br />

Narciso Mora y el coronel Rafael Sarmiento, hasta<br />

que el sargento Dionisio Mosquera puso una talla mayor.<br />

Ahora no sólo el caballo debería ir al galope sino que el jinete<br />

tenía que pasar disparando un fusil hacia la iglesia.<br />

Esta talla duró poco, pues a las dos pasadas apareció el general<br />

Nicolás Buendía Carreño y aplicó una variante suicida,<br />

por si las otras no lo eran: montado, avanzó hasta el<br />

frente de la iglesia, donde detuvo su caballo, sacó el revólver,<br />

lo descargo contra las ventanas, enfundó, dio media<br />

vuelta y regresó al paso hasta lugar seguro. Sobra decir que<br />

este acto, por más aguardiente y pólvora que se mezcló<br />

sólo lo imitó Joaquín Parga, que quedó muerto frente a la<br />

iglesia.<br />

Por este camino y el del dedo de los amigos, se hicieron<br />

muchos generales que se vinieron a sumar a los generales<br />

de las guerras pasadas; por eso, en cada nueva<br />

contienda la oficialidad crecía en proporción geométrica,<br />

mientras que la soldadesca y la guerrilla lo hacían en proporciones<br />

aritméticas. Es por esto que la última guerra del<br />

siglo fue la que llegó a acumular más generales, al punto<br />

que Avelino Rosas, cuando llegó de Cuba para tomar el<br />

mando de uno de los ejércitos liberales, tuvo que formar<br />

un batallón exclusivamente con oficiales, para poder conservar<br />

una cierta fluidez en los mandos de las otras fuerzas.<br />

Este fenómeno no escapó a la picaresca popular que caricaturizó<br />

el hecho de mil maneras: la copla fue una de las<br />

más frecuentes. Los historiadores han logrado conservar<br />

una de ellas, compuesta a raíz del ascenso a general otorgado<br />

al jefe conservador Nicolás Perdomo. Dice la copla:<br />

El Gobierno no hizo mal<br />

con Perdomo al ascenderlo


3 0 4 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

Pues no sobra un General<br />

donde es general el serlo.<br />

De guerra en guerra: la cadena de la violencia<br />

La sucesión de conflictos armados con los que se tapizó el<br />

panorama social del siglo xix, incentivó una serie desastrosa<br />

de pasiones violentas, que llegó a los extremos de que<br />

familias enteras terminaran matándose entre sí, divididas<br />

por el color de una bandera, y a que matrimonios, cuyos<br />

esposos fueron trastornados por la guerra, se tornaran en<br />

ángeles exterminadores de su propia gente.<br />

Los breves espacios entre conflictos no fueron suficientes<br />

para conseguir el sosiego, por el contrario, fueron<br />

los momentos propicios para cobrar cuentas, saldar deudas<br />

y desatar los odios para los que no alcanzó la guerra.<br />

Vidal Acosta, un tenebroso guerrillero que asoló los<br />

llanos del Tolima y que nunca quiso aceptar la derrota y<br />

los términos impuestos por el gobierno para la entrega de<br />

los liberales, al concluir la guerra de los Mil Días, su amargura<br />

fue suficiente como para voltear sus armas contra sus<br />

antiguos compañeros.<br />

Primero “cuatrerió” por los aledaños de Doima y luego<br />

se convirtió en una sombra que salía por los caminos para<br />

intimidar y humillar a las gentes. Su fama de valiente, conseguida<br />

con el filo de su machete al menos en dos guerras,<br />

y sus habilidades para el baile, la música y el jolgorio, no le<br />

alcanzaron para evitar que sus antiguos compañeros decidieran<br />

hacer “minga” para matarlo. Cosa que ocurrió pocos<br />

años después de terminada la guerra, en un baile<br />

organizado especialmente para ello.<br />

Sobre él, dos cosas sabían quienes hicieron concilio<br />

para sacarlo del camino y de paso cobrar la recompensa<br />

que el estado del Tolima daba por su vida: que era un


Guerras civiles v vida cotidiana<br />

G ru p o de<br />

M o ch u e lo s fren te a<br />

la hacienda de<br />

Soach a. R acin es y<br />

V illavece s.<br />

F o to gra fía. 18 7 7 .<br />

L o s voluntarios.<br />

Saffray.<br />

G rab ad o . 1869.<br />

B ib lio te ca L u is-<br />

A n g e l A ran go.<br />

M iscelán ea 232.<br />

R eclu tam ien to en<br />

la plaza de<br />

B o lívar. L in o<br />

L a ra .<br />

F o to gra fía. 1900.


L lan ero m ilitar.<br />

R am ó n T o rres<br />

M én d e z.<br />

B ib lio teca L u is-<br />

A n g e l A ran go.<br />

L a bandera de la<br />

revolución a la<br />

entrada de un<br />

c am p am en to<br />

liberal. P eregrino<br />

R ivera A rce.<br />

D ib u jo a lápiz.<br />

1900.<br />

L ib re ta de apuntes.<br />

M u se o N acion al<br />

N ° 3355-40.<br />

Soldad os liberales<br />

de distintos<br />

batallones en la<br />

troch a.<br />

P eregrin o R ivera<br />

A rce.<br />

D ib u jo a lápiz.<br />

1900.<br />

L ib re ta de dibujos.<br />

M u se o N acion al<br />

N ° 3355-31-


Guerras civiles y vida cotidiana | 305<br />

hombre bravo, difícil de matar; y que él podía resistirse a<br />

cualquier cosa, menos a un baile y a una mujer bonita.<br />

Allí, en Doima, en una casa prestada para la ocasión, el<br />

Cotudo Angelino Prada, después de verlo borracho y desarmado,<br />

le asestó por la espalda una puñalada que sólo logro<br />

quitarle la mitad de la vida, porque el resto se la quitaron<br />

sus compañeros a machete, después de corretearlo por<br />

tres cuadras.<br />

Sobre este episodio el poeta Darío Samper, escribió el<br />

siguiente verso:<br />

Vidal Acosta murió en una venta<br />

Vida! Acosta, murió una noche.<br />

Vidal Acosta, estaba borracho de aguardiente<br />

y de vino de palma, vino de Gualanday.<br />

Bailaba con una mujer de trenzas negras<br />

y en las trenzas alumbraban los cocuyos.<br />

Vidal Acosta, era el que sabía más canciones.<br />

Vidal Acosta, tenía el mejor caballo.<br />

Vidal Acosta, besaba mujeres.<br />

¡Vidal Acosta, llevaba la bandera!<br />

(Samper, Darío, Los guerrilleros-, Bogotá, 1936, pág. 20)<br />

De manera poco visionaria, casi que sin excepción, los<br />

vencedores buscaron hacer del fin de la guerra un espacio<br />

propicio para cobrar cuentas, y no era extraño que algunos<br />

generales y gobernantes decidieran aprovechar estas oportunidades<br />

para concluir lo que la contienda misma no les<br />

había permitido: exterminar físicamente a todos sus contrarios."<br />

Con lo que los rescoldos de las guerras se convirtieron<br />

en brasas donde se hirvieron nuevas pasiones.<br />

7. Aristides Fernández fue uno de estos altos funcionarios que entendió<br />

la guerra como el camino más corto para extirpar de Colomhia<br />

todo aquello que era considerado como contra natura, es decir, a los li-


3 0 6 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

Una forma frecuente de saltarse a la torera los acuerdos<br />

que amparaban la vida de los vencidos, era condenarlos<br />

a muerte antes de firmar los acuerdos y dejar expreso<br />

en el texto de su condena, que ningún acuerdo posterior<br />

podía invalidar esta decisión. Otra forma muy socorrida<br />

fue la de convertir la ley en una melcocha que se amasaba<br />

según las conveniencias, en la que los vencedores eran los<br />

encargados de trazar la línea que podía poner a los vencidos<br />

del lado de la vida o de la muerte. Con esta fórmula,<br />

fueron muchísimos los hombres que una vez terminadas<br />

las confrontaciones abonaron con su sangre la cadena de<br />

pasiones, que pocas veces permitió hacer distinciones claras<br />

entre las guerras y los períodos de paz.<br />

Uno de los más aberrantes ejemplos de esta práctica<br />

fue el proceso que, una vez concluida la guerra de los Mil<br />

Días, puso ante el pelotón de fusilamiento al general Victoriano<br />

Lorenzo, un indio Cholo que en el estado de Panamá<br />

contribuyó como nadie a las victorias liberales. Terminada<br />

la guerra, los vencedores decidieron liquidar la altivez que<br />

los indígenas habían asumido participando en la guerra,<br />

ejecutando a su figura más representativa, mientras el liberalismo<br />

enmudecía y agachaba la vista frente al amasijo<br />

legal e inoperante en que convirtieron los abogados acusadores<br />

los códigos y los tratados que amparaban la vida de<br />

este general.<br />

La falta de comunicaciones y las distancias que a paso<br />

de muía se hacían inmensas entre las regiones del país,<br />

permitieron que muchos verdugos alegaran no conocer lo<br />

que se había pactado y continuar asesinando con los códigos<br />

de la guerra entre sus manos.<br />

berales y a todos aquellos que no profesaran con fervor la fe católica.<br />

Hasta último momento, hasta después de los armisticios, Fernández<br />

trató de concluir la obra para la cual la guerra le resultó insuficiente.<br />

Donde pudo, hizo erigir cadalsos y desconoció los acuerdos.


Guerras civiles y vida cotidiana | 307<br />

A todo lo anterior se sumó la locura a la que derivaron<br />

algunos, a quienes la acumulación de tantas guerras y tantos<br />

muertos les trastornó la mente. Un ejemplo brutal de<br />

esta demencia fue la de un hombre bueno, trabajador y esposo<br />

ejemplar, que después de haber recorrido el país destripando<br />

conservadores, finalizó desmembrando a su hija<br />

de meses con el macabro argumento de que no quería<br />

pereques, cuando un soldado se la entregó para que la conociera.<br />

Igual suerte corrió su esposa cuando quería besarlo<br />

después de tres años de no verlo, esta vez el argumento<br />

para usar el machete fue el de tacharla de prostituta por<br />

estar metida en el campamento.<br />

Alí Villanueva, abanderado de una guerrilla liberal, era<br />

conocido por la inmensa amistad que lo unía a su primo<br />

Marcelo Suárez. De ellos decía la gente que antes que primos<br />

parecían hermanos. Pero sólo bastó que durante la<br />

última guerra cada uno decidiera formar en bandos contrarios,<br />

para que a su conclusión, donde antes había fraternidad<br />

y cariño, sólo cupiera un odio inenarrable. Hasta la<br />

casa de Marcelo llegó Alí a caballo y desde la silla, con la<br />

destreza de 1111 vaquero, enlazó a su primo y sin mediar<br />

palabra salió al galope, mientras en el extremo del rejo se<br />

despedazaba Marcelo contra las piedras del llano.<br />

Finalmente, podemos repetir que la vida cotidiana de<br />

las guerras fue casi la vida cotidiana del siglo xix, ya que el<br />

rosario de las confrontaciones hizo de este siglo un período<br />

de constante desasosiego, donde la vida en campaña<br />

fue parte del quehacer diario de esas generaciones. La historia<br />

de la vida de cualquier hombre de ese siglo, es, en la<br />

práctica una hoja de servicios militares. Muchos iniciaron<br />

de soldados en la Independencia y terminaron de generales<br />

en la República, después de ganarse un grado en cada<br />

guerra.


308 I CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />

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C ap ítu los d e una h isto ria c iv il y m ilita r d e C olom bia, B ogotá, Im ­<br />

prenta E léctrica, (s.f.e.).<br />

Guerras civiles y vida cotidiana | 309


Antiguo modo de viajar<br />

en Colombia<br />

F.FRAÍN<br />

S Á N C H E Z<br />

“ T ?<br />

J L /1 interés de moverse de un lugar a otro para absorber<br />

siempre nuevas impresiones”, escribió el geógrafo alemán<br />

Alfred Hettner a fines del siglo xix, “es algo extraño a los<br />

colombianos. La naturaleza no les inspira mayor entusiasmo,<br />

imponiéndoles los viajes, en cambio, molestias y<br />

sacrificios en medida tal que el aspecto de gozo se les va<br />

trocando en la sensación de un mal necesario”. Las molestias<br />

y sacrificios de que habla Hettner se hallan dramáticamente<br />

ilustrados en el siguiente pasaje de una carta de<br />

Manuel Ancízar a Pedro Fernández Madrid fechada en<br />

Vélez el 30 de marzo de 1850:<br />

ocho tlías tie fatigas cxccsivas, por medio de barriales sin fondo,<br />

por estos bosques vírgenes poblados de micos, váquiras,<br />

tigres y cuanto la naturaleza salvaje ostenta en sus soledades,<br />

y ocho días de mal comer y peor dormir, respirando una atmósfera<br />

opresora, llenos de garrapatas y barro v bebiendo<br />

aguas que Dios no crió para beber, dieron con nuestra salud al<br />

traste y con nuestros cuerpos en cama.<br />

Pero aun allí donde no había tigres ni vastas soledades,<br />

no eran menores las protestas de los viajeros: “¡Dios mío!


312 I F.FRAÍN SÁNCHEZ<br />

IQué mal camino! ¡Qué calor tan sofocante! IQué posada<br />

tan terrible!”, eran exclamaciones que por doquier llegaban<br />

a oídos de Hettner en sus viajes por Colombia entre 1882 y<br />

1884.<br />

Los factores que históricamente han determinado el<br />

modo y la frecuencia de los desplazamientos humanos de<br />

un punto a otro son, desde luego, la configuración del<br />

terreno y la evolución de los medios de transporte. En<br />

Colombia, esta evolución presenta hitos claramente discernibles.<br />

El primero lo marca la llegada de los españoles,<br />

a principios del siglo xvi y que trajo consigo el caballo y<br />

la rueda, la cual, sin embargo, debió esperar otros cuatrocientos<br />

años para naturalizarse en el país. El segundo hito<br />

fiie la introducción de la navegación a vapor por el río<br />

Magdalena, en 1825. Treinta años más tarde el gobierno<br />

adoptaría las primeras determinaciones tendientes al establecimiento<br />

del ferrocarril, que no se llevarían realmente a<br />

la práctica sino desde comienzos de la década de 1880.<br />

Los albores del presente siglo vieron la llegada de los primeros<br />

automóviles, cuyo principal inconveniente era la<br />

falta casi total de carreteras. Pero el verdadero salto en<br />

materia de transportes se verificó en la década de 1920,<br />

cuando tuvo lugar la que se ha denominado “revolución en<br />

las carreteras”, que fue acompañada por una “revolución<br />

en los ferrocarriles”, y a las cuales se unió la instauración<br />

de los primeros servicios aéreos regulares para pasajeros.<br />

Aun cuando los alcances de las mencionadas “revoluciones”<br />

fueron más bien modestos si se piensa en términos de<br />

su cubrimiento nacional y en su continuidad, puede<br />

afirmarse que la década de 1920 es la que parte en dos la<br />

historia de los modos de viajar en Colombia.<br />

Con anterioridad a 1920, la geografía de las comunicaciones<br />

en el país era sensiblemente menos compleja que la<br />

actual. A la carencia de sistemas modernos de transporte


Antiguo modo de viajar en Colombia | 313<br />

se sumaba la menor densidad de población y, en consecuencia,<br />

la mayor dispersión y lejanía de los centros urbanos<br />

entre sí. Los valles y mesetas de las cordilleras oriental<br />

y occidental daban asiento a las principales ciudades del<br />

interior, de las cuales las más importantes eran, en la cordillera<br />

oriental, Tunja y Bogotá, capital del país. En la occidental,<br />

los mayores centros eran Medellin, Cali, Popayán<br />

y Pasto. Sobre el mar Caribe, Cartagena, Barranquilla y<br />

Santa Marta constituían los puntos focales de la comunicación<br />

de Colombia con el exterior.<br />

Las comunicaciones seguían los ejes impuestos por la<br />

geografía. El Río Grande de la Magdalena era la columna<br />

vertebral de la nación, y este papel lo conservó desde los<br />

primeros años de la conquista española hasta mediados<br />

del presente siglo. Ejes verticales menores eran la ruta de<br />

Bogotá al Magdalena por Vélez y las sierras del Opón, la<br />

ruta de Cali y Popayán hacia Quito, y los ríos Atrato y San<br />

Juan, por donde se ingresaba a la extensa y desierta provincia<br />

del Chocó. Los ejes horizontales y oblicuos, sin contar<br />

el camino de Cali a Buenaventura, se orientaban en dirección<br />

al Magdalena. Los principales eran las vías de Bogotá<br />

al gran río por Villeta y Honda y luego por Tocaima y<br />

Girardot, la ruta de Medellin al Magdalena por Puerto<br />

Nare, y las que, partiendo de las provincias del sur, llegaban<br />

al Magdalena y a Bogotá por el Páramo de Guanacas<br />

y Neiva, y el Páramo del Quindío e Ibagué.<br />

Muchas de las rutas y hábitos de viaje que prevalecieron<br />

hasta bien entrado el siglo xx se remontan a la noc:1.<br />

anterior a la Conquista. No se sabe de la existencia en territorio<br />

colombiano de caminos precolombinos de larga<br />

distancia como las monumentales sendas que construyó el<br />

imperio incaico y que se extendían a lo largo de la cordillera<br />

de los Andes desde Chile hasta el Ecuador. Presumiblemente,<br />

el intercambio de larga distancia se hacía


3 1 4 I EFRAÍN SANCHEZ<br />

indirectamente, siguiendo una cadena de trayectos breves<br />

demarcados por puntos estratégicos para el trueque de los<br />

productos. El adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada se<br />

percató de la existencia de uno de dichos puntos de trueque<br />

en la localidad de Tora, donde desaparecía la sal de<br />

grano procedente del mar y aparecía la sal en grandes panes<br />

explotada por los indígenas del altiplano. Por otra parte,<br />

sin embargo, existe amplia evidencia de rutas cortas e<br />

intermedias que formaban redes de comunicación de cierta<br />

complejidad. Las más sorprendentes por su refinamiento<br />

técnico son sin duda las de la Sierra Nevada de Santa<br />

Marta.<br />

Aparte de las rutas precolombinas posteriormente<br />

adoptadas por los colonizadores españoles y convertidas<br />

en caminos reales, quizás el legado más apreciable que los<br />

pueblos prehispánicos colombianos dejaron a sus descendientes<br />

criollos en el campo de las comunicaciones, fue el<br />

principio de viajar en línea recta. Obviamente, se trataba<br />

de buscar la distancia más corta entre dos puntos con el<br />

propósito de aminorar el tiempo de viaje. El viajero blanco<br />

no se detenía a meditar sobre esta útil y harto elemental<br />

norma cuando se trataba de recorrer territorio plano. Pero,<br />

para su desazón, la norma regía también en territorio montañoso.<br />

Manuel Ancízar, en su recorrido por las provincias<br />

del norte entre 1850 y 18 51, tomó nota de sus sentimientos:<br />

Poco a poco y en profundo silencio trepamos hasta arriba:<br />

el maldito camino, como es uso y costumbre en la mayor<br />

parte de los nuestros, sube a la cima misma del picacho aprovechando<br />

toda la altura para después proporcionar el placer<br />

de una bajada correspondiente: así las agradables emociones<br />

del tránsito se prolongan hasta que no hay dónde encaramar­


Antiguo modo de viajar en Colombia | 315<br />

se. como si se hubiese querido poner a prueba la serenidad del<br />

viandante y la fortaleza de las bestias.<br />

Las bestias eran un lujo del cual los indios estaban casi<br />

siempre privados, pero esto no quiere decir que no dispusieran<br />

de medios para transportarse adaptados a su singular<br />

sistema de caminos. Charles SafFray, en el relato de su<br />

viaje de 1870, escribe:<br />

Ix>s indios de Royará son pesados de cuerpo y de espíritu<br />

c indolentes... No se les puede ocupar como criados, pero<br />

como correos no tienen rival, lillos son los que han inventado<br />

el caballo de paja, excelente para viajar en sus montañas cónicas.<br />

cubiertas de césped casi por todas partes. Este caballo de<br />

paja consiste simplemente en un haz de largas yerbas; durante<br />

la subida, el indio se lo carga al hombro, pero en la bajada se<br />

pone sobre él en cuclillas; cógele por el cuello, mientras la<br />

cola arrastra por detrás, y por la sola fuerza de la gravedad,<br />

hombre y montura descienden rápidamente.<br />

La conquista española trajo consigo la necesidad de<br />

cubrir largas distancias. En su búsqueda de El Dorado, los<br />

españoles se adentraron en el territorio y en pocos años se<br />

había explorado la mayor parte del curso del Río Grande<br />

de la Magdalena. El descubrimiento y conquista del Nuevo<br />

Reino de Granada, como llamó inicialmente Quesada<br />

al altiplano de Cundinamarca y Boyacá, hizo vislumbrar la<br />

futura trascendencia geopolítica del río. El establecimiento<br />

en 1550 de la Real Audiencia en Santa Fe consolidó su papel<br />

de ruta inevitable hacia y desde el exterior y, en forma<br />

concordante, aumentó progresivamente la navegación.<br />

Pero, no obstante su importancia histórica y el creciente<br />

tráfico en ambas direcciones, durante el largo período<br />

transcurrido desde la fundación por los españoles de los


316 I F.FRAÍN SÁNCHEZ<br />

principales puertos ribereños y la apertura del canal del<br />

Dique a fines del siglo xvn, hasta la construcción del ferrocarril<br />

de Honda a La Dorada a principios de la década de<br />

1880, el paisaje humano del río cambió poco. Así lo describió<br />

José María Samper en la década de i860:<br />

Desde el puerto de Honda hasta el de Calamar, en un<br />

trayecto de cerca de 130 leguas [una legua granadina equivalía<br />

a 5 km.], no se encuentran, pues, sino 28 poblaciones sobre<br />

las márgenes del Magdalena (contando dos ciudades), de las<br />

cuales 12 pertenecen en la ribera derecha a los estados de<br />

Cundinamarca y Magdalena, y 13, en la ribera izquierda, corresponden<br />

a los estados de Antioquia y Bolívar. El total de<br />

habitantes de esos pueblos, excluyendo a Honda, que no pertenece<br />

al bajo Magdalena, no pasa de la cifra miserable de<br />

16.000, de los cuales más de 7.000 pertenecen a la ciudad de<br />

Mompox... La naturaleza reina allí, teniendo por esclavo al<br />

hombre.<br />

No todos los hombres, claro está, compartían el mismo<br />

grado de esclavitud en el gran río de Colombia.<br />

Durante el siglo posterior a la entrada inicial de Quesada<br />

al Magdalena a bordo de “ciertos bergantines”, en el<br />

año de 1536, el medio de navegación predominante en el<br />

río fiie la ancestral canoa indígena, construida en una sola<br />

pieza del tronco de corpulentos árboles. En esta primera<br />

fase de navegación del Magdalena se empleaba en la boga<br />

a indígenas desarraigados del altiplano y trasladados a la<br />

fuerza a las ardientes regiones de los cursos medio y bajo<br />

del río. Los efectos del abuso sobre la población indígena<br />

fueron letales: irreconciliables con el pestífero clima y el<br />

extenuante trabajo de la boga, los indios morían “como<br />

moscas”, según la socorrida expresión que usaban los con­


Antiguo modo de viajar en Colombia | 317<br />

quistadores. Ya en 1579 el licenciado Juan Bautista Monzón<br />

informaba al rey Felipe 11 que<br />

en la costa de este Río Grande al tiempo que los españoles<br />

entraron a este Reino, que hará cuarenta años, pasaban de setenta<br />

mil los indios; con los excesivos trabajos de la boga y<br />

malos tratamientos que se les han hecho han muerto cincuenta<br />

y nueve mil y más, porque yo tengo por muy cierto que no<br />

hay ochocientos indios. La ofensa que a Dios se ha hecho la<br />

podrá Vuestra Majestad ver.<br />

La súbita mengua de la población indígena, por otra<br />

parte, dio pretexto a varios corresponsales del rey con intereses<br />

en localidades distintas al río, para sugerir la suspensión<br />

total de la navegación del Magdalena y la apertura<br />

de un camino de Pamplona al lago de Maracaibo, que debería<br />

convertirse en la ruta de salida y entrada a la Nueva<br />

Granada. Esta iniciativa no contó con el necesario apoyo,<br />

y, para despecho de sus proponentes, se inició la navegación<br />

del Magdalena, a comienzos del siglo xvn, con<br />

champanes tripulados por bogas nativos de las riberas del<br />

río. La canoa, sin embargo, nunca fue del todo abandonada<br />

en la Nueva Granada, particularmente en la navegación<br />

de los ríos menores.<br />

Navegar en canoa, o piragua, especialmente para el<br />

viajero europeo recién llegado, no era cosa de poca monta.<br />

El francés Gaspard Mollien relata vividamente su experiencia<br />

al bajar por el Dagua hacia el Pacífico:<br />

Al día siguiente de nuestra llegada a Las Juntas me dispuse<br />

a embarcarme en el Dagua, a pesar de que durante la noche<br />

estalló una tormenta que aumentó considerablemente su caudal,<br />

pero quería llegar cuanto antes a buenaventura. Además,<br />

no conocía los peligros que me habían descrito, y pense que


3 1 8 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

con ello sólo querían asustarme con objeto de hacerme renunciar<br />

a mi proyecto y a prolongar mi estancia aquí... Me<br />

proporcionaron dos negros reputados como marineros excelentes<br />

y una piragua larga y estrecha. Mis bártulos, para no<br />

comprometer el equilibrio, se cargaron por pesos iguales en<br />

cada uno de los extremos de la embarcación; se me reservó<br />

un espacio de tres pies en el centro para que acomodase mi<br />

persona, que habría de ir casi doblada en dos; los negros, uno<br />

empuñando un remo v el otro una pértiga, se colocaron a<br />

proa y a popa de la piragua: cuando todo estuvo listo se soltó<br />

la amarra que nos retenía a la orilla, y en el acto nos arrastró la<br />

corriente con la velocidad de una flecha y nos llevó ante un<br />

verdadero muro de rocas que las aguas franqueaban con un<br />

ruido espantoso. ¿Por dónde se podría pasar?, esto lúe lo que<br />

me pregunté a la vista de un escollo tan temible; más rápida<br />

aún que el pensamiento, la piragua, dirigida con pasmosa habilidad,<br />

se embocó por una abertura estrechísima y se deslizó<br />

en aguas ya más tranquilas... F.stos peligros de tan nueva especie<br />

impresionan al viajero que, aprisionado en el centro de la<br />

piragua y sin atreverse ni siquiera a parpadear para no ocasionar<br />

un naufragio, maquinalmente suspira de satisfacción cada<br />

vez que se ha evitado un escollo o que se ha franqueado un<br />

raudal; esto me sucedía también a mí, y los negros, tomando<br />

mis suspiros de alegría por lamentos me preguntaban con irónica<br />

tranquilidad: ¿Se ha mojado el señor?<br />

El dominio del champán del Magdalena, que al igual<br />

que la canoa jamás se ha extinguido y aún hoy, literalmente,<br />

sigue en boga, duró más de doscientos cincuenta años.<br />

Sus ventajas sobre canoas y piraguas se reducían a su mayor<br />

capacidad de carga y pasajeros, así como a la mayor<br />

seguridad que en comparación ofrecían ante los raudales y<br />

corrientes perversas del río. Pero en verdad no las superaban<br />

apreciablemente en rapidez ni en comodidad para los


Antiguo modo de viajar en Colombia 1319<br />

viajeros. El coronel William Duane, experimentado viajero<br />

de champán trae en sus relatos de viaje una singular y minuciosa<br />

descripción de la embarcación:<br />

F,1 champán deriva su nombre de un árbol muy corpulento<br />

de la América del Sur, denominado champacada. En las<br />

zonas bañadas por los grandes ríos interiores, se les construye<br />

en forma análoga y bastante primitiva, con madera maciza<br />

extraída principalmente de una especie de cedro, cuya fibra lo<br />

asemeja a la teca hindú... Posee la peculiaridad, similar a la de<br />

los otros árboles ya citados, de ser resistente a la desintegración<br />

o descomposición bajo la acción del agua, y como es invulnerable<br />

ante el ataque de insectos o gusanos, puede durar<br />

tiempos inmemoriales, si no es destruido por la violencia de<br />

los elementos o de cualquier otra índole. Se le da una longitud<br />

de cincuenta a ciento cincuenta pies, y un ancho de cuatro a<br />

veintiséis, con un remate corvo muy pronunciado en ambos<br />

extremos. La madera principal del fondo es siempre plana y<br />

de grosor proporcional, constituida generalmente por un solo<br />

árbol de proa a popa... Por lo común, el champán descargado<br />

flota con cuatro o cinco pies sobre el agua, y muy pocas veces<br />

cala más de tres o cuatro pies, aun con las cargas más pesadas...<br />

Las cargas de mercancías se estiban en el centro del barco,<br />

forradas con esteras y recubiertas adicionalmente. Cuando<br />

hay distintas cargas, se las divide con otras esteras de tosco<br />

tejido, a manera de tabiques. También quedan separados ciertos<br />

productos como cacao, café, algodón, tabaco, maíz, cueros,<br />

etc. Kl único sitio que pueden ocupar los pasajeros es en<br />

la parte delantera o trasera de las cargas, o sea en proa y popa,<br />

como dicen los marineros. K11 efecto, esas son las partes que<br />

quedan a la intemperie, pues el resto está cubierto por un techo<br />

de fuertes arbustos o zarzos, que se extiende hasta cada<br />

una de las bordas, constituyendo un arco; esa techumbre tiene<br />

que ser necesariamente sólida, ya que en su parte superior


320 I FFRAÍN SÁNCHEZ<br />

es donde se sitúan los bogas cuando impelen la embarcación<br />

-provistos de una pértiga- en sentido contrario al de la corriente.<br />

Cuando se trata de ir aguas abajo, allí también duermen<br />

o reposan, aunque carece de barandilla de hierro, o de<br />

cuerdas que los resguarden de caer al río.<br />

Ningún cronista viajero de cuantos navegaron el Magdalena<br />

dejó de apreciar la rudeza del trabajo de los bogas,<br />

y su vida miserable y esforzada recibió tributo en los versos<br />

de Candelario Obeso y Nicolás Guillén. El francés<br />

Auguste Le Moyne describió así la faena de los bogas:<br />

Lx d s bateleros que teníamos a bordo eran trece, con el patrón<br />

que a la vez hacía de piloto. Pertenecían a esa clase de<br />

gente que en el país se llaman bogas y que se reclutan entre<br />

los negros, los mulatos y los indios de sangre mezclada. Antes<br />

de empezar el trabajo penosísimo a que se iban a entregar,<br />

nuestros hombres, como suelen hacerlo en casos semejantes<br />

en cuanto no están a la vista de las ciudades, se despojaron de<br />

todas las prendas de vestir, no conservando más que un<br />

calzoncillo corto, unos, y otros unos trapos alrededor de la<br />

cintura; lo único que conservaron todos para protegerse del<br />

sol fiie un gran chambergo de paja de copa muy alta... Cuando<br />

el patrón dio la señal de emprender la marcha se alinearon<br />

seis a cada lado de la proa de la embarcación y, después de<br />

haber hundido sus pértigas en el agua y apoyado el otro extremo<br />

de las mismas contra el hombro, empujaron haciendo<br />

avanzar el barco con sus esfuerzos al andar con cadencia por<br />

el puente, acompañando esa especie de danza con gritos ensordecedores<br />

mezclados con tantas blasfemias como<br />

invocaciones a la virgen... No hay que pensar que después de<br />

hecho el primer esfuerzo el trabajo de esos desgraciados se<br />

aminora, ya que sólo por el esfuerzo continuado y el continuo<br />

avanzar de ellos sobre el puente es como se puede contener y


Antiguo modo de viajar en Colom bia<br />

Camino C ali - Buenaventura.<br />

Archivo General de la N ación. M apoteca 6 N ° 72.<br />

Champán del M agdalena. Josep Brown.<br />

Acuarela. 1840.<br />

Tipos y costumbres de la N ueva Granada. Fondo Cultural<br />

Cafetero. 1989.


Paso del Q uindío entre Ibagué y<br />

Cartago.<br />

G rabado coloreado.<br />

D ’O rbigny Alcide. Voyage<br />

pittoresque dans les deux Ame'riques.<br />

C hez L . Tendré Libraire - Editeur.<br />

París. 1836.<br />

Biblioteca Luis-A ngel Arango. 918<br />

o 7 IV .<br />

E l paso de la<br />

Angostura. Vapor.<br />

G rabado.<br />

André. M . E .<br />

América Pintoresca.<br />

T om o iii.<br />

M ontaner y Sim ón<br />

Editores.<br />

Barcelona. 1884.<br />

Estación de Barranquilla.<br />

G rabado.<br />

André. M . E . Ame'rica Pintoresca.<br />

T om o iii. M ontaner y Sim ón<br />

Editores. Barcelona. 1884.


