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Los autores que colaboran en<br />
este volumen son todos<br />
historiadores e investigadores<br />
a quienes se les encargó la<br />
redacción del ensayo para este<br />
libro. La mayoría ha<br />
incursionado en la historia de<br />
la vida privada y quienes no<br />
habían explorado este terreno<br />
se acercaron con motivo de la<br />
contribución a este libro. Ellos<br />
son: José Ignacio Avellaneda<br />
Navas, Pablo Rodríguez<br />
Jiménez, Jaime Borja,<br />
Beatriz Castro Carvajal,<br />
Margarita Garrido,<br />
Michael F. Jiménez,<br />
Catalina Reyes, Lina Marcela<br />
González, Malcolm Deas,<br />
Carlos Eduardo Jaramillo<br />
Castillo, Efraín Sánchez,<br />
Aída Martínez Carreño,<br />
Anthony McFarlane,<br />
Renán Silva y Pilar de Zuleta.
CO LECCIÓ N<br />
V I T R A L
Historia de la vida<br />
cotidiana en Colombia
Historia<br />
de la vida<br />
cotidiana<br />
en Colombia<br />
BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
EDITO R A<br />
DONACIÓN<br />
AIDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
GRUPO EDITORIAL NORMA<br />
Barcelona Rueños Aires. Caracas. Guatemala. México. Panamá.<br />
San José, San Juan. San Salvador, Santaf'é de Bogotá. Santiago
Primera edición, noviembre de 1996<br />
t í Editorial Norma S.A.,1996<br />
Apartado 53550, Santafé de Bogotá<br />
La investigación gráfica fue realizada por Magdalena Arango C.<br />
Las reproducciones de las imágenes provienen de los archivos de<br />
Cordillera Editores, Oscar Monsalve y Clemencia Isaz.a.<br />
Ilustración de cubierta: Señora preparando alimentos.<br />
José Manuel CJroot. Biblioteca Luis-Angel Arango.<br />
Fondo Sala Audiovisuales<br />
Impreso en Colombia-Printed in Colombia<br />
Impreso por Cargraphics S .v - Impresión Digital.<br />
Prohibida la reproducción totalo parcial de estaobra<br />
por cualquier medio sinautorización escritade laeditorial<br />
Este libro se com puso en caracteres Caslon Berthold<br />
cc 21018324<br />
isnN 958-04-3099-3
Contenido<br />
Prefacio<br />
g<br />
PRIMERA<br />
PAR T E<br />
La Conquista 13<br />
L a vida cotidiana en la Conquista 15<br />
José Ignacio Avellaneda Navas<br />
SEGUNDA PARTE<br />
La Colonia 57<br />
Lrf vida cotidiana en ias minas coloniales 59<br />
Pablo Rodríguez / Jaime Humberto Borja<br />
L a vida cotidiana en la las haciendas coloniales 79<br />
Pablo Rodríguez / Beatriz Castro Carvajal<br />
Casa y ordot cotidiano en el Nuevo<br />
Reino de Granada, s. xvm 103<br />
Pablo Rodríguez Jiménez<br />
L a vida cotidiana y pública *<br />
en las ciudades coloniales 13 1<br />
Margarita Garrido<br />
TERCERA PARTE<br />
La república 159<br />
L a vida rural cotidiana en la República 16 1<br />
Michael F. Jiménez
L a vida doméstica en las ciudades republicanas 205<br />
Catalina Reyes / Lina Marcela González<br />
L a vida pública en las ciudades republicanas 241<br />
Beatriz Castro Carvajal<br />
L a política en la vida cotidiana republicana 271<br />
Malcolm Deas<br />
Guerras civiles \>vida cotidiana 291<br />
Carlos Eduardo Jaramillo Castillo<br />
Antiguo modo de viaja r en Colombia 3 1 1<br />
Efraín Sánchez<br />
L a vida m aterial en los espacios domésticos 337<br />
Aída Martínez Carreño<br />
E l comercio en la vida económica<br />
y social neogranádina 363<br />
Anthony McFarlane<br />
L a vida cotidiana universitaiia en él<br />
Nuevo Reino de Granada 391<br />
Renán Silva<br />
L a vida cotidiana en los conventos de mujeres 421<br />
Pilar de Zuleta
Prefacio<br />
Las investigaciones sobre historia de la vida cotidiana en<br />
Colombia son recientes. Aunque en los últimos diez años<br />
se han publicado algunos trabajos aislados alrededor de<br />
este campo, contenidos en artículos bajo diversos títulos,<br />
sólo en las últimas publicaciones de obras colectivas de<br />
historia se incluye la vida cotidiana como una temática independiente.1<br />
El propósito de este libro es, por un lado, recopilar y<br />
sintetizar los trabajos realizados sobre el tema y por otro,<br />
presentar nuevas investigaciones que incluyen documentación<br />
desconocida y aspectos novedosos de la vida cotidiana<br />
hasta ahora poco divulgados. Esperamos con ello crear<br />
un ambiente propicio para futuras investigaciones.<br />
La disciplina de la historia, anteriormente, se ocupaba<br />
de personajes destacados, especialmente de los héroes, de<br />
los gobernantes y de los sucesos sobresalientes y únicos,<br />
sin preocuparse por la gente común, por lo habitual, por lo<br />
aparentemente trivial; como diría la historiadora inglesa<br />
Eileen Power: “hablar de la gente corriente habría sido indigno<br />
de la historia”.2<br />
Al plantear en la historia la temática de lo cotidiano,<br />
procuramos rescatar el quehacer diario, el transcurrir habitual,<br />
la vida de la gente común. Pero no tratamos de hacer<br />
1. l/oniloño, Patricia. Los estudios sobre las costumbres de la vida cotidiana<br />
realizados en Colombia durante e l decenio de iq 8 o . Ponencia presentada<br />
en el Seminario las ciencias sociales en la historiografía en la lengua<br />
española, Cartagena, julio de 1990.<br />
2. Power. F.ilecn, Gente m edieval primera publicación 1924. Editorial<br />
Ariel, Barcelona, [988.
10 I BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
un recuento, de reescribir las crónicas, las anécdotas, sino<br />
de encontrar en esta mirada lo significativo y explicativo<br />
para el conocimiento de nuestra historia. Intentamos, mejor,<br />
hallar el secreto del funcionamiento de un grupo, de<br />
un medio social o de una institución, y de perfilar sus relaciones.<br />
En la preocupación por lo cotidiano encontramos la<br />
estabilidad, lo que se resiste al cambio, expresado en las<br />
formas de mayor arraigo, en las costumbres, en los hábitos,<br />
que son parte de la forma de ser de una sociedad, de su forma<br />
de pensar, de actuar, de su imaginario. Ello nos impone<br />
la necesidad de trabajar sobre períodos amplios, buscando<br />
el juego múltiple de la vida, todos sus movimientos, todas<br />
sus duraciones, rupturas y variaciones eludiendo el acontecimiento<br />
aislado. Esta es la razón para que abarquemos en<br />
el libro un largo período histórico, a fin de poder mostrar<br />
los cambios lentos o precipitados de la forma de vida al filo<br />
de cada época.<br />
Al tocar el tema de lo cotidiano para las gentes, los<br />
mundos de lo público y lo privado se encuentran permanentemente<br />
porque es allí donde los individuos trajinan<br />
día a día. Esto significa que si la historia prescindiera del<br />
ámbito de lo cotidiano, estaría haciendo a un lado la historia<br />
de gran parte de la vida de la gente. Ahora, la línea divisoria<br />
entre lo público y lo privado a veces no es fácil de<br />
trazar, se sobrepone, se desdibuja y en ocasiones desaparece.<br />
Se trata de mostrar, en lo posible, los cambios en esta<br />
línea divisoria entre el mundo de lo público y el de lo privado,<br />
como también, sus interrelaciones en el quehacer<br />
diario.<br />
Lo privado lo entendemos como el lugar de lo familiar,<br />
de lo doméstico, de lo secreto. Como lo afirma Georges<br />
Duby, lo privado se encuentra encerrado en lo que poseemos<br />
como lo más precioso, lo que sólo pertenece a uno
Prefacio | 11<br />
mismo, lo que no concierne a los demás, lo que no cabe<br />
divulgar ni mostrar porque es algo demasiado diferente a<br />
las apariencias cuya salvaguarda pública exige el honor. Es<br />
el interior del hogar, de la morada, está bajo llave y<br />
enclaustrada.3 Lo público lo entendemos como el conjunto<br />
de normas relacionadas con el Estado o con el sen-icio<br />
del Estado, como también, lo que está bajo el claro control<br />
de la mirada de la sociedad, en particular tratándose de<br />
una sociedad del “cara a cara” de otros tiempos. Podemos<br />
hablar entonces de la preocupación y la importancia del<br />
“qué dirán” y del control impuesto por la comunidad a través<br />
del “deber ser". El límite borroso de lo público y lo privado<br />
es quizás más visible en las fiestas y celebraciones y<br />
en aquello a lo que todos tenían derecho, como los servicios<br />
urbanos o las instancias de la justicia o la administración.4<br />
Esta obra quiere difundir con amplitud la temática de<br />
la historia de la vida cotidiana, por lo tanto procuramos<br />
que el lenguaje se aleje de los vicios engorrosos de la academia<br />
y suavizar el estilo, convirtiéndose en un texto más<br />
ameno y asequible.<br />
El conjunto de artículos aquí incluidos expone explicaciones<br />
viejas y nuevas preguntas. Muestra tópicos ya tratados<br />
como la conquista, la hacienda y la mina colonial, el<br />
comercio y la vida política desde una óptica diferente; y<br />
presenta temas novedosos, como la vida doméstica y pública,<br />
la vida de las instituciones como las universidades y<br />
conventos coloniales.<br />
Muchos elementos de la vida cotidiana permanecen;<br />
3. Aries, Philippe y Duhv. (¡eorges, Historia de la vida privada,<br />
Taurus, Madrid, 1988, (prefacio).<br />
4. (i'onzalho. Pilar, I,a historia de ¡a vida privada en Ja Nueva España,<br />
en la revista Historia Mexicana, vol. xi.11, N ° 2, 1992, pág. 353 a 377.
12 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
se manifiestan en la presencia conjunta de lo tradicional<br />
con lo moderno, de lo viejo con lo nuevo. Aunque lo moderno<br />
generalmente aparece en los avances tecnológicos y<br />
en los nuevos pensamientos, que supuestamente imponen<br />
otro tipo de vida, el cambio es, más bien, un acomodo de<br />
lo nuevo con lo viejo. Los cambios en la vida cotidiana<br />
colombiana han sido lentos, lo tradicional tiene mucho<br />
más arraigo de lo esperado, a pesar de la dinámica que adquiere<br />
el país en ciertos momentosi La cotidianidad está<br />
hecha, finalmente, de una sumatoria de rituales que las sociedades<br />
van creando, cambiando y acomodando para<br />
convivir diariamente.<br />
El aparente olvido de la temática indígena no fue intencional.<br />
Desde cuando ideamos esta obra invitamos al<br />
insigne Gerardo Reichel-DolmatofFa colaborar con un ensayo<br />
sobre la vida cotidiana en la época precolombina,<br />
pero sus ocupaciones y su estado de salud no le permitieron<br />
cumplir con el cometido. A dos colegas se les encargó<br />
estudiar la vida cotidiana de los resguardos indígenas en la<br />
república, pero en el último momento desistieron de la<br />
empresa. La deuda con la problemática indígena sigue en<br />
pie.<br />
Por último, nos queda compartir con los lectores lo sugestivo,<br />
novedoso y divertido que encuentren en el mundo<br />
de lo cotidiano.<br />
B E A T R I Z C A S T R O C A R V A JA L
PRIMERA PARTE<br />
La Conquista
La vida cotidiana en la Conquista<br />
JOSÉ IGNACIO<br />
AVELLANEDA NAVAS*<br />
En memoria del historiador Juan Eriede,<br />
quien tanto contribuyó a l entendimiento<br />
de la historia de Colombia.<br />
L / a vida cotidiana durante la conquista del territorio destinado<br />
a llamarse Colombia se inicia en la periferia, en<br />
1509, en Urabá y para 1536 se habrá extendido a Santa<br />
Marta, Cartagena y Popayán. Para este estudio se observaron<br />
las expediciones dirigidas por Gonzalo Jiménez de<br />
Quesada, Nicolás Federmán y Sebastián de Belalcázar,<br />
quienes complementaron este territorio con la creación en<br />
1539, de su división política central que llamaron la provincia<br />
del Nuevo Reino de Granada. Cuando sea conveniente<br />
al propósito, también se considerarán otras tres<br />
expediciones colonizadoras del Nuevo Reino, que entre<br />
1540 y 1543, dirigieron Jerónimo Lebrón, Lope Montalvo<br />
de Lugo y Alonso Luis de Lugo.<br />
Antecedentes de ¡as expediciones conquistadoras<br />
Para saber por qué en 1539 tres expediciones independientes<br />
se encontraron en el corazón de la tierra habitada por<br />
la nación muisca, es necesario investigar sus antecedentes.<br />
La de Jiménez fue gestada en las islas Canarias y en Santa<br />
Marta, la de Federmán en Venezuela, y la de Belalcázar en<br />
el norte del Perú.<br />
* Gainesville, I'L, marzo de 1994
En enero de 1535, la corona concedió a don Pedro<br />
Fernández de Lugo la gobernación de Santa Marta, originalmente<br />
establecida por Rodrigo de Bastidas.' Este<br />
sexagenario y rico adelantado, gobernador de las Canarias,<br />
tenía poderosas razones para cambiar su cómoda situación<br />
en las islas por la vida extraña, exótica e incómoda de las<br />
Indias; seguramente conocía mucho de lo que sigue.<br />
Cuando en 1527 Francisco Pizarro exploró la costa norte<br />
del Perú, recogió algunas llamas para presentarlas a la corte<br />
y las envió a España en un navio que se detuvo en Santa<br />
Marta. El gobernador de esta población quedó tan impresionado<br />
con estos animales, que inmediatamente empezó<br />
a preparar una expedición para llegar por tierra al Perú. La<br />
muerte le impidió llevarla a cabo, pero su sucesor, García<br />
de Lerma, envió en 15 3 1 a un grupo explorador que llegó<br />
hasta la confluencia del río Magdalena con el Lebrija, este<br />
último bautizado en honor a un capitán que tomó parte en<br />
esa aventura. Así conocieron unas tres cuartas partes del<br />
trecho de ese río que se debía recorrer para iniciar la desviación<br />
a tierra muisca. Al año siguiente, Jerónimo de<br />
Meló venció la boca marítima del Magdalena y lo navegó<br />
unas 30 leguas, en cuyo recorrido un cacique le informó<br />
que el río era tan largo y profundo que se podía seguir corriente<br />
arriba durante cinco meses.<br />
Estas condiciones motivaron una acción inmediata:<br />
por un lado, Hernando Pizarro (hermano de Francisco)<br />
acababa de llegar a Santa Marta con la noticia de la inmenl<br />
6 | JOSÉ IGNACIO AVF.LI.ANFIJA<br />
La expedición de Gonzalo Jim énez de Quesada<br />
1. Sobre el contenido de este párrafo véase Juan Friede, Doatmentos<br />
inéditos para la historia de Colombia, Bogotá, J955, 11, págs. 232-38,<br />
266-67 más 3 18 y 368; m, págs. 196-210; Anónimo, Relation de la conquista<br />
de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada en Juan Friede, Desert -<br />
brimiento del Nuevo Reino de Granada y fundación de Bogotá (1536 1539),<br />
Bogotá, i960, págs. 201-52.
L a vida cotidiana en la Conquista | 17<br />
sa riqueza encontrada en Perú, la que podía certificar con<br />
el tesoro que llevaba consigo; por otra parte, Diego de<br />
ürdás, a quien seguiría posteriormente Gerónimo Ortal,<br />
había estado buscando Orinoco arriba los ricos veneros de<br />
oro que se suponía crecían bajo la tierra cercana a la línea<br />
ecuatorial y que se distinguirían con el nombre de Meta.2<br />
Rápidamente Lerma envió la expedición de Viana, que llegó<br />
hasta la remota población indígena de Sompallón, sobre<br />
el Magdalena, lugar situado un poco más al sur del<br />
Tamalameque indígena (El Banco), quizás cerca de La<br />
Gloria actual.<br />
La cuidadosa planeación, financiación y ejecución de<br />
los preparativos del viaje a Indias, incluido el enrolamiento<br />
de unos mil hombres y la organización del hospedaje,<br />
transporte y alimentación durante el viaje marítimo, suyo<br />
y de sus acompañantes, ocupó a don Pedro hasta noviembre<br />
de 1535.5 Envió a Sevilla a su hijo Alonso Luis de<br />
Lugo, para que enrolara soldados y contratara naves mientras<br />
él obtenía otras embarcaciones en las Canarias. Obtuvo<br />
la financiación de buena parte del capital necesario, de<br />
mercaderes, prestamistas y particulares, hipotecando las<br />
extensas propiedades que tenía en las Canarias; el resto<br />
completado con sus propios haberes. Con esos fondos cubrió<br />
el alquiler completo de unas diez naves, más la compra<br />
de herrajes, armas, provisiones y alimentos para el<br />
viaje y para su estadía en Santa Marta.<br />
El ibérico que aspirara a formar parte en la empresa de<br />
don Pedro, vi otra cualquiera de conquista, debía cubrir el<br />
valor de su comida y hospedaje desde su lugar de origen<br />
2. Demetrio Ramos, Estudios de historia venezolana, Caracas, 1976,<br />
págs. 259-81.<br />
3. I X'opoldo De la Rosa Olivera, “Don Pedro Fernández de Lugo<br />
Prepara la Kxpedición a Santa Marta”, en Anuario de estudios atlánticos<br />
N° 5- *959- P'ifís- 399-444-
l8 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
hasta Sevilla, puerto de embarque. Las más de las veces<br />
viajaba a pie, recorriendo entre 9 y 18 kilómetros por día;<br />
así, si salía de León o Segovia, el viaje le tomaba unos cincuenta<br />
días y si provenía de Madrid o Valladolid, unos<br />
treinta. Llevaba sólo sus ropas y se hospedaba donde hubiese<br />
un techo. A veces encontraba una cama en un hostal<br />
municipal, pero tenía que pagar por su comida. Sus gastos<br />
diarios fluctuaban entre 30 y 60 maravedíes.4 Llegado a<br />
Sevilla, tenía que procurarse manutención y albergue hasta<br />
el día del embarque. En adelante, tenía que cubrir el valor<br />
del pasaje marítimo, el de su alimentación (que oscilaba<br />
entre 10 y 25 ducados) y el de su “aperada”. Por todo, un<br />
soldado de a pie tenía que gastar unos 25 ducados para<br />
pasar a Indias, una cantidad considerable si se tiene en<br />
cuenta que con ésta podía subsistir durante unos 300 días.<br />
Los desposeídos y los miembros de las capas sociales menos<br />
privilegiadas, no podían aspirar entonces a conquistar<br />
las Indias legalmente, aunque, claro, los marineros podían<br />
desertar al llegar al puerto de destino y los polizones no<br />
faltaban. Si el viaje a Sevilla, su estadía allí, la compra de<br />
equipo y el valor del pasaje representaban una barrera económica<br />
que limitaba a los posibles aspirantes a soldados de<br />
a pie, mucho más lo era para los que deseaban hacer sus<br />
conquistas a caballo, pues en ese caso necesitaban tener<br />
unos 120 ducados, suma considerable.5<br />
4. Auke Pieter Jacobs, “Ilegal and Illegal Emigration from Seville,<br />
1550-1650", en Ida Altman y James Horn, editores, “To Make America’<br />
European Emigra!ion in the Early Modem Period, Berkeley, 1991, págs.<br />
58-84. En cuanto a las medidas monetarias: un ducado era igual a 375<br />
maravedíes y un peso de oro fino igual a 450, o sea que 1,2 ducados<br />
eran iguales a un peso; además, el real era igual a 1/8 de peso. El maravedí<br />
era sólo una medida; no existían monedas de ese valor.<br />
5. José Ignacio Avellaneda, “The Conquerors o f the New<br />
Kingdom o f Granada,” tesis de doctorado, University o f Morilla,<br />
Gainesville, 1990, págs. 114 -12 0 .
Lt7 vida cotidiana en la Conquista \ 19<br />
Ir a Indias era costoso; los que no tenían dinero, no<br />
podían hacerlo. Además de este filtro económico-social, el<br />
aspirante debía pasar los requisitos de la Casa de Contratación<br />
en Sevilla: ser cristiano viejo (los conversos no eran<br />
bien vistos), no ser moro, ni judío ni “luterano,” o sea seguidor<br />
de la Reforma protestante.<br />
Con unos mil hombres enrolados en Sevilla, su segundo,<br />
el licenciado Gonzalo Jiménez, varias mujeres y algunos<br />
esclavos negros (y hasta moriscos), don Pedro llegó a<br />
Santa Marta en enero de 1536. Como ese puerto no estaba<br />
preparado para alojar al triple de la población que entonces<br />
tenía, los recién llegados tuvieron que acomodarse en<br />
cualquier alojamiento disponible o en ranchos improvisados<br />
sobre la bella bahía. Esta concentración de gente sería<br />
fatal, pues las fuentes de agua potable pronto resultaron<br />
contaminadas. De acuerdo a las quizás exageradas relaciones<br />
de los cronistas coloniales, la gente empezó a enfermar<br />
de un tipo de disentería tan devastador, que a diario se<br />
acomodaban en fosas comunes entre 20 y 30 cadáveres.<br />
Para no entristecer aun más a los enfermos, el gobernador<br />
prohibió que las campanas tañeran por los muertos.6 Resultaba<br />
apremiante que don Pedro tomara una decisión in<br />
6. Los cronistas coloniales aquí considerados y sus obras son: fray<br />
Pedro Aguado, Recopilación historial, Bogotá. 1956; fray Juan de Castellanos,<br />
Elegías de varones ilustres de Indias, Bogotá, 1955; fray Pedro<br />
Simón, Noticias historiales de las conquistas de T iara Eirtne en las Indias<br />
Occidentales, Bogotá, 19 81: y el obispo Lucas Fernández de Piedrahita,<br />
Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá,<br />
1973. Sus obras son lo suficientemente conocidas como para no requerir<br />
introducción. Fn esta lista también se pueden incluir a Pedro Cieza<br />
de León, Gonzalo Fernández de Oviedo, Antonio de Herrera, v fray<br />
Alonso de Zamora; adicionalmente se pueden considerar las obras de<br />
|uan Rodríguez Freyle y Juan Flórez de Ocariz, quienes a pesar de no<br />
ser cronistas, recogen valioso material histórico. Para esta nota véase<br />
Aguado Recopilación, 1:209; Castellanos, Elegías, 11, pág. 414; Simón,<br />
Notiaas, 111. pág. 51.
20 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
mediata para aliviar esas condiciones. Considerando lo logrado<br />
por sus antecesores y seguro de que el futuro de su<br />
gobernación estaba hacia el sur -hacia el occidente estaba<br />
limitado por la de Cartagena y al oriente por la de Venezuela-,<br />
decidió iniciar su gran expedición en busca de un<br />
camino terrestre al Perú y al Mar del Sur.<br />
L a expedición de Nicolás Federmán<br />
Determinante crucial de la expedición de Nicolás<br />
Federmán fue la concesión de la gobernación de Venezuela,<br />
que en 1528 la corona española hizo a la casa comercial<br />
alemana de los Welser, firma dedicada al intercambio comercial<br />
y a la conversión de materias primas.7 Interesada<br />
en expandir sus actividades a las Indias y al Lejano Oriente,<br />
esa casa había extendido sus factorías y agencias primero<br />
a las Canarias y Madera y luego a la isla de Santo<br />
Domingo en el Caribe. Ese camino se le había abierto en<br />
1519 , cuando apoyó al rey español para que fuera coronado<br />
emperador del Sacro Imperio Romano, quien, como<br />
Carlos V, permitió a todas las naves de su imperio -incluidas<br />
desde luego las alemanas- tomar parte en la empresa<br />
de América.8<br />
La financiación de la empresa venezolana fiie menos<br />
complicada que la de Santa Marta porque la compañía<br />
Welser asumió todo el riesgo y suplió el equipo y provisiones<br />
necesarios; no obstante, las gentes llevadas a Venezuela<br />
tuvieron que pagar por su transporte trasatlántico los<br />
mismos ocho o doce ducados que se sabe cobraron a un<br />
7. Juan Friede, Los Welser en la conquista de Venezuela, Caracas,<br />
19 61, págs. 77-92.<br />
8. Demetrio Ramos, L a fundación de Venezuela: Ampies y Coro, una<br />
singularidad histórica, Valladolid, 1978, pág. 263.
La vida cotidiana eti ¡a Conquista | 21<br />
grupo de éstos.9 Como una de las grandes esperanzas de<br />
los Welser era encontrar una conexión acuática de América<br />
con el Lejano Oriente, fue que, en 1529, Ambrosio de<br />
Alfinger, el primer gobernador de Venezuela, al poco<br />
tiempo de desembarcar salió de Coro a explorar el lago de<br />
Venezuela y en 15 3 1 dirigió una expedición al Mar del Sur<br />
en la que perdió su vida.<br />
Esta última expedición determinaría la de Federmán<br />
por dos razones: en primer lugar, después de haber alcanzado<br />
la lejana confluencia del río Cesar con el Magdalena,<br />
Alfinger regresó describiendo un amplio arco que pasó por<br />
tierras de la nación Guane, vecinos de los muiscas (sobre<br />
cuyas tierras se establecería el Nuevo Reino de Granada),<br />
donde se informó sobre la existencia del rico Xerira, secreto<br />
que los Welser supieron guardar por varios años, y que<br />
Alfinger 110 pudo alcanzar por falta de gentes y provisiones.10<br />
En segundo lugar, el empeño de Alfinger en las exploraciones,<br />
que se traducía en prolongadas ausencias de<br />
las ciudades que había establecido en Venezuela, reñía con<br />
los intereses de sus moradores, más interesados en el éxito<br />
de las colonizaciones que en el de las exploraciones. Éstos,<br />
españoles en su gran mayoría, se quejaban ante el rey y lograban<br />
que la autoridad de los oficiales reales y de los cabildos<br />
municipales creciera a expensas de la de los<br />
gobernadores alemanes.<br />
Federmán, quien había llegado a Venezuela como segundo<br />
de Alfinger, en ausencia de su jefe y contraviniendo<br />
sus órdenes, realizó una exploración que le iba a servir en<br />
el futuro; en 1530 partiría en dirección al Mar del Sur y lle<br />
9. Friede, Los IVelser, pág. 342 y sobre lo que sigue en este párrafo<br />
véanse págs. 181-182. Sobre las acciones de Alfinger en Venezuela,<br />
véase este mismo autor v obra, págs. 166-234.<br />
10. Archivo General de Indias (AGI)Justicia 110 7 N ° 1, fl. 94 y ss.,<br />
declaración de Andrés de Ayala compañero de Federmán.
22 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
garía a Acarigua, situada cerca de la puerta a los Llanos."<br />
Su desobediencia fue castigada obligándolo a regresar a<br />
Europa, de donde volvió en 1535 como segundo del gobernador<br />
Jorge Espira, quien lo dejó encargado del gobierno<br />
y con instrucciones precisas de lo que debía hacer,<br />
incluyendo la colonización del Cabo de la Vela. Tres meses<br />
después se dirigió al sur en una dilatada y demorada<br />
expedición que tomó el nombre de Los Choques.<br />
Federmán fue al Cabo de la Vela, pero a pesar de sus<br />
esfuerzos nada logró. La aridez de la Guajira, la ausencia<br />
de recursos naturales tangibles -excepto las perlas que no<br />
logró extraer- y la ausencia de indígenas sumisos, obligaron<br />
a Federmán a abandonar la región sin haber fundado<br />
ciudad o edificado fortaleza alguna. Fue entonces cuando<br />
dio el primer paso en el camino que lo llevaría a participar<br />
en la creación del Nuevo Reino: ordenó al grueso de sus<br />
gentes ir al valle de Acarigua, mientras él se dirigía a Coro,<br />
para conseguir más soldados y provisiones.<br />
En vista del fracaso de su aventura al Cabo de la Vela,<br />
la atmósfera que encontró en Coro en lo relativo a su autoridad<br />
como gobernador encargado, bastante mala desde<br />
antes, ahora le era francamente hostil. Apesadumbrado y<br />
contraviniendo las órdenes de Espira, en diciembre de<br />
1536 Federmán decidió seguir al área del Tocuyo, donde<br />
se reunió con el capitán Martínez y encabezó sus tropas<br />
tras la conocida noticia del Meta, que tanto Ordás como<br />
Ortal sabían se encontraba Orinoco arriba, río que Alfinger<br />
había identificado como Xerira y que quedaba al sur de<br />
la nación Guane.<br />
L a expedición de Sebastián de Belalcázar<br />
El veterano Belalcázar había sido uno de los 168 euro-<br />
1 1 . Nicolás Federmán, Historia Indiana, Madrid, 1958.
La vida cotidiana en la Conquista | 23<br />
peos que junto con Francisco Pizarro aprisionaron al Inca<br />
en Cajamarca. A diferencia dejiménez y Federmán, estaba<br />
familiarizado con el Perú y el Mar del Sur y había conquistado<br />
tierras al norte del imperio incaico donde había fundado<br />
varias ciudades. Cuando empezó a dar los primeros<br />
pasos que le conducirían impensadamente a participar en<br />
la creación del Nuevo Reino, acababa de regresar a Quito,<br />
después de haber fundado Cali y Popayán en la provincia<br />
que tomaría el nombre de esta última población. En julio<br />
de 1537 volvió a asumir el cargo de teniente gobernador y<br />
capitán general de Quito, que le había conferido su jefe<br />
Francisco Pizarro, pero no regresó para permanecer sino<br />
para obtener más soldados, provisiones e indios de servicio<br />
y así consolidar sus ambiciosos y secretos planes de<br />
comandar su propia gobernación independiente de Pizarro.”<br />
Continuó haciendo preparativos hasta el 4 de marzo<br />
de 1538, fecha en la que se enrumbó hacia el norte, acompañado<br />
de 200 soldados y unos 5 000 indios. Públicamente<br />
declaró que iba a asistir a las ciudades de Cali y Popayán y<br />
a conquistar otros reinos para ponerlos a los pies de Su<br />
Majestad, pero dentro de este contexto tan general y abnegado,<br />
bien podía tener otras intenciones más específicas en<br />
procura de mayor beneficio personal.<br />
Los cronistas coloniales estuvieron de acuerdo en manifestar<br />
años más tarde de ocurridos los hechos, que<br />
Belalcázar había salido de Quito para ir tras El Dorado<br />
(hoy en duda), para obtener título de la gobernación de<br />
Popayán, y para continuar su exploración hasta la Mar del<br />
12. José Rumazo González, l.ibm prim ero de cabildos de Quito, Quito,<br />
1934,1. págs. 270-74. Sobre los velados planes de Belalcázar y el resto<br />
de lo contenido en este párrafo véase esta misma fuente, págs. 302<br />
303, 325, 362-363 v 400, y Friede, Documentos inéditos, v, pág. 206.
24 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
Norte.'3 A Belalcázar no se le escapaba lo importante que<br />
sería para su futura gobernación tener acceso terrestre y<br />
directo a ese mar, evitando así el molesto trasbordo de un<br />
mar a otro a través de Panamá, donde la influencia de Pizarro<br />
era entonces tan notable. Además, había que llegar a<br />
ese mar para seguir a España e ir a su corte, el único lugar<br />
donde podía obtener por merced real su título de gobernador.<br />
Otra razón para que Belalcázar se dirigiese al norte debía<br />
estar relacionada con las experiencias de dos de sus<br />
compañeros, Juan de Avendaño y Luis de Sanabria. Avendaño<br />
había hecho parte de la exploración de Diego de<br />
Ordás, Orinoco arriba, y había estado presente cuando los<br />
indígenas les habían informado sobre la existencia del rico<br />
Meta; Sanabria, por su parte, había estado en Cubagua y<br />
Maracapana cuando Gerónimo Ortal buscaba el mismo<br />
Meta. Estos dos debieron convencer a Belalcázar de alcanzar<br />
esa tierra rica, pues de otro modo, si su único deseo era<br />
llegar al mar, no se explica la lentitud con la que avanzó su<br />
expedición. De ser así, apenas alcanzó la porción navegable<br />
del Magdalena debería haber ordenado la construcción<br />
de unas naves que les permitieran navegar corriente abajo,<br />
siempre y cuando contase con los recursos para hacerlo y<br />
supiese a donde fluía ese río. De acuerdo con lo que él mismo<br />
escribió al rey, tenía los conocimientos geográficos<br />
suficientes y contaba con las herramientas y los hombres<br />
para construir tales naves.14<br />
3 13 . Aguado, No/idas, m, pág. 332; Castellanos, Elegías, m. pág.<br />
375, iv, pág. 293; Simón, No/idas, 111, pág. 332, 336; Fernández, No/iría<br />
historial, 1, pág. 193, 302.<br />
14. Carta del 20 de marzo de 1540 transcrita por Juan Friede, Gonzalo<br />
Jim énez de Quesada a través de documentos históricos, tomo 1, Bogotá,<br />
i960, págs. 239-40.
Organización y avance de las expediciones<br />
La vida cotidiana en la Conquista \ 25<br />
Organización<br />
Las seis expediciones que crearon o colonizaron el<br />
Nuevo Reino fueron organizadas siguiendo un modelo militar,<br />
aunque su disciplina osciló entre una estricta (la de<br />
Gonzalo Jiménez) a otra flexible (la de Jerónimo Lebrón),<br />
dependiendo de si su intención era más de carácter exploratorio<br />
(la de Jiménez) o colonizador (la de Lebrón). Bajo<br />
un supremo líder llamado capitán general, se encontraban<br />
los bien armados maeses de campo, alféreces, capitanes,<br />
soldados de a caballo, y los caporales encargados de sus<br />
grupos de soldados de a pie divididos en arcabuceros, ballesteros,<br />
rodeleros, macheteros y azadoneros, la gran mayoría<br />
de ellos de dudoso entrenamiento o experiencia<br />
militar. Jiménez, por ejemplo, dividió sus 600 hombres<br />
-que avanzaban por tierra- entre ocho capitanes escogidos<br />
entre la gente que trajo don Pedro Fernández y los que<br />
ya se encontraban en Santa Marta; paralelamente, por el<br />
Magdalena avanzaban cinco bergantines cargados de caballos,<br />
mercancías y provisiones (muchas para vender a<br />
buen precio).<br />
Entre esta gente se encontraban los indispensables cirujano,<br />
boticario, veterinario o cuidador de caballos, herrero<br />
v artesanos como carpinteros, calafateadores, curtidores<br />
y otros que se podían encargar no sólo del mantenimiento<br />
de todo lo que llevaban, incluidos vestidos y armas, sino<br />
hasta de hacer herramientas y construir naves y puentes.<br />
También entre ellos se encontraba el escribano, que registraba<br />
cualquier acontecer con significado legal; el tenedor<br />
de bienes de difuntos, que se encargaba de los bienes dejados<br />
por éstos; los tres oficiales reales -contador, tesorero y<br />
veedor- quienes a nombre del rey colectaban impuestos y<br />
llevaban cuenta de todo valor quitado a los indígenas y que
20 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
iba a parar a un fondo común que sería al final repartido<br />
entre todos los expedicionarios.'5 Entre ellos también se<br />
encontraban, aunque sin título militar, los clérigos, que<br />
proveían soporte moral y guía espiritual a los conquistadores<br />
y quienes a veces protegían a los americanos de los europeos.<br />
El capitán general era la suprema autoridad administrativa,<br />
ejecutiva y judicial durante la expedición. Militarmente<br />
tenía la última palabra: podía ascender o degradar a<br />
cualquiera de sus hombres e imponer cualquier regla que<br />
encontrara conveniente para el progreso de la expedición.<br />
Como justicia superior podía juzgar y castigar aun con la<br />
pérdida de la vida del infractor, tal y como Jiménez, por<br />
ejemplo, condenó y ejecutó a Juan Gordo. Sin embargo,<br />
no debía abusar de su autoridad porque sus gentes se podían<br />
rebelar y deponerlo. Los soldados eran libres de participar<br />
o no en las expediciones, pero una vez aceptados,<br />
quedaban muy comprometidos. Cuando Juan de Rivera y<br />
sus 40 hombres se unieron a Federmán en el Cabo de la<br />
Vela, fueron bien recibidos, pero cuando algunos de ellos<br />
trataron de regresar a Santa Marta, de donde provenían, se<br />
les juzgó por insubordinación y dos fueron ejecutados.'6<br />
El general, sus capitanes, soldados y otros miembros<br />
formaban una compañía que tenía una causa común. Cada<br />
uno proveía sus propias armas, caballos, esclavos, equipo y<br />
provisiones. Aunque había excepciones, ninguno percibía<br />
15. El documento por excelencia para estudiar ki operación, composición<br />
y relaciones internas de cualquier expedición de conquista española<br />
en las Indias es el Reparto d el Botín, hecho por el licenciado<br />
Jim énez el 6 de junio de 1538 entre todos los soldados que sobrevivieron<br />
en su empresa. Éste, que ahora se encuentra en AGI Justicia 536B,<br />
está transcrito en Friede, Gonzalo Jim enez, págs. 136 -16 1.<br />
16. A G I Justicia 56, resumido en Academia Nacional de la Historia,<br />
Ju icios de residencia de la provincia de Venezuela, l Los IVelser, Caracas,<br />
1977, págs. 192-96.
La vida cotidiana en la Conquista | 27<br />
un salario, pero todos tenían derecho a una parte del botín<br />
habido, dependiendo de su rango y después de descontado<br />
el quinto real. Don Pedro Fernández percibiría diez<br />
partes, Jiménez nueve, los capitanes cuatro, los soldados<br />
de a caballo dos, y los de a pie entre una y una y media. De<br />
las tres primeras expediciones, la de Jiménez recogió más<br />
de 200 000 pesos en oro y 1 630 esmeraldas, mientras que<br />
las de Federmán y Belalcázar percibieron 10 000 y 2 625<br />
respectivamente.'7<br />
Los líderes de las expediciones y muchos de sus capitanes<br />
eran asistidos por otros compañeros europeos. Muchos<br />
de ellos gozaban del servicio de secretarios, asistentes<br />
y criados. Los soldados se unían en pequeños grupos que<br />
llamaban “ranchos” y contribuyendo con sus recursos al<br />
común, avanzaban como una unidad, cocinando y acampando<br />
juntos. Entre los de Jiménez, Juan Tafiir y Francisco<br />
de Figueredo, pertenecían al mismo rancho, Juan Rodríguez<br />
viajaba en el de Juan de San Martín, y Alonso Martín<br />
era del rancho de Martín Sánchez Ropero. Existen evidencias<br />
sobre las varias unidades en que se dividían los de<br />
Federmán. Como ejemplo de lo variadas que podían ser<br />
las asociaciones entre soldados, se cita la siguiente: en diciembre<br />
de 1540 Jácome Díaz y juan Trujillo, ambos compañeros<br />
de Federmán, hicieron una sociedad hermanable<br />
para ir a la conquista de las Sierras Nevadas (del Ruiz),<br />
para la cual el primero ponía 20 cabezas de puerco y una<br />
india del Perú y el otro contribuía con un caballo enfrenado<br />
y ensillado.'8<br />
El guerrero no iba vestido como tradicionalmente ha<br />
AGI Justicia 534H; AGI Contaduría 1292; Fricde, Documentos,<br />
v, pág. 209.<br />
18. AGI Justicia 545, fl. f>2ir; Fricde, Gonzalo Jiménez, págs. 152;<br />
AGI Patronato 160-1-9, declaración de Alonso de Olalla; Archivo Regional<br />
de Hoyacá (ARIi). Notaría Primera de Tunja, Libro 1, fl. 408.
28 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
sido descrito, con armadura compuesta de coraza, cota de<br />
malla, falda, guardabrazos y otras piezas de acero. Al salir<br />
de España, podía llevar la cabeza cubierta con un casco de<br />
cuero semejante al yelmo romano, o boina adornada de<br />
plumas; el tronco cubierto con jubón o sayo relleno de algodón<br />
o pelo de animal para protegerlo contra las flechas<br />
indígenas; y el resto del cuerpo vestido con pantalones largos<br />
de lino y los pies con alpargatas. Sin embargo, al llegar<br />
a su destino y al volverse baquiano, cambiaba esas galas<br />
por otras más a propósito para conquistar la América. La<br />
vestimenta del soldado de jornada “era un capotillo de dos<br />
aguas sobre la camisa de lienzo de la tierra que es de algodón,<br />
con forros de lo mismo; los gregüescos eran de la<br />
misma tela, y el que más se adelantaba traía esto de manta<br />
de algodón, que es un poco más dura. Otros, por diferenciar,<br />
hacían del mismo lienzo unas que por acá llaman<br />
camisetas, que son a modo de saltambarcas, y todos comúnmente<br />
traían medias de lo mismo y calzaban alpargates”.'9<br />
Explicando la diferencia en vestido, un cronista<br />
colonial escribió que en las Indias las armaduras hechas<br />
con algodón eran mucho mas efectivas que las de acero<br />
usadas en España, cuando se deseaba protección contra<br />
las flechas indígenas, así las describió: “De anjeo o de mantas<br />
delgadas de algodón se hacen unos sayos que llaman<br />
sayos de armas; éstos son largos, que llegan debajo de la<br />
rodilla o a la pantorrilla, estofados todos de alto, abajo de<br />
algodón, de grueso de tres dedos... y de esta suerte y por<br />
esta orden hacen las mangas del sayo y su babera... los arneses<br />
o coseletes, y los morriones o celadas... y testera para<br />
19. Sobre los vestidos de los soldados al salir de Sevilla, véase la<br />
descripción de Jerónimo Koeler, en Hannah S. M. Amburger, Die<br />
Vamiliengcschichíe der Knelcr (l.xmdres, 1930), págs. 158-289, o Friede,<br />
Los fVeher, (págs. 341-42); Simón, Noticias, 111, págs. 49 (acá transcrito);<br />
y Agnado, Recopilación, i, pág. 195.