Antiguo modo de viajar en Colombia | 321<br />

hacer avanzar la em barcación contra la corriente; la única<br />

ventaja que tienen consiste en que a partir de ese mom ento,<br />

por la rotación que establecen, es sólo la mitad de la tripulación<br />

la que em puja con las pértigas, mientras la otra mitad<br />

vuelve sobre sus pasos para tom ar su puesto en el m ovim iento<br />

de propulsión del barco. F.stas maniobras, cuando la tripulación<br />

las realiza concienzudam ente, duran desde las seis de la<br />

mañana hasta las seis de la tarde, sin más interrupción que la<br />

obligada durante los ratos dedicados al alm uerzo v a la com i­<br />

da. D esde luego, un europeo por robusto que sea y por acostum<br />

brado que esté a las más rudas faenas no podría bajo este<br />

sol de fuego de los trópicos soportar un solo día las fatigas de<br />

sem ejante oficio y por descontado las gentes del país que voluntariam<br />

ente se dedican a él no alcanzan más que en casos<br />

contados una edad avanzada, pues estos trabajos, unidos a la<br />

vida desordenada que llevan, suelen tener por consecuencia<br />

inevitable una serie de dolorosas enferm edades y prematuras<br />

incapacidades para el trabajo.<br />

Cuando Nicolás Guillén suspiraba en sus versos “¡Ay,<br />

qué lejos Barranquilla!”, ciertamente estaba lejos de interpretar<br />

lo que el boga debía sentir cuando el trayecto era<br />

hacia Honda.<br />

La travesía a bordo de un champán desde Barranquilla<br />

hasta las bodegas de Honda, donde los viajeros iniciaban<br />

el ascenso a la altiplanicie, tardaba un mínimo de cuatro<br />

semanas. Pero la estación, las crecientes del río, el grado de<br />

sometimiento de los bogas y los imprevistos, podían hacer<br />

que la navegación se prolongara hasta tres meses. La distancia<br />

entre los dos puertos es de poco más de 190 leguas,<br />

es decir, 950 km. Antes de emprender la larga travesía, el<br />

viajero debía aprovisionarse convenientemente. El capitán<br />

Charles Stuart Cochrane, dejó constancia de su previsivo<br />

carácter en sus notas de viaje:


22 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

Fara viajar en esta región se necesita llevar una pequeña<br />

cuja hecha de tal m anera que sea fácilm ente desarm able, con<br />

un toldo o cubierta m edianam ente gruesa, para aislarse de los<br />

m osquitos y los pequeños jejenes, pues los hilos de un m osquitero<br />

com ún, com o los que se usan en Barbados, no son lo<br />

suficientem ente tupidos com o para im pedir la entrada de los<br />

jejenes... el viajero debe así m ism o procurarse de dos o tres<br />

vestidos de tela de algodón, con m edias del m ism o material<br />

en lugar de calcetines; la chaqueta suelta y abotonada hasta el<br />

cuello. F,1 color blanco no atrae al sol, y se siente fresco y<br />

agradable; es fácil de lavar, y seca pronto, al dejarse sobre el<br />

toldo. Se necesitan dos som breros de paja: uno para estar en<br />

la canoa, otro para diversas ocasiones. A m bos deben tener<br />

alas anchas. I^os zapatos de tela gruesa, con suelas de cuero,<br />

son m ás cóm odos y agradables para los pies, así com o un par<br />

de zapatos ingleses para cam inar en el fango. E s im prescindible<br />

una cincha con pistoleras; una espada, una daga, un par de<br />

pistolas de bolsillo, una ham aca para recostarse de día, dos<br />

buenas esteras, una para estar en la canoa, y la otra ajustada a<br />

la basta tela de la cam a para im pedir de noche la entrada de<br />

los mosquitos... En estos lugares debe tenerse todo cuanto sea<br />

posible de vino, té, café, chocolate, azúcar y sal, adem ás de<br />

carne curada, jam ón, lenguas, aves vivas, huevos y galletas, y<br />

m ucho tocino o grasa de cerdo curada para freír huevos, junto<br />

con un surtido suficiente de plátanos y de carne seca salada<br />

para los bogas, cuya alim entación y pago corren por cuenta<br />

del viajero... E os utensilios de cocina necesarios son una<br />

chocolatera grande de cobre, una vasija, también de cobre,<br />

para hacer sopa, otra para picadillo y guisados, una tercera,<br />

ancha, para freír huevos, dos platos de latón, dos copas de estaño<br />

para beber, y una m edida pequeña de estaño para servir<br />

licor a los bogas, que no trabajan bien sin su porción de anís<br />

de la localidad... N o deben olvidarse los cuchillos, tenedores,<br />

cucharas y pequeños m anteles de dril, de una yarda cuadrada,


Antiguo modo de viajaren Colombia | 323<br />

más o menos... Aquí se necesita tener una reserva de moneda<br />

sencilla: dólares, cuartos de dólar, reales, m edias y cuartillos<br />

Raras veces los medios pecuniarios del viajero o la capacidad<br />

del champán permitían tantos refinamientos como<br />

los prescritos por Cochrane. Casi siempre el viajero<br />

sólo disponía de espacio suficiente para colocar a bordo un<br />

baúl con sus pertenencias, sobre el cual debía dormir. El<br />

toldo y el mosquitero eran lujos que la altura de la techumbre<br />

no permitían en la mayoría de los champanes, y para<br />

prevenir en cuanto era posible la picadura de los insectos,<br />

el viajero debía dormir con las botas puestas y vestido con<br />

las ropas más gruesas de que dispusiera, a riesgo de cocinarse<br />

vivo en el infernal calor del Magdalena.<br />

Las crónicas de los viajeros abundan en detalles sobre<br />

los numerosos peligros e incomodidades a que se veían<br />

sometidos, sin más consuelo que el lento avance de la embarcación,<br />

los gritos ensordecedores de los bogas, y la zozobra<br />

constante que producían las inevitables historias<br />

sobre la ferocidad de los caimanes que infestaban el río y el<br />

inminente riesgo de ser mordido por una serpiente.<br />

Un itinerario típico del ascenso por el Magdalena en<br />

champán fue el cumplido por el capitán Cochrane en<br />

18 23: partió de Soledad el 3 de abril, y ese día su embarcación<br />

pasó a la vista de Sitio Nuevo, pasando la noche en<br />

Remolino. El día 4, tras “una buena jornada” de 10 leguas,<br />

alcanzó El Piñón. El 5 estaba en Barranca Nueva, y el 7 a<br />

las 8 de la noche había llegado a Plato. El 14 el champán<br />

partió de M om pox y en medio de numerosas dificultades<br />

con los bogas llegó en la madrugada del 25 a Morales, en<br />

la Isla de Gamarra. El 29 de abril se encontraba en San Pablo,<br />

uno de los principales puntos de referencia en la navegación<br />

del Magdalena. El invierno había hecho crecer<br />

considerablemente las aguas, lo cual dificultaba aun más el


3 2 4 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

avance. En los siguientes días pasó por San Bartolomé y<br />

Garrapata, alcanzando el 12 de mayo uno de los parajes<br />

más temibles para los navegantes del Magdalena: el paso<br />

de Angostura, donde la rápida corriente forma peligrosos<br />

remolinos y las altas riberas no permiten tocar tierra.<br />

Cochrane afirma, sin embargo, que su champán atravesó<br />

el paso en sólo diez minutos. El mismo día llegó a Nare,<br />

donde se desprende la ruta hacia Medellin. El 16 pasó la<br />

noche en Buenavista, cerca a la desembocadura del río La<br />

Miel. Por fin, el 20 de mayo, la embarcación llegó a las bodegas<br />

de Honda.<br />

La introducción de la navegación a vapor representó<br />

una indudable mejora en las condiciones y el tiempo de<br />

viaje. Los primeros vapores que subieron el M agdalena<br />

fueron el “Fidelidad”, el “General Santander”, fabricado en<br />

Nueva York, y el “Gran Bolívar”, traídos por Juan Bernardo<br />

Elbers en virtud del privilegio que le había concedido el<br />

Congreso de Colombia en 1823. Según los términos del<br />

privilegio, el terminal de los vapores se estableció en el Peñón<br />

de Conejo, un poco más abajo de Honda, a donde el<br />

“General Santander” llegó el 2 1 de octubre de 1825 en su<br />

viaje inicial. Los primeros vapores, no obstante, no satisfacían<br />

las exigencias de la difícil navegación del Magdalena,<br />

y debió esperarse hasta mediados de siglo para que aquella<br />

se regularizara. Pero ya en 1882 más de veinte vapores cubrían<br />

las rutas del Magdalena.<br />

Alfred Hettner, describiendo el vapor, señala que<br />

sus características m ás sobresalientes y determ inantes de sil<br />

llam ativo aspecto exterior son la enorm e rueda de paletas en<br />

la popa y su quilla extrem adam ente panda y ancha, que provee,<br />

a manera de prim era cubierta, un espacio am plio para la<br />

máquina y las provisiones, tanto de leña com o las alim enticias,<br />

dando al m ism o tiem po cabida para la estada de la tripu­


Antiguo modo de viajar en Colombia | 325<br />

lación y los pasajeros de segunda clase. Encim a de este lugar<br />

se eleva, con apoyo en pilares de madera, la segunda cubierta,<br />

diseñada en forma diferente en cada barco. El “M ontoya”<br />

em pieza con una extensión libre en la parte delantera, destinada<br />

a la com odidad de los pasajeros durante el día. aprovechando<br />

que el viento contrario los alivia un poco del calor<br />

sofocante cuando la nave está en m archa. Sigue el corredor<br />

con pequeños cam arotes a lado y lado; cada uno de estos tiene<br />

un recargo de $ 10 sobre el precio del pasaje, que es de $50.<br />

Para los dem ás pasajeros, lo m ism o que para los m ozos, las<br />

cam as se tienden en la sala y en la parte delantera ya descrita.<br />

Al efecto se usan catres, m uy acostum brados en tierra caliente<br />

y sum am ente prácticos... D os cubiertas, de extensión reducida,<br />

que sobresalen de la segunda, abarcan la habitación del<br />

capitán y la rueda del timón.<br />

Otra impresión tuvo el boliviano Alcides Arguedas<br />

cuando le tocó abordar el vapor Jim énez López en 1929:<br />

I -os cam arotes son m inúsculos y sus puertas se abren sobre<br />

el corredor, que ocupa el centro del barco. C ada cam arote<br />

tiene dos camas, una encim a de la otra. Ea de abajo parece<br />

más confortable porque lleva lona, la de encim a tiene una<br />

plancha dura de m adera y un delgado colchoncillo. Se ven<br />

pocos utensilios de uso indispensable; una especie de mesa de<br />

noche, lavabo de metal con su jarra de hierro enlozado, un<br />

bañador y su balde. Y eso es to d o ... En el cam arote el term ó­<br />

m etro m arca 34 grados y es un horno.<br />

Hettner tuvo la suerte de ascender el Magdalena en<br />

uno de los vapores más veloces que habían surcado el río.<br />

Había salido de Barranquilla el 3 1 de julio de 1882, alcanzando<br />

la bodega de Conejo el 7 de agosto siguiente. Cuatro<br />

años más tarde, el “Federico M ontoya” establecería


3 2 6 | EFRAÍN SANCHEZ<br />

una marca de velocidad, al hacer el recorrido en poco más<br />

de cinco días. Sin embargo, el viajero del Magdalena debía<br />

contar con una travesía que en promedio tardaba alrededor<br />

de quince días.<br />

Después de arrostrar com o podía los padecimientos de<br />

la navegación, el viajero debía prepararse para las torturas<br />

del recorrido por tierra hasta llegar a su destino. Si su destino<br />

era Medellin, luego de dejar en Nare el champán o el<br />

vapor, debía viajar entre cuatro o cinco días, según la estación,<br />

para cubrir las treinta leguas de la ruta, subiendo inicialmente<br />

en canoa por el río Nare hasta la Bodega de San<br />

Cristóbal, para luego tomar el camino de montaña que lo<br />

conduciría a Medellin por Marinilla y Rionegro. Si su destino<br />

era Bogotá, y había tenido la suerte de navegar el<br />

Magdalena a bordo de un vapor hasta la bodega de C onejo<br />

o hasta la Vuelta de la M adre de Dios, debía abordar allí<br />

un champán que en cinco horas lo conduciría hasta H onda.<br />

Desde allí la ruta seguía a Guaduas, el Alto del Trigo y<br />

Villeta, a donde, contando con buena resistencia propia y<br />

de la cabalgadura, se podía llegar en una jornada. A l cabo<br />

de una nueva jornada, el viajero con sus bestias llegaba a<br />

Los Manzanos, después de haber pasado por Sasaima y<br />

Agualarga. Un día más y hacía su entrada a Bogotá por<br />

San Victorino.<br />

El tiempo que demoraban los viajes terrestres en la<br />

Nueva Granada dependía, obviamente, de la naturaleza y<br />

el estado de las vías y de los medios de locomoción. Podría<br />

suponerse que los mejores caminos se hallaban en los alrededores<br />

de las principales ciudades y especialmente en los<br />

terrenos planos, com o la sabana de Bogotá. N o obstante,<br />

los dos caminos principales de la sabana, a saber, el camino<br />

del Norte, que conducía al puente del Común, en la<br />

ruta hacia Tunja y el camino de occidente, que llevaba a<br />

Facatativá, en la vía al Magdalena, presentaban inconve­


Antiguo tnodo de viajaren Colombia | 327<br />

nientes tales que muchos trechos quedaban vedados, especialmente<br />

en las temporadas lluviosas, al tráfico de vehículos<br />

de ruedas. El camino del norte inicialmente bordeaba<br />

los cerros orientales de la sabana hasta la fuente de Torca<br />

y desde allí hasta el Puente del Común, siguiendo la vía<br />

que después se denominó Alameda Vieja. Sin embargo,<br />

desde 1793, el gobierno colonial se había propuesto la<br />

apertura de un camino real que condujera en línea recta<br />

hasta Torca, obra cuyo diseño se confió a Domingo Es-<br />

quiaqui, quien acababa de concluir el histórico puente. Las<br />

dificultades financieras, topográficas y de otros ordenes,<br />

hicieron que en la construcción de dicho camino se em ­<br />

pleara poco más de 90 años. Sobre el camino de occidente,<br />

refiere José María Cordovez M oure que<br />

tocó a la Adm inistración Ejecutiva del general Jo sé Hilario<br />

L ópez la celebración del contrato con los señores D e la T orre<br />

para construir la calzada de Bogotá a Facatativá, m ediante el<br />

pago de cuatro pesos por cada m etro lineal, con anchura de<br />

ocho m etros. L o s envidiosos de entonces lo llamaron camino<br />

de terciopelo, porque ese era en aquel tiem po el precio del m e­<br />

tro de tan rica tela.<br />

Aun cuando para 1884 ya existía “un buen camino que<br />

conduce de la sabana a Tocaim a y que, salvo en uno o dos<br />

trayectos, permite la conducción en ruedas hasta de los<br />

más grandes bultos, como pianos, trapiches, etc.”, según<br />

informó la prensa, pocos en verdad eran tan suaves como<br />

el “camino de terciopelo”. Las crónicas de viajeros rebosan<br />

en observaciones como la siguiente, en la cual Manuel<br />

Ancízar describe la “vía” de Vélez al Magdalena<br />

el cam ino cesa de ser una vía transitable y com ienza en continua<br />

sucesión de subidas y bajadas por cerros abruptos, gredo-


3 2 8 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

sos y constantem ente em papados en lo alto por las lluvias, y<br />

en lo bajo por manantiales que aflojan el terreno form ando<br />

pantanos pegajosos en que las bestias se hunden y fatigan, y<br />

pierden hasta el instinto de elegir lo m enos peligroso.<br />

Las opciones del viajero en materia de medios de locomoción<br />

no podían, pues, ser muy amplias. Alfred Hettner<br />

las describe así:<br />

A pie acostum bra a m overse solam ente la gente que forma<br />

la clase baja, o sea los peones y los arrendatarios de pocos<br />

recursos, constituyendo la cabalgadura el prim er objeto de<br />

lujo que se regala a un colom biano, para seguir luego con el<br />

galápago y las guarniciones. Presum ir tal actitud inspirada en<br />

mera pereza es un error que com etí al llegar al país, para co ­<br />

rregirlo bien pronto, al experim entar en carne propia lo poco<br />

aconsejable que sería tratar de recorrer las regiones a pie, de<br />

acuerdo con nuestra costum bre... Realm ente los sinsabores<br />

que esperan al viajero pedestre no son de poca monta, em pezando<br />

por las incontables pendientes y las lam entables condiciones<br />

de los cam inos, lo m ism o que las num erosas quebradas<br />

que en su cruce obligan cada vez al baño de los pies con el<br />

calzado puesto. A gregando a esto el calor sofocante de los<br />

trópicos y la fuerza de los rayos del sol en su caída vertical,<br />

tenem os el cuadro más o m enos com pleto de los factores que<br />

perm iten juzgar la m agnitud de los esfuerzos requeridos y los<br />

peligros im plicados para la salud, especialm ente del viajero<br />

extranjero no adaptado... L a muía constituye la cabalgadura<br />

más apropiada para viajar en C olom bia, aunque el caballo<br />

también goza de favorecedores en núm ero m ayor del que se<br />

presume, aventajando a la muía en rapidez y fogosidad y, al<br />

menos cuando no sean m uy buenos ejem plares, tam bién en<br />

paso m uy suave... A la muía le ganan en recorrido en lo plano,<br />

provocando esta no obstante un cansancio m ucho más inten-


Antiguo modo de viajar en Colombia | 329<br />

so en su jinete y precisándolo a aplicar las espuelas a ratos.<br />

Pero, por otra parte, aun en los peores trayectos del camino,<br />

el viajero puede confiar tranquilam ente en su paso seguro,<br />

mientras se cuide de no azuzarla en exceso, perm itiéndole en<br />

cam bio buscar ella misma su pisada. A l paso que no afecten<br />

su salud ni los cam bios de clim a ni las variaciones en la alimentación,<br />

su capacidad de soportar esfuerzos y privaciones<br />

excede en m ucho a la del caballo.<br />

Pero pese a las bondades de la muía, en muchos de los<br />

caminos “fragorosos y abandonados” de que habla Manuel<br />

Ancízar, el único medio practicable al que recurrían los<br />

campesinos para trasladar la carga era el buey.<br />

El paciente animal, escribe Ancízar, enjalm ado y con un<br />

largo cabestro, atado al agujero que le abren en la ternilla de la<br />

nariz, m archa delante del conductor con dos grandes m ochilas<br />

encim a y a veces 1111a mujer o un m uchacho por añadidura...<br />

D e regreso del m ercado, el buey sin carga se convierte en<br />

cabalgadura del am o, y contra todas sus costum bres trota o<br />

galopa de una m anera grotesca que hace reír al que por primera<br />

vez presencia el inusitado andar de aquellos caballos<br />

con cuernos, obedientes y m ansos sobre toda ponderación,<br />

com pañeros inseparables del indio y del labriego, y auxiliares<br />

que ningún otro reem plazaría en las faenas del cam po y del<br />

tráfico.<br />

En muchos caminos, com o en el paso de la montaña<br />

del Quindío, sin embargo, no era posible el uso de cabalgaduras,<br />

y el viajero que no tenía la voluntad o la fortaleza<br />

suficientes para andar a pie, debía confiarse a la resistencia<br />

y destreza de un carguero. Santiago Pérez describe así su<br />

apariencia y su faena:


3 3 ° I EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

en aquél punto, en el cual debíam os subir sobre nuestros respectivos<br />

cargueros, éstos nos aguardaban con el largo bordón<br />

en las manos, unos calzones que los cubrían desde la cintura<br />

hasta los muslos, por único vestido, y sin más apero que la silla<br />

de guadua sobre los lom os robustos... L a silla era una arm<br />

azón a propósito para echárselo a uno a cuestas de<br />

cualquier m odo. Se com ponía de dos tablillas com o de una<br />

vara de largo y algo m enos de ancho, form adas de fajas de<br />

guadua estrecham ente unidas. L as dos se juntaban en un ángulo,<br />

uno de cuyos lados descansaba sobre la espalda del<br />

sustentante y el otro servía de base a la justa posición hum a­<br />

na. T res anchas cintas de un bejuco m uy fuerte, una de las<br />

cuales ceñía las sienes y las otras dos se entrecruzaban en los<br />

hom bros, servían para m antener la silla sujeta. En ésta, que<br />

salía del cuerpo inclinado del carguero a m anera de espina, se<br />

instalaba cada cual, soltando las piernas cuan largas eran, hasta<br />

alcanzar el estribo apendizado de la silla... Pudiera creerse<br />

que desde el m om ento en que el hom bre entraba a hacer el<br />

oficio de las bestias, abandonara virtualm ente sus pretensiones<br />

a categorías diferenciadas. N ada de eso. Entre los cargueros<br />

los hay de silla y los hay de carga. En esas recuas hum anas<br />

sucede, pues, lo que en las otras. Nuestros com patriotas de silla<br />

nos llevan a nosotros; nuestros conciudadanos de carga la<br />

llevan y la llam an líchigo. Y era el líchigo un cesto cónico hecho<br />

con lianas y por am bos lados cubierto con hojas anchas y<br />

dobles del vihao. Ix)s lichigueros rom pían la m archa, sacrificando<br />

en este caso la etiqueta a la seguridad; y en pos<br />

desfilábam os nosotros de dos en dos, o de uno en uno.<br />

A los sufrimientos de la jornada del viajero seguía la<br />

pesadilla de la noche. L a primera dificultad, naturalmente,<br />

consistía en hallar un techo para no dormir en campo raso.<br />

En vastos trechos de los caminos no había pueblo o venta<br />

alguna, y el viajero se veía obligado a improvisar una “ran-


Antiguo modo de viajar en Colombia \ 331<br />

chería” si contaba con los implementos necesarios. Si<br />

corría con suerte, encontraba un “tambo”, especie de cobertizo<br />

hecho con hojas de palma y sostenido por postes,<br />

sin paredes que protegieran del viento o impidieran el acceso<br />

de desconocidos. José María Cordovez Moure refiere<br />

que “siempre llevábamos con nosotros una escopeta de<br />

dos cañones y un puñal, por lo que pudiera suceder; pero<br />

nadie nos garantizaba que durante el día no los tentara el<br />

diablo e hicieran uso de dichas armas en medio del impenetrable<br />

bosque, que guardaría el secreto del crimen”. De<br />

vez en cuando era posible dar con una posada o “venta” al<br />

lado del camino, que raras veces satisfacía las expectativas<br />

de descanso del viajero más pesimista. Una de las más célebres<br />

y antiguas de la Nueva Granada quedaba en los alrededores<br />

del puente del Común, a media jornada de la<br />

capital. Agustín Codazzi y Manuel Ancízar pasaron allí la<br />

noche de la primera jornada de las expediciones de la C o­<br />

misión Corográfica de la Nueva Granada, a cuyo cargo<br />

corrió la ejecución del mapa de la nación y sus provincias.<br />

D e la fuente de T orca a la venta ‘Cuatro Esquinas’, escribe<br />

Ancízar, hay un corto trecho de cam ino; o com o si dijéramos,<br />

de lo m ás poético a lo más prosaico imaginable, no hay<br />

sino un paso. Cuatro ranchos de paja que no form an cuatro,<br />

ni dos, ni esquina alguna, constituyen la fam osa e histórica<br />

venta, tan antigua com o el Virreinato y tan estacionaria com o<br />

los cerros adyacentes. Una pequeña sala en cuya testera hay<br />

una larga y tosca mesa arrim ada a un banco fijo, y anexo a la<br />

sala un dorm itorio, rara vez barrido, con dos cam as de cuero,<br />

m ondas y desam paradas conform e salieron de la rústica fábrica,<br />

he aquí el aspecto interior de la posada. En com pensación<br />

las paredes presentaban la m ás copiosa colección de letreros<br />

que pudiera desearse, incluso m uchos m odelos de retórica de<br />

taberna que se hallan siem pre en cercanía de las ciudades


3 3 2 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

populosas... H allé a mi com pañero confortablem ente acostado<br />

sobre el pellón de su silla con los zam arros por alm ohada,<br />

y com o no fueran suficientes para este oficio, les había agregado<br />

el blando aditam ento del freno, entre cuyas paletas de hierro<br />

colocó la cabeza y se puso a dorm ir deliberadam ente.<br />

Imítelo en todo, a m ás no poder, salvo en lo del freno, que me<br />

pareció un refinamiento superfluo.<br />

Las dos últimas décadas del siglo vieron el despuntar<br />

de la era de las comunicaciones modernas en Colombia. El<br />

año de 1884 fue especialmente prolífico en avances. Se inauguró<br />

un puente colgante sobre el río Magdalena en<br />

Girardot, el primero de su género en la nación. Entonces<br />

llegaba ya a dicho puerto una línea de ferrocarril que comunicaba<br />

con Tocaima, primera etapa del proyectado ferrocarril<br />

entre Bogotá y Girardot. El trayecto, de 18 millas,<br />

era cubierto en 40 minutos por las locomotoras “Girardot”<br />

y “Bogotá”, que ya contaban con dos carros para pasajeros<br />

de primera clase, “tan lujosos y cóm odos como los usados<br />

en Europa”, tres para segunda clase, ocho vagones y quince<br />

carros de plataforma. A su vez, comenzó a prestar servicio<br />

la línea de ferrocarril de la Noria a La Dorada, donde<br />

se abordaban los grandes vapores del Bajo Magdalena. En<br />

el mismo año de 1884 se inauguró el servicio de “L a Barca<br />

de Honda”, planchón de hierro que atravesaba el M agdalena<br />

por medio de cuerdas. A sí mismo, en la propia capital,<br />

se puso en servicio el tranvía de tracción animal de Chapi-<br />

nero, y en la ferrería de La Pradera se fabricaron los primeros<br />

rieles de ferrocarril producidos en el país. De allí en<br />

adelante y pese a los continuos reveses, demoras, suspensiones,<br />

desfalcos y otras desgracias que sufrían las obras, el<br />

progreso en las comunicaciones fue relativamente rápido.<br />

Uno de los aspectos más notorios de la difusión de los<br />

medios de transporte en Colom bia ha sido su falta de uni­


Antiguo modo de viajar en Colombia | 333<br />

formidad, particularmente en cuanto a su distribución<br />

regional. El geógrafo Ernesto Guhl dividió en 1970 el territorio<br />

nacional en siete “áreas culturales según los sistemas<br />

e intensidad de las comunicaciones”. La primera está constituida<br />

por las regiones densamente pobladas, con sistema<br />

vial intenso a base de automotor, las cuales se hallan en los<br />

grandes valles interandinos, los altiplanos de la cordillera<br />

oriental y algunas regiones de la costa del Caribe. La segunda<br />

área abarca las regiones montañosas bien pobladas<br />

pero todavía con tráfico preponderante a base de caminos<br />

de herradura, y entre ellas se cuentan las zonas cafeteras y<br />

las vertientes montañosas fría y cálida. La tercera com ­<br />

prende las llanuras abiertas de fácil tráfico pero de escasa<br />

población, com o la península de la Guajira, partes de la llanura<br />

del Caribe y los altos Llanos Orientales. La cuarta<br />

área está integrada por las zonas fluviales con densa población<br />

ribereña y servicios de transporte motorizado, es decir,<br />

el río Magdalena en su curso bajo y medio y los ríos<br />

Cauca en su curso inferior, San Jorge, Sinú, Meta, Putum<br />

ayo y Amazonas. Las tres zonas restantes corresponden<br />

a regiones escasamente pobladas, con comunicación fluvial<br />

“de sistema indígena” o totalmente desprovistas de<br />

vías de comunicación. Estas tres zonas abarcan más de la<br />

mitad del territorio nacional.<br />

La difusión de los medios de transporte modernos generó<br />

cambios esenciales en el modo, la frecuencia, el cubrimiento<br />

y la participación social en los viajes en Colombia.<br />

En algún punto de ese proceso la sensación de viajar como<br />

“mal necesario” se trueca en la sensación de viajar “por<br />

placer”, y aparece el turismo. Y con el turismo, el viajar<br />

adquiere connotaciones distintas dentro del cuadro general<br />

de la vida cotidiana. A decir verdad, sólo entonces puede<br />

afirmarse que el viajar se integra a la vida cotidiana de<br />

los colombianos.


3 3 4 I EFRAÍN SÁNCHEZ<br />

En un país donde los caminos no eran caminos y el<br />

viajero de los ríos debía disputar el espacio del champán<br />

con las cargas de tabaco de Am balem a y los géneros importados<br />

de Londres, viajar constituía no sólo un “mal<br />

necesario” sino un auténtico suplicio. Cuando por algún<br />

milagro inexplicable conseguía llegar a su destino, el viajero<br />

no podía menos que repetir la letanía de Jo sé Caicedo<br />

Rojas:<br />

En la cordillera de los Andes, m ientras se establecen los<br />

ferrocarriles, lo cual tardará su poquito, debem os dar gracias a<br />

D ios si conseguim os un carguero robusto, de anchas espaldas<br />

y fornidas piernas, para que nos conduzca; gracias debem os<br />

darle también si hallam os un árbol caído sobre un río<br />

invadeable; gracias si encontram os un tam bo donde pasar la<br />

noche; gracias si no nos m uerde una culebra; gracias si no nos<br />

devora un tigre; gracias si no nos acom eten los fríos y calenturas;<br />

gracias si el carguero sale de paso, en vez de salir de trote,<br />

y gracias, últimamente, si no nos riega por el suelo, com o le<br />

sucedió al libertador Bolívar.<br />

Sin embargo, llegaban los pianos de Alemania a Popa-<br />

yán y Bogotá, los carros del tranvía a Chapinero y las<br />

pacas de tabaco de Am balem a a la plaza de Bremen; el<br />

correo llegaba sin falta a su destino, el empleado público<br />

llegaba en comisión a los poblados más remotos, las familias<br />

de Bogotá llegaban a veranear a Ubaque, y a Chiqúin-<br />

quirá llegaban cada año no menos de 30 000 peregrinos<br />

procedentes de los cuatro puntos cardinales de la nación.<br />

Viajar era un evento extraordinario, ajeno a la vida cotidiana<br />

del ciudadano común, y provisto de los visos de<br />

fantasía que hicieron que el relato de viajes fuera columna<br />

indefectible en los periódicos. N o por nada “El M osaico”,<br />

colección de muchas de las mejores producciones de la li­


Antiguo modo de viajar en Colombia | 33 5<br />

teratura nacional del siglo xix, llevaba el subtítulo de “M u­<br />

seo de cuadros de costumbres, variedades y viajes”.<br />

Con respecto a la apreciación del imponente paisaje<br />

del país, de cuya falta entre los colombianos se quejara,<br />

antes que Hettner, el barón Alexander von Humboldt,<br />

puede meditarse sobre las llanas palabras de José Joaquín<br />

Borda, compuestas en algún lugar del Río Grande:<br />

l'J calor del m ediodía llega al último grado en las riberas<br />

del M agdalena; el aire era a la sazón un mar de fuego; las brisas,<br />

com o toda la naturaleza, parecían adorm ecidas; nubes espesas<br />

de mosquitos... revoloteaban en torno mío, haciéndom e<br />

arrcpentir de mi visita a los dom inios de tan agreste naturaleza.


L a vida material en los<br />

espacios domésticos<br />

AÍDA<br />

M A R TÍN E Z C A RREÑ O<br />

Civilización, sociedad y vida material<br />

El modelo para la vida material en los centros urbanos del<br />

nuevo continente fue el mismo de la nación conquistadora:<br />

vivienda, vestido y alimentación -para no citar sino<br />

los aspectos esenciales- se ciñeron al patrón español,<br />

sin que por ello hubieran obtenido iguales resultados.<br />

Al compararlos se destacan continuidades, paralelismos,<br />

rompimientos y cambios surgidos a partir de las propias<br />

experiencias, que condujeron a la formación de nuevos hábitos.<br />

Al revisar la evolución de la vida material en el transcurso<br />

de dos siglos, xvm y xix, inmediatos pero muy diferentes,<br />

existe el riesgo de perderse en los vericuetos de las<br />

infinitas modalidades que surgen en un país de zonas<br />

geográficas, etnias y culturas diferentes. En este caso la observación<br />

se hace en el núcleo urbano y dentro de él en el<br />

área doméstica, espacio propio de las sociedades gestadas<br />

a partir de la conquista. Pese a la fuerte imposición cultural<br />

y al prestigio que la asimilación conllevaba, en nuestra<br />

práctica cotidiana se mezclaron y aún sobreviven infinidad<br />

de rasgos que, en constante contrapunto, relievan nuestra<br />

identidad mestiza.


3 3 $ | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

Y a enganchados por la Conquista en la civilización<br />

europea, las conmociones de los siglos xvm y xix, Revolución<br />

Francesa, Independencia de Am érica e industrialización,<br />

trastocaron nuevamente nuestra vida material, que<br />

pasó, de un sólo golpe, de la etapa preindustrial al mundo<br />

de la máquina.<br />

L a s ciudades y las casas<br />

Las Leyes de Indias trazaron sobre el papel ciudades ideales,<br />

utopía para la cual estaba abierto el vasto territorio de<br />

América. La cuadrícula que habían ensayado algunas ciudades<br />

griegas y romanas, era extraña a quienes la aplicaban<br />

y a quienes la debían habitar; con ella se introdujo un esquema<br />

excéntrico a la naturaleza y se orientó al hombre<br />

dentro de una abstracción geométrica, según la cual el cuadrado<br />

rige el espacio vital: ortogonales son la plaza, la<br />

manzana y la casa y a esa angulosidad responden la calle,<br />

la esquina, la iglesia, la pieza.<br />

Durante el siglo xvm, respondiendo a nuevas políticas<br />

monárquicas de posesión y dominio del espacio, se multiplicaron<br />

las poblaciones de blancos trazadas a cordel, con<br />

sus iglesias, centros educacionales, carnicerías y pilas de<br />

agua; son notables las sistemáticas fundaciones de pueblos<br />

en las provincias de Cartagena y de Tunja, en áreas que<br />

hoy ocupan los departamentos de Córdoba, Cesar y Santander.<br />

Junto con ese impulso poblador, nuevos conceptos<br />

urbanísticos propiciaron la construcción de puentes, avenidas,<br />

paseos y alamedas para embellecer algunas de las<br />

ciudades fundadas en los siglos anteriores, en donde se levantaron<br />

edificios para hospitales, centros de asistencia y<br />

educación. En la capital del virreinato, cuyo conjunto urbanístico<br />

era descrito en 17 9 1 com o “una desordenada


multitud de ridiculas y despreciables chozas”,1 a finales de<br />

la Colonia se autorizó la edificación de un teatro, se culminó<br />

la catedral, se trajeron ingenieros para remodelar la<br />

sede del Gobierno y se erigió un observatorio astronómico.<br />

Por Cédula Real de 1789 y con propósitos de salubridad<br />

pública, se ordenó erigir los cementerios fuera de las<br />

iglesias.<br />

I ¿i vida material a i los espacios domésticos \ 339<br />

La arquitectura doméstica continuó ceñida al patrón<br />

de la casa árabe-andaluza adaptada por los constructores<br />

españoles a los más diferentes climas, desde el nivel del<br />

mar hasta el de la nieve, y plegada a todos los materiales<br />

disponibles: caña, tabla, tierra, piedra, paja o teja. La planta<br />

de la casa española, modulada por cuadrados y rectángulos<br />

alrededor del patio, reproducía, en diferente escala, el<br />

espacio urbano. El modelo, con variantes ornamentales y<br />

técnicas acomodadas a cada época, tuvo larga supervivencia:<br />

excelentes edificaciones del siglo xvm obedecieron al<br />

patrón establecido doscientos años antes en ciudades<br />

com o Tunja, M om pox, Popayán y Santafc, y que en la<br />

próxima centuria los colonizadores antioqueños llevarían<br />

a la zona de su influencia.<br />

Aun en los mejores ejemplos, y pese a la introducción<br />

de detalles ornamentales com o escudos, cornisas o balcones,<br />

nuestras casas del período virreinal resultan modestas<br />

en comparación con las de otras ciudades de América.<br />

Germ án Téllez observa: “A falta de palacios que jam ás llegaron<br />

a existir, las casas coloniales cartageneras difieren<br />

entre sí en que las más lujosas simplemente poseen mayor<br />

número de dependencias... las más importantes con una<br />

área construida no inferior a i.5oon'2...”; más funcionales en<br />

pequeña que en gran escala, su módulo básico, una serie<br />

1. Papel Periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, 17 9 1.<br />

N " to, pág. 82.


3 4 0 I AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

variable de habitaciones alrededor de un patio, podía repetirse<br />

cuantas veces se quisiera para aumentar la capacidad<br />

y servicios: casas de uno, dos, tres y hasta cinco patios se<br />

levantaron desde el siglo xvi hasta el xix. Perfectas para las<br />

ciudades de clima cálido, lo eran menos para las alturas<br />

andinas, en donde desde finales del siglo xvm se buscaron<br />

recursos de diversa procedencia, com o cristales para las<br />

ventanas o esteras en los pisos, para combatir el frío, “para<br />

el bogotano rico el vidrio es una necesidad, en cambio, no<br />

lo vi usar en ninguna otra parte de la Nueva Granada”, dirá<br />

un viajero norteamericano a mitad de siglo xix.2<br />

Una vez liberada del patrón hispánico, la evolución de<br />

la arquitectura urbana fue lenta y difícil, com o lo advertía<br />

en 1848 un articulista del periódico bogotano ElD uetide<br />

...ya que no tenem os arquitectos, deberían los señores<br />

edificantes consultar algún autor de arquitectura para no<br />

pifiarla... lástim a es que se gasten tanto material y tanta plata<br />

en hacer m onstruos del arte, que serán otros tantos m onum<br />

entos de nuestra ignorancia, y más cuando las buenas obras<br />

antiguas están haciendo con ellos un contraste singular...<br />

En el viejo o en los nuevos estilos, las casas, casi sin excepción,<br />

se planeaban para albergar a la familia y al comercio,<br />

mundos que habían convivido durante varios siglos. En<br />

1600 el contrato para la construcción de una casa de habitación<br />

en Santafé detallaba “...primeramente una tienda<br />

para mercadería con tres andanas de tablas alrededor del<br />

mostrador, ...y con sus puertas a la calle que sean como las<br />

que tiene la tienda de Lázaro de la Cruz y más otra puerta<br />

2. H olton, Isaac, I ¿1 Nueva Granada: veinte meses en los Andes, B o ­<br />

gotá, Banco de la República, 19 8 1.


La vida material en tos espacios domésticos j 341<br />

que salga al zaguán...” ' costumbre que sobrevivía a finales<br />

del siglo xix, según observación de un viajero: “en las casas<br />

de dos pisos, las habitaciones de categoría están dispuestas<br />

en el segundo, sirviendo el bajo por una parte de sótano y<br />

depósitos... o para tiendas y talleres...”.<br />

Los muebles de la casa<br />

Los muebles coloniales fueron fuertes y pesados, como<br />

una extensión de los muros, puertas y ventanas de las casas;<br />

a través del lenguaje legal se percibe esa prolongación:<br />

“...Declaro por bienes míos la casa de mi morada guarnecida<br />

con sus alhajas de santos, mesas, sillas, escaños, cajas y<br />

bufetes, un escaparate, un escritorio de madera grande,<br />

otro pequeño de lo mismo y otro de cuero con sus chapas...”4<br />

Com o “sillas de asentar” se relacionan taburetes de vaqueta,<br />

grandes sillas de brazos, escaños y bancas. Las sillas<br />

se adornaban grabando escudos de armas, emblemas o insignias<br />

en el cuero del espaldar. A los taburetes les pintaban<br />

motivos coloridos, trabajo llamado guadamesí, que<br />

perduró en algunas regiones de Nariño hasta el presente<br />

siglo. Los salones principales contaban con un estrado o<br />

tarima cubierta con alfombra en donde se instalaban las<br />

señoras más respetables.<br />

Muebles indispensables fueron las sillas de montar, diferentes<br />

si eran para hombres o mujeres, cuyas versiones<br />

más ricas llevaban adornos de plata. En 1787 para la confección<br />

y arreglo de una silla de lujo que formaba parte de<br />

la dote de una novia, además del sillón, se compraron<br />

3. M artínez, Carlos, Santafé capital del Nuevo Reino de Granada, B o­<br />

gotá. Banco Popular, 1987.<br />

4. N otaría Unica de G irón, años 17 6 1 a 1769, testam ento de Ignacio<br />

Navas, F 536.