La vida cotidiana en la Conquista \ 29<br />
el caballo que le cubre rostro y pescuezo, y pecho... y faldas...<br />
cubriendo ancas y piernas del caballo. Puesto un<br />
hombre encima de un caballo y armado con todas estas<br />
armas, parece cosa más disforme y monstruosa de la que<br />
aquí se puede figurar". Pues bien, Ríe con estas armaduras a<br />
la americana y con la vestimenta del soldado de campaña<br />
que se conquistaron las Indias y no con yelmos, corazas y<br />
mallas de acero.<br />
Avance<br />
Leyendo las relaciones que han quedado sobre estas<br />
expediciones es evidente que éstas avanzaban confiadas en<br />
hallar el alimento en el camino, o sea en encontrar cultivos<br />
o depósitos de granos y raíces indígenas. Poco después de<br />
salir Jiménez de Santa Marta ya les faltó comida, que pudieron<br />
suplir saqueando los sembrados de maíz de la nación<br />
Chimila. Esta iba a ser la primera de las muchas veces<br />
que se aprovecharon de lo que pertenecía a los indígenas, a<br />
la vez que los de Federmán se hicieron notorios por los<br />
saqueos que realizaron desde el sur de Coro hasta el boquerón<br />
de Barquisimeto y de allí, pegados a las montañas,<br />
siguiendo al Pauto y más al sur, hasta las vecindades del<br />
Ariari habitadas por los sufridos Guayupes, a quienes obligaron<br />
a compartir con ellos los fértiles cultivos de maíz y<br />
yucas que tenían. De igual modo avanzó Belalcázar sobre<br />
las montañas al este de Popayán, en busca del nacimiento<br />
del Magdalena para seguir luego su curso, en cuyo valle<br />
siempre encontró con qué alimentar a su tropa.<br />
Las mismas relaciones informan cómo los soldados de<br />
a caballo de Jiménez a veces complementaban su alimentación<br />
con venados cazados a orillas de los ríos Cesar y<br />
Magdalena y cómo, cuando un caballo quedaba inhabilitado,<br />
era consumido. Es curioso anotar que ninguna de esas<br />
crónicas señala que los soldados pescasen o que los sóida-
3 0 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
dos de a pie cazaran. Tanta era la dependencia del alimento<br />
indígena que cuando éste escaseaba, morían de hambre,<br />
a pesar de que hoy cueste trabajo imaginar cómo, en un<br />
medio tropical no abusado y donde había abundante caza,<br />
pesca, nueces y frutas, alguien pudiese realmente morir de<br />
hambre.20<br />
El alimento, sin embargo, no era repartido entre todos<br />
tan equitativamente como se cree. Agustín Castellano, soldado<br />
de Alonso Luis de Lugo, refiriéndose bajo juramento<br />
a las hambres que sufrieron durante esa expedición, manifestó<br />
que “solamente los muy favorecidos comían alguna<br />
carne de caballo o macho”. Cuando los de Lebrón subían<br />
al Nuevo Reino, un Valenzuela estaba tan hastiado de comer<br />
tallos de bihao que juró matar a una india acompañante<br />
para comerle los hígados; Iñigo López de Mendoza<br />
lo convenció de abandonar semejante idea tan poco cristiana,<br />
dándole un pedazo de queso que llevaba en las alforjas,<br />
un manjar que entonces, unos tenían y otros no. Lope<br />
Montalvo de Lugo refirió cómo, en otra expedición, era<br />
tan grande el hambre que para alimentar a los enfermos<br />
compraron a otros soldados un perro en 100 pesos.3' El<br />
intento de canibalismo de Valenzuela no fue el único.<br />
Baltasar Maldonado refirió años después que durante la<br />
expedición de Jiménez “comieron carne de indios e indias<br />
más sapos y culebras”, hecho que confirman los cronistas<br />
coloniales. Parece que quien tenía dinero o había llevado<br />
20. Para ejemplo véase la descripción de la región de Tamalameque<br />
fechada en enero de 1579 en Juan Friede, Fuentes documentales<br />
para la historia de!Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1976, vti, págs. 275<br />
301.<br />
2 1. Un su orden: Probanza de Castellano en AGI Patronato 15 6 -1<br />
5; Simón, Noticias, iv, pág. 73; Probanza de Jorge Espira, AGI Justicia<br />
990. Para lo de Maldonado (que sigue) véase su probanza en AGI Patronato<br />
157-2-5.
I éíi vida cotidiana en la Conquista | 31<br />
mayores provisiones o caballos tenía mas acceso al alimento<br />
y hasta podía evitar tener que comerse a sus semejantes.<br />
Considerando la expedición de Jiménez, es evidente<br />
que desde que los de tierra salieron de Santa Marta, hacia<br />
el sur, pegados a las laderas occidentales de la Sierra, anduvieron<br />
por caminos indígenas llevando consigo esclavos,<br />
indios de servicio, caballos de guerra y bestias de carga,<br />
perros y posiblemente cerdos, cabras u ovejas, pues el cronista<br />
Aguado escribió que llevaban un hato que el cronista<br />
Simón llamaba carnada. Entre tanto los cinco bergantines<br />
remontaban el bien conocido Magdalena. Al atravesar el<br />
Ariguaní, salieron de la región Chimila y se dirigieron<br />
hacia el sureste hasta llegar al bien habitado valle del Cesar,<br />
por donde siguiendo caminos indígenas bajaron a<br />
Chiriguaná donde recogieron algún oro de los indígenas y<br />
continuaron por sendas -indígenas también- hasta llegar<br />
al viejo Tamalameque, sitio americano muy bien provisto<br />
de alimentos y todo tipo de frutas. Atravesando el río Cesar<br />
en canoas que gentilmente les prestaron los locales,<br />
continuaron al sur por buenos caminos indígenas hasta llegar<br />
a otro buen sitio de aborígenes conocido como Sompallón.<br />
Mientras tanto, los de los bergantines avanzaban<br />
lentamente por regiones bien conocidas.<br />
Ahora iban a empezar los problemas por ausencia de<br />
indígenas. La región entre Sompallón y La Tora no estaba<br />
muy habitada y los pocos que la frecuentaban usaban canoas<br />
para transportarse y labraban sus cultivos en sitios<br />
resguardados en cualquiera de sus dos cenagosas riberas.<br />
El hambre aumentó y por falta de caminos indígenas fue<br />
necesario abrir trocha. Tampoco había nativos que les pudieran<br />
guiar ni ayudar a transportar sus pesadas cargas,<br />
que incluían algunos cañoncitos, yunques para la forja y<br />
mucho herraje y cadenas. Los sufrimientos se multiplica
32 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
ron y las muertes de europeos continuaron hasta que, penosamente,<br />
llegaron a La Tora, sitio asentado sobre las<br />
Barrancas Bermejas.<br />
Allí reposaron y en sus alrededores notaron una canoa<br />
cargada con mantas de algodón preciosamente decoradas<br />
al pincel y sal de mina muy distinta a la que consumían río<br />
abajo, que provenía del mar. Estas fueron las señales que<br />
interpretó bien el licenciado Jiménez al deducir que esos<br />
productos debían provenir de tierras habitadas por civilizaciones<br />
más avanzadas. En este momento, añade el historiador<br />
Friede, Gonzalo Jiménez cambió el oro del Perú por<br />
la sal muisca. Después de salir de La Tora y remontar un<br />
tanto el Opón, por donde bajaban esos artículos, dieron<br />
con la ruta indígena Camino de la Sal, a cuya vera se encontraban<br />
depósitos de sal y comida y lugares de descanso<br />
para los transportadores. Arriba encontraron el valle de la<br />
Grita, situado ya en el altiplano muisca. Desde allí divisaron<br />
muchos caminos y múltiples columnas de humo indicativas<br />
de cuán bien habitada era la tierra. Volviendo atrás,<br />
Jiménez, Federmán y Belalcázar tuvieron distintas razones<br />
para dirigir sus expediciones, pero hubo una en común:<br />
todos iban tras las noticias obtenidas de los indígenas sobre<br />
la existencia de una tierra rica que se conocía como<br />
Meta o Xerira, en donde sus naturales se vestían con mantas<br />
de algodón finamente decoradas y explotaban minas<br />
de sal.<br />
Los obstáculos a l avance: la naturaleza y los indios<br />
L a naturaleza<br />
Los primeros cronistas escribieron cómo los expedicionarios<br />
padecieron enfermedades, hambres, incomodidades<br />
y trabajos derivados de las condiciones físicas<br />
inherentes a una naturaleza tropical, describiendo viva-
L a vida cotidiana en la Conquista | 33<br />
mente las condiciones geográficas y climáticas que se oponían<br />
a su avance. Los escritores posteriores fueron gradualmente<br />
exagerando la dureza de esas condiciones,<br />
quizás para hacer aparecer a los conquistadores más apreciables<br />
y valientes porque habían logrado superarlas. Escribieron<br />
cómo las espinas y ramazones les destruían los<br />
cuerpos ya atormentados por los tábanos y un ejército de<br />
zancudos, jejenes, roedores y muchas sabandijas; cómo los<br />
tigres los comían, las culebras les picaban y los feroces caimanes<br />
los atemorizaban mientras aguantaban excesivos<br />
calores y trataban de guarecerse bajo las hojas de los árboles,<br />
de las tempestades acompañadas de rayos, truenos y<br />
relámpagos espantosos.22<br />
A pesar de que la extensión y conformación del territorio<br />
atravesado por las huestes del licenciado Jiménez fue<br />
sin duda una dura prueba a su resistencia, se deben considerar<br />
también las ventajas de la ruta que escogieron. Las<br />
sabanas de Fundación y las del suroeste y sur de la Sierra<br />
Nevada, el valle del Cesar que se extiende hasta el Magdalena,<br />
el valle de éste hasta su afluente, el Opón, todas eran<br />
tierras planas y conformaban las cuatro quintas partes del<br />
camino que recorrieron desde Santa Marta hasta Bogotá;<br />
además no ofrecían otros obstáculos geográficos distintos<br />
a los ríos y las ciénagas. El río Magdalena fue por varios<br />
siglos el mejor y más fácil camino de penetración al Nuevo<br />
Reino y aunque bogar en bergantín río arriba era una labor<br />
durísima, que dependía únicamente del esfuerzo humano<br />
(realizado más por los esclavos e indígenas que por los eu-<br />
22. Fray Alonso de Zamora, Historia de la provincia de San Antonino<br />
de!Nuevo Reino de (.¡¡uñada, Hogotá. 1980, 1, págs. 197-98. Para una discusión<br />
más amplia sobre el tema véase José Ignacio Avellaneda. L a expedición<br />
de Gonzalo Jiménez de Quesada a l M ar del Sur y la creación del<br />
Nuevo Reino de Granada, capítulo 2, próximo a aparecer.
3 4 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
ropeos), muchas veces hubiera sido peor transportar las<br />
pesadas cargas a la espalda.<br />
Bajar a Guataquí, puerto sobre el Magdalena no muy<br />
lejano de Tocaima, para luego llegar hasta la costa, fue trayecto<br />
fácil (salvo el Salto de Honda) y tanto Jiménez como<br />
Federmán y Belalcázar lo hicieron en quince días cuando<br />
decidieron ir a España. El Magdalena y su valle no debe,<br />
por tanto, considerarse como un inconveniente sino, mejor,<br />
como una gran ayuda que facilitó el avance y permitió<br />
la asistencia prestada por los bergantines que cargaron enfermos<br />
y llevaron provisiones.<br />
Al avance de los conquistadores se interpusieron algunos<br />
ríos, pero, por lo que relatan los cronistas sobre el cruce<br />
del Ariguaní y el Cesar, se llega a una conclusión<br />
diferente. Según éstos, la labor de atravesar el Ariguaní fue<br />
improvisada y hecha “con mal aderezo”. Con una mejor<br />
preparación de quienes hicieron las maromas, este cruce<br />
hubiese sido un evento corriente que no hubiera merecido<br />
mención en las crónicas. También a la inexperiencia adjudicó<br />
el cronista Aguado las dificultades que tuvieron al<br />
cruzar el Cesar, pues escribió que “pasaron en pequeñas<br />
canoas, con harto riesgo y peligro de las vidas de muchos<br />
por no tener el sostén y hueco que se requería para navegar<br />
gentes bisoñas y chapetonas. Este nombre de chapetón<br />
o chapetones comúnmente se usa en muchas partes de<br />
Indias, y se dice por la gente que nuevamente va a ellas, y<br />
que no entienden los tratos, usanzas, dobleces y cautelas<br />
de las gentes de Indias, hombre que ignora lo que ha de<br />
hacer, decir, o tratar”. Las ciénagas ribereñas fueron un<br />
obstáculo que alargaba el camino al tener que circundarlas<br />
si no se vadeaban. El que las hubiesen encontrado más crecidas<br />
de lo normal era natural, pues desafortunadamente la<br />
expedición se inició en abril, el “mes de aguas mil”.<br />
El terreno continuó plano hasta que al ascender por el
La vida cotidiana en la Conquista | 3 5<br />
valle del río Opón, encontraron el Camino de la Sal. Esta<br />
era una buena senda indígena que le facilitó al licenciado el<br />
tránsito de su tropa en éste, el primer tramo montañoso<br />
que encontró. Durante el recorrido de sus 20 leguas había<br />
partes tan inclinadas, que a veces fue necesario retrasar la<br />
marcha para permitir el paso de las bestias, pero no se<br />
debe subestimar el gran alivio que debieron significar los<br />
albergues y depósitos de alimentos que mantenían los indígenas<br />
a la vera del camino. Llegado al valle del Alférez y<br />
de la Grita en adelante, el terreno lo conformaban lomas<br />
amenas cruzadas por múltiples y cómodos, aunque primitivos<br />
caminos indígenas. Las condiciones climáticas que<br />
sufrieron los expedicionarios fueron las lluvias, el calor, el<br />
frío y los “vapores dañinos y aires destemplados”. Aunque<br />
ninguno de los tres primeros causan la muerte, sí podían<br />
contribuir a debilitar el cuerpo y hacerlo más propenso a<br />
las enfermedades. Los calores del valle del Magdalena son<br />
sin duda sofocantes pero no son mayores que los de los<br />
fuertes veranos andaluces, provincia de donde venían<br />
muchos de los conquistadores. Allí, en Erija, llamada La<br />
Sartén de España, el termómetro sube a los 45 grados centígrados<br />
a la sombra, cosa que muy raramente sucede en el<br />
valle del Magdalena. Así mismo, cuando subían a la altiplanicie<br />
cundibovacense, les incomodó el frío, porque ya venían<br />
muy escasos de ropa, pero, nuevamente, esas<br />
temperaturas son suavísimas al compararlas con los crudos<br />
inviernos de Castilla, Extremadura o León. Además, el<br />
frío lo combatieron exitosa y rápidamente con las mantas<br />
que tomaron de los indígenas. No se puede olvidar, sin<br />
embargo, que varios de los soldados de Federmán y muchos<br />
indios acompañantes, murieron congelados cuando<br />
atravesaban el páramo de Sumapaz camino a Bogotá.21<br />
23. José Ignacio Avellaneda Navas, Los com/tañeros de Federmán,<br />
cojundndores de Siint/i he de Bogotá, Bogotá, 1990, págs. 40, 81-82.
36 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
Los aires y vapores dañinos son algo más difícil de<br />
identificar. Un escritor del siglo xix, refiriéndose a la salubridad<br />
de la región de Tamalameque, apuntó que “su temperamento<br />
es cálido y las miasmas que se levantan de las<br />
ciénagas y pantanos producen fiebres intermitentes, peligrosas<br />
para el extranjero”.24 Obviamente se refería a un fenómeno<br />
que entonces no se conocía bien, pero sus efectos<br />
sí: que en las aguas estancadas se criaban mosquitos cuyas<br />
picaduras transmitían la malaria y la fiebre amarilla. A pesar<br />
de que parece existir cierto paralelo entre las descripciones<br />
del siglo xvi y las del xix, hasta allí llega toda<br />
similitud. Está razonablemente comprobado que ninguna<br />
de esas enfermedades existían en América antes del siglo<br />
xvin, cuando se cree fueron importadas del África occidental.<br />
Probablemente los cronistas se referían a algún tipo<br />
de fiebres originadas antes por dietas inadecuadas o mala<br />
nutrición que por transmisiones parasitarias. Conviene<br />
tener en cuenta que el cronista Simón escribió “porque<br />
como los más eran chapetones y no acostumbrados a los<br />
aires y destemples de estas tierras, que son bien diferentes<br />
a los de España”, lo que sugiere que existía alguna relación<br />
entre lo que consideraba la causa de un tipo de enfermedad<br />
y la falta de experiencia en Indias.<br />
El hábitat tropical ofrece nichos ecológicos favorables<br />
a insectos como mosquitos, garrapatas, hormigas, avispas,<br />
niguas y otros parásitos; a sabandijas como culebras, sapos,<br />
alacranes y murciélagos; a fieras como los jaguares<br />
(no había tigres) y osos; a saurios como los caimanes. Los<br />
más molestos debieron ser los mosquitos, de los que<br />
Simón aclaró en su crónica que los de acá, llamados zan<br />
24. Manuel Ancízar, Peregrinación de Alpha, Bogotá, 1956, pág.<br />
430. Sobre la malaria y fiebre amarilla, véase William H. McNeill,<br />
Plagues and People, Garden City, NY, 1963, pág. 430.
La vida cotidiana en la Conquista | 37<br />
cudos, eran los mismos bientearé de España. Conviene recordar<br />
que los mosquitos son mucho más molestos para<br />
los forasteros que para los locales. Afortunadamente, con<br />
cuidado se podían evitar las molestias de las hormigas y<br />
avispas y las de las garrapatas, que a veces no se pueden<br />
ver a simple vista. Las culebras debieron ser tan molestas<br />
como los mosquitos, pero es posible que por no haber sido<br />
la causa directa de la muerte de ninguno de los de Jiménez,<br />
los cronistas coloniales no las hubieran mencionado mucho.<br />
Hoy, como seguramente entonces, se encuentran sapos<br />
que exudan veneno y quizás aún exista alguno igual al<br />
que comió el soldado Juan Duarte y que le produjo locura;<br />
sin embargo, estos animales no se han caracterizado por<br />
ser un azote humano. En cuanto a los murciélagos que les<br />
chupaban la sangre de noche, el único remedio conocido<br />
era dormir cubierto, práctica que, señaló Simón, no cumplían<br />
los soldados.<br />
El caimán, animal muy exótico a los ojos europeos, se<br />
menciona en las crónicas como el causante de la muerte<br />
del soldado Juan Lorenzo; sin embargo, esto parece más<br />
una conjetura de los cronistas, pues uno de ellos escribió<br />
que “le debió asir el pie un caimán”, porque cuando estaba<br />
en el agua sólo pudo sacar la cabeza una vez para gritar<br />
“Señor mío, misericordia”. Su agobio pudo también habérselo<br />
causado un calambre. Estos saurios se cebaron y se<br />
volvieron atrevidos cuando eran alimentados por los cadáveres<br />
que los expedicionarios arrojaban al agua mientras<br />
descansaban en La Tora. Tanto, que hay menciones de<br />
haber atacado a un asno y ser un peligro para los perros,<br />
pero nunca para los humanos. Los huidizos “tigres” (jaguares),<br />
que ocupan un lugar predominante en nuestro<br />
folclor, aparecen en las crónicas como causantes de la<br />
muerte de un soldado, a quien, para quien desee creerlo,<br />
mientras descansaba en su hamaca, se lo llevó un tigre
38 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
“como un gato a un ratón.” Concedido; es probable que<br />
los jaguares hubiesen causado la muerte de un soldado o<br />
dos que hubiesen quedado rezagados por enfermos, pero<br />
de allí a inferir que fuesen un factor importante de pérdidas<br />
humanas, hay mucho trecho.<br />
Los indios<br />
El segundo obstáculo que se oponía a los designios de<br />
los conquistadores después de la naturaleza, eran los indios.<br />
Para vencerlos contaban con capitanes y soldados,<br />
caballos de guerra, arcabuces, ballestas, espadas, lanzas y<br />
otras armas. Sin embargo, si se estudian las crónicas y las<br />
relaciones sobre la expedición del licenciado Jiménez, se<br />
concluye que otra fue la realidad: los indígenas constituyeron<br />
una ayuda para el progreso de la expedición y no un<br />
obstáculo, salvo en unos pocos casos. La primera vez que<br />
los expedicionarios de a pie (los de los bergantines fueron<br />
duramente atacados especialmente cuando regresaban a<br />
Santa Marta) encontraron alguna oposición, sin consecuencias<br />
para ellos, fue cuando estaban entrando a Tamalameque.<br />
Después, otro grupo sería atacado en las riberas<br />
del Magdalena cerca de la Tora; un tercer grupo, dirigido<br />
por el capitán San Martín, sería acosado cuando regresaba<br />
del altiplano muisca y un cuarto grupo fue acosado cuando<br />
Hernán Pérez quiso quitarles unas casas a los Opón. Sólo<br />
la última contienda les causó dos bajas.<br />
Quizá la mayor resistencia provino de los habitantes<br />
del valle de la Grita, pero fue tan insignificante que sólo<br />
requirió un soldado de a caballo y unos pocos de a pie para<br />
vencer esa oposición. Los muiscas estaban muy mal armados,<br />
con pequeños dardos que lanzaban con unas tiraderas<br />
-no usaban el arco y las flechas-, con lanzas de madera y<br />
espadas de palma. Además, su concepto de hacer la guerra<br />
estaba cargado de ideas religiosas, donde primaba la fina
La vida cotidiana en la Conquista \ 39<br />
lidad de “tomar a mano al contrario" y no de matarle en el<br />
campo de batalla, a lo que creían les ayudaban las momias<br />
de sus antepasados, que cuando hacían la guerra, llevaban<br />
a la espalda. Desafortunadamente para los indígenas, no<br />
era dable “tomar a mano” a los avezados españoles, expertos<br />
en correr a los moros de la península ibérica y en pelear<br />
con todos los ejércitos de Europa.<br />
Tan pequeño obstáculo serían los indígenas, que a<br />
ellos sólo se les puede atribuir la muerte de dos soldados<br />
del licenciado Jiménez, desde que avanzaron por tierra<br />
desde Santa Marta hasta llegar a la región muisca. Tampoco<br />
se les puede culpar de la muerte de ninguno de los<br />
acompañantes europeos de los generales Belalcázar o<br />
Federmán, si en el caso de éste último se exceptúa que<br />
mientras sus gentes escalaban las montañas para llegar al<br />
páramo de Sumapaz, los indios pegaron fuego a la paja, de<br />
lo cual resultó muerto un español enfermo y otro que, aterrado,<br />
se lanzó al abismo.25 No, los indígenas no fueron un<br />
obstáculo, fueron la gran ayuda que ya se ha vislumbrado.<br />
Desde su salida de Santa Marta los europeos se alimentaron<br />
de los cultivos indígenas, avanzaban en buena parte<br />
por caminos indígenas, atravesaban los ríos en canoas indígenas<br />
y frecuentemente se hospedaban en habitaciones<br />
indígenas. Desde su salida llevaban centenares de indios<br />
para que les llevaran sus cargas y les prestaran otros servicios,<br />
y cuando estos morían o escapaban, eran reemplazados<br />
por otros tomados a la fuerza como sucedió en<br />
Chimila; en Chiriguaná, donde apresaron algunos para<br />
que los enrumbaran nuevamente, pues estaban perdidos;<br />
en Tamalameque, donde los locales fueron quienes les informaron<br />
sobre la suerte de los bergantines; en el Opón,<br />
donde se hicieron a otros, quienes les llevarían donde se<br />
25. Apiado, RtrnpUadñn m, pág. 178.
4 0 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
hacía la sal y les servirían de intérpretes. Los indígenas fueron<br />
quienes les dieron mantas para que se protegieran del<br />
frío, les mostraron dónde vivían sus soberanos y otros señores<br />
principales, dónde guardaban algunos de sus tesoros,<br />
dónde estaban sus adoratorios más importantes como<br />
el templo de Sogamuxi, dónde las tumbas de sus antepasados,<br />
dónde las minas de esmeraldas y cómo las explotaba<br />
el señor de “Somyndoco”. En fin, el indígena mostró al<br />
conquistador mucho de lo que quiso ver, mientras lo alimentaba<br />
y entretenía hasta prestándole sus mujeres e hijas<br />
y sirviéndole a cuerpo de rey o mejor, pues hasta el mismo<br />
licenciado Jiménez sugirió -quizás equivocadamente- que<br />
los indígenas percibieron a los cristianos como hijos del<br />
Sol y la Luna.26<br />
Para terminar el tema, la expedición mejor servida fue<br />
con mucho la de Belalcázar, que venía acompañada no de<br />
centenares sino de millares de indígenas mejor aleccionados<br />
por los privilegiados incas y curacas a prestar un servicio<br />
óptimo. Este grupo iba bien dotado de caballos de<br />
guerra y de carga, más centenares de cerdos; vestían lujosas<br />
ropas y finos paños, sedas, granas, perpiñanes y encrespadas<br />
plumas; acampaban en tiendas de suaves lanas<br />
peruanas y algunos comían en vajilla de plata las viandas<br />
preparadas por expertos cocineros mientras duchas “señoras<br />
de juego” les entretenían en sus ratos de ocio.27 El lujo<br />
de esta expedición contrastaba con las espartanas de<br />
Jiménez y Federmán que, cuando Belalcázar las conoció,<br />
sus gentes calzaban alpargatas y se cubrían con humildes<br />
26. Gonzalo Jim énez “Epítome de ia Conquista del Nuevo Reino<br />
de Granada”, en Friede, Descubrimiento, pág. 262.<br />
27. Véase Avellaneda Navas José Ignacio, L a expedición de Sebastián<br />
de Relacázar a l M ar del Norte y su llegada a l Nuevo Reino de Granada,<br />
Bogotá, 1992. págs. 6 -11.
La vida cotidiana en la Conquista<br />
G . Gallina.<br />
Grabado Iluminado 1827.<br />
Le costume anden et modeme ou historie.<br />
Amerique ler. partier<br />
por Jules Ferrario.<br />
Milán.<br />
Poblado indígena con sementeras.<br />
Theodoro de Bry.<br />
Grabado 1602.<br />
Biblioteca Nacional.
Cristóbal Colón llega a América.<br />
P. Palaggi— D .K . Bonatti.<br />
Grabado iluminado 1827.<br />
L e costume anden et moderne ou historie.<br />
Amerique ier. partier<br />
por Jules Ferrario.<br />
Milán.
I.a vida cotidiana en la Conquista | 41<br />
ropas de algodón cuando no con pieles de animales. Fuera<br />
como Riera, todas estas expediciones gozaron permanentemente<br />
del servicio de los indígenas que les aliviaron las<br />
cargas y les señalaron el recorrido hasta llegar el corazón<br />
del futuro Nuevo Reino.<br />
Allí, en el altiplano, encontraron los recién llegados<br />
una civilización acostumbrada a vivir en paz con la naturaleza<br />
y que, sin destruirla, extractaba de ella lo indispensable<br />
para subsistir. Allí tenían su casa medio millón de<br />
indígenas;28 allí cultivaban sus tierras, cazaban, pescaban,<br />
comerciaban, se alimentaban, construían sus edificios y fabricaban<br />
sus artefactos, rendían tributo a sus señores, defendían<br />
su territorio, adoraban a sus dioses, se expresaban<br />
artísticamente, se divertían y practicaban sus deportes, se<br />
reproducían y educaban a sus hijos, tal como los europeos<br />
lo hacían al otro lado del mar aunque en un grado inferior<br />
de civilización si ésta se mide materialmente. Allí, en ese<br />
altiplano, sucedió un encuentro entre dos grupos humanos<br />
que tenían idénticos derechos e idéntica dignidad. El que<br />
110 lo hubiesen percibido así entonces aquellos que escribieron<br />
la historia, no da cabida a que hoy no se le mire<br />
como fue. Sin embargo, inclinarse en favor de uno u otro<br />
grupo previene que hagamos lo más valioso: estudiar<br />
nuestro pasado para comprender mejor nuestra identidad.<br />
E!primer paso colonizador: la fundación de ciudades<br />
“Quien no poblare, no hará buena conquista, y no conquistando<br />
la tierra, no se convertirá la gente; así que la máxima<br />
del conquistador ha de ser poblar”, escribió el cronista<br />
28. Jaim e Jaramillo Urihe, Ensayos de historia soria! colombiana, Bogotá,<br />
1968, pág. 93; Germán Colmenares, Historia económica y social de<br />
( ’.olombia, 1537-171Q, Bogotá, 1978. pág. 10 1.
42 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
Francisco López de Gomara.29 La colonización se consideraba<br />
entonces inherente al proceso de conquista y para<br />
el líder de la expedición poblar quería decir establecer ciudades<br />
permanentes siguiendo el modelo castellano definido<br />
por sus antepasados durante la Reconquista española.<br />
Sin embargo, casi dos años habrían de pasar desde cuando<br />
Gonzalo Jiménez llegó a tierra muisca, hasta cuando la primera<br />
ciudad de tipo español fue fundada con la ayuda de<br />
Nicolás Federmán y Sebastián de Belalcázar, el primer<br />
paso dado en el proceso colonizador del Nuevo Reino.<br />
Las instrucciones dadas por don Pedro Fernández de<br />
Lugo ajiménez, no incluían la autorización necesaria para<br />
fundar ciudades y mucho menos, para crear una división<br />
política completa, lo que inesperadamente fue el resultado<br />
final de la expedición. Como buen licenciado en leyes que<br />
era, ajim énez no se le escapaba la implicación legal de no<br />
tener tal autorización. Sin embargo, el estar sus hombres<br />
en un ambiente extraño, rodeados de los inescrutables<br />
muiscas, con quienes no se podían comunicar directamente<br />
y quienes les aventajaban en más de dos mil a uno, deseando<br />
vivir agrupados entre sí, como acostumbraban, en<br />
un sitio donde les fuera posible intercambiar ideas y experiencias,<br />
para así, gozando de mutua compañía sentirse un<br />
poco más seguros, todo esto movió a Jiménez a concentrarlos<br />
en una comunidad. Así que después de estar su gente<br />
recorriendo la tierra muisca y sus alrededores, en el valle<br />
de los Alcázares, Jiménez ordenó la construcción de un<br />
campamento más permanente para sus soldados, consistente<br />
en una iglesia y doce primitivos ranchos grandes al<br />
estilo indígena. Como no tenía autoridad, Jiménez no fun<br />
29. Francisco I^ópez de Gomara, Historia general de las Indias, Barcelona,<br />
1965, págs. I-75.
La vida cotidiana en la Conquista | 43<br />
dó ciudad alguna, pero ese 6 de agosto de 1538, día de la<br />
Transfiguración del Señor, estableció la ciudad de Santa<br />
Fe de Bogotá, la futura capital del Nuevo Reino de Granada.<br />
Unos siete meses después llegaron a los Alcázares<br />
Federmán y el experimentado Belalcázar. Hacía años que<br />
éste último había recibido autorización de Francisco Pizarro<br />
para fundar ciudades y la había ejercido al establecer<br />
Quito, Cali, Popayán y luego Timaná. El mismo, Belalcázar,<br />
también había estado presente cuando en 1519<br />
Pedrarias Dávila fundó Panamá y quizás conocía las instrucciones<br />
reales que éste había recibido para efectuar tal<br />
fundación, y hasta las cédulas regulando el establecimiento<br />
de ciudades que Carlos v firmó cuatro años después. De<br />
acuerdo con ambas órdenes reales, las ciudades se debían<br />
situar en lugares protegidos y de fértil tierra, dotados de<br />
aguas, leña, buenos pastos y materiales de construcción<br />
abundantes. Deberían quedar en lugar ventilado por vientos<br />
de norte a sur y cercano a buenas fuentes de trabajo<br />
indígena. Los lotes para las casas deberían ser rectangulares,<br />
la plaza bien delineada, la iglesia localizada claramente,<br />
y el buen orden se debía seguir desde el principio.'’0<br />
Si bien Jiménez, Belalcázar o Federmán sabían espontáneamente<br />
que un diseño de cuadrilla era el más conveniente<br />
a seguir en el trazo de una ciudad, o ya que<br />
hubieran estudiado los planos de las antiguas ciudades chinas,<br />
romanas o las modernas establecidas durante el renacimiento<br />
italiano, o las que habían dejado los indígenas en<br />
México o Perú, lo cierto fue que Jiménez decidió seguir ese<br />
30. “Ynstrucción para el ( íohernador de Tierra Firme, la qual se le<br />
entregó el 4 de agosto de 13x111" en Manuel Serrano y Sáenz, ed. Orígenes<br />
de la dominación española en América, Madrid, 19 18, i, pág. c c l x x x i .<br />
Vcase también Carlos Martínez, Santa Fe, capital del Nuevo Reino de<br />
Granada, Bogotá, 1987, págs. 14-71.
4 4 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
diseño después que Belalcázar lo convenció para que fundara<br />
la ciudad con todas las legalidades y ceremonias.1' No<br />
se sabe si mientras Jiménez practicaba la abogacía en Granada,<br />
España, al visitar la vecina Santa Fe recién fundada<br />
por los Reyes Católicos, quedó impresionado por su ordenado<br />
diseño rectangular; lo que sí parece cierto es que esta<br />
ciudad le inspiró el nombre de la que fundó en el valle de<br />
los Alcázares, como Granada le inspiró el nombre del<br />
Nuevo Reino.<br />
Bien basada estaba la insistencia de Belalcázar en que<br />
Jiménez debía fundar. Muy probablemente a estas alturas<br />
ya habían decidido, en unión con Federmán, someter a la<br />
corte española sus disputas sobre la jurisdicción de la nueva<br />
tierra, y por consiguiente ya estaban convencidos de<br />
que debían dejar su gente y el territorio bajo una autoridad<br />
bien establecida, y a los indígenas organizados bajo el orden<br />
de la corona española. Estos objetivos podrían satisfacerse<br />
con el establecimiento de municipalidades al estilo<br />
castellano, aunque aún quedara por resolver cómo hacerlo<br />
ante la falta de autoridad de Jiménez. Sin embargo, si veinte<br />
años atrás, en iguales circunstancias Hernán Cortés había<br />
encontrado un recurso legal para fundar Veracruz,<br />
también Jiménez podía hacer lo propio estimulado por<br />
Belalcázar, para dejar dividida la región en tres jurisdicciones<br />
encabezadas por tres ciudades donde residirían los europeos:<br />
Santa Fe, Vélez y Tunja.<br />
Santa Fe fue fondada sobre una fértil sabana, en un sitio<br />
bien irrigado por dos arroyos, protegido a su espalda<br />
por una cordillera que corre de sur a norte y bien provisto<br />
de leña, madera, arcilla, piedra, arena, cal y buenos pastos.<br />
El 27 de abril de 1539, en presencia de los campos de los<br />
3 1. Juan Friede, Fuentes documentales, 111, págs. 130 -31; Castellanos.<br />
Elegías, iv, págs. 291-94.
La vida cotidiana en la Conquista | 45<br />
tres generales, Jiménez montó su corcel y blandiendo su<br />
desnuda espada, retó a quienes se le opusieran a establecer<br />
la ciudad en el nombre del rey español. En esta forma inició<br />
las ceremonias de fundación, seleccionando el sitio<br />
para la plaza -boy llamada de Bolívar- en cuyo marco colocó<br />
la iglesia y el cabildo municipal, e irradiando de ésta<br />
hacia afuera, distribuyó lotes entre sus futuros residentes<br />
siguiendo un orden jerárquico hoy poco conocido. Acto<br />
seguido procedió a establecer el gobierno municipal, compuesto<br />
por dos alcaldes y seis regidores, quienes al estar<br />
reunidos formaban el regimiento; un procurador, un alguacil<br />
mayor y el escribano, que anotaría lo tratado durante<br />
las reuniones de ese cabildo. Terminó la ceremonia creando<br />
la primera parroquia, llamando a su iglesia Nuestra Señora<br />
de la Concepción, y nombrando a su primer cura y al<br />
asistente de éste. '2<br />
Grandes eran los poderes de la municipalidad castellana<br />
ahora trasladados a suelo indígena. Investida con poderes<br />
ejecutivos, legislativos y judiciales, podía gobernar la<br />
comunidad asentada sobre una extensa jurisdicción definida<br />
sobre límites territoriales próximos. Podía decidir casos<br />
legales, registrar a los vecinos que iban a vivir permanentemente<br />
en ella y proveerlos no sólo de lotes municipales<br />
para que edificaran sus casas, sino también de huertas cercanas<br />
a la ciudad y de estancias situadas más lejos. Podía<br />
reglamentar todo lo relacionado con la comunidad, tal<br />
como definir los precios de artículos y servicios, supervisar<br />
sus pesas y medidas, asignar hierros para marcar ganados,<br />
32. Simón, Noticias, 111, págs. 303-7 y 343-46; véase también Sylvia<br />
M. Broadhcnt, “I/a Fundación de Santa Fe, Rectificaciones a Recti<br />
ficaciones," en fío/etín de Historia y Antigüedades, 56, págs. 630-32 (abriljunio,<br />
1967), págs. 189-207.
46 I JOSfi IGNACIO AVELLANEDA<br />
y distribuir mano de obra indígena entre los vecinos que la<br />
requiriesen y para la ejecución de trabajos públicos.33<br />
A la fundación de Santa Fe siguieron las otras dos<br />
acordadas al tiempo, las de las ciudades de Vélez y Tunja.<br />
Vélez pudo haber sido fundada tan temprano como abril<br />
de 1539 por Martín Galeano, quien al notar que el sitio originalmente<br />
escogido no era el adecuado, en septiembre<br />
del mismo año la movió al que actualmente ocupa. Su jurisdicción<br />
era muy amplia, pues cubría tierras no sólo<br />
muiscas sino también guane, muzo, carare, opón y yaregüí.<br />
La fundación de Tunja está mucho mejor documentada<br />
que la de sus dos hermanas, como resultado del celo con<br />
que sus habitantes guardaron los documentos de su creación,<br />
empezando con el acta de su fundación efectuada el<br />
6 de agosto de 1539 por Gonzalo Suárez. Aunque Suárez<br />
seguramente creyó que había escogido el mejor sitio, pues<br />
allí vivía el zaque muisca, desde los primeros años se quejaron<br />
sus vecinos del riguroso clima y de la falta de agua. Los<br />
límites de la ciudad fueron delineados en buena parte siguiendo<br />
las divisiones políticas previamente establecidas<br />
por los indígenas.<br />
A estas tres ciudades siguieron la fundación de Cocuy,<br />
en enero de 154 1 por Gonzalo García Zorro, la de Málaga,<br />
en marzo de 1542 por Jerónimo de Aguayo, la de Tocaima,<br />
el 20 de marzo de 1544 por Hernán Venegas, y la de<br />
Pamplona, en noviembre de 1549 por Pedro de Orsúa. A<br />
éstas, siguieron las fundaciones efectuadas en la siguiente<br />
década, a saber, Ibagué del Valle de las Lanzas, Villeta de<br />
San Miguel, Tudela, León de Yaregüí, Mariquita, San Juan<br />
de los Llanos, Burgos, Victoria, Mérida, y Trinidad de los<br />
Muzos. A pesar de que Cocuy, Málaga, Tudela, León y<br />
33. Véase por e jemplo, Libro de cabildos de la a .. Ja d de Tunja, 1539<br />
1542, volumen 1, Bogotá, 19 41.
Burgos fueron posteriormente abandonadas e Ibagué trasladada<br />
a otro sitio, esas fundaciones constituyeron un grupo<br />
de centros cívicos lo suficientemente amplio como para<br />
permitir a los habitantes del Nuevo Reino residenciarse en<br />
ellos más equilibradamente que en otras colonias españolas,<br />
donde sólo había una o unas pocas ciudades.<br />
Causas de la muerte de los conquistadores<br />
La vida cotidiana en la Conquista | 47<br />
Concentrando la atención en los 600 hombres que salieron<br />
de Santa Marta con el licenciado Jiménez, cuentan las crónicas<br />
y las relaciones que cien de ellos perdieron la vida<br />
entre Santa Marta y Sompallón, otros cien desde allí a La<br />
Tora, doscientos más mientras en este sitio descansaban, y<br />
finalmente otros veinte más al llegar a las cumbres de las<br />
sierras del Opón, donde empezaban las tierras muiscas. De<br />
acuerdo con esos escritos, las principales causas de dichas<br />
muertes Rieron mucho más las hambres y las enfermedades,<br />
que la conformación geográfica de los terrenos que<br />
atravesaron, el clima, los animales, y los ataques de los indígenas,<br />
implicando que había una cierta interrelación,<br />
aunque no entendida, entre el hambre y la muerte.<br />
Parece que estos escritores percibieron un ciclo en el<br />
que los trabajos debilitaban a las gentes y las predisponían<br />
a las enfermedades y, cuando les faltaba el alimento, morían<br />
mas rápidamente. Las primeras muertes de unos que<br />
ya iban enfermos se sucedieron después de que les faltó el<br />
alimento recorriendo la nación Chimila y, cuando perdidos,<br />
no encontraron qué comer en la zona de Chiriguaná.<br />
Siguieron hasta llegar al oasis indígena que era Tamalameque,<br />
donde los alimentos no sólo eran abundantes sino<br />
delicados, y de allí continuaron por camino llano hasta<br />
Sompallón que también estaba bien provisto. A simple vista<br />
parece inexplicable que la tropa perdiera una sexta parte<br />
de sus efectivos recorriendo tierras llanas y lugares ya co
48 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
nocidos y que ofrecían pocos peligros y dificultades, y en<br />
donde habían sufrido pocas hambres pues las que experimentaron<br />
no duraron mucho.<br />
El siguiente trecho para llegar a La Tora fue mucho<br />
más duro. Hasta el río Lebrija el camino era conocido,<br />
pero la ausencia de aborígenes en esa región se tradujo en<br />
muchas más penalidades para los expedicionarios, quienes<br />
avanzaron abriendo trocha y sin encontrar cultivos indígenas.<br />
En este trayecto murieron otros cien cristianos. A<br />
simple vista esto parece más comprensible que durante el<br />
fácil tramo anterior. Disminuidos en una tercera parte llegaron<br />
al cómodo sitio de Sompallón, donde descansaron<br />
por más de dos meses. Sin embargo, a pesar de que los soldados<br />
no estaban soportando las incomodidades inherentes<br />
a estar avanzando en medio de una selva tropical y de<br />
tener comida más o menos a la mano, continuaron muriendo.<br />
Tantos se perdieron en La Tora -idoscientos!-<br />
como en todo el trayecto de Santa Marta a ella. Entonces,<br />
si las muertes se sucedían cuando los soldados estaban haciendo<br />
tanto caminos fáciles como difíciles, o incluso ninguno,<br />
hay que descartar cualquier influencia sobre las<br />
enfermedades y las muertes derivada de los trabajos inherentes<br />
al estar viajando. La gente moría igualmente haciendo<br />
puentes, abriendo trochas, atravesando ríos y<br />
vadeando ciénagas, mientras las lluvias les acortaban el<br />
sueño, que descansando en un lugar permanente protegidos<br />
de los elementos.<br />
No es viable pensar en una rara enfermedad que igual<br />
atacaba a hombres en ejercicio o en reposo, pero no al general<br />
de la expedición ni a su hermano, ni tampoco a los<br />
tres oficiales reales, ni a los dos sacerdotes, ni a siete de los<br />
ocho capitanes, ni a la gran mayoría de los soldados de a<br />
caballo, a no ser que se considere otro aspecto: el alimento.<br />
Ya se señalaron algunos indicios que permiten pensar
,
5 0 | JOSÉ IGNACIO AVE LL A N F DA<br />
tanto a los de Federmán o Belalcázar, quienes ya llevaban<br />
un tiempo en ellas. Esa falta de experiencia, o la terquedad,<br />
les resultó fatal, por no dar crédito a la posible cura: el conocimiento<br />
del indio que sabía alimentarse bien.<br />
Características de los conquistadores<br />
La definición de las características de los conquistadores<br />
del Nuevo Reino está basado en el estudio de 658 sobrevivientes<br />
de las seis expediciones que crearon e iniciaron su<br />
colonización.35 Además de las tres ya mencionadas, dirigidas<br />
por Jiménez, Federmán, y Belalcázar, se registraron las<br />
de Jerónimo Lebrón, Lope Montalvo de Lugo y Alonso<br />
Luis de Lugo. Lebrón subió al Reino a encabezar su gobierno<br />
formado bajo la jurisdicción de Santa Marta, pero<br />
tuvo que regresar cuando no fue admitido en esa dignidad,<br />
dejando a casi todos sus hombres. Desilusionado con su<br />
situación en Venezuela, donde era el segundo del gobernador,<br />
Lope Montalvo de Lugo se dirigió al Reino, a donde<br />
llegó en mayo de 154 1. Dividida en dos grupos, entre 1542<br />
y 1543, la expedición llegó al Reino con los acompañantes<br />
de Alonso Luis de Lugo, quien iba a hacerse cargo de su<br />
gobierno. Para visualizar esto mejor mírese el cuadro 1,<br />
donde se puede observar el número de los conquistadores<br />
que salieron, llegaron y el número de los sobrevivientes<br />
identificados. En el grupo de Jiménez se incluye a los que<br />
viajaron en los bergantines, a pesar de que unos cien regresaron<br />
a Santa Marta. De los doscientos originales de Bela-<br />
35. El análisis completo se encuentra en Avellaneda, “The Conquerors,”<br />
tesis de doctorado. University o f Florida. (1990). Con algunas<br />
modificaciones en los números de los conquistadores activos, este mismo<br />
análisis está siendo publicado en José Ignacio Avellaneda, The<br />
Conquerors o f the New Kingdom o f Granada (Albuquerque: University of<br />
New Mexico Press, 1994), que será publicado en español con el título<br />
Los conquistadores del Nuevo Reino de Granada.
L a vida cotidiana en la Conquista | 5 t<br />
cazar, unos cincuenta se quedaron en el camino fundando<br />
a Timaná y solo ciento cincuenta continuaron al Nuevo<br />
Reino. También se incluye un grupo adicional de cuarenta<br />
y cuatro sobrevivientes identificados, de quienes no se conoce<br />
a cuál de las expediciones pertenecían.<br />
E X P E D IC IÓ N S A L IE R O N L L E G A R O N ID E N T IF IC A D O S<br />
Jiménez 800 J73 I73<br />
Federmán 300 160 116<br />
Belalcázar I5° T5° 64<br />
Lebrón 300 200 124<br />
Montalvo 80 80 34<br />
Luis de L. 300 170 103<br />
Desconocida 44<br />
Total *93° 933 658<br />
Cuadro 1. Núm ero de conquistadores que Rieron al N uevo R eino,<br />
cuaántos llegaron, y cuántos lian sido identificados.<br />
Se hace énfasis en que este cuadro sólo incluye a los<br />
hombres conquistadores y excluye a las mujeres, mulatos,<br />
mestizos, indios y esclavos que han sido identificados<br />
como sobrevivientes de estas mismas expediciones y que<br />
serán tratados más adelante. La definición de estos conquistadores<br />
se ha hecho examinando dos características<br />
generales: aquellas definidas al nacer, tales como lugar y<br />
fecha de nacimiento, raza y género, y aquellas adquiridas<br />
después, tales como educación, religión, previa experiencia,<br />
y la clase social a que pertenecían al momento de llegar<br />
al Nuevo Reino.
52 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
El 91% de los sobrevivientes eran españoles, pero<br />
figuran once portugueses, cuatro franceses, tres alemanes,<br />
dos italianos y dos flamencos. El 27% del total eran andaluces,<br />
otro 27% eran castellanos, el 13% extremeños, el<br />
10% leoneses y el resto lo formaban los nacidos en las<br />
otras provincias de España.<br />
El año de nacimiento resulta más significativo ya que<br />
sirve para calcular la edad que tenían los conquistadores a<br />
su llegada. El más joven de ellos tenía 16 años y el más viejo<br />
62. El 13% tenía entre 16 y 20 años y el 15% estaba entre<br />
los 41 y los 62 años de edad. El mayor grupo lo formaban<br />
aquellos entre los 26 y los 30 años (el 29%) y la edad promedio<br />
era 27 años.<br />
Todos los conquistadores pertenecían a la raza blanca,<br />
resultante de las muchas mezclas étnicas que tuvieron<br />
lugar principalmente en la península ibérica desde la expansión<br />
griega hasta la Reconquista, con una excepción:<br />
Pedro de Lerma. Este compañero de Lebrón fue el único<br />
conquistador negro libre que tomó parte en las expediciones<br />
aquí tratadas.<br />
Muchas más mujeres de las hasta ahora conocidas,<br />
acompañaron a los conquistadores, pues de ellas se han<br />
identificado 18. Con Belalcázar vinieron la mexicana Beatriz<br />
de Bejarano (seguramente llevada por Pedro de Alvarado<br />
desde Centroamérica al Perú), la mestiza Mencia de<br />
Collantes, más las peruanas Francisca Inga -india noblela<br />
famosa Beatriz o Yunbo (“señora de juegos”) y Catalina.<br />
Las primeras tres mujeres españolas y una esclava negra<br />
llegaron con Lebrón: la recién nacida María de Céspedes<br />
con su madre Isabel Romera, más Catalina de Quintanilla,<br />
y la esclava Isabel. Las siguientes españolas llegaron con<br />
Luis de Lugo y fueron Mari Díaz, Leonor Gómez, Ana<br />
Domínguez, la mulata Juana García, las hermanas Ana,
La vida cotidiana en ¡a Conquista | 53<br />
Isabel y Juana Ramírez, más Eloísa Gutiérrez. No se sabe si<br />
Catalina López vino con Lebrón o con Lugo.<br />
De los mestizos ya se han mencionado las mujeres,<br />
pero faltan los hombres, aunque de uno de ellos ya se ha<br />
hablado: Francisco de Belalcázar, hijo del general Sebastián.<br />
El otro fue Lucas Bejarano, niño recién nacido del<br />
primer matrimonio cristiano celebrado en el Nuevo Reino,<br />
el de Beatriz de México con Lucas Bejarano, compañero<br />
de Belalcázar.<br />
Muy pocos de los millares de indígenas que trajeron las<br />
expediciones han sido identificados. Además de las mujeres<br />
indígenas ya mencionadas, también vinieron con<br />
Belalcázar los peruanos Antón Coro y el noble Pedro Inga,<br />
y con Lebrón vinieron voluntariamente los distinguidos<br />
caciques Meló y Malebú, quienes volvieron a su lugar de<br />
origen.<br />
Igualmente significativo es el número de esclavos negros<br />
que sobrevivieron y que han sido identificados: con<br />
Lebrón llegaron siete en total, seis varones y la ya mencionada<br />
esclava Isabel; y con Luis de Lugo 17, todos hombres,<br />
incluyendo a Mangalonga de Etiopía y a Gasparillo.<br />
Con seguridad éstos no son todos, pues hay evidencia de<br />
que por lo menos Jiménez venía acompañado de un esclavo,<br />
y Belalcázar de una esclava, y que había varios de ellos<br />
viviendo en el Nuevo Reino entre 1540 y 1543 y que tuvieron<br />
que llegar allí con estas expediciones. Además, se conoce<br />
la existencia de un esclavo morisco que murió en<br />
1539, mientras su amo Gonzalo García Zorro buscaba la<br />
Casa del Sol y quien seguramente le acompañó si no desde<br />
España, por lo menos desde Santa Marta.<br />
Es muy fácil juzgar el grado de educación de personas<br />
como Jiménez y Federmán, que escribieron libros sobre<br />
sus conquistas; o el de personas que dejaron crónicas sobre<br />
su participación en ellas; o de los escribanos, oficiales rea
5 4 I JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
les, tenedores de bienes de difuntos y clérigos que tenían<br />
necesidad de leer y escribir para hacer sus oficios. De los<br />
otros queda el testimonio de las cartas que escribieron,<br />
pero más comúnmente, de si pudieron o no estampar su<br />
firma en algún documento que la requería. Aquellos que<br />
podían firmar se consideran potencialmente literatos y<br />
aquellos que no lo pudieron hacer o “estamparon su señal”,<br />
como analfabetas. De un detallado análisis que tiene<br />
en cuenta esos factores, se concluye que hasta un 79% de<br />
los conquistadores del Nuevo Reino podía estar en condiciones<br />
de saber leer y escribir, y por consiguiente, de tener<br />
un grado de educación relativamente alto en las condiciones<br />
del siglo xvi. Esta característica sugiere una vez más<br />
que los conquistadores no pertenecían a la clase menos favorecida<br />
de la sociedad española.<br />
Durante una época en que España, por medio del Patronato<br />
negociado con los papas, había asumido la defensa<br />
de la influyente Iglesia Católica, y después de que los moros<br />
y judíos habían sido expulsados de España para mantener<br />
en ella una homogeneidad religiosa, no se podía<br />
esperar sino que todos los conquistadores fueran católicos,<br />
aunque aún hoy están por resolverse algunas dudas. Todavía<br />
se sospecha que el mismísimo licenciado Jiménez provenía<br />
de una familia de conversos. Federmán, reputado<br />
como católico, Ríe acompañado por dos flamencos y dos<br />
alemanes, estos últimos provenientes de donde recientemente<br />
se había iniciado la Reforma protestante. Alguno de<br />
éstos podría ser “luterano”, como los llamaban entonces,<br />
porque de otra forma no se explica para qué, en 1535, la<br />
corona española expidió una cédula prohibiendo a los alemanes<br />
ir a Venezuela sin un permiso especial.-16 Queda por<br />
36. Juan Friede, Gonzalo Jiménez, págs. 17-20; Enrique Otte, Ce-
I .a vida cotidiana en Ja Conquista | 55<br />
ver si el esclavo morisco que acompañó a García Zorro, en<br />
su intimidad veneraba más a Malioma que a Cristo.<br />
Teniendo en cuenta el énfasis de todos los cronistas en<br />
la importancia de ser baquiano para el conquistador, o sea,<br />
experimentado en las cosas de Indias, aquí se considerará<br />
en primer lugar los años de experiencia en la América que<br />
estos hombres tenían al llegar al Nuevo Reino. Como es de<br />
esperar, los menos expertos deberían ser los compañeros<br />
de Jiménez y Luis de Lugo, pues poco después de llegar de<br />
España siguieron hacia el Reino, llegando a éste sólo con<br />
la experiencia obtenida durante el camino. Los más experimentados,<br />
los de Belalcázar, Federmán y Montalvo,<br />
quienes ya llevaban un tiempo en Indias antes de llegar al<br />
Reino. En resumen, se tiene que el 32% del total no tenía<br />
más experiencia que la obtenida en el camino (aproximadamente<br />
un año), el 31% la tenía de cinco a nueve años, el<br />
20% de dos a cuatro años y el 17% de 10 años o más.<br />
El análisis de la clase social se limitará a determinar si<br />
estos hombres pertenecían al común de las gentes -los<br />
plebeyos- o si eran miembros del primer escalón de la nobleza<br />
española, los hidalgos. La conquista de América fue<br />
una empresa relativamente popular en la que no tuvo participación<br />
activa la alta nobleza (salvo unos pocos altos<br />
gobernantes de México y Perú). Los grandes riesgos del<br />
viaje y las incomodidades encontradas al otro lado del<br />
océano, evitaron que los hombres ricos y los altos nobles<br />
abandonaran la comodidad de sus hogares para estar de<br />
cuerpo presente en las conquistas.<br />
Pertenecer a la nobleza tenía ciertas ventajas económicas<br />
además del prestigio que conllevaba. Por esa razón,<br />
muchos conquistadores del Nuevo Reino reclamaron ser<br />
didario de la prm inaa de Venezuela, tS29 ' 53S' Curacas, 19H2, págs.<br />
2 53 54-
56 | JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA<br />
hidalgos, y, como se sabe que sólo diez pudieron demostrarlo<br />
con la correspondiente ejecutoria, los otros reclamaron<br />
ser hidalgos notorios, en otras palabras que si se<br />
comportaban como hidalgos era porque lo eran, sin necesidad<br />
de tener que demostrarlo con documentos como se<br />
requería en España. Con esta salvedad, se sabe de 73 conquistadores<br />
(el 11% ) que manifestaron ser hidalgos: 27<br />
eran compañeros de Jiménez, 15 de Federmán, 8 de Lebrón,<br />
2 de Montalvo y 13 de Luis de Lugo. El resto de los<br />
658 conquistadores identificados eran entonces plebeyos o<br />
pecheros, como también se les llamaba, porque pagaban<br />
un cierto impuesto municipal llamado pecho. Esta mentalidad<br />
hidalguesca, que entre otras cosas consideraba denigrantes<br />
los trabajos manuales, hasta mediados del siglo<br />
x v i i t iba a ser parte integral de la ética laboral de alguna<br />
gente. Sin importar el número de hidalgos o pecheros, la<br />
conquista del Nuevo Reino ofreció a quienes tomaron parte<br />
en ella y que luego se convirtieron en sus colonizadores,<br />
grandes oportunidades para mejorar sus condiciones económicas<br />
y sociales, que a la vez les permitieron ser políticamente<br />
influyentes. Lamentablemente, esa mejoría se<br />
basó inicialmente en el oro y las esmeraldas arrebatados a<br />
los muiscas y vecinos, y subsecuentemente en el trabajo y<br />
en el tributo que arbitrariamente impusieron al sufrido indígena<br />
y que en algunas partes duró hasta cuando se<br />
ganó la independencia de España. Ése ftie el precio que<br />
pagó el indígena por el beneficio de conocer la civilización<br />
europea.
S E G U N D A<br />
PA RTE<br />
L a C o lo n ia
La vida cotidiana en las<br />
minas coloniales<br />
PARI O<br />
r o d r í g u e z ’<br />
JAIME HUMBERTO<br />
b o r j a ”<br />
/■;/ blanco vive en su casa<br />
tie madera con balcón.<br />
F l negro, en rancho de paja,<br />
en un solo paredón.<br />
Cuando vuelvo de la mina<br />
cansado del cairetón,<br />
encuentro a mi negra triste,<br />
abandonada de Dios<br />
V a mis negritos con hambre.<br />
Por qué esto, pregunto yo.<br />
“A la mina". Poema anónimo del<br />
Siglo Xt 'II<br />
Las tnittas<br />
La inmensa riqueza aurífera de la Nueva Granada, depositada<br />
en montañas, en vetas y en el lecho de los ríos, se convirtió<br />
desde los primeros años de la Conquista en el<br />
principal interés de los españoles. Para los hombres del si-<br />
' Pablo Rodríguez (1955) Historiador. Profesor del Departamento<br />
de Historia de la Universidad Nacional. Ha publicado Cabildo y vida<br />
urbana en el Medellin colonial, r ó jf-ijja , Universidad de Antioquia, M e<br />
dellin. 1992. Seducción, amancebamiento y abandono en la Colonia, Simón<br />
y Ixila (¡iiberek. Santafc de Hogotá, 1991. Ha coordinado la elaboración<br />
de la Las mujeres en /a historia de Colombia, Editorial Norma. 1995.<br />
F,n distintas revistas v libros colectivos ha publicado ensayos sobre la<br />
historia de la familia y de la sociedad coloniales.<br />
“ Jaim e Humberto lio ija (1962) Historiador. Profesor-Investigador
6o | PABI.O RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />
glo xvi el oro era sinónimo de riqueza sin fin, por su obtención<br />
no importaba padecer sacrificios ni penalidades. El<br />
oro tenía la virtud de encantar, de ensoñar. En su desesperada<br />
búsqueda, los aventureros veían ciudades rutilantes,<br />
“dorados” y lagunas encantadas. Su extraño e inequívoco<br />
poder llevó a que muchos españoles dejaran sus armaduras<br />
y se adentraran en su búsqueda en inhóspitas regiones<br />
acompañados de cuadrillas de indígenas o esclavos. Durante<br />
los tres siglos de vida colonial, las más variadas y<br />
distantes regiones neogranadinas vieron florecer rancherías<br />
de hombres enloquecidos por el oro, aunque en pocas<br />
ocasiones alcanzaron a convertirse en ciudades.<br />
En Antioquia, por ejemplo, a fines del siglo xvi, el descubrimiento<br />
de los ricos sedimentos del río Nechí provocó<br />
el rápido desplazamiento de casi todos los mineros que se<br />
encontraban en Buriticá. En muy pocos años fundaron<br />
Cáceres, Zaragoza y Guamocó. El rescate fue tan intenso,<br />
que hacia 1640 se empezó a manifestar el desencanto.<br />
Guamocó, que llegó a ser considerada la “Villa de Oro”,<br />
Ríe totalmente abandonada y hoy sólo sobreviven sus minas<br />
en medio de la selva. Cáceres y Zaragoza se sumieron<br />
en una profunda depresión y pobreza, de las cuales aún no<br />
han salido.<br />
El oro de la Nueva Granada se encontraba principalmente<br />
en los aluviones de los ríos y quebradas. Las vetas,<br />
que fueron fuentes significativas de la riqueza mineral, debían<br />
contar para su explotación con la cercanía de un río<br />
que se pudiera canalizar. Los Reales de Minas, nombre<br />
con el que se conocían en la época los lugares de excavación<br />
y laboreo, eran rancherías o conjuntos de ranchos que<br />
de la Universidad Javeriana. Coordinador del Seminario de Mentalidades.<br />
Ha publicado diversos artículos de investigación sobre historia de<br />
la cultura en libros colectivos y revistas.
La vida cotidiana en las minas coloniales | 61<br />
se levantaban cerca a los ríos y servían de vivienda a la<br />
gente. Según su importancia y la cantidad de gente que<br />
concentraban, poseían una capilla con campana. En los<br />
ranchos vivía la “gente”, sin separación de sexos ni de familias.<br />
Un rancho era dedicado a la cocina, otro para las<br />
herramientas y la herrería, otro para guardar la sal y los alimentos<br />
y, en no pocos casos, un cepo para los esclavos remisos.<br />
Que se sepa, muy pocas minas tuvieron rancho para<br />
los enfermos. En construcciones separadas vivían el capataz<br />
y los lugartenientes. El amo, que casi nunca visitaba estas<br />
posesiones, se alojaba en estas casas.<br />
Los asentamientos mineros con sus ranchos, capilla y<br />
despensa, prefiguraban la vida urbana en lugares selváticos<br />
y húmedos. La ranchería, como también se conocía, poseía<br />
en lugar cercano sembradíos de maíz y yuca. Normalmente,<br />
eran puntos diseminados a lo largo de un río o en<br />
torno a una área rica en mineral. Sin embargo, la abundancia<br />
de minerales y el interés que lograban concitar en todo<br />
el Reino, hizo que muchos asentamientos surgieran como<br />
ciudades desde sus inicios. De Zaragoza y de Cáceres se<br />
decía que, en sus propias calles, se encontraba oro. Remedios,<br />
Marmato y Caloto, aunque inmediatas a los sitios de<br />
laboreo, fueron fundadas a cierta distancia entre sí en<br />
busca de terrenos más propicios. En estas ciudades las<br />
edificaciones en adobe y teja eran más consistentes; estaban<br />
alineadas en calles que concluían en una plaza adornada<br />
con Iglesia, casa de Cabildo y Caja Real. En estas<br />
fundaciones el Estado español se interesó por hacer presencia,<br />
especialmente con una oficina y un Contador para<br />
recibir el pago del quinto real y perseguir el contrabando<br />
de oro.<br />
Desde el punto de vista administrativo, las regiones en<br />
las que estaban situados grupos de Reales de Minas eran<br />
denominadas Distritos Mineros. En la Nueva Granada sur-
02 | PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />
gieron, durante los tres siglos de vida colonial, distintos<br />
distritos que indican tanto los ejes de la colonización como<br />
las trayectorias de la expansión. En el oriente del país se<br />
situaban los distritos de Pamplona y Vélez, de muy temprana<br />
explotación. En el centro, Mariquita cubría lugares<br />
tan distintos como Victoria, Lajas e Ibagué. Antioquia,<br />
Buriticá, Cáceres, Zaragoza y Remedios, casi constituían<br />
un arco continuo. En el occidente, Arma, Anserma y Cartago<br />
conformaban un eje a lo largo del río Cauca. Más al<br />
sur, Popayán vigilaba los Reales de Mondomo, Chisquío y<br />
Almaguer. Los yacimientos del Chocó tuvieron a Nóvita y<br />
Tadó como los núcleos principales de este inmenso territorio<br />
minero. Y, finalmente, desde Cali se controlaba Dagua,<br />
Raposo, Iscuandé y Barbacoas.<br />
En contraste con la riqueza que proveían las zonas mineras,<br />
la vida material de los Reales de Minas era muy precaria.<br />
En buena medida esto se debía a la dificultad de<br />
acceso de mercancías necesarias para la vida diaria a lugares<br />
tan aislados y de compleja geografía. De otro lado, en<br />
distintos casos la Corona tomó medidas para impedir el<br />
contrabando a estas regiones. En el caso del Chocó, hubo<br />
disposiciones que regulaban el comercio de ropa y oro por<br />
los ríos San Juan y Atrato. Las prohibiciones recayeron<br />
también sobre la introducción de “aguardiente y vino de<br />
Perú, nasca, sal, fierro, aceite y dulces”, por lo que decían<br />
“casi siempre se vive con escasez en la Provincia del Chocó:<br />
todo cuesta sobre caro a los mineros y consiguientemente<br />
no es fácil que logren adelantamiento las minas sino<br />
notorio atraso (...) pues apenas hay minero alguno que no<br />
viva empeñado de deudas, trampeando para conservarse y<br />
mantenerse...” 1. El Chocó dependía para su abastecimieni.<br />
Moreno y Fscandón, Francisco Antonio, “listado del Virreinato<br />
de Santa Fe. Nuevo Reino de (¡ranada, 17 7 2 ”, Bogotá, en Boletín de<br />
Historia y Antigüedades, vol. 23, N ° 264-265, sept-oct 1936, pág. 568.
La vida cotidiana en las minas coloniales \ 63<br />
to, de los pocos barcos que venían con autorización desde<br />
Guayaquil con las mercaderías permitidas, tales como esclavos,<br />
herramientas, lienzos para vestir a los esclavos y<br />
manufacturas. Antioquia, por su parte, dependía de Honda<br />
sobre el río Magdalena, lugar al que era heroico llegar por<br />
el Nare. Esto hacía que artículos como el hierro y el acero,<br />
indispensables para la fabricación de las herramientas, alcanzaran<br />
precios notablemente altos.<br />
La gente de las minas<br />
Nadie discute que la actividad económica más atractiva y<br />
extendida durante la Colonia fiie la minería. Los encomenderos<br />
de los siglos xvi y xvii no dudaron en emplear a los<br />
indígenas, legal o ilegalmente, en el rescate de minerales.<br />
Luego, con el exterminio de los naturales, aparecieron los<br />
señores de cuadrilla, empresarios que invirtieron sus capitales<br />
en la importación de numerosos esclavos. De esta<br />
manera, la minería neogranadina empezó a ser, desde la<br />
penúltima década del siglo xvi, una labor realizada básicamente<br />
por esclavos africanos.<br />
Un establecimiento minero era conformado por un capataz<br />
o administrador de minas, una cuadrilla de esclavos<br />
de distinto tamaño y un capitán de cuadrilla. Un religioso<br />
hacía presencia esporádica en los campamentos, ofrecía<br />
misa e impartía los sacramentos. También arribaban a estos<br />
apartados lugares comerciantes de víveres, lienzos y<br />
hierro. Un contacto más cotidiano e importante para las<br />
rancherías, era el que establecían los indígenas; conocedores<br />
de la región, ágiles canoeros y buenos cultivadores, los<br />
indígenas del Chocó y del Cauca fueron indispensables<br />
para el mantenimiento de muchos asentamientos mineros;<br />
además de hacer de transportadores por la maraña de ríos<br />
de las regiones mineras, eran quienes las abastecían de<br />
maíz.
6 4 | PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />
El capataz o administrador era un blanco pobre o un<br />
mulato que conocía las técnicas mineras. Normalmente,<br />
eran hombres que dedicaban su vida a este oficio, adquirían<br />
experiencia, sabían identificar los lugares donde se encontraban<br />
las vetas o los lavaderos ricos en oro y poseían<br />
la fuerza para mandar a la gente de la cuadrilla. Con frecuencia,<br />
los administradores de ranchos pequeños, de menos<br />
de veinte esclavos, eran sus mismos propietarios. Se<br />
trataba de blancos de condición modesta que apostaban a<br />
la suerte de estas empresas y cuya historia parecería enseñar<br />
más penalidades que triunfos. Por el contrario, los<br />
capataces de las grandes rancherías eran, casi siempre, familiares<br />
lejanos o deudos de los “señores” de cuadrilla. Los<br />
propietarios de estas empresas eran individuos que residían<br />
en las ciudades importantes del Reino, participaban<br />
en otras actividades económicas rentables y recibían los<br />
reconocimientos propios de las elites locales. En sus administradores<br />
depositaban una absoluta confianza, aunque se<br />
cuidaban de que llevaran libros de contabilidad, comunicaran<br />
con periodicidad los pormenores de la mina e hicieran<br />
llegar con prontitud las ganancias del laboreo.<br />
De los capitanes de cuadrilla sabemos, por el historiador<br />
Robert West, que eran negros que iban a la cabeza de<br />
cada grupo de esclavos. Sus obligaciones incluían el mantenimiento<br />
de la disciplina, la distribución de los alimentos<br />
y la recolección del producto semanal de oro para entregarlo<br />
al administrador. El capitán de cuadrilla era sumamente<br />
importante para el amo, y tenía en cierto modo el<br />
carácter de jefe, por lo que gozaba de respeto. Su estima<br />
puede ser advertida en el hecho de que recibía raciones<br />
especiales de alimento, vivía en bohío aparte, con el posible<br />
propósito de inducirlo a mantener a la gente trabajando.<br />
Algunos documentos señalan que en el Cauca ciertos<br />
capitanes llegaban a recibir jamones y quesos de parte de
La vida cotidiana en las minas coloniales<br />
Plano de salinas de C h ita. Ign acio C ayced o .<br />
D ibujo a tinta 1 806.<br />
A rch ivo G en era l de la N ación . M ap o te ca 4 N ° 13 0 a .<br />
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D ibujo a tinta 1764.<br />
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M a p a de la ribera derecha del río<br />
Q u in am ayó hasta C alo to .<br />
17 6 2 .<br />
A rch ivo G en era l de la N ación.<br />
M ap o teca 4 N ° 3 7 2 a .
La vida cotidiana en ¡as minas coloniales | 65<br />
los administradores de las minas. En algunos casos, una<br />
especie de capitana era la encargada de las mujeres.2<br />
En las cuadrillas también llegó a conocerse una cierta<br />
especialización de oficios; los esclavos que adquirían un<br />
conocimiento en el arte de la herrería, recibían un tratamiento<br />
preferential. Su trabajo era imprescindible para<br />
mantener bien conservadas las barras, almocafres y demás<br />
herramientas. Otros conocimientos especialmente valorados<br />
por los amos, eran los de los carpinteros, las parteras<br />
y los curanderos de picaduras de víboras.<br />
Las cuadrillas mineras llegaron a estar conformadas<br />
hasta por varios cientos de esclavos, aunque lo normal era<br />
que el tamaño de una cuadrilla oscilara entre los 50 y los<br />
200 esclavos. A toda esta gente los propietarios la distinguían<br />
simplemente como la gente “útil" y la “chusma".<br />
Con estas expresiones denominaban a los “útiles” los que,<br />
por un lado laboraban y la “chusma”, los que siendo niños,<br />
enfermos o ancianos, no lo hacían. Una cuadrilla era más<br />
que un grupo de trabajadores. Las peculiaridades de la<br />
economía y del mismo comercio de esclavos hacía que la<br />
preponderancia de los varones en estos grupos fuera un<br />
hecho frecuente. Sin embargo, pronto los esclavistas comprendieron<br />
que la ausencia de mujeres era poco conveniente<br />
para la conservación de las cuadrillas y la<br />
estabilidad emocional de los esclavos.<br />
En las minas del Chocó, las mujeres, los ancianos y los<br />
niños, no sólo llegaron a constituir un grupo numeroso,<br />
sino que resultó ser indispensable para su funcionamiento.<br />
Las mujeres jóvenes, con el agua a las rodillas, también<br />
limpiaban las areniscas de los ríos durante largas jornadas.<br />
La minería de aluvión encontró en las mujeres su principal<br />
2. West. Robert. L
6 6 I PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />
fuerza de trabajo: mientras los hombres construían canalones<br />
y realizaban cortes con barras en la tierra, numerosas<br />
esclavas se dedicaban a lavar los granitos de barro y metal.<br />
Las ancianas, por su lado, cocían los alimentos y asistían a<br />
los enfermos. Los ancianos y los niños cumplían una tarea<br />
central en toda ranchería: cultivaban eras de yuca y plátano.<br />
Fam iliasfragmentadas<br />
Los esclavos que llegaron a las minas colombianas no<br />
constituían un grupo cultural ni demográfico. Procedían<br />
de muy diversos pueblos africanos, hablaban distintas lenguas<br />
y, aunque se los contaba por familias al descender de<br />
los galeones en Cartagena de Indias, pronto perdían sus<br />
parentescos. El comercio de esclavos en los puertos y en<br />
las ciudades del interior, terminó de dislocar los escasos<br />
vínculos familiares que hubieran sobrevivido al cautiverio<br />
interoceánico. Sus apellidos Guinea, Fon, Arará, Luango o<br />
Babará, simplemente nos sugieren su lejano territorio aborigen<br />
perdido, y aun más perdido cuando rápidamente<br />
eran denominados “bozal”, es decir, africano a secas.<br />
Los primeros establecimientos de las regiones mineras<br />
eran adelantados por pequeños grupos de hombres. Las<br />
épocas de cateo y búsqueda de los yacimientos podían tardar<br />
meses. Sólo cuando los mineros tenían certeza de sus<br />
hallazgos y obtenían la adjudicación de los lavaderos, comenzaba<br />
el desplazamiento de sus cuadrillas de esclavos.<br />
En sus inicios en las rancherías la presencia de mujeres era<br />
escasa. Una vez superados los días de incertidumbre, la relación<br />
entre los sexos se equilibraba.<br />
No obstante, en los asentamientos mineros poca atención<br />
se prestó a la unidad familiar esclava. Los esclavos<br />
dormían en un mismo rancho sin distinción de parentesco,<br />
sexo ni edad. Los clérigos, que se quejaron de esta sitúa-
La vida cotidiana en í'as minas coloniales \ 67<br />
ción, la denunciaron como propicia para la promiscuidad<br />
y las enfermedades. De otro lado, el rigor del trabajo minero,<br />
el trato inhumano a que estaba sometido el esclavo, su<br />
precaria alimentación y la facilidad con que los debilitaban<br />
distintas enfermedades, bacía que la muerte en los ranchos<br />
mineros fiiera un hecho cotidiano. Las familias esclavas<br />
perdían sus miembros -especialmente impúberes- con tal<br />
rapidez, que hace dudar sobre su ánimo reproductivo.<br />
Las regiones mineras neogranadinas no desconocieron<br />
el azote de epidemias de viruela y sarampión. Bajo ellas<br />
sucumbieron numerosos esclavos de la provincia de Popayán.<br />
Sin embargo, el estudio detallado de las descripciones<br />
del cuerpo de los esclavos en el momento de su venta, lia<br />
permitido conocer las enfermedades que más los afectaban<br />
y sus posibles causas.1 Las afecciones más comunes eran<br />
las malformaciones óseas, las hernias discales, la pérdida<br />
de las extremidades, las enfermedades pulmonares y de la<br />
piel. Las venéreas o mal “gálico”, eran corrientes. Las fiebres,<br />
más temidas, se aceptaban con resignación. En un<br />
caso, el capataz simplemente recomendó: “pónganle un<br />
negro racional que sepa ayudarlo a bien morir y que la<br />
gente en el real se junte en la enfermería a encomendar a<br />
Dios al agonizante”.<br />
Las cuadrillas eran divididas por sus propietarios sin<br />
tener en cuenta la existencia de núcleos y relaciones familiares.<br />
Pocos esclavistas de las regiones mineras comprendieron<br />
que el favorecimiento de la unión familiar esclava<br />
podía mejorar el rendimiento de los mismos, reducir su rebeldía<br />
y disuadirlos de escapar.<br />
3. Colmenares, Cíermán, Poptiyán: una sociedad esclavista, 1680-1800,<br />
Medellin, La Carreta, 1979, pág. 92-96. También. Pablo Rodríguez,<br />
"Aspectos del comercio y la vida de los esclavos. Popayán, 1780-1850",<br />
Boletín de Antropología, vol. 7, N° 23, Medellin, Universidad de<br />
Antioi)uia, 1990.
68 I PABLO RODRIGUEZ / J AI M F. HUMBERTO BORJA<br />
La prédica eclesiástica sobre el matrimonio católico no<br />
tuvo difusión en las rancherías mineras. Los amos mineros<br />
prestaron poco o ningún interés en oficializar las uniones<br />
de hecho que surgían en las cuadrillas. Por los inventarios<br />
de los esclavos de estas propiedades se sabe que el madresolterismo<br />
era frecuente. Tampoco era desconocido el hecho<br />
de que una esclava fuera madre de niños de distintos<br />
esclavos. En este contexto, el rol de esposo o padre debió<br />
de estar completamente ausente.<br />
La movilidad de las labores de la minería y las peculiaridades<br />
del régimen esclavista, tendieron a situar a la mujer<br />
negra esclava en el centro de esta subsociedad. Su función<br />
social se constituyó en el eje de la vida en las rancherías.<br />
Este hecho desdibujó las nociones tradicionales de patrilinealidad<br />
y patrilocalidad de la familia católica. El cuidado<br />
de los ranchos, de los niños, de los enfermos y de los<br />
plantíos, convirtió a la mujer en el sujeto más estable de<br />
esta azarosa sociedad. Los reparos sobre el escaso celo de<br />
los hombres hacia sus mujeres, probablemente indique<br />
más que su escasa permanencia en las viviendas.<br />
Otro hecho que contribuyó a la distorsión de las relaciones<br />
familiares en los poblados mineros fue la demanda<br />
sexual de los blancos, amos, capataces y mayordomos. El<br />
amancebamiento de los blancos con las esclavas, aunque<br />
oculto, era demasiado visible. En el Chocó, hacia 1779, el<br />
número de hombres blancos doblaba al de mujeres, y el de<br />
los hombres casados era muy superior al de las casadas.4<br />
En uno de estos casos, en 1784, se denunciaba “el amancebamiento<br />
público y escandaloso en que vive Don Claudio<br />
Martínez con una negra libre llamada Joachina Ynestrossa<br />
y como pecados tan públicos y escandalosos piden pronto<br />
4. Sharp, William F., Slavery on the Safianish Frontier, The Colombian<br />
Chocó, 1680-1810, University o f Oklahoma Press, 1976.
La vida cotidiana en las minas coloniales | 69<br />
remedio para evitarlos inmediatamente y no dar más ofensas<br />
a la magestad divina”.’ Estos hombres tenían sus mujeres<br />
y familias en Popayán, Cali, Buga, Cartago y Medellin.<br />
Hechos circunstanciales, como el descubrimiento de un<br />
contrabando o de un robo por la justicia, hacían públicos<br />
los concubinatos de los amos y sus proles bastardas.6<br />
Es claro que buena parte de la poca fuerza que tuvo el<br />
matrimonio católico y la familia monogámica en las regiones<br />
mineras, principalmente del Pacífico, se debió a la casi<br />
ausencia de la Iglesia. En 1720, un gobernador manifestaba<br />
que en Quibdó no había ni un clérigo. En todo el Chocó,<br />
en 1782, sólo había 18. Si se consideran la preocupación<br />
prioritaria del clero por salvar el alma de los indígenas, y<br />
las muy difíciles condiciones para desplazarse en este territorio,<br />
es fácil entender el escaso servicio que la Iglesia le<br />
prestaba los esclavos -sin olvidar que distintas Ordenes y<br />
clérigos se dedicaron a explotar minas en la región con el<br />
trabajo esclavo-. De otro lado, la lejanía de los centros de<br />
administración de justicia, la riqueza de estas regiones y la<br />
precaria presencia de la Iglesia, generaban otras situaciones<br />
conflictivas. Según decía del Chocó el visitador Moreno<br />
y Escandón, “estas regiones atraen a muchas gentes sin<br />
ocupación ni destino, vagantes y muy nocivas a la sociedad<br />
pública, como dispuestas a todo género de vicios, fomentando<br />
juegos, riñas y embriagueces”.7<br />
Como es de suponer, los blancos no eran ajenos a estas<br />
contravenciones. Para ilustrarlo véanse las declaraciones<br />
en torno a un proceso en el que se vio envuelto un propie<br />
5. A.Cí.N. Sccción Colonia. Juicios Criminales, t. ior, fol. 251.<br />
6. Sharp. \V. K. op. cit., pág. 138. También Romero, Mario Diego.<br />
“Procesos de pohhuniento y organización social en la costa pacífica<br />
colombiana", Hogotá. Anuario de Historia Soria! y de la Cultura, págs.<br />
18-19, I99I -<br />
7. Moreno y l'.scandón, np. cit., pág. 600
JO I PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />
tario de cuadrillas de Quibdó, don Joseph de los Santos. A<br />
sus acusadores les preguntaba: “digan si me han conosido<br />
bibir escandalosamente con mugeres o en concurso de<br />
heyas o si e dado escandalo o en otra forma alguna o si me<br />
han visto en los burdeles que aqui se acostumbran o en<br />
juegos o en banquetes que aqui se han usado”.8 Por su parte,<br />
los corregidores y los alcaldes de Remedios llamaban<br />
con frecuencia para que los amos, a pesar de sus vicios,<br />
controlaran “el escándalo que en este sitio ocasionan los<br />
negros, con juegos prohibidos y que Vuestras Mercedes<br />
son de los que concurren a ellos tolerando y permitiendo<br />
las perniciosas consecuencias que produce tan detestable<br />
vicio”.9<br />
Estos clamores por la moralidad en las minas no alteraban<br />
los hechos cotidianos y el ritmo ordinario de los<br />
días. Entre los gastos de algunas minas hemos encontrado<br />
que se disponía de un presupuesto para tabaco y aguardiente,<br />
que si no se entregaba como ración a los esclavos,<br />
se vendía en la tienda de la mina.<br />
E l curso de los días<br />
El ritmo de los días en los Reales de Minas estaba marcado<br />
por el trabajo. Apenas despuntaba el alba, “la gente” tomaba<br />
el camino del corte o del río. Casi siempre el sitio de labores<br />
estaba muy cerca a la ranchería. De tal forma, la<br />
jornada, que duraba hasta las cuatro de la tarde, se iniciaba<br />
temprano. Una pausa debía hacerse hacia las once del día<br />
para tomar el almuerzo.<br />
En algunos casos, los amos exigían a los mineros que<br />
antes de ir a los cortes, concentraran a su gente en la capi-<br />
8. A.G.N. Sección Colonia, Fondo Miscelánea t. 4, fol. 1088.<br />
g. A.G.N. Sección Colonia. Juicios Criminales, Remedios, t. 207,<br />
fol. 995V.
La vida cotidiana en las minas coloniales | 71<br />
lia y rezaran el rosario, rezo que debía repetirse antes de ir<br />
a dormir. Es imposible captar con certeza el alcance de estos<br />
consejos. Como vimos antes, los clérigos hacían poca<br />
presencia en los Reales de Minas y es difícil intuir, también,<br />
el espíritu religioso de los capataces. Tampoco conocemos<br />
el monto de la distribución de rosarios y catecismos<br />
en estas regiones.<br />
La alimentación de los esclavos varió en cada lugar. En<br />
algunas minas recibían una ración semanal de dos libras de<br />
carne y cuatro cabezas de plátano; en otras, sólo se les suministraba<br />
libra y media de carne. Sin embargo, en muchas<br />
minas y, sobre todo desde finales del siglo xvm, los propietarios<br />
prefirieron darles un día libre a la semana y facilitarles<br />
tierra y herramientas. Seguramente en las minas<br />
cercanas a regiones agrícolas los esclavos recibieron una<br />
dieta mejor y más estable. En las regiones aisladas y de difícil<br />
acceso, la oferta de carne, sal y otros víveres, era muy<br />
irregular y costosa. Allí los propietarios se vieron forzados<br />
a conceder tiempo libre a los esclavos para que encontraran<br />
su alimentación mediante la pesca, la cacería y los<br />
cultivos. Es claro que este camino fue el que finalmente<br />
condujo a la libertad de los esclavos y a la fundación de los<br />
pueblos negros. Así, en su tránsito, el esclavo dedicado a la<br />
minería se hizo también agricultor, cazador y pescador.<br />
A pesar del recelo por parte de algunos mineros en<br />
aquello de guardar el día domingo, éste parece haber sido<br />
respetado como festividad religiosa. Este día se aprovechaba<br />
para limpiar cascajos y, con suerte, hacerse a unos<br />
tomines; también para completar la dieta semanal cazando<br />
manatíes, guaguas y venados. Del trabajo de los días libres<br />
muchos esclavos llegaron a ahorrar el capital necesario<br />
para su propia manumisión o la de sus familiares.<br />
Conviene indicar, aun a costa de trastocar el orden de<br />
la exposición, que muchos mineros instalaron en los cam-
72 I PABL.O RODRIGUEZ / JAIMF. HUMBERTO BORJA<br />
pamentos tiendas de raya para captar los ahorros de los<br />
esclavos. Aunque hubo ordenanzas que obligaban a ofrecer<br />
los productos a precios razonables, comúnmente fueron<br />
utilizadas para endeudar al esclavo e impedir que se<br />
alejara, así comprara su libertad. Al respecto, unos esclavos<br />
del Chocó declaraban: “es orden cerrada que ningún esclavo<br />
compre en esta ciudad cosa ninguna(...) porque precisamente<br />
han de comprar al amo sus reventas y ropas por el<br />
precio que quiere”.10<br />
Otra tarea femenina era la composición de los sencillos<br />
trajes que vestían. Los amos adquirían de los comerciantes<br />
piezas de tela de algodón para sus esclavos. Los pantalones<br />
cortos de los hombres y los camisones de las mujeres<br />
eran confeccionados en los ranchos. Se sabe, igualmente,<br />
que en regiones más frías, como Remedios y Santa Rosa<br />
de Osos, los esclavos eran provistos con piezas de lana<br />
para componer una ruana que les cubriera el cuerpo.<br />
Los dados, el tabaco y el aguardiente, que eran celosamente<br />
prohibidos en los Reales de Minas, aparecían los<br />
días de fiesta. Los comerciantes que recorrían las rancherías<br />
no sólo las abastecían con sus mercancías, también<br />
portaban estos objetos vedados y a los que ellos eran igualmente<br />
aficionados. En los días sábados y domingos la disciplina<br />
de los capataces se relajaba y se permitían formas<br />
de expresión individual y colectivas más divertidas.<br />
Pero la vida cotidiana de los esclavos de las minas estaba<br />
señada también por el autoritarismo, la sevicia y la violencia<br />
física. En una mina chocoana, en 1798, el capataz<br />
Manuel Fermín tenía la orden de dar doce azotes al que no<br />
sudara en el trabajo. Esta misma sentencia existía para las<br />
mujeres, aun en estado de embarazo. El látigo y el cepo se<br />
10. A.CJ.N. Sección Colonia, Negros y Esclavos del Cauca, 1 . 11, fo!.<br />
771.