342 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

paño grana para arroparlo, gaya ancha de plata falsa para<br />

su guarnición, dos vaquetas, tres varas de lienzo delgado,<br />

dos gamuzas, una vara de manta para la caballería, una libra<br />

de lana y seis onzas de plata; en su hechura intervinieron<br />

un platero y un talabartero y su valor total fue de 46<br />

pesos.'1<br />

A finalizar el siglo xvm, tiempo de opulencia y ostentación,<br />

los muebles se inclinaban hacia el estilo francés, de<br />

líneas curvas, con adornos tallados y algunas veces sobredorados;<br />

se difundió el uso de canapés, generalmente forrados<br />

en vaqueta y, a manera de innovación, en géneros<br />

textiles como la zaraza (de algodón), el filipichín (de lana)<br />

y en raras ocasiones, el damasco (mezcla de lana y seda).<br />

Las mesas corrientes -una y media vara de largo por una<br />

de ancho y cajón con llave- también se forraban en vaqueta;<br />

los mobiliarios de m ayor categoría incluyeron consolas<br />

y mesas adornadas con tallas y recortes caprichosos.<br />

Com o alternativa a la hamaca indígena, de uso común<br />

sobre todo en climas cálidos, se adoptaron las tarimas forradas<br />

en cuero sin curtir; la mujer aportaba al matrimonio<br />

la “cama con barandillas” o “cama aderezada” cuyos<br />

“adherentes” incluían las colgaduras suspendidas de varillas<br />

metálicas, colchones y almohadas de lana o de crin (no<br />

se acostumbraron plumas), sábanas de lienzo o de rúan.<br />

En 178 7 una rica cama de matrimonio se construía según<br />

los siguientes detalles:<br />

-P agad o al m aestro carpintero por la cuja con su barandilla.<br />

6 pesos, 4 reales.<br />

-D o s y tres cuartas varas de m an florete dados al maestro<br />

sastre para que hiciera la colgadura, a 6 y m edio reales cada<br />

una.<br />

5. Ibid., nota 4.


La vida materiaI en los espacios domésticos | 343<br />

-T re s cuartos vara de Pontiby para las orejas de prenderlas.<br />

-D o s y tres cuartas vara de saraza de flores y ancha de<br />

G erm ania para la cenefa de dicha cam a, a 12 reales cada una.<br />

-M ed ia onza de hilo para coser las dichas costuras, 1 real.<br />

-H ech ura pagada, 1 peso 4 reales.<br />

-C in c o varas de listón naranjado e hiladillos.<br />

- 1 0 varas de rúan legítim o para dos sábanas cameras.<br />

-O tra media onza de hilo m ariposa para coserlas.<br />

-Saraza de flores v ram azón para el rodapiés de Ja cama.<br />

-C in c o varas de saraza de troncos y ram azones para una<br />

colcha.<br />

-D ie z varas de Pontiby para uno y otro forro.<br />

-C ato rce varas de cinta nácar de agua para una y otra<br />

colcha.<br />

- l'res varas de tafetán doblete carm esí para dos fundas<br />

de alm ohadas.<br />

- A l m aestro por su hechura, 1 peso 3 reales/’<br />

Las cajas de madera de variados tamaños con cerradura<br />

y llave fueron imprescindibles: infaltables cofres y baúles<br />

cuya apertura daba inicio a los inventarios de bienes de difuntos,<br />

con frecuencia, a los juicios por robo. Cerraduras,<br />

que en número de tres se colocaban en las puertas de las<br />

tiendas y en las arcas de las cofradías -p or ello denominadas<br />

triclaves- cada una de cuyas llaves se entregaba a una<br />

persona distinta para proteger el metálico que allí se depositara.<br />

Las llaves, signo de autoridad, de poder y de orden,<br />

permanecían suspendidas de la cintura de los administradores<br />

cuidadosos y fueron, en el siglo pasado, emblema de<br />

las buenas amas de casa.<br />

6. Notaría Única de Cíirón, años 178 7 a 1799, dote de Lorenza<br />

A lonso Carriazo, F79.


3 4 4 I Af ° A MARTÍNEZ CARREÑO<br />

El bargueño o escribanía, concebido para guardar valores,<br />

dotado de espacios secretos y trampas de seguridad<br />

y de una tablilla para escribir, se construía y adornaba con<br />

materiales costosos: ébano, marfil, carey, corales. En el siglo<br />

x v i i i se desarrollaron el escaparate y el escritorio, también<br />

dotados de sistemas de seguridad: en el cajón secreto<br />

de uno de éstos, exhibido en la Casa de Juan de Vargas en<br />

Tunja, es aún perceptible el brillo del oro en polvo que allí<br />

se guardó. Los objetos de menor valor se guardaban o<br />

transportaban en petacas de paja aseguradas con cadenas.<br />

Guardabrisas y arañas de cristal, relojes, espejos de<br />

marco dorado con brazos para colocar velas (llamados<br />

cornucopias) adornaron el hogar dieciochesco, en cuyas<br />

paredes se colgaban -m uy altos- láminas y cuadros de<br />

santos pintados al óleo siendo la imagen más frecuente la<br />

de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Com o un caso de excepción,<br />

lo que la convierte en temprana coleccionista de<br />

arte, doña Francisca Cano de Useche, muerta en 1708, tenía<br />

entre un centenar de pinturas, láminas y esculturas,<br />

quince “países” (paisajes) y hasta un retrato del Señor A r­<br />

zobispo.7<br />

El mobiliario de un comerciante instalado en la zona<br />

minera de Zaragoza (Antioquia) en 1777, además de doce<br />

cajas, cinco escaparates y tres baúles, lo componían dos<br />

camas grandes torneadas y dos medianas, dos “camas de<br />

viento”, tres hamacas usadas, diez y ocho sillas viejas, dos<br />

mesas, cuatro taburetes chicos viejos, un tinajero ordinario<br />

viejo, una tarima y una mesita de altar; cuatro láminas de<br />

santos, cinco imágenes de bulto y “una capillita con puertas<br />

y en ellas cuatro pinturas doradas con una imagen de la<br />

Inmaculada Concepción de bulto con su coronita de plata...”.<br />

Contrasta con esta rusticidad el esplendor de ciuda­<br />

7. a g n , Testam entarias Cauca, tom o 2, F20I.


La vida material en los espacios domésticos | 345<br />

des como Popayán, donde -dice un francés- todavía a comienzos<br />

del siglo xix era posible encontrar en las casas de<br />

las principales familias “sillones que databan de la Conquista,<br />

magníficas tapicerías de cuero de Córdoba, vajillas<br />

espléndidas y en cantidades que provenían del siglo<br />

xvii...”.8<br />

Hemos hablado de las casas de gente adinerada, daremos<br />

ahora un vistazo a las de los más pobres: una mujer<br />

que en 1804 decía sostenerse en Santafé con los “auxilios<br />

de personas caritativas”, poseía los siguientes bienes:<br />

-C u atro sillas viejas forradas en vaqueta.<br />

-C u atro mesas, una grande y tres chicas.<br />

-D o s cajas desgoznadas, una grande y una chica con su<br />

chapa.<br />

-C u atro cuadros de diferentes efigies con marco, cuatro<br />

cuadritos chicos con m arco, trece estam pas de papel, un espejo<br />

quebrado, una cortina de zagalejo, un cuadro viejo y grande,<br />

ocho cuadritos chicos, una imagen de Santa Bárbara, un<br />

cuadrito de San Francisco y un cuadrito de San Antonio, todo<br />

viejo.<br />

-U n a cuja con sus barandillas y pabellón y una estera de<br />

junco, una sobrecam a, una frazada, un colchón hecho pedazos,<br />

y una alm ohada de lienzo.11<br />

El encargado de un saque de aguardiente en Girón,<br />

dueño de una casita de paja en tierra de su suegro, poseía<br />

en 1822 un par de petacas, un torno, un tinajero, dos taburetes,<br />

una cajita y tres cueros de res (a manera de cama).<br />

Las propiedades de un conductor de correos eran seme-<br />

8. Boussingault, Juan Bautista, Memorias, tom o 5, Bogotá. Banco<br />

de la República, 1985.<br />

9. a g n , C olonia, Crim inales v i. F490V.


3 4 6 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

jantes: una casa de palos y teja, cinco bancos de madera,<br />

una banqueta, cinco cueros de res y cuatro retablos viejos.<br />

Durante el siglo xix el tamaño de los muebles se redujo,<br />

se especializaron sus fondones y las piezas del mobiliario<br />

fueron más variadas, abundantes y delicadas. El pintor<br />

Jo sé María Espinosa, contemporáneo de esos cambios,<br />

recuerda:<br />

...en el año de 1809... com o por encanto se transform ó la<br />

casa, y a las im ágenes de los santos las reem plazaron lám inas<br />

m itológicas, y otras no m enos profanas, con em blem as y alegorías<br />

diversas. I/os m uebles de la sala, de m adera de nogal,<br />

forrados en filipichín colorado, se repararon convenientem ente.<br />

Se pusieron fanales (vulgo guardabrisas) verdes y m orados<br />

sobre las m esas; las urnas del N iño D ios se pasaron a la alcoba,<br />

y la alfom bra quiteña que cubría el estrado se extendió en<br />

mitad de la sala, com plem entándola con esteras de chinga/é y<br />

tapetes de los que com enzaban a venir entonces. Se pintaron<br />

por prim era vez de colorado las barandas, puertas y ventanas...10.<br />

Poco a poco se introdujeron los nuevos muebles franceses,<br />

más pequeños y variados, finamente trabajados y en<br />

estilos cambiantes que dan identidad a la casa del siglo xix,<br />

atiborrada de objetos inútiles pero indispensables, cuya<br />

profusión hace reír al poeta Luis Vargas Tejada mientras<br />

los enumera<br />

...tocadores, cajitas de costura,<br />

briceros, canapés, sillas inglesas,<br />

m uñecos de prim or para las mesas,<br />

10. Espinosa Prieto, Jo sé M aría, Memorias de un abanderado, B ogo ­<br />

tá, A cadem ia C olom biana de Historia, Plaza & Janes, 1983


I m vida material en los espacios domésticos | 347<br />

pianos, lám paras griegas y bufetes,<br />

láminas, cornucopias y tapetes...<br />

Esta acumulación alcanzará la cúspide cincuenta años<br />

después, cuando los ricos traen de Francia la totalidad de<br />

sus salones, pese a las visibles dificultades del empeño. En<br />

1874, desde Bogotá, Roberto Herrera elegía su mobiliario<br />

en el M agasin de M eubles N o 6, encargándolo al fabricante<br />

Leloutre en París, con las siguientes recomendaciones:<br />

'I odos los m uebles deberán ser de m adera de caoba, lo<br />

m enos pesados posible hasta donde lo permita la solidez, que<br />

las piezas en que vengan divididos presten facilidad para arm<br />

arlos aquí y sean pequeñas, de manera que los bultos que se<br />

form en puedan venir en muías, todas las piezas con sus números<br />

correspondientes, para que al arm arlos aquí no haya el<br />

m enor riesgo de que las piezas de unos se confundan con las<br />

de otros, ningún bulto debe pasar del peso bm to de 60 ks.,<br />

deben remitirse en el prim er vapor y en ningún caso en buque<br />

de vela....<br />

Su pedido incluía dos canapés, cuatro sillones y doce<br />

sillas “de medallón”; dos canapés Luis xv “simple”, una silla<br />

de costurero para señora, una chaise confortable, dos<br />

consolas, una mesa de centro ovalada, una mesa de baño<br />

con tapa de mármol, una mesa de toilette, un costurero<br />

“elegante y cóm odo”; además de los géneros para forrar<br />

las sillas, “...por el estilo de la moqueta que vino para los<br />

muebles de A rboled a...”<br />

Apuntaba ya el “hogar moderno” que Ricardo Silva ridiculiza,<br />

con sus “máquinas de hacer café, de rallar limones,<br />

de batir los huevos, de descorazonar las manzanas, de<br />

deshuesar los pavos y de limpiar las papas; alumbrado con<br />

gas inverosímil o con petróleo asfixiante, adornado con


3 4 8 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

profusión, recargado de cuadros, de helechos, de parásita»<br />

y de fotografías...”” . Hogar que se transformaba por efectos<br />

de la abolición, la industrialización, la emulación y los<br />

viajes y se proveía gracias a la libertad de comercio.<br />

L a s necesidades cotidianas<br />

La vida material en las ciudades neogranadinas durante<br />

los siglos xvm y xix, bastante desprovista de elementos<br />

creados para el confort, no estuvo determinada por una<br />

inexistente industrialización, sino dirigida por la oferta<br />

comercial; al interior de las tiendas o en los registros comerciales,<br />

se encuentra la enumeración de casi todos los<br />

elementos que posibilitaban la vida “civilizada” en los centros<br />

urbanos, desde el abastecimiento de esclavos, cuya<br />

presencia retardó la introducción de tecnologías que facilitaran<br />

las tareas domésticas, hasta la indicación de este<br />

atraso como una de las características de la vida familiar<br />

neogranadina durante el siglo pasado. Baste recordar que<br />

la conducción de agua, el alumbrado, las comunicaciones,<br />

los servicios de higiene y transporte eran producto de la<br />

energía humana, combinada, cuando era preciso, con la<br />

fuerza animal.<br />

Abolida la esclavitud a mitad del siglo xix, la organización<br />

doméstica dependía de criadas y criados a quienes se<br />

confiaban los oficios que dentro de la casa correspondían a<br />

una estricta jerarquización: las sirvientas de m ayor categoría,<br />

después de las que habían envejecido al servicio de la<br />

casa, eran la cocinera y la planchadora, el ama de brazos y<br />

el ama de leche, seguidas por las de adentro y la niñera. El<br />

último escalón lo ocupaban las chinas y chinos encargados<br />

de los mandados.12 En grupo aparte estaban las que de­<br />

1 1 . Silva, Ricardo, “ Las llavecitas”, en Artículos de costumbres, B ogotá,<br />

1883, reim presión Raneo Popular, 19 73<br />

12. Ibid., “ L a C ruz del m atrim onio”.


sempeñaban tareas especializadas como las molenderas,<br />

planchadoras de almidón y lavanderas.'-1<br />

Pese a un afectado ceremonial, las costumbres de los<br />

neogranadinos a comienzos del siglo xix eran toscas y sus<br />

gustos poco refinados; sus diversiones, además de los bailes<br />

y representaciones teatrales eran los juegos de naipes,<br />

las apuestas, el bisbís, el pasadiez, las corridas de toros, las<br />

riñas de gallos y las quemas de pólvora.<br />

Con naturales excepciones, el servicio de mesa -vajillas,<br />

vasos, cubiertos- fue escaso y rudimentario, debido<br />

probablemente a su fragilidad tanto en el transporte como<br />

en el uso, pues los registros de aduana señalan importaciones<br />

significativas de “locería”. Sólo en 1793, entraron por<br />

la Aduana de Cartagena 7 6 51 piezas y 26 cajones de loza<br />

fina además de dos servicios completos (vajillas) de loza de<br />

china; a las cifras oficiales sería necesario, pero imposible,<br />

añadir las cantidades introducidas de contrabando que<br />

surtían las regiones costeras, las riberas del Magdalena y<br />

hasta lejanas regiones mineras. A comienzos del siglo xix<br />

una persona de cierta solvencia poseía dos o tres platos y<br />

tenedores de peltre, jarros y pozuelos de loza de Sevilla,<br />

algunas piezas de cerámica provenientes de M om pox además<br />

de jarros, vasos, cucharas y tachuelas de plata. Parte<br />

de esa platería se perdió durante la reconquista española<br />

en 18 16 , cuando fue exigida como precio del rescate de los<br />

sentenciados por rebeldía.<br />

/ y/ vida material en los espacios domésticos | 349<br />

En la década del veinte los ingleses monopolizaron el<br />

comercio en las antiguas colonias españolas a las cuales<br />

introdujeron cantidades importantes de enseres domésticos.<br />

No obstante, los observadores extranjeros seguían<br />

considerando el servicio de mesa tan burdo y desaliñado<br />

13 . C aieedo Rojas. Jose, “ l ,;is criadas de Bogotá", en Museo de Cuadros<br />

de Costumbres, tom o iv, Bogotá, Banco Popular, 1973.


3 5 ° I AÍDA MARTÍNEZ CARRF.ÑO<br />

com o los alimentos: recipientes de cerámica vidriada, ausencia<br />

de tenedores, inexistencia de servilletas y de jarros<br />

individuales en el común de las casas; en las más ricas podían<br />

encontrarse platos de china, jarros, copas y fuentes de<br />

plata y muy contadas piezas de vidrio.<br />

La Locería Bogotana de Nicolás Leiva, montada hacia<br />

1833 con técnicos ingleses, produjo durante casi cincuenta<br />

años piezas de variable calidad que regularizaron la oferta<br />

gracias a la venta de sus productos en casi todas las provincias.<br />

En 1849, el catálogo incluía azucareras, bacinillas,<br />

bandejas, cacerolas, cafeteras, cajitas para pomadas, cucharones,<br />

escupideras, ensaladeras, embudos, fruteros, floreros,<br />

jarros con pico, jarros para baño, juguetes para niños,<br />

lecheras, mantequilleras, pocilios, pilas para agua bendita,<br />

platos, platos dulceros, pimenteros, paletas para pintores,<br />

soperas, tazas con orejas, saleros, tarros para botica,<br />

teteros, tazas para enfermo y tinteros. Contem poránea en<br />

sus comienzos a la fábrica de loza, la fábrica de cristales y<br />

vidrio resultó tan frágil com o su pretendido producto y<br />

quebró a la vuelta de muy pocos años. Loza y vidrio fueron<br />

regularmente importados de Gran Bretaña, Francia y<br />

Alemania entre 1869 y 1900.<br />

Las instalaciones de cocina se reformaron con la introducción<br />

de estufas de hierro alimentadas con carbón mineral,<br />

pero en las casas más pobres y en las viviendas<br />

campesinas, subsistieron las viejas instalaciones de la cocina<br />

con su piso de tierra y los fogones dispuestos sobre una<br />

tarima de piedra o adobe, alimentados con carbón vegetal<br />

que mantenía el ambiente recargado de humo. Los inventarios<br />

de los patios y despensas de las casas de uno y otro<br />

siglo recuerdan la existencia de multitud de elementos<br />

necesarios en la vida doméstica: candeleros, palmatorias<br />

y despabiladeras, fondos, estribos, jeringas y embudos de<br />

cobre; la romana, los frenos de las bestias, hachas y barre-


tones, el “fierro de herrar” y las planchas; el almirez para<br />

triturar especies (que podía ser de cobre fundido o de piedra),<br />

botijas vidriadas, tinajas de barro, bateas de madera<br />

para lavar la ropa. Las petacas de cuero y el almofrej, que<br />

era una bolsa de cuero para guardar ropa, se encontraban<br />

en todo hogar. Un Tratado sobre economía doméstica, publicado<br />

en Bogotá en 1848 recomienda: “...El cuidado de una<br />

señora de casa que se emplea en hacer sacudir y cubrir los<br />

suntuosos muebles del salón debe extenderse hasta los<br />

más humildes trastos destinados para el servicio doméstico<br />

y la parrilla, los fuelles, el mortero y la escoba están<br />

encomendados a su cuidado de la misma manera que las<br />

cómodas, sofás y tocadores...”, con cuya enumeración destaca<br />

la coexistencia de dos mundos inmediatos pero antagónicos:<br />

las ricas habitaciones de los primeros patios y los<br />

truculentos espacios que iban de la cocina hacia atrás, dominio<br />

de los sirvientes y del pequeño zoológico hogareño<br />

que, cuando menos, incluía perros, gatos, loros, pájaros<br />

enjaulados y gallinas.<br />

Alimentación y gastronomía<br />

I m vida material en los espacios domésticos | 351<br />

Los indígenas fiieron tradicionales abastecedores de los<br />

mercados con una amplia variedad de productos agrícolas,<br />

entre los que, para el siglo xvm, ya no se podía distinguir lo<br />

nativo de lo advenedizo. No obstante el asombroso repertorio<br />

vegetal, la preferencia fue, para la mesa española, las<br />

carnes: el “modo de poner un puchero”, según un manuscrito<br />

fechado en Pasto en 1799, requería “carne de res o<br />

vaca fresca, cordero, un pedazo de cecina, lengua salada,<br />

jamón, tocino, salchichón, capón o gallina”; en la lista de<br />

compras para recibir al virrey Manuel Guiror en 1773 se<br />

enumeran gallinas, pollos capones, pavos, pichones, chorizos,<br />

lenguas, codornices, cabritos, lomos, jamones de Es­


3 5 2 I AIDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

paña y del país, atún, salmón, bacalao, pez de río (doncella<br />

y capitán), carneros, terneras y novillas.<br />

Desde España se traían cuñetes con alcaparras y aceitunas,<br />

botijuelas de aceite, granos, almendras, aguardientes<br />

y vinos. La conservación de las carnes en salazón era relativamente<br />

sencilla por la abundancia de sal ya explotada<br />

en la cordillera oriental desde antes de la Conquista; por el<br />

contrario, el azúcar, extraído de la caña e introducida por<br />

los españoles, fue un lujo y dado lo complejo de su elaboración,<br />

los trapiches campesinos preferían dedicarse a producir<br />

mieles o panela.<br />

Los dulces daban el toque refinado a la mesa y equilibraban<br />

el exceso de proteínas animales; en el siglo xvm,<br />

según la costumbre española, una mesa rica debía ostentar<br />

un “ramillete” o plato de dulces muy adornado y vistoso<br />

(para confeccionar los ramilletes con que se adornó la<br />

mesa del recibimiento al virrey Gil y Lemos, en 1789, se<br />

contrataron dos pintores por 22 pesos y los dulces con que<br />

se “vistieron”, costaron 75 pesos). A continuación, las confituras<br />

y dulces en sus variedades regionales: cocadas de<br />

Cartagena, manjar blanco y plátanos pasos del Valle del<br />

Cauca, bocadillos de guayaba de Vélez y Moniquirá, caramelos<br />

cristalizados de Zipaquirá, túmez de Nariño, frutas<br />

cristalizadas del Socorro, dátiles de Soatá y muchos otros.<br />

Estas delicadezas representaron, aún en el siglo pasado, el<br />

punto más alto de la mesa nacional. Antes de tomar un<br />

vaso con agua, era ritual el dulce.<br />

El amasijo horneado, notable innovación culinaria, se<br />

difundió y, en muchas fórmulas, la harina de trigo se reemplazó<br />

con la de maíz o con almidones provenientes de tubérculos<br />

nativos como la yuca o la achira. En los últimos<br />

años del siglo xvm, el economista Pedro Fermín de Vargas<br />

conceptuaba en defensa del maíz: “...Las arepas tienen su<br />

mérito... bien podría sacarse del maíz todo el partido que


La vida material en los espacios domésticos<br />

Conducción de muebles.<br />

Ramón Torres M éndez.<br />

Pintura. 1849.<br />

Museo N acional N ° 639.<br />

Interior de comedor en Santa M arta.<br />

G rabado coloreado.<br />

D ’O rbigny Alcide. Voyage pittoresque dans les deux<br />

Amériques.<br />

C h ez L . Tendré Libraire - Editeur. París. 1836.<br />

Biblioteca Luis-A ngel Arango. 9 18 o 71 v.<br />

/ t r y * t* • S .


M erienda con chocolate. José<br />

M aría Groot.<br />

Acuarela.<br />

Utensilios nuevos.<br />

Im preso.<br />

M artínez A ída. Mesa y cocina en el<br />

siglo X IX . Fondo Cultural<br />

Cafetero. 1985.<br />

D am a bogotana.<br />

Grabado.<br />

André. M . E . América<br />

Pintoresca. Tom o iii.<br />

M ontaner y Simón<br />

Editores. Barcelona. 1884.


La vida material en los espacios domésticos \ 353<br />

se saca del trigo... lo que ahorraría mucho dinero que se<br />

extrae a países extranjeros por razón de las harinas...” Aunque<br />

el trigo se cultivó intensivamente en las regiones frías y<br />

las harinas, tanto importadas como de contrabando abastecían<br />

amplias zonas, el pan fue siempre un lujo e incluso<br />

dio origen a numerosos problemas: en 1875, cuando los<br />

panaderos bogotanos suprimieron el pan de a cuarto, el<br />

pueblo se amotinó y apedreó las ventanas de las casas de<br />

algunos molineros y panaderos.<br />

Maíz, papa, yuca, arracacha y plátano constituyeron la<br />

base de las cuatro comidas diarias, reiteración de sopas,<br />

cocidos y tazas de chocolate desde el desayuno hasta la<br />

cena. Grasa de cerdo, cebollas y ajos, cominos y el achiote<br />

indígena condimentaron y dieron color a una mesa abundante<br />

pero de escasa variación en lo que va de uno a otro<br />

siglo; durante el período colonial llegaban de España cantidades<br />

importantes de alimentos secos o en conserva que,<br />

pese a lo difícil del transporte, se enviaban hasta las ciudades<br />

del interior desde las cuales se abastecían lugares más<br />

distantes: a mitad del siglo xvm Cali surtía a las provincias<br />

del Chocó con carne, raspadura, conserva (manjar blanco<br />

y dulce de guayaba), arroz, queso, ajos, harina, fríjoles, tabaco,<br />

jabón y sebo14.<br />

Para acompañar la comida corriente se tomaba “agüepanela”<br />

o, preferiblemente, chocolate. En el contrato para<br />

la alimentación de los superiores y alumnos de la Escuela<br />

Normal de Institutores de Bucaramanga en 18 9 1,5, se describe<br />

el menú para cada día de la semana. El siguiente correspondía<br />

al día lunes:<br />

14. Arboleda, Gustavo, Historia de C.ati, Cali, Imprenta Arboleda,<br />

1928.<br />

15. Revista L a esateta primaria, Hucaramanga, N ° 284-285, año v,<br />

febrero 28, 1891.


354 I AÍDA MARTINEZ CARREÑO<br />

Desayuno-, una taza de caldo, un pocilio de chocolate de<br />

azúcar con medio pan aliñado.<br />

Almuerzo: Sopa de yuca, plátano y verduras. Cuatro onzas<br />

de carne asada, plátano maduro frito, una ojaldra y yuca<br />

cocida, un pocilio de agua de panela y una tortica de pan.<br />

Once: Melado con pan.<br />

Comida-, Sopa de maíz. Arroz seco y torta de pan; puchero<br />

compuesto de cuatro onzas de carne asada, yuca, plátano y<br />

apio (arracacha), una taza de caldo y melado.<br />

Refresco: Chocolate de azúcar con una tajada de pan y un<br />

miriñaque y dulce, (tres días de azúcar y tres de panela.)<br />

L a bebidas<br />

Pese a que el cacao es una planta originaria de América, la<br />

costumbre de beber chocolate provino de España. Considerado<br />

“bueno para los enfermos y los sanos... panacea<br />

universal y consolador de afligidos”, era desde comienzos<br />

del siglo xvm la bebida predilecta y la primera atención<br />

que se ofrecía a un visitante. Su preparación, que inicialmente<br />

incluía pimienta roja y almizcle, fue variando sin<br />

dejar de ser compleja. En las casas neogranadinas lo hacían<br />

triturando con una piedra de forma alargada y cilindrica<br />

las semillas del cacao, previamente tostadas, sobre<br />

otra piedra plana bajo la cual se mantenía vivo un fuego de<br />

carbón de palo; cuando la grasa del cacao se ablandaba<br />

por efecto del calor, le añadían azúcar y especies (clavo,<br />

canela, vainilla, nuez moscada) y se formaban las bolas o<br />

pastillas. A la versión más económica, llamada chucula o<br />

gamuza, le mezclaban panela y harina de maíz. Moler y<br />

preparar chocolate era uno de los oficios domésticos mejor<br />

remunerados, oficio que fue desapareciendo con su industrialización<br />

a partir de 1877, cuando surgió la fábrica de<br />

Chocolate Chaves.<br />

La afición al café fue lenta e innovadora. Uno de los


primeros documentos que mencionan su servicio es el informe<br />

sobre la recepción del virrey Messia de la Zerda en<br />

176 1, cuando al finalizar la comida “pasó a otra pieza que<br />

estaba cubierta de damasco carmesí, espejos, cornucopias<br />

y su sitial, y en ella se sirvió el ramillete y café...” En 1823,<br />

dice un francés: “...el café se cultiva escasamente y es poco<br />

apreciado por los habitantes de la cordillera; se vende todavía<br />

en las boticas...”; cincuenta años más tarde todavía se<br />

cuestionaba su consumo cotidiano argumentando efectos<br />

perniciosos sobre el sistema nervioso (especialmente en las<br />

mujeres).<br />

Según comentario de John Steuart, en 1836 “...quienes<br />

se pueden permitir este lujo, toman té o café a eso de las<br />

siete de la noche. El té está empezando ahora a ser muy<br />

empleado, pero es difícil procurárselo bueno, incluso a tres<br />

dólares la libra”. Descrito por un cronista bogotano como<br />

“... insípida bebida, buena para el paladar de los ingleses”,<br />

el té, en Medellin, a finales del diecinueve, era “...casi desconocido<br />

y se vendía en las boticas únicamente para remedio”.<br />

En el “refresco”, una de las tradiciones españolas olvidadas<br />

en el siglo xix, se servía a los invitados dulces y golosinas<br />

de todas clases con aguas azucaradas, naranjadas,<br />

limonadas, alojas y horchatas que eran bebidas sin contenido<br />

alcohólico. Los santafereños acostumbraban refrescar<br />

dulce y chocolate.<br />

Bebidas alcohólicas<br />

La vida material en ¡os espacios domésticos | 355<br />

Las bebidas fermentadas tuvieron un rol importante en las<br />

costumbres nacionales y dentro de múltiples variedades, la<br />

principal fue la chicha de maíz. Los indios la tuvieron<br />

como base de su alimentación cotidiana y parte de sus<br />

grandes solemnidades. Pese a que el gobierno español intentó,<br />

sin ningún éxito, controlar y hasta suprimir su fabri­


3 5 6 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

cación, en el siglo xvm se consumía copiosamente. El<br />

“vino amarillo” era la bebida predilecta en las zonas más<br />

altas de las cordilleras: en Bogotá, según censo de 1891,<br />

había mas de 200 chicherías. Las gentes de zonas más cálidas<br />

preferían el guarapo, llamado también aguadulce, que<br />

es una bebida clara y refrescante hecha a partir de las mieles<br />

de caña o con jugo de fruta fermentado.<br />

El aguardiente, en un comienzo traído de España, se<br />

comenzó a producir con base en la caña de azúcar desde<br />

finales del siglo xvn y en 1736 pasó a ser una renta controlada<br />

por la Real Hacienda, aunque siempre menoscabada<br />

por la producción clandestina, a nivel de industria casera.<br />

Con la ilusión de estimular la producción local, después de<br />

la Independencia se prohibió la importación de licores<br />

destilados, forzando el consumo del aguardiente. En<br />

Mompox, en 1823, dice un viajero francés: “...hay durante<br />

el día diversos ratos consagrados a beber: son las siete, las<br />

once, las dos, las cuatro, aunque antes de la noche cada<br />

uno ha desocupado su botella...”<br />

Las mistelas, licores dulces que se producían a nivel<br />

doméstico, tenían su base en el aguardiente que se endulzaba<br />

con almíbar dándole variados sabores y colores con<br />

la infusión de frutas, hojas o semillas. El gusto por las bebidas<br />

embriagantes, que los españoles señalaban como peculiaridad<br />

de nuestro pueblo, hacía corriente su producción a<br />

nivel doméstico y muchas casas tenían “alambique incorporado”.<br />

Naturalmente, no faltaban los conocedores que<br />

preferían licores importados, como puede observarse en<br />

las listas de platos de los banquetes y en las ofertas de los<br />

comerciantes de “rancho y licores”.<br />

La cerveza, un logro del espíritu empresarial europeo,<br />

empezó a popularizarse a finales del siglo xix, cuando una<br />

decena de fabricantes nacionales competía con los extran­


La vida material en los espacios domésticos \ 357<br />

jeros ofreciendo la nueva bebida calificada como más sana,<br />

alimenticia e higiénica.<br />

Una variedad de elementos indispensables, aun para la<br />

existencia más simple, se elaboraba al interior del hogar:<br />

velas, harinas, conservas, embutidos, chocolate, jabones,<br />

barnices, tinta, goma, alcoholes, vinagres, cosméticos, medicamentos<br />

y hasta pólvora. Ya bien entrado el siglo xix,<br />

todos estos productos eran todavía el frecuente resultado<br />

de una primitiva alquimia doméstica para la cual se disponía<br />

de espacio, de tiempo y de mano de obra.<br />

En el transcurso del siglo xix la cocina, la utilería y la<br />

comida evolucionaron notablemente gracias a múltiples<br />

influencias culturales, a un mayor intercambio comercial y<br />

a las nuevas tecnologías de conservación de alimentos. El<br />

cambio no fue fácil y requería una decidida voluntad: por<br />

ejemplo, en 1879, una cocina comprada en Francia por el<br />

señor Carlos Michelsen en 63.25 pesos oro, pagó por derechos,<br />

transporte, bodegaje y otros gastos, una suma superior<br />

a su costo y cuando llegó a Honda, un año más tarde,<br />

se liquidaba en 137.85 pesos oro. Para finales de la centuria,<br />

en los círculos elitistas, se evidenció una corriente<br />

gastronómica, se instalaron cafés y restaurantes, se dispuso<br />

de algunos cocineros expertos y las fondas dieron paso a<br />

los hoteles que introdujeron platos internacionales; estos<br />

cambios contribuyeron a aumentar los contrastes entre ricos<br />

y pobres, gentes de ciudad y de campo, personas instruidas<br />

o ignorantes.<br />

Con lentitud fíie surgiendo la producción industrial y<br />

ya en las últimas décadas del siglo xix aparecen unas pocas<br />

ofertas publicitarias de fábricas de alimentos, productos<br />

medicinales y de tocador. También se anuncia la importación<br />

de innovaciones para la vida hogareña como máquinas<br />

de coser, lámparas mágicas, máquinas de lavar “que no<br />

dañan la ropa y sí la desinfectan”, estufas para carbón de


3 5 8 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

piedra “que mantienen el horno caldeado constantemente<br />

y un caldero para el agua caliente”, denotando una dinámica<br />

de progreso y cambio que es perceptible en todas las<br />

formas de la vida material.<br />

L a ropa: entre la necesidad y el lujo<br />

Muy limitado hubiera sido el rol y por consiguiente la<br />

utilidad de los comerciantes, si las ciudades americanas se<br />

hubiera mantenido al margen de la moda europea. Quizá<br />

por ello fueron acuciosos e infatigables en el suministro de<br />

sus novedades, prestando invaluable servicio a la mentalidad<br />

colonial obsesionada por clasificar a los individuos según<br />

su dignidad, procedencia, rol, oficio, etnia y sexo.<br />

Vestirse a la española, así fuera con paños tejidos en<br />

Quito, daba prestancia y era un anhelo de indígenas, mestizos<br />

y criollos; los esclavos, cuyo vestuario, controlado<br />

por las leyes de Indias y por los amos se reducía a los géneros<br />

más baratos -listado, gante, crudo, coton y choletecuando<br />

podían escapar a la vigilancia oficial se convertían<br />

en grandes consumidores de géneros de lujo.<br />

Los contrabandistas, con sus bases de operación en las<br />

Antillas, libres de fianzas y trámites, fueron activos proveedores<br />

de harinas, negros y ropas de contrabando. A las<br />

bocas del Atrato llegaban las embarcaciones holandesas<br />

con géneros que se introducían en barcazas hasta los sectores<br />

mineros del Chocó; en una relación de ropas entradas<br />

en 1736 se cuentan “...encajes de toda calidad, puntillas<br />

de oro y plata de París, sombreros negros y blancos de París...<br />

cortes de vestido de seda y de paño... vestidos bordados<br />

de seda y oro, frisas de oro, brocados, tafetanes dobles<br />

y sencillos, tafetanes de Inglaterra... damascos de todos los<br />

colores, medias de seda de mujer con cuchillas de oro y<br />

plata, listonerías francesas...” en abundancia tal que “...hasta<br />

las mujeres compraban, vendiendo para ello sus joyas y


La vida material en los espacios domésticos \ 3 59<br />

sartales”. En resumen, la ropa era oro para el vendedor y el<br />

oro era ropa para el minero, fuera cual fuera su color.<br />

A partir de 1778 los mercaderes españoles y criollos<br />

tuvieron libertad para introducir mercancías provenientes<br />

de España y de otras colonias; bajo el nombre de “mercaderías<br />

de Castilla” quedaban comprendidos los productos<br />

de las nuevas fabricas catalanas y valencianas y los géneros<br />

provenientes de Francia, Holanda e Inglaterra.<br />

En el traje primaba el deseo de ostentación y la idea de<br />

comodidad le era ajena; por ello los niños “sufrían” de vestidos<br />

tan suntuosos como los de sus padres: en 1777, el<br />

ropero de María Dolores Hernández, niña de diez años,<br />

incluía dos sayas negras, cinco polleras con adornos de<br />

plata y de oro, camisas bordadas en seda, pantuflos de terciopelo<br />

con punta de plata, medias de seda con cuchillejos<br />

de plata y costosos pañuelos.<br />

La saya, el vestido de mayor gala, era de raso o seda y,<br />

si muy rica, de terciopelo o brocato, y se consideraba “peculiar<br />

de las señoras” como consta en quejas presentadas<br />

en Valledupar en 1807, por doña Concepción Loperena de<br />

Castro contra dos pardas libres, de profesión costureras,<br />

que dieron en ir a la iglesia con saya, mantón y abanico.'6<br />

Una dote pequeña (308 pesos) de la hija de una familia<br />

criolla, incluía en 1804:<br />

-Una saya de paño de seda 16 pesos.<br />

-Una mantellina 3 pesos.<br />

-Un sombrero de pelo 5 pesos.<br />

-Una camisa de estopilla y mangas de olán 7 pesos 4<br />

reales.<br />

-Unas naguas de bretaña 6 pesos.<br />

-Una camisa de mnncelina 6 pesos.<br />

16. a c;n , Colonia, Policía u , F198 a 232.