L.a vida cotidiana en las tuinas coloniales | 73<br />
convirtieron en castigos usuales en las regiones mineras.<br />
La desobediencia era castigada sin clemencia. La sanción<br />
de faltas menores como el hurto de alimentos o herramientas,<br />
podían dejar paralizado a un esclavo. El espíritu<br />
huidizo y rebelde era tratado ejemplarmente. El temor de<br />
los capataces y su confianza en la falta de justicia creaban<br />
una “bruma" de inhumanidad en estas regiones. Los relatos<br />
que nos ofrecen los archivos de las torturas, los azotes<br />
y los apaleamientos, nos hacen dudar de su racionalidad.<br />
Magia y religión<br />
La vida en las minas era sumamente frágil; no sólo por la<br />
falta de los medios mínimos de subsistencia, sino también<br />
porque el clima era malsano. Los temores se acentuaban<br />
con la frecuente sevicia de los amos, sus duros castigos, el<br />
cepo y hasta la hostilidad de los indígenas. Esto trajo<br />
como resultado un medio mágico propicio para el sentimiento<br />
religioso. Pero persistía la escasa presencia de sacerdotes.<br />
Las ordenanzas de minería de Juan de Borja del<br />
siglo xvi, insistían en su necesidad. Otros administradores,<br />
como Joseph Palacios de la Vega, también observaban que<br />
la evangelization era importante porque desterraba “los<br />
vicios y las supersticiones”. Mediante una recta doctrina,<br />
decía, se lograrían contener “las borracheras y los vicios<br />
que han de seguir estando solos”.11<br />
Los esclavos eran superficialmente cristianizados en<br />
los puertos de embarque en Africa y de arribo en América.<br />
Cuando los trasladaban a las minas tenían una versión<br />
muy simple y popular del cristianismo. Un sacerdote, en el<br />
11. De Borja, Juan, “Ordenanzas de Minería”, Bogotá, en Boletín de<br />
Historia y Antigüedades N ° 146, abril 1920, pág. 72; Palacios de la Vega,<br />
Joseph, Diario de Viaje, 1787-1788. Bogotá, Editorial ABC, 1955, pág.<br />
75-
74 I p a b i.o r o d r íg u e z / j a i m e Hu m b e r t o b o r j a<br />
siglo xviii, contaba que le fue llevada una negra moribunda<br />
y al preguntar quién quería que la confesara, el acompañante<br />
respondió: “paire mío, con cualquiera: si su mercé<br />
no estuviera aquí como paire mío, entonces todos son buenos.<br />
Nosotros como no tenemos paire, cuando estamos<br />
para morir nos confesamos como cristianos con otro de<br />
nosotros”12. Esta circunstancia era propicia para que en el<br />
ambiente de las minas surgiera un cristianismo supersticioso<br />
o alimentado de tradiciones y prácticas populares de<br />
origen africano.<br />
No obstante, el esclavo terminaba aceptando la nueva<br />
religión, ya fuera como velo mimético o como práctica<br />
fundida con otras creencias. La nueva fe, como fachada<br />
exterior, les daba la posibilidad de mezclar los dioses y<br />
practicar los ritos de sus antepasados, como lo prueban las<br />
ceremonias fúnebres del velorio de angelitos y los cantos<br />
religiosos que aún hoy subsisten. La vida cotidiana de las<br />
minas fue regida por un cristianismo mágico que el occidente<br />
cristiano llamó “brujería”.<br />
El baile al son de los tambores, los ritos con símbolos<br />
de la naturaleza, el uso de las yerbas y la repetición de sonidos,<br />
le recordaban a los amos, funcionarios, sacerdotes e<br />
inquisidores, los sabatsy aquelarres europeos. Por eso juzgaron<br />
de brujería a las “juntas” que realizaban los esclavos<br />
clandestinamente. Este temor de los blancos a los poderes<br />
sobrenaturales de los negros, nunca tuvo en cuenta que<br />
muchas veces se trataba de ritos iniciáticos, propios de las<br />
naciones africanas. En éstos se invocaban fuerzas mágicosagradas<br />
portadoras de poderes que otorgaban determinados<br />
beneficios. Para estos trabajadores forzados, el mundo<br />
real tenía su paralelo con otro mundo, abstracto, infinito e<br />
ilimitado, habitado por seres divinos y ancestrales: por<br />
12. Palacios de la Vega, Joseph, np. cit. pág 75.
La vida cotidiana en las minas coloniales | 75<br />
esto la realidad era mágica. Ritos, generalmente cristianizados,<br />
también formaban parte de una extensa red de resistencia<br />
negra esclava contra los amos.<br />
Los españoles, así mismo, entendían que los cultos religiosos<br />
africanos estaban dirigidos al diablo; veían pactos<br />
con el demonio en el uso de yerbas, en los poderes curativos<br />
e invocativos y en los ritos iniciáticos de las religiones<br />
originales de los esclavos. De esta forma, un cristianismo<br />
que servía de fachada y las prácticas mágicas africanas, dieron<br />
como resultado una estrecha convivencia e interpenetración<br />
de los sistemas religiosos, convivencia que daría<br />
verdadero sentido al mestizaje.<br />
Resultado del drama de la existencia cotidiana y de la<br />
escasa evangelización, los esclavos no dudaron en acercarse<br />
a una figura de consuelo y poder: el demonio. Lejos de<br />
contener el férreo maniqueísmo occidental, los esclavos<br />
veían al diablo como un bufón de Dios, una figura de consuelo.<br />
En las regiones mineras, las reiteradas acusaciones<br />
de los amos hacia los esclavos de practicar la brujería y la<br />
hechicería, en un pacto tácito con el demonio, condujo a<br />
que equívocamente apareciera y se extendiera una férrea<br />
demonolatría: el diablo se convirtió en un “aliado” que carecía<br />
de la malignidad cristiana pero que apoyaba la lucha<br />
cotidiana por la sobrevivencia. De esta manera, entre los<br />
esclavos apareció un cristianismo adaptado a sus propias<br />
condiciones y el factor que los inclinó hacia la Iglesia fue la<br />
ocasional defensa que realizaron obispos y sacerdotes contra<br />
el maltrato de los amos y su renuencia a procurar los<br />
domingos y días festivos para el descanso.<br />
Ocio, danzas y cantos<br />
El descanso en los Reales de Minas estaba mediatizado. El<br />
trabajo copaba casi toda la vida. Aun así, existían momentos<br />
de ocio. Una de las formas de ocio y resistencia a la
7 6 I PABLO RODRIGUEZ / JAIME HUMBERTO BORJA<br />
descarnada situación cotidiana del esclavo fueron los cabildos<br />
negros. Las autoridades y los amos permitieron que<br />
los esclavos se reunieran a danzar, a cantar y a hacer música<br />
de acuerdo con sus tradiciones. Muchas veces colocaron<br />
estos cabildos bajo la protección de un santo cristiano,<br />
a la usanza de las cofradías españolas debidamente vigiladas<br />
por la Iglesia. Fue frecuente que estos cabildos utilizaran<br />
el cristianismo como la fachada detrás de la cual se<br />
podía ritualizar e invocar, gracias al sonido de sus tambores<br />
a sus orichas -deidades africanas.<br />
Motivados por un sentimiento religioso, los esclavos<br />
hacían bailes y música, casi se puede decir que practicaban<br />
secretamente sus religiones. Esta resistencia a la cultura<br />
colonial definió lentamente los elementos de identidad<br />
étnica y cultural que aún persisten en regiones mineras<br />
como el Chocó y el sur de Antioquia. Mitos y leyendas<br />
nacidos del misterioso y mágico ambiente de la selva o de<br />
la adaptación de los mitos africanos, existieron y siguen<br />
existiendo en las zonas mineras. Los bailes negros de clara<br />
influencia europea como el currulao, la jota, la contradanza,<br />
la mazurca y la polca, tuvieron su origen en estas regiones.<br />
Los esclavos se reunían a imitar, a manera de burla y<br />
resistencia, los galanteos y coqueteos de las danzas cortesanas<br />
españolas, pero alterando el contenido rítmico y<br />
reemplazando la vihuela, el laúd, la guitarra, el violín y la<br />
flauta, por los tambores, el redoblante, las maracas, los platillos<br />
y la chirimía. El resultado fue la copia de los movimientos<br />
corporales europeos pero con el ardor y el<br />
erotismo africano.<br />
La diversidad idiomática de los esclavos los llevó a<br />
aceptar el castellano, al cual le imprimieron su propia fonética<br />
y semántica. Lo aceptaron pero no sólo para obedecer<br />
las órdenes del amo, fue también un instrumento para<br />
expresar sus emociones, para imitar, recrear y adaptar su
La vida cotidiana en las minas coloniales | 77<br />
mundo. Desde esta perspectiva, el ocio dio lugar a la tradición<br />
oral, aspecto fundamental de las prácticas culturales<br />
africanas. Los esclavos de las minas le contaban a sus hijos<br />
leyendas, cuentos y mitos de sus lugares de origen. Estas<br />
narraciones Rieron adaptadas a las nuevas circunstancias y<br />
se transmitieron por generaciones.<br />
Fue frecuente que, al ejercitar la memoria, los esclavos<br />
tomaran romances españoles, que tras su debida adaptación<br />
se transmitían oralmente. El lingüista Germán de<br />
Granda lia recogido entre las actuales comunidades mineras<br />
chocoanas romances franceses y españoles de los siglos<br />
xni y xv, que se han perpetuado en la región desde el siglo<br />
xvii. También la poesía tuvo su lugar en los momentos de<br />
ocio, ya fuera con fines religiosos o para cantar sus desgracias,<br />
como aparece en el poema anónimo de mediados del<br />
siglo xvii en Iscuandé: “Aunque mi amo me mate/ a la<br />
mina no voy,/ yo no quiero morirme en un socavón./ Don<br />
Pedro es tu amo:/ él te com pró./- Se compran las cosas,/<br />
a los hombres, no!/ (...) En la mina brilla el oro,/ al fondo<br />
del socavón./ El amo se lleva todo;/ al negro deja el dolor”.'^<br />
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P A B LO<br />
R O D R Í G U E Z<br />
C A S T R O<br />
HF.ATRIZ<br />
C A R V A JA L<br />
L /o s valles, sabanas y llanuras colombianas, vieron surgir<br />
desde comienzos del siglo xvu un nuevo elemento que<br />
cambió su paisaje: la hacienda colonial. Los nuevos cultivos,<br />
animales y construcciones retocaron los colores y texturas<br />
de esta geografía. Desde entonces, el paisaje agrario<br />
de las regiones más hispanizadas de Colombia ha mostrado<br />
edificaciones rústicas que sobresalen entre árboles frutales,<br />
palmeras, eucaliptos y extensos cultivos. Otro de los<br />
cambios, aunque tardío, introducido por la hacienda dando<br />
un nuevo trazo al horizonte agrario, fiieron los canales<br />
de riego y las cercas. Con éstos, el panorama de los campos<br />
fue retaceado en forma de colchas, sugiriendo los<br />
confines de una propiedad o las separaciones de los distintos<br />
cultivos.<br />
No cabe duda que de la hacienda colonial la casa era el<br />
elemento más vistoso y llamativo. Su presencia en los vastos<br />
campos mostraba la consolidación de un dominio y su<br />
dimensión indicaba el vigor de sus dueños. La casa de la<br />
hacienda colonial fiie apareciendo poco a poco; en la medida<br />
en que el hacendado iba adquiriendo control sobre un<br />
territorio, crecía la mano de obra disponible y los recursos<br />
económicos para construirla.
8o I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
Pero si bien podemos hablar de una hacienda colonial,<br />
ésta variaba mucho en tamaño y características. Existía<br />
desde la elemental hilera de recintos no diferenciados en<br />
carácter o función, bordeados por un corredor, hasta la<br />
casa organizada en torno a los cuatro lados de un patio, al<br />
cual se le podían sumar eventualmente uno o dos recintos<br />
más, destinados a la servidumbre y el depósito. Las construcciones<br />
en forma de L o de U eran las más comunes ya<br />
que se trataba de obras intermedias, entre las casas más<br />
sencillas y las más acabadas, además de marcar así el espacio<br />
interior y por lo tanto delimitar de una forma u otra la<br />
casa. Generalmente las casas de las haciendas neogranadinas<br />
eran de un piso, sin embargo, existieron notables ejemplos<br />
de construcciones de dos pisos.<br />
La distribución interna de las casas era, desde luego,<br />
flexible. Podía consistir apenas en tres o cuatro recintos<br />
para albergar a sus dueños o los encargados del funcionamiento<br />
de la hacienda, para guardar las herramientas y<br />
aperos necesarios, para almacenar productos agrícolas y,<br />
en algunos casos, para encerrar a los esclavos huidizos. Las<br />
cocinas muchas veces no estaban incorporadas a las casas<br />
por temor a los incendios, y se instalaban por lo tanto en<br />
un lugar cercano en forma de bohíos de factura indígena.<br />
Toda casa de hacienda tenía un salón de recibo y reuniones.<br />
En las tierras cálidas el baño era al aire libre, próximo<br />
a la casa.<br />
Lugar principalísimo de la arquitectura y conformación<br />
de la casa de hacienda colonial lo constituyó la capilla<br />
u oratorio. Anexas a sus casas, los hacendados más prósperos<br />
construyeron capillas de tamaño modesto para oficiar<br />
misa los domingos, bautizar los recién nacidos y bendecir<br />
a los novios. Las capillas, si bien podían ser austeras en su<br />
diseño, en su decorado revelaban la gratitud espiritual de<br />
sus propietarios; esculturas de santos y vírgenes, pinturas,
La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 81<br />
copones, candelabros, floreros, estolas e incensarios no Paitaban<br />
en las ceremonias. Cabe agregar que las haciendas<br />
de las órdenes religiosas, situaban sus capillas en lugar separado<br />
de la casa principal, con el probable propósito de<br />
realzar su significado.<br />
La ubicación de las casas coloniales no sólo era un sitio<br />
privilegiado e integrado al paisaje rural, sino que además<br />
tenían cierta orientación que las hacía benignas para<br />
habitarlas. Las casas de tierra fría estaban ubicadas en dirección<br />
oriente-occidente buscando el sol; por el contrario,<br />
las de tierra caliente estaban situadas en dirección<br />
sur-norte buscando sombra y tenían techos más altos para<br />
que el aire circulara y diera más frescura.<br />
El mobiliario de las haciendas variaba según la calidad<br />
de sus dueños y del gusto que les diera visitarla en temporadas.<br />
Muchas casas tenían poco que envidiar a las residencias<br />
urbanas. Los hacendados buscaban tener el mismo<br />
confort de la ciudad y no ahorraban en camas con pabellón,<br />
sillas mecedoras, comedores, armarios, lámparas, vajillas<br />
y cubiertos. Elementos muchas veces importados de<br />
Holanda y China.<br />
La casa del “señor” estaba conectada con las otras<br />
construcciones de la hacienda. En los valles calientes y<br />
templados, cerca a la casa se encontraba el trapiche para<br />
producir azúcar, panela, miel y aguardiente. El trapiche<br />
consistía en un sistema de compresión construido en madera<br />
y accionado por bueyes o por caballos. La construcción<br />
en la que se levantaba el trapiche tenía techo de teja<br />
de barro, era espaciosa y no se amurallaba para permitir su<br />
aireación. Cada trapiche poseía sus fogones, pozuelos y recipientes<br />
para envasar el producto. La casa de trapiche debía<br />
contar también con un almacén para las herramientas<br />
y un espacio para resguardar los animales que cargaban la<br />
caña.
82 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
Los fondos, pailas, canoas, hornillas y hormas eran<br />
objetos sumamente valiosos que exigían el cuidado y mantenimiento<br />
de los trabajadores. Los inventarios de las haciendas<br />
trapicheras no descuidan en registrar estos aperos<br />
aun estando rotos o desgastados. El alto precio del hierro<br />
y el cobre en la época colonial, imponía que se celara su<br />
uso. Una libra de hierro podía alcanzar hasta dos patacones<br />
en el siglo xvm, y un simple fondo pesaba varias arrobas.1<br />
En las regiones paramunas del Cauca y en las sabanas<br />
de Cundinamarca y Boyacá, existía el molino triguero. Así<br />
mismo, toda hacienda buscaba hacerse de una fabrica de<br />
teja y ladrillo para proveer sus propias construcciones. Un<br />
recinto, a manera de taller, servía para los oficios de herrería<br />
y carpintería. No sabemos si el lugar en el que se<br />
sacrificaban las reses para alimento de la gente de la hacienda<br />
constituía un sitio especial, pero sí que había un<br />
cuarto donde se elaboraban las velas con el sebo de los<br />
animales sacrificados.2<br />
Otras construcciones las constituían las cabañas de las<br />
familias esclavas y de los trabajadores libres. Éstas eran<br />
ranchos de techo pajizo y bahareque, frágiles y poco duraderas.<br />
Estas cabañas fueron presa fácil del tiempo, tanto,<br />
que en la actualidad no existe vestigio de su existencia. No<br />
obstante, algunos viajeros del siglo xix las encontraron cómodas<br />
y bien cuidadas por sus habitantes.1<br />
El casco de la hacienda llegó a prefigurar algo más que<br />
i. Colmenares, Germán, Cali: mineros, terratenientes y comerdantes<br />
en el siglo xnn, Cali. Universidad del Valle, 1975, pág. 103.<br />
1. Hamilton comenta en su diario que el trabajo del desollado,<br />
descuartizada y despresada de los toros era muy rápido y se hacía a<br />
campo abierto.<br />
3. Hamilton, }. P., Viajes por el interior de las prov incias de Colombia,<br />
Bogotá, Banco de la República, 1955, tomo 11, pág. 71.
la mera evocación del mundo hispánico en el campo; la<br />
casa del hacendado, la capilla con su campana, el trapiche<br />
y los ranchos de la “gente” fueron los espacios de una<br />
sociedad peculiar que acuñó sus propias normas y costumbres.<br />
L a gente<br />
La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 83<br />
Las haciendas coloniales neogranadinas llegaron a albergar<br />
grupos e individuos de los más variados sectores<br />
étnicos y sociales. Aunque las haciendas y las estancias no<br />
eran siempre residencia permanente de sus propietarios,<br />
éstos pasaban temporadas en ellas junto a sus familias y<br />
amigos. Vale anotar que en no pocas ocasiones las haciendas<br />
eran refugio de la estrechez económica o de las contrariedades<br />
políticas. Los hacendados, blancos criollos por lo<br />
general, representaban una autoridad lejana, pocas veces<br />
visible. La administración y la autoridad en la hacienda era<br />
depositada en una persona de confianza, normalmente del<br />
mismo grupo social, y en un grupo de capataces. Al respecto,<br />
mucho se ha considerado la diferencia de trato y<br />
relaciones en las haciendas con propietarios ausentes. En<br />
éstas, se ha indicado, el administrador animado por los<br />
beneficios que podía obtener del sistema, imponía a los esclavos<br />
y a los trabajadores un régimen inhumano. Por el<br />
contrario, en las haciendas administradas directamente<br />
por sus propietarios podía surgir con más facilidad un trato<br />
indulgente y paternalista.<br />
Los administradores de las haciendas en muchos casos<br />
eran parientes próximos de los dueños. Primos, sobrinos o<br />
cuñados, en todo caso blancos de un rango inferior al de<br />
los propietarios. De esta proximidad nacía la confianza<br />
que se les tenía. No obstante, los propietarios de las grandes<br />
haciendas acostumbraban elaborar listados detallados<br />
de las tareas y obligaciones que debían cumplirse con ri
8 4 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
gor. Así mismo, era usual que entre propietario y administrador<br />
existiera una correspondencia semanal sobre las<br />
novedades en cada una de las labores de la hacienda. Finalmente,<br />
en un mdimentario libro de contabilidad debían<br />
consignarse los gastos y beneficios por todo concepto.<br />
Los capataces eran responsables de la disciplina y rendimiento<br />
en áreas específicas de la producción de las haciendas.<br />
Unos tenían a su cargo las labores del campo,<br />
otros las del trapiche, molino o destilería. El capataz era un<br />
mestizo o mulato de demostrada destreza en su oficio y<br />
con ascendente sobre los trabajadores.<br />
Un elemento común de las haciendas de las tierras calientes<br />
y templadas colombianas fue su dependencia de la<br />
fuerza de trabajo esclava. Hasta mediados del siglo xvn las<br />
propiedades rurales, debido a la ausencia de fuerza de trabajo<br />
y las limitaciones del mercado, se habían concentrado<br />
en la explotación ganadera que requería el empleo de poca<br />
gente. El auge de las economías mineras del occidente colombiano,<br />
motivó la importación de decenas de miles de<br />
esclavos africanos al país, y la incentivación productiva en<br />
las haciendas. Las haciendas de los valles del Cauca, de<br />
Aburrá, del Tolima y del Magdalena llegaron a concentrar<br />
cientos de esclavos en sus distintas áreas productivas. Estos<br />
esclavos constituían el capital más preciado de las<br />
haciendas, amén de representar el valor más elevado de<br />
sus inventarios. Eran la fuerza de trabajo fija y más estable<br />
de estas haciendas. La adquisición de los esclavos y su<br />
traslado a las haciendas corrieron paralelos con la decisión<br />
de roturar extensivamente la tierra y edificar trapiches<br />
para la producción de panes de azúcar.<br />
Los esclavos de las haciendas no eran exclusivamente<br />
varones en su edad más vigorosa. Mujeres, ancianos y niños<br />
llegaban a representar hasta el 60% de las llamadas
La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 85<br />
cuadrillas de las haciendas.4 Eran, en su mayoría, esclavos<br />
criollos nacidos en América. Y cuando había bozales, o sea<br />
africanos recién importados, casi siempre habían pasado<br />
algunos años en las minas. Como grupo, los esclavos eran<br />
muy distintos, así mismo su ubicación y oficio en la hacienda.<br />
En las haciendas de la Provincia de Cartagena un historiador<br />
encontró recientemente que en la segunda mitad<br />
del siglo xvii había una relación de tres hombres por cada<br />
mujer, hecho que propiciaba la rebeldía, el cimarronaje, la<br />
sodomía y el robo de indias de comunidades vecinas. Sólo<br />
en las últimas décadas del siglo xvn, cuando se interrumpió<br />
la importación de esclavos africanos, empezó a observarse<br />
un equilibrio entre los sexos.5<br />
Junto a los esclavos, los negros y los mulatos libres<br />
adquirieron notoriedad en el mundo de las haciendas.<br />
Nacidos de relaciones de negros esclavos con mujeres indígenas<br />
o mestizas, y de negras esclavas con hombres<br />
libres, compartían su cotidianidad con los esclavos. Su<br />
existencia debió flexibilizar las relaciones y el trato en las<br />
haciendas, e incluso replantear la noción negro = esclavo.<br />
Los trabajadores libres de las haciendas constituían un<br />
universo variado en las distintas regiones neogranadinas.<br />
En los siglos xvi y xvn, las haciendas de la sabana cundiboyacense<br />
y de otras regiones del país se sirvieron de la<br />
fuerza de trabajo indígena a través del sistema de concierto.<br />
Los indígenas repartidos en concierto a los distintos hacendados<br />
de la localidad, trabajaban períodos de entre tres<br />
y seis meses, a cambio de un salario. El creciente mestizaje<br />
4. Colmenares. Germán, Popa y tin: una sociedad esclavista, 1680-1800,<br />
Medellin, Ea Carreta. 1979, págs. 74-87.<br />
5. Meiscl, Adolfo, “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la Provincia<br />
de Cartagena 15 33-18 51", en E l Caribe colombiano, Harranquilla,<br />
Ediciones Uninorte, 1988, págs. t o o - i o i .
8 6 | PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
y las presiones sobre los pueblos de indios, motivaron el<br />
surgimiento del peonaje en las haciendas. Los llamados<br />
gañanes o jornaleros eran mestizos, mulatos e indios contratados<br />
temporalmente por las haciendas, recibían un jornal,<br />
una ración de chicha y no se reparaba en su sexo o<br />
edad. Repartimiento y peonaje fueron dos instituciones<br />
que coexistieron en la Colonia; la hacienda combinó estos<br />
contratos según su conveniencia en términos de mercado<br />
y oferta de fuerza de trabajo.<br />
El peón era un labriego sin tierra que se contrataba<br />
para desempeñar tareas específicas de las haciendas. Su<br />
vínculo con la hacienda era individual y no comprometía a<br />
su familia. El salario, un real y medio, de un peón del siglo<br />
xvm, era irrisorio, toda vez que no recibía pago por los días<br />
feriados ni por los días de ausencia. La condición del peón<br />
era muy incierta y su vida miserable. El concertado, por su<br />
parte, tenía un contrato más estable. Vinculado a la hacienda<br />
por seis meses o un año, se integraba a actividades<br />
más complejas y variadas. En ocasiones la esposa y los hijos<br />
colaboraban en las faenas y aumentaban los ingresos.<br />
Los concertados pertenecían a los pueblos vecinos a las<br />
haciendas y se desconoce que residieran en forma fija en la<br />
hacienda. No obstante, tal parece que los concertados no<br />
escapaban a las contingencias de los pobres del campo^por<br />
lo que renunciaban con llamativa frecuencia a renovar sus<br />
contratos.fi<br />
En algunas regiones hispanoamericanas las haciendas<br />
retenían esta fuerza de trabajo a través de su endeudamiento.<br />
En el caso neogranadino la relativa abundancia de campesinos<br />
dispuestos a emplearse en las haciendas permitía<br />
la reposición de los que desertaban.<br />
6. Tovar, Hermes, Grande.r empresas agríenlas y ganaderas. Su desarrollo<br />
en el sigh xnn, Bogotá, Ediciones c i f c , 1980, págs. 79-81.
vida cotidiana en las haciendas coloidales | 87<br />
En las últimas dos décadas del siglo xvm surgió en las<br />
haciendas del Valle del Cauca un tipo de trabajador nuevo:<br />
el aparcero o agregado. Los negros libertos y los mestizos<br />
sin tierra recibían una parcela en predios de la hacienda<br />
para su sustento a cambio de sus servicios. En algunos casos<br />
se trataba también de indígenas que no querían retornar<br />
a sus resguardos y preferían quedarse adscritos a una<br />
hacienda. Cabe señalar, además, que estas haciendas recurrieron<br />
al arrendamiento de parcelas a campesinos de la<br />
región. Este hecho dio lugar a la aparición de un individuo<br />
conocido como arrendatario o terrazguero, persona que<br />
pagaba una renta en dinero a la hacienda o, en su defecto,<br />
en trabajo.<br />
Los aparceros, agregados, terrazgueros y arrendatarios<br />
llegaron a constituir, junto a los esclavos, la población trabajadora<br />
más estable de las haciendas colombianas. Su<br />
composición varió según el lugar y la dedicación de la hacienda.<br />
En las haciendas de la altiplanicie de Popayán había<br />
esclavos, pero su número dependía de si la hacienda<br />
poseía trapiche o no. Se pensaba que 50 esclavos eran<br />
suficientes para mover un trapiche. En estas haciendas no<br />
había trabajadores asalariados ni aparceros. En cambio, en<br />
las haciendas de cultivo, la población indígena concertada,<br />
agregada y arrendada era preponderante.7<br />
Finalmente, el trabajo calificado de carpinteros, plateros,<br />
doradores, albañiles y pintores, más asociado con las<br />
ciudades, era igualmente requerido en las haciendas. Artesanos<br />
blancos, mestizos y mulatos fueron empleados para<br />
reparar las piezas de los trapiches, restaurar las casas y decorar<br />
las capillas. Las haciendas de las órdenes religiosas<br />
7. Díaz, Zamira, Guerra y economía en las haciendas, Popayán i j Hoifijo,<br />
Bogotá. Banco Popular, 1983, págs. 41-43.
88 | PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
sobresalían en el empleo de este tipo de trabajador un tanto<br />
peculiar en el campo.<br />
L a jom ada y e l acontecer diario<br />
Las labores cotidianas de las haciendas dependían de su<br />
producción. Si bien la mayoría de las haciendas explotaban<br />
conjuntamente cultivos y ganado, cada una de estas<br />
actividades era programada según los períodos de cosecha<br />
y las épocas de invierno y sequía. Las haciendas que tuvieron<br />
una mayor especialización fueron las trapicheras. En<br />
éstas se sembraba caña de azúcar durante todo el año, en<br />
rotación permanente según fuera chica o grande. El trapiche,<br />
que trabajaba día y noche, debía alimentarse con leña<br />
y caña sin cesar. No obstante, también en las haciendas<br />
trapicheras se realizaba pastoreo de ganado y cultivo de<br />
distintos productos.<br />
La gente de las haciendas iniciaba sus actividades mucho<br />
antes de que el sol despertara. La mayoría iba a los<br />
campos a preparar la tierra, a desyerbar, a limpiar zanjas y<br />
a componer los arados. En épocas de cultivos y cosecha en<br />
los campos de las haciendas la actividad era febril. Eran<br />
semanas en las que se concentraban los trabajadores de la<br />
región, y los administradores y propietarios estaban más<br />
atentos. Así mismo, a los campos también se dirigían muy<br />
temprano los hombres de vaquería. Concentrar las reses,<br />
trasladarlas a los pastos y marcarlas, eran tareas que ocupaban<br />
en forma cotidiana a un grupo particular de trabajadores.<br />
En algunas regiones estos mismos hombres se<br />
ocupaban de la quesería de las haciendas y de la curtiembre<br />
de las pieles.<br />
Cabe agregar que las haciendas tenían su propio abasto<br />
de carnes. En las haciendas vallecaucanas se sacrificaban<br />
entre tres y cuatro reses semanales, unas doscientas al<br />
año. La carne se destinaba a las raciones que se ofrecían a
La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 89<br />
la gente de la hacienda. El seho del ganado era utilizado<br />
para engrasar los trapiches y para hacer velas. El cuero era<br />
empleado en la fabrica de monturas para los bueyes y para<br />
hacer camas y zurrones.<br />
Otra actividad importante de algunas haciendas era la<br />
cría de caballos. El caballo era un bien muy preciado en las<br />
ciudades, pero su escasez lo hacía sumamente costoso.<br />
Además de esta razón, ciertos prejuicios llevaban a considerar<br />
que montar caballo era exclusivo de la gente noble.<br />
Los caballos criados en las haciendas de Buga, Cartago y<br />
Neiva eran muy estimados. Hasta allí viajaban arrieros<br />
para adquirirlos y luego venderlos en los mercados de<br />
Santafé, Antioquia y Mompox. Los vaqueros normalmente<br />
eran mulatos o mestizos que se distinguían por su peculiar<br />
indumentaria de capa, sandalias, machete y sombrero<br />
de paja de anchas alas. En las haciendas dedicaban a la vaquería<br />
a los que desde niños demostraban agilidad y destreza<br />
con el lazo y en el trote de los caballos.<br />
Las semanas de rodeo y herranza de las haciendas ganaderas<br />
constituían un verdadero festín. En los meses de<br />
agosto y diciembre se concentraban en las haciendas numerosos<br />
trabajadores libres y gente del vecindario para<br />
emplearse en el recuento y marca del ganado. Los relatos<br />
existentes sobre Doyma, hacienda de tierra templada de<br />
Cundinamarca, señalan que hombres y mujeres acudían en<br />
tropel. Otro tanto ocurría en las épocas de sacas o de envíos<br />
de ganado a las ciudades y a los distritos mineros. Primero<br />
debían componerse los caminos por donde cruzaría<br />
la manada. Luego de realizado el registro de las reses, los<br />
peones empleados por la hacienda iniciaban su recorrido,<br />
a éstos se unían particulares que aprovechaban para dirigirse<br />
a aquellos lugares. En los ríos debía contratarse gente<br />
experta que ayudara a vadear ganado. En muchos aspectos<br />
las sacas, origen de la arriería, eran una auténtica caravana.
9 0 | PABI.O RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
Sin embargo, era el trapiche el lugar que concitaba las<br />
mayores atenciones de las haciendas. De él dependían los<br />
principales ingresos de los propietarios. En algunas haciendas<br />
el trapiche funcionaba día y noche en épocas de<br />
molienda. En el día se ocupaban cuatro pozuelos y dos en<br />
la noche. La actividad del trapiche ocupaba un grupo numeroso<br />
de gente en las labores de campo, de manejo de<br />
muías, de carga de caña y leña, de molienda y de horno. El<br />
envase de la miel en las botijas y los zurrones, y su distribución<br />
en pilones, era tarea dispendiosa. En ocasiones, el trabajo<br />
nocturno en estos trapiches era una forma de castigo<br />
a esclavos remisos.<br />
Según las instrucciones de distintas haciendas la jornada<br />
se iniciaba hacia las cuatro de la mañana. Un capitán<br />
debía llamar en voz alta a los esclavos, hombres y mujeres,<br />
de acuerdo a las tareas que previamente se les habían asignado.<br />
Se sabe que a excepción de los enfermos, todo el<br />
mundo tenía obligaciones diarias. Los niños recogían el<br />
bagazo en los trapiches, transportaban a lomo de muía la<br />
leña y las viandas.<br />
Las Instrucciones dadas a los mayordomos de las haciendas<br />
revelan una especial atención en establecer una división<br />
del trabajo para obtener un mayor rendimiento. En<br />
una de estas Instrucciones, se ordenaba que los molenderos<br />
“no maltraten las muías, teniendo siempre buenos tiros<br />
y cojines...y que el trapiche esté siempre bien aseado”, que<br />
los cargueros “tengan buenos aliños para que no lastimen<br />
las muías, las que han de entregar bien lavadas en la noche,<br />
y si alguno no cumpliere con lo dicho deberá ser castigado”<br />
y los muleros deberán cuidar de “limpiar las muías y<br />
darles sal en los menguantes, teniendo siempre las aguadas<br />
y salitres limpios...” todo lo cual deberá ser supervigilado
por el administrador quién además tendrá cuidado en “hacer<br />
limpiar, quemar y resembrar a su tiempo los potreros”.*<br />
Las mujeres tenían sus obligaciones principales en la<br />
casa de los amos, sin embargo también se ocupaban del<br />
ordeño de las vacas, del cuidado de las aves de corral y del<br />
mantenimiento de las ricas huertas caseras de hortalizas,<br />
verduras y frutales.<br />
La vida rústica de la hacienda no despreciaba el goce<br />
de los frutos de la tierra. Los recuentos de los cultivos en la<br />
huerta de la casa principal y en los patiecitos de las casas<br />
de los esclavos y trabajadores, cuentan cómo se sembraban<br />
flores, manzanos, naranjos, limones, nísperos, pitahayas,<br />
marañones, caimos, duraznos, chirimoyas, cocos,<br />
badeas, piñas, melones, papayas, guayabas, guanábanas,<br />
aguacates, mameyes y zapotes. Respecto a las chirimoyas,<br />
resulta llamativa la alusión que el coronel Hamilton hiciera<br />
de las palabras del barón de Humboldt: “valdría la pena de<br />
hacer viaje a Popayán tan sólo para darse el placer de comer<br />
chirimoyas".9 Igualmente, las haciendas surtían de las<br />
más variadas hortalizas y verduras los mercados de las ciudades.<br />
En las cuentas de las haciendas aparecen nombrados<br />
los despachos de cebollas, arvejas, habas, arracachas,<br />
frijoles y habas.<br />
Los días en ia casa grande<br />
La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 91<br />
Más que un lugar de recreo, la casa de hacienda colonial<br />
llegó a constituir para los propietarios su segundo hogar,<br />
cuando no su residencia fija. En ocasiones se ha constatado<br />
que los hacendados preferían residir en sus casas de<br />
campo, prestando atención directa a sus trabajadores. Este<br />
hecho llegó a resentir a los Cabildos de Medellin y Buga,<br />
8. Tovar, H., op. at. pág. 54.<br />
9. Hamilton, |. P., op. at. pág. 25.
92 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
que veían cómo las familias beneméritas abandonaban las<br />
ciudades. La presencia, así fuera temporal, de los propietarios<br />
y sus familias en las haciendas, parecería haber marcado<br />
una pauta distinta a las actividades y relaciones<br />
cotidianas. Este tópico en particular fue advertido por los<br />
viajeros de comienzos del siglo xix.<br />
La solidez, confort y dimensión de la casa de campo<br />
colonial era reflejo de la prosperidad de sus propietarios.<br />
En su auge, los hacendados se esmeraron por levantar segundos<br />
pisos en sus propiedades, poner teja en los techos,<br />
instalar puertas y ventanas con cerraduras, embaldosar los<br />
pisos, colocar baños de agua fría y ampliar el tamaño y<br />
calidad de la cocina. El confort se hizo notable en el mobiliario,<br />
decorado y servicios. Al respecto, una de las más<br />
notables descripciones sobre los refinamientos de una hacienda<br />
neogranadina la efectuó el viajero inglés J. P.<br />
Hamilton, quien a propósito de la hacienda Japio, de los<br />
Arboleda, escribió:<br />
Luego de tomar un baño y cambiarnos de ropa, nos sentamos<br />
a la mesa donde, en vajilla de plata maciza y porcelana<br />
francesa, se nos sirvió una comida exquisita, con la cual echamos<br />
en olvido las penalidades sufridas. Es más, se convirtieron<br />
éstas en tema de diversión al paladear los añejos vinos<br />
españoles del señor Arboleda. Pudimos apreciar la inteligencia<br />
e ilustración de los esposos Arboleda. Ya me habían<br />
mencionado al marido en Popaván como hombre de vastas<br />
capacidades que había consagrado enorme esfuerzo para enriquecer<br />
sus conocimientos por medio de los libros.<br />
En una sala que llamaba su estudio, tenía una rica biblioteca<br />
de autores franceses, ingleses, italianos y españoles, muchos<br />
de los cuales había adquirido recientemente en Lim a-<br />
Ai entrar en la alcoba que se me destinara, quedé pasmado<br />
ante el exquisito primor del decorado con que todo estaba,
I.a vida cotidiana a / 1as haciendas coloniales | 93<br />
y el lujo de los artículos de tocador que sólo gastan las familias<br />
más ricas de F.uropa v que nunca esperé encontrar en el<br />
remoto aunque bellísimo Valle del Cauca. Servían de dosel al<br />
lecho cortinas de estilo francés, ornadas de flores artificiales, v<br />
en una consola se veían frascos de agua de colonia, jabón de<br />
Windsor, aceite de Macassar, crcme d'amendcs ameres, cepillos,<br />
etc. Dormí profundamente en mi lujosa cama que bien<br />
podía considerarse por todo aspecto corno un lecho de rosas.<br />
Temprano a la mañana siguiente, un criado entró a anunciarme<br />
que el baño frío estaba listo, l odo aquello me parecía cosa<br />
de ensueño mágico o encantamiento y me sentí como un héroe<br />
de las M il y una noches transportado por los aires a un palacio;<br />
tan mezquinos habían sido los alojamientos y tan pobre<br />
la mesa de que había podido disfrutar durante mi viaje.10<br />
Al parecer haciendas como Japio guardaban una diferencia<br />
considerable con las propiedades medianas del<br />
campo, en las cuales, la rusticidad de la vida cotidiana era<br />
el patrón común y por biblioteca no se poseía más que un<br />
misal o un libro de evangelios. Las observaciones sobre estas<br />
propiedades subrayan las precariedades básicas de la<br />
gente, al punto que sería fácil llegar a pensar que no había<br />
mucha diferencia entre los medianos y los pequeños propietarios<br />
del campo. Esta circunstancia la corroboran los<br />
escasos y simples objetos que unos y otros registraban en<br />
sus testamentos. Sin embargo, un elemento los diferenciaba:<br />
la solvencia de los medianos hacendados para contratar<br />
unos pocos trabajadores en épocas de siembra y<br />
cosecha.<br />
Los hacendados neogranadinos eran conscientes de la<br />
importancia que revestían para sus empresas los trabajadores<br />
indígenas, mestizos y esclavos. La caridad y el espíritu<br />
10. Hamilton, |. 1’., of>. at. págs. 65-66.
94 I pa b l o r o d r íg u e z / B ea t r iz c a s t r o c ar vajal<br />
piadoso que con frecuencia demostraban, era bien compatible<br />
con la racionalidad de sus empresas. Al respecto,<br />
Germán Colmenares encontró que los hacendados del<br />
altiplano payanés, en forma de dádiva, regresaban a los<br />
indígenas que poblaban las haciendas, los pagos de sus tributos.<br />
En otras ocasiones, preferían conmutarles por servicios<br />
sus pagos de dinero. Este procedimiento, claro está,<br />
no se extendía a los pueblos indígenas de la vecindad que<br />
no habitaban en la hacienda. Así, la dádiva era un expediente<br />
de premio o castigo por los servicios recibidos o por<br />
los rechazos experimentados. La misma familiaridad con<br />
los indígenas adscritos a la hacienda llegaba a hacerlos ver<br />
como parte de ella, junto con el ganado y los aperos. En el<br />
extremo de estas manifestaciones se encontraban las<br />
donaciones de tierra a los indígenas. Decisión que se entendía<br />
como un rasgo más de la generosidad patriarcal, y<br />
que, no obstante, encubría el deseo de asegurar el servicio<br />
de las familias indígenas.<br />
Otros rasgos de benevolencia de los amos parecía surgir<br />
en sus relaciones con los esclavos mulatos y negros.<br />
Los hacendados por lo común se ocuparon de que los esclavos<br />
tuvieran una dieta regular de carne, maíz, plátano y<br />
sal. Insistían en que anualmente se adquirieran los cortes<br />
necesarios de bayeta para sus vestidos. En particular, en la<br />
hacienda Las Piedras de Timbío se explicaba que “el vestuario<br />
que se daba a los criados era lo menos para tenerlos<br />
vestidos y abrigados, una cobija de jerga, camisa y calzón<br />
de lienzo y dos capisayos a los hombres; cobija, bayeta<br />
para envolverse y cobijarse, y una camisa de lienzo para las<br />
mujeres”.11 En igual sentido, la vivienda de los esclavos en<br />
II. Rodríguez, Pablo, “Aspectos del comercio y la vida de los esclavos.<br />
Popayán, 1780-1850”, Meddlín, Boletín de Antropología, N ° 23,<br />
Universidad de Antioquia, 1990, pág. 23.