3 6 0 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

-D os pares de medias 3 pesos.<br />

-Una camisa 2 pesos.<br />

-D os pares de naguas de saraza 2 pesos.'7<br />

Comúnmente la ropa valía más que las joyas: una cruz<br />

de lazo de oro con “piedras francesas” y aritos del mismo<br />

material con ciento veinte esmeraldas se estimaba en 55<br />

pesos, igual que una saya de terciopelo; una sortija de esmeraldas<br />

valía 5 pesos, en tanto que una mantellina con<br />

vueltas de raso alcanzaba los 12 pesos.'8 Quizá las joyas<br />

que comúnmente aparecen en las relaciones de dote fueron<br />

trabajos artesanales de regular calidad, algunas en<br />

tumbaga, lo cual podría explicar su abundancia y su poco<br />

valor comparativo; las perlas de la Guajira, trabajadas en<br />

Ríohacha por oficiales plateros ayudados por mujeres, se<br />

usaban en cruces, collares, pulseras y otros “adornos mujeriles”,<br />

que no alcanzaban mayor precio: una manilla con<br />

doce hilos de perlas costaba 3 pesos. Los guajiros, dice el<br />

jesuita Antonio Julián, cambiaban perlas por armas de fuego,<br />

comida o lienzos y preferiblemente por “hayo”: una<br />

mezcla de hojas de coca, cal y cenizas.<br />

A finales de la Colonia se impusieron uniformes para<br />

los distintos cuerpos militares, con calzón ajustado bajo la<br />

rodilla, media de punto y sombrero “de tres picos”. Por<br />

Real Orden del 28 de diciembre de 1790, se dispuso que<br />

inclusive los administradores principales de rentas en la<br />

Nueva Granada, incluidos los de aguardientes, usaran uniforme.<br />

Al comienzo de la República los visitantes extranjeros<br />

registraron la pobre indumentaria de la oficialidad y la<br />

misérrima de la tropa, que ni siquiera llevaba calzado.<br />

17. Notaría Unica de Girón, tomo 1903-1904 F127V.<br />

18. Notaría Única de Girón, dote de Teresa Rev, julio 30 1800.<br />

Dote de Ignacia Serrano, junio 19 T798. Dote de Josefa Micaela<br />

I/aguado, Pamplona, 1770.


La vicia material en los espacios domésticos | 361<br />

También observaron con sorpresa el anticuado vestido de<br />

las neogranadinas y con sus críticas contribuyeron a presionar<br />

el cambio.<br />

Los hombres, que ya habían adoptado el pantalón largo,<br />

las botas y la levita, en la pobreza que siguió a las guerras<br />

de Independencia llevaban un redingote, o abrigo<br />

largo, para esconder una vestimenta desgastada; tan encubridora<br />

como éste, la ruana, prenda mestiza por excelencia,<br />

se había expandido por toda América en el siglo xvm y<br />

fue, durante éste y el siguiente siglo, común a ricos y pobres,<br />

los primeros para montar a caballo y los segundos<br />

como única cobertura. Parte de la rutina doméstica se dedicó<br />

al cuidado de la ropa: “...hay siempre mucho que remendar<br />

y componer, porque los muchachos rompen que<br />

es un gusto. En casa se almidona los martes: de manera<br />

que los lunes hay que apuntar lo roto, registrando minuciosamente<br />

pieza por pieza la ropa limpia...”'9<br />

Por razones económicas y de aislamiento, en las poblaciones<br />

pequeñas mantuvieron su vigencia algunos rasgos<br />

del vestido femenino contemporáneo de la Independencia<br />

que era, a su vez, una mezcla de caracteres del vestido español<br />

de los siglos anteriores:<br />

...anchísimas enaguas de bayeta de Castilla y mantellina<br />

de la misma tela; ropa interior de lienzo ordinario (llamado<br />

“de la tierra"); camisa de blanco lienzo con arandelas de Bretaña,<br />

bordadas de ojalillos o de hilos, lanillas y sedas de colores,<br />

de manga muy corta y grande escote, que las damas<br />

cubrían con el indispensable pañuelo “rabo de gallo”, de ancha<br />

cenefa floreada y vivos colorines, o de lanilla o seda; finas<br />

alpargatas de capellada labrada, sujetas a los pies con hila-<br />

19. Misión de la madre de familia, F J Iris, año 1, tomo 11, Bogotá,<br />

septiembre 16 de 1866.


3 6 2 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />

dillos de hilo de Castilla; sombreros de alta copa y medianas<br />

alas con cinta negra; zarcillos, gargantillas de meloncillos de<br />

oro, anillos de plata u oro, e indispensablemente, devoto rosario<br />

de coquito, con extremo, cruz, pasadoras y cucharilla para<br />

los oídos, de oro...20<br />

Cuando pasó de moda, éste se consideró un traje típico<br />

y luego se convirtió en vestido nacional. Su proceso resume,<br />

en buena parte, el de nuestra vida material.<br />

Las libertades comerciales de mediados del siglo pasado<br />

propiciaron el cambio entre las clases altas, que ajustaron<br />

su indumentaria a la moda internacional (entre 1849 Y<br />

18 51 las telas y pasamanería crecieron del 63,09% al<br />

73,60% del total de las importaciones colombianas por la<br />

aduana de Santa Marta). Si hasta entonces sobrevivió la<br />

antigua producción artesanal de lienzos de algodón, cuyo<br />

centro fue El Socorro, fue para vestir los más pobres.<br />

Imposición cultural y aislamiento determinaron las<br />

costumbres propias de las ciudades neogranadinas y sus<br />

modificaciones surgieron con los cambios políticos, impulsadas<br />

por épocas de bonanza económica. Por encima de<br />

modas e influencias foráneas, algunos rasgos que provienen<br />

de nuestro pasado indígena perduraron, dando identidad<br />

y complejidad al ejercicio de lo cotidiano.<br />

20. Forero Reyes, Camilo. Historias de m i tiem ua y de otras tierras,<br />

Bucaramanga, Fusader, 1989.


El comercio en la vida económica<br />

y social neogranadina<br />

ANTHONY<br />

M C F A R L A N E<br />

Traducción de E lvira Maldonado de Martín<br />

.E l mundo comercial de la colonia neogranadina estaba<br />

conformado por una gran variedad de compradores y vendedores,<br />

entre los más importantes los comerciantes, que<br />

controlaban la importación y la distribución de la mercancía.<br />

Después de ellos y en orden decreciente en relación<br />

con su riqueza e importancia en la escala social, podemos<br />

distinguir diversos tipos de negociantes: los mercaderes, inmediatos<br />

compradores de las importaciones a los comerciantes<br />

y encargados de la redistribución y venta al por<br />

menor; los tratantes, o detallistas a nivel local o regional;<br />

los tenderos de las ciudades, quienes conservaban pequeñas<br />

existencias de mercancías para realizar ventas permanentes<br />

al menudeo; y en la base de la pirámide comercial<br />

estaban los vendedores ambulantes y los buhoneros que<br />

vendían sus mercancías en las calles y en los mercados de<br />

pueblo. En este ensayo nos ocuparemos de los comerciantes,<br />

individuos que, debido a sus conexiones comerciales<br />

trasatlánticas, su experiencia profesional y la situación que<br />

les proporcionaba el ser miembros de asociaciones mercantiles,<br />

se consideraban los comerciantes propiamente dichos<br />

y sus funciones y posición eran comparables a las de<br />

quienes formaban parte de la clase comerciante española.


3 6 4 | ANTHONY MCFARLANF.<br />

De hecho, durante el período colonial, muchos de ellos<br />

eran españoles procedentes de los grupos de comerciantes<br />

andaluces que ejercieron el dominio sobre la carrera de Indias.<br />

Los primeros mercaderes que operaron en el territorio<br />

colombiano fueron los procedentes de Santo Domingo,<br />

quienes trajeron productos alimenticios, ganado y armamento<br />

para satisfacer las necesidades de los conquistadores<br />

y los encomenderos, fundadores de poblaciones<br />

en la costa caribe durante la décadas de 1520 y 1530. Posteriormente,<br />

después de la fundación del Nuevo Reino de<br />

Granada por parte de Jiménez de Quesada y de la extensión<br />

de la colonización española hacia las regiones de<br />

Popayán y de Antioquia, los mercaderes peninsulares proveyeron<br />

a la creciente red de poblaciones coloniales con<br />

los géneros de Castilla, de gran importancia para quienes deseaban<br />

conservar un estilo de vida español. Por otra parte,<br />

estos primeros mercaderes, junto con los encomenderos y<br />

los mineros, desempeñaron también un papel muy importante<br />

en el establecimiento de poblaciones que Rieron base<br />

fundacional de la sociedad hispánica colonial y a la vez<br />

abrieron las vías que comunicaban estos centros urbanos<br />

con el mundo exterior.<br />

La mayoría de comerciantes que trajeron mercancía<br />

europea a la Nueva Granada fueron españoles. Hacia la<br />

década de 1540 el Consulado de Sevilla se había apoderado<br />

del monopolio del comercio España-América y muchos<br />

de los mercaderes que llegaron a la Nueva Granada<br />

actuaban en representación de los negocios andaluces. El<br />

principal puerto de entrada era Cartagena de Indias que,<br />

una vez establecido como principal puerto de la Colonia,<br />

se convirtió en la residencia de algunos de los comerciantes<br />

más importantes. En 1579 los funcionarios y vecinos<br />

más importantes incluían 18 “vecinos mercaderes”. Se tra­


E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 365<br />

taba de mercaderes especializados, que sacaban beneficios<br />

de sus conexiones con los sistemas de flotas que traían<br />

mercancías europeas desde Sevilla hasta Cartagena. Todos<br />

ellos, con excepción de un genovés, eran españoles peninsulares,<br />

procedentes de Sevilla, Triana, Almodóvar del<br />

Campo, Toledo, Vitoria y Plasencia; además, todos ellos<br />

eran hombres relativamente acomodados, cuyas “rentas”<br />

excedían aquellas de la mayoría de los vecinos y en algunos<br />

casos eran mayores que las de los gobernadores y<br />

principales oficiales reales. La riqueza de los mercaderes<br />

reflejaba los altos precios de venta de los vinos, las aceitunas,<br />

el aceite de oliva, los tejidos y los productos manufacturados<br />

obtenidos en la pujante economía de la colonia;<br />

por oti*n parte su estilo de vida era comparable al de la elite<br />

emergente de los encomenderos y los funcionarios gubernamentales<br />

en Cartagena1.<br />

Alrededor de este centro de importadores residentes<br />

en Cartagena había muchos otros que tenían cierta movilidad<br />

entre España y Cartagena y entre ésta y el interior<br />

de la Nueva Granada. A partir del año 1580, un creciente<br />

número de esclavos era traído a Cartagena por mercaderes<br />

españoles y portugueses y debido a su creciente demanda<br />

para trabajar en las minas de oro del interior, este comercio<br />

se hizo muy rentable para los mercaderes, especialmente<br />

aquellos que podían llevar tanto esclavos como<br />

provisiones directamente a las regiones mineras. La distribución<br />

de las importaciones y otras mercancías a los<br />

colonizadores españoles llevó a los mercaderes a muchas<br />

poblaciones del interior y esto les permitió crear redes de<br />

clientes y socios entre los encomenderos, mineros y<br />

1. Borrego Plá, María Carmen, Cartagena de Indias en el siglo xn, Sevilla,<br />

1983 págs. 373-387.


3 6 6 | ANTHONY MCFARI.ANE<br />

funcionarios que ocupaban posiciones de liderazgo en la<br />

sociedad colonial.<br />

El desarrollo de la minería del oro fue de gran atracción<br />

para los mercaderes y hacia finales del siglo xvi Santa<br />

Fe de Bogotá, Tunja y Popayán, se habían convertido en<br />

los centros más importantes para los mercaderes que comerciaban<br />

en el interior. Nuestro conocimiento de sus<br />

actividades no es muy profundo, pero los negocios de Juan<br />

de Alavis nos permiten inferir la forma en que se realizaban<br />

los mismos. En 1568, Alavis trajo una gran cantidad de<br />

mercancías desde España, un tercio de esta importación<br />

fue pagado por el contador de la Real Caja de Cartagena,<br />

quien estaba utilizando ilegalmente las rentas reales para<br />

su beneficio personal. Alavis pensaba redistribuir estas<br />

importaciones en el interior, donde mantenía una amplia<br />

red de contactos en Tocaima, Mariquita, Ibagué, Vitoria,<br />

Remedios, Tunja, Vélez, Pamplona, Muzo y La Palma. Su<br />

vida no era nada fácil puesto que tenía que viajar mucho<br />

en el interior para cultivar sus contactos y supervisar sus<br />

negocios; para esto debía visitar con frecuencia a sus deudores<br />

y acreedores, en tiempos en los cuales viajar era empresa<br />

ardua y riesgosa. Claro está que esperaba obtener<br />

considerables beneficios económicos. Alavis le hizo saber<br />

a su socio en Cartagena que el margen de ganancia esperado<br />

era más del 100 por ciento, siempre y cuando hicieran<br />

importaciones a gran escala directamente desde Sevilla; la<br />

vinculación de Alavis con un funcionario gubernamental<br />

refleja el entusiasmo generalizado por el comercio entre<br />

quienes poseían un capital que les permitiera formar parte<br />

del mismo.<br />

Los encomenderos y los oficiales reales con frecuencia<br />

se vinculaban al comercio ya fuera comprando directamente<br />

a los barcos que llegaban de España o formando<br />

sociedades con los comerciantes. Los oficiales de gobierno


E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 367<br />

estaban autorizados para importar artículos de uso personal<br />

libres del impuesto de almojarifazgo y esto los situaba<br />

en una posición privilegiada que les permitía comprometerse<br />

con empresas comerciales especulativas. De hecho,<br />

muchos de los oficiales reales y de los clérigos que vinieron<br />

a las colonias realizaron operaciones comerciales. Las<br />

denuncias hechas a finales del siglo xvi y principios del xvii<br />

en relación con oficiales de gran importancia comprometidos<br />

en el tráfico ilegal, incluían oidores de la audiencia de<br />

Santa Fe, gobernadores provinciales, obispos, y sugieren<br />

que la práctica de importar cantidades considerables de<br />

artículos para la reventa se había convertido en operación<br />

rutinaria entre los oficiales tanto eclesiásticos como estatales.<br />

Se dice que cuando el visitador Juan Bautista de Monzón<br />

viajó desde Cartagena a Santa Fe en 1579, importó<br />

cerca de quince toneladas de artículos, requiriendo para<br />

dicho fin siete canoas de 200 toneladas para transportar<br />

estos artículos por el río Magdalena y, además, 100 caballos<br />

para el transporte terrestre. Lo anterior es posiblemente<br />

una exageración, pero la importación ilegal<br />

realizada por oficiales que trabajaban con frecuencia en<br />

compañía con los mercaderes era operación común durante<br />

el período del gobierno español; imponer altas tasas<br />

de impuestos sobre las importaciones desde Europa era<br />

siempre un poderoso incentivo al comercio ilegal para<br />

quienes querían mejorar sus ganancias2. De hecho, el comercio<br />

de contrabando era una práctica extendida en todos<br />

los niveles sociales, de esta forma una buena parte del<br />

comercio de la Nueva Granada evadía los impuestos del<br />

estado colonial.<br />

Así, los oficiales estatales se comprometían con el co-<br />

2. Colmenares, (iermán, Historia económica y mQ/ll,<br />

‘R V 'TQ- Bogotá. 1973. págs. 289-290.


3 6 8 | ANTHONY MCFARLANE<br />

mercio y los comerciantes podían ejercer sus habilidades<br />

en el gobierno. Juan de Alavis de nuevo nos sirve como<br />

ejemplo: en 1577, llegó a ser secretario de la audiencia y<br />

parece que estableció residencia permanente en la capital;<br />

su hijo llegó a ser alcalde ordinario de la ciudad y en 16 13<br />

fue nombrado tesorero de la Casa de la Moneda. La incorporación<br />

de Alavis y su hijo en la sociedad colonial constituye<br />

uno de los ejemplos de un modelo que llegó a ser<br />

común durante el período colonial, puesto que muchos<br />

de los mercaderes inmigrantes establecieron residencia<br />

permanente en las ciudades coloniales, especialmente en<br />

aquellas en las cuales residían los encomenderos adinerados,<br />

los terratenientes, los mineros y los oficiales reales que<br />

poseían el dinero necesario para adquirir objetos de lujo.<br />

Ya en 1576, la audiencia informó a la corona que había<br />

muchos “mercaderes” residiendo en Tunja y en Santa Fe e<br />

informaron que dichos mercaderes deberían ser autorizados<br />

a ocupar posiciones de alcaldes y regidores, así como<br />

otros “vecinos honrados”, con el fin de equilibrar el poder<br />

de los encomenderos locales. Hacia 1610, un grupo pequeño<br />

de 14 o 15 comerciantes dedicados a las importaciones<br />

desde España y Cartagena se había establecido en el corazón<br />

de la sociedad de Tunja. Poseedores de propiedades<br />

que costaban entre 10 000 y 80 000 pesos, éstos eran los<br />

encargados de aprovisionar la ciudad con mercancías europeas<br />

traídas en recuas de muías desde Honda; así, su comercio<br />

de importación, junto con alimentos y material de<br />

lana y algodón producido en la región de Tunja, se expandió<br />

hacia el occidente del río Magdalena, las poblaciones<br />

mineras de Antioquia y por el sur, hasta Santa Fe y Popayán.<br />

Es indudable que su riqueza les llevó a ser vecinos distinguidos<br />

de Tunja, con posibilidades de vivir al nivel de<br />

las familias más importantes y de los funcionarios que ocupaban<br />

las casas más grandes situadas alrededor o en las


E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 369<br />

cercanías de la plaza central. Los comerciantes de Popayán<br />

ocuparon posiciones de importancia similar en la sociedad<br />

de su ciudad, ellos eran peninsulares inmigrantes<br />

que se habían casado con miembros de familias distinguidas<br />

de la sociedad local. Alonso Hurtado del Águila, por<br />

ejemplo, era un comerciante procedente de Toledo, quien<br />

después de contraer nupcias con la sobrina de un encomendero<br />

y terrateniente de Popayán, siendo aún comerciante<br />

en Cartagena, se trasladó posteriormente a Popayán<br />

en donde estableció su residencia. Hacia 16 16 llegó a ser<br />

uno de los mercaderes más importantes de Popayán, ya<br />

que era el dueño de ocho almacenes localizados en la<br />

plaza mayor, de una encomienda, de varias estancias, de<br />

ganado, de muchas casas, de una mina (herencia de su esposa)<br />

y de esclavos que eran utilizados para realizar trabajos<br />

en las minas que había adquirido en Alamaguer y en<br />

Caloto. Fue en distintas ocasiones alcalde y teniente de<br />

gobernador, sirvió con alguna frecuencia de fiador a funcionarios<br />

locales, fue ejecutor de testamentos para otros<br />

mercaderes y compadre de familias importantes. En resumen,<br />

Hurtado llegó a ser un miembro muy importante de<br />

la elite de Popayán, dueño de esclavos, tierras y casas,<br />

hombre influyente del gobierno y la política local’.<br />

A pesar de su éxito personal, los comerciantes como<br />

Hurtado del Aguila no llegaron a establecer dinastías mercantiles<br />

ni sentaron las bases para la formación de una clase<br />

comerciante que tuviera la coherencia y la continuidad<br />

de aquellas de las capitales de Perú y de México. La relativa<br />

debilidad de los comerciantes de la Nueva Granada se<br />

reveló en 1695, cuando un grupo de cerca de 20 mercaderes<br />

de Bogotá, intentó establecer un covstdado de comercio<br />

3. Marzhal, Peter, Tmvn in the Empire: Government, Politics tintI<br />

Society in Seventeenth-Century Popayán, Austin, Texas, 1978. págs. 31-32.


37 ° I ANTHONY MCFARLANF,<br />

siguiendo el modelo de los de Lima y Ciudad de México4.<br />

Este Consulado de Santafé no sobrevivió por mucho tiempo,<br />

sus miembros no fueron capaces de cumplir con sus<br />

obligaciones financieras con la corona y el consulado fue<br />

cerrado en 17 13 . Este hecho refleja la incapacidad de los<br />

comerciantes neogranadinos para conservar una institución<br />

de este tipo5. Sólo después de ochenta años se formó<br />

una nueva asociación de comerciantes en la Nueva Granada;<br />

pero en esta ocasión se estableció en Cartagena de Indias,<br />

centro principal de los comerciantes en la colonia. A<br />

pesar de lo anterior, no se debe subestimar la importancia<br />

de los comerciantes inmigrantes en la sociedad colonial,<br />

puesto que ellos proporcionaron nuevas riquezas a las familias<br />

criollas, de las cuales llegaron a ser miembros por<br />

sus matrimonios y puesto que gracias a su presencia mantuvieron<br />

contactos entre las sociedades cerradas establecidas<br />

localmente en las provincias de la Nueva Granada y el<br />

mundo más amplio de España y su imperio.<br />

Hacia el siglo xvm los comerciantes más importantes<br />

de la Nueva Granada estaban establecidos en Cartagena<br />

de Indias, puerto y plaza fuerte, que se había convertido en<br />

el eje del comercio exterior de la Nueva Granada, puesto<br />

que era el primer puerto de llegada de las flotas trasatlánticas<br />

que aprovisionaban la Suramérica española, y el<br />

lugar de convergencia de los comerciantes provinciales en<br />

sus viajes para comprar mercancía europea a los mercaderes<br />

de la ciudad a fin de revenderla en el interior. Así, durante<br />

el transcurso del siglo xvm, cuando el comercio de la<br />

Nueva Granada se extendió con el crecimiento de la<br />

producción de oro de la colonia, la comunidad mercantil<br />

_____________________________________ i___________<br />

4. Archivo General de Indias, Consulados 68, Pretensiones de los<br />

comerciantes del Nuevo Reino de Granada, Madrid, 23 de marzo,<br />

1965.


E l comercio en la vida económica y social neogranadiua \ y ]\<br />

de Cartagena hizo una contribución de gran importancia a<br />

la vida social de la ciudad v, a través de su comercio, a la<br />

vida económica de la Nueva Granada en general.<br />

Antes de la abolición de los Galeones de Tierra Firme,<br />

durante la guerra anglo-española de 1739 a 1748, los comerciantes<br />

de Cartagena no realizaron transacciones independientes<br />

con F)spaña, ya que dependían de los cargadores<br />

a ludias, comerciantes españoles que viajaban con las flotas<br />

a vender mercancías en las ferias de Cartagena y Portobelo,<br />

y regresaban posteriormente a España. Los comerciantes<br />

residentes en Cartagena compraban mercancía de<br />

las flotas, durante las ferias, para revenderla a mercaderes<br />

provincianos y a distribuidores locales. De acuerdo con la<br />

ley española, los comerciantes residentes en América no<br />

podían recibir cargamentos consignados directamente a su<br />

nombre, ni estaban autorizados para enviar cargamentos a<br />

las metrópolis; estas transacciones sólo las podían realizar<br />

por medio de los españoles miembros de la Utiiversidad de<br />

Cargadores a Indias, por tanto los comerciantes en la Nueva<br />

Granada estaban limitados a comerciar dentro de la colonia,<br />

en donde actuaban como distribuidores de las importaciones<br />

traídas por las flotas. A pesar de esto, los<br />

comerciantes de Cartagena conformaban un grupo próspero<br />

de personas que tenían un estilo de vida muy especial<br />

en la ciudad. Cuando Jorge Juan y Antonio de Ulloa visitaron<br />

la ciudad en 1735, observaron que los comerciantes<br />

que “mantienen las Casas de Comercio... son los que disfrutan<br />

más floridos caudales”; hecho que los distinguía de<br />

5. Smith, Rohert S., “The Consulado in Santa Fe de Hogotá",<br />

Hispanic American Historial Review, vol. 45, 1965, págs. 442-447;<br />

Luccna Salmoral, Manuel, “ Ixis Precedentes del Consulado de Cartagena:<br />

F 1Consulado de Santa Fe (16 5-17 13) y el Tribunal del Comercio<br />

cartagenero", Estudios de Historia Soria! )’ Económica de América, N ° 2,<br />

Universidad de Alcalá de Henares, 1986, págs. 179-198.


372 | ANTHONY MCFARLANE<br />

“las familias de criollos blancos (que) son los que poseen<br />

los bienes de Tierras o Haciendas”6.<br />

Durante la primera mitad del siglo xvm los cargadores<br />

dominaron el comercio canalizado a través del sistema de<br />

flotas de Sevilla y Cádiz; desde mediados de siglo en adelante<br />

y, debido a que los galeones fueron suprimidos<br />

y reemplazados por los navios de registro, se fortaleció la<br />

comunidad mercantil cartagenera. Como a partir de entonces<br />

el comercio se realizaba en navios de propiedad individual<br />

y no en convoyes que realizaban viajes periódicos,<br />

los mercaderes peninsulares dejaron de viajar en grupo,<br />

para encontrarse con sus contrapartes coloniales en lugares<br />

y fechas predeterminadas para realizar intercambios<br />

cortos e intensivos. El comercio de ultramar empezó a ser<br />

controlado por residentes en la colonia, puesto que estaban<br />

en posición de proporcionar un flujo constante de información<br />

acerca de las condiciones del mercado local y<br />

podían además manejar el flujo, más lento pero más permanente,<br />

de los negocios transportados por los navios de<br />

registro. Por otra parte, la corona también alivió las reglamentaciones<br />

que regían la participación en el comercio<br />

trasatlántico al permitir a los ciudadanos americanos embarcar<br />

mercancías, hacia y desde la metrópoli, sin tener<br />

que utilizar los cargadores como intermediarios7. Estas modificaciones<br />

de las reglamentaciones sobre el comercio<br />

trasatlántico no desplazaron de inmediato a los cargadores,<br />

pero el hecho de aliviar las restricciones comerciales favoreció,<br />

sin duda alguna, el desarrollo de una elite mercantil<br />

en la Nueva Granada, especialmente en Cartagena. Al re­<br />

6. De Ulloa, Jorge Juan y Antonio, “Relación Histórica del Viage<br />

hecho de orden su Magestad a la America Meridional", Madrid. 1 748,<br />

pág. 40.<br />

7. Antúñez y Acevedo, Memorias históricas, págs. 300-305.


EJ comercio en ¡a vida económica y social neogranadina | 373<br />

emplazar las flotas suramericanas por barcos de registro,<br />

los comerciantes transeúntes, que habían dominado el comercio<br />

de la colonia en la era de los galeones, fueron<br />

reemplazados por individuos residentes en Cartagena durante<br />

años y que llegaron a identificarse con la colonia y su<br />

comercio.<br />

Se tratara de cargadores tnatricidados o comerciantes vecinos,<br />

los comerciantes que organizaron el comercio español<br />

a través de Cartagena eran españoles peninsulares todos<br />

ellos, que actuaban como intermediarios de las casas comerciales<br />

de Cádiz y como agentes del comercio organizado<br />

en Cádiz. Los registros de embarcaciones que viajaban<br />

entre Cartagena y España durante las décadas de 1760 y<br />

1770, muestran que la mayoría del comercio se realizó de<br />

esta forma. La vieja forma comercial, mediante la cual los<br />

hombres de Cádiz cruzaban el Atlántico para vender sus<br />

mercancías en Cartagena y Portobelo, no fue suprimida<br />

del todo, pero a finales del siglo xvm la mayoría de los negocios<br />

lo realizaban comerciantes peninsulares residentes<br />

en Cartagena, que organizaban el flujo de las importaciones<br />

provenientes de España y que, a su vez, se intercambiaban<br />

por oro y otros lujos8.<br />

La mayoría de estos comerciantes eran emisarios de<br />

las casas comerciales de Cádiz enviados a Cartagena para<br />

recibir los embarcos y organizar los envíos desde allí, eran<br />

con frecuencia miembros de firmas de propiedad de familias<br />

españolas que necesitaban agentes que manejaran sus<br />

negocios en el puerto9. Los registros de las embarcaciones<br />

8. De la Pedraja Toman, René, “Aspectos del Comercio de Cartagena<br />

en el Siglo xvm," Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura,<br />

8, 1976, págs. 107-125.<br />

9. McFarlane. Anthony, “Comerciantes y Monopolio en la Nueva<br />

(¡ranada: F.l Consulado de Cartagena de Indias”, Anuario Colombiano de<br />

Historia Social y de la Cultura, n , 1983. págs. 49-52.


374 I ANTHONY MCFARI.ANE<br />

muestran que los mercaderes con frecuencia no trabajaban<br />

con exclusividad para una casa comercial; por lo general se<br />

encargaban del manejo de mercancías enviadas “por cuenta<br />

y riesgo” de varios mercaderes en la península. Los embarques<br />

que salían de la colonia, se enviaban de la misma<br />

forma. Si su primera función era actuar como representantes<br />

o agentes por comisión, los registros de embarque de la<br />

década de 1760 y los primeros años de la década de 1770,<br />

muestran muchos casos de mercaderes residentes en Cartagena<br />

que realizaban importaciones y exportaciones por<br />

su cuenta. Esta forma de comerciar parece ser, sin embargo,<br />

la forma minoritaria de realizar negocios. La mayoría<br />

del comercio se origina en España y la principal actividad<br />

del comerciante cartagenero era la venta de importaciones<br />

y el envío de las exportaciones bajo comisión.<br />

El tipo y la magnitud de dichos negocios está ilustrado<br />

por una disputa legal relacionada con los bienes de Antonio<br />

Paniza, un comerciante español que murió en Cartagena<br />

en 1778. Cuando los negocios de “Paniza, Guerra de<br />

Mier y Compañía” fueron afectados por la muerte de<br />

Paniza, sus libros reflejaban la magnitud de las actividades<br />

en las que un comerciante de Cartagena se podía comprometer.<br />

Muchas de las deudas más importantes de la<br />

compañía eran por sumas relativamente pequeñas, que<br />

representaban compromisos de distribuidores que habían<br />

recibido las mercancías a crédito de los almacenes de la<br />

compañía; otras, generalmente sumas mucho mayores, representaban<br />

deudas de mercaderes en Cartagena y en<br />

otras ciudades en el interior y en el exterior, como la<br />

Habana, Madrid y Portobelo. “Paniza, Guerra de Mier y<br />

Compañía”, aparentemente actuaban como banco también,<br />

puesto que hacían préstamos en efectivo a clientes<br />

adinerados. El obispo de Santa Marta y otros clérigos se<br />

contaban entre sus deudores; también lo era un detallista


E l comercio ai la vida económica y soda! neogranadina | 375<br />

de Cartagena que había hipotecado su casa a un interés del<br />

5 por ciento anual. Los activos de la compañía comprendían<br />

también propiedades urbanas y rurales, incluyendo<br />

una hacienda y su pequeña fuerza de esclavos y cuatro casas<br />

en Cartagena. Las propiedades de Paniza fueron<br />

avaluadas en más de 150 000 pesos, de los cuales cerca de<br />

44 000 estaban representados por efectivo y mercancías y<br />

los 74 000 restantes eran deudas comerciales contraídas<br />

con él10. Según los estándares del siglo xvm, en la Nueva<br />

Granada estos bienes eran considerados bastante grandes<br />

e indican que los importadores más importantes de Cartagena<br />

obtenían ganancias considerables.<br />

Los comerciantes de esta talla formaban la elite comercial<br />

de la ciudad y constituían un grupo relativamente pequeño<br />

(entre 30 y 50 hombres a finales del siglo xvm) que<br />

superaba, tanto en riquezas como en posición social, a los<br />

mercaderes que vendían mercancías al menudeo dentro de<br />

la ciudad y en las provincias; además, podían disfrutar de<br />

un estilo de vida que se equiparaba al de los funcionarios<br />

más importantes y a quienes pertenecían a las familias<br />

criollas de más alto rango. La mayoría de ellos vivía en el<br />

mismo barrio en Cartagena, en donde tenían casas muy<br />

grandes en las que residían sus familias y sus empleados<br />

más importantes (familiares provenientes de España en su<br />

gran mayoría); también tenían allí sus almacenes. Los<br />

comerciantes de Cartagena poseían además casas de campo<br />

en Turbaco, lugar en el cual podían disfrutar descansando<br />

del calor y la congestión de la ciudad en compañía<br />

de otras familias integrantes de la elite cartagenera.<br />

La posición privilegiada de los comerciantes de Cartagena<br />

en el comercio neogranadino fiie reconocida oficial­<br />

10. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Testamentarias de<br />

Bolívar, tomo 26, fols. 917-995.


3 jf> | ANTHONY MCFAR LAN E<br />

mente en 1795, año en el que la corona autorizó el establecimiento<br />

de un Consulado de Comercio en Cartagena,<br />

asociación de comerciantes con jurisdicción comercial,<br />

que cubría el virreinato de la Nueva Granada y estaba encargada<br />

de presentar proyectos de mejoramiento económico.<br />

Fundado sobre un ola de retórica optimista y de<br />

buenas intenciones, el consulado no fue capaz de realizar<br />

una labor reconocible diferente a la de señalar el status de<br />

los comerciantes de la ciudad. Llegó a ser una institución<br />

con fines estrechos, cuyo fundamento estaba constituido<br />

por comerciantes españoles que se rotaban las posiciones<br />

en el consulado entre ellos mismos y le prestaban muy<br />

poca atención a las necesidades de la región, cuando éstas<br />

salían de los límites de Cartagena. La red de relaciones familiares<br />

que existía entre los principales comerciantes de<br />

Cartagena era tan estrecha, que prestar los servicios al<br />

consulado llegó a ser casi asunto familiar y las relaciones<br />

de negocios eran reforzadas por relaciones de sangre y<br />

matrimonio.<br />

Esta “rosca” de comerciantes de Cartagena, a pesar de<br />

su notoria composición peninsular, no estaba fuera de la<br />

sociedad colonial, puesto que algunos de los comerciantes<br />

se casaron con miembros de la sociedad criolla estableciendo<br />

lazos con la elite local. Los comerciantes de Cartagena<br />

no tenían relaciones estrechas con la elite criolla del<br />

interior. Dada su clara dependencia e identificación con las<br />

fortunas provenientes del comercio trasatlántico español,<br />

la clase comerciante de Cartagena era una comunidad<br />

compuesta por peninsulares sin vínculo alguno con el país<br />

que se extendía más allá de los confínes de Cartagena de<br />

Indias. Las distancias -en términos de desplazamientoseran<br />

menos grandes con España, que con muchos lugares<br />

del interior de la Nueva Granada, por tanto, ellos estaban<br />

situados en los linderos de la sociedad colonial, disfrutan­


FJ comercio ai la vida económica y social neogranadwa | 377<br />

do de su rol de intermediarios comerciales pero prestando<br />

muy poco aporte al desarrollo económico y político del<br />

territorio.<br />

En el interior de la Nueva Granada había un número<br />

considerable de centros mercantiles secundarios: unos, en<br />

los puertos fluviales de Mompós y de Honda, otros en<br />

Santa Fe de Antioquia y otros en Popayán; todos ellos<br />

manejaban el comercio regional cubriendo muy extensas<br />

zonas de territorios del interior. Los comerciantes del interior<br />

mantenían relaciones con Cartagena, similares a las<br />

que mantenía Cartagena con Cádiz, por tanto los mercaderes<br />

de Bogotá y de otras ciudades del interior, generalmente<br />

dependían de los mayoristas de Cartagena para<br />

realizar sus importaciones de Europa. Al realizar negocios<br />

por su cuenta y/o como agentes de los comerciantes de<br />

Cartagena, recibían mercancías importadas desde el puerto,<br />

utilizando por lo general crédito otorgado por períodos<br />

que oscilaban entre los seis y los doce meses y encargándose<br />

del envío de lingotes de oro o de efectivo al puerto en<br />

las fechas de vencimiento. Realizaban las ventas de la mercancía<br />

al por mayor o al menudeo, ya desde sus almacenes<br />

en la capital o haciendo los envíos a mercaderes residentes<br />

en otras ciudades, extendiendo de esta forma la cadena de<br />

créditos que se originaba en Cádiz.<br />

Parece que la mayoría de los mercaderes del interior<br />

negociaban con Cartagena en lugar de hacerlo directamente<br />

con España. En 1796, el virrey Ezpeleta informó a<br />

la corona que los únicos verdaderos comerciantes que recibían<br />

mercancía en su propio nombre estaban radicados<br />

en Cartagena; los comerciantes residentes en las otras ciudades<br />

eran generalmente sólo negociantes y distribuidores<br />

de segunda y tercera mano". Ellos no desdeñaban los ne-<br />

r 1. Acíi, Santa Fe 957, virrey Fzpeleta a Diego de (íardoqui, Santa<br />

Fe, 19 julio 1796.