La vida cotidiana en las haciendas coloniales<br />
E n g a tivá.<br />
1767.<br />
A rch ivo G en era l de la<br />
N ació n . M ap o te ca 4<br />
N ° I48a-c.<br />
Plano de las m edidas de<br />
fanegadas, fanegadas de pan<br />
coger y fanegadas de ganado<br />
m ayor según práctica y<br />
ejem plares de la provincia.<br />
1768.<br />
\ich ivo G en era l de la N ación.<br />
M apoteca 4 N ° 259a.<br />
l , V<br />
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...<br />
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E stan cia de<br />
T e ja d illo y<br />
cultivo de<br />
caña.<br />
C artagen a .<br />
■765-<br />
A rc h iv o<br />
G en era l de la<br />
N ació n .<br />
M ap o teca 4<br />
N ° 79 A .<br />
M áq u in as para usos industriales:<br />
m olino de aceite, prensa de<br />
aceite, m áquina de pilar arroz,<br />
m áquina de m oler chocolate.<br />
1776 .<br />
A rch ivo G en era l de la N ación.<br />
M ap o teca 4 N ° 5 5 7 A
La vida cotidiana en las haciendas coloniales | 95<br />
las haciendas tuvo distintas ventajas. Animados por conservar<br />
la moralidad entre los esclavos, los hacendados<br />
aconsejaban que cada familia construyera su ranchito. Los<br />
solteros, hombres y mujeres, debían vivir en entables separados.<br />
No obstante, el espíritu paternalista de los hacendados<br />
se ha relacionado más con su disposición a conceder la libertad<br />
a sus esclavos. El contacto diario con los esclavos<br />
de servidumbre, los capitanes de campo, trapiche y vaquería,<br />
permitía el surgimiento de relaciones basadas en la<br />
confianza y la obligación. Las Cartas de Libertad que<br />
llegaban a adquirir los esclavos de las haciendas indican<br />
una manifestación afectiva de parte del amo, y también, la<br />
posibilidad que tenían los esclavos en las haciendas para<br />
ahorrar pequeños capitales. Estas libertades, obligado es<br />
decirlo, en muchos casos no beneficiaban al esclavo trabajador,<br />
sino a sus hijos, novias o padres ancianos. En los<br />
casos en que los hacendados otorgaban libertades a sus esclavos,<br />
las daban bajo el compromiso de continuar sirviendo<br />
a la hacienda. Más frecuente era la manumisión de los<br />
esclavos que desempeñaban oficios en la casa principal, especialmente<br />
esclavas ancianas que habían servido a sus<br />
amos durante toda su vida.<br />
Control y patemalismo<br />
La Instrucción más importante dada a mayordomos de<br />
haciendas hispanoamericanas, la de la Compañía de Jesús,<br />
concluía con una máxima de suma crudeza: “Hagan buenos<br />
christianos a los esclavos y los harán buenos sirvientes”.12<br />
Es probable que muchas haciendas colombianas<br />
1 2. Instrucciones a los Hermanos Jesuítas. Transcripción hecha<br />
por Frangois Chevalier y reproducida en Im Iglesia en la economía de<br />
America Latina, siglos xn-xix, A. liauer (compilador), México, i n a h ,<br />
1986. págs. 347-360.
9 6 | PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
repararan poco en el cuidado de los trabajadores que enseñaban<br />
los jesuítas, sin embargo, se sabe que, por la importancia<br />
de sus propiedades rurales, por su presencia en<br />
varias gobernaciones y por su concepción de empresa,<br />
estas Instrucciones incidieron en la administración de distintas<br />
haciendas en el siglo xvni. Núcleo central de estas<br />
instrucciones lo constituía la seguridad de que la fe y la<br />
moral garantizaban el éxito de toda empresa.<br />
La primera y más importante consideración que hace<br />
la Instrucción a los mayordomos es que “Si quieren los<br />
Hermanos Administradores que Dios les eche la bendición<br />
sobre los campos y sementeras de la hacienda, han de<br />
poner mejor cuidado en el cultivo de las almas y buena<br />
educación de los sirvientes y domésticos de ella que en el<br />
cultivo y labranza de los campos, porque Dios ha prometido<br />
abundantes cosechas de frutos temporales a los que<br />
guardan su Santa Ley”. Para lograr este propósito, las<br />
instrucciones señalan en forma sumamente detallada las<br />
medidas que debían tomarse con los esclavos y los trabajadores<br />
libres. Según éstas, todo mayordomo debía tratar<br />
a sus esclavos como a sus propios hijos, sentimiento que<br />
no podía cuestionarse alegando que eso le correspondía a<br />
un cura.<br />
Entre las reglas para la conservación del orden cotidiano<br />
vale la pena comentar algunas. La misa dominical y de<br />
días de fiesta, era una obligación para toda la gente de la<br />
hacienda. Media hora antes de iniciarse el oficio debían<br />
darse repiques de campana para que todos se alistaran. En<br />
una tabla se escribía el nombre de los que entraban y, al<br />
salir, al ser anunciado su nombre, podía retirarse respondiendo<br />
“Ave María Santísima”. Los que faltaban sin una<br />
excusa admisible debían ser castigados con seis u ocho<br />
azotes. Así mismo, en los ranchos de los esclavos y sirvientes<br />
debía vigilarse que no hubiera borracheras, amanceba
I m vida cotidiana en las haciendas coloniales | 97<br />
mientos, pleitos, odios y escándalos. Para esto se recomendaba<br />
que no se admitieran trabajadores de malas costumbres,<br />
y que los que llegaban, debían demostrar que eran<br />
casados, no fuera que ocultaran sus amancebamientos y<br />
corrompieran a los demás.<br />
Todo trabajador de la hacienda debía tener una tarea<br />
diaria y responder por ella. Los hombres, las mujeres y aun<br />
los niños estaban obligados a cumplir con una labor de<br />
acuerdo a sus fuerzas. Los enfermos eran atendidos por<br />
una anciana inteligente en curaciones ordinarias. Sólo se<br />
les permitía salir del rancho de enfermería para ir a misa,<br />
pero por ningún motivo ir a los trojes, pues era señal de<br />
que disimulaban la enfermedad. Las mujeres embarazadas,<br />
próximas al parto, recibían la confesión y raciones de<br />
jojoba y azúcar para beber en agua caliente. Las raciones<br />
de alimentos y vestidos eran establecidos en días precisos.<br />
Así, la ropa se distribuía en el mes de noviembre y en las<br />
raciones semanales de alimentos se reservaba la carne para<br />
los jueves, y el maíz y la sal para el sábado.<br />
Pero la Instrucción era también un manual de persuasión<br />
a través del castigo y la reconciliación. No duda en<br />
recomendar que cuando el castigo es necesario, debe aplicarse,<br />
pero sin cólera. Primero debe sosegarse el ánimo y<br />
en forma reposada buscar que los esclavos confiesen el delito.<br />
Advierte que si se procede con injurias, baldones y<br />
palabras pesadas, jamás se obtiene la enmienda. Por ningún<br />
motivo debía permitirse que un hombre distinto al administrador<br />
castigara a una mujer, como tampoco debía<br />
hacerse en lugar público, a la vista de todos. A manera de<br />
consejo experimentado, la Instrucción recomendaba: “No<br />
sean amigos de que siempre resuene el estmendo de masas,<br />
y grillos, y cadenas y cepos. Y cuando por graves delitos<br />
fuere necesario que anden algunos aprisionados,<br />
procuren que esto 110 dure mucho tiempo. Y si fuere nece-
9 8 I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
sario, busquen secretamente padrinos que vengan a rogar<br />
por ellos para soltarlos. Y entonces, habiendo un poco resistido<br />
al ruego delante del culpado, ponderando la gravedad<br />
de su delito que no merece perdón: por fin dénles<br />
libertad, haciendo de modo que ellos queden agradecidos<br />
por el perdón, y juntamente intimidados con la amenaza<br />
de mayor castigo si reinciden”.1-1<br />
Una demostración más personal de este sistema, que<br />
semejaba a una familia, lo constituía el hábito de servir los<br />
hacendados de padrinos de los hijos de sus esclavos. Este<br />
hecho debía reforzar los vínculos en la hacienda e incrementar<br />
el sentido de lealtad y fidelidad al patrón. Así mismo,<br />
en las haciendas del occidente colombiano se difundió<br />
la costumbre de bautizar a los esclavos con el apellido de<br />
sus amos. Aun en la condición libre, se conservaba este<br />
apellido. No se trata, como ingenuamente se piensa, de<br />
que todos estos negros eran hijos bastardos de sus amos.<br />
Hacienda y ciudad<br />
Pero la hacienda no fue un sistema encerrado en sí mismo.<br />
Luego de las épocas de confinamiento y precariedad vividas<br />
por las estancias y las haciendas en el siglo xvn, hilos<br />
muy diversos unieron estas posesiones con las ciudades<br />
vecinas y con las capitales de provincia durante el siglo<br />
xvii. Las haciendas abastecían a las ciudades con sus<br />
productos. La sola hacienda Santa Bárbara colocaba<br />
anualmente 1000 reses en el matadero de Mompox. Los<br />
productos agrícolas y de manufactura vendidos en los<br />
mercados procedían principalmente de las haciendas. Esta<br />
relación comprendía un flujo de acarreos, gentes que iban<br />
y venían por los caminos, préstamos de dineros eclesiásticos<br />
y juegos políticos.<br />
1 3 .Ibid., pág.352.
L// vida cotidiana a i las fiaciaidas coloniales | 99<br />
Los hacendados tenían una presencia visible en la ciudad.<br />
Como figuras de prestigio y precedencia, constituían<br />
el núcleo básico de muchos cabildos municipales. Con frecuencia<br />
poseían los cargos de más alta dignidad como los<br />
de alférez real, depositario general y alcalde mayor. El<br />
control de los cabildos no tenía fines simplemente simbólicos<br />
o figurativos. A través de ellos incidían en la fijación de<br />
los precios de la carne y el maíz.<br />
Claro está, eran también los hacendados los que financiaban<br />
las fiestas cívicas y religiosas de las villas y ciudades.<br />
Contribuían al jolgorio de las efemérides locales con algunos<br />
toros para las corridas, costeaban, así mismo, la cera<br />
para iluminar la iglesia y la pólvora para el convivio nocturno.<br />
De otro lado, la pobreza de los cabildos del siglo xvn<br />
encontró en la economía de las haciendas un potencial de<br />
financiación. En épocas de calamidad las haciendas eran<br />
obligadas a dar contribuciones con productos o en metálico.<br />
En otras ocasiones, cuando la ciudad requería de trabajadores<br />
para componer el cauce de un río, aderezar un<br />
puente, limpiar las calles o, incluso, reparar la iglesia o el<br />
cabildo, se solicitaba el concurso de las haciendas.<br />
Hacienda y ciudad mantenían un delicado vínculo social.<br />
En particular, durante las épocas de escasez y de altos<br />
precios de los víveres, se sentían con intensidad en las haciendas.<br />
El historiador Germán Colmenares encontró que<br />
en la Provincia de Popayán, ocurrieron tres grandes períodos<br />
de crisis de abastecimientos: 1683-1689, 1741-1747 y<br />
I 7^3_I79°- Crisis que eran motivadas por las epidemias,<br />
los veranos prolongados, las rivalidades entre varias ciudades<br />
por el abasto, el consumo excesivo y la lejanía de los<br />
batos con respecto a las ciudades.'4 Los efectos del desa-<br />
14. Colmenares. Germán. Popayán: Una sociedad esclavista, 1680-<br />
r8n, Medellin, La Carreta, 1979, págs. 215-227.
IOO I PABLO RODRÍGUEZ / BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
basto eran notables entre todos los vecinos, dando origen<br />
al desorden social. En estas épocas, el abigeato y la cuatrería<br />
hacían su aparición y no sólo en las propiedades<br />
cercanas a las ciudades. Se trataba, casi siempre, de una<br />
delincuencia para sobrevivir. Tres o cuatro mestizos o mulatos<br />
pobres se adentraban al anochecer en el campo, sacrificaban<br />
una res y retornaban al amanecer con las carnes.<br />
Otras manifestaciones de tensión social las vivió la hacienda<br />
con los grupos de gente pobre que se arraigaron en<br />
sus confines. Los casos de las haciendas de los valles del<br />
Cauca y del Magdalena revelan un cuadro de conflictos<br />
muy variado. En algunos casos se trató de comunidades<br />
con las que la hacienda coqueteó y trató de convertir en<br />
arrendatarios. En otros, fueron arrendatarios que se alcanzaron<br />
en sus pagos y se negaron a abandonar las tierras.<br />
Finalmente, en otros, se trató de palenques o comunidades<br />
de arrochelados que vivían de algunos cultivos, la caza, la<br />
pesca y de algún trato con la hacienda. El desafío de estos<br />
palenques a la pretensión de las autoridades de transformarlos<br />
en poblados, era un reto tácito al influjo de los hacendados.<br />
Con frecuencia, un manto de violencia cubrió la<br />
relación de las haciendas con los palenques, en algunos<br />
pocos casos, como los de Atnaime y E l Bolo en el centro del<br />
valle del Cauca, se creó una relación armónica.'5<br />
15. Véase, Colmenares, Germán, “Castas, patrones de poblamicnto<br />
y conflictos sociales en las provincias del Cauca 18 10 -18 30 ”, en G.<br />
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Casa y orden cotidiano en el<br />
Nuevo Reino de Granada, s. xvm<br />
PABLO<br />
R O D R ÍG U E Z JIM É N E Z<br />
Universidad Nacional de Colombia<br />
Eyn el Nuevo Reino de Granada ninguna otra construcción<br />
distinta a las visibles iglesias y a las sedes de los Cabildos<br />
llegó a ser tan notoria como la casa colonial. Criolla,<br />
mestiza o indígena, la casa era el lugar donde las familias<br />
aseguraban un hogar, daban calor a sus días y conservaban<br />
un honor. En la tradición castellana medieval todo individuo<br />
debía pertenecer a una “casa y solar conocido”, entendiendo<br />
por tal, que todo hombre o mujer, en la condición<br />
de noble o siervo, debía pertenecer a un lugar. Pero esta<br />
pertenencia a un lugar equivalía a participar de una familia,<br />
de una comunidad. Así mismo, esta declaración distinguía<br />
a los castellanos de los judíos, de los gitanos y de los conversos.<br />
Esta tradición se extendió al Nuevo Reino de Granada.<br />
Así, no era extraño que españoles recién llegados a<br />
una ciudad y acogidos por una familia confesaran pertenecer<br />
a la “casa” de esta familia. Casa y familia tuvieron<br />
entonces similar significado entre los sectores más hispanizados<br />
de la sociedad.<br />
La casa de dos pisos fiie excepcional en la Nueva Granada.<br />
Salvo en Cartagena de Indias, donde barrios como<br />
La Merced y San Sebastián casi constituían un conjunto de
104 I PARLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
casas suntuosas de dos y tres niveles, la casa de una planta<br />
fue el patrón común de las ciudades y villas coloniales. Las<br />
pocas casas de dos pisos de cada lugar enmarcaban la plaza<br />
principal. A partir de la cual un variado paisaje de casas<br />
de un nivel se alineaba hasta los extramuros de la ciudad.<br />
La casa de alto y bajo, como se llamaba a la de dos pisos,<br />
era propia de las familias más ricas. Se requería gran<br />
capital para construir una edificación de esta complejidad.<br />
La teja y el adobe empezaron a ser utilizados en el siglo<br />
xvii, sin embargo no todas las poblaciones contaban con<br />
fábricas para su producción, ni se los conseguía a lo largo<br />
del año. El precio de la teja hacía de distintivo de las casas<br />
que lo enseñaban en sus techos. La construcción de una<br />
vivienda de dos pisos llevaba varios años. Hoy los restauradores<br />
de estas viviendas encuentran que muchas se<br />
construyeron en forma interrumpida.<br />
Las casonas de dos pisos que construyeron los encomenderos<br />
de los siglos xvi y xvn eran utilizadas como depósito<br />
y como vivienda. En los cuartos del primer nivel se<br />
amontonaban los productos que los indígenas pagaban<br />
como tributo y se alojaba a la servidumbre. En el piso superior<br />
se hallaban las alcobas de la familia. Esta distribución<br />
varió en el siglo xvm. El primer piso fue ampliado, las<br />
familias trasladaron allí parte de sus alcobas, las áreas sociales<br />
se impusieron y, en ocasiones, abrieron una tienda<br />
con puerta o ventana a la calle. La cocina y la servidumbre<br />
continuaron en el primer piso, aunque alrededor de un<br />
nuevo patio. Estas casas tenían una puerta en un costado<br />
para el ingreso de las bestias, la leña y el agua. Las viviendas<br />
de una planta, según fuera su tamaño, calidad y ubicación,<br />
indicaban la condición social de sus propietarios.<br />
Muchas casas cercanas a las plazas mayores se entremezclaban<br />
con las de dos pisos, eran tan espaciosas como éstas
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnu | 105<br />
y tenían una distribución armoniosa. Las más opulentas se<br />
componían de dos y tres patios.<br />
Una forma más modesta de casa de una planta, difundida<br />
en todas las ciudades neogranadinas, fue la construida<br />
en forma de L alrededor de un patio central. Se adornaba<br />
con un contraportón que daba acceso a un espacioso corredor.<br />
En éste se situaba el comedor y los muebles que<br />
servían de sala. Las dos habitaciones que poseían se comunicaban<br />
con el interior a través del corredor y, cuando daban<br />
a la calle, con una ventana. En estas casas vivía la<br />
gente de condición social media de las ciudades: blancos<br />
pobres y mestizos de algún patrimonio. Este tipo de vivienda<br />
era corriente en barrios como San Sebastián y Santo<br />
Toribio en Cartagena, La Catedral y El Príncipe en<br />
Santafé de Bogotá, San Benito, San Roque y San Lorenzo<br />
en Medellin, San Agustín en Popayán, y Santa Rosa y San<br />
Nicolás en Cali.<br />
El bohío, o rancho de paredes de bahareque y techo de<br />
paja, era la vivienda común de la gente pobre de todas las<br />
ciudades coloniales. Estaba conformada por una sola alcoba<br />
que servía de dormitorio y sala. En la parte posterior<br />
una hornaza bajo una enramada de techo pajizo sin paredes<br />
era toda la cocina. En cada lugar, éstas indicaban que<br />
allí vivían indígenas, mulatos y negros. El aspecto rústico<br />
de estas viviendas fue el rasgo distintivo de los barrios Las<br />
Nieves y Santa Bárbara de Tunja y Santafé de Bogotá, de<br />
Santo Toribio y Getsemaní de Cartagena, de Guanteros y<br />
Quebrada Arriba en Medellin y de San Nicolás y San<br />
Agustín en Cali.<br />
Estas diferencias pueden apreciarse en los recuentos<br />
que las mismas autoridades coloniales efectuaron de las<br />
viviendas de algunas ciudades. Popayán, por ejemplo, en<br />
1807 poseía 73 casas de dos plantas, 307 de un piso con<br />
techo de teja y 491 con techo de paja. Cartagena de Indias,
IOÓ | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
en 1777, tenía 719 casas de una planta y 222 de dos pisos<br />
(en estado inhabitable se econtraban 38 casas de una planta<br />
y 8 de dos). Y Medellin, en 1786, estaba conformado por<br />
4 casas de dos plantas, 92 de un piso con techo de teja y<br />
279 con techo de paja. Por supuesto, las casas en estas ciudades<br />
también se distinguían según tuvieran o no solar y<br />
cocina independiente.<br />
La cocina constituía uno de los espacios más importantes<br />
de las casas coloniales. Situada en la parte posterior<br />
de cada vivienda, en ocasiones aislada del conjunto residencial<br />
para prevenir los frecuentes incendios, en la cocina<br />
se preparaban los alimentos, y era el lugar donde se mantenía<br />
encendido el Riego. Tal vez no existía lugar más activo<br />
y social de cada casa que su cocina. En las viviendas<br />
pobres, la cocina estaba en el patio, cubierta por una enramada.<br />
Con excepción de las grandes casas coloniales, el común<br />
de las viviendas de la época poseía muy pocas alcobas.<br />
Las grandes casonas cartageneras y payanesas tenían<br />
numerosos cuartos para la familia, parientes, visitantes y<br />
sirvientes. En éstas, la alcoba tendía a ser un espacio privado,<br />
individual. No obstante, la mayoría de las viviendas<br />
sólo poseía uno o dos cuartos en los que se dormía, comía<br />
y vivía. La casa de los pobres, mestizos, indígenas y mulatos<br />
se componía casi exclusivamente de una alcoba, en la<br />
que se encontraba un camastro y los pocos muebles que<br />
conformaban su menage.<br />
Esta estrechez de la vivienda era advertida y denunciada<br />
como la causa de la promiscuidad en que vivían muchos<br />
sectores de la población. AI respecto, el capuchino<br />
Joaquín de Finestrad, que había recorrido distintas regiones<br />
del Nuevo Reino, se lamentaba en su notable escrito,<br />
E l Vasallo Instruido, en los siguientes términos: “...aun<br />
aquellos que tienen la proporción en sus casas, de cuyo be
Cosa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Gravada, s. xrm | 107<br />
neficio carecen los más, viviendo en unas pobres chozas, y<br />
viéndose por esta razón precisados a dormir en cama franca,<br />
o común a todos; hermanas con hermanos, y padres<br />
con hijas, o a ser éstos testigos oculares del recato matrimonial<br />
tan recomendado”.1 Unido a la restricción de espacio<br />
estaba el hecho de la casi total ausencia de puertas que<br />
aislaran los cuartos interiores. Aquí todo era visto, todo era<br />
escuchado. Lo íntimo individual, lo que se entendía como<br />
privado, era el espacio de la familia. En Popayán, una mujer<br />
se extrañaba de que su esposo se molestara porque le<br />
había interrumpido la lectura. El archivo judicial de la<br />
época no cesa de decírnoslo, en esta sociedad con tantas<br />
ranuras y tabiques todo era visto, pero especialmente lo<br />
anormal y lo ilegal.<br />
F o n n a s d e v iv ir<br />
Uno de los hechos más notables de la vida familiar colonial<br />
era que ésta muchas veces se compartía con parientes<br />
lejanos, con esclavos y sirvientes. En los distintos sectores<br />
sociales, la familia no estaba conformada exclusivamente<br />
por los padres y los hijos, pues normalmente la formaban<br />
también abuelos, tíos, primos, suegros, yernos, cuñados y<br />
ahijados. En cada historia familiar distintas razones económicas,<br />
demográficas o circunstanciales conducían a que la<br />
vida familiar fuera compartida con otros. En algunos lugares<br />
esto llegó a ser tan común, que a los primos hermanos<br />
simplemente se les llamaba hermanos. La adopción de<br />
huérfanos y la hospitalidad a desvalidos era un hecho natural<br />
y desprejuiciado. Así mismo, la costumbre de la posesión<br />
de esclavos domésticos era algo más que una<br />
inversión económica. Con demasiada frecuencia los escla<br />
1. |oaquín de Kincstrad. E l Vasallo Instruido en el Nuevo Reino de<br />
Granada, r 789. manuscrito. Biblioteca Nacional.
108 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
vos daban a sus amos, además de servicios durante toda su<br />
vida, compañía y afecto.<br />
La familia compuesta por tres generaciones, padres,<br />
hijos y nietos, parecería haber sido más frecuente entre<br />
quienes tenían un patrimonio. A pesar de haber existido<br />
un régimen igualitario de herencia y derechos de los hijos<br />
a reclamar las partes en el momento de su matrimonio,<br />
muchos padres exigían a los hijos continuar residiendo en<br />
casa. Establecer una nueva casa era algo sumamente oneroso.<br />
El hecho es que, en cada ciudad, entre los grupos<br />
solventes de la sociedad, encontramos casas donde los<br />
abuelos convivían con dos o tres hijos casados, sus respectivas<br />
esposas y sus nietos. En algunos casos, los padres<br />
condicionaban el permiso de matrimonio de sus hijos a<br />
que la nueva pareja continuara a su lado. Forma sutil de<br />
hacerse a una compañía y a unos brazos para el trabajo.<br />
Red que no ocultaba su influencia sobre el diario vivir y el<br />
destino de estas parejas.<br />
Un factor que limitaba la existencia de familias de tres<br />
generaciones era la temprana edad a la que se moría. Menos<br />
del 7% de la población de las ciudades superaba los 55<br />
años, y eran los hombres quienes primero sucumbían en<br />
esta fatal demografía. Así, aunque el común de la población<br />
de las ciudades contraía nupcias y concebía sus primeros<br />
hijos relativamente temprano, pocos nietos tenían<br />
la oportuidad de conocer y convivir con sus dos abuelos.<br />
El caso más frecuente era criarse con los padres y con una<br />
de las abuelas.<br />
La circunstancia de vivir distintos hermanos con sus<br />
hijos en casa de los padres, motivados por necesidades<br />
económicas y afectivas, no dejaba de presentar situaciones<br />
reveladoras. A la muerte de los padres, recibían en herencia<br />
fracciones de una casa que podían conservar durante<br />
muchos años. En el centro de Medellin, a fines del siglo
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xivi | 109<br />
xvm, cuatro hermanos Alvarez compartían la casa que habían<br />
heredado. Cuando en una ocasión debieron declarar<br />
la porción que cada uno tenía, dos afirmaron poseer de a<br />
séptimas partes y dos de a parte y media. Hecho interesante<br />
en estos casos es descubrir que la tutoría de la casa<br />
recaía no siempre en un hombre. En el caso comentado se<br />
trataba de la hermana mayor doña Gregoria Alvarez, casada<br />
con don Miguel Gómez.J<br />
En ocasiones, también, el parentesco familiar determinaba<br />
la vecindad. En barrios de reciente conformación o<br />
que habían conservado lotes baldíos, hermanos y primos<br />
recibían en herencia fracciones de un predio donde levantaban<br />
sus casas, y se convertían en vecinos. Calles como la<br />
de El Rosario o El Carnero en el barrio Guanteros de Medellin,<br />
eran reconocidas como de las familias Olarte y<br />
González. El parentesco aquí no se reducía a una casa,<br />
abarcaba la calle y el barrio. Lo público, es decir la calle,<br />
era alterado por lo doméstico que no se contenía en un espacio<br />
privado.-1<br />
La convivencia de distintas familias en una misma casa<br />
no es un hecho reciente. Ya en el siglo xvm distintas ciudades<br />
colombianas observaban este fenómeno. En Cartagena<br />
de Indias, Tunja y Santafé se nombraba como “tiendas”,<br />
“asesorías”, “dichas” y “cuartos” a las partes de las casas en<br />
las que vivía una familia. Numerosos caserones de Cartagena<br />
de Indias eran habitados por seis, ocho y hasta once<br />
familias. Por supuesto, la mayoría eran familias pertene-<br />
2. I/» casa de los Álvarez estaba situada en la manzana N ° 26. Archivo<br />
Histórico de Antioquia. Padrón de Mcdcllín, 1787, vol. 340, doc.<br />
6503, fol. 289.<br />
3. Ixis Olarte ocupaban 4 de las 13 casas de la calle del Rosario,<br />
mientras que los González habitaban tres de las siete residencias de la<br />
calle El Carnero. Archivo Histórico de Antioquia, Padrón de Mcdcllín,<br />
1786, vol. 340. doc. 6503, Ibis. 245-260.
H O I PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
cientes a las castas de mulatos y pardos. Sin embargo, conviene<br />
tener en cuenta que en muchos de estos casos los<br />
miembros de la familia jefe eran blancos empobrecidos. Y,<br />
aunque esta modalidad de vida era más frecuente en los<br />
barrios populares de Getsemaní y Santo Toribio, en La<br />
Merced y San Sebastián no se desconocía. Un ejemplo notable<br />
de cómo vivían estas familias lo podemos encontrar<br />
en una de las casas de la Calle Nuestra Señora de las Angustias<br />
del barrio La Merced. En la parte alta y principal<br />
de la casa vivía el presbítero don Joseph Mendoza en compañía<br />
de su hermana Eugenia, quienes eran asistidos por<br />
seis esclavos de distintos sexos y con edades que oscilaban<br />
entre los 18 y los 5 1 años. En esta misma área superior vivía<br />
su hermano, el recaudador del derecho de Sisa de la<br />
ciudad, don Felipe de Mendoza, con su esposa, cuatro hijos<br />
y tres esclavos. En la parte inferior de la casa vivía el<br />
oficial de contaduría don Joseph de Paz con doña Teresa<br />
de Mendoza, hermana de aquéllos, con sus siete hijos y<br />
dos esclavos. En un costado de este piso vivía doña Melchora<br />
de Paz, hermana del anterior, abandonada de su<br />
marido pero acompañada de cinco esclavos. En un rincón<br />
y hacia el patio, estaba la alcoba de una mulata ya anciana,<br />
sostenida por su hijo, José Olivo, oficial de sastrería, y<br />
acompañados de una mujer de treinta años y de un niño<br />
expósito que habían recogido tiempo atrás. Más al fondo,<br />
se encontraba un cuarto donde vivía el mulato Anastasio<br />
Galindo, dedicado a la carpintería, con su esposa y una<br />
hija de ocho años. Finalmente, una última alcoba estaba<br />
alquilada a unos comerciantes que guardaban allí sus mercaderías.4<br />
4. Se trata de la casa N ° 2, manzana N ° 1, de dicha calle. Archivo<br />
General de la Nación, Padrón del Hamo de Nuestra Señora de la M erced<br />
de Cartagena de Indias, Milicias y Marina, 1777, t. 14 1.
Casa v orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 111<br />
Como puede observarse, en una casa más o menos excepcional<br />
de la época, convivían 41 personas de los grupos<br />
blanco, mulato, pardo y esclavo. Conformaban seis familias,<br />
varias con un origen muy próximo, otras simplemente<br />
anexadas a esta gran comunidad doméstica. Aquí, aunque<br />
puede suponerse que existían áreas reservadas para cada<br />
familia, las zonas comunes debían ser muy importantes. El<br />
zaguán, los corredores, la escalera, el patio, la cisterna de<br />
agua, el depositorio, la cocina y el comedor eran lugares de<br />
encuentro cotidiano en los que se daba la comunicación y<br />
se reforzaba la solidaridad. No obstante, en estas casas de<br />
tantas almas, niños y avatares, cada uno debía inventar su<br />
lugar y momento de privacidad.<br />
Un aspecto trascendental de la vida familiar colonial<br />
empezó a ser el surgimiento desde el mismo siglo xvm de<br />
la familia “reducida”, o mejor, conyugal. Algo más de la<br />
mitad de las familias de las principales ciudades colombianas<br />
estaban conformadas por los cónyuges y sus hijos. En<br />
ocasiones este núcleo se distorsionaba con la muerte de<br />
uno de los padres y se transformaba en el de las familias<br />
constituidas por una viuda o un viudo con su prole. También<br />
era muy frecuente que un rápido matrimonio de la<br />
viuda o el viudo recompusiera esta unidad. Esta estructura<br />
familiar estaba presente en todos los sectores sociales.<br />
Aunque parecería que era dominante entre los blancos pobres,<br />
los mestizos y los mulatos, cuando las circunstancias<br />
económicas los obligaban, expulsaban a los hijos mayores<br />
para que buscaran su sustento.<br />
Así, distintos factores sociales provocaban severos desgarramientos<br />
en el orden familiar, dando lugar a formas de<br />
convivencia bastante atípicas para nuestra imagen del<br />
mundo colonial. Al observar más en detalle las personas<br />
que vivían en cada una de las casa de estas ciudades se ha<br />
revelado un hecho sumamente interesante: el crecido nú
I 12 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
mero de personas solitarias que las habitaban. Se trataba<br />
de gente adulta que compartía una vivienda, en la que recibía<br />
compañía y servicios. Podía tratarse de una viuda que<br />
vivía con una esclava, o de dos mujeres de las castas que<br />
vivían solas; no faltaban hermanos que se habían conservados<br />
célibes y decidían no separarse, comerciantes acompañados<br />
de un sirviente y ancianos asistidos por una esclava.<br />
Los ancianos ricos o de condición modesta, viudos o solteros,<br />
podían asistirse de sirvientes. Entre los pobres, los<br />
infortunios de la existencia, parecerían acercarlos en busca<br />
de ayuda mutua.<br />
La casa y la vecindad eran lugares de solidaridad y de<br />
fraternidad pero también de competencia de intereses sexuales,<br />
económicos y personales. La proximidad con que<br />
se vivía exponía a las personas a roces que se expresaban<br />
en forma verbal o de hecho y que generalmente herían el<br />
honor. El comportamiento de una persona no era ajena a<br />
los vecinos, pues se compartían callejones, patios y solares.<br />
En el momento de un altercado, lo íntimo se volvía materia<br />
de acusación. En la acusación personal, la casa era<br />
puesta en cuestión.<br />
Nacer, casar y morir en casa<br />
Es probable que una de las diferencias más significativas de<br />
la sociedad colonial con la sociedad moderna consista en<br />
que los tres acontecimientos decisivos en la vida de todo<br />
individuo ocurrían en casa, rodeados de parientes y amigos:<br />
se nacía en el lecho de la madre, asistido por una<br />
partera y ante la expectativa de los familiares. La madre<br />
embarazada no tenía el recurso de un médico ni de una<br />
bibliografía que la instruyera. La comprensión de su estado<br />
y de los cuidados que debía tener le eran dados por las mujeres<br />
mayores. Las matronas transmitían consejos, recetas,<br />
y también prejuicios. A las embarazadas se les recomenda
Casa v orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 113<br />
ba principalmente prudencia en los movimientos, evitar las<br />
corrientes de aire y negarse a toda relación sexual con su<br />
marido. De otro lado, un consejo obligado, aun para las<br />
esclavas, era enriquecer la dieta en los últimos tres meses.<br />
Resultado de los insuficientes conocimientos médicos<br />
y de la falta de asepsia en el parto, la mortalidad infantil se<br />
presenta como uno de los hechos más dramáticos en el<br />
pasado. En estas circunstancias, el nacimiento era un triunfo<br />
de la vida, entendido como un regalo del Señor. La<br />
muerte de los infantes era tan habitual, que en muchos casos<br />
los padres 110 hacían presencia en sus entierros. La<br />
Iglesia, previendo complicaciones en la infancia, recomendaba<br />
a los padres apresurarse a bautizar al recién nacido,<br />
hecho que ocurría en los dos o tres días siguientes al nacimiento<br />
en la pila que para este efecto poseía cada parroquia.<br />
La fórmula “Yo te bautizo, en el Nombre del Padre, del<br />
Hijo y del Espíritu Santo, Amén", fue establecida y difundida<br />
por el Concilio de Trento. La ceremonia del bautizo<br />
era sencilla: se componía de la ablución con agua bendecida,<br />
la recitación de la fórmula y la asistencia de los padres<br />
y de dos padrinos. La sola presencia de los padrinos en la<br />
ceremonia les otorgaba parentesco espiritual con la criatura.<br />
Un aspecto importante del bautismo era la designación<br />
de un nombre. Los nombres de pila coloniales revelan los<br />
acentos religiosos y devocionales de la comunidad. Los<br />
nombres del siglo xvi estaban muy asociados al antiugo<br />
santoral cristiano. Durante los siglos xvn y xvm, se hicieron<br />
familiares los nombres de algunos santos y jerarcas<br />
patrocinados por las comunidades religiosas. Entre los<br />
hombres los nombres más acostumbrados eran José, Ignacio,<br />
Francisco, Antonio, Mariano y Vicente. Entre las<br />
mujeres, el culto mariano determinó decididamente sus<br />
nombres. María se convirtió en el prefijo de los nombres
I T4 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
más corrientes: Josefa, Gertrudis, Javiera, Ana, Ignacia, Catarina,<br />
Manuela, Juana y Antonia. Muchos de éstos, puede<br />
observarse, eran feminizaciones de los nombres de santos<br />
varones. Los nombres de Jesús yjesusa sólo se popularizaron<br />
en el siglo xix.5<br />
La mayoría de los niños venían al mundo en los meses<br />
de agosto, octubre y mayo. De acuerdo con las estadísticas,<br />
las parejas concebían sus hijos en los meses de noviembre,<br />
enero y septiembre. El mes de nacimiento estaba<br />
muy determinado por las recomendaciones eclesiásticas<br />
de hacer veda sexual en las épocas de Cuaresma y de Navidad.<br />
Justamente, los meses en que menos niños nacían<br />
eran diciembre y enero.<br />
Cada familia tenía en promedio cuatro hijos que llegaban<br />
a la edad adulta. En sus testamentos, los padres y las<br />
madres nombran a algunos de sus hijos fallecidos en la<br />
adolescencia y en la juventud. Con sentimientos de dolor y<br />
nostalgia hacen memoria de un afecto profundo. Los niños<br />
de menos de diez años apenas si son recordados. Este<br />
silencio sobre los niños muertos al nacer o en su infancia<br />
hace difícil conocer cuántos alumbramientos llegaban a tener<br />
las mujeres coloniales. No obstante, nunca fueron tantos<br />
como usualmente se piensa. Las familias de más de<br />
diez hijos en la época colonial Rieron una excepción, incluso<br />
en Medellin. El tamaño sorprendente de las familias de<br />
distintas regiones del país fue un fenómeno que sólo empe<br />
5. No sobra considerar que en el momento del bautismo los niños<br />
y niñas recibían los apellidos de sus padres. Cuando carecían del apellido<br />
del padre, porque nacían de relaciones ilegítimas o porque eran<br />
expósitos, podían ser bautizados con el nombre de la población de origen:<br />
como María Rosalía Duitama o Tomasa de Ubaté. En algunos casos<br />
también se usaban referencias a la geografía o a un oficio: Juana<br />
Rita Montes, José Antonio Cogollos o Juan Francisco Pilador, Laureano<br />
Carbonero, Vicente Labrador.