37 $ I ANTHONY MCFARI.ANE<br />

gocios pequeños: en Bogotá, aun los comerciantes de más<br />

alta posición vendían cantidades pequeñas de artículos en<br />

sus almacenes, cantidades que llegaban hasta el valor de<br />

un cuartillo, que era la denominación más pequeña de la<br />

moneda en el país12.<br />

Los mercaderes provincianos no sólo se comprometían<br />

en el menudeo y el mayoreo, sino que tenían que trabajar<br />

muy duro para obtener ganancias. Los comerciantes<br />

de Medellin debieron enfrentar una tarea especialmente<br />

ardua, puesto que tenían que viajar distancias muy grandes<br />

en terrenos muy difíciles con el fin de cultivar los contactos<br />

comerciales y obtener mercancías. Incluso durante las<br />

mejores épocas del año, los desplazamientos con recuas de<br />

muías a través de cadenas muy montañosas y sobre ríos<br />

caudalosos, eran muy lentos, costosos y en ocasiones peligrosos.<br />

Los viajes hasta Puerto Nare en el río Magdalena, a<br />

Medellin y Santa Fe de Antioquia, duraban cerca de 20<br />

días, pero las lluvias o los problemas surgidos en la ruta<br />

podían hacer los viajes mucho más largos; los viajes hasta<br />

Cartagena, Bogotá o Popayán, duraban varias semanas, incluso<br />

varios meses. Un comerciante de Medellin que íuera<br />

a Cartagena necesitaba cerca de 50 días para llevar su mercancía<br />

hasta Medellin, y durante este tiempo se veía enfrentado<br />

a las dificultades que implicaba la contratación de<br />

botes y bogas en el Magdalena y la organización de sucesivas<br />

recuas de muías para transportar sus mercancías de un<br />

lugar a otro. De regreso a Medellin, tenía que ir a los distritos<br />

mineros para venderlas y la mayoría de sus negocios se<br />

realizaban adelantando mercancías a crédito, generalmente<br />

a seis meses, contra promesas de pago en polvo de oro.<br />

Una vez recibía el polvo de oro, debía llevarlo a Santa Fe<br />

12. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Aduanas (Cartas),<br />

tomo 3, íol. 921.


El comercio en la vida económica y social neogranadina<br />

Cartagena. H uguier Herm ano.<br />

Impreso papel. 1882.<br />

Museo Nacional.<br />

Barco negrero.<br />

G rabado.<br />

Casa M useo del<br />

20 de Julio.


MEMORIAS HISTÓRICAS<br />

SOBRE<br />

LA LEGISLACION,<br />

Y GOBIERNO DEL COMERCIO<br />

DE LOS ESPAÑOLES<br />

CON SUS C O L O N I A S<br />

EN LAS INDIAS O C C ID EN TA LES,<br />

RECOPILADAS<br />

POR E l Sr .D. R A F A E L A X T U N E Z 7 ACEVEDO,<br />

MINISTRO TOGADO OJEZ SUVSgUO CONSEJO<br />

X>i IN DIAS.<br />

EN MADRID<br />

* N L A 1 M T R Í N T A D E S A N C H A .<br />

DE M. DCC. XGVIJ.<br />

A * 1 1 CU L O I V .Í<br />

‘i ' f y<br />

■ D e s p u é s d e te s ta fe c h a -e l- to t a l d e lo s derech os q u e<br />

a tíib ü ia í cad a t s a d a d a fis e g iw - e lir e g la m e n t o q u e insi-<br />

, o n u iiik n k * qu eJjrad ds' d e n u r a v o d u , « e l a -<br />

• • ..-íi./v:d>4,»vaaa t r M - • -- -A<br />

-jp. • • i * ■ - i<br />

• T o t a l d e f o t d e r e c h a s q u e eóHi<br />

r ib t t y t u n a t o n e la d a d e<br />

• M m. «> 1 •1- ' ■<br />

. . . li -Pilmeo. AlbwRtttei-.Enjonqua. Pratot.<br />

. " 1 ' p r*. v a $ rs. v n ; rs. v n , ís . v n ¡<br />

• . - - v ***** t>r rjw<br />

m il r . f o 6 i 1 4 0 6 . 1 4 0 6 . 6 7 r<<br />

»*« « .' ■— ....... • . ' . * » * ^ 5)7 - % 7 *<br />

................1 3 * 6 . *1 ^3 2 6 . 1 3 Í 6 '.- 6 3 3 .<br />

E a r a .J iim a ¡ - ,j<br />

P a r a B u e n o s-, A y re s .. . . r a l o . 1 8 0 5 ; 8 0 9 $ 8 0 9 .<br />

P a r a C a r ta g e n a . . . P i n a . 6 7 1 . 6 7 1 . 6 7 1 .'<br />

P a r a H o n d u ra s . í . 1 6 9 1 . . . >4 4 4 :' 4 4 5 . 4 4 $<br />

P a r a C a ia c a s . . . . . . , . , . ¿ 1-5 4 8 . 5 3 3 ; 5 3 3 . j g g .<br />

P a r a 'M a r a c a y b o í't. . - 0 8 6 . :$ 7 § . 5 7 8 2 * 4 0 1 . 4 0 12 *<br />

P a r a , C u m a n á , ktU. í&. frs&t/iaftfSiQ* *0 7 6 ; 0 7 6 . 0 7 6 .<br />

P a n H a v a n a .- . . j * o . ■ 5 1 0 ? 5 1 0 .’ j i o -<br />

P a r a G u b a . . . . . 4 !» 7 - 4 a 7 - 4 37 - '4 * 7 '­<br />

P a ra . P u e r to .Rico'. ■•3 5 7 . 3 3 7 , 3 3 7 . 3 3 7 .<br />

Para Margajita.................... 3 x8 . 3 1 8 . 3 1 8 . 3 0 3 .<br />

P a ra Trinidad....................... 4 2 0 , 4 2 0 » 4 ? ° - ' 4 ° $ -<br />

. 1 *<br />

E s te im p u e sto e ra sin d u d a m u y g r a v o s o í lea d u e -<br />

fias d e n a v io s , y p o r c o n s ig u ie n te a l o e w e rc io 'j no só ltf<br />

p o r su e x c e siv a q u o t a , sillo ta m b ié n p o r q u e se- e x ig ía<br />

a n te s 'd c ta lir e l n a v ia d e l - p u e rto j y d e e n tr e g a r le el ^reg<br />

istro a l M a e s tre , g u a n d o e sta b a m a v a p u ra d o con l&s<br />

T otal de los derechos<br />

que contribuye una<br />

tonelada de pálmelo,<br />

albarrotes, enjuques<br />

y frutos para<br />

diversos puertos de<br />

Am érica.<br />

Impreso.<br />

Memorias históricas<br />

sobre la legislación y<br />

gobierno del comercio<br />

de los españoles con<br />

sus colonias en las<br />

Indias Occidentales.<br />

Com pilado por<br />

Rafael Anturez y<br />

Acevedo. 1797.<br />

Casa M useo del 20 de<br />

Julio. 986.102.<br />

V 14 13 a .<br />

Legislación sobre<br />

comercio.<br />

Impreso.<br />

Memorias históricas<br />

sobre la legislación<br />

y gobierno del<br />

comercio de los<br />

españoles con sus<br />

colonias en las<br />

Indias<br />

Occidentales.<br />

Com pilado por<br />

Rafael A nturezj<br />

Acevedo. 1797<br />

C asa M useo del 2(<br />

de Julio. 986.102<br />

Vl4i3a<br />

Octante de ébano y hueso.<br />

M isión Científica de M . Boussin.<br />

Siglo xviii.<br />

M useo Nacional. N ° 864.


FJ comercio en la vida económica y social neogranadina | 379<br />

de Antioquia para fundirlo y pagar impuestos; inmediatamente<br />

después debía pagar el dinero que adeudaba a Cartagena,<br />

para lo cual debía hacer un viaje similar al anterior<br />

o enviarlo con otros mercaderes o por correo. Según expresó<br />

en 1787 el oidor Juan Antonio Mon y Velarde, este<br />

sistema de comercio determinaba “que todos son<br />

feudatarios de los Comerciantes y estos de sus correspondientes<br />

en Santafé, Cartagena, Mompox y Santa Marta”1^.<br />

A pesar de todo lo anterior, para los comerciantes de<br />

Medellin una exitosa experiencia comercial les generaba<br />

ganancias del orden del 25 al 30 por ciento'4.<br />

Algunos comerciantes hicieron fortunas considerables.<br />

Manuel Díaz de Hoyos, un español relacionado con familias<br />

aristocráticas de Cartagena, llegó a ser miembro importante<br />

de la comunidad comercial de Bogotá durante la<br />

última mitad del siglo xvm y es un buen ejemplo de la riqueza<br />

que podía ser acumulada por un comerciante trabajador<br />

y con buenas conexiones. Díaz de Hoyos realizó su<br />

comercio en la capital durante aproximadamente cincuenta<br />

años, hasta que en la década de 1790 llegó a ser un<br />

ciudadano muy respetado en su comunidad, además de<br />

capitán en la Caballería Militar de Bogotá. Recién llegado<br />

a la ciudad, trabajó como agente de la marquesa de Valdehoyos,<br />

residente en Cartagena, propietaria de enormes<br />

fincas y especuladora en el mercado de esclavos; parece<br />

que esta conexión le sirvió de base para constituir su fortuna.<br />

Del mismo modo que otros comerciantes, se comprometió<br />

en todo tipo de comercio: importaba mercancía<br />

europea, exportaba cacao y le daba crédito a los mineros<br />

13. Archivo Histórico de Antioquia, Colonia, Hacienda, tomo 747,<br />

N ° 11988.<br />

14. Tvvinam, Ann. Miners, Merchants, and Fanners in Colonial Colombia,<br />

Austin, Texas, 1982, págs. 82-90.


3 8 0 | ANTHONY MCFARI.ANE<br />

del oro contra pago en oro. El mercado financiero también<br />

figuraba entre sus actividades, puesto que sus deudores<br />

eran tanto otros comerciantes como miembros de la administración<br />

del virreinato. Hacia 1790 ya invertía enormes<br />

sumas en el comercio directo con Cádiz y a pesar de haber<br />

atravesado por un período de dificultades en sus negocios,<br />

hacia el final de su carrera, otros mercaderes y comerciantes<br />

de Santa Fe le debían cerca de 300 000 pesos'5.<br />

En este nivel, los comerciantes podían llevar un estilo<br />

de vida opulento y ostentoso según los estándares de la<br />

Nueva Granada. Un estado de cuentas de las propiedades<br />

de Antonio García de Lemos hacia 1741, comerciante adinerado<br />

de Popayán, nos da una muestra de su riqueza y<br />

gusto. Habiendo obtenido la mayoría de su fortuna del<br />

tráfico de esclavos, García de Lemos poseía una casa en<br />

Popayán cuyo avalúo, contemplando el inmueble y su<br />

decoración, rivalizaba con el valor de la de don Cristóbal<br />

de Mosquera, uno de los principales terratenientes y mineros<br />

de la zona. La siguiente lista de sus muebles sugiere un<br />

interior bien amoblado y ricamente decorado pues poseía<br />

“ 84 cuadros grandes en que entran los de marcos dorados...<br />

16 espejos, 24 sillas de madamas nuevas con clavazón<br />

dorada de Sevilla, 18 sillas de vaqueta de moscovia, 6<br />

sillas ordinarias, 8 taburetes de vaqueta de moscovia, 6 taburetes<br />

santafereños, 24 asientos y espaldares de sillas...”<br />

etc, etc. Incluyendo tapetes, cristales y vajillas, el amoblamiento<br />

solamente, tenía un valor de más de 6 000 patacones<br />

y las vestimentas de la familia más de 5 000 patacones;<br />

el servicio doméstico de la casa era prestado por 9 esclavos.<br />

No nos debe sorprender, por tanto, que en 1763 el<br />

procurador del cabildo de Popayán describiera la forma en<br />

15. McFarlane, Anthony, Colombia before Independence: Economy,<br />

Society and Politics under Bourbon Rule, Cambridge, 1993, págs. 174-175.


FJ comercio en la vida económica y social neogranadina | 381<br />

la que los comerciantes se enriquecían “como sanguijuela<br />

cebada en la sangre y substancia de estas provincias, que es<br />

el oro"'6.<br />

Las ganancias obtenidas en sus negocios de importación<br />

de bienes, el sector más valioso del comercio colonial,<br />

aseguraba que los principales comerciantes de las principales<br />

ciudades de la Nueva Granada Rieran figuras prominentes<br />

en la sociedad urbana. Su riqueza alcanzaba para<br />

mantener a los parientes pobres pertenecientes a las familias<br />

criollas de las cuales llegaron a formar parte por medio<br />

de sus alianzas matrimoniales; también generaba una<br />

clientela de dependientes entre los artesanos, sirvientes y<br />

otros, cuyas habilidades eran contratadas por ellos. Por<br />

otra parte, les dio gran importancia política dentro de sus<br />

comunidades, puesto que llegaron a ser regidores de cabildos<br />

y se conectaron con la sociedad criolla, lo que les<br />

permitió ser nombrados en los gobiernos locales. Al integrarse<br />

en las sociedades provincianas por medio del matrimonio,<br />

los comerciantes españoles llegaban a formar<br />

familias que se integraban en las redes de las elites criollas.<br />

Sus hijas, a su vez, se casaban con otros inmigrantes españoles<br />

o con miembros del patriciado criollo; parece que<br />

los hijos no solían seguir a sus padres en el comercio sino<br />

que eran educados para que entraran en la iglesia o en las<br />

profesiones más respetadas, especialmente el derecho.<br />

Irónicamente, parece ser que los hijos educados de inmigrantes<br />

de la península española manifestaban resentimientos<br />

contra la patria de sus padres. Hacia fines del siglo<br />

xvm, la proliferación de criollos bien educados, hijos de<br />

inmigrantes de la península, formó una generación de jó ­<br />

venes que se sentían alienados, privados de oportunidades<br />

16. Archivo Central del Cauca, Libro capitular, tomo 23, 17(13.<br />

fols. 38-39.


3 8 2 | ANTHONY MCFARLANE<br />

profesionales debido, a la presencia de funcionarios contratados<br />

en España'7.<br />

Bajo estos comerciantes de alto rango, estaban los<br />

mercaderes más pequeños y menos prósperos, los tratantes<br />

y los dueños de almacenes que vendían las diferentes<br />

mercancías que circulaban al interior de las ciudades, poblaciones<br />

y asentamientos mineros de la Nueva Granada.<br />

Un informe hecho en 176 1 por un administrador de alcabala<br />

en Santafé, nos da una idea del flujo de comercio manejado<br />

por los negociantes de un centro urbano grande. La<br />

parte más valiosa del comercio en la ciudad estaba representada<br />

por “géneros nobles” y textiles, principalmente linos,<br />

paños, sedas, sombreros y una variedad de artículos<br />

que incluían diferentes tipos de lencería, cera, papel, pimienta<br />

de Castilla y tabasco, canela, comino y ferretería;<br />

las importaciones desde Europa incluían también más de<br />

2 000 jarras de vino, pescado, aceitunas y aceite de oliva,<br />

además de 395 barras de hierro. Sin embargo, la mayor<br />

cantidad de objetos que llegaban a la ciudad eran los “géneros<br />

del Reino” o productos domésticos traídos de otras<br />

regiones de la colonia. Aproximadamente tres cuartos del<br />

volumen total estaba representado por melaza, el resto era<br />

azúcar, tabaco, cacao, anís, linos domésticos, camisas y<br />

mantas de Tunja, paños de Quito, artículos varios como<br />

jabón, sandalias de cuero, sebo, pabilos y alimentos varios<br />

como arroz, conservas, queso, tortas de queso y miel, garbanzos,<br />

ajo y sal marina. Por último, los terratenientes<br />

aprovisionaban a los carniceros de la ciudad con aproximadamente<br />

1 600 reses y 4 500 cerdos para satisfacer el<br />

apetito santafereño por la carne'8.<br />

17. Colmenares, Germán, Historia económica y sorial de Colombia:<br />

Popayán, una sociedad esclavista, 1680-1800, Bogotá, 1979, págs. 239-254.<br />

18. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Impuestos varios<br />

(Cartas), tomo 26, fols. 237-242.


E l comercio en la vida económica y social neogranadina \ 383<br />

Este amplio mercado de productos domésticos era sin<br />

duda realizado por una cantidad de pequeños mercaderes<br />

que vendían sus artículos en los mercados de los pueblos,<br />

ya Riera a través de tiendas y puestos de venta en los mercados<br />

o simplemente voceándolos en las calles. La mayoría<br />

de estos hombres y mujeres eran nativos de la Nueva<br />

Granada, aunque en Cartagena la distribución al menudeo<br />

de aguardiente Ríe monopolizada por los comerciantes catalanes,<br />

quienes se especializaron en la importación de<br />

aguardiente de uva desde España a finales del siglo xvm.<br />

Sabemos muy poco de las vidas y actividades de estos pequeños<br />

mercaderes. Podemos estar seguros, sin embargo,<br />

de que la gran mayoría obtenían pequeñas ganancias de<br />

este comercio; en la Nueva Granada, como en otras regiones<br />

de Hispanoamérica, la mayor participación en las ganancias<br />

comerciales estuvo en manos de los comerciantes<br />

peninsulares, quienes controlaban la importación de los<br />

productos europeos.<br />

Aunque la elite de comerciantes relacionados con España<br />

Ríe siempre pequeña, dichos comerciantes desempeñaron<br />

un papel importante en la vida económica y cultural<br />

de la Nueva Granada durante el período colonial. E11 primer<br />

lugar, organizaron el comercio trasatlántico, que comunicó<br />

la colonia con España y por tanto vinculó la<br />

colonia con el mundo amplio del capitalismo comercial<br />

europeo; al interior de la Nueva Granada se encargaban de<br />

la distribución de los productos importados de Riera y al<br />

intercambiar las mercancías producidas en la economía<br />

doméstica, integraron las regiones de la Nueva Granada<br />

con un todo comercial más amplio.<br />

I x)s comerciantes también desempeñaron un papel indirecto<br />

importante en la formación de la vida cultural de la<br />

colonia, puesto que al suministrar los objetos necesarios<br />

para mantener un estilo de vida similar al español, permi-


3 8 4 | ANTHONY MCFARLANE<br />

tieron, a los pobladores españoles y a sus descendientes<br />

criollos, comportarse como españoles en lo relacionado<br />

con la vestimenta y la dieta alimenticia, contribuyendo de<br />

esta forma a preservar las normas y costumbres de la<br />

madre patria. Por otra parte, al viajar a la Nueva Granada y<br />

establecerse allí en forma temporal o permanente, los<br />

comerciantes de la península crearon nexos con la comunidad<br />

hispánica ampliada, ayudando de esta forma a los<br />

pobladores y a sus descendientes criollos a identificarse<br />

con el mundo español que quedaba más allá de las fronteras<br />

de sus aisladas comunidades provincianas. En este<br />

sentido, los comerciantes españoles que dominaron el comercio<br />

de ultramar de la Nueva Granada, durante el período<br />

colonial, no fueron solamente agentes del colonialismo<br />

económico, sino que, como los oficiales peninsulares, los<br />

soldados y los clérigos enviados a servir en el gobierno y<br />

en la iglesia de la colonia, sirvieron también de lazo de<br />

unión entre la sociedad colonial de la Nueva Granada y la<br />

cultura amplia del mundo hispánico.<br />

La riqueza y la jerarquía social de los comerciantes<br />

más importantes al interior de la Nueva Granada implicaba,<br />

por supuesto, que eran hombres conservadores tanto<br />

política como socialmente, ya que tenían un fuerte vínculo<br />

con España y una profunda lealtad con su monarquía. No<br />

obstante, durante los últimos años del gobierno español,<br />

cuando la monarquía entró en crisis económica y política<br />

durante las guerras anglo-hispánicas de 1796 a 1808, los<br />

comerciantes criollos surgieron como los críticos de las<br />

políticas y el sistema de gobierno español. Las primeras señales<br />

de dicha actitud crítica, surgida al interior de ciertos<br />

rangos de la clase mercantil, se presentaron en 1804, cuando<br />

el comerciante neogranadino José Acevedo y Gómez,<br />

lanzó una campaña en contra del Consulado de Cartagena.<br />

Nativo de Charalá, llegó a ser pieza importante en


E l comercio eti la vida económica y social neogranadina | 385<br />

el derrocamiento del gobierno real en Bogotá en 1810.<br />

Acevedo y Gómez movilizó peticiones de los comerciantes<br />

y los cabildos en Santa Fe, El Socorro, San Gil y<br />

Antioquia, con el fin de persuadir a la corona para que estableciera<br />

un nuevo consulado de comercio en la capital<br />

del virreinato. Acevedo denunció vigorosamente al Consulado<br />

de Cartagena por no haber promovido el desarrollo<br />

económico y comercial de la colonia y sugirió que el dominio<br />

ejercido por Cartagena sobre el comercio externo<br />

de la Nueva Granada impedía en forma activa dicho desarrollo.<br />

Sus opiniones sobre el consulado indican la envidia<br />

y la enemistad que los comerciantes del interior sentían<br />

hacia los comerciantes de Cartagena. De acuerdo con<br />

Acevedo, casi todos los miembros del consulado eran representantes<br />

de las casas comerciales de Cádiz y se quedaban<br />

en la ciudad solamente el tiempo necesario para hacer<br />

dinero suficiente y luego escapar del clima desagradable<br />

de Cartagena. Por la misma razón, estaban totalmente divorciados<br />

de los intereses del país y no tenían vínculos con<br />

él y por lo tanto carecían tanto de los motivos físicos como<br />

morales necesarios para promover el desarrollo de los recursos<br />

de la Nueva Granada'9. Para lograr este desarrollo,<br />

Acevedo insistía en que los comerciantes del interior debían<br />

tener su propio consulado en el interior del país, en<br />

donde una institución de este tipo se encargaría de los trabajos<br />

públicos y de otras políticas necesarias para explotar<br />

el potencial económico del país y beneficiar a los neogranadinos.<br />

Otro vocero de los intereses comerciales de los criollos<br />

fue Ignacio de Pombo, cuyos escritos, de principios de<br />

1800, reflejan también la tendencia creciente dentro de la<br />

19. Archivo General de Indias, Santa Fe 960. FJ diputado consular<br />

de Santa Fe a Miguel Cayetano Soler, Santa Fe, 7 octubre 1805.


3 8 6 | ANTHONY MCFARLANE<br />

elite criolla a ver el crecimiento comercial como la clave<br />

del progreso social y económico del país. Hijo de un comerciante<br />

español, casado con una dama perteneciente a<br />

una de las familias importantes de Popayán, Pombo fue<br />

una figura poco común entre los comerciantes de la Nueva<br />

Granada. Educado en el Colegio Seminario de Popayán y<br />

en el Colegio del Rosario de Santa Fe, siguió, sin embargo,<br />

los pasos de su padre al hacerse comerciante en Cartagena,<br />

en donde llegó a formar parte de la elite cartagenera al<br />

contraer matrimonio con una de las hijas de la familia<br />

Amador. Como comerciante de Cartagena, con vínculos<br />

muy fuertes y lazos familiares con familias criollas distinguidas<br />

de la Nueva Granada, Pombo surgió a principios de<br />

la década de 1800 como crítico importante del sistema español<br />

de comercio y gobierno y, como Acevedo y Gómez,<br />

fue un abogado de la reforma de dicho sistema.<br />

El pensamiento de Pombo puede juzgarse a partir de<br />

un documento que escribió en 1804, por medio del cual<br />

denunciaba la desmoralización institucional y las distorsiones<br />

económicas causadas por la incapacidad del sistema<br />

de comercio español, bajo las presiones de la guerra internacional,<br />

y solicitó reformas que permitieran ampliar las<br />

oportunidades económicas de los comerciantes y productores<br />

de la colonia. En primer lugar, Pombo denunció<br />

abiertamente el crecimiento del contrabando bajo un gobierno<br />

corrupto y planteó que las medidas para prevenir el<br />

contrabando eran prácticamente inútiles en una tierra<br />

donde “las leyes y derechos del ciudadano son tan poco<br />

respetados”. A partir de esta premisa procedió a analizar el<br />

comercio de la Nueva Granada, presentando una gran<br />

cantidad de estadísticas y sugiriendo medidas que permitieran<br />

remover los obstáculos que “la naturaleza, el gobierno<br />

y la ignorancia” colocaban en el camino del desarrollo<br />

de la Nueva Granada, “la más rica en toda clase de produc­


E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 387<br />

tos, de todas las posesiones americanas de la Monarquía<br />

Española”. Sus propuestas atacaron el corazón mismo del<br />

sistema tradicional de la colonia española. Para estimular<br />

la economía, solicitó a la Real I lacienda que invirtiera fondos<br />

para mejorar el transporte y la comunicación en la<br />

Nueva Granada, además abogó por la reducción de impuestos<br />

al comercio y a la producción. Para mejorar la<br />

agricultura, estaba a favor de la abolición del tributo a los<br />

indios, de la distribución de la tierra entre los indios, de<br />

entregar tierras baldías a los que no tenían nada y promover<br />

la inmigración de católicos extranjeros para establecer<br />

nuevas poblaciones rurales. Las sugerencias de Pombo<br />

para una reforma política fueron aun más radicales. Quería<br />

abolir el comercio de esclavos; es más, abogó por la abolición<br />

de la esclavitud y por promover medidas que favorecieran<br />

la unión y el mestizaje de todas las “castas” a fin de<br />

llegar a formar una sola clase de ciudadanos. El hecho de<br />

haberse comprometido con las doctrinas económicas de la<br />

ilustración, puede verse claramente en su insistencia sobre<br />

la necesidad de reformar la Iglesia, limitando las propiedades<br />

que tenía bajo la figura de “manos muertas”, reglamentando<br />

las actividades de los párrocos e incluso llegó a pedir<br />

la reforma y extinción de instituciones monacales. La reforma<br />

educativa era otra de sus prioridades, aprendida<br />

también de la Ilustración. Pombo pidió que se fundaran<br />

imprentas, periódicos públicos y sociedades patrióticas en<br />

la capital y en las provincias; recomendó el establecimiento<br />

de escuelas primarias y agrícolas, escuelas de dibujo,<br />

matemáticas, biología, medicina y otras, junto con la fundación<br />

de una universidad pública para enseñar las “ciencias<br />

divinas y humanas"20.<br />

20. De Pombo. Ignacio, “Comercio y contrabando en Cartagena<br />

de Indias", (comp.) Jorge Orlando Meló, IJogotá, 1986, págs. 49-122.


3 8 8 | ANTHONY MCFARLANE<br />

El extraordinario programa de reforma propuesto por<br />

Pombo nos muestra cómo, a principios de la década de<br />

1800, los líderes criollos se mostraban profundamente decepcionados<br />

con el sistema colonial tradicional y evidentemente<br />

empezaban a imaginar una gran renovación de las<br />

estructuras económicas y políticas dentro de la monarquía.<br />

Para ellos, España ya no era fílente de ideas ni modelo de<br />

reinado imperial. Pombo nos muestra su amplia información<br />

a través de textos de economistas, tanto españoles<br />

como extranjeros, en su búsqueda de métodos para sacudir<br />

la agricultura neogranadina del “profundo letargo en<br />

que está enterrada”21. Llegó incluso a sugerir que los Estados<br />

Unidos constituían un ejemplo de desarrollo económico<br />

que podría seguir la Nueva Granada. En resumen,<br />

Pombo estaba trazando una agenda de reformas que proporcionaría<br />

más tarde las bases para la ideología económica<br />

de un nuevo orden político a partir de 1810. Entonces,<br />

la Nueva Granada sería liberada del monopolio comercial<br />

español y al abrir el comercio al mundo Atlántico más<br />

amplio, el valor del comercio tanto como medio de enriquecimiento<br />

personal como de progreso social, ocuparía<br />

un plano diferente.<br />

Junto con estos cambios llegaron nuevas oportunidades<br />

económicas que los miembros de las elites criollas de<br />

la Nueva Granada estaban ansiosos por explotar. Durante<br />

el período colonial el predominio peninsular en el comercio<br />

de ultramar había obligado a las elites criollas a ocupar<br />

puestos secundarios en el comercio de su país. Ahora, después<br />

de la caída del gobierno español, a ellos les era posible<br />

participar más ampliamente en el comercio y a<br />

combinar sus roles de terratenientes y políticos con em­<br />

2 1 Ortiz, Sergio filias, Escritos de dos economistas coloniales, Bogotá,<br />

1965.


E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 389<br />

presas comerciales de muchos tipos. Después de la Independencia,<br />

los comerciantes tuvieron siempre buena representación<br />

en el Congreso Nacional y en los gobiernos<br />

provinciales, y el progreso político se identificaba fuertemente<br />

con el desarrollo del comercio nacional. En efecto,<br />

la clase alta criolla de la capital, adoptó rápidamente los<br />

valores de la sociedad burguesa, en la que el dinero era<br />

medida importantísima de la posición social y una búsqueda<br />

individualista de progreso económico era admirada y<br />

emulada22. En este sentido, los valores de los comerciantes<br />

inmigrados de España, que lograron éxito económico y<br />

movilidad social por medio del comercio y del matrimonio<br />

en la sociedad colonial, fueron adoptados y ampliados<br />

en el nuevo orden republicano.<br />

22. Safford, Frank, Commerce and Enterprise in Central Colombia,<br />

1 8 2 1 - 1 8 J 0 , University Microfilms, Ann Arbor, 1965, págs. 50-84.


L a vida cotidiana universitaria en el<br />

Nuevo Reino de Granada<br />

rf.n á n ’<br />

SILVA<br />

Departamento de Ciencias Sociales<br />

l Universidad del / 'alie<br />

E / n las páginas que siguen presentaremos algunas descripciones<br />

de la vida cotidiana estudiantil universitaria en<br />

Santafé de Bogotá, durante el siglo xvm. Esta restricción a<br />

Santafé, y en particular a los colegios-universidades Mayor<br />

de San Bartolomé y Mayor del Rosario, no significa que<br />

ignoremos que otras ciudades, por ejemplo Popayán, tuvieron<br />

colegios que funcionaron como verdaderos centros<br />

universitarios, desde principios del siglo xvn. Se trata simplemente<br />

de que los dos colegios santafereños fueron los<br />

que de manera más estable y continua mantuvieron estudios<br />

superiores, y los que, en todos los casos, funcionaron<br />

como modelos de los otros que existieron en el virreinato,<br />

particularmente en los años finales del siglo xvm, por<br />

ejemplo en Cartagena, Mompox y Medellin.<br />

Una palabra sobre aquello que los historiadores llaman<br />

de manera corriente las fuentes, es decir el conjunto de testimonios<br />

que permiten construir las descripciones en que<br />

' Renán Silva. Sociólogo e historiador, profesor titular y actual jefe<br />

del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle. Sus<br />

más recientes libros son Universidad y sociedad en el Nuevo Reino de (1ranada<br />

(Bogotá, Uanco de la República, 1992) y has epidemias de viruela<br />

de 1782 y 1802 en la Nueva Granada (Cali, Universidad del Valle, 1993).


392 | RENÁN SILVA<br />

ellos apoyan sus análisis. No son muchos los materiales<br />

documentales que permiten reconstruir la vida cotidiana<br />

universitaria. No se encuentran diarios ni correspondencias<br />

que ayuden, como sí los hay para otros campos. Igualmente,<br />

no existen los famosos libros de viajeros que, por<br />

ejemplo, para el siglo xix, permiten conocer formas de vida<br />

colectiva cotidiana de importantes grupos sociales. Con lo<br />

que contamos es principalmente con una documentación<br />

jurídica y administrativa: decretos, programas, reglamentos<br />

escolares que pueden confundirnos, porque ellos no<br />

permiten observar bien el cambio y las transformaciones,<br />

cuando éstas se producen, y porque además, como todo el<br />

mundo sabe, la distancia entre la norma y el funcionamiento<br />

práctico y diario es enorme, lo que constituye un<br />

serio problema y un riesgo para una reconstrucción relativamente<br />

aproximada de la vida cotidiana escolar. Pero<br />

también es un desafio inmenso, pues muchos autores en<br />

otras partes han mostrado que la empresa es posible, aunque<br />

siempre resulte incompleta.<br />

E l origen social de los escolares<br />

Dicho lo anterior, podemos empezar a avanzar sobre<br />

nuestro objeto, previo un rodeo. Antes de que describamos<br />

aspectos centrales de la vida cotidiana de nuestros estudiantes<br />

santafereños del siglo xvm, lo más justo es que el<br />

lector conozca algunos rasgos básicos de tal grupo estudiantil,<br />

como su origen social, su perfil demográfico y su<br />

formación cultural previa. Por breve que sea esta información,<br />

ella le permitirá entender mejor algunos aspectos del<br />

funcionamiento diario de la vida escolar.<br />

Debemos empezar señalando que los orígenes sociales<br />

de los universitarios santafereños siempre estuvieron, con<br />

relativas excepciones, en los medios blancos, pretendidamente<br />

sin mezcla alguna con la población nativa, y que la


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 393<br />

gran mayoría de ellos, se pensaba, con razón o sin ella,<br />

como herederos directos de los primeros descubridores y<br />

conquistadores. En una palabra, pertenecían y sentían pertenecer<br />

a lo que se llamó la república blanca, situación que<br />

sólo tuvo algunos cambios muy a finales del siglo xvm.<br />

Ahora bien, los había blancos de origen rural (hijos de encomenderos<br />

pobres o arruinados, esto sobre todo en el siglo<br />

xvii) y blancos de origen urbano (llegados a Santafé de<br />

las principales ciudades del Reino: Cartagena y Popayán,<br />

pero también de villas y pueblos menores, sobre todo en el<br />

siglo xvm), sumándose a estos últimos el grupo de los directamente<br />

españoles (los hijos de los principales funcionarios<br />

de la administración colonial, los que por regla-mento<br />

y algo más, tenían el derecho adquirido de acceder a los<br />

colegios-universidades, situación que sería siempre un<br />

principio más de rivalidad entre los universitarios). Más<br />

adelante veremos que, aunque el perfil social dominante<br />

fiiera éste, el grupo estudiantil siempre fue más variado.<br />

Se trataba desde luego de un grupo exclusivamente<br />

constituido por hombres, pues las mujeres estaban excluidas<br />

de la educación superior, aunque ningún reglamento<br />

expresara de manera explícita esta exclusión, lo que indica<br />

que estaba dentro del orden de lo natural. Y, decía, un grupo<br />

masculino de relativa corta edad, aun en esa sociedad<br />

donde las expectativas de vida eran muy inferiores a las<br />

nuestras. La información conocida indica que, entre los 12<br />

años, edad inicial en que se entraba al aula de gramática<br />

latina, y los 24 años, en la que se terminaba por lo regular<br />

la carrera escolar, al adquirir el título de doctor en teología,<br />

se encuentra el largo lapso en que este grupo se apartaba,<br />

en términos relativos desde luego, de sus medios sociales<br />

de origen para constituirse como un grupo específico, con<br />

formas compartidas de 1 d e n tid a d social y cultural\ tal como<br />

lo prueba el hecho de que fuera un grupo al que se recono­


cía socialmente como tal: los estudiantes (incluso se les reconocía<br />

de manera institucional, pues los censos de finales<br />

del siglo xvm los incluyen de manera diferenciada), y un<br />

grupo que se autorreconocía a través de la producción de<br />

formas singulares de vida (vestimentas propias, casas que<br />

habitaban los “externos”, lugar diferenciado en los ceremoniales,<br />

etc.), de la validez que otorgabas un fuero especial<br />

por su propia condición de escolares, y de la manifestación<br />

de su propia voz, pues se trataba de un grupo que se representaba<br />

y reclamaba a través d el escrito.<br />

Era pues de un medio social específico de jóvenes solteros,<br />

regularmente pertenecientes a la “república blanca”<br />

y preparándose como una especie de aristocracia intelectual<br />

que terminaba coronando una carrera profesional a<br />

través de la adquisición de un título, con el cual competía<br />

en el estrecho mundo laboral y en el más amplio del honor<br />

y del prestigio.<br />

Antes de ingresar con estos jóvenes en la vida cotidiana<br />

universitaria, formémonos una idea breve de su “escolaridad”<br />

previa, de los lugares en los cuales aprendieron los<br />

saberes y formas culturales que la entrada al mundo universitario<br />

exigía. Sabemos que tal ingreso suponía, antes<br />

que todo, una calificación social -com o en seguida lo veremos-<br />

y no cultural. En realidad la vida universitaria daba<br />

todo lo que se necesitaba para formar parte del estrecho<br />

mundo de la aristocracia cultural. Empezando por la lengua<br />

latina, pues la así llamada “república de las letras” no<br />

hablaba en castellano sino en latín, por lo menos cuando<br />

se trataba de actividades que comprometían su existencia<br />

como grupo social específico, es decir, cuando se presentaba<br />

como institución ante la sociedad. De ahí que el primer nivel<br />

de formación fuera el de la gramática latina, al cual entraba<br />

el escolar a partir de los 12 años, y sin cuyo dominio<br />

no se podía pensar en acceder a los otros niveles de la je­


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 395<br />

rarquía universitaria. De ahí que el único requisito cultural<br />

real fiiera el dominio de la lectura y la escritura, los dos pilares<br />

del método de estudios que dominó la vida universitaria<br />

colonial desde 1600 hasta los últimos años del siglo<br />

xvm, aunque éstas se transformaran casi que con exclusividad<br />

en lectura y escritura en latín, a lo largo de la vida universitaria.<br />

¿Pero, en dónde se adquirían estas habilidades<br />

elementales?<br />

El siglo xvm, con la relativa excepción de su último tercio,<br />

no conoció el desarrollo de algo que pudiera compararse<br />

a lo que hoy llamamos instrucción primaria, es decir,<br />

el lugar en donde básicamente se aprenden algunas normas<br />

de civilidad, las cuatro operaciones y la lectura y la<br />

escritura. A cambio de una institución que supliera estas<br />

necesidades, en la sociedad colonial lo predominante fue<br />

la existencia de prácticas dispersas de aprendizaje, la mayor<br />

parte de ellas dependientes de la familia, en donde a un<br />

miembro, considerado como subalterno y de confianza, se<br />

le entregaba la responsabilidad de transmitir tales habilidades.<br />

Casi siempre las grandes haciendas incluían dentro<br />

de su nómina a un “preceptor”, quien tenía, en medio de<br />

otros, el oficio de enseñar a los hijos de su patrón. En los<br />

medios de vida urbana en crecimiento, regularmente aparecía<br />

un viejo bachiller empobrecido quien, con permiso<br />

de la autoridad y en combinación con el oficio de escribano,<br />

abría una pequeña aula para enseñar a quien podía pagar<br />

por ello. Desde luego que los jesuítas mantuvieron en<br />

todo el Reino un sistema relativamente bien organizado de<br />

“aulas de latinidad” que cubría pueblos, villas y ciudades, y<br />

en donde se formaban muchos de los escolares que luego<br />

irían a su colegio-universidad en Santafé. Sin embargo, no<br />

toda la población escolar universitaria del siglo xvm aprendió<br />

los rudimentos culturales iniciales con los jesuítas, ni<br />

todos quienes fueron en provincia sus alumnos serían lúe-


39^ | RENÁN SILVA<br />

go universitarios. Un número grande de los escolares de<br />

los que aquí nos ocupamos, aprendió bajo formas dispersas,<br />

no institucionalizadas, y su primer gran período de<br />

vida escolar en una institución formal, sería el que tendría<br />

en su propio colegio-universidad en Santafé, resaltando<br />

este hecho aun más la experiencia form ativa que tal proceso<br />

significaba.<br />

¿Pero, cómo se ingresaba a la vida universitaria? Se trataba<br />

de un privilegio institucional al que sólo se podía<br />

acceder después de haber demostrado por medio del llamado<br />

“procesillo”, que no se tenía “sangre de la tierra” -es<br />

decir, que no se tenía ni sombra de mestizaje-, y que ni<br />

padres ni abuelos habían desempeñado jamás “oficios viles”<br />

-es decir, trabajos manuales-, todo lo cual significaba<br />

que se pertenecía de derecho a la sociedad dominante.<br />

Cumplidos esos requisitos, al poder mostrar testigos que<br />

acreditaran la buena conducta moral del pretendiente y al<br />

contar con que existiera el cupo -pues éstos eran bastante<br />

limitados-, lo más seguro es que se iniciara la carrera de letrado<br />

bajo la forma de cura o abogado, que eran los dos<br />

destinos a que inexorablemente conducía la vida universitaria<br />

cuando llegaba a buen término. Este tipo de exigencia<br />

de “limpieza de sangre”, de pertenencia a la elite social dominante<br />

como requisito para acceder a la elite cultural, fue<br />

una de las mtinas que se mantuvo inalterada por más tiempo,<br />

incluso hasta bien entrado el siglo xix, más allá de las<br />

reformas constitucionales, y una de las que más encontraba<br />

diaria expresión en la vida universitaria, en donde cada<br />

una de sus prácticas era la manifestación del carácter privilegiado<br />

de sus miembros.<br />

Sin embargo, no podemos confundir ese carácter de<br />

privilegio que tenía el destino escolar, con la presencia necesaria<br />

de riqueza material en sus miembros. Muy por el<br />

contrario, la elite intelectual en formación fue siempre un


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 397<br />

grupo pobre, proveniente principalmente de grupos sociales<br />

ev proceso reciente de empobrecimiento, que, al no encontrar<br />

posibilidades en el mundo del gran comercio, en la<br />

minería exitosa o dentro de las haciendas en crecimiento y<br />

menos aun en las altas esferas de la administración colonial,<br />

tenía que intentar consolidar su decaído privilegio social<br />

a través del acceso al privilegio cultural que otorgaban<br />

los estudios. De esta manera pues, y en resumen, el grupo<br />

de escolares universitarios santafereños del siglo xvm, pero<br />

también del siglo xvn, estuvo constituido por una minoría<br />

de jóvenes solteros, de alto origen social reconocido, pero<br />

de pobreza comprobada, con diferentes proveniencias regionales<br />

y por lo tanto con distintas experiencias sociales,<br />

que buscaba en la llamada universidad colonial, una manera<br />

de no perder o de no continuar perdiendo los privilegios<br />

que inexorablemente implicaba su caída económica; o, en<br />

casos minoritarios, se trataba de un grupo blanco pobre,<br />

sin mayores calidades sociales y baja ocupación en la escala<br />

del prestigio y consideración social, que trataba de<br />

asegurar un mediano ascenso, terminados los estudios, colocándose<br />

como cura en un pueblo lejano, ejerciendo<br />

como abogado fuera de Santafé, o, en otras ocasiones, desempeñándose<br />

como maestro de niños para enseñarles a<br />

leer y contar, o como maestro formador de jóvenes en la<br />

lengua latina.<br />

Ahora bien, este medio social específico, los estudiantes,<br />

condicionado por su pertenencia institucional, mantenía<br />

particulares relaciones con la dudad. No que Santafé<br />

fuera una “ciudad universitaria”, en el sentido en que se<br />

podía decir de París en los comienzos de lo que luego será<br />

La Sorbonne, o en el que se puede decir hoy cuando hablamos<br />

de Tunja o de Popayán, ciudades en donde el grupo<br />

universitario es un importante grupo de residentes, de<br />

consumidores, de animadores culturales de la ciudad y de


3 9 8 | RENÁN SILVA<br />

iniciadores de formas de vida novedosas, lo que muchas<br />

veces los enfrenta con los grupos más tradicionales de la<br />

ciudad.<br />

La población universitaria creció de manera continua a<br />

lo largo del siglo xvm, en especial después de 1720, pero<br />

sin que, en términos cuantitativos, llegara nunca a representar<br />

una fracción importante del total de la ciudad, pues<br />

la población de Santafé también creció, en particular sus<br />

sectores populares -tan distintos de los universitarios-, y que<br />

dieron lugar a barrios nuevos: Las Cruces, San Victorino,<br />

por ejemplo, que serán en el siglo xix y en parte del siglo<br />

xx el centro de una vida agitada y febril.<br />

Pero aun así, los universitarios Rieron durante el siglo<br />

xvm el grupo ju v e n il organizado más importante de la ciudad,<br />

y esto por varias razones. La primera y más obvia es<br />

su pertenencia a grupos sociales que eran identificados<br />

como nobles. Y, enseguida, por su pertenencia a un tipo de<br />

institución: la universidad, que precisamente era reconocida<br />

por todos como “casa y lugar de principales”, con ventaja<br />

sobre los conventos que mantenían las comunidades<br />

de Regulares y en donde las calidades sociales no estaban<br />

claramente certificadas. La universidad era un lugar que<br />

acogía a los nobles, pero que también ennoblecía, tarea<br />

esencial en una sociedad en la cual las noblezas eran todas<br />

objeto de duda. Haber adelantado el llamado “procesillo”<br />

de admisión, aunque efectivamente no se cursaran los estudios,<br />

era una forma de calificación social, una manera de<br />

mantener ante la opinión un mérito y una condición. El<br />

repudio universitario significaba serias sombras sobre la<br />

honra y los derechos al honor, y un principio de descalificación<br />

social.<br />

La pertenencia a la universidad otorgaba un lugar en la<br />

esfera pública a través de la participación en el ceremonial, es<br />

decir, en las ocasiones en las que, ante la presencia y la


La vida cotidiana universitaria at el Nuevo Remo de Granada | 399<br />

mirada colectivas, el poder social se hacía visible. Por<br />

ejemplo, la recepción de nuevas autoridades civiles o eclesiásticas,<br />

o también su regreso a España, o su paso a otro<br />

virreinato o sencillamente su muerte; la expresión pública<br />

de gozo por algún suceso en la vida de la familia Real; las<br />

grandes celebraciones del calendario religioso: la Semana<br />

Santa, la Navidad, las fiestas de los patronos (y las había de<br />

todo); también los dolorosos momentos de las grandes<br />

advocaciones cuando la adversidad caía sobre la ciudad o<br />

sobre el Reino y había que expulsar la culpa para que cesara<br />

la calamidad: en fin, cualquiera que fuera la ocasión que<br />

permitiera manifestarse al ceremonia! y a la etiqueta, los escolares<br />

eran siempre elemento central, con lugar destacado<br />

en la plaza y en la iglesia, distinguidos por su uniforme<br />

de gala, expresión que perdurará hasta el día de hoy en<br />

nuestros colegios.<br />

Pero los escolares tenían también modalidades propias<br />

de organización. Aunque las había de varios tipos, hay dos<br />

de ellas que deben destacarse por su importancia. En primer<br />

lugar las cofradías y congregaciones. Se trataba de una<br />

organización cívico-religiosa, no exclusiva de los estudiantes,<br />

adscrita a un patrón -un santo- y a un patrocinador<br />

-un notable de la ciudad-, y que tenía como fin principal la<br />

práctica de formas colectivas de oración y alabanza, pero<br />

que, de manera esencial, terminó marcada, dominada, por<br />

su significado social. Las cofradías y congregaciones representaron<br />

en la sociedad colonial una forma central de<br />

ligazón, de participación en la vida cultural de todos los<br />

cuerpos que conformaban la sociedad; representaron,<br />

igualmente, una forma de jerarquía y de distinción, una<br />

manifestación de las diferencias, ya que ni la congregación<br />

ni sus miembros, ni el patrón ni el patrocinador, tenían la<br />

misma calidad social ni los mismos reconocimientos. Y las<br />

congregaciones escolares, por ejemplo la de Nuestra Seño-


400 | RENÁN SILVA<br />

ra de la Anunciación, que formaban los alumnos universitarios<br />

de los jesuítas -quienes además tenían como patrón<br />

general a san Francisco Xavier-, siempre tuvieron un lugar<br />

muy alto en la consideración y el respeto sociales.<br />

La otra gran forma de sociabilidad, pero ya muy a<br />

finales del siglo xvm, fue la muy famosa de las tertulias,<br />

foco de difusión de un pensamiento relativamente moderno<br />

y centro de alguna actividad conspirativa, pero sobre<br />

todo forma de diletantismo social y literario, de introducción<br />

de nuevos gustos y refinamientos y, en una palabra,<br />

lugar de expresión de la nueva sensibilidad con que al final<br />

se despedía. Las tertulias fueron una forma de sociabilidad,<br />

moderna, sin ninguna duda, que funcionó como pw ito de<br />

encuentro entre fenómenos muy notables. En primer lugar<br />

y de importancia crucial, punto de encuentro con la mujer,<br />

bajo una forma nueva, pues por primera vez ella hace su<br />

aparición como sujeto de lectura, de escritura y de opinión,<br />

aunque aún en forma minoritaria y desdibujada. En<br />

segundo lugar, punto de encuentro con prácticas de vida<br />

relativamente igualitarias, que se manifiestan ante todo en<br />

formas nuevas de la cortesía y el ritual, en la pérdida de<br />

peso de la etiqueta y de la forma -así, por ejemplo, se toma<br />

asiento según como se va llegando, sin ningún privilegio<br />

de lugar por antigüedad o cosas de ese estilo-. Y, en tercer<br />

lugar, punto de encuentro entre generaciones antes separadas<br />

y en parte incomunicadas. Son las tertulias y “asambleas”<br />

las que reúnen a finales del siglo xviii por primera<br />

vez a profesores y estudiantes que se identifican en torno a<br />

un tipo de saber. Punto de encuentro entre jóvenes provenientes<br />

de medios sociales menos uniformes y que encarnan<br />

experiencias sociales más diversas. Es, por ejemplo, la<br />

tertulia santafereña de don Antonio Nariño, quien no era<br />

un universitario, la que reúne a lo mejor de los escolares, a<br />

algunos de quienes eran sus maestros, a conspiradores ya


La vida cotidiana universitaria ai el Nuevo Reino de Granada | 401<br />

perfectamente aclimatados en su papel, como Pedro Fermín<br />

de Vargas, a aventureros como el médico francés Luis<br />

de Rieux, a botánicos y zoólogos como Jorge Tadeo Lozano,<br />

etc., reunidos ahora como “sociedad de pensamiento”,<br />

como empresa cultural de lectura y escritura, distanciada<br />

del ceremonial, de la etiqueta y de la forma. ¡Qué novedad<br />

y qué alteración de las formas rituales en que se encarnaba<br />

unos pocos años antes la vida cotidiana!<br />

Debemos señalar también que la comunicación del<br />

grupo escolar con la vida de la ciudad no ocurría simplemente<br />

a través de la esfera pública, del mundo de la actividad<br />

oficial. Si bien en términos reglamentarios la vida<br />

escolar debería estar cerrada hacia el exterior para la mayoría<br />

de sus miembros, la comunicación era constante<br />

-igual que en los conventos de monjas-, y ninguna de las<br />

formas de encierro intentadas tuvo éxito. En primer lugar,<br />

porque los escolares disponían de criados y pajes que eran<br />

verdaderos “correveidiles” de sus amos. En segundo lugar,<br />

porque durante muchos años la misma pobreza de las instituciones<br />

hizo que para encontrar el sustento diario los<br />

escolares debieran solicitar la caridad de la ciudad, comer<br />

en sus posadas y habitar en sus casas. Y en tercer lugar,<br />

porque se trataba de un grupo juvenil, piadoso y devoto, sí,<br />

pero también enamorado de la vida, capaz de engañar a<br />

rectores y cuidanderos y perderse en la noche para buscar<br />

la compañía de música y mestizas que les alegraran la vida.<br />

Si hay algo que se encuentre bien documentado en la crónica,<br />

es esa comunicación permanente entre los escolares y<br />

la ciudad popular; sin que a la oración tempranera con que<br />

necesariamente se iniciaba el día, la alterara el fin de la noche<br />

anterior, ya que desde aquel entonces se sabía que el<br />

que reza... empata.


402 I RENÁN SII.VA<br />

Las categorías escolares<br />

Ahora bien: hemos hablado de un grupo con formas propias<br />

de identidad y reconocimiento: los estudiantes. De un<br />

grupo perteneciente a un medio social específico: el campo<br />

intelectual, y con una adscripción institucional precisa:<br />

los colegios-universidades. Un grupo social particular dotado<br />

con toda seguridad de una moral específica y de su<br />

propio código de valores, aunque sobre esto debemos ser<br />

prudentes, pues no abundan los análisis. Se trata de un grupo<br />

social atravesado por grandes diferencias y estructurado<br />

a través de un complejo sistema de jerarquías, presentes<br />

en cada una de las actividades cotidianas, empezando por<br />

la jerarquía que otorgaba la antigüedad, en un doble sentido.<br />

Antigüedad en tanto miembro de una de las familias<br />

de primeros pobladores, pero también antigüedad como<br />

miembro de la institución universitaria. Condiciones a las<br />

que se sumaba la proveniencia regional, motivo central en<br />

la formación de bandos y partidos. En una palabra, aunque<br />

los estudiantes conformaran un grupo diferenciado e identificare,<br />

se trataba de un medio todo menos homogéneo.<br />

Ocurre que la sociedad colonial estaba organizada, en<br />

todos sus planos, como un sistema de jerarquías, cada una<br />

con privilegios -o ausencia de privilegios- graduados según<br />

la posición social, familiar y la pertenencia a un cuerpo<br />

o corporación, lo que se expresaba en la vida diaria a través<br />

de la figura de la preeminencia. Cada acto de la vida social,<br />

cada ocasión en que se hacían públicas las conductas, era<br />

una oportunidad para mostrar el carácter de dominio o de<br />

subordinación de la posición social que se tenía. Y esto se<br />

puede observar en el funcionamiento de las diferentes categorías<br />

en que se dividía la población estudiantil.<br />

En la parte superior de la escala social universitaria se<br />

encontraban los colegiales. Se trataba del grupo que controlaba<br />

el mayor número de privilegios, y por lo tanto de po­


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 403<br />

der, en la universidad colonial desde su fundación a principios<br />

del siglo xvii y esto sin alteraciones. Escogidos dentro<br />

de “lo más esclarecido de la nobleza criolla”, participaban<br />

del gobierno de la universidad, por lo menos en el caso del<br />

Colegio del Rosario, y vivían dentro de la institución, sin<br />

pago alguno, en consideración a tratarse del sector más<br />

noble pero más empobrecido de la elite local. Regularmente<br />

mantenían de por vida su vínculo con la institución,<br />

tanto en el Colegio del Rosario como en el Colegio de San<br />

Bartolomé, pues se establecían casi que de por vida como<br />

catedráticos al concluir sus estudios, controlando siempre<br />

los cargos de dirección. Lo que ellos percibían como su<br />

posición social, rápidamente lo hacían valer como su posición<br />

cultural, de tal manera que su dominio sobre la vida<br />

escolar siempre fue completo, y no encontraba amenaza<br />

más que en su diferenciación regional, ya que los colegiales<br />

provenían de lugares diversos, pues las becas tenían distintas<br />

asignaciones geográficas, tratándose siempre de grupos<br />

rivales. Ese carácter de “colegial formal”, como se decía,<br />

combinado con la antigüedad,\ tenía su expresión en cada<br />

una de las reglamentaciones de la vida diaria y en cada una<br />

de las demostraciones públicas en que la universidad hacía<br />

presencia. Ahora bien, esta jerarquía de los colegiales tendía<br />

a reproducirse casi que naturalmente, a través de la<br />

figura de \&fam iliatnra. Se trataba de un fenómeno de reproducción<br />

del privilegio escolar, pues cuando el escolar<br />

dejaba su “beca” en la universidad, ésta era retomada por<br />

uno de sus hermanos o de sus parientes inmediatos, creando<br />

en los colegios un fenómeno de dominio por parte de<br />

familias y de grupos regionales, como tienden a comprobarlo<br />

todos los estudios de prosopografía. Y no sólo de<br />

dominio del campo escolar, sino también profesoral y administrativo,<br />

ya que el personal de control y el de los<br />

maestros, generalmente se reclutaba entre los escolares


4 0 4 | RENÁN SILVA<br />

más antiguos, lo cual hacía que los colegios-universidades<br />

fueran en verdad un instrumento de poder político y social<br />

que se expresaba a través de las distintas formas de intervención<br />

en la vida pública por parte de la institución. Todo<br />

lo cual comprueba que, con el acceso a la vida universitaria,<br />

especialmente como colegial, no sólo era una carrera<br />

de estudios la que se iniciaba, ni una simple vía hacia el<br />

mundo laboral la que se aseguraba.<br />

Seguían en la jerarquía los convictores. Se trataba de una<br />

categoría de condición social “limpia” y completamente<br />

comprobada, pero que no disponía de la “beca”, que no era<br />

sólo una dispensa económica sino, ante todo, un reconocimiento<br />

social. Por tanto los convictores, también llamados<br />

copistas (de capa), no vivían dentro de la institución, no<br />

participaban en su gobierno, jamás podían ocupar el lugar<br />

primero en el sistema de precedencias, ni privadas ni públicas,<br />

y estaban condenados por siempre a la espera, no<br />

siempre recompensada, de que algún becario dejara el colegio,<br />

por abandono, finalización de estudios o muerte,<br />

para poder acceder a los lugares de privilegio. Con todo,<br />

los convictores, a quienes también se les llamó porcmtistas,<br />

pues pagaban por sus estudios una pequeña porción -alrededor<br />

de setenta pesos anuales durante el siglo xvm-, dieron<br />

un elemento permanente de recreación de la vida<br />

estudiantil, ya que su contacto con la ciudad, al ser estudiantes<br />

externos, era mayor, como mayor era su participación<br />

en formas de sociabilidad y de intercambio culturales<br />

que eran negadas a quienes padecían el relativo, pero tan<br />

sólo relativo, encierro institucional.<br />

Estas dos categorías eran las dominantes en la vida escolar,<br />

sobre la base de su preeminencia social, la que se<br />

transformaba, en tanto miembro de la institución universitaria,<br />

en preeminencia cultural. Pero a lo largo del siglo<br />

xvm, la categoría socio-escolar que más creció, y que en


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 405<br />

últimas fiie el elemento que más transformó una vida cotidiana<br />

institucional organizada sobre la base del exclusivo<br />

privilegio social y del criterio de antigüedad en la pertenencia<br />

escolar, fue la categoría de los manteos o manteistas<br />

(de manta), ya que cada una de las diferencias sociales se<br />

expresaba aún en el vestido rigurosamente obligatorio que<br />

debía llevarse en público o en privado. Se trataba de escolares<br />

con orígenes sociales no completamente “limpios”,<br />

sobre los cuales pesaba alguna sombra de indignidad, o<br />

como se decía, de “tacha social”, sea por sus antecedentes<br />

familiares -algún rastro de mestizaje en ellos, en sus padres<br />

o en sus abuelos-, sea por la actividad laboral de sus padres<br />

(un mercader, un platero, un escribano de mediana<br />

condición) o por su propia pobreza y origen regional.<br />

Los manteos, desde luego colocados por fuera de toda<br />

posibilidad de participar en el gobierno y de aspirar a una<br />

beca, debían comenzar sus estudios de gramática en una<br />

aula externa, acondicionada para ellos de manera expresa,<br />

y sólo podían continuarlos viviendo por fuera de la institución,<br />

sometidos a una clara calificación social inferior, hasta<br />

el punto de que el vocablo “manteo” se convirtió en una<br />

especie de insulto. Fueron, sin embargo, y en acuerdo con<br />

lo que sucedía en el resto de la sociedad, a la que finalmente<br />

sacudió en sus cimientos el mestizaje, el gran principio<br />

de transformación del orden escolar asentado en<br />

privilegios corporativos. Ellos fueron quienes adelantaron<br />

los más sonados pleitos en búsqueda del reconocimiento<br />

de sus calidades sociales, los más avanzados exponentes de<br />

la indisciplina escolar y de la crítica de los reglamentos y<br />

quienes a través de su vocabulario, de sus atuendos y de<br />

sus actitudes, representaron el gran principio de transformación<br />

de la vida universitaria y la expresión de la nueva<br />

sensibilidad de la juventud, que es ya claramente posible rastrear<br />

en el último tercio del siglo xvm.


4 0 6 I RENÁN SILVA<br />

Pero las jerarquías escolares eran aun más complejas y<br />

variadas. Se encontraban también durante el siglo xvm los<br />

así llamados fam iliares. Se trataba de especies de segundones,<br />

subalternos o protegidos de los colegiales, aceptados<br />

en la universidad por su carácter de parientes pobres y<br />

socialmente dudosos de los colegiales. Aunque se encargaban<br />

de cumplir los oficios “poco nobles” a que sus patronos<br />

se negaban (el arreglo del cuarto, los mandados y<br />

recados hacia el exterior del colegio-universidad, etc.), tales<br />

fám ulos, como también se les llamó, cursaron estudios<br />

y, en muchas ocasiones, obtuvieron sus grados. De hecho,<br />

no constituían el último escalón de esta complicada jerarquía,<br />

pues ellos mismos podían disponer hasta de tres sirvientes<br />

o pajes, y sus tareas se volvieron imprescindibles<br />

para los colegiales, ya que tempranamente se prohibió a<br />

estos últimos mantener esclavos dentro de la institución.<br />

Por último, y por períodos, se encontraban, los huéspedes,<br />

una categoría curiosa y de difícil definición, compuesta por<br />

escolares un poco de paso, un poco en situación indefinida<br />

frente a su destino escolar, tal vez a la espera de una beca,<br />

de un lugar como porcionista o como familiar, y que obtenían<br />

asilo, comida e intercambio espiritual al permanecer<br />

en el “internado universitario”.<br />

Los universitarios y sus estudios:<br />

é l método de estudios y su significado cultural.<br />

Una introducción productiva al conocimiento de los ritmos,<br />

los usos y las ceremonias de la vida diaria del medio<br />

escolar universitario en Santafé, puede hacerse si se consideran<br />

los aspectos centrales de sus métodos de estudio, no<br />

sólo porque tales métodos son parte central de la vida de<br />

un grupo intelectual, sino porque ellos entrañaban la existencia<br />

de un preciso ceremonial cotidiano imposible de<br />

evitar.


La vida cotidiana universitaria ai el Nuevo Reino de Granada | 407<br />

El método de estudios estaba compuesto por tres elementos<br />

inseparables, denominados por la tradición con<br />

tres precisas palabras latinas: lectio, dictatioy disputatio,_elementos<br />

que permanecieron casi inalterados y como objeto<br />

de utilización diaria y general desde 1605, cuando los instituyeron<br />

los jesuítas, hasta los finales del siglo xvm, cuando<br />

sufrieron fuertes ataques, aunque su desmoronamiento<br />

como forma dominante debió esperar hasta la segunda<br />

mitad del siglo xix. Es decir, se trata sin ninguna duda del<br />

método de enseñanza y de transmisión de conocimientos<br />

más antiguo y de mayor duración en la historia de la universidad<br />

colombiana.<br />

La lectio era un procedimiento de lectura y explicación<br />

cuya utilización estuvo condicionada en la universidad colonial<br />

por dos factores. En primer lugar, por la tradición,<br />

pues se trataba de la forma de enseñanza distintiva en la<br />

universidad medieval. Y en segundo lugar, por la relativa<br />

ausencia de libros para el uso de los universitarios -hecho<br />

sobre el cual volveremos-, lo que determinaba la presencia<br />

necesaria del catedrático a través de su voz, como prolongación<br />

de la voz del autor y de la autoridad.<br />

De hecho, al profesor se le denominaba lector (de<br />

filosofía, de teología, etc.). Esa lectura, práctica diaria en el<br />

salón de clase, era una lectura en alta voz, o, como se decía,<br />

lectura de viva vox. Un tipo de lectura muy cercana a<br />

la recitación y a la oratoria, pues precisamente se trataba<br />

de la preparación de juristas, curas y predicadores, e<br />

involucraba una profunda teatralización tanto de la voz,<br />

como de los gestos y de los movimientos del cuerpo.<br />

Este procedimiento de lectura significaba una especial<br />

jerarquía de los sentidos, en donde el ver no se pliega a la<br />

observación del mundo y de la naturaleza sino a la actuación<br />

misma del lector, y en donde el papel de los sentidos<br />

en el aprendizaje escolar está dominado por la función que


4 0 8 I RENÁN SILVA<br />

cumple el oído, pues, en lo que al escolar respecta, la posición<br />

central es la de escucha. Por ello puede leerse en las<br />

reglamentaciones académicas formulaciones como “escucharán<br />

las lecciones”, “oirán la explicación”.<br />

Pero después de escuchada la lección el papel del<br />

aprendizaje estará confiado a la memoria, que no podrá lograr<br />

sus frutos sino a través de la repetición, concebida bajo<br />

una forma que la acerca a los distintos tipos religiosos de<br />

meditación. De ahí que la vida cotidiana en cuanto al aprendizaje<br />

esté dominada por una serie de reglamentaciones<br />

que imponen formas multiplicadas de estudio-repetición, a<br />

veces bajo modalidades colectivas, a veces individuales<br />

-las que se hacen en “la soledad de los aposentos estudiantiles”-,<br />

pero todas encaminadas a lograr el dominio exacto<br />

del texto, de la letra, de la lección escuchada.<br />

La lectio resultaba inseparable en la vida universitaria<br />

de la dictatio (dictado, dictamen). Se trataba de formas imposibles<br />

de separar: mientras los ojos del catedrático recorren<br />

el texto, y la voz de las páginas transmutada en su<br />

propia voz va recorriendo el espacio que la separa de sus<br />

oyentes, mientras ello ocurre, la mano del alumno con su<br />

pluma va inscribiendo sobre el papel cada una de las palabras<br />

que el lector pronuncia. Las va inscribiendo sobre la<br />

página en blanco de su cuaderno, de su mamotreto, como se<br />

decía en el lenguaje escolar de la época. Mamotreto que<br />

no desamparará desde el primer día de “aula”, que está<br />

destinado a una larga utilización y que sería luego el libro<br />

de estudio en la soledad del curato o el instrumento de consulta<br />

del letrado urbano. Finamente forrado en cuero, su<br />

primera página ha sido cuidadosamente marcada el primer<br />

día de clase con el nombre de la cátedra y del lector por el<br />

padrino de estudios del colegial, quien necesariamente lo<br />

acompañaba en su primera jornada.<br />

Este par gemelo de la lectio y la dictatio se utilizó en el


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 409<br />

Nuevo Reino bajo dos formas distintas. Una primera caracterizada<br />

por la copia rítmica y simultánea de lo que<br />

pronunciaban los labios del catedrático, lo que determinó<br />

que la cultura escolar no fuera solamente, desde el punto<br />

de vista del cuerpo y de los sentidos, auditiva, sino audiotáctil,<br />

a través de un mecanismo muy complejo por el cual<br />

la vista se fija en el cuerpo y en los labios del lector, al oído<br />

llega su voz, que es la voz del texto sacro, y su mano registra,<br />

una a una, cada una de sus palabras. Es una manera de<br />

atar la práctica de la escritura a la memoria, a través de la<br />

repetición escrita de lo que se oye.<br />

Pero también se dio el procedimiento de separación en<br />

el tiempo y en el espado de la lectio y la dietario, en un esfuerzo<br />

por acelerar el ritmo de la lectura y la explicación, ritmo<br />

que estaba condicionado por la velocidad de la mano del<br />

copista. Así lo señalaban las constituciones del Colegio del<br />

Rosario, refiriéndose a la lectura de los comentarios que<br />

había escrito fray Juan de Santo Tomás: “Y esto queremos<br />

que se haga, aunque no hayan tantos libros suyos...<br />

leyéndoles tres veces la lección saldrán señores de ella y la<br />

podrán escribir en sus aposentos”.<br />

Todo el proceso de transmisión de conocimientos tenía<br />

en el ámbito escolar universitario, como forma terminal<br />

y como elemento principal, la disputatio (disputa). Esta<br />

era ante todo una ceremonia cotidiana, un “combate entre<br />

dialécticos”, un juego ejecutado ante la mirada del maestro,<br />

de un auxiliar del lector o de un estudiante avanzado.<br />

En la disputa todo estaba codificado: el lugar, el tiempo,<br />

los sistemas de precedencia, el orden y la jerarquía de los<br />

asistentes, pero sobre todo, la palabra, que uncida al carro<br />

de la retórica se encontraba presa de una marca, envuelta<br />

en un ritual, para que la discusión no se perdiera en caminos<br />

extraños al orden que el discurso tenía señalado y el<br />

“coloquio de oponentes” pudiera llegar a su feliz término.