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 115<br />
zó a darse a mediados del siglo pasado, cuando se amplió<br />
la frontera agrícola y se conformó la unidad doméstica<br />
campesina.<br />
De otro lado, el matrimonio, más que una necesidad<br />
era una ambición de todos los hombres y las mujeres. El<br />
matrimonio era tanto la celebración de un sacramento de<br />
la Iglesia como el más importante ritual du passage que<br />
marcaba la vida de todo individuo. El significado del matrimonio<br />
católico difundido por los clérigos llegó a calar<br />
hondo en la población neogranadina. A pesar de las licencias<br />
que la sociedad otorgaba a la sexualidad masculina y<br />
de la serie de factores sociales que llevaban a muchas personas<br />
a vivir en concubinato, el matrimonio era considerado<br />
como el estado ideal de hombres y mujeres.<br />
La selección de un pretendiente era un asunto que<br />
involucraba a toda la familia. Los arreglos matrimoniales<br />
los llevaban a cabo tíos o los mismos padres, que examinaban<br />
al pretendiente futuro ideal para sus sobrinas e hijas.<br />
En otros casos era el propio interesado, acompañado de<br />
un padrino o un benefactor quien visitaba al padre de la<br />
novia para manifestarle sus intenciones y considerar las<br />
nupcias. Conversaciones privadas en salitas amobladas<br />
con canapés y silletas, se trataban los términos formales y<br />
la fecha de las nupcias. Entre los estratos medio y alto de la<br />
sociedad, la decisión matrimonial era considerada demasiado<br />
importante como para dejarla en manos de los jóvenes.<br />
En este medio los jóvenes no elegían sus cónyuges. La<br />
alta estima en la que se tenía la dote entre los contrayentes<br />
envolvía de formalidad las nupcias y situaba a los padres<br />
en el centro del juego.<br />
El celo de los padres y de los familiares sobre los pretendientes<br />
de los jóvenes se orientaba principalmente a<br />
impedir los matrimonios con inferiores raciales. La sociedad<br />
criolla vivía con especial aflicción las uniones que in-
I l 6 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
tentaban sus integrantes con gente mestiza o mulata. Una<br />
actitud que tenía respaldo jurídico era oponerse al consentimiento<br />
de tales uniones, hecho con el cual se perdían los<br />
derechos hereditarios y los clérigos debían apartar su bendición.<br />
Una estrategia, probablemente inconsciente, fue<br />
aconsejar la conveniencia de los matrimonios entre familiares.<br />
Las uniones entre parientes se arreglaban para fortalecer<br />
los nexos familiares, robustecer las economías de tíos<br />
y primos, y para excluir a la gente de dudosa condición<br />
racial y social. En ocasiones, también, el prejuicio contra<br />
los extraños conducía a robustecer las alianzas familiares<br />
entre componentes de un mismo grupo socio-profesional.<br />
De las últimas décadas del siglo xvi se conocen las uniones<br />
entre encomenderos; en los siglos x v i i y xvm se hicieron<br />
corrientes los matrimonios entre familias de mineros, comerciantes<br />
y hacendados.<br />
Carecemos de un estudio que nos indique cuál era la<br />
edad a la que hombres y mujeres contraían nupcias. Sin<br />
embargo, si restamos un año a la edad promedio en la que<br />
a fines del siglo xvm las madres habían tenido su primer<br />
hijo, podemos establecer que las mujeres contraían matrimonio<br />
hacia los 22 años. Esta edad debía variar de acuerdo<br />
a la condición racial, social y regional de las mujeres. Es<br />
probable que la edad de las mujeres blancas y mestizas<br />
urbanas fuera mayor que la de las mestizas, mulatas e indígenas<br />
rurales. Sobre la edad de los hombres siempre se ha<br />
considerado que era mayor. Un hecho cierto es que la diferencia<br />
promedio de edad entre las parejas urbanas del<br />
Nuevo Reino de Granada oscilaba entre 6 y los 10 años.<br />
Pocas parejas tenían edades cercanas, en cambio muchas<br />
presentaban diferencias de entre 16 y 30 años.<br />
Desde el Concilio de Trento la celebración del matrimonio<br />
debía efectuarse dentro de una iglesia. Sin embargo,<br />
según hemos advertido, en el Nuevo Reino a mediados del
Caso y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 117<br />
siglo xvm, continuaban realizándose ceremonias nupciales<br />
en casas de particulares notables. Para dar inicio formal a<br />
un matrimonio, las normas exigían la presentación de una<br />
información matrimonial confirmada por dos vecinos.<br />
También, los novios debían hacer confesión cristiana sobre<br />
su auténtica motivación matrimonial, sus posibles<br />
noviazgos y experiencias sexuales anteriores. Toda ceremonia<br />
era anunciada a la comunidad durante tres domingos<br />
consecutivos. Solo en casos en que las autoridades<br />
eclesiásticas consideraran conveniente obviar las proclamas<br />
dominicales para defender un matrimonio se realizaba<br />
la ceremonia en la misma semana del anuncio.<br />
Las nupcias coloniales se celebraban muy temprano en<br />
la mañana y de manera bastante sobria. No se hacía gasto<br />
en coros o misas especiales. Las parejas asistían acompañadas<br />
de sus familiares y de dos testigos. No existía una<br />
formalidad en cuanto al vestuario, simplemente se vestían<br />
las mejores prendas sin reparos de color. El momento más<br />
importante de la ceremonia lo constituía la respuesta de<br />
los novios a la pregunta del sacerdote: “Acepta Ud. fulana,<br />
como esposo a fulano?” El clérigo debía interrogarlos y<br />
asegurarse de que establecían el vínculo con absoluta libertad<br />
de consentimiento. Concluida la misa, los asistentes<br />
eran invitados por los padres de la novia para festejar el<br />
acontecimiento.<br />
Los meses preferidos para efectuar los matrimonios<br />
eran febrero, mayo y noviembre. Estas fechas podían ser el<br />
resultado de la negativa de los clérigos para efectuar velaciones<br />
en el Adviento y en la Cuaresma. Cabe señalar que<br />
las parejas no iban a vivir inmediatamente lejos de sus<br />
padres, los primeros años debían pasarlos junto a ellos<br />
mientras acumulaban el capital necesario para adquirir una<br />
vivienda independiente.<br />
Finalmente, toda persona esperaba morir en casa,
I l 8 | PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
acompañada de sus familiares y vecinos, y asistido espiritualmente<br />
por un representante de la Iglesia. Para todo<br />
feligrés la muerte era un trance sumamente difícil, por lo<br />
cual tomaba precauciones para evitar la condenación eterna.<br />
Se debía asegurar el auxilio de la Iglesia en el momento<br />
de la agonía y una adecuada inhumación bajo la protección<br />
de una advocación cristiana.<br />
Desde temprana edad la gente de algún recurso adquiría<br />
“asiento y lugar” en la Catedral o en una parroquia. El<br />
primero le garantizaba un puesto cómodo y acorde con su<br />
rango en las misas y fiestas religiosas. El segundo, le reservaba<br />
un sitio eterno bajo las baldosas de la iglesia y cercano<br />
al santo de su devoción. Reposar en el propio claustro de<br />
santidad católica debía calmar en alguna medida la ansiedad<br />
de la muerte.<br />
Los testamentos, tan propios de la época colonial, no<br />
sólo eran escritos por las personas ancianas o enfermas. El<br />
temor a una muerte intempestiva hacía que aun la gente<br />
jóven y robusta legara lo que consideraba su “última voluntad”.<br />
La redacción de este solemne documento era la<br />
ocasión de reconocer la elemental humanidad, de arrepentirse,<br />
de perdonar, de confesar lo inconfesable y de solicitar<br />
en forma detallada el sepelio y el entierro deseados.<br />
Las ceremonias más vistosas eran aquellas en las que el<br />
difunto era acompañado por un séquito de frailes y sacerdotes,<br />
la misa cantada, las campanas puestas al viento y el<br />
cortejo marchaba con cruz en alto. Cada testador asignaba<br />
una suma de dinero a lo que denominaban “las mandas<br />
forzosas”, especie de limosna para el mantenimiento de las<br />
misas que la parroquia ofrecía por las benditas ánimas del<br />
purgatorio. Un monto distinto de dinero era utilizado en<br />
fundar capellanías para asegurar misas semanales, mensuales<br />
o anuales por el descanso del alma del testador. Otra<br />
cantidad podía ser dedicada a mantener encendida una o
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de G ranada, S. xvm<br />
i i<br />
«1<br />
f i T<br />
Plano de casa en<br />
Girón.<br />
1776.<br />
A rchivo General<br />
de la Nación.<br />
M apoteca 4<br />
N ° 605a.<br />
Virgen de Chinquinquirá<br />
con donante enfermera<br />
doña M aría Jesús<br />
Xaram illo y Gavidiria.<br />
18 13 .<br />
M useo de Antioquia.<br />
Probanza de limpieza de linaje<br />
de don Anselm o de Vierna y<br />
M azo.<br />
1795-<br />
Biblioteca Nacional. Raros y<br />
Curiosos. Libro 19 1 N ° 374.
D e español e india nace mestizo.<br />
Juan y M anuel de la Cruz.<br />
Grabado coloreado.<br />
1777- 1788.<br />
Biblioteca Luis-A n gel Arango. Sala<br />
M anuscritos 391.0946. C15C.<br />
D e negro y española nace mulata.<br />
Juan y M anuel de la Cruz.<br />
Grabado coloreado.<br />
1777-1788.<br />
Biblioteca L u is-Á ngel Arango. Sala<br />
M anuscritos 391.0946. C15C.<br />
D e mulato y española nace morisco.<br />
Juan y M anuel de la Cruz.<br />
Grabado coloreado.<br />
1 7 7 7 - 1 7 8 8 .<br />
Biblioteca Luis-A ngel A rango. Sala<br />
M anuscritos 39 1.0946. C 15C .
Casa v orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 119<br />
varias velas a la imagen de una santidad. Los capitales legados<br />
a la Iglesia por voluntad testamental, llegaron a ser<br />
auténticas fortunas. Cabe señalar, también, que el momento<br />
de la muerte llamaba a realizar buenos actos y especialmente<br />
a dar muestras de espíritu piadoso. Un aspecto<br />
interesante de los testamentos coloniales era la decisión<br />
cristiana existente de libertar a los esclavos más fieles y la<br />
concesión de un rubro de dineros que se dejaban para socorrer<br />
a familiares y a criados desvalidos.<br />
E l uso del tiempo diario<br />
El orden cotidiano del hogar era regulado por dos actividades:<br />
orar y comer. Alimento espiritual el uno, alimento<br />
corporal el otro. Antes del amanecer y hacia las seis de la<br />
mañana, la familia se reunía a rezar. Daba gracias por el<br />
nuevo día y encomendaba las tareas a realizar. Los alimentos<br />
del día, el almuerzo y la comida, se agradecían con una<br />
oración. En la noche, la familia se reunía de nuevo para rezar<br />
el rosario. Las horas de oración eran tan cumplidas,<br />
que constituían la referencia de horas de la comunidad. No<br />
se decía “al despuntar el alba” o “como a las siete de la mañana”<br />
sino “después de la primera oración”.<br />
Cada hogar aspiraba a una imagen de santidad. Las<br />
paredes de los salones y las alcobas se decoraban con lienzos<br />
y retablos de imágenes cristianas. Normalmente eran<br />
representaciones de cuerpo de algún santo o de un pasaje<br />
bíblico. Otras imágenes apreciadas eran los populares exvotos,<br />
simbólicas narraciones de gratitud por un favor recibido.<br />
En un rincón de un zaguán o de una alcoba principal<br />
se situaba el altar doméstico, sitio en el que se efectuaban<br />
los rezos colectivos. Algunos de estos altares eran suntuosos,<br />
y alcanzaban a contener imágenes de bulto de santos<br />
traídas de ^uito y Lima. Las promesas religiosas y las<br />
penitencias que imponían los clérigos eran rezos cotidia
120 I PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
nos del santo rosario en casa. Más allá de las iglesias y conventos,<br />
en los hogares, se vivió una intensa religiosidad<br />
doméstica. Hoy sabemos que esta manifestación estuvo<br />
asociada también a la escasez de conventos femeninos y a<br />
su definido carácter elitista. Una de las labores cotidianas<br />
más importantes de los hogares coloniales era encender y<br />
conservar el fuego. Labor esencialmente femenina, al<br />
prender las primeras brasas en la cocina empezaba el día.<br />
En la época se acostumbraban tres comidas principales y<br />
tres ligeras. Las primeras estaban compuestas por el desayuno,<br />
la comida y la cena. Las segundas, que variaban de<br />
denominación en cada región, eran los “tragos” del despertar,<br />
las onces o medias nueves y la merienda de las cinco<br />
de la tarde. Esta cadena de comidas obligaba a mantener el<br />
fuego encendido en la cocina y a una gran actividad de las<br />
mujeres en casa. En la noche siempre debía mantenerse a<br />
mano un tizón encendido para iluminar los cuartos o el<br />
camino por el corredor.<br />
Otro elemento doméstico asociado a la naturaleza femenina<br />
era el agua. El agua debía traerse a casa en pesados<br />
toneles desde los arroyos o las fuentes vecinas, transporte<br />
que constituía un oficio no exclusivamente masculino. Su<br />
uso debía mediarse y cuidarse. Se distribuía en las fuentes<br />
de las habitaciones para el lavado de las manos y el rostro.<br />
En la cocina se la requería para la cocción de los alimentos<br />
y la limpieza de los utensilios de plata, porcelana o simple<br />
madera. En el patio también se la almacenaba para dar de<br />
beber a los sirvientes, a las bestias y asear las bacinillas. Así<br />
mismo, eran las mujeres las que lavaban a los niños y a los<br />
enfermos.<br />
Disponer y asear la casa era tarea cotidiana. Después<br />
del desayuno, señoras y sirvientes se entregaban a la limpieza<br />
de alcobas y zaguanes. La ropa de vestir y de cama<br />
se lavaba en las quebradas. La leña era almacenada y dis
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 121<br />
puesta en la cocina. Las carnes se salaban y colgaban de<br />
cordeles. En el patio se contaban los huevos y se daba el<br />
alimento a las gallinas y los caballos.<br />
La comida o nuestro actual almuerzo se sem a hacia<br />
las dos de la tarde. En ocasiones las muchachas debían<br />
llevar estas viandas hasta los extramuros de la ciudad, donde<br />
los hombres cultivaban una era o encerraban las reses.<br />
Después de la siesta mediterránea llegaba el momento<br />
propicio para las visitas. Visitar o ser visitado se tomaba<br />
con cierta formalidad. Entre las mujeres de las clases media<br />
y alta se tejía, bordaba y zurcía, animando conversaciones<br />
y cantos de estribillos. Entre familias, las visitas se<br />
recibían en el salón principal, se acompañaban de alguna<br />
bebida, vino o chocolate. Estas ocasiones se aprovechaban<br />
para comentar las novedades de la ciudad, presentar las<br />
habilidades musicales de alguna hija o anunciar noviazgos<br />
y matrimonios.<br />
Entre los sectores populares la vida cotidiana estaba<br />
definida por el trabajo. La variedad de oficios que realizaban<br />
tanto hombres como mujeres se ejecutaban muchas<br />
veces en casa. El exiguo espacio de la casa servía de<br />
vivienda y de lugar de trabajo. Los herreros, carpinteros,<br />
curtidores, zapateros, sastres, sombrereros, plateros y las<br />
cigarreras, tejedoras, costureras, hilanderas, encajeras y<br />
muchísimos otros artesanos tenían sus talleres en su propia<br />
vivienda. Este hecho, por el número de artesanos que<br />
había en cada ciudad, debería hacernos dudar de la tradicional<br />
idea según la cual el rol masculino era externo a la<br />
casa. En los sectores populares, especialmente en el de los<br />
artesanos, los hombres pasaban el día trabajando en casa,<br />
los movimientos de la gente de la casa no les eran extraños<br />
y recibían la ayuda de sus esposas e hijos.<br />
Las familias artesanas eran también escuelas de trabajo.<br />
Uno o varios de los hijos de un artesano seguían el
122 I PABLO RODRIGUEZ JIMÉNEZ<br />
oficio de su padre. En su ausencia, un sobrino o un joven<br />
del vecindario hacía las veces de aprendiz. A los adolescentes<br />
que trabajaban en un taller, con tan solo nueve o<br />
diez años ya se los nombraba por su oficio. A la muerte del<br />
padre, el hijo mayor heredaba las herramientas y el buen<br />
nombre del padre. Ya en la época colonial los oficios eran<br />
asunto de familia, como conformando un linaje.<br />
E l horno de la casa<br />
Tal vez el fenómeno más complejo de nuestra culturas<br />
hasta tiempos recientes era la manera como el honor familiar<br />
estaba anclado en la sexualidad. A diferencia de otras<br />
culturas, en las que el honor se fundamentaba en la riqueza,<br />
en la espiritualidad o en el vigor físico, en la nuestra<br />
estaba contenida en la pureza sexual de las mujeres. En la<br />
vida cotidiana este hecho se tradujo en una especial aprehensión<br />
de los padres y los maridos hacia sus hijas y esposas,<br />
reservando su virginidad para el matrimonio y<br />
cuidando que todo nacimiento fuera legítimo.<br />
En la época no existía capital más preciado que el del<br />
honor. El honor era asunto de hombres aunque encarnado<br />
en sus mujeres. Bien sabemos que los escritores del Siglo<br />
de Oro encontraron en el honor la fuente principal para<br />
sus dramas. Aún recientemente, y cerca a nosotros, Gabriel<br />
García Márquez insistía en el tema en su Crónica de<br />
una muerte anunciada. Se podía ser pobre pero con un<br />
honor limpio. Toda afrenta al honor familiar era vivida<br />
con especial dramatismo psicológico y social, por lo que<br />
las familias y la comunidad cuidaban celosamente de conservar<br />
su orden sexual y moral. No obstante, con relativa<br />
frecuencia el honor de las familias se veía menoscabado<br />
por hechos escandalosos. Muy lamentados eran la pérdida<br />
de virginidad y los embarazos prematrimoniales de las hijas.<br />
Seducidas con promesas de matrimonio y luego aban-
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 123<br />
donadas, las muchachas, principalmente de los sectores<br />
populares, debían afrontar el reparo de la familia y el vecindario.<br />
Estos quebrantos al honor familiar eran más sensibles<br />
cuando provenían de un joven mulato y pobre. En<br />
este caso los padres se veían ante la disyuntiva de forzar un<br />
matrimonio que reparara el daño y aceptar una criatura de<br />
color.<br />
El honor familiar estaba comprometido también en la<br />
fidelidad de las esposas. Hecho azaroso y sumamente<br />
compleio, la infidelidad de las esposas era más una invención<br />
que un hecho rutinario. En muchos casos los maridos<br />
que alegaban infidelidad de sus esposas sólo buscaban<br />
ocultar el abandono a que las tenían sometidas o sus propios<br />
concubinatos. Un hecho real es que la comunidad<br />
actuaba como un control implacable sobre el orden conyugal.<br />
En las ausencias de sus maridos, todos los movimientos<br />
y conversaciones de las esposas de mineros y<br />
comerciantes eran observados por los vecinos. De regreso<br />
a casa, el marido recibía, como chisme o como escrito<br />
anónimo, la información de la conducta que un vecino receloso<br />
considerara impropia.<br />
La reacción de los hombres ante la pérdida del honor<br />
siempre fue dramática. En esta sociedad que exaltaba la<br />
limpieza del honor, los reveses sufridos provocaban en los<br />
hombres severos conflictos de conciencia. Probablemente,<br />
en este aspecto, la sociedad colonial demandó del hombre<br />
un tutelaje demasiado difícil de cumplir, a pesar de las prerrogativas<br />
de autoridad de que estaba investido ante su esposa<br />
y sus hijos. En un caso un padre que veía a su hija<br />
embarazada sin haber sido tomada en matrimonio, relataba<br />
así su dolor: “Quando hablo de la desonra de mi cassa<br />
me ruboro, el corazón se funesta, manda lagrimas a los<br />
ojos y sólo me permite dar una idea oscura de mi sitúa-
124 I PABLO RODRÍG1IKZ JIMÉNEZ<br />
ción”.6 En otra ocasión, un esposo sólo atinó a encontrar<br />
en el suicidio remedio a la desolación que le embargaba el<br />
adulterio de su mujer.7 Las historias de honor familiar casi<br />
siempre narran escenas que representan una violencia sobre<br />
un espacio sagrado: el hogar. Un hombre que escala<br />
una pared para buscar a su amada, un familiar que abusa<br />
de la confianza o un alcalde que irrumpe en la casa derribando<br />
puertas tras supuestas ilicitudes. Es llamativo que el<br />
relato de estos hechos se construya con un lenguaje particular<br />
que oscila entre lo jurídico, lo religioso, lo moral y lo<br />
circunstancial.<br />
Cabe mencionar que el honor de la casa no era un bien<br />
privado sino público.8 En el honor se fundaba el buen<br />
nombre y buena fama de una persona o una familia ante la<br />
comunidad. El ocultamiento de su pérdida o el desprecio<br />
de su valor eran delatados por la comunidad. A través de<br />
actos simbólicos, de rumores, de injurias verbales y de escritos<br />
satíricos, los vecinos ejercían un control y un castigo<br />
a quienes lo perdían. La materia de la que se servían los alcaldes<br />
y los jueces para inquirir en el mundo doméstico<br />
eran los rumores y palabras callejeras. El alcalde de barrio<br />
era un escucha del rumor popular. Sus acciones, además,<br />
daban fuego al cotilleo del vecindario. El chismorreo del<br />
6. Archivo Histórico de Antioquia, Medellin, Criminal B 10 1, leg.<br />
i8oo-r8io, d. 15, 1806.<br />
7. Archivo General de la Nación, Santafé de Bogotá, Criminal, t.<br />
132, fols. 510-56 2,1809.<br />
8. Varios autores han tratado el tema del honor con brillantez:<br />
Julián I’itt-Rivers, Antropología d e l Honor, Barcelona. Ed. Crítica, 1979:<br />
J.G . Peristany (Compilador), E l Concepto d e l Honor en la Sociedad M editerránea,<br />
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y E lites en e l Siglo xm , Madrid: siglo xxi, 1989: Patricia Seed, Am ar,<br />
H onrar y Obedecer en e l M éxico Colonial, México, Alianza ed., 19 9 1; y<br />
Ramón Gutiérrez, Cuando Jesús llegó, las m adres d e l m aíz se fueron, M éxico,<br />
Fondo de Cultura Económica, 1993.
Casa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 125<br />
vecindario, el inadecuado saludo o la negativa a reconocer<br />
el título de “don” a una persona concluían fácilmente en<br />
los estrados de la justicia. En teoría, la función del alcalde<br />
de barrio era la de restaurar el equilibrio y la convivencia<br />
entre esos vecinos. Así, un alcalde se negó a aceptar un<br />
pleito de honor entre dos primos, por considerar que estos<br />
hechos eran “odiosos y malsonantes”.9<br />
El honor era un “don” de pertenencia y de responsabilidad,<br />
que puesto en labios ligeros podía causar destrozos.<br />
La palabra, forma casi única de comunicación en esta sociedad,<br />
irnimpía con violencia en el barrio, en el mercado<br />
o en la casa injuriando ese valor principalísimo del honor.<br />
Todo se veía y todo se comentaba. En una vida de tanta<br />
proximidad y tanta vecindad, la palabra no se medía y no<br />
se precisaba su dirección. A la palabra se la valoraba pero<br />
también se la temía. Su ambigüedad o su evasión podían<br />
ser tomadas como afrentas. Al vaivén de los aguardientes<br />
en la taberna, un marido podía ser acusado de “cornudo” o<br />
de “mezclado”. Ante el alcalde o el juez los declarantes<br />
confesaban de manera irremediable días después que<br />
“todo lo sabían de oidas”, o que “todo era público y notorio”.<br />
Las injurias al honor se multiplicaron al finalizar el siglo<br />
xvm, probablemente como resultado de la indefinición<br />
social en que vivían muchos grupos, como, también, por<br />
la abigarrada cotidianidad doméstica. La injuria era, casi<br />
siempre, un lance entre vecinos.<br />
Las reglas de comunidad imponían cierta disciplina,<br />
cuyo quebranto recibía una sanción de carácter ritual o,<br />
también, punitiva. Por ejemplo, el comportamiento blando<br />
de los maridos con sus esposas era censurado casi que<br />
9. Archivo Histórico de Antioquia, Medellin. Criminal, 1? 65, leg.<br />
1790-1800, d. 19. lilis, ir, 2r y jr . Citado por Beatriz Patino Millán en<br />
su libro. C rim inalidad, lev pen al y estructura social en ¡a Provincia de A n <br />
tioquia, Medellin, i d e a . 1994, pag. 223.
126 I PABLO RODRIGUEZ JIMÉNEZ<br />
teatralmente por la comunidad. A manera de las “cencerradas”<br />
europeas, los vecinos de Santafé de Bogotá y<br />
Tunja en los siglos xvi y xvn colgaban cuernos de novillo<br />
en la puerta de las casas de los maridos que mostraban debilidad<br />
para corregir a sus esposas.10 Este gesto tan simbólico<br />
era una sorna, una ironía, pero también una sanción<br />
que reclamaba autoridad.<br />
Una forma de injuria, sutil pero tenaz, que hacía público<br />
el deshonor, eran las coplas y los versos cantados. En<br />
las fiestas familiares era habitual que improvisados copleros,<br />
acompañados del tañir de guitarras, hicieran versos<br />
satíricos sobre los asistentes o, incluso, sobre las autoridades.<br />
Las demandas judiciales por injuria al honor enseñan<br />
que los copleros cantaban justamente lo que todos sabían<br />
y podía causar risa. En Antioquia existía la tradición de<br />
formar comparsas que cantaban versos, su tono se hizo tan<br />
conflictivo que las autoridades tuvieron que publicar un<br />
bando, en 1794, en el que prohibían los “versos de inju-<br />
• M I T<br />
na ."<br />
Los libelos o escritos satíricos, a pesar de que se convirtieron<br />
en un medio de crítica al régimen borbón, nunca<br />
perdieron su valor y eficacia para denunciar los amores ilegítimos,<br />
la alcahuetería y la homosexualidad en la vecindad.<br />
Escritos que se clavaban en una pared, que se hacían<br />
10. Archivo General tie la Nación, Santafé de Bogotá, Criminal, t.<br />
202, fols. 1-13 2 . Sobre las cencerradas europeas pueden verse los inteligentes<br />
estudios de Natalie Zemon Davis, “Cencerrada, honor y comunidad<br />
en Lyon y Ginebra en el siglo xvn”, en Sociedad y C ultura en la<br />
Fran ría M oderna, Barcelona. Ed. Crítica, 1993, págs. 113 - 13 2 ; y de<br />
E.Ph. Thompson, “La cencerrada”, en Costumbres en Común, Barcelona,<br />
Ed. Crítica, 1995, págs. 520-594.<br />
1 1. Patiño Millán, págs. 230-232. En el texto la autora presenta varios<br />
versos. Un caso muy interesante de mujeres cantoras de coplas<br />
satíricas ocurrió en Tunia en 1796: Archivo General de la Nación, Criminal,<br />
t. 3 1, fols. 913-966.
Cusa y orden cotidiano en el Nuevo Reino de Granada, s. xnn | 127<br />
llegar a un marido o a un alcalde, podían esconder una vieja<br />
rivalidad pero, a su vez, eran un mecanismo de control<br />
que se apoyaba en el rumor de la comunidad y en la moral<br />
social.<br />
En los límites de estos mecanismos de control, otros<br />
expurgaban una violencia física que no dejaba de tener,<br />
paradójicamente, sus matices simbólicos. En los barrios de<br />
mestizos e indios, Santa Bárbara y Las Nieves de Tunja y<br />
Bogotá, ocurrieron casos con cierta frecuencia de jóvenes<br />
que actuaban en gavilla para cortar el cabello a muchachas<br />
que no les prestaban atención a sus coqueteos. Llama la<br />
atención que en sus respuestas a los alcaldes no creían haber<br />
cometido algún delito, pues sólo lo hacían para que<br />
“no se den infidas”.”<br />
Es obvio que los difusos límites entre lo privado y lo<br />
público en esta sociedad intervenían en favor de un orden<br />
que colocaba en su centro la defensa del honor. Orden<br />
que, es necesario decirlo, se presentaba demasiado frágil.<br />
Hace ya muchos años el antropólogo Julian Pitt-Rivers<br />
advirtió en forma lúcida cómo la vida doméstica y la vida<br />
pública se reunían selladas por el honor. Pero en nuestro<br />
caso se trataba de un sentimiento expuesto permanentemente<br />
al acecho de los demás." La intervención de la<br />
comunidad y de los alcaldes sobre la vida familiar constituía<br />
una permanente presión porque concebían que toda<br />
afrenta a su honra lastimaba el orden social. Pero no deberíamos<br />
olvidar en qué forma vecinos y alcaldes se consideraban<br />
sus reparadores. En la vida cotidiana de las gentes de<br />
los barrios de las ciudades neogranadinas el honor dejaba<br />
12. Archivo General de la Nación. Santufé de Bogotá, Criminal, t:<br />
83. fol. 415, 1805.<br />
13. l’itt-Rivers. 82. Arlette Fargo adelanta un razonamiento similar<br />
en su estudio sobre la vida en los barrios populares de París en el siglo<br />
xviu. L a vida frág il, México, Instituto Mora, 1994, págs. 28 39.
128 I PABLO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ<br />
de ser una noción abstracta para decidir hechos cruciales:<br />
por defenderlo acudían a salvar a una mujer de la sevicia<br />
de su marido, como también, por defenderlo, la denunciaban<br />
exponiéndola a su violencia.<br />
Bibliografía<br />
E l conocim iento que p oseem os de la form ación fam iliar y la<br />
vida dom éstica colonial colom biana es m uy precario. H asta el<br />
presente son m uy contad as las investigaciones que se han orientado<br />
en esta dirección. E l autor ha h ech o un esfuerzo por relacionar<br />
la inform ación dispersa y fragm entaria que existe sobre el<br />
tem a.<br />
Parte sustancial de la inform ación que sirve de base a este<br />
ensayo p roced e de los Padron es de Población de fines del siglo<br />
x v i i i , levantados en cada una de las ciudades colom bianas, y del<br />
conjunto de testam entos de hom bres y m ujeres de Tunja, M e <br />
dellin, C ali y C artagena. U n estudio m ás am plio sobre las form as<br />
de vida fam iliar en la é p o ca es preparado actualm ente por el autor.<br />
O tras referencias pueden encontrarse en:<br />
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Tunja, u p t c , 19 9 1.<br />
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Vargas. Julián. La sociedad de Santafé colonial B ogo tá, c i n e p ,<br />
1990.
L a vida cotidiana y pública en las<br />
ciudades coloniales<br />
MARGARITA<br />
GA RRID O<br />
L / a fundación de ciudades Ríe la fc>rma predilecta de<br />
tomar posesión del territorio por parte de los españoles. Se<br />
fundaron ciudades-puertos, ciudades-centros administrativos,<br />
ciudades-mineras, ciudades de frontera y ciudades de<br />
abrigo y sustento en los largos valles. El tipo de ciudad que<br />
dominó el primer siglo colonial Ríe la ciudad encomendera,<br />
no sólo porque los encomenderos impusieron un estilo<br />
señorial acorde con su recién adquirida hidalguía y Rieran<br />
los dueños de las casas altas y de las tierras circundantes,<br />
sino también, y sobre todo, porque su mercado de víveres<br />
y de todo tipo de artículos era abastecido por los indios de<br />
las encomiendas, y la construcción y mantenimiento de<br />
obras y espacios públicos y privados se hacían con el “alquile”<br />
de indios (o mita urbana).<br />
Las primeras construcciones que convocaron el interés<br />
de los vecinos y requirieron el trabajo de los indios Rieron<br />
las iglesias y los conventos de Franciscanos, Dominicos,<br />
Agustinos o Mercedarios que tempranamente marcaron la<br />
fisonomía de Santa Fe, Tunja y Villa de Leiva; Popayán,<br />
Pasto, Cartagena, Santa Marta y de Santa Fe de Antioquia.<br />
Los indios, incluidos en una circunferencia de ocho leguas
I32 | MARGARITA GARRIDO<br />
de radio en torno a Tunja, contribuyeron además a la adecuación<br />
de puentes, cercas, acequias, las primeras fuentes<br />
de agua y molinos y, en el caso de San Juan de Pasto, un<br />
hospital.1<br />
Fue el tiempo en que los visitadores, los cronistas y los<br />
reales cosmógrafos, describieron las ciudades por el número<br />
de indios que se repartían los encomenderos. En Neiva,<br />
catorce vecinos y alrededor de 2 500 indios tributarios, en<br />
Timaná, el mismo número de vecinos con 1 500 tributarios<br />
y para La Plata, veinticuatro vecinos y 4 000 tributarios.2<br />
Pasto, que había tenido 20 000 indios cuando la visita<br />
de Tomás López, tenía, en los setentas del siglo xvi, 8 000<br />
tributarios encomendados a veintiocho vecinos, Popayán<br />
4 500 a veinte vecinos y Cali, que había llegado a tener 600<br />
españoles entre vecinos y comerciantes, contaba con 120,<br />
de los cuales diecinueve o veinte tenían encomendados<br />
unos 2 000 indios.3 Los encomenderos de Santa Fe se<br />
opusieron rotundamente a las órdenes de no cargar ni<br />
maltratar los indios. Sobre esta materia hubo varios<br />
enfrentamientos entre las autoridades, entre autoridades<br />
eclesiásticas y civiles, entre oidores y visitadores. Cosa pública,<br />
fueron también los rumores: algunos sonados crímenes<br />
y condenas, las querellas individuales, o algunos<br />
dramas pasionales.4 Pero a mediados del siglo xvn cuando<br />
la población indígena había llegado a su mínima expre<br />
1. Colmenares, Germán, L a provincia de Tunja en e l Nuevo Reino de<br />
G ranada, '['unja, biblioteca de la Academia Boyaccnse de Historia,<br />
1984: Díaz del Castillo, Emiliano, San Jua n de Pasto, siglo xn , Bogotá,<br />
Fondo Cultural Cafetero, 1987, págs. 271-286.<br />
2. Geografía de Juan I/ipez de Velasco citada por Joaquín ( Jarcia<br />
liorrero, N eiva en et siglo xm , Neiva, 1983, págs. 66-72.<br />
3. Informe de Fray Jerónim o de F.scobar citado por Emiliano Díaz<br />
del Castillo, op. a t., Bogotá, 1987, págs. 3 11- 3 19 .<br />
4. Véase la ohra de Juan Rodríguez Freyle, E l Camero, Conquista y<br />
descubrim iento d el Nuevo R eino de Granada.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 13 3<br />
sión, la encomienda como institución no pudo superar su<br />
crisis y con ella cayó la ciudad encomendera.<br />
La ciudad hidalga del primer siglo colonial dejó un<br />
fuerte legado de valores que marcaron definidamente el<br />
sentido de la convivencia urbana. En particular, establecer<br />
la ciudad como centro del poder en un área dada; un cabildo<br />
donde se definía el abasto de la ciudad por el campo y<br />
se competía por el poder; los alcaldes ordinarios encargados<br />
de la justicia en primera instancia en sus jurisdicciones,<br />
el tiempo, medido por los repiques de campanas y la conducta,<br />
por los preceptos religiosos. Como en otras sociedades<br />
preindustriales, la diferenciación de lo público y lo<br />
privado no era tan clara como resulta hoy a nuestros ojos.<br />
Quizás la mejor referencia a ello es la expresión de “público<br />
y notorio”, la cual se refería a lo sabido por todos e incluía<br />
los distintos aspectos de la vida en la calle, la plaza, la<br />
Iglesia o el cabildo y en ocasiones la vida de las personas<br />
dentro de sus casas.<br />
La ciudad del siglo xvm conservó su misión de establecer<br />
el orden espacial y escriturario para la vida en ella y en<br />
el área circundante, pero el modelo fue profundamente<br />
afectado por la condición colonial americana y se produjo<br />
una cultura urbana criolla y mestiza.* La distinción de ciudades<br />
españolas y pueblos de indios perduró sólo formalmente,<br />
pero no evitó que la ciudad fiiera en cierta medida<br />
‘tomada’ por los mestizos. Los poderes y los notables,<br />
blancos españoles y americanos, estaban ubicados alrededor<br />
de la plaza, con sus sirvientes -sobre todo indias o esclavas<br />
negras-, en las cuadras aledañas se ubicaban los<br />
vecinos que les seguían un peldaño más abajo en nobleza y<br />
* Véase Colmenares, Germán, C ali, terratenientes, mineros y comerciantes,<br />
siglo xrm, Cali, 1975, y Popayán, una sociedad esclavista, 16H0-<br />
1H00, Bogotá, 1979.
134 I MARGARITA g a r r i d o<br />
prominencia, alternando con mestizos en ascenso y en<br />
proceso de blanqueamiento, y luego la plebe, el bajo pueblo,<br />
constituido por hombres y mujeres libres de todos los<br />
colores -ya se hablaba menos de “castas”- y los indios que<br />
habían venido a quedarse por distintas razones en la ciudad.<br />
La convivencia de gentes libres de varios mestizajes,<br />
dio lugar a formas culturales que en mayor o menor medida<br />
combinaban elementos diversos y alternativos. En las<br />
galleras, los sitios de juego y las chicherías, se produjeron<br />
vínculos entre miembros de diferentes estamentos de la<br />
sociedad, en contravía del orden que los separaba. Aunque<br />
los espacios y jerarquías definidas por el reparto de solares,<br />
al hacerse las fundaciones, no cambiaron, en muchos lugares<br />
y tiempos fue difícil mantener el patrón del damero, y<br />
la imagen de las calles embarradas, con los caños en medio,<br />
la cercanía de los animales y de las basuras no fue extraña.<br />
Por mucho tiempo la cuadrícula original no se<br />
completó y los servicios públicos fueron bastante precarios.5<br />
En los espacios públicos como las plaza y los altozanos,<br />
las calles principales, las arcadas, las pilas, los manantiales<br />
y los mercados, se aprendía y se reproducía el<br />
comportamiento público. Los oficios de los artesanos calificados,<br />
hasta cierto punto jerarquizables, estaban ubicados<br />
en barrios a los que les imprimían su carácter. Plateros<br />
y sastres, ebanistas y carpinteros, loceros, tejedores, hilanderas,<br />
sombrereras y zapateros entre muchos otros, habitan<br />
dichos barrios. En las ciudades del siglo xvm otros<br />
oficios como los de pequeños comerciantes (tratantes y<br />
pulperos), arrieros y toda suerte de servicios, se concentra-<br />
5. Romero, José Luis, Latinoam érica, las ciudades y las ideas, México.<br />
1976; Vargas, Julián, 1st soacda/1 de Santa Fe colonial, Bogotá, c i n e p ,<br />
1990; Rodríguez, Pablo, C abildo y vida urbana en M edellin colonial, 1675-<br />
ijjo , Medellin, Universidad de Antioquia, 1992.
vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 135<br />
lian en barrios como San Victorino en Santa Fe, el Ejido en<br />
Popayán y la Mano del Negro en Cali/'<br />
Reconocimientos: lo privado público<br />
La operación simbólica más importante de lo público cotidiano<br />
era la del reconocimieiito que se daban unos vecinos a<br />
otros. El ser público de las personas se construía sobre una<br />
relación de intercambio con las otras. Los elementos que<br />
se intercambiaban eran principalmente simbólicos: la nobleza<br />
o limpieza de sangre (blasones, relaciones de méritos,<br />
credenciales de cristianos viejos), el trato (forma de<br />
dirigirse, usar o no el don, el título tal, etc.), la procedencia<br />
(dar el lugar o el paso al más importante), las maneras (de<br />
hablar, de vestirse, de comer, de conducirse, de celebrar,<br />
etc.), la honra y buen nombre. Estos elementos constituían<br />
el capital simbólico de las personas, de los grupos y de los<br />
estamentos, y era defendido como lo más preciado de su<br />
identidad. Los detalles de estructura y ornamentación de<br />
las casas principales tales como el pórtico, el tener una o<br />
dos plantas, techo de paja o de teja, ocupar un cuarto de<br />
manzana o menos, tanto como el número de sirvientes,<br />
aludían a la ‘distinción’ de sus ocupantes. Todos estos elementos<br />
debían ser validados -reconocidos- por los otros<br />
individuos y por la comunidad. El reconocimiento ocurría<br />
en la vida diaria sobre todo en los espacios no privados<br />
como las calles, la plaza y las plazuelas, las iglesias, el<br />
comercio o el mercado e inclusive, las casas de otras personas.<br />
En el reconocimiento individual se ponía en juego una<br />
combinación de elementos étnicos, de linaje, de patrocinio<br />
6. Colmenares. Germán. “La economía y la sociedad coloniales,<br />
1550-1800", en N ueva H istoria de Colombia, vol. 1. Bogotá, Planeta,<br />
1989. págs. 117 -152.
1^6 | MARGARITA GARRIDO<br />
y, muy especialmente, de honra. Siguiendo el sencillo principio<br />
de que lo que ocasiona las quejas es lo más sentido y<br />
lo que se condena lo más temido por una sociedad, podemos<br />
decir que el honor y la honra eran altamente valorados<br />
y su ultraje temido. Dirigirse a alguien de manera<br />
apropiada era una forma de honrarle, de reconocerle sus<br />
méritos. Son incontables los casos de reclamo por ultraje<br />
en la manera de dirigirse a alguien. Ellos suscitaban querellas<br />
que eran la manera de buscar una solución legal a los<br />
conflictos individuales entre vecinos, tanto como la vía de<br />
queja por abuso de autoridad, por mal trato e incumplimiento<br />
de compromisos adquiridos.<br />
El dictado de alguien, eran los títulos que antecedían a<br />
su nombre. El del rey y el virrey, muy largos e impresionantes,<br />
los de los oidores un poco y con la excepción de<br />
los de algunos poquísimos marqueses, el título de la mayoría<br />
de los españoles peninsulares o americanos que había<br />
en Nueva Granada no era más que el de don. Éste era, sin<br />
embargo, muy preciado.<br />
Fueron muy comunes las quejas sobre haber negado el<br />
don a alguien que lo había obtenido, tal el caso de Antonio<br />
Muñoz, un comerciante que había costeado la fiesta de la<br />
Candelaria en Medellin,7 o el de alguien que lo heredaba<br />
de generaciones, como don Manuel de Caicedo y Tenorio<br />
en Cali, retomado por Eustaquio Palacios en E l alférez real.<br />
La clave de la identidad de los notables era su diferenciación<br />
de las castas. Los valores de linaje y blancura parecen<br />
haber sido los más importantes. Hay cientos de casos<br />
de solicitud de ‘Gracias al sacar’ o blanqueamiento, llenando<br />
los estantes de archivos coloniales. La educación también<br />
era importante, sobre todo en lo relativo a maneras y<br />
7. Twinam, Ann, M inen , M erchants an d Farmers in C olonial Colombia,<br />
Austin, 1982, págs. 198-221.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales \ 137<br />
costumbres, y para los hombres, la educación escolar formal.<br />
El acceso a los colegios mayores era cuestión de género<br />
y de linaje. Entre las mujeres muy pocas eran capaces<br />
de leer y escribir y se dice que el virrey Ezpeleta se aterró<br />
de ver señoras de distinción haciendo cuentas con granos<br />
de maíz. Las famosas “exposiciones de méritos”, recogen<br />
los servicios a la Corona por generaciones y los títulos por<br />
ello obtenidos. La diferenciación entre criollos y españoles<br />
varió con las circunstancias, pero sólo fue puesta como<br />
antagonismo principal en tiempos de la Independencia.<br />
En el ámbito público el tratamiento de don era signo<br />
de civilidad, de “estilo político”. En el caso abierto por la<br />
queja de don Gabriel López de Arellano, notario eclesiástico<br />
de Medellin, por no haber sido tratado como don en<br />
1776, los testimonios decían, “...que en esta villa es estilo<br />
político de muchos tiempos a esta parte el tratar a las Personas<br />
de Calidad y honra con el tratamiento de don Fulamfi<br />
no... .<br />
Los pleitos por precedencia en la entrada o en asiento<br />
en reuniones de los cuerpos de gobierno ordinarios o presidiendo<br />
celebraciones, no sólo ocuparon a notarios y jueces,<br />
sino que fueron la comidilla pública. En Cartagena, en<br />
1767, Francisco García del Fierro y Francisco Antonio de<br />
Aróstegui, regidor y procurador respectivamente sostuvieron<br />
un pleito de precedencia pública; en Popayán, el regidor<br />
Matías Rojas y el fiel ejecutor Joaquín Ibarra, se vieron<br />
envueltos en una disputa sobre lo mismo entre 1774 y<br />
1777; en Honda, dos regidores de su cabildo, Joaquín Lascano<br />
y Tomás de los Santos, entre 179 1 y 1795 dejan constancia<br />
de otra disputa.9<br />
8. Benítez, José Antonio, “el Cojo", Cam ero de M edellin, editado<br />
por R. I/. jaramillo, Mcdcllín, 1988, prólogo, pág. xxn.<br />
9. Fondo Policía del Archivo General de la Nación, en adelante<br />
AGN, citados por mí en Reclamos y representaciones: variaciones de la f>o-
138 | MARGARITA GARRIDO<br />
El orden de entrada y “de asiento” en la Iglesia también<br />
era significativo y dio lugar a un cúmulo de pleitos. Los alcaldes<br />
de un pueblo se quejaron de que sus pares u<br />
homólogos en pueblos vecinos, les solicitaran cualquier<br />
gestión con las palabras, “ordeno y mando” y no con las<br />
adecuadas de “ruego y encargo”. El “ordeno y mando” los<br />
disminuía. Hay mucho de cortesano en la representación<br />
que los individuos tienen del orden cuando se sienten motivados<br />
a entablar pleitos interminables sobre estos asuntos.<br />
Ello es esencial en una sociedad colonial, jerarquizada<br />
y estamental, en la que la elaborada etiqueta textual y<br />
gestual correspondía a las posiciones en la jerarquía y éstas<br />
requerían el reconocimiento público. Cuando vemos los<br />
empadronamientos hechos “con distinción de la esfera de<br />
cada uno”, entendemos cómo, sobre las diferencias estamentales,<br />
se construían las identidades. Pero no sólo las<br />
formas ritualizadas se exhiben en el escenario ciudadano.<br />
La gente común defiende su honra y exige reconocimiento<br />
de ella por parte de las autoridades con quienes, en caso<br />
contrario, se querellan. Dos vecinos de Titiribita, un pueblo<br />
de blancos e indios cerca de Chocontá, se quejan de<br />
que su alcalde los ha llamado ladrones y zánganos y solicitan<br />
“que nos devuelva nuestro crédito de uno y otro lo que<br />
públicamente nos ha dicho en nuestra deshonra y buena reputación<br />
que hasta el presente hemos vivido”.10<br />
La buena reputación moral también tenía un alcance<br />
estamental y entraba en el intercambio político. Como lo<br />
señalara Germán Colmenares, la ofensa a un miembro del<br />
estamento noble era vista como ofensa a la honra del grupo,<br />
pues suponía un despojo de las calidades subjetivas que<br />
¡(tica en el N uevo Reino tie G ranada, 1770-1810, Bogotá, Banco de la República,<br />
1993, pág. 221.<br />
10. A G N , Empleados Públicos de Cundinamarca (en adelante<br />
e p c ), 2 1, fol. 423-426.