410 | RF.NÁN SILVA<br />

En los estudios universitarios coloniales la disputa (el<br />

intercambio reglamentado de silogismos) lo invadía todo.<br />

Como los reglamentos y las distribuciones horarias lo<br />

comprueban, el espacio escolar fue un gran teatro de<br />

luchas retóricas: arguyen, en ocasiones solemnes, los maestros<br />

unos contra otros; arguyen los estudiantes en sabatinas<br />

y dominicales; arguyen con ocasión de los exámenes;<br />

arguyen durante el día como ejercicio final de clase y<br />

como forma de repaso. ¿Y sobre qué se argumenta? ¿Sobre<br />

qué se arguye? ¿Cuál es la materia del juego? Según el ideal<br />

de Cicerón, obra siempre presente en las escasas bibliotecas<br />

escolares y que resultaba de aprendizaje obligatorio en<br />

el ciclo inicial de gramática latina, se arguye sobre todo, pues<br />

ya que el orador no puede saberlo todo debe, en cambio,<br />

“ponerse en disposición de hablar de todas las cosas y<br />

asuntos”, o mejor aun, “disputar, tratar y ventilar cuanto<br />

ocurre en la vida humana”, pues la retórica, de donde proviene<br />

la forma disputatio, tiene por materia “todo aquello<br />

que se puede hablar”.<br />

Los actos de disputa, los grandes torneos retóricos de<br />

la vida universitaria, se extendían a lo largo de todo el año<br />

escolar, pero eran ante todo una práctica diaria, reglamentada<br />

con precisión en las distribuciones de trabajo para el<br />

escolar. Así, por ejemplo, los estudiantes del Colegio de<br />

Santo Tomás, según un documento de 1658, todas las<br />

mañanas, de once a doce, realizaban su “conclucionci-<br />

11a”, práctica de aula efectuada como entrenamiento en la<br />

disputa y sin mayor ceremonial; pero en la tarde, de cuatro<br />

a cinco, en la clase de filosofía, debían estar “replicando<br />

(argumentando unos contra otros) como se suele hacer”, y<br />

de cinco a seis “tendrán obligación por turno de sustentar<br />

una conclusión que señalará el Padre vicerrector”. Igual<br />

procedimiento se mantenía en el Colegio de San Bartolomé<br />

en 1770, tres años después de la expulsión de los jesui-


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada ¡ 411<br />

tas, pues, como actividad cotidiana, “se les tocará al repaso<br />

de sus lecciones y argumentos unos contra otros, con los<br />

compañeros que tuvieren señalados”.<br />

Pero esta fiesta del “argüir”, del disputar, iba creciendo.<br />

Los torneos de repetición diaria se hacían públicos los domingos,<br />

día en que los vecinos podían penetrar en el territorio<br />

cerrado de los colegios-universitarios, y alcanzaban<br />

su máximo esplendor con motivo de las fiestas patronales,<br />

de la conclusión del año escolar y de la ceremonia de grados.<br />

Para no multiplicar los ejemplos relativos a cada una<br />

de las ocasiones, contentémonos con describir el examen<br />

de grado, como manifestación de la disputa.<br />

Es claro que si el proceso de formación escolar era un<br />

movimiento continuo y creciente por mantenerse el mayor<br />

tiempo posible en la “cadena del discurso”, un rudo<br />

combate entre oponentes que se lanzaban sin cesar proposiciones<br />

y silogismos, memorizados con cuidado y exactitud,<br />

el requisito supremo para graduarse no podía ser sino<br />

un ejercicio de disputa, un “acto de conclusiones”, con la<br />

asistencia obligatoria de todos los miembros de la institución<br />

y con un ceremonial que debía respetarse de principio<br />

a fin. Riesgoso examen de cuyo éxito dependía el apivbamtts<br />

o reprobamus y que, por su aparente rigor, era denominado<br />

en el vocabulario escolar con el nombre de<br />

“tremendas”, y que fue práctica constante de todos los estudios<br />

superiores, lo que podemos ilustrar con los reglamentos<br />

del Colegio del Rosario: "... que ninguno se pueda<br />

graduar de doctor en Sagrada Teología sin haber tenido<br />

primero cuatro actos públicos en que se repartan todas las<br />

partes de (la obra de) Santo Tomás”.<br />

Sin embargo, toda esta práctica cotidiana de ejercicios<br />

retóricos, que al lado de la imposición de una vida devota<br />

-en muchísimas ocasiones violada- era el centro del entrenamiento<br />

escolar, estaba dotada de un sentido. La cultura


4 F 2 | RENÁN SILVA<br />

universitaria y en general la cultura intelectual en la sociedad<br />

colonial, estaba caracterizada por la osteittación. De<br />

hecho, los torneos retóricos, los denominados “actos de<br />

conclusiones” -un silogismo siempre finaliza con una conclusión-,<br />

eran llamados en el lenguaje de la época “actos<br />

de ostentación”.<br />

Las ceremonias públicas de ostentación constituían la<br />

verdadera fiesta pública del saber universitario. Con toda<br />

la capacidad retórica en juego, eran actos que convocaban<br />

a los notables de la ciudad: las autoridades, los nobles, los<br />

vecinos. Eran la ocasión del lucimiento de los filósofos, de<br />

los juristas, de los teólogos, del aumento de su prestigio<br />

como “atletas de la palabra”, pues era posible que su actuación<br />

en esta pequeña feria de vanidades, los condujera al<br />

podio como oradores que pronunciarían el panegírico con<br />

ocasión de la muerte de un notable o en el recibimiento de<br />

una cualquiera de las autoridades civiles o eclesiásticas,<br />

evento constante y que otorgaba tantos méritos en la sociedad<br />

colonial. Cuando se leen las informaciones que por<br />

cualquier motivo llenaba un miembro o antiguo miembro<br />

de la universidad, lector o escolar, se observa que nunca<br />

dejaba de anotar entre sus logros el haber pronunciado<br />

una de estas “oraciones”.<br />

Pero las lecciones de ostentación eran también una<br />

oportunidad de emulación entre los dos colegios-universidades<br />

de la ciudad y una ocasión de enfrentamiento entre<br />

las distintas “escuelas de partido” en que se encontraban<br />

agrupados los escolares, sus maestros y las órdenes religiosas,<br />

y no sólo por las sutilezas que separaban a unas escuelas<br />

de otras (la de Suárez, la de Duns Scoto y la de Tomás<br />

de Aquino), sino por la prioridad en el adelanto de las jornadas<br />

públicas de disputa escolar. Así, para citar el ejemplo<br />

más distintivo, el enfrentamiento que sostuvieron bartolinos<br />

y rosaristas durante más de medio siglo por el derecho


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada<br />

'Criado actual me manifiesta la oírn de! LornknJs, Julccui y<br />

Coledo de cySm tro Seráfico Sculre San Oí:añusco de.:<br />

cdjú£U íri<br />

S c d ie jrin u p w a uta o tra c l d in l de dgorto<br />

Plano del convento, iglesia y<br />

colegio de Nuestro Seráfico<br />

padre San Francisco de<br />

Medellin.<br />

1803.<br />

Archivo General de la Nación.<br />

M apoteca 4 N ° 252a.


Título de abogado<br />

otorgado a<br />

Francisco de<br />

A guilar por la<br />

Pontificia y Regia<br />

Universidad de<br />

Santo Tom ás de<br />

Aquino.<br />

I785-<br />

Archivo General<br />

de la Nación.<br />

Sección Colonia.<br />

Fondo M édicos y<br />

abogados. Legajo<br />

N ° 2 fol. 338.<br />

JU R H J l K l<br />

T iv ru ;> /:c<br />

T Z T 1<br />

Jorge Ram ón de Posada<br />

colegial del Colegio Rea]<br />

M ayor y Sem inario de San<br />

Bartolom é de Santa Fe,<br />

17 7 3 -17 8 1.<br />

Concejo M unicipal de<br />

Marinilla,


La vida cotidiana universitaria ai el Nuevo Reino de Granada | 413<br />

a tener el primer lugar dentro del calendario escolar para<br />

celebrar los actos públicos académicos, con los cuales se<br />

presentaban ante la opinión letrada de la ciudad, litigio que<br />

hizo necesaria la propia intervención del Consejo Real<br />

desde Madrid para zanjar una disputa que había dividido a<br />

los propios vecinos, ya que ellos también se colocaban a<br />

uno u otro lado de los contendores.<br />

L a coronación fin a l: las ceremonias de graduación<br />

Quien no valora el papel del ritual, quien no ama el teatro<br />

y el mundo de la representación, podrá juzgar que se trata<br />

aquí de bagatelas. Pero en la sociedad colonial, por lo menos<br />

para los grupos dominantes, nada escapaba al ceremonial.<br />

Lo que ocurre es que hay que colocarlo en su<br />

contexto, separarlo de la anécdota y de lo aparentemente<br />

frívolo si se quiere precisar su significado y entender la diferencia<br />

de ese mundo con el nuestro.<br />

Parte muy importante de este ceremonial estaba constituido<br />

por el juramento. En la sociedad colonial la verdad<br />

tenía un carácter sacro y sobre el discurso pesaban grandes<br />

mecanismos de control. El grado escolar; como visado necesario<br />

para hacer uso en “propiedad” de un saber, suponía<br />

entonces el juramento, dentro de un amplio y fastuoso ceremonial<br />

que se celebraba en la capilla escolar, pero que<br />

tenía su conclusión en la plaza pública de Santafé. Y ese<br />

juramento era triple. Primero, el juramento de “obediencia<br />

y lealtad a nuestros virreyes y audiencias reales en nuestro<br />

nombre”; luego, “...la profesión de nuestra santa fe católica,<br />

que predica y enseña la Santa Madre Iglesia”, y, después,<br />

(en el intermedio se había jurado la aceptación de la doctrina<br />

de Santo Tomás) el juramento final, que da la impresión<br />

de haber sido considerado como el más importante,<br />

en defensa contra la herejía y el inexistente peligro del protestantismo:<br />

“Mandamos que ninguno pueda graduarse en


4 1 4 I RENÁN SILVA<br />

la universidad si no hiciere primero el juramento de que<br />

siempre creerá y enseñará haber sido siempre la Virgen<br />

María concebida sin pecado original...”<br />

La apoteosis de la coronación y lo más pintoresco del<br />

festín, estaba constituido por la parte final de la ceremonia<br />

con música, entrega de guantes que el graduando debía<br />

donar a sus maestros y examinadores, y un paseíllo en<br />

caballo por la ciudad, adelante, las autoridades escolares,<br />

reales y municipales, seguidas de a pie por el cuerpo universitario<br />

de graduados, maestros en propiedad y suplentes,<br />

lectores asistentes, bedeles y porteros, y luego cada<br />

una de las categorías escolares, organizadas por antigüedad<br />

y llevando sus trajes e insignias distintivas y las<br />

banderas y pendones que indicaban las distintas escuelas<br />

filosóficas a que se pertenecía, acompañadas por grupos de<br />

vecinos y de curiosos que se sumaban al festejo y celebraban<br />

al nuevo doctor: “Para el grado de doctor se hará lo<br />

que se dijo, añadiendo en el acompañamiento una persona<br />

de a caballo que cargue un pendón de seda, que por una<br />

parte lleve a Santo Tomás y por la otra las armas del doctorando”.<br />

Se trataba desde luego de una de las grandes fiestas urbanas<br />

de la “república de españoles-americanos”. Costoso<br />

y lujoso episodio de poder en el que un grupo mostraba<br />

ante sí y comparaba frente a los otros, su distinto lugar en<br />

la jerarquía social y realizaba el reconocimiento mundano<br />

de que todo saber encarna un poder, bajo los ojos seguramente<br />

atónitos de las gentes pobres de la ciudad, admiradas<br />

ante los símbolos externos que en esa sociedad<br />

distinguían los papeles y las funciones sociales. Pero también,<br />

episodio integrador de esa misma plebe en un orden<br />

social que hacía de cada una de estas ceremonias un nuevo<br />

refuerzo de su poder, a través de la consagración de los<br />

propios símbolos que la dominación proponía.


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 415<br />

Libros y lectores en el mundo universitario<br />

Habíamos mencionado, sin avanzar más, que el método de<br />

estudios, en tanto lectio y dictatio, había estado determinado,<br />

en parte, por la relativa ausencia de libtvsy la inexistencia<br />

de la imprenta, y debemos profundizar un tanto en este<br />

problema, pues si hay algo distintivo de la vida intelectual,<br />

es su relación con el libro, no sólo a partir del descubrimiento<br />

de la imprenta, sino desde antes, desde la propia<br />

instalación de los talleres de copistas en los conventos medievales.<br />

Tal ausencia local fue un hecho relativo. A pesar de<br />

todas las prohibiciones que pesaron sobre el comercio del<br />

libro -prohibiciones que variaron según los géneros y las<br />

épocas-, éstos estuvieron llegando continuamente en los<br />

equipajes de los frailes y de las autoridades que por nuestro<br />

territorio pasaban, las bibliotecas privadas no fueron de<br />

ninguna manera una rareza, aunque no dispongamos de<br />

estudios cuantitativos que permitan mostrar la magnitud<br />

del fenómeno, ni de estudios cualitativos que nos permitieran<br />

describir las formas más habituales de lectura.<br />

Sin embargo, nada parece negar la ausencia relativa del<br />

libro en los medios escolares y esto tuvo por lo menos una<br />

consecuencia importante. Se trata de la existencia de una<br />

riquísima cultura del manuscrito, pues la auténtica huella del<br />

pensamiento teológico y filosófico colonial y de sus formas<br />

de transmisión y de apropiación, ha quedado consignada<br />

en ese gran número, aún muy fragmentariamente inventariado,<br />

de mamotretos en que día a día, en el transcurso del<br />

proceso escolar, se copiaban los textos leídos y los comentarios<br />

agregados por cada uno de los lectores. Manuscritos<br />

destinados a usos muy diversos: a veces objeto de prestigio<br />

en las bibliotecas coloniales, pero también prueba de realización<br />

de estudios. A veces objetos destinados a permanecer<br />

en la etiseñanza cuando un estudiante se convertía en


4-i6 I rf.n á n silv a<br />

lector. En otras ocasiones forma reiterada de permanencia<br />

d el ejercicio escolástico en lugares alejados, a través del uso<br />

que de ellos hacían clérigos y frailes, hombres de cultura<br />

en aquella época, en desarrollo de su función religiosa en<br />

remotos pueblos. Así se comprobó, por ejemplo, cuando<br />

se hizo, hacia 1664, el inventario de los bienes de un clérigo<br />

notable, quien después de mucho trasegar había llegado<br />

a ser canónigo en la catedral de Santafé, y en donde se<br />

consigna, al mencionar sus “libros de mano” (cuadernos de<br />

apuntes): “Materias que oyó el dicho señor doctor... Desde<br />

gramática hasta teología hay de mano cincuenta y ocho libros”.<br />

Debe anotarse, sin embargo, que desde el inicio de los<br />

estudios en Santafé hubo intentos por superar el dictado y<br />

la escritura, a través del uso, por cada escolar, de un texto.<br />

En el caso del Colegio del Rosario se dispuso, a mediados<br />

del siglo xvii, el gasto de cien pesos para comprar ejemplares<br />

del “curso de artes”, señalándose que los libros que se<br />

trajeran debían permanecer en los aposentos de los escolares,<br />

“de que resultará tener los sucesores libros competentes...<br />

y se podrá excusar el escribir, con que tendrán más<br />

breves y multiplicadas noticias de las materias”.<br />

A pesar de estas disposiciones y recomendaciones, el<br />

dictado y la copia fueron métodos imposibles de abandonar<br />

en el medio escolar universitario. Mientras que en el<br />

universo cultural europeo habían sido desechados como<br />

parte de una tradición que se abandonaba en virtud de la<br />

emergencia del mundo de la certeza y la evidencia y, desde<br />

luego, de la invención de la imprenta, con su renovación<br />

del uso de los sentidos en el aprendizaje y el surgimiento<br />

de nuevos hábitos de lectura, en el Nuevo Reino, y en parte,<br />

en la América colonial, en una especie de juego trágico<br />

de relevo, tales métodos se perpetuaban, teniendo aún hoy<br />

efectos manifiestos en nuestras prácticas de enseñanza. Es


La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 417<br />

decir, la relativa ausencia de libros, condicionada en altísimo<br />

grado por la introducción tan tardía de la imprenta<br />

(finales del siglo xvm) facilitó, acentuó y perpetuó los criterios<br />

de autoridad en el saber, acercando las prácticas escolares,<br />

a través de la obediencia y la repetición, a una suerte de<br />

círculo cerrado sin posibilidad de salida. Año tras año la<br />

misma lección, el mismo dictado, unas veces a partir de un<br />

texto que el maestro-lector poseía, muchas otras a partir<br />

de un cuaderno manuscrito que un estudiante había copiado<br />

sin mayores variaciones, haciendo a un lado los lapsus<br />

posibles y otras erratas menores. Un poco la historia de<br />

Pierre Menard, en la fábula de Borges, copiando de nuevo<br />

F J Quijote para crearlo otra vez.<br />

Podemos incluir aquí también una observación breve<br />

sobre los géneros a que correspondían los libros leídos y<br />

copiados por los escolares. En cuanto a estos últimos, los<br />

copiados, se trataba básicamente de los cursos de “artes”<br />

(filosofía) de fray Juan de Santo Tomás y de Antonius<br />

Goudin, los dos autores más leídos por los universitarios<br />

durante los siglos xvn y xvm -hasta su último tercio-, a lo<br />

que se agregaba una serie de autores variados que se ocupaban<br />

de la teología y del muy prestigioso campo llamado<br />

“casos de consciencia”. Pero los impresos más numerosos,<br />

desde el punto de vista de su circulación, eran los que correspondían<br />

a las prácticas de devoción y a la cultura literaria.<br />

En esto había una gran correspondencia entre lo que<br />

podemos llamar “La biblioteca del Reino”, retomando la<br />

expresión de Francois Furet, y “la biblioteca universitaria”,<br />

es decir, una gran correspondencia entre lo que leía la sociedad<br />

letrada y lo que leían los universitarios, en parte<br />

porque estos constituían la parte más destacada y reconocida<br />

de tal sociedad.<br />

En primer lugar, todos los libros que alimentaban las<br />

prácticas devotas: libros de rezo diario, libros de piedad, li-


4 1 8 | RENÁN SI I.VA<br />

bros de horas, libros de confesión, novenarios, etc. Estos,<br />

en general se guardaban en los aposentos, pero en muchas<br />

ocasiones se llevaban con uno, o por lo menos se tenían<br />

cerca. Casi siempre “iluminados”, es decir decorados con<br />

imágenes, debieron haber constituido una gran fuente de<br />

educación artística, de formación de arquetipos y modelos<br />

estéticos, sin que nada podamos precisar, por ausencia de<br />

análisis concretos apoyados en corpus seriados, construidos<br />

con rigor, aunque sí sabemos que servían tanto para la<br />

oración individual, muy cerca de la meditación, como para<br />

rezo colectivo, en voz alta, público y cantado.<br />

En cuanto a la cultura literaria, bastante extendida en<br />

la sociedad letrada y en el mundo escolar, predominaron<br />

siempre, aún en el siglo xix, los clásicos griegos, latinos y<br />

españoles, aunque no podamos precisar de manera estricta<br />

las predilecciones, más allá de saber, por ejemplo, que<br />

Cicerón fue un verdadero best-seller durante los siglos xvn y<br />

xvm, y que los libros de aventuras e imaginación fueron un<br />

tanto perseguidos, aunque nunca dejaron de circular.<br />

Los inventarios de biblioteca, aún muy pocos, muestran<br />

desde luego la presencia de muchos más géneros. Por<br />

.ejemplo las “vidas ejemplares”, la Historia Sagrada y los<br />

textos de oratoria eran frecuentes, como lo eran, pero en<br />

grado mucho menor, los textos de medicina y las compilaciones<br />

jurídicas. En general se puede decir que el libro no<br />

era muy abundante y que no parece haber mayores sorpresas<br />

en cuanto a los autores y a los géneros que circulaban,<br />

todo conformando un panorama bastante tradicional,<br />

hasta casi concluido el siglo.<br />

Pero la ausencia de la imprenta y el control sobre el libro<br />

no significa su ausencia completa en una sociedad. La<br />

propia política ilustrada de los Borbón, el aumento innegable<br />

de los intercambios comerciales y del contrabando, y<br />

sobre todo, la puesta en circulación pública de una masa


La vida cotidiana universitaria en el Nuei'o Reino de Granada | 419<br />

importante de libros luego de la expulsión de la Compañía<br />

de Jesús, en 1767, y de ahí la formación de la primera Biblioteca<br />

Pública, significaron una transformación del papel<br />

del libro en la enseñanza y en el sistema general de la cultura<br />

intelectual de Santafé y de las otras ciudades importantes.<br />

1 lasta cierto punto, las modificaciones escolares e<br />

intelectuales de finales del siglo xvni fueron el producto de<br />

una nueva relación con el libro, con la lectura, con la escritura<br />

y, por tanto, con la cultura intelectual. El examen de la<br />

correspondencia de los ilustrados locales de finales del siglo<br />

xvm, esencialmente naturalistas y botánicos en rebelión<br />

contra la escolástica, comprueba la presencia de una<br />

nueva sensibilidad romántica frente al libro: nueva sensibilidad<br />

que se expresa en las lágrimas de nuestros naturalistas<br />

cada vez que reciben del propio Linneo, o del<br />

embajador sueco en Cádiz, un nuevo ejemplar de la obra<br />

que les permitió leer de otra manera el mundo que los rodeaba.<br />

Bibliografía.<br />

El presente ensayo, de carácter descriptivo y escrito para un<br />

público 110 especializado -de ahí que hayamos evitado los nombres<br />

propios, las cronologías eruditas, la mención de fuentes documentales<br />

y los problemas de interpretación general-, se apoya<br />

por completo en algunos de mis trabajos anteriores y en un trabajo<br />

en curso de redacción. Para una caracterización general de<br />

las universidades coloniales como corporaciones del saber durante<br />

los siglos xvii y xvm y para un conocimiento en detalle de<br />

su crecimiento y transformación demográfica, remitimos al lector<br />

a nuestra Universidad v sociedad en el Nuevo Reino de Granada<br />

(Bogotá, 1992). Para un análisis amplio de los métodos de enseñanza<br />

en la universidad colonial y el problema de su modificación.<br />

los remitimos a uno de nuestros primeros trabajos en<br />

este terreno. Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada


420 I RF.NÁN SII.VA<br />

(Bogotá, 1981), de donde hemos extraído todas las descripciones<br />

que aquí consignamos. Los problemas de las transformaciones<br />

sociales, institucionales e intelectuales de la universidad<br />

colonial en la segunda mitad del siglo xviii los he abordado con<br />

detalle en La reforma de estudios en el Nuevo Reino de Granada<br />

(Bogotá, 1983). Los problemas del libro, la lectura y los lectores<br />

en la sociedad colonial no cuentan con ningún trabajo notable.<br />

Lo aquí presentado depende de varios artículos dispersos que<br />

reúno, modifico y amplío en un capítulo de La formación del intelectual<br />

moderno en Colombia, 1770-1830, actualmente en redacción<br />

final, aunque le he ahorrado aquí al lector las ejemplificaciones<br />

cuantitativas, que en principio lo podrían desanimar frente a un<br />

campo de estudio que resulta apasionante, por decir lo menos.<br />

En el mismo trabajo recién mencionado, estudio los procesos de<br />

transformación de los sistemas de representación del mundo intelectual<br />

y el surgimiento de nuevas formas de sensibilidad, lo<br />

que en su conjunto constituye el proceso de formación del intelectual<br />

moderno en Colombia. Pero si el lector se decide a iniciar<br />

sus propias búsquedas, que es a lo que quiere invitarlo este<br />

breve ensayo, la mejor guía documental la encontrará en los siete<br />

tomos de los Documentos para la Historia de la Educación en<br />

Colombia de don Guillermo Hernández de Alba.


L a vida cotidiana en<br />

los conventos de mujeres<br />

IMI.AR<br />

DE ZULETA<br />

Directora del Museo de Santa ( Jara<br />

Cuántos y cuáles<br />

En la Nueva Granada, durante el período colonial, quince<br />

conventos de mujeres se fundaron entre los años de 1574 y<br />

179 1. De estos quince, seis corresponden a la segunda mitad<br />

del siglo xvi, seis al siglo xvn y tres al período final del<br />

virreinato. El cuadro siguiente suministra en orden cronológico<br />

las fechas de fundación de las instituciones con el<br />

objeto de facilitar una mayor comprensión de lo que fue el<br />

fe n ó m e n o g lo b a l d e la el a u su ra fe m e n in a<br />

T IPO DF. C IC D A I) Y FU N D A C IÓ N FUNDA. 1)1.1, PRIMF.R CONVKNTO AÑOS D E SPl’ÉS<br />

1unj;i: Centro Admin. «539 Santa Clara «574 35 años<br />

Pamplona: Centro Admin. 1549 Santa Clara 1584 35 años<br />

Pasto. 1rentera. ■539 La Concepción 1588 49 años<br />

Popayán. Centro Admin. 1 536 La Fncarnación 1591 35 años<br />

Santa Pe. Centro admin. «538 La Concepción 1595 57 años<br />

Tunja La Concepción •599<br />

Cartagena. Puerto 1533 Fl Carmen 1606 73 años<br />

Santa l'e 1,1 Carmen 1606<br />

Cartagena Santa Clara 16 17<br />

Santa Fe Santa Clara 1629<br />

Santa Fe Santa Inés 1645<br />

Villa de Leiva. Agrícola 1572 Ll Carmen lf>45 125 años<br />

Popayán F.l Carmen 1729<br />

Santa Fe La Fnseñan/.a «7S3<br />

Medellin. Minera 1675 F1Carmen 1791 116 años


42 2 | PILAR DE ZULETA<br />

Confrontando los datos anteriores, parece sorprender<br />

el lapso transcurrido entre el inicio de las ciudades y la<br />

fundación de los primeros conventos. A diferencia de los<br />

monasterios masculinos que se habían formado con la<br />

evangelización, los conventos de mujeres aparecen tardíamente.<br />

Para la fundación de los conventos se requería que<br />

las ciudades estuvieran establecidas y pobladas, además de<br />

la recaudación de los fondos, de un permiso de la Audiencia,<br />

de una Cédula Real, y de acuerdo a los cánones tridentinos,<br />

de una Bula Papal, todo lo cual representaba un<br />

largo período de varios años.<br />

En el caso de las Carmelitas Descalzas de la villa de<br />

Medellin, el padre Bernardo Restrepo O.C.D., refiere lo<br />

acontecido con la primera Cédula Real solicitada a España<br />

en 1724 para la fundación del convento:<br />

A pesar de mandato tan perentorio, porque el papel puede<br />

con todo, y de la solemne ceremonia de obedecimiento,<br />

con golillas, escribanos y notarios presentes, se obedece pero no<br />

se cumple. F.sta providencia (La Cédula) conseguida a costa de<br />

tantos esfuerzos y largamente esperada, pudo descansar durante<br />

sesenta y ocho años en los anaqueles gubernamentales<br />

o conventuales, dando tiempo a que se perdiera su vigencia, a<br />

que las espléndidas promesas de bienes se destinaran a otros<br />

fines, o a que los protagonistas pasaran a mejor vida'.<br />

L a función del monasterio femenino<br />

El monasterio femenino cumplió un papel social y económico<br />

de primerísima importancia dentro de la sociedad<br />

colonial. Fundados por una exigencia de esa misma sociedad,<br />

la mayoría de las veces se consideraba el custodio por<br />

1. Restrepo. Bernardo O.C. D., Monasterio de San José de Carmelitas<br />

Descalzas de Medellin ijg i-iy g i. Medellin, 1989, pág. 16.


Lm vida cotidiana en los conventos de mujeres | 423<br />

excelencia de la virtud femenina, y la solución ideal para<br />

remediar determinadas necesidades sociales; su función<br />

rebasó los límites de la vocación religiosa para llegar a<br />

convertirse en hospedaje, centro de instrucción femenina,<br />

y lugar forzado de deposito, como se decía entonces, de todas<br />

aquellas mujeres cuyas circunstancias de alguna manera<br />

contrariaban las leyes por las que se regía la mentalidad<br />

colonial.<br />

Efectivamente, el deposito o confinamiento temporal de<br />

las mujeres en lugares material y moralmente seguros, se<br />

llevaba a cabo, por lo general, ya en casas de matronas de<br />

reconocida virtud y ejemplo, o en los llamados Recogimientos;<br />

hubo uno en Cali, otro en Cartagena, otro en<br />

Santa Fe, y al menos un proyecto para uno en la villa de<br />

Medellin o en los conventos. Los Recogimientos, entre<br />

cuyos objetivos estaba proteger a las mujeres contra la<br />

prostitución y la mendicidad, parecen haber tenido un carácter<br />

más popular, cumpliendo las veces de reformatorio<br />

y acogiendo entre sus pupilas tanto a mujeres divorciadas<br />

o a casadas “mal avenidas”, así como a las “arrepentidas”,<br />

algunas de las cuales habían delinquido, confundiéndose<br />

así, de alguna manera, con la misma cárcel, tal el caso de<br />

Santa Fe. No sorprende, por tanto, que ya en el siglo xix,<br />

Don Rufino Cuervo, en sus Apuntaciones críticas al lenguaje<br />

bogotano, haya ampliado el uso de la palabra divorcio, o cárcel<br />

del divorcio, para secuestro de mujeres en lugar honesto. De<br />

otra parte, el depósito facilitado por los conventos tenía<br />

por objeto colocar en lugar seguro y moral a la muchacha,<br />

con el ánimo de explorar su voluntad, generalmente por<br />

medio de un juez eclesiástico, cuando ésta había dado palabra<br />

de casamiento. Creemos que debió practicarse de<br />

preferencia con mujeres de la elite blanca.


4 2 4 | PIl.AR DE ZIJLETA<br />

El 6 de octubre de 1626, prosiguiendo la visita que había<br />

abierto en su obispado fray Francisco de Sotomayor, obispo<br />

de Quito, se presentó al Convento de la Concepción de la ciudad<br />

de Pasto, y antes de marcharse, dirigió a las monjas una<br />

extensa carta de congratulación por el buen resultado de la<br />

visita y para hacerles una prohibición absoluta tocante a recibir<br />

en el convento personas con el título de religiosas donadas, reclusas o<br />

recogidas, las cuales se introducen en la clausura por corto<br />

tiempo y sin obligación de votos.2<br />

El ideal de la castidad estaba para entonces fuertemente<br />

arraigado, no solamente y como es lógico, entre los religiosos,<br />

cuyo estado lo exigía con carácter de voto solemne<br />

sustentado en los tratados de los Padres de la Iglesia, sino<br />

también entre los laicos y de manera especial en la mujer.<br />

El estado de dependencia respecto de la autoridad masculina<br />

representada en el padre o el esposo, el escaso reconocimiento<br />

legal de su capacidad civil, la desconfianza con la<br />

que se miraba y juzgaba su “debilidad” y su propensión a<br />

“caer”, a través de la óptica del pensamiento religioso que<br />

consideraba la virginidad como afín a la naturaleza de los<br />

ángeles, el rigor de los tratados de moral, y el peso enorme<br />

de la responsabilidad con la que se le endilgaba la salvaguardia<br />

casi exclusiva del honor familiar, hacían que la<br />

custodia de su castidad fuese, para la mujer, asunto de primordial<br />

importancia en todas las decisiones de su vida. El<br />

convento era entonces el espacio perfecto en el que se garantizaban<br />

las condiciones de sujeción requeridas por un<br />

ser tan frágil y considerado para todo efecto, como una<br />

menor de edad.<br />

2. Ortiz, Sergio Elias, E l Monasterio de la Concepción de Pasto, Pasto,<br />

Boletín de Estudios Históricos, vol. 3, Imprenta Departamental, 1930. pág.<br />

403-


La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 425<br />

Al repasar las razones aducidas por los promotores de<br />

los monasterios femeninos para justificar su fundación, nos<br />

encontramos con argumentos como el de los vecinos de la<br />

ciudad de Pasto, al solicitar permiso de la Audiencia en<br />

1585 para fundar el monasterio de la Concepción, los cuales<br />

expresaban que: “la necesidad de la obra no da espera<br />

sino antes bien urge darle principio, pues las doncellas<br />

principales por su falta de dote no pueden casarse como su<br />

calidad lo requiere y lo que la prudencia aconseja en tal emergencia<br />

es meterlas a un convento'? O este otro a propósito de<br />

la Concepción de Santa Fe consignado por el cronista<br />

franciscano fray Pedro Simón en sus Noticias historiales'.<br />

“E11 conformidad de una Real Cédula anterior en que el<br />

Rey había mandado se hiciese en ella (Santa Fe) un convento<br />

de monjas para hijas de conquistadores por no haberle<br />

en esta ciudad'.4 Y la Cédula Real fechada en Madrid en<br />

1638, autorizando la fundación del monasterio de Santa<br />

Inés del Monte Policiano de Santa Fe, dejaba claro que:<br />

Por quanto por parte de vos Doña Antonia de Chavez,<br />

por hallaros con cantidad de hazienda que heredaste de Juan<br />

Clemente de Chavez vuestro hermano, y deseáis emplearla en<br />

servicio de Dios Nuestro Señor, y utilidad del dicho reino,<br />

fundando un convento de monjas de la orden de Santo Domingo,<br />

para entraros en él en religión, y que hagan lo mismo algunas<br />

mujeres principales descendientes de conquistadores que por<br />

hallarse con necesidad no tienen que tomar otro estado, para lo qual<br />

teneis dispuesto hasta setenta mil pesos.5<br />

3. Ibid., pág. 63.<br />

4. Simón, Fray Pedro. Citado por Mantilla, Luis Carlos: Las concepcionistas<br />

en Colombia i^HS-iqgo, Lditorial Kelly, Bogotá, 1992. pág. \ j 7.<br />

5. Florez de Ocariz, Juan, /.ibro primero de las genealogías del Nuevo<br />

Reino de Granada, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1990. pág. 177.


4 2 6 | PILAR DE ZUI.ETA<br />

Sorprende, salvo excepciones (el caso de Antioquia<br />

parece ser una de ellas), la poca frecuencia con que se hace<br />

mención al sentido profundo de la vida contemplativa o al<br />

objetivo real de una vocación religiosa cual es el de la entrega<br />

a Dios. Esto no quiere decir que esa intención no<br />

haya estado presente en muchas de las mujeres que habitaron<br />

nuestros conventos, pero no puede negarse que<br />

razones ajenas al verdadero sentido de la vida religiosa primaron,<br />

en la mayoría de los casos, en las fundaciones de<br />

los monasterios femeninos. En el siglo xvi, y sobre todo en<br />

el xvm, la importancia de una ciudad, ya fuese de naturaleza<br />

administrativa, agrícola, minera o de frontera, traía necesariamente<br />

de la mano el establecimiento de un grupo<br />

de pobladores notables, acaudalados e influyentes, urgidos<br />

de dar estado a sus hijas. Es lícito pensar que ellos propiciaran<br />

para sus herederas la fundación de los conventos.<br />

Teniendo esto en cuenta, vale la pena analizar algunas<br />

de las razones que pudieron haber llevado a nuestras mujeres<br />

coloniales a tomar el hábito religioso.<br />

La dote fue sin lugar a dudas uno de los alicientes más<br />

significativos. En Santa Fe, desde la segunda mitad del siglo<br />

xvii hasta finalizado el xvm, se mantuvo por lo general<br />

el monto de 1 000 a 2 000 pesos en todos los conventos<br />

para la dote de religiosas de velo negro, es decir de coro, y<br />

de 400 a 600 para las monjas conversas o de velo blanco,<br />

además de la facilidad de lograr exenciones (generalmente<br />

a la mitad) cuando se trataba de parientas de los patronos<br />

de la institución, o cuando entraban por “nombramiento", es<br />

decir a ocupar el puesto de una religiosa difunta. También<br />

era frecuente que de la dote de una muchacha pobre se<br />

hiciera cargo una Obra Pía, como ocurrió en el caso de Petronila<br />

de Caycedo y Suárez, quien profesó en 8 de septiembre<br />

de 1760 en el convento de Santa Clara de Santa .


La vida cotidiana en ¡os conventos de mujeres | 427<br />

Fe: “con la dote de 600 patacones, los 500 de la Obra Pía<br />

de Doña Rosa La Mora, y los 100 que le dan sus padres”.6<br />

El monto de la dote lo fijaban los conventos asesorados<br />

por los visitadores eclesiásticos y variaba según el estrato<br />

social de la profesa y la categoría en la que era<br />

recibida. Cuando María Arias de Ugarte y su esposo entran<br />

por monjas en Santa Clara de Santa Fe a Thomasa de<br />

San Juan, a Francisca de la Trinidad y a Josepha de Santa<br />

María (esta última niña huérfana) declaran: “Hemos pagado<br />

el dote según su estado de cada una”.7<br />

En cambio, el monto de las dotes matrimoniales excedía<br />

con creces esa cifra, desde dotes excepcionalmente<br />

grandes de 34 000 pesos en el caso de los más poderosos<br />

de la elite (el caso de María Arias de Ugarte, encomendera<br />

de Santa Fé, en 1624, para su primer matrimonio con don<br />

Francisco de Noba Maldonado), hasta otras más modestas,<br />

de 6 000, representadas en estancias de ganado menor,<br />

algunas joyas, muebles y vestuario, como el caso de María<br />

Cabral de Meló, para su desposorio con Bernabé Castañeda<br />

en 1681, o más tarde la aportada por doña Catalina<br />

Alvarez del Casal para su matrimonio con don Vicente<br />

Nariño en septiembre de 1758 y que sumaba, entre joyas,<br />

enseres y dinero, 7 553 pesos 7 reales y medio.8En la villa<br />

de Medellin, estudios actuales han revelado que entre 1675<br />

y 1780, las dotes matrimoniales oscilaron en algo menos<br />

de 3 000 pesos, mientras que el ingreso al monasterio de<br />

las Carmelitas, único de la ciudad, requería de una dote de<br />

1 000 pesos.<br />

La viudez o la soledad empujaban también a las mujeres<br />

a tomar el hábito religioso. Es el caso de doña María de<br />

(1. Libro de Profesiones, Monasterio de Santa Clara de Santafé de<br />

Bogotá.<br />

7. a .cí.n .. Notaría rA. Protocolo 1664. tomo C>5, fol. 386 v.<br />

8.A .G .N . Notaría 3A. Protocolo 1742-1758. fol. 14 8 -151.