Ijfí vida cotí diana y pública en las ciudades coloniales | 139<br />
debían acompañar a sus miembros." Es ello lo que explica<br />
la oposición de los vecinos notables de Cartago a la elección<br />
de don Nicolás de Perea como alcalde en 1776, por<br />
ser sospechoso de complicidad en un crimen cometido<br />
por su sobrino. La “difamación... originada en la voz común<br />
que ha rugido en aquellos países que aunque sea un<br />
leve y falso nimor del vulgo” había “manchado” a Perea. Al<br />
elegirlo se exponía “el honor del empleo a los menosprecios<br />
y vilipendios que nacen de un mal y sospechoso concepto”.12<br />
El grupo de notables defiende su autoridad<br />
política del deterioro que le produciría la mancha moral<br />
del electo. El orden político tenía pues una estrecha correspondencia<br />
no sólo con los estamentos étnicos sino<br />
también con una imaginada jerarquía moral. Esta correspondencia<br />
también la cuidaban celosamente, como parte<br />
de su patrimonio, los notables de poblaciones como Anapoima,<br />
donde encontramos una queja contra el alcalde<br />
Rojas por insultar a los “sujetos de distinción” para “ofenderlos<br />
y vilipendiarlos a la vista de la plebe”. L a notabilidad<br />
de los notables tenía que ser confirmada por el vulgo.<br />
También era precisamente la defensa de la honra, uno<br />
de los elementos aue agrupaba a los artesanos en cofradías,<br />
en las que además de la devoción, compartían el socorro<br />
mutuo para la dote de sus hijas, la enfermedad y la<br />
muerte.<br />
Vecinos y parroquianos: la moral pública<br />
De acuerdo con el modelo hispano colonial se debía vivir<br />
11. Colmenares, (íermán, T '.l manejo ideológico de la ley en un<br />
período de transición” en 11 is/orín C rítica, N" 4, Bogotá, Universidad de<br />
los Andes, 1990, pág. 1 r.<br />
12. a o n , Colonia, Empleados Públicos del Cauca, t. 1, fol.<br />
721-920.<br />
13. a g n . f.p c , t. 24. fol. 353-355-
140 | MARGARITA GARRIDO<br />
“en policía y a son de campana”, es decir congregados, en<br />
orden y alrededor o cerca de una iglesia. Ello permitía el<br />
control de la moral pública y privada. La densidad física<br />
del espacio ocupado por grandes edificios religiosos, la<br />
recurrencia en el tiempo de las horas con campanas, los<br />
domingos y otras fiestas de guarda, la marcación y registro<br />
de los cambios de estado, nacimiento, matrimonio y muerte<br />
mediante los rituales religiosos, produjeron una llamativa<br />
centralidad de lo religioso y un ambiente tan permeado<br />
de ello, que lo público cotidiano parecía resolverse principalmente<br />
en sus espacios, sus horas, sus rituales y sus discursos.<br />
No en vano y semanalmente, los sermones fueron<br />
el discurso destinado al público, el que denotaba los límites<br />
del bien y del mal, ofrecía (e imponía) un sentido del orden<br />
y apelaba continuamente a las conciencias.<br />
Lo civil y lo religioso parecían unidos para siempre por<br />
las Dos Majestades, como se decía, Dios y el Rey. La parroquia<br />
era el núcleo para la administración tanto eclesiástica<br />
como civil y quienes vivían en una misma área urbana,<br />
eran al mismo tiempo vecindario y feligresía. No se podía<br />
en aquella concepción del mundo ser buen ciudadano si<br />
no se era buen padre, buen hijo, buen esposo y buen parroquiano;<br />
no se podía faltar a la ley sin pecar; faltar al rey sin<br />
faltar a Dios. Así, se tenía un doble sentido, civil y religioso,<br />
del orden político, del jurídico y del espacial. Las fiestas y<br />
ceremonias, de regocijo o duelo, también tenían los dos<br />
sentidos. Podemos decir que se hacía uso civil de las religiosas<br />
y religiosos de las civiles, cuyas fronteras no siempre<br />
eran claras.<br />
Desde las primeras épocas del período colonial los sermones<br />
de los curas apoyaban a las autoridades en la imposición<br />
de tributos como la alcabala y otros impuestos.'4<br />
14. Groot, José Manuel, H istoria eclesiástica y c ivil de la N ueva G ranada,<br />
vol. 11, pág. 203.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 141<br />
Vecinos, oficiales y sacerdotes, acostumbraban justificar<br />
sus actos por amor a ‘las dos Majestades’: Dios y la Corona.<br />
Si por un lado la Iglesia y las misiones suplían al Estado<br />
en áreas alejadas o no integradas, por otro, la lucha contra<br />
los pecados públicos no era sólo asunto de la Iglesia sino<br />
también de los gobernantes.<br />
Las respuestas a la Cédula de Aranjuez entre 1801 y<br />
1804 permiten observar que en ciudades y villas la asistencia<br />
a la misa y el control sobre la moral familiar, eran mucho<br />
más efectivas que en las zonas rurales.'5 No obstante,<br />
no había uniformidad al respecto. En algunas de las parroquias<br />
multiétnicas se encuentra el caso de que los blancos<br />
no querían ir a la Iglesia para distinguirse de los indios.<br />
Además de notar lo anterior, el obispo de Cartagena se<br />
horroriza de los bundes de negros que se daban “no solo<br />
en los sitios y lugares, sino también en las villas y ciudades”.'6<br />
Todos los discursos, civiles y religiosos, públicos y<br />
privados, están permeados por el lenguaje moral. Las autoridades<br />
tratan de controlar al vecindario con las disposiciones<br />
de orden y policía y el vecindario a su vez ejerce<br />
control no sólo sobre sus semejantes sino sobre las autoridades<br />
en defensa de la moral pública, la justicia y el bien<br />
común.<br />
Orden y p o liiía : discursos sobre la ciudad<br />
Los cabildos de las ciudades tuvieron siempre a su cargo<br />
ordenar el abasto de carne y víveres, las obras públicas, el<br />
mantenimiento del hospital, de los caminos y los puentes y<br />
15 . Ao n . Cédulas Reales, Real Cédula de Aranjuez, 2 4 de abril de<br />
1R01.<br />
16. Informe del obispo de Cartagena sobre el estado de la religión<br />
y la Iglesia. 1781, en Hell Lemus, Gustavo, Cartagena de Indias: de la Colonia<br />
a la República, Hogotá, Fundación Guberek, 19 91, págs. 1 5 2 - 1 6 1 .
142 | MARGARITA GARRIDO<br />
el control de pesos y medidas.17 En la segunda mitad del<br />
siglo xviii los principios protoempresariales de orden,<br />
eficiencia y regularidad, fueron rectores de las políticas sobre<br />
el orden público. Aunque se siguió girando en torno a<br />
la imposición del modelo de vida colonizador de “policía y<br />
buen gobierno”, el discurso de los gobernantes se vio renovado<br />
por las ideas ilustradas. Las dos diferentes vertientes<br />
del discurso sobre el orden urbano, una más relacionada<br />
con la policía de lo material -las obras públicas, el acueducto,<br />
la limpieza, la cuadrícula, los cementerios- y la otra,<br />
más relacionada con el orden social -las diversiones, la integridad<br />
de las familias, la pobreza-, estaban estrechamente<br />
vinculadas.<br />
Mientras en algunas partes las iniciativas ilustradas<br />
chocaron con cabildos y curas tradicionales, en otras los<br />
cabildantes asumieron los ideales de mejoramiento. Además,<br />
los vecinos presionaban por el cuidado del empedrado<br />
y de las asequias y por derechos como el de llevar una<br />
“paja de agua” a su casa.'8<br />
Los documentos escritos de nuevo ordenaban las ciudades<br />
como lo habían hecho con las fundaciones del siglo<br />
xvi.'9 El traslado de Arma a Rionegro en 1770, dio lugar a<br />
que se expresara con precisión el orden que debía tener la<br />
nueva ciudad. El cabildo solicitó autorización del rey para<br />
recaudar ciertos impuestos con el fin de incrementar la<br />
renta pública y financiar los gastos de la ciudad y las obras<br />
públicas. Se fijaron impuestos sobre almacenes, casas de<br />
juego, puentes y ganadería. Con el fin de dotar la ciudad de<br />
17. Véanse obras basadas en libros capitulares como Arboleda,<br />
Cíustavo, Historia de Cali, Cali, U. del Valle, 1956.<br />
18. Martínez, William, L a vida cotidiana de Tunja en el siglo xnn<br />
Tunja, tesis de grado de la U. Pedagógica y Tecnológica de Colombia,<br />
1989, págs. 69-75.<br />
19. Véase Rama, Ángel, L a ciudád letrada, Hannover, 1984.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales \ 143<br />
vastos recursos naturales se propuso tomar parte de la tierra<br />
del resguardo de los indios de San Antonio de Peryra, a<br />
fin de convertirla en propia y formar ejidos. (Los indios<br />
serían trasladados a la localidad de Chuscas). Se designó el<br />
lugar en el que se construiría la plaza central de donde partirían<br />
calles y manzanas de cien yardas, diseñadas de<br />
acuerdo con el patrón damero. Se designó el sábado para<br />
día de mercado, en el cual los habitantes que vivían dispersos<br />
en los campos, debían acudir a la ciudad para tener<br />
contacto con las maneras civilizadas y adquirir hábitos de<br />
interrelación social. Los pequeños negocios ubicados en<br />
las afueras debían ser trasladados a su interior y sujetarse al<br />
pago de impuestos/0<br />
Las medidas fueron sugeridas por el cabildo recién<br />
nombrado y por el gobernador de Antioquia, don Francisco<br />
Silvestre, y recibieron el apoyo del oidor Mon y<br />
Velarde. Los valores de racionalidad económica, de mercado,<br />
de vida en policía, convergían en la concepción de la<br />
ciudad como centro civilizador. En las ciudades se publicaban<br />
bandos sobre los días en que se debía barrer y sacar<br />
las basuras de distintas clases, la manera de hacer cercas a<br />
los lotes, de construir cañerías y conservar los andenes. Se<br />
daban disposiciones específicas para los domicilios y para<br />
los talleres de diferentes oficios según sus materiales y desperdicios.<br />
También se disponían los lugares donde se podían<br />
mantener animales, generalmente sólo en los ejidos y<br />
las condiciones para cerdos y gallinas. Los encargados de<br />
hacer cumplir estas normas eran los alcaldes de barrio. En<br />
los casos de disposiciones dirigidas a las comunidades indígenas,<br />
las Cédulas Reales llegaban a dar indicaciones sobre<br />
la forma de construir camas y distribuir los espacios<br />
interiores.<br />
20. a g í , Santa Fe 706.
144 I MARGARITA GARRIDO<br />
El orden público era motivo central de preocupación<br />
de las autoridades y las disposiciones se proclamaban por<br />
‘bando por las calles públicas y acostumbradas y a son de<br />
cajas y usanza de guerra’, y correspondía a los alcaldes de<br />
barrio hacerlas cumplir e informar semanalmente al juez<br />
superior o al oidor donde lo hubiere. Las disposiciones tomadas<br />
después de la Revolución de los Comuneros, en<br />
178 1, para “afianzar la quietud... procurar la Paz, y Subordinación<br />
debida al Soberano”, dejan ver, en lo que consideran<br />
desorden, el sentido del orden. El bando que se<br />
publicó en marzo de 1782 no sólo mandó a recoger volantes<br />
sediciosos, libelos infamatorios y pasquines de la pasada<br />
revolución, sino que también ordenó a los alcaldes de<br />
barrios a dar noticia de los vagos y ociosos, y a los caseros<br />
de sus inquilinos. Las mesas de truco debieron cerrarse a<br />
las diez de la noche y las pulperías y chicherías a las ocho,<br />
las carreras de caballos fueron prohibidas, el porte de armas<br />
también, con la única excepción de las espadas de los<br />
caballeros, las músicas sólo pudieron sonar con permiso y<br />
por motivo justo. Los casados separados fueron compelidos<br />
a reunirse y hacer vida con sus respectivas mujeres.<br />
Los mendigos y pordioseros que son “de mal exemplo al<br />
público por su ociosidad”, debieron ser llevados a los hospicios<br />
según su sexo.21<br />
Estos bandos reforzaban la capacidad de las autoridades<br />
para tener un amplio control de la vida cotidiana. En<br />
Popayán, en un atardecer de enero de 1782, un grupo de<br />
negros y mulatos celebraban el entierro de un niño en el<br />
barrio de San Camilo, según usanza. La “algasara y vulla”<br />
del “baile de angelito”, llamó la atención del gobernador,<br />
don Pedro de Becaría, quien se hallaba “en cumplimiento<br />
de su obligación de ronda a fin de evitar todo desorden,<br />
21. a g n , Cédulas Reales, t. 10. fol. 252-258.
escándalos y pecados públicos”, ya que se había prohibido<br />
por bando “los bailes en casa alguna sin permiso y licencia<br />
de este juzgado”. Al poco rato se suscitó un pleito que fue<br />
lo que causó que se abriera expediente y se registrara el<br />
caso. Uno de los caballeros enredados en el pleito había<br />
reprochado a los asistentes por bailar delante del cadáver y<br />
había explicado su presencia diciendo que andaba buscando<br />
un esclavo huido. Estos bailes que acompañaban a los<br />
entierros de niños eran tolerados con cierta reserva.22<br />
Había pues, un denso discurso civil-moral sobre lo público<br />
cotidiano que reglamentaba espacios, usos^ actitudes<br />
y relaciones. Es difícil medir su incidencia y el grado de<br />
consenso que alcanzó. Se puede decir, sin embargo, que su<br />
eco llega a la era republicana para ser combinado con una<br />
pedagogía para la producción de ciudadanos.<br />
La prensa de fines del siglo xvm también convergió en<br />
los discursos sobre la vida cotidiana de la ciudad, enmarcándolos<br />
en el género cultivado por Feijoo yJovellanos, es<br />
decir, como crítica de las costumbres. El Papel Periódico<br />
de Santafe se ocupó de la pobreza, de los hospicios, de los<br />
hospitales y promovió las sociedades de amigos del país.<br />
Aludió a los granadinos como una comunidad y como una<br />
audiencia, informándoles del comercio, de los nombramientos<br />
y promociones coloniales, tanto como de las principales<br />
noticias de España y de Europa. Fue este asomo a<br />
la cotidianidad moderna, lo que introdujo, como lo hizo la<br />
prensa en todas partes, esa idea de tiempo, por una parte<br />
contiguo y discontinuo que une cotidianidades y por otra,<br />
continuo que conecta historias intermitentes.<br />
Como la prensa, la Expedición Botánica, la Real Biblioteca,<br />
las sociedades de amigos del país y el cambio de<br />
currículum en los colegios, contribuyeron de diversas forl^a<br />
vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales \ 145<br />
22. ACiN, EPC, t. I, fol. 179-278
146 I MARGARITA GARRIDO<br />
mas a ampliar el espacio de lo público y a matizar los discursos<br />
tradicionales con aproximaciones modernas a viejos<br />
y nuevos temas.<br />
Lo Justo y el bien común: política local<br />
Los gobernados trataron de ejercer un control moral sobre<br />
sus gobernantes y de defender lo considerado justo o el<br />
bien común. Su discurso y sus actitudes sobre lo público se<br />
pueden ver en las “representaciones” elevadas por los vecinos<br />
de las ciudades y villas a la Real Audiencia sobre las<br />
elecciones, sobre los alcaldes y sobre la justicia. Estos eran<br />
temas principales de lo público cotidiano en las poblaciones<br />
de todos lo tamaños. La participación de los vecinos<br />
en la vida política local fue mucho mayor de lo que comúnmente<br />
se piensa. Cada año se hacía elección de alcaldes<br />
con base en las temas formadas por el cabildo y en un<br />
relativo consenso de los vecinos sobre quiénes eran merecedores<br />
de los cargos. El primero de enero, previa confirmación<br />
de uno de los nombres por el gobernador o el<br />
corregidor, se hacían públicos los nombramientos.<br />
Los elegidos debía ostentar los valores hidalgos: ser<br />
limpio de sangre (sin mezcla de castas), moralmente correcto,<br />
libre de causas con la justicia y de parentesco con<br />
los electores, saber leer y escribir y tener con qué vivir con<br />
decencia (no tener oficio manual y vestir capa).<br />
Los vecinos contaban con la posibilidad de protestar<br />
contra la elección de un alcalde, o contra una injusticia.<br />
Reunidos al efecto, escribían unos documentos llamados<br />
representaciones en los que explicaban las razones que tenían<br />
para oponerse a un candidato. Cualquier falla real o<br />
supuesta sobre alguno de estos atributos y condiciones<br />
podría ser expresada para oponerse a su elección o a su<br />
confirmación. Como los alcaldes eran al tiempo jueces locales,<br />
su capacidad de ser justo era también aquilatada. Los
L/7 vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 147<br />
aspectos que más frecuentemente se denunciaban en las<br />
representaciones eran el monopolio de los cargos locales<br />
por una familia o un grupo -que incluía denuncias de testaferros,<br />
de elecciones amañadas, de intervención inapropiada<br />
de curas-, los abusos en la distribución de justicia<br />
-juicios venales, falsos testimonios, manipulación notarial,<br />
multas excesivas y aprovechamiento de la ignorancia de<br />
otros-. Los notarios eran piezas claves de esta cultura<br />
escrituraria.<br />
Si por una parte ser vecino daba derecho a participar<br />
en lo público, por otra implicaba la imposibilidad de estar<br />
aislado de lo mismo. Un mal gobernante contra quien la<br />
oposición era infructuosa, causaba el abandono del pueblo.<br />
En muchas ocasiones los vecinos amenazaron con hacer<br />
esto si no se les cambiaban los alcaldes o regidores. Cuando<br />
“la vara queda siempre en la misma casa”... “la pobre<br />
ciudad y nosotros sujetos a la servidumbre, persecución y<br />
venganza que se puede considerar, o precisados (como lo<br />
haremos en tal caso) a salir huyendo de nuestro vecindario<br />
a refugiarnos en otra jurisdicción”. Otros hablan de “opresión”<br />
o “esclavitud” y se refieren a los que gobiernan como<br />
“familia otomana”. En esos casos solicitan para la población<br />
que se “apliquen los medios de libertarla del pesado<br />
yugo que la aflige”.2*<br />
Los vecinos tendían a ejercer un cierto control de los<br />
gobernantes locales, cuidando de que los electos cumplieran<br />
con los requisitos étnicos, morales, económicos y de<br />
idoneidad considerados apropiados, de que los cargos<br />
rotaran y de que la administración de justicia fuera pública<br />
y acorde con las leyes. Este control se ejercía a través de<br />
una especie de tribunal moral colectivo, constituido por<br />
23. Véanse muchos ejemplos en \ 1. Garrido, Redam os y representaciones,<br />
segundo capítulo.
14 8 | MARGARITA GARRIDO<br />
todos, sobre lo que se consideraba de conocimiento público.<br />
Por eso a las representaciones seguían por los testimonios,<br />
que comenzaban preguntando por lo que era<br />
“público y notorio, pública voz y fama”.<br />
No es difícil encontrar casos en los que los candidatos<br />
a alcalde pierden sus cargos por una acusación de adulterio<br />
o amancebamiento, de malversación de dineros reales<br />
o comisión de injusticias, y aun por no ir a misa o no confesarse<br />
o comulgar una vez al año. No obstante, también<br />
hay casos de protesta popular por la intransigencia de un<br />
alcalde con los amancebamientos y adulterios de los vecinos.<br />
En algunas de las ocasiones en que dos grupos familiares<br />
de notables se enfrentaron por los cargos del<br />
gobierno local, entre los argumentos expuestos a favor de<br />
uno y otro estaba su preocupación por el bien público, especialmente<br />
el de los pobres.<br />
El cura era tan importante personaje como el alcalde.<br />
Sus comportamientos eran asunto de público conocimiento,<br />
es decir, parte importante de lo “público y notorio”, y<br />
sus actitudes y discursos incidían en la vida colectiva. En la<br />
mayoría de los casos los curas en los pueblos no se limitaban<br />
a proporcionar los servicios religiosos. Estaban comprometidos<br />
en diferentes grados con la lucha contra el<br />
concubinato y la embriaguez. A su vez, de él se esperaba<br />
un comportamiento apropiado, absteniéndose de mantener<br />
‘relaciones sospechosas’ con mujeres, de jugar cartas,<br />
de involucrarse en el comercio, de participar en los bailes y<br />
en corridas o riñas de gallos.24 Sus fallas en esos aspectos, y<br />
su intervención en política, ocasionaron muchas quejas.<br />
24. ‘Constituciones sinodiales hechas en la ciudad de Santa fe por<br />
el señor Don Fray Juan de los Barrios, primer Ar/.ohispo de este Nuevo<br />
Reino de Granada que las acaha de promulgar a 3 de junio de 1556<br />
años,’ Groot, J. M ., H istoria eclesiástica y c iv il de la N ueva (iranaz/a, vol.<br />
11, págs. 498-499.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 149<br />
En la segunda mitad del siglo xvm, cuando las innovaciones<br />
de los Borbones rompieron con la tradición tolerante<br />
y laxa de la casa de Austria, y se bizo altamente<br />
efectivo el cobro de impuestos y el control de los estancos<br />
(monopolios reales), la gente de ciudades, villas y sitios<br />
protestó. Las innovaciones borbónicas tocaron directamente<br />
la vida cotidiana de amplios grupos, algunos de los<br />
cuales pasaron de la queja a la revuelta, siendo la de mayor<br />
cobertura y trascendencia la de los Comuneros del Socorro.<br />
“Las Capitulaciones” pueden leerse como un manual<br />
de la vida cotidiana en lo que concierne a las condiciones<br />
de vida de distintos grupos: las de los indios que día a día<br />
debían defenderse de la avidez de sus vecinos, de sus curas<br />
y de sus corregidores; las de los vecinos libres, artesanos y<br />
campesinos que se sentían asfixiados por los impuestos y<br />
los estancos; las de los criollos, quienes, además, solicitaban<br />
preferencia en los cargos públicos.2’ El examen de las<br />
revueltas deja ver que la violencia personal no era típica en<br />
ellas, sino más bien la amenaza y la intimidación por parte<br />
de los reclamantes y la disuasión por parte de las autoridades.<br />
Pueblos en el imperio: pertenencia e identidad<br />
Ser vecino otorgaba derechos y exigía deberes. En la temprana<br />
colonia ser vecino significaba tener casa poblada en<br />
la ciudad por un buen tiempo, ser blanco o pasar por ello.<br />
Se distinguían de los moradores y de los estantes. En la dinámica<br />
del poblamiento y el mestizaje estos requisitos se<br />
desdibujaron; entonces, el residir por un tiempo en el asen-<br />
25. Véanse las Capitulaciones en Briceño, Manuel, ¡.o s Comuneros, s,<br />
historia de la insurrección, Bogotá, 1980. La más avanzada interpretación<br />
en Phelan, John, E l pueblo y e l rey, la revolución comunera en Colombia,<br />
ijSi, Bogotá, 1980.
I5O | MARGARITA GARRIDO<br />
tamiento urbano le podía otorgar la calidad de vecino casi<br />
a cualquier persona libre. Pero eso no quiere decir que las<br />
diferencias étnicas y estamentales desaparecieran; su vigencia<br />
seguía siendo abrumadora. Muy pronto en Hispanoamérica<br />
no sólo la calidad sino el lugar de residencia<br />
empezó a acompañar comúnmente al nombre del individuo,<br />
de la misma forma que el lugar de origen había acompañado<br />
al nombre de los primeros pobladores hispanos,<br />
quienes hacían de ello un elemento importante de sus relaciones<br />
sociales y políticas.26<br />
La pertenencia a un lugar se convirtió en un rasgo de<br />
identificación y aun de identidad. La población de diversos<br />
mestizajes, que constituía la mayoría al final del período<br />
colonial, se encontraba carente de los elementos de identidad<br />
étnica y comunitaria que si tenían los criollos y los indios<br />
de las comunidades, de ahí que tendiera a hacer de su<br />
vecindad su principal pertenencia. Esa fue una de las principales<br />
razones por las que el localismo y la emulación<br />
entre poblaciones fue tan fecunda. La posición de la población<br />
en la jerarquía colonial (sitio, viceparroquia, parroquia,<br />
villa y ciudad) resultaba muy importante, puesto que<br />
a mayor título no sólo se obtenía mayor autonomía y jurisdicción,<br />
sino también mayor jerarquía entre sus vecinos.<br />
Las representaciones solicitando promoción, firmadas por<br />
grupos de vecinos, exponían los méritos del lugar expresados<br />
en sus construcciones religiosas y civiles, en la decencia<br />
y civilidad de los pobladores y en su capacidad<br />
económica para sostener, según fuera el caso, al cura de la<br />
parroquia, o el tren administrativo de una villa o ciudad.27<br />
26. Lxjckhart, James, Los hombres de Cajamarca, Lima, Ed. Milla<br />
l?atres, 1972, tomo 1. pág. 4 1 y 12 1.<br />
27. Este tema ha sido tratado por la autora en Reclamos y representaciones,<br />
pág. 190-228.
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La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales<br />
M 91 -<br />
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Plano de la fundación de la<br />
ciudad del Espíritu Santo del<br />
Valle de Lagrita.<br />
1601.<br />
A rchivo General de la Nación.<br />
M apoteca 4 N ° 559a.<br />
V v<br />
y<br />
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Salida del virrey del Palacio.<br />
O leo original* destruido el 9 de<br />
A bril, copia de Leudo.<br />
Casa M useo del 20 de Julio.<br />
.SPECTIVA OFACHADA DEL C A B IL D O D tA N 'J IO?.<br />
-Ci'Tí a - ■ _ ' . / ; ¡ 2 0„ - ' .le írrt; -J<br />
t i U ito ta », • • ¡’M im a ! y ¿ » > . . J . « ; / . & e < » w * z •» 1a n ¿ítu<br />
• • *' .'/
E l trapiche o<br />
molino de<br />
azúcar.<br />
G rabad o<br />
A ndré M . E .<br />
A m érica<br />
Pintoresca. Tome<br />
iii. M ontaner y<br />
Sim ón Editores.<br />
Barcelona. 1884.<br />
Recolectores de café.<br />
Antioquia. M elitón<br />
Rodríguez.<br />
Fotografía. 1892.<br />
Interior casa<br />
cam pesina.<br />
Enrique Price.<br />
Acuarela.
La vida cotidiana y pública a i las ciudades coloniales | 151<br />
En la segunda mitad del siglo xvm, los vecinos del Socorro<br />
expresaron que si ellos no ganaban la autonomía de San<br />
Gil por medio del reconocimiento del título de ciudad, se<br />
sentirían denigrados e infelices. Igual se sentían los vecinos<br />
de Mompox dependiendo de Cartagena. Los de Guaduas<br />
trataron de mantener a altos costos el título de villa. La<br />
competencia y rivalidad entre ciudades vecinas y pares, reforzaba<br />
el sentido de pertenencia local y constituía un acicate<br />
para la emulación en recursos, en obras, en fiestas y en<br />
refinamiento de las costumbres. Los de la ciudad de Arma<br />
perdieron no sólo su título sino también su nombre y su<br />
Virgen patrona, los cuales fueron cedidos a la nueva<br />
Santiago de Arma de Rionegro. Los vecinos de Timaná,<br />
antigua fundación, sufrieron una grave crisis ante el crecimiento<br />
de Garzón.<br />
En ocasiones, los vecinos se vieron comprometidos a<br />
defender el nombre de su ciudad cuando ésta era ofendida,<br />
sus recursos cuando éstos eran disputados por las poblaciones<br />
vecinas o por individuos y a luchar por su mejoramiento<br />
y ascenso en la jerarquía de poblaciones. Estas<br />
inquietudes generales llevaban a acciones legales que involucraban<br />
a un significativo número de vecinos. La defensa<br />
de la ciudad que hace el cabildo de Santa Fe en 1794, asume<br />
que es ella, la ciudad, la que ha sido insultada con las<br />
sospechas de deslealtad y sublevación de que los oidores la<br />
han hecho objeto. Las representaciones dicen que se debe<br />
aclarar “la inocencia de la Ciudad” y “vindicar” su “honor”.28<br />
El lugar en la jerarquía era relativo primero a sus<br />
vecinos, luego a la Audiencia y al Virreinato y por último,<br />
pero quizás eventualmente más importante, a la Corona y<br />
al Imperio.<br />
La segunda mitad del siglo xvm se caracterizó por un<br />
28. a g í . Estado 55, 56-Alj, fol. 3.
I52 | MARGARITA GARRIDO<br />
gran número de fundaciones. Hoy corresponden al 20% de<br />
la red municipal.39 Se trataba de reordenar, en el patrón<br />
urbano, muchos asentamientos de libres, que de diversas<br />
formas habían desbordado la demarcación inicial. Se hicieron<br />
de nuevo visitas a los pueblos de indios asediados por<br />
los mestizos, sobre todo en la región central y en el macizo<br />
colombiano y convirtieron a muchos en “parroquias de españoles”;-10<br />
se enviaron capitanes como Mier y Guerra, y<br />
Torre y Miranda a juntar en fundaciones a los “arrochelados”<br />
de ambos lados del Bajo Magdalena,31 se contó aun<br />
con esfuerzos misioneros como el del padre Joseph Palacios<br />
de la Vega,32 y se hicieron “reducciones a villa”, como<br />
la del curato de Sabanalarga, para que los vecinos dispersos<br />
recibieran “pasto espiritual”, se administrara justicia y<br />
disminuyeran el robo de ganado de los hatos y de cosechas.33<br />
Uno de los mayores retos de los cabildos fue el control<br />
de los asentamientos espontáneos de libres de todos<br />
los colores en los alrededores de las ciudades. Hubo profusión<br />
de bandos y providencias como la del gobernador<br />
Nieto, del Cauca, sobre “congregar y mantener en los po<br />
29. Zambrano Pantoja, Fabio, “El proceso de poblamicnto 15 10 <br />
1800” en G ran Enciclopedia de Colom bia, Bogotá, Círculo de Lectores,<br />
tomo 1, 1991, págs. 115 -13 0 .<br />
30. Visitas de Moreno y Escandón y Campuzano, editadas por<br />
Colmenares, Germán y Valencia, Alonso, Indios y m estizos en la N ueva<br />
G ranada, ijjg , Bogotá, Banco Popular, 1985.<br />
3 1. De la Torre y Miranda, Antonio, “Noticia individual de las poblaciones<br />
nuevamente fondadas en la provincia de Cartagena”, 1784,<br />
Biblioteca Nacional, Fondo Pineda, mise. i960.<br />
32. Palacios de la Vega, Fray Joseph, D iario de v iaje d e l Padre Joseph<br />
Palacios de la Vega entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en<br />
e l Nuevo Reino de G ranada, 178 7-1788, editado por Gerardo Reichel-<br />
DolmatofT Bogotá, 1955.<br />
33. Blanco, |osé A., Sabanalarga, sus orígenes y su fundación d efin itiva,<br />
Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977.
m vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 15 3<br />
blados las gentes díscolas y vagas” y “agregarlas” en las haciendas,<br />
en los alrededores de Buga.'4 Muchos de los<br />
asentamientos terminaron por convertirse primero en poblados<br />
y luego en villas republicanas. A veces, el miedo<br />
sentido por algunos notables de las ciudades, indujo a decisiones<br />
virreinales poco ilustradas, como la que en 1802<br />
suspendía a la pujante Quilichao el título de villa ganado<br />
en 1755, por la exposición de temores hacia sus pobladores<br />
mulatos hecha por los señores de Caloto.^<br />
Para muchas poblaciones no fue fácil lograr el reconocimiento<br />
de los otros. En muchos casos, cuando se hablaba<br />
de vecinos del tal sitio, parroquia, villa o ciudad, ello<br />
tenía connotaciones más o menos funcionales, que marcaban<br />
de diversas maneras las relaciones entre los pobladores.<br />
Los vecinos de un lugar pequeño, desconocido y sin<br />
signos de “progreso” o marcado por ser de negros, de mulatos,<br />
de mestizos, o de revoltosos, sufrían su identificación<br />
con el lugar. Los vecinos de San Juan de la Vega se quejaron,<br />
en 1785, de que los de Subachoque los “pordebajeaban”<br />
por ser calentanos y campesinos y no saber de<br />
tratos como los mercaderes de Subachoque.*6 Oficio manual<br />
o no manual y clima frío o caliente, connotaron en<br />
este caso relaciones de superior-inferior entre los dos pueblos<br />
aledaños.<br />
La jerarquía de los pueblos tuvo en Nueva Granada su<br />
explícita versión eclesiástica en la clasificación de las pa<br />
34. Cabildo de Buga, lib. 4. Popayán, agosto, 1802. Citado por<br />
Mejía, Eduardo, Origen d e l campesino vallecaucano, Cali, Universidad del<br />
Valle. 1993. pág, 67-68.<br />
35. Colmenares, Germán. “Castas, patrones de poblamiento y<br />
conflictos sociales en las provincias del Cauca 1810-1830", en G, Colmenares<br />
et a l. ¡.a independenaa, ensayos de historia s o c ia lBogotá, 1986.<br />
36. a g n , a p c . t. 39, fol. 858-891.
154 I margarita garrido<br />
rroquias según sus “cualidades y riquezas” hecha por el<br />
cura Oviedo.-17<br />
Fiesta colonial y mestiza: misa, chicha y toros<br />
Las procesiones han sido descritas como exhibiciones de<br />
la ciudad ante sí misma. En un orden celosamente determinado<br />
los prelados, las autoridades, las corporaciones, los<br />
gremios y el común, acompañaban la sucesión de imágenes<br />
de bulto de los santos. El desfile era visto como una<br />
representación del orden social y por lo tanto, como reconocimiento<br />
de posiciones establecidas y/o esperadas. La<br />
procesión de Corpus Christi fue especialmente suntuosa<br />
en Santa Fe y Mompox, las de Semana Santa en algunas<br />
ciudades como Tunja y Popaván.,R La fiesta de San Juan<br />
tuvo una tendencia ecuestre y la procesión era fluvial. Las<br />
procesiones también tenían elementos no religiosos como<br />
las comparsas, la tarasca, los gigantes y los matachines,<br />
que permitían la participación popular. La de Corpus fue<br />
la fiesta pública más importante y en la que se dio un<br />
sincretismo mayor, pues la celebración católica y española<br />
parecía coincidir en el calendario agrícola con el paso de<br />
tiempo de lluvias al seco.39 A pesar de los reiterados intentos<br />
de la iglesia para prohibir la chicha, los arcos, los gallos<br />
y los toros por la noche, la fiesta de chicha y toros se con<br />
37. De Oviedo, Basilio Vicente, Pensamientos y noticias para la u tilid<br />
a d de los curas d e l N uevo Reino de G ranada, sus riquezas y demás cualidades<br />
y de todas sus poblaciones v curatos con especifica noticia de sus gentes y<br />
gobierno, año de 17 7 1, Bogotá, 1930.<br />
38. Friedmann, Susana, I m s fiestas de Jun io en el Nuevo Reino, Bogotá,<br />
Kelly, 1982, págs. 40-41; Bricefto, Manuel, Tunja desde su fundación<br />
hasta la época presente, Bogotá, 1909, pág. 298. Citado por William<br />
Martínez, tesis citada, págs. 266-272.<br />
39. Zuidema, Torn, “Líl encuentro de los calendarios andino y español”,<br />
en Heraclio Bonilla (comp.), Los conquistados, Tercer Mundo,<br />
Bogotá, págs. 297-316.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 155<br />
virtió en la creación mestiza por excelencia.40 El arreglo de<br />
los balcones y los pasacalles para las fiestas daba ocasión<br />
para mostrar objetos de prestigio y participar así en el intercambio<br />
simbólico. Se colgaban alfombras, vasijas, cuadros<br />
y esculturas. Las decoraciones subrayaban el carácter<br />
estamental de las distintas calles. Las fiestas ofrecían ocasiones<br />
propicias para lograr el reconocimiento de individuos<br />
y estamentos y otorgarlo. Las danzas que precedían<br />
al Santísimo y a la procesión también estaban organizadas<br />
por estamentos y sobre todo por gremios. Para las fiestas<br />
de Tunja del 1 1 de junio de 1590, el cabildo ordenó “...que<br />
los tratantes de la Calle Real saquen una danza buena que<br />
vaya danzando delante del Santísimo Sacramento y procesión<br />
y los zapateros otra danza y los sastres otra danza y<br />
los silleteros y zurradores otra danza y los herreros otra<br />
danza...” 41<br />
Marzhal ha encontrado en la tolerancia de la casa de<br />
Austria con el despilfarro de los cabildos en fiestas, la explicación<br />
de la lealtad de éstos a la corona. Los cabildos<br />
eran supremamente ineficientes y sus miembros en general<br />
poco comprometidos con las tareas de control, mantenimiento<br />
y mejora de la villa o ciudad. Las fiestas, sin embargo,<br />
sí les interesaban, probablemente por la donación de<br />
reciprocidad que propiciaban. Los del cabildo recibían la<br />
satisfacción de ser reconocidos como notables, como principales<br />
y distinguidos, y el público era regalado con diversión<br />
y eventualmente con una ocasión para subvertir<br />
40. Fin los tomos de la colonia de Groot J. M., H istoria eclesiástica<br />
y c iv il de la N ueva G ranada, hay numerosas referencias a las prohibiciones.<br />
41. Ocampo I ,ópcz, Javier, E l folc lo r y su m anifestación en tas supervivencias<br />
m usicales en Colombia, Tunja, 1970, pág. 27, citada por Susana<br />
Friedmann, op. cit. pág. 57.
I5 6 | MARGARITA GARRIDO<br />
momentáneamente el orden.42 Fueron famosos los preparativos<br />
en uniformes, refrescos, música e iluminaciones. El<br />
cabildo asumía algunos gastos y el patrón de la fiesta otros.<br />
Los nacimientos en la casa real, las juras de nuevos soberanos<br />
y aun la llegada de un nuevo virrey, también eran motivos<br />
de fiesta.4' En 1785, poco después de haber ocurrido<br />
en la zona un fuerte temblor de tierra, siempre entendido<br />
como castigo de Dios, las fiestas de Ubaté fueron prohibidas<br />
por el corregidor de Zipaquirá y por la Audiencia, por<br />
considerarse su celebración inapropiada para apaciguar la<br />
ira divina. No obstante, los alféreces, quienes patrocinaban<br />
las fiestas declararon que ya estaban muy entrados en gastos<br />
y era imposible suspenderlas.44<br />
Para el visitador de Antioquia, Mon y Velarde, imbuido<br />
de una mentalidad ilustrada, las fiestas eran un derroche<br />
que sólo traía vanos honores y la ruina a quienes lo<br />
auspiciaban: “Por lo común todos los trofeos que quedan<br />
después de la fiesta a más del victor, es el popular aplauso<br />
de quien labró tantas arrobas de pólvora, tantas de cera,<br />
que subió tanto rancho, que gastó tantas botijas de aguardiente:<br />
estos son los laureles que texen la corona de un Alférez<br />
consumido y gastado”.45 Su juicio no coincide con el<br />
tradicional en la valoración de lo que ganaba el alférez y lo<br />
42. Marzahl, Peter, “Creoles and Government: the Cabildo o f Popayán”,<br />
Hispanic Am erican H istorical R eview . N ° 54 (4), 1974, págs. 637<br />
656.<br />
43. Fiestas del Socorro para el virrey Caballero, en Ortiz, Sergio E.,<br />
Colección de Documentos para la historia de Colom bia (3a serie), Bogotá,<br />
i960, pág. 19 y para el virrey Amar en Caballero, José M., D iario de la<br />
Independenaa. Bogotá, 1974, pág. 44.<br />
44. Tisnés, R. M., C apítulos de historia zipaquireña, Bogotá, 1956,<br />
págs. 219-224.<br />
45. Mon y Velarde, J. A., ‘Reglamento’, en E. Robledo, Bosquejo<br />
biográfico d el señor oidor Jua n Antonio Mon y Velarde, 178 5-178 8 , Bogotá,<br />
1954, tomo 11, pág. 180.