4 2 8 | PILAR DE ZULETA<br />

Noba en la ciudad de Tunja, viuda de don Pedro Jove,<br />

quien tenía una hija, Juana de San Joseph, profesa en el<br />

monasterio de la Concepción y que “a causa de que otros<br />

hijos varones que tiene son frailes en el Convento de la<br />

Candelaria, y de estar como está desocupada de hijos en el siglo,<br />

ha muchos días que desea entrar por monja en ese convento,<br />

así por acompañar a su hija como por v ivir y acabar en este<br />

hábito, empleándose en servicio de Dios”.9 La madre, viuda<br />

y enferma, y la hermana de la monja tunjana Francisca Jo ­<br />

sefa del Castillo, habían llegado en parecidas circunstancias<br />

al convento de Santa Clara; la fundadora del Carmelo<br />

de Medellin, doña Ana María Álvarez del Pino, “vivió en el<br />

convento con hospedaje voluntario y guardando clausura,<br />

por espacio de diez años, según licencia que le concedió el<br />

Obispo, para morir luego allí mismo como monja profesa”.10<br />

Y Francisca Margarita de Másmela, natural de Santa<br />

Fe y viuda del capitán Juan de Poveda, decidió profesar en<br />

el convento de la Concepción en 1660, para acompañar a<br />

Juana Margarita, su última hija.11.<br />

Además, para las mujeres viudas con medios de fortuna,<br />

la fundación de un convento parece haber sido atractiva<br />

empresa. La reflexión actual hace pensar que, en esa<br />

forma, daban a su vida una orientación noble, comprometiéndose<br />

en proyectos vitales que las mantenían activas y<br />

ocupadas, no perdían el control y manejo de sus bienes, y<br />

terminaban sus días acompañadas. Sorprende el elevado<br />

número de viudas que iniciaron conventos en el país, ofreciendo<br />

para las fundaciones “las casas de su morada”. Para<br />

citar sólo algunas: doña Elvira de Padilla en el Carmelo de<br />

9. Mantilla, Luis Curios, op. at., pág. 98.<br />

10. Benítez, José Antonio (El Cojo), Carmelo y miscelanfa de varías<br />

noticias antiguas y modernas de esta villa de Medellin, Jaram illo Roberto,<br />

Luis, pág. 183<br />

11. Flórez de Ocariz, Juan, op. at., pág. 228


La vida cotidiana en ¡os conventos de mujeres | 429<br />

Santa Fe, 1606; doña Leonor de Orense en la Concepción<br />

de Pasto, 1585; doña Catalina de Cabrera en Santa Clara<br />

de Cartagena, 1607; doña María de Barros y Montalvo en<br />

Santa Teresa de Cartagena, 1609; doña Antonia de Chávez<br />

en Santa Inés de Santa Fe, 1645; doña Clemencia de<br />

Caicedo en la Enseñanza de Santa Fe, 1783; y doña Ana<br />

María Alvarez del Pino en el Carmelo de Medellin, 1791.<br />

De los quince conventos femeninos que funcionaron<br />

en la Colonia, en todo el país, cerca de la mitad fueron fundados<br />

por mujeres viudas.<br />

La orfandad era con muchísima frecuencia otro factor<br />

determinante;<br />

tengo dados a este convento de Nuestra Madre Santa Clara<br />

(decía doña María Arias de Ugarte en 1663) por scriptura<br />

para la dote de Josepha de Santa María niña huérfana que críe<br />

en mi casa y está aseptada por el dicho convento y mayordomo<br />

y estas tiendas di de muy buena gana porque la propiedad<br />

sea del dicho convento aunque a la dicha niña no le tengo obligación<br />

ninguna de sangre que me toque sino solamente por<br />

haberla puesto a mis puertas como huérfana sin padre ni madre<br />

y haverla recevido por el amor de Dios... Por lo cual se le<br />

de un hávito...'2.<br />

Las palabras de la rica encomendera en su testamento<br />

no dejan duda sobre la suerte que parecía corresponder a<br />

las muchachas huérfanas.<br />

Fuertemente arraigada en la mentalidad de la época<br />

estaba la idea de la protección y ayuda a las huérfanas, la<br />

cual se cristalizaba a través de organizaciones denominadas<br />

obras pías, encargadas de dotar a las mujeres pobres<br />

12. A.r;.N. Notaría i A de Bogotá. Protocolo de 1664, fol. 386V.


430 | PILAR DE Zl'I.ETA<br />

para “tomar estado”. Carentes de dote, el convento era<br />

para estas mujeres el destino ideal.<br />

No deja de ser necesario recalcar el hecho incontrovertible<br />

de la sólida formación cristiana que recibían en sus<br />

hogares estas muchachas, formación que de alguna manera<br />

fomentaba la vocación religiosa. Era frecuentísimo que<br />

en una misma familia hubiese clérigos y monjas entre tíos,<br />

hermanos o demás parientes; inducían y aconsejaban a las<br />

jóvenes la idea de que el estado religioso, era el más perfecto.<br />

Muchas de estas niñas habían recibido su educación en<br />

los conventos al lado de sus familiares. Estas y no otras<br />

parecen ser las razones que explican la frecuencia con que<br />

en un mismo monasterio profesaban a la vez varias hermanas,<br />

o madre e hija o tía y sobrinas, hasta el punto de haberse<br />

visto los conventos en la necesidad de reglamentar<br />

este fenómeno que debía tener “para la quietud de la vida<br />

religiosa” algunos inconvenientes. “Ordeno (decían las<br />

constituciones de la Concepción de Santa Fe), que para<br />

quietud de esta comunidad, no puedan entrar, ni profesar,<br />

ni recibir velo de monjas más que hasta tres hermanas, por<br />

ninguna vía que sea”.1-1<br />

Tampoco puede descartarse la posibilidad de que, a<br />

semejanza de lo que sucedió en Europa, y dadas las muy<br />

peculiares circunstancias en que profesaban nuestras mujeres,<br />

diera el caso de muchachas que, carentes de vocación<br />

religiosa, hubieran escogido voluntariamente el refugio del<br />

claustro con el ánimo de escapar al tedio de la vida doméstica,<br />

o a un matrimonio impuesto por su familia, o buscando<br />

en el silencio y recogimiento de la vida conventual un<br />

espacio para desarrollar sus aptitudes intelectuales, ya fuese<br />

en la lectura, en el aprendizaje del latín, en la composición<br />

de poemas y pequeñas obras teatrales para<br />

13. Mantilla, Luis Carlos, np. a i., pág. 43.


esparcimiento de las religiosas, así como en el cultivo de la<br />

música.<br />

Fuesen cuales Riesen las razones para profesar, una vez<br />

en el monasterio, colocadas en una situación de alguna<br />

manera elegida por ellas, el ideal de perfección*religiosa se<br />

instalaba en la mayoría de estas mujeres (no abundan los<br />

casos de rebeldía) y venían a morir allí en olor de santidad<br />

veneradas por la comunidad y tenidas como santas por la<br />

sociedad civil.<br />

Los habitantes del convento<br />

La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 431<br />

En los conventos vivía una población abundante y heterogénea<br />

compuesta por las religiosas, las huéspedes, las educandas<br />

y las criadas. A las huéspedes que voluntariamente<br />

vivían en los conventos, se las llamaba en España Señoras<br />

de piso y aunque por lo general no vestían hábito religioso,<br />

eran tenidas en toda consideración por parte de la comunidad,<br />

viviendo en piezas “con suficiente capacidad para su<br />

decencia" y asistidas con frecuencia de criadas. En cuanto<br />

a las educandas, eran ellas la alegría del convento.<br />

Con anterioridad a la Ilustración no se consideró necesaria<br />

la educación para la mujer. Recogida en el hogar o en<br />

el claustro, una instrucción básica en la doctriana Cristina y<br />

algunos rudimentos de las “labores propias de su sexo”,<br />

vale decir los oficios domésticos, y algo de lectura, eran tenidos<br />

como equipaje suficiente en la formación femenina.<br />

Estos principios los suministraba de preferencia la madre,<br />

entre cuyas obligaciones figuraba la guarda y protección<br />

de las hijas, deber inherente a su naturaleza y reforzado<br />

con insistencia en los tratados de los moralistas y en los<br />

manuales de confesores. Uno de estos tratados: L a Familia<br />

Regulada cotí Doctrina de la Sagrada Escritura y Santos Padres<br />

de la Iglesia, del franciscano fray Antonio Arbiol (Madrid<br />

1796) así lo especificaba.


432 | PILAR DE ZULF.TA<br />

La otra opción la proporcionaba el espacio conventual,<br />

en el cual era fenómeno corriente que las niñas, aun<br />

desde muy pequeñas, se “criaran” con las religiosas, sus parientas,<br />

las cuales garantizaban la custodia de su virtud, les<br />

enseñaban los oficios propios del hogar, la doctrina cristiana,<br />

y si mostraban algún talento especial, el bordado, la<br />

poesía, la música, y aun algo de latín. De infantes al cuidado<br />

de las monjas, pasaban, con el tiempo, a la categoría de<br />

educandas pagando una pequeña pensión y engrosando la<br />

población seglar que vivía en los conventos. Muchas de<br />

estas niñas profesaban, al cumplir la edad reglamentada<br />

por el Concilio de Trento, para tomar el hábito... Cuando<br />

se establece el primer colegio de mujeres del país en el año<br />

de 1783, para cuyo propósito se funda la Compañía de<br />

María de La Enseñanza, de Santa Fe, las educandas tienen<br />

por primera vez una organización, lo que podríamos llamar<br />

un penstim y un horario y distribución específicos, además<br />

de un traje especial que las distingue y unas reglas<br />

claras de conducta. Antes de La Enseñanza, su formación<br />

no estaba reglamentada y dependía casi exclusivamente<br />

del cariño y el empeño particulares de la religiosa a cuyo<br />

cuidado se habían encomendado.<br />

A modo de ejemplo de lo que podía llegar a ser la relación<br />

de algunas monjas con las niñas, podemos traer a<br />

cuento el caso de la madre Porras en el convento de Santa<br />

Inés del Monte Policiano, de la ciudad de Santa Fe. Esta<br />

mujer, cuyo nombre religioso fue Josepha del Espíritu Santo,<br />

estuvo dotada de particular talento y habilidades para<br />

la música, dueña de una finísima voz, según reza la inscripción<br />

al pie de su retrato conservado en el monasterio.<br />

Dada a “criar” niñas en el convento, se destacó por una<br />

personalidad independiente, ambiciosa y poco sufrida,<br />

condiciones éstas, que le valieron no pocos problemas y<br />

acusaciones por parte de las directivas del convento así


La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 433<br />

como de la gente del siglo. Unos y otros se refieren a ella<br />

como “la Porras” en las relaciones de cargos en su contra.<br />

Bastaría para retratarla, el tan conocido caso de la novicia<br />

Francisca Camero, en el año de 1806, en el que se acusa<br />

píiblicamente a la madre Josepha de violentar a la muchacha<br />

(a la que había criado) para hacerla tomar el hábito.<br />

La profusión de niñas que habitaba en los conventos<br />

fue asunto que trataron de controlar en múltiples oportunidades<br />

los visitadores eclesiásticos, según las disposiciones<br />

que figuran consignadas en los archivos que reproducen<br />

las Actas Canónicas, pero, a semejanza del fenómeno de<br />

las criadas, el problema se mantuvo al parecer durante<br />

todo el período colonial.<br />

Dentro de un contexto semejante, es difícil evaluar qué<br />

tan letradas o ignorantes fueron nuestras mujeres coloniales,<br />

ya que hasta el momento no disponemos de correspondencia<br />

ni de diarios de mujeres, preciosa costumbre<br />

que fue tan común a la mujer norteamericana. Las firmas<br />

de las monjas en los documentos notariales aparecen con<br />

frecuencia indecisas y torpes, indicio sospechoso de una<br />

cultura deficiente y sabemos, por ejemplo, que las fundadoras<br />

de la Concepción de Pasto no sabían leer, lo cual<br />

dificultaba además su aprendizaje del latín, obligatorio<br />

para todos los oficios del coro; pero, por otra parte, la<br />

figura excepcional de la escritora mística Josefa del Castillo,<br />

levantada entre los libros de su padre, y quien desde<br />

muy joven leía “libros de comedias”, nos da la pauta para<br />

creer que hubo un nivel aceptable de instrucción, al menos<br />

en el grupo social más favorecido. Lo que sí parece seguro,<br />

es que el convento proporcionó 1111 espacio de esparcimiento<br />

intelectual femenino, ya que casi todas las creaciones<br />

místicas, literarias, artísticas, de crónica histórica y aun<br />

musicales, salieron del ámbito religioso.


434 I pilar df. zulf.ta<br />

Las criadas<br />

La existencia de criadas particulares para el servicio de las<br />

religiosas fue fenómeno común a la vida de los monasterios<br />

coloniales. Dentro de una sociedad fuertemente estratificada,<br />

las muchachas nobles que profesaban, así como<br />

las que optaban por el matrimonio, llevaban a su nuevo<br />

estado a su propia servidumbre, compuesta generalmente<br />

por muchachas pobres de “color quebrado”, en calidad de<br />

criadas o de esclavas. Los documentos que registran el ingreso<br />

de las fundadoras del monasterio femenino del<br />

Carmelo de la Villa de Leiva, dan cuenta de las criadas que<br />

desde un comienzo llegaron en compañía de las religiosas.<br />

La abundancia de criadas en los monasterios fue también<br />

motivo de queja permanente en las visitas practicadas<br />

cada cierto tiempo por los visitadores eclesiástico, pero no<br />

parece haber variado la situación, pues a juzgar por las pocas<br />

estadísticas de que se dispone, el número de criadas<br />

siempre sobrepasó con creces el de religiosas profesas. La<br />

visita practicada al monasterio de la Concepción de Santa<br />

Fe en el año de 1683, por el arzobispo don Antonio Sanz<br />

Lozano, ordenaba, entre otras cosas, que: “Las criadas y<br />

demás sirvientes tengan a las dichas religiosas mucha atención<br />

y respeto y las miren con la reverencia que se debe a<br />

las tales religiosas”. Y así mismo: “que todas las religiosas<br />

de dicho convento, declaren debajo de obediencia que se<br />

les impone, qué número de criadas seculares tienen”.'4<br />

Era pues costumbre arraigada e impuesta por las exigencias<br />

mismas de una sociedad estamental. Contra esto<br />

se reveló la voz dolida de la mística tunjana Josefa del Castillo<br />

en unas palabras que reflejan su hondo sentimiento<br />

cristiano: “He padecido desde que entré monja un trabajo<br />

penoso, por parecerme grande estorbo y tropiezo para la<br />

14. Mantilla, Luis Carlos, op. c. , pág. 79.


I M vida cotidiana en los conventos de mujeres | 43 5<br />

quietud: Este es el necesitar de criada, por no poderse otra<br />

cosa en el convento donde estoy. Dichosos los conventos y dichosos<br />

los religiosos que sirviéndose unos a otros, ejercitan<br />

la humildad, la paciencia y caridad”.’5<br />

Las criadas y esclavas asistían a sus señoras en sus celdas<br />

y habitaciones, hacían mandados y desempeñaban<br />

además con no poca frecuencia el curioso oficio de servir<br />

de verdugos en las crueles penitencias con las que muchas<br />

de estas mujeres, hijas dilectas de un espíritu barroco, castigaban<br />

sus débiles carnes. “Despedazaba mi carne con cadenas<br />

de hierro (decía la Madre Josefa) Hacíame azotar por.<br />

manos de una criada, tenía por alivio las ortigas y cilicios,<br />

hería mi rostro con bofetadas”.'6<br />

En cuanto a las esclavas la costumbre imponía que pasaran<br />

al convento “después de sus días”, como rezaban las<br />

disposiciones de las monjas, es decir, a la muerte de la religiosa.<br />

Las criadas podían entrar y salir del monasterio aparentemente<br />

sin restricción alguna, lo que facilitaba un eterno<br />

correo de chismes, dimes y diretes entre el claustro y<br />

las gentes del siglo. La misma visita practicada por el arzobispo<br />

Sanz Lozano pretendía corregir: “Que las criadas<br />

que asisten a las religiosas no salgan continuamente de la<br />

clausura, y nunca a pernoctar fuera de ella”.'7 Para la sensibilidad<br />

quebradiza y anhelante de paz interior de la tunjana<br />

Josefa del Castillo, las criadas, con sus chismes, su<br />

barullo y maledicencia, constituyeron un verdadero suplicio;<br />

una y otra vez a lo largo de su atormentada existencia,<br />

hace referencia en sus escritos a este desorden. Dos siglos<br />

y medio después, no puede menos que inspirar honda piedad<br />

la queja de esta alma contemplativa.<br />

15. Del Castillo. Josefa. Vida. Biblioteca Popular, pág. 150.<br />

16. Ibid., p:íg. 62.<br />

17. Mantilla, I a i í s Carlos, (tp. at., pág. 79.


4 3 ^ > I P II.A R D E Z l/L E T A<br />

L a economía de los conventos<br />

Los conventos manejaban una economía importante y<br />

compleja. A falta de bancos, fueron ellos, a semejanza de<br />

los monasterios medievales, los grandes proveedores de<br />

préstamos a interés. Son innumerables los datos de operaciones<br />

crediticias celebradas entre los monasterios y la ciudadanía.<br />

Los solicitantes, en algunas ocasiones, alegaban<br />

en el registro notarial de las operaciones “haber tenido noticia"<br />

de que el convento tal o cual tenía dinero para “imponer<br />

a censo”, razón por la cual solicitaba en préstamo<br />

determinada cantidad. Las abadesas, asesoradas por sus<br />

síndicos y mayordomos, facilitaban el dinero y pedían la<br />

ejecución de los bienes del prestatario en caso de incumplimiento.<br />

En la segunda mitad del siglo xvm y de acuerdo<br />

con la última pragmática de su majestad, el rédito anual<br />

corriente era del 5% sobre el principal, pagadero generalmente<br />

en dos contados, uno cada seis meses. Con igual<br />

facilidad se vendían o alquilaban propiedades del monasterio,<br />

casas, tiendas o solares, o se hacían transacciones ya<br />

no a nombre de la institución sino a título personal de las<br />

religiosas. El voto de pobreza no impidió que ellas manejaran<br />

sus bienes y algunas veces aun los de sus familiares,<br />

como el caso de María Josepha de la Concepción, religiosa<br />

en el convento del mismo nombre en Santa Fe y quien en<br />

1797, impuso a censo en don José Thomás Muelle, la suma<br />

de mil ochocientos pesos. Dicha suma se impuso “en coti-<br />

Jiafiza , por ser el dinero perteneciente a un menor”.'8<br />

En ocasiones el erario público se beneficiaba también<br />

del capital de los conventos. En julio 7 de 1750, se aprobaba<br />

por cédula real la obra del camellón de Santa Fe, y en<br />

diciembre de 1754, el convento de Santa Clara de la misma<br />

ciudad se obligaba a prestar la suma de dos mil cuatrocien­<br />

18. a .g .n . Conventos, tomo 27. fol. 00407.


La vida cotidiana en ¡os conventos de mujeres | 437<br />

tos patacones, para efectos de la misma obra al rédito<br />

anual corriente del 5%. De esos dos mil cuatrocientos patacones,<br />

ochocientos pertenecían a la Madre Josepha de<br />

San Ignacio, quien según reza la obligación, debía recibir<br />

los réditos correspondientes a esta su parte.'9<br />

Así mismo Dorotea del Sacramento, monja profesa de<br />

velo negro en el convento del Carmen de Santa Fe, declaró<br />

ante escribano público en el momento de testar, y en su<br />

propia celda del monasterio, “aver enajenado muchas<br />

porziones de los vienes de dichos sus padres, assi por<br />

scriptura y donaziones que tiene fechas a favor de Frai José<br />

Palomeque su sobrino, religioso del convento de Señor<br />

San Agustín, como una fundazion de una capellanía de<br />

cantidad de mil patacones que paran en la Real Caja de<br />

esta corthe, lo qual no ha podido n i devtdo hacer por ser en<br />

perjuicio de dicho convento".20 Todo esto lo declaraba la<br />

monja: “para descargo de su conciencia y por halarse<br />

como se halla con escrúpulo”; las donaciones a fray Palomeque<br />

ascendían a la suma de dos mil pesos.<br />

En la concepción de Santa Fe, Isabel de San Francisco,<br />

Ana de los Angeles, Lucía del Espíritu Santo, Gertrudis de<br />

San José y Bernarda de Jesús, todas cinco monjas profesas<br />

de velo negro y además hermanas, ceden ante notario público<br />

el derecho sobre una esclava de nombre María, la<br />

cual junto con otra llamada Pascuala, habían recibido de su<br />

madre doña Beatriz de Cartagena, difunta. El derecho:<br />

“para que como suia la pueda vender” recae sobre el presbítero<br />

José Ortíz su hermano, el cual se hallaba: “con alguna<br />

necesidad”.21<br />

| Los conventos se sostenían con los jugosos aportes de<br />

19. a .g .n . Conventos, tomo 61. fol. 118 4 -118 7 .<br />

20. a .g .n . Notaría Primera, 1663. fol. 184V.<br />

21. a .g .n . Notaría Primera, 1683, fol. 16 iv iÓ2r.


4 3 8 | PILAR DF. ZIU.ETA<br />

los patronos, con las dotes de las muchachas, con las continuas<br />

limosnas de la sociedad que aseguraba con donaciones<br />

la salvación eterna y con las operaciones de crédito<br />

a favor de particulares. En esta forma, iban haciéndose<br />

dueños de tierras, trapiches, esclavos, y propiedades urbanas,<br />

representadas en casas de teja altas y bajas, tiendas,<br />

locales y solares.<br />

Los fundadores y benefactores de los conventos estaba<br />

amparados por el derecho de patronato, arraigado en el derecho<br />

medieval de las Leyes de Partida y considerado por<br />

la Iglesia como una “gracia” que se otorgaba a los laicos.<br />

Mediante este privilegio, y a cambio del cuidado y de<br />

cuantiosos beneficios a la institución, los patronos gozaban<br />

de no pocas bondades, de las que no era la menor el<br />

derecho a ser enterrados en las iglesias de los monasterios,<br />

el de ostentar escudos y blasones en las fachadas de los<br />

mismos o el de reservar para sus familiares y herederos los<br />

lugares de preeminencia dentro de los templos para todas<br />

las ceremonias religiosas, además de asegurarse el rezo de<br />

misas, salmos y oraciones a perpetuidad, para sí mismos y<br />

sus herederos. Así, también, su poder era inmenso y, en algunos<br />

aspectos, como en el nombramiento de capellanes<br />

para sus iglesias, estaban por encima del obispo. El patronato<br />

era hereditario, pasando en línea recta a manos de<br />

hijos y de nietos; esto a la larga venía a convertirse en un<br />

arma de doble filo, pues así como los primeros dedicaban<br />

prácticamente su vida, como el caso de doña María Arias<br />

de Ugarte en Santa Clara de Santa Fe, a la protección y<br />

cuidado de su obra, no así los herederos, cuyas preocupaciones<br />

se centraban con más frecuencia en la percepción y<br />

demanda de los privilegios que en la salvaguardia de los<br />

intereses del convento.<br />

Entre las donaciones de los patronos existen algunas<br />

muy notables por su tamaño y valía, como las consignadas


en el testamento tie doña María Arias de Ugarte en 1663,<br />

para el convento de Santa Clara de Santa Fe. Esta señora<br />

amó realmente su convento; el extenso listado de sus inmensos<br />

bienes, además de la preocupación y esmero que<br />

demostró en los detalles y cuidados para con la institución,<br />

impresionan y conmueven. Dinero, hacienda, joyas, cuadros,<br />

retablos, platería y ornamentos ocupan varios folios<br />

del documento de archivo.<br />

has fábricas<br />

I m vida cotidiana en los conventos de mujeres | 439<br />

La casi totalidad de los conventos se iniciaron en casas<br />

pertenecientes a los fundadores y promotores de las órdenes<br />

o cedidas por ellos. Con el tiempo, se fueron construyendo<br />

las distintas fábricas, las cuales parecen haber sido<br />

bastante sencillas, sin alcanzar jamás la complejidad ni la<br />

monumentalidad de los conjuntos conventuales de Arequipa<br />

o de Antigua Guatemala. Los más pudientes debieron<br />

constar por lo general de dos claustros, el alto y el<br />

bajo, distribuidos alrededor de un patio central.<br />

Lo corriente era que se iniciaran las fundaciones en casas<br />

particulares, en las que como primer requisito se acondicionaba<br />

una iglesia para alojar a “su Divina Magestad”,<br />

acudiendo a los legados y donaciones de la sociedad para<br />

dotarla de vasos sagrados, custodias, imágenes y ornamentos.<br />

No se han encontrado datos de monasterio alguno<br />

cuya fábrica completa se haya terminado antes de la fundación.<br />

Por lo general, estos edificios requerían instalaciones<br />

para celdas de las religiosas, sala de labor, locutorios,<br />

enfermería, refectorio y cocina, huerto y cementerio. A<br />

estas dependencias se daba el nombre de oficinas. En los<br />

monasterios importantes, un ala completa del edificio se<br />

destinaba al noviciado. En los conventos con más de un<br />

claustro, es de presumir que el segundo tuvo ese propósito.<br />

Casi todas nuestras monjas llevaron un tipo de vida


440 | PILAR DE ZULF.TA<br />

conocido como “vida particular”, es decir, que se alojaron<br />

en celdas propias construidas especialmente para ellas y su<br />

servidumbre, y costeadas y decoradas con dinero de sus<br />

padres. Estas habitaciones llegaron a ser notablemente espaciosas,<br />

contando con cocinas individuales, recámaras,<br />

balconcitos, bibliotecas y oratorios, al modo de pequeños<br />

departamentos. Las monjas podían comprar, vender o donar<br />

sus celdas. Parece que esto sucedió en toda Hispanoamérica,<br />

y que la complicada apariencia de algunos<br />

conjuntos conventuales del Perú, que semejan pequeños<br />

barrios, con pasillos, calles, patios, fuentes, jardincillos y<br />

balcones, en los que al decir de fray Antonio Vásquez de<br />

Espinosa: “si una criada se huye de su ama, pasan varios<br />

días sin hallarla”, se debió a este fenómeno.”<br />

Algunos de los conventos del siglo xvn se decoraron<br />

con abundante pintura mural. Tal fue el caso de Santa Clara<br />

de Santa Fe, cuyo templo y arcos del antiguo claustro,<br />

conservan rastros maravillosos de flora, fauna, ángeles,<br />

querubines y santos o el demolido monasterio de Santa<br />

Inés del Monte Policiano, también en la ciudad de Santa<br />

Fe, cuya decoración mural figura detallada en la biografía<br />

de la madre Gertrudis, su abadesa ejemplar. Era usual, además,<br />

que las galerías del monasterio tuviesen en sus muros<br />

pintada la semblanza y vida de sus santos fundadores, colocada<br />

allí con el propósito de servir de meditación a la<br />

comunidad. Investigaciones futuras con mayor acopio de<br />

documentación, llegarán a mostrar en más detalle la apariencia<br />

de estas ciudadelas del espíritu dispuestas para la<br />

contemplación y el crecimiento interior.<br />

22. Vásquez de Espinosa Antonio, Compendio y Description de las<br />

Indias Occidentales, Washington, Smithsonian Institution, 1948.


La vida cotidiana en los conventos<br />

de mujeres<br />

M adre clarisa Francisca<br />

Josefa del Castillo. Tinta.<br />

16 7 1-17 4 2 .<br />

Colección particular de<br />

descendientes de la<br />

religiosa.<br />

L a venerable madre M aría Juana<br />

de Lestorac.<br />

1 5 5 6 - 1 6 4 0<br />

O leo anónimo<br />

E l convento de L a Enseñanza.<br />

Bogotá.


tela.<br />

E l convento de L a<br />

Enseñanza. Bogotá.<br />

L a m rm<br />

M aría de<br />

Santa<br />

Teresa.<br />

1 8 4 3 .<br />

Oleo de José<br />

M iguel<br />

Figueroa.


La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 441<br />

L a profesión religiosa<br />

Una vez transcurrido el año de noviciado, la voluntad de la<br />

candidata era consultada ante notario eclesiástico, si ésta<br />

mantenía la decisión de hacerse religiosa. Allí a la novicia<br />

se le preguntaba qué edad tenía, hacía cuánto tiempo estaba<br />

en el monasterio, si había sido forzada a tomar el hábito<br />

y profesar, si era consciente de las cargas y obligaciones<br />

de la vida religiosa, a qué votos se comprometía, etc. Al<br />

interrogatorio seguía el ingreso formal al claustro, el cual<br />

estaba acompañado de una bella ceremonia plena de simbolismo.<br />

Vestida toda de blanco como una desposada, y adornada<br />

de joyas, galones, sedas, lazos y arracadas, la muchacha<br />

recorría entre cánticos y luces el espacio de la nave del<br />

templo para recibir de manos del oficiante el humilde hábito<br />

de estameña que había sido previamente aspergado y<br />

bendecido. Hincada de rodillas, se cortaba su cabellera y<br />

recibía la corona de lirios y el anillo que la convertían en<br />

esposa de Cristo. Luego, revestida con el sayal religioso,<br />

recorría una vez más la nave del templo para ingresar por<br />

la puerta del coro bajo, en donde era recibida por la abadesa<br />

en persona y por el concurso de religiosas portando<br />

cirios encendidos. Los himnos que acompañan la ceremonia,<br />

el Vetii Sponsa C hristiy el Te Deum Laudatnus, resonaban<br />

en la tribuna del templo.<br />

John Potter Hamilton, coronel inglés que visitó el país<br />

en 1824, describe el refresco que enseguida de la profesión<br />

ofrecían las religiosas en el refectorio del convento a las<br />

dignidades, notables, sacerdotes y familiares de la nueva<br />

monja. Chocolate, dulces, amasijos, horchata, limonada,<br />

todo aquello que de más exquisito y cuidado podía brindar<br />

la regocijada comunidad en ocasión tan solemne. Después<br />

de la profesión, sólo la muerte se revestía de tanta pompa y<br />

recogía en el convento tanto concurso de notables. El des-


4 4 2 | PILAR DE ZULETA<br />

posorio místico y el tránsito final; dos momentos claves en<br />

la vida de la monja.<br />

Existe información de que todavía en 1806 se mantenía<br />

viva la costumbre de celebrar los llamados Requerimientos.<br />

El requerimiento consistía de una salida en vísperas de<br />

profesar, con el objeto de que la candidata explorara su<br />

voluntad, que la novicia hacía a casa de su familia. Dicha<br />

salida tenía una duración aproximada de tres días, durante<br />

los cuales y a manera de despedida del siglo, la futura<br />

monja era agasajada por parientes y conocidos con festejos<br />

múltiples. En ese lapso, su decisión se ponía a pmeba por<br />

última vez, ya que los halagos de la vida civil se desplegaban<br />

ante sus ojos en todo su esplendor.<br />

Requisito indispensable para la admisión de la monja,<br />

era la información acerca de su lijnpieza de sangre, casi todos<br />

los conventos lo exigieron. Descendientes de conquistadores,<br />

las muchachas debían probar su ilustre calidad y<br />

notorio nacimiento, con el objeto de impedir que las futuras<br />

profesas tuviesen mancha de “color quebrado”, de<br />

indias o mestizas y no fuesen herederas directas de españoles,<br />

cristianos viejos. En el Nuevo Reino 110 se dio lo que<br />

en la Nueva España: un convento exclusivamente para indias<br />

ilustres descendientes de caciques, como lo fue el convento<br />

franciscano de Corpus Christi, fundado en la ciudad<br />

de México en 1724.<br />

El requisito de la limpieza de sangre formaba parte de<br />

las constituciones de la mayoría de las órdenes y había<br />

sido incluido allí por los mismos fundadores.<br />

Las monjas de la colonia profesaron cuatro votos: los<br />

de pobreza, obediencia, castidad y clausura. Éste último se<br />

impuso con la reglamentación del Concilio Tridentino celebrado<br />

entre 1545 y 1563, en su sesión 25. Aduciendo<br />

control al relajamiento existente en las órdenes religiosas<br />

masculinas y femeninas, la Bula Pericolosi del papa Pío v y


otras disposiciones más, establecieron para las mujeres el<br />

rigor de las rejas, los muros que ocultan, las celosías, los<br />

clavos, tornos y cratículas. Una arquitectura a la que se incorporaron<br />

todos estos elementos, será la que distingue de<br />

allí en adelante el cenobio femenino.<br />

E l trabajo de las religiosas<br />

La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 443<br />

El trabajo hace parte medular de la organización de la vida<br />

monástica y conlleva siempre un significado profundo.<br />

Ora et labora rezaban las antiguas reglas de los austeros benedictinos.<br />

La oración y el trabajo conformaron la espina<br />

dorsal de las constituciones de las órdenes, razón por la<br />

cual cualquier obra salida de las manos diligentes de las<br />

monjas requiere de una doble consideración y lectura: por<br />

una parte, la de su posible valor artístico o de oficio, y por<br />

otra, la de respuesta a una exigencia de la vida religiosa.<br />

La monja no estaba nunca ociosa. El ocio, padre de<br />

todos los vicios, propicia la tentación, la dispersión de la<br />

fantasía, la pereza. Desde la hora de maitines, para rezar,<br />

cuando la religiosa abandonaba su lecho al amanecer, hasta<br />

la hora de completas, una cadena de pequeños trabajos<br />

acordes con su jerarquía y alternados con el rezo del<br />

Oficio Divino, ocupaban el tiempo de cada mujer. Es necesario<br />

barrer, cocinar, atender la portería, tañer las campanas<br />

que congregan a la comunidad y anuncian el paso de<br />

las horas, confeccionar los hábitos, ocuparse de la lavandería<br />

y despensa, aliviar a las enfermas, cuidar del huerto, y lo<br />

más importante, vigilar del “aseo y decencia” de la iglesia,<br />

sus manteles y ceras, sus vasos, su incienso, sus flores. A<br />

pesar del elevado número de criadas, a quienes desde luego<br />

se confiaban los oficios menores, de preferencia los que<br />

requerían salir a la calle, mandados y compras, el convento<br />

funcionó como una pequeña colmena en la que las religiosas<br />

atendían juiciosamente a sus obligaciones. Cada cargo


444 I PILAR DE ZUI.ETA<br />

conllevaba las suyas, desde el más importante, el de abadesa,<br />

o el de vicaria de coro, o maestra de novicias, hasta los<br />

más humildes de obrera, refitolera u hortelana.<br />

Al lado de los oficios comunales, existieron otros trabajos<br />

individuales, los que por su excelencia llegaron a distinguir<br />

a algunas comunidades: los bordados, la variada<br />

repostería, las aguas de olor, las ceras artísticas. Aquellas<br />

órdenes que llevaron suspenso al cuello y sobre el hábito<br />

de estameña un escapulario o un medallón, carmelitas y<br />

conceptas, nos hacen presumir que bordaron y pintaron<br />

sus distintivos “en casa”, por manos de las mismas religiosas.<br />

Cabe mencionar, por último, la abundante producción<br />

literaria, la mayoría de la cual permanece inédita. La importante<br />

figura de la madre del Castillo, parece opacar a<br />

sus demás congéneres, pero no debe olvidarse que las visiones<br />

y vivencias de estas religiosas que no escribieron<br />

para publicar sus obras y que actuaban recibiendo órdenes<br />

de sus confesores, son una bella incursión en la sensibilidad<br />

femenina y en la mística barroca característica de la<br />

época.<br />

L a muerte<br />

Después de toda una vida transcurrida en la clausura, 50 o<br />

60 años para algunas, datos que sorprenden tratándose de<br />

una época con expectativas de vida más cortas, llegaba<br />

finalmente el momento de la muerte. El heroísmo acompañaba<br />

la enfermedad y la agonía en casi todos los casos;<br />

padecimientos indecibles soportados en silencio, con la<br />

oración como única protesta. Luego del tránsito supremo,<br />

la religiosa quedaba rígida, pero sonriente, y un sinnúmero<br />

de fenómenos inexpicables tenían lugar para asombro de<br />

las llorosas compañeras. Música como de ángeles, un perfume<br />

misterioso que emanando del cadáver impregnaba la


La vida cotidiana en los conventos de mujeres \ 445<br />

celda, jaculatorias, rezos y el dolido arrepentimiento de todas<br />

aquellas que en vida de una u otra forma la habían<br />

mortificado.<br />

Acto seguido, se la arreglaba para colocarla en el féretro<br />

ciñendo de nuevo sobre sus sienes la hermosa corona<br />

de desposada, verdadera mitra de flores, símbolo de su<br />

triunfo final sobre los rigores y sacrificios de la vida religiosa.<br />

Enseguida, se llamaba al pintor de renombre para que<br />

plasmara en el lienzo la semblanza de la santa. De esta costumbre<br />

surgieron los espléndidos retratos que conservan<br />

los monasterios y que se destinaban a la Sala Capitular<br />

para servir de ejemplo a las demás religiosas, ya que siempre<br />

iban acompañados de una leyenda en la que se destacaban<br />

las virtudes que habían hecho ejemplar a la difunta:<br />

Caritativa, humilde, limosnera, mansa, paciente, estricta en<br />

el cumplimiento del oficio, eran algunas de las virtudes señaladas.<br />

Entre aroma de flores y luces de cirios, el féretro se exponía<br />

luego en el coro bajo de la iglesia del monasterio; allí<br />

se volcaba la ciudadanía , desde los notables, el cabildo, las<br />

dignidades y los religiosos, hasta el pueblo llano, con el fin<br />

de rendir homenaje a la monja difunta.<br />

Del “Libro de profesiones de religiosas y razón de las<br />

difuntas, sus sufragios y exequias" existente en el monasterio<br />

de Santa Clara de Santa Fe, extractamos lo siguiente:<br />

“El dos de marzo de 1778, siendo abadesa la Madre Inés<br />

de la Santísima Trinidad, murió la Hermana Francisca de<br />

los Dolores; sacaron para su entierro y honras, 45 patacones<br />

y se le hicieron sus exequias que se acostumbran y son<br />

de constitución”. Para ese momento, el precio de las honras<br />

corrientes, oscilaba entre los 40 patacones para las<br />

monjas de velo blanco y 150 para las de velo negro.

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