La vida cotidiana y pública en las ciudades coloniales | 157<br />
que ganaba la población. Las fiestas locales eran parte de la<br />
representación que los vecinos se hacían de su lugar en el<br />
concierto de poblaciones coloniales, de su dignidad y de<br />
sus virtudes civiles y “políticas”.<br />
Fuera de las fiestas, uno de los actos religiosos colectivos<br />
más significativos fueron las romerías o peregrinaciones<br />
a los santuarios especiales. En el centro del país a la<br />
Virgen de Chiquinquirá, a la Virgen de la Peña y a Nuestra<br />
Señora de Monguí; en el suroccidente, a la Virgen de Las<br />
Lajas en Ipiales y al Señor de los Milagros en Buga. Muchas<br />
otras advocaciones de la Virgen, com© la de la Candelaria<br />
en Medellin, de la Merced en Cali, del Topo en<br />
Tunja, se celebraban como patrañas de las ciudades o villas<br />
y aun de grupos de cofrades. Fiestas como la de la<br />
Niña María de Caloto, congregaban a todos los estamentos<br />
coloniales con roles asignados para cada uno y bailes<br />
en diferentes sitios. Las carnestolendas alrededor del Santuario<br />
de La Peña, congregaban a los residentes en los barrios<br />
más pobres de la capital y preocupaban mucho a las<br />
autoridades.<br />
Aunque para el siglo xvm la labor de hispanización había<br />
sido notablemente efectiva, debemos rechazar la representación<br />
de una homogeneidad cristiana y pensar más<br />
bien en una iglesia colonial a la vez colonizadora y colonizada.<br />
Aunque llena de temores y prejuicios, la Iglesia se<br />
impregnaba de las formas nativas, y en la confrontación<br />
casi cotidiana, transigía y se producían sincretismos. Las<br />
danzas del Corpus Christi, los bailes de angelitos y los alabaos,<br />
fueron sólo aspectos visibles y más o menos tolerados<br />
de multitud de creencias y prácticas híbridas. En las<br />
danzas y el teatro del Corpus Christi en las fiestas de Chiriguaná<br />
y Mompox, personajes traídos de España como la<br />
tarasca o el papayero, tenían aquí atributos opuestos. Estas<br />
fiestas también daban la ocasión para representaciones
158 I MARGARITA GARRIDO<br />
legitimadores de la Conquista. En las de Tibacuy, aún en la<br />
época republicana se representa una pantomima del sometimiento<br />
de los indígenas a los conquistadores dueños del<br />
fuego.46<br />
Al final del siglo Santafé contaba con un Coliseo construido<br />
con la licencia del virrey pero sin la del arzobispo,<br />
situado donde hoy está el Teatro Colón. Allí se hicieron<br />
representaciones con actores locales, y se llevó a la ciudad<br />
otra forma de diversión para alternar con los paseos y la<br />
gallera.47<br />
46. Friedmann, Susana, op. cit., pág. 34-47.<br />
47. Ortega, Daniel, Cosas de San tafé de Bogotá. Bogotá, Tercer<br />
Mundo, 1990, págs. 138-139.
TERCERA PARTE<br />
L a República
L a vida rural cotidiana<br />
en la República<br />
MICIIAEI, F.<br />
JIM É N E Z<br />
Traducción de E h ira Maldonado de Martín<br />
I<br />
El escritor liberal José María Samper describió en 1861 la<br />
geografía y los habitantes de la Confederación Granadina.<br />
El siguiente boceto de los neivanos -pobladores del valle<br />
alto del Magdalena, mestizos en su gran mayoría- nos<br />
muestra la idealizada imagen que tenía Samper del habitante<br />
del campo colombiano en el siglo xix:<br />
Mientras su mujer teje un sombrero en el hogar, o hila, u<br />
ordeña las vacas o cuida de las crías del corral, el activo<br />
neivano rodea o pastorea su hato o cría de ganados libres,<br />
lucha con el toro feroz en las herranzas, a pie o caballero en<br />
un fuerte trotón; o bien, descuaja los montes y cultiva con asiduidad<br />
su platanar, su maizal, su cacaotal o su plantación de<br />
arroz, de tabaco o de yucas; o en los ratos de ocio se entrega<br />
al provechoso placer de la pesca. El día que la cosecha semestral<br />
está lista en la troja (el granero), o que están gordos los<br />
corderos y cerdos, los pavos, las cabras y gallinas de las crías,<br />
el neivano construye una balsa, compuesta de troncos ligeros<br />
(balsos) y fuertes lianas o bejucos; embarca toda la provisión<br />
sin olvidar la bandola, su eterna compañera; toma su canalete<br />
o remo rudimentario, y acompañado de otros dos o tres paisanos,<br />
frecuentemente socios, se echa a bogar por el Magda
IÓ 2 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
lena ahajo, o alguno de sus afluentes principales y va en su<br />
rancho flotante a vender en las ciudades importantes del gran<br />
río (Neiva. Purificación, Ambalema u I londa) el fruto de sus<br />
faenas de seis meses.<br />
Entonces se opera una nueva transformación. Una vez<br />
que ha vendido la balsa y todo su contenido, o reduce el dinero<br />
a herramientas, vinos, licores, ropas y otras mercancías<br />
extranjeras, que va a vender en detalles en el lugar de su domicilio,<br />
o que destina a su propio consumo; o, lo que es más frecuente,<br />
guarda su dinero y se contrata como peón en alguna<br />
hacienda de la parte inferior del valle, trabaja allí durante dos<br />
o tres meses en desmontes y otras operaciones agrícolas, y<br />
luego regresa al hogar a continuar sus faenas habituales, llevando<br />
buena provisión de patacones (piezas de cinco francos),<br />
herramientas y regalos para su familia.<br />
Así, el neivano es alternativamente pastor activo y esforzado,<br />
agricultor, hábil pescador, tratante y peón asalariado o a<br />
destajo; y es esa alternabilidad la que le imprime su sello particular<br />
y simpático'.<br />
En este bosquejo se observa claramente el romanticismo<br />
folclórico tan extendido en Europa y las Américas durante<br />
esa época, y se refleja la visión protéica del trabajo y<br />
de la vida presente en L a ideología alemana de Marx y<br />
Engels. Aun así, nos proporciona elementos muy interesantes<br />
de la vida diaria en esa zona del campo andino durante<br />
el siglo xix, como también ciertos rasgos de la cultura<br />
y la sociedad agraria en esa región de América Latina durante<br />
esos años. En primer lugar, así como el neivano de<br />
i. Samper, José M., Ensayo sobre ¡as revoluciones políticas y la condición<br />
social de las repúblicas colombianas (hispanoam ericanas). Con un apéndice<br />
sobre la orografía y la población de la Con federarían G ranandina, Bogotá,<br />
1861. Til apéndice lo escribió en i860 a solicitud de la Sociedad<br />
Etnográfica de París, de la cual Samper era miembro.
La vida n iral cotidiana en la República | 163<br />
Samper, muchísimos campesinos estaban en constante<br />
movimiento durante este período2. Muchos de ellos, pequeños<br />
propietarios y peones en su mayoría, recorrían diariamente<br />
el duro camino desde sus casas hasta su lugar de<br />
trabajo en terrenos de su propiedad o al interior de grandes<br />
haciendas, ubicadas con frecuencia en terrenos montañosos<br />
de la parte norte de la cordillera de los Andes y<br />
colindando con extensas planicies o zonas selváticas.<br />
Otros iban y venían varias veces al mes a los mercados en<br />
las ciudades más cercanas; para ello tenían que salir de<br />
casa antes del amanecer cargados con granos, frutas y vegetales,<br />
algunas veces los llevaban en sus hombros y otras<br />
en el lomo de animales de carga. Regresaban a casa, al<br />
anochecer, trayendo de vuelta los bienes adquiridos en las<br />
plazas o en las tiendas de las aldeas, el niño recién bautizado<br />
y los restos de una buena borrachera.<br />
Realizar jornadas mucho más largas también se convirtió<br />
en práctica común en el transcurso del siglo. Evidentemente,<br />
para muchos campesinos, como para el viajero<br />
neivano, la jornada río abajo buscando un puerto importante<br />
sobre el Magdalena era la oportunidad tanto para<br />
buscar aventuras como para obtener beneficios impensables<br />
en el mercado local. Con frecuencia cada vez mayor,<br />
los campesinos pobres empezaron también a vender su<br />
mano de obra en localidades distantes. Inicialmente, este<br />
desplazamiento lo realizaban pocos campesinos, pero el<br />
flujo se fue haciendo cada vez mayor y así, los habitantes<br />
del altiplano descendían desde la tierra fría para trabajar en<br />
las cosechas de tabaco, azúcar, cacao, algodón, añil y café<br />
en las florecientes propiedades situadas en las faldas de la<br />
2. Para un estudio detallado del crecimiento demográfico y de las<br />
transformaciones ocurridas en el siglo xix en Colombia, véase Zam <br />
brano, l'abio y Bernard, Olivier, Ciudad y tenitorio. E l proceso de pobtamiento<br />
en Colombia, Bogotá, 1993.
164 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
cordillera oriental o para unirse a los grupos de caucheros<br />
y de descortezadores de quinina en las selvas del Sumapaz<br />
y del Magdalena Medio. En forma similar los mestizos y<br />
los indios, habitantes de las zonas altas del sur de Colombia,<br />
emigraban temporalmente para participar en la zafra<br />
del azúcar en el Valle del Cauca. Con frecuencia, hombres<br />
y mujeres se desplazaban individualmente hacia los climas<br />
cálidos, pero también se daban los casos de familias enteras<br />
viajando de un lugar a otro en busca de trabajo. En algunas<br />
ocasiones se veían obligados a movilizarse hacia los<br />
campos en los que se recogía la cosecha, pero la gran<br />
mayoría de los desplazamientos se realizaban voluntariamente<br />
o bajo contrato firmado con los enganchadores,<br />
quienes daban adelantos en dinero a los cada vez más empobrecidos<br />
habitantes de las zonas altas. Al final de la estación,<br />
regresaban a sus hogares con objetos, dinero, relatos<br />
increíbles y además con las enfermedades devastadoras típicas<br />
de las tierras bajas como la lepra, la malaria y los parásitos.<br />
Como habían empezado a hacerlo antes de la independencia,<br />
los campesinos colombianos se desplazaron con<br />
mayor diligencia hacia las zonas que el geógrafo alemán,<br />
Alexander von Humboldt, había llamado a finales de siglo<br />
las “playas interiores” de las Américas, en donde “la barbarie<br />
y la civilización, las selvas impenetrables y la tierra cultivada<br />
se tocan y se entrelazan unas con otras.”3 Miles de<br />
personas se desplazaron hacia las múltiples regiones de<br />
frontera situadas a lo largo y entre las cadenas montañosas<br />
de la parte norte de la cordillera de los Andes, dejando<br />
atrás poblaciones ubicadas en las montañas y las grandes<br />
3. Von Humboldt, Alexander, Personal Narrative o f Travels in the<br />
Equinoctial Regions o f the New Continent During the Years ijgg-1803,<br />
I>ondrcs, 1808, vol. ill, págs. 420-421.
La vida rural cotidiana en la República | >65<br />
haciendas con las cuales habían estado vinculados como<br />
arrendatarios, peones o esclavos. Estos últimos, que durante<br />
el período colonial habían huido hacia las selvas tropicales<br />
de las costas del Atlántico o del Pacífico y a lo largo<br />
de los ríos Cauca y Magdalena, vieron engrosar sus filas<br />
por nuevas oleadas de africanos o de mulatos residentes en<br />
las plantaciones y en las minas de zonas aledañas. En el<br />
Valle del Cauca, tanto la guerra de la independencia como<br />
el movimiento previo, lento pero inexorable hacia la<br />
emancipación, impulsó a los esclavos a formar nuevos poblados<br />
independientes en zonas vecinas, tal el caso de las<br />
poblaciones del Valle del Patía, en las que no regían ni las<br />
leyes de los señores ni las del gobierno.4 En forma similar,<br />
durante la primera mitad del siglo, los esclavos habitantes<br />
del valle del Bajo Magdalena, cerca de Mompox, se movilizaron<br />
hacia las ciénagas y las zonas pantanosas buscando<br />
libertad y posibilidades de subsistencia.5<br />
Para muchos otros, este éxodo a nuevas tierras los<br />
mantuvo en permanente movimiento hacia tierras cada<br />
vez más lejanas. Esto les ocurrió especialmente a los habitantes<br />
de los viejos núcleos coloniales. Algunos pobladores<br />
de las montañas alrededor de Pasto y Popayán, situadas en<br />
la parte sur de Colombia, se establecieron en las tierras<br />
más bajas del Valle del Cauca y en las faldas de las montañas.<br />
En el centro del país, los campesinos de Cundinamarca<br />
y Boyacá, transformaron sus visitas a las zonas bajas<br />
adyacentes en domicilio permanente, puesto que se vieron<br />
4. Mina, Mateo, E sclavitu d y libertad en e l va lle d e l río Cauca. Bogotá,<br />
1975; Escorcia. José, “Haciendas y estructura agraria en el valle del<br />
Cauca, 1810-1850", A nuario colombiano de historia y de la cultura, 10,<br />
(1982), págs. 119 -138 , y Mcjía Prado. Eduardo, Origen d el campesino<br />
vallecaucano. Cali, 1993.<br />
5. l'als Horda, Orlando, H istoria doble de la costa, vols. 11 y m, Bogotá,<br />
1986.
IÓ6 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
obligados a huir de las presiones demográficas y de las crisis<br />
económicas surgidas en las zonas altas. Algunos se fueron<br />
hacia el oriente, a poblar los llanos impenetrables de<br />
Arauca, Casanare y San Martín y fueron absorbidos por la<br />
muy distante y diferente cultura llanera.6 Pero la mayoría<br />
de los inmigrantes del altiplano trazaron su ruta hacia el<br />
occidente. En ocasiones, quienes invertían en agricultura<br />
para exportación en la ladera occidental, reubicaban a los<br />
habitantes campesinos de las montañas a fin de contar con<br />
trabajadores en sus nuevas inversiones en las zonas bajas.<br />
Aunque algunas familias se desplazaron hacia estas regiones<br />
de frontera, al parecer la mayoría de los inmigrantes<br />
eran individuos que llegaban para las cosechas y se quedaban<br />
como peones o como arrendatarios. Una vez allí, se<br />
veían obligados a viajar continuamente puesto que las haciendas<br />
se expandieron más allá de los valles, lo que los<br />
obligó a abrirse camino hacia las laderas de las montañas,<br />
limpiando tierras selváticas para prepararlas para el pasta|e<br />
y para el cultivo de diferentes productos, esperanza de los<br />
agricultores durante varias décadas después de mediados<br />
de siglo, hasta que llega el cultivo del café.7 Otros se internaron<br />
en regiones solitarias e inexploradas como colonos<br />
6. En relación con la historia de las planicies fronterizas, véase<br />
Rausch, Jane M., A Tropical Plains Frontier. The Uanos o f Colombia, 153 1<br />
1833, Albuquerque, Nuevo México, 1984, y The l.lanos Frontier in Colombian<br />
History, 1830-IQ30, Albuquerque, Nuevo México, 1993.<br />
7. El mejor estudio sobre este proceso es el de Marco Palacios, E l<br />
café en Colombia, 1850-1970. Una historia económica y política, Mexico,<br />
1983, parte 1. A fin de encontrar retratos vivos de la expansión de la<br />
propiedad en las laderas de la cordillera occidental, véanse los informes<br />
contemporáneos presentados por los propietarios de haciendas a Juan<br />
de Oíos Carrasquilla, Comisario de Agricultura Nacional, en el Segundo<br />
Informe Anual que presenta el Comisario de Agricultura Nacional a l Poder<br />
Ejecutivo para conocimiento del Congreso, año 1880, Bogotá, 1880 y Rivas,<br />
Medardo, Los trabajadores de tierra caliente, 1899, Bogotá, 1972.
La vida rural cotidiana a i la República | 167<br />
en forma individual o en grupos pequeños. Hacia igoo,<br />
campesinos cundiboyacenses habían llegado a la cordillera<br />
central, en donde se encontraron con las grandes migraciones<br />
rumbo al corredor antioqueño que ya llevaba en<br />
proceso más de cien años.<br />
La movilización de los antioqueños se había iniciado<br />
muchas décadas antes de la Independencia, huyendo de la<br />
hambruna, las sequías y la sobrepoblación de las zonas<br />
montañosas de los alrededores de Medellin.8 Algunos se<br />
dirigieron al norte, hacia las costas del Caribe, del Bajo<br />
Cauca y del Valle del Magdalena. Pero la mayoría se dirigió<br />
hacia la cordillera Central, abriéndose camino con<br />
machetes, hachas y fuego a través de zonas selváticas. Lograron<br />
asentar sus viviendas, establecer haciendas y formar<br />
pequeñas poblaciones en los valles y en las laderas de las<br />
montañas menos pobladas, y en menor número, en las tierras<br />
calientes. Cuando las tierras dejaban de ser cultivables,<br />
o surgían nuevas oportunidades, iniciaban la marcha de<br />
nuevo. Como sucedía en todo el país en este siglo de movilizaciones,<br />
los individuos se desplazaban por su cuenta<br />
buscando huir del hambre, de la sofocante presión de la<br />
familia patriarcal, del patrón explotador y de la guerra civil.<br />
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la migración<br />
antioqueña tenía la tendencia a realizarse organizada y<br />
colectivamente. En algunos casos, clanes enteros se establecieron<br />
y organizaron comunidades fuertes; también algunos<br />
especuladores de la tierra como González, Salazar y<br />
8. La obra clásica sobre la migración antioqueña es La colonización<br />
antioqueña de Parsons, |., Bogotá, 1981. Véanse también Palacios, M arco,<br />
E l café en Colombia, 1850-1 y ¿o. Una historia económica, social y política,<br />
México, 1983, parte 11; López 'Poro, Alvaro, Migración y cambio social en<br />
Antioquia, Bogotá. 1970, y Jaramillo, Roberto Luis, “La colonización<br />
antioqueña", en Meló, Jorge Orlando (editor), Historia de Antioquia,<br />
Medellin, 1988.
168 I MICHAF.l. F. JIMÉNEZ<br />
Compañía, de la zona de Caldas, organizaron movimientos<br />
colonizadores por su cuenta, esto con el fin de lograr la<br />
legalización de sus reclamos sobre tierras baldías.<br />
II<br />
Samper inicia su descripción mostrando las viviendas<br />
como unidades económicas en las cuales tanto el hombre<br />
como la mujer realizaban tareas definidas. Aunque considerables<br />
segmentos de la población campesina del norte<br />
de la cordillera de los Andes, no tenían facilidades de acceso<br />
a la tierra, pues no eran propietarios y por lo tanto aceptaban<br />
trabajos temporales o permanentes en haciendas de<br />
diferentes tamaños, la parcela pequeña se convirtió en el<br />
eje de la producción y el consumo en las zonas rurales en<br />
gran parte del territorio colombiano durante el siglo xix.<br />
Ya sea como cultivadores autónomos o como aparceros<br />
en haciendas grandes, estos campesinos demostraron tener<br />
una gran habilidad para generar diversas fuentes de<br />
sustento. El cultivo de la tierra fue de gran importancia<br />
para los aparceros, quienes obtenían cosechas de granos o<br />
de tubérculos -yuca en la costa Atlántica, papas en las tierras<br />
altas del oriente y el sur, plátano en el Valle del Cauca<br />
y maíz en el corredor antioqueño- que se complementaban<br />
con otros cultivos de raíces, vegetales y frutas. Además<br />
de los granos y las legumbres más indispensables, el azúcar<br />
en forma de panela y miel y una gran variedad de bebidas<br />
alcohólicas, entre ellas el aguardiente y el guarapo, eran<br />
fuente de energía y placer para los campesinos, pues les<br />
ayudaban a sobrellevar las penalidades de la vida diaria.<br />
Otra fuente importante de la nutrición de los aparceros<br />
eran los animales de corral como pollos, ovejas, cabras y<br />
cerdos. El ganado vacuno proporcionaba carne, leche y<br />
cuero y los caballos y las muías eran de gran importancia<br />
para el transporte de personas y de objetos. Por último, los
La vida rural cotidiana a i la República | 169<br />
núcleos familiares de los campesinos demostraron su versatilidad<br />
en la manufactura de la mayoría de sus vestimentas,<br />
calzado, herramientas y muebles, así como para la<br />
construcción de los trapiches y las chozas de guadua y<br />
bahareque que estaban esparcidas en el paisaje de la Colombia<br />
rural de estos años.<br />
Esta combinación de alimentos básicos, ganados y manufactura<br />
doméstica artesanal, se complementaba con una<br />
producción abundante y en progreso continuo, por parte<br />
de los pequeños propietarios, representada en cosechas de<br />
productos como cacao, algodón y café, especialmente en<br />
las zonas recientemente pobladas. Con mucha frecuencia<br />
esto se daba bajo los auspicios de empresas mayores que<br />
orientaban el cultivo y el procesamiento de estos productos.<br />
Desde los aparceros que cultivaban el tabaco en<br />
Ambalema y Santander, en las décadas de mediados de siglo,<br />
hasta los arrendatarios del café en las haciendas del<br />
Tolima y el oriente de Cundinamarca un poco después, los<br />
aparceros dependientes jugaron un papel clave en la expansión<br />
de la agricultura comercializada y la vinculación<br />
de Colombia a la economía mundial después de la Independencia.<br />
Pero muchos campesinos también llegaron a<br />
ser productores autónomos de dichos bienes, estableciendo<br />
un balance complejo entre el cultivo de alimentos -el<br />
denominado pan coger- y la producción de artículos para<br />
mercados nacionales e incluso internacionales. En el caso<br />
del café, cultivo de haciendas grandes en Santander, Cundinamarca<br />
y Antioquia, parece que la cosecha se complementaba<br />
con la producción obtenida por minifundistas<br />
independientes quienes vendían sus granos para su procesamiento<br />
a las plantaciones. Hacia finales del siglo, los<br />
mazamorreros, numerosos productores de alimentos en el<br />
vasto corredor antioqueño, habían diversificado sus culti-
IJO | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
vos hacia el café, creando así un campesinado libre cuya<br />
producción estaba orientada hacia los mercados globales.<br />
Sin embargo, un buen número de campesinos colombianos<br />
no lograba subsistir dependiendo exclusivamente<br />
de sus parcelas. A lo largo de la cordillera Central, los pobladores<br />
se dedicaban a la búsqueda del oro en las minas y<br />
en los ríos. Pequeños propietarios, en permanente movimiento,<br />
con frecuencia demostraban tanto interés en las<br />
excavaciones de cementerios indios para buscar guacas<br />
como en la siembra de una nueva parcela. En casi todas las<br />
regiones los campesinos descubrieron recursos adicionales<br />
en las extensas zonas selváticas y en las altiplanicies del<br />
norte de los Andes, ubicadas lejos de sus pequeñas parcelas.<br />
Había osos, venados y otros animales de caza en los<br />
aún densos territorios y los enormes bosques proporcionaban<br />
carbón y madera para cocinar y para construir las<br />
modestas chozas de los campesinos; las zonas selváticas<br />
también proporcionaban otros productos como el caucho<br />
silvestre y la corteza de cinchona. La abundante pesca en<br />
los arroyos y ríos de las zonas quebradas -en las faldas de<br />
las montañas del norte de la cordillera de los Andes así<br />
como en las riberas pantanosas en el piedemonte de los<br />
dos océanos, tanto en la costa Atlántica como en la Pacífica-,<br />
proporcionaba otros medios de subsistencia.<br />
Durante el siglo xix la parcela individual era tanto el<br />
ideal como la realidad de la mayoría de los colombianos<br />
que habitaban en las zonas rurales. La propiedad comunal<br />
de grandes extensiones de tierra era la excepción; este tipo<br />
de propiedad existía principalmente en las regiones montañosas<br />
del sur, cerca de la frontera con Ecuador y de la<br />
cabecera del río Magdalena. En este complejo y a menudo<br />
tenso universo de hombres y mujeres de diferentes generaciones,<br />
los hombres mayores siempre intentaban controlar<br />
la asignación del trabajo y los recursos traídos a la propie
La vida rural cotidiana a i la República | 171<br />
dad por hombres más jóvenes, mujeres y niños. Como lo<br />
sugiere Samper, los patriarcas y otros hombres se inclinaban<br />
por el trabajo de limpieza de la tierra, la siembra de las<br />
cosechas y el cuidado del ganado; las responsabilidades de<br />
las mujeres estaban centradas en las labores del hogar, incluyendo<br />
la preparación de las cinco comidas diarias para<br />
la familia y los trabajadores contratados, el cuidado de los<br />
hijos, que solían ser muchos, y de algunas labores menores<br />
relacionadas con el ganado. Tanto las mujeres como los<br />
niños con frecuencia intervenían en ciertas etapas del proceso<br />
de comercialización de algunas cosedlas, como realizar<br />
el corte del tabaco y la selección de los granos de café.<br />
La artesanía femenina ocupaba también un papel esencial<br />
en la economía familiar en muchos lugares, un ejemplo es<br />
la producción de sombreros de jipijapa en Santander. Sin<br />
embargo, tanto las mujeres como los niños también iban al<br />
campo en épocas de cosecha y con no poca frecuencia<br />
ayudaban en tareas tradicionalmente masculinas como la<br />
siembra, la poda y la escarda. Ciertamente en casi todas<br />
partes, pero especialmente en las regiones de frontera,<br />
donde la visión tradicional de la división del trabajo por<br />
género se veía debilitada por el proceso constante de<br />
reubicación que les exigía rehacer las vidas, las mujeres<br />
adquirieron nuevas cargas y oportunidades dentro y fuera<br />
del hogar. Las regiones en las que las mujeres y los jóvenes<br />
se atrevieron a desafiar el control patriarcal se vieron afectadas<br />
por una violencia fratricida y conflictos sexuales.9<br />
9. Kn relación con los modelos básicos y diversos tipos de familia<br />
niral en Colombia véase Gutierre?, de Pineda, Virginia, Familia v cultura<br />
en Colombia, 2a. edición, Bogotá, 1975. Para el debate contemporáneo<br />
sobre los aspectos de género en la familia campesina, véase León,<br />
Magdalena v Deere. Carmen Dianna, “La proletarización y el trabajo<br />
agrícola en la economía parcelaria: la división del trabajo por sexo”, en<br />
León, Magdalena, cd., vol. 1, La realidad colombiana. Debate sobre ¡a mu-
172 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
Las relaciones entre las familias oscilaban entre la cooperación<br />
y el conflicto. Había con mucha frecuencia una<br />
competencia feroz entre los minifúndistas, surgían desacuerdos<br />
sobre linderos, mejoras, contratos, y muchísimos<br />
asuntos más. Estas desavenencias llevaban a los campesinos<br />
a pelear unos contra otros utilizando machetes y viejos<br />
rifles de caza o a muy ruidosos enfrentamientos verbales<br />
ante los magistrados locales. Aun así, la cooperación en las<br />
zonas rurales se daba en formas muy variadas y numerosas,<br />
como lo sugiere Samper cuando hace referencia a los<br />
socios de los neivanos en sus jornadas río abajo. Las movilizaciones<br />
de los montañeros del sur estaban determinadas<br />
por la tradicional minga para limpiar parcelas. Formas similares<br />
de ayuda mutua eran frecuentes en la colonización<br />
antioqueña; las familias tradicionalmente trabajaban unidas<br />
en las cosechas, en la limpieza de áreas despobladas y<br />
en la fundación de poblaciones y villas. Incluso el campesinado<br />
cundiboyacense, aunque menos organizado en su<br />
movilización hacia las laderas de la cordillera oriental, dejó<br />
ver el deseo y la capacidad de los campesinos pobres para<br />
poner en común sus recursos y presentar reclamos en forma<br />
colectiva, como lo muestra Catherine LeGrand en su<br />
estudio de los conflictos sobre los baldíos.10<br />
III<br />
El neivano minifúndista, pescador y comerciante descrito<br />
por Samper, también se emplea como peón en haciendas<br />
je re n América I.atin ay el Caribe, Hogotá, 1982, págs. 9-27; Salazar, M a<br />
ría Cristina, Aparceros en Boyacá: Los condenados del tabaco, Bogotá 1987,<br />
y Reinhardt, Ñola, Our D aily Bread: The Peasant Question and Family<br />
Farming in the Colombian Andes, Berkeley, California, 1988, particularmente<br />
el capítulo 2.<br />
10. LeCírand, Catherine, Colonización y protesta campesina en Colombia,<br />
1850-1950, Bogotá, 1987.
Ln vida m ral cotidiana a i la República | 173<br />
grandes antes de represar a su parcela ubicada río arriba.<br />
La venta de su mano de obra por parte del pequeño propietario<br />
colombiano, supuestamente libre, demuestra la<br />
compleja relación que existía entre los campesinos pobres<br />
y las elites asentadas en el norte de la cordillera de los Andes<br />
después de la independencia, ya que un número considerable<br />
de campesinos estaba a medio camino entre la<br />
venta de su mano de obra y la posesión de una parcela de<br />
terreno, ora como propietario libre ora como trabajador<br />
dependiente. Como lo muestra Hermes Tovar, durante el<br />
siglo xviii el crecimiento de la población, especialmente la<br />
de los mestizos, la expansión de la agricultura comercial y<br />
el movimiento hacia las fronteras más allá de los centros<br />
montañosos, afectó seriamente el viejo latifundio colonial<br />
que descansaba sobre la mano de obra de los indios de los<br />
resguardos, o de los esclavos africanos; en su lugar, surgieron<br />
diversas formas de tenencia de la tierra, incluyendo a<br />
los terrazgueros, los agregados, los colonos, los concertados,<br />
los aparceros y los arrendatarios". Durante el siglo<br />
xix, en la mayor parte del territorio, la consolidación de los<br />
intercambios de mano de obra por el usufructo de la tierra<br />
fiie el resultado de un largo proceso de conflicto y acuerdo<br />
social. Por una parte, los remanentes de las viejas elites coloniales<br />
y la clase oligárquica emergente intentaron, con<br />
mayor o menor éxito, ejercer un control monopolista sobre<br />
la tierra y la mano de obra en el campo colombiano;<br />
por otra parte, un campesinado poco numeroso, con una<br />
movilidad geográfica creciente y capaz de una resistencia<br />
bastante versátil, hizo que dicha dominación fuera irregular<br />
e incompleta durante el transcurso del siglo.<br />
En los centros neogranadinos el orden señorial sobre-<br />
1 1 . Tovar Pinzón, Mermes, Grandes empresas agrícolas y ganaderas,<br />
lingotá. 1980.
174 I MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
vivió muchos años después de la Independencia. Los<br />
peones y los minifúndistas de las haciendas dedicadas al<br />
cultivo de granos o a la ganadería en las montañas del<br />
Cauca, en las zonas de plantaciones, así como en el altiplano<br />
cundiboyacense, estaban sometidos a condiciones de<br />
trabajo muy duras, recibían salarios muy bajos y tenían que<br />
pagar arrendamientos muy altos. Los administradores de<br />
las haciendas vigilaban muy de cerca a los trabajadores,<br />
como lo revelan las instrucciones impartidas por el terrateniente<br />
vallecaucano Sergio Arboleda al administrador de<br />
su hacienda Japio en la década de 1850.<br />
Ix?s jornales deben pagarse por tareas, en el trapiche, por<br />
pozuelos a las molenderas, armador, arriero, hornero (cuando<br />
lo haga) y el melero. Al leñador, por tarea de cargas cortadas<br />
y a los tiraleñas por tarea de cargas entregadas. A las cortadoras<br />
por tareas cortadas y a los tiraleñas por tareas de viajes<br />
cumplidos, lil melero responde de la miel que le falte, del perjuicio<br />
que resulte de los bueyes molenderos y en las muías tiradoras<br />
de leña y caña cuando las maltraten, y por el daño<br />
que reciban las hornillas a su costa, siempre que venga el daño<br />
por descuido” .<br />
Al mismo tiempo, los propietarios de las haciendas, en<br />
forma despiadada, impusieron toda clase de cargos, impuestos<br />
y licencias de funcionamiento sobre los parceleros.<br />
Los campesinos se vieron atados a las haciendas bajo la<br />
férrea disciplina de sus propietarios, quienes eran considerados<br />
los amos y bajo cuyo régimen los trabajadores tuvieron<br />
que sufrir desahucios, palizas, arrestos y humillaciones<br />
públicas, pues eran castigados en los cepos, además de<br />
12. Correa G., Claudia María, “Integración socio-económica del<br />
manumiso caucano, 1850-1900”, tesis de grado, departamento de Antropología,<br />
Universidad de los Andes, 1987, pág. 378.
La vida ntra! cotidiana en la República | 175<br />
vejaciones sexuales impuestas por los propietarios y sus<br />
administradores a los trabajadores y a los miembros de sus<br />
familias. Paradójicamente y en forma simultánea, la cultura<br />
paternalista se alimentaba por medio de parentescos ficticios,<br />
regalos y arreglos especiales ofrecidos para mantener<br />
el tipo de relaciones predominantes en las zonas altas y<br />
conservar intacta la dominación ejercida por las elites<br />
cuando ésta se veía afectada en alguna forma por las dificultades<br />
económicas, la guerra y la inestabilidad política.<br />
Pero la estructura de propiedad ejercida por los terratenientes<br />
no estaba exenta de dificultades. Tanto los arrendatarios<br />
como los peones robaban ganado, quemaban<br />
cosechas, rompían las herramientas, vendían productos en<br />
forma ilegal, se comprometían en huelgas de trabajadores<br />
y ejercían diversas formas de resistencia cotidiana, debilitando<br />
en esta forma las pretensiones feudales de los terratenientes.<br />
Menos maleables aun eran los forasteros y los<br />
fitiqueros independientes, quienes eran contratados para las<br />
cosechas y la realización de tareas especiales que debían<br />
llevarse a cabo durante el año; por esta razón, los terratenientes<br />
los trataban con más respeto. Tanto la creciente<br />
población mestiza como los antiguos esclavos llegaron a<br />
ser aparceros dentro de los latifundios en proceso de transformación,<br />
pero ellos raramente se rebelaban en forma<br />
abierta contra de las elites de estas regiones; sin embargo,<br />
sus luchas cotidianas en contra de los patronos y sus desplazamientos<br />
hacia las diversas regiones de frontera en el<br />
interior, durante las décadas que siguieron a la independencia,<br />
debilitaron el poder y la autoridad de las elites de<br />
terratenientes tradicionales.<br />
Ciertamente este abrazo fatal entre la familia campesina<br />
y la gran hacienda fiie de gran importancia, ya que,<br />
durante el transcurso del siglo, una y otra se desplazaron<br />
simultáneamente hacia las regiones no pobladas sobre
17 f> | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
todo a partir del auge de las exportaciones que se inició a<br />
mediados del mismo. En casi todas las regiones del país,<br />
los empresarios agrícolas dependían de los propietarios<br />
para despejar las zonas selváticas y arreglar la tierra para<br />
pastaje, para el cultivo de productos alimenticios y eventualmente<br />
para la obtención de cosechas comerciales<br />
puesto que éstas estaban destinadas a consumidores en<br />
otras zonas del país o del exterior. Cuando era posible, absorbían<br />
a los minifiindistas en sus grandes haciendas al establecer<br />
derechos y títulos sobre tierras cultivadas por<br />
residentes tradicionales o por colonos recién llegados,<br />
captándolos de esta forma en calidad de peones o arrendatarios.<br />
Dichos esfuerzos con frecuencia resultaron muy<br />
costosos y fallidos. En consecuencia, los terratenientes intentaban<br />
atraer trabajadores de las zonas altas, cuya población<br />
era más densa y en donde, según el fundador de una<br />
hacienda cafetera en el distrito de Viotá, al suroccidente de<br />
Cundinamarca, “la población es grande, donde hay pobreza<br />
y los salarios son muy reducidos”1-1. El geógrafo F. J.<br />
Vergara y Velasco llegó más lejos, pues habló del montañero<br />
como “constante para el trabajo y la fatiga, sumiso,<br />
de un valor sin igual... es máquina”.'4 Se ofrecían terrenos<br />
a los inmigrantes, parcelas de dos a cinco fanegadas, en las<br />
cuales podían cultivar alimentos para ellos, para los peones<br />
de las haciendas y para venderlos en los mercados locales,<br />
todo esto a cambio de su mano de obra. Era además costumbre<br />
que pagaran una pequeña suma en calidad de renta,<br />
encima de la obligación de trabajar quince días al mes<br />
13. Manuel Ahondano a Juan de Dios Carrasquilla, Viotá, Cundinamarca.<br />
noviembre 12 de 1878, en el Segttndn Informe Amtal que presenta<br />
el Comisario National de Agricultura a l Poder Ejecutivo para el conocimiento<br />
del Congreso: año 1880, Bogotá, 1880, pág. 42.<br />
14. Vergara y Velasco, F. J., Nueva Geografía de Colombia, vol. 111,<br />
Bogotá, 1974, pág. 966.
L fi vida tv ral cotidiana en la República | 177<br />
en la hacienda y prestar ocasionalmente servicios personales<br />
al terrateniente o a su administrador, trabajo por el cual<br />
recibían en algunos casos unas pocas monedas, comida y<br />
un trago de melaza.<br />
Empresas agrícolas funcionando a gran escala en las<br />
“playas interiores” de Colombia requerían una intensa explotación<br />
y represión de los aparceros dependientes, quienes,<br />
en la mayoría de los casos, constituían la mayor parte<br />
de la fuerza de trabajo.'5 Mientras algunos arrendatarios<br />
y finqueros llegaban a ser mayordomos y hombres de confianza<br />
en las grandes haciendas, la mayoría tenía que<br />
enfrentar la despiadada crueldad y arbitrariedad de los<br />
propietarios y de los administradores. Como trabajadores<br />
a destajo en los campos y centros de procesamiento, eran<br />
mal pagados y estaban sujetos a una vigilancia muy estrecha<br />
ejercida por los administradores y los capataces, quienes<br />
como los rayadores o líderes de escuadra, tenían bajo su<br />
responsabilidad el control de la disciplina para asegurar<br />
una elevada productividad. En algunos casos, los administradores<br />
de las haciendas ubicaban trabajadores de diferentes<br />
razas y origen regional mezclados unos con otros.<br />
En su calidad de arrendatarios estaban totalmente a merced<br />
de los terratenientes, quienes arbitrariamente alteraban<br />
los cánones de arrendamiento, controlaban el acceso a<br />
los pastos para ganados y a las zonas madereras, recaudaban<br />
los impuestos sobre los artículos que los arrendatarios<br />
sacaban o enviaban a los mercados, imponían exigencias<br />
sexuales sobre las mujeres y amenazaban con el desahucio<br />
a quienes se mostraban reacios a cumplir con sus exigencias.<br />
Los finqueros independientes temían ser desalojados<br />
15. Pura un análisis de los distintos tipos de mano de obra en el siglo<br />
xix en Colombia, particularmente en las nuevas zonas de población,<br />
véase Kalmanovitz, Salomón, Economía y naaón. Una breve /listona<br />
de Colombia. Bogotá, 1986, capítulo 11.
178 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
de sus tierras por los terratenientes o por los especuladores,<br />
quienes fácilmente quemaban sus propiedades o los<br />
demandaban ante las cortes locales. Durante el auge<br />
cafetero antioqueño del fin de siglo, los minifundistas,<br />
aparentemente libres, evidenciaron su dependencia de los<br />
latifundistas a quienes debían enviar el grano para su procesamiento16.<br />
Estas duras cargas, impuestas sobre aparceros,<br />
peones y minifundistas independientes, fiieron<br />
creciendo durante el siglo debido a la presión ejercida desde<br />
fuera, ya que cada día se pedía mejor calidad, se ofrecían<br />
bajos precios por los productos tropicales y empezaba<br />
a evidenciarse un decreciente interés de los empresarios<br />
agrícolas por cultivar los lazos paternalistas con sus trabajadores.<br />
A pesar de las apariencias, la reproducción del orden<br />
señorial de las zonas latifundistas tradicionales no fue fácil<br />
de perpetuar y por tanto no llegó a extenderse con iguales<br />
características en las diversas regiones de frontera. La baja<br />
densidad de la población y las facilidades que tenían los<br />
peones para escapar hacia las zonas selváticas, hizo que<br />
estos peones fueran menos maleables y permitió a los minifundistas,<br />
tanto dependientes como independientes, subvertir<br />
de diversas formas el orden impuesto en las grandes<br />
haciendas. Tanto los trabajadores asalariados como los<br />
arrendatarios, violaban los reglamentos, se resistían a obedecer<br />
las normas, amenazaban a los administradores y a<br />
los capataces, se escapaban llevando consigo no sólo madera<br />
y productos obtenidos en la cosecha sino también algunos<br />
animales; en otros casos, se unían a las cuadrillas de<br />
malhechores. Cuando el tabaco colombiano perdió su po<br />
16. Samper Kutschbach, Mario, “Labores agrícolas y fuerza de trabajo<br />
en el suroeste de Antioquia, 18 5 0 -19 12 ”, Estudios sociales 2, marzo<br />
de 1988, pág. 14.
Lm vida rural cotidiana en ¡a República | 179<br />
sición en los mercados alemanes, muchos observadores<br />
culparon a los aparceros del Tolima por su descuido en el<br />
cultivo de la hoja; Medardo Rivas se lamentaba porque el<br />
“perezoso calentano se levantó, movido por tantos halagos,<br />
y principió a sembrar tabaco y a llevar una vida de disipación<br />
y vicios”.17 Los primeros cultivadores de café en el<br />
occidente de Cundinamarca expresaron inquietudes similares,<br />
como es el caso de la queja de Aurelio Plata, cultivador<br />
del grano en la Mesa, en relación con las grandes<br />
haciendas que necesitaban muchos trabajadores; “al fin de<br />
la cosecha, cuando ya es poco el café maduro que hay en<br />
las matas, se pierde mucho, porque no lo cogen sino con<br />
mayor costo, y también porque se escapa muchas veces a<br />
la vigilancia de los empresarios”.18 Un poco después, Salvador<br />
Camacho Roldan informó que en los mismos distritos<br />
“el arrendatario y el propietario tienen intereses opuestos y<br />
casi siempre son enemigos”.'9 La hábil descripción que<br />
hace Malcolm Deas de la hacienda Santa Bárbara, en el<br />
occidente de Cundinamarca, durante el momento culminante<br />
del auge del café en las últimas décadas del siglo xix,<br />
nos revela cómo las constantes evasiones y disputas de los<br />
arrendatarios pusieron a prueba la paciencia de su administrador,<br />
Cornelio Rubio, quien reveló su frustración en<br />
un informe enviado a Roberto Herrera Restrepo que decía;<br />
“Agustín Muñoz es el mismo que no ha querido servir<br />
en nada de la cosecha, so pretexto de la enfermedad de su<br />
17. Rivas, Medardo. “ El coscchcro", en Musco tic a/adms de costumbres,<br />
vol. 11. Bogotá. 1971. pág. 172.<br />
18. Aurelio Plata a Juan de Dios Carrasquilla, Ea Mesa, Cundinamarca,<br />
noviembre 15 de 1878, en el Segundo Informe Anual que presenta<br />
el Comisario National de Agn'ctdlura a l Poder Ejecutivo para el conocimiento<br />
del Congreso: año tSSo, Bogotá, t 88o , pág. 51.<br />
19. Camacho Roldán, Salvador, Notas de viaje, Bogotá, 1887,<br />
pág. 97.
mujer y hace tiempo que no viene a trabajar ni manda cafetera<br />
ni peón, no sirve de nada absolutamente”.20 No nos<br />
debe asombrar que las “máquinas”, es decir los campesinos<br />
pobres de Vergara y Velasco, llegaran a ser vistos por sus<br />
superiores como los borrachos brutos, la escoria, los criminales<br />
y la amenaza a la prosperidad de la agricultura. Con<br />
todo, no hubo muchos encuentros violentos entre los<br />
campesinos pobres y los propietarios y administradores de<br />
las haciendas en las fronteras colombianas, principalmente<br />
porque las clases altas campesinas contaban con la coerción<br />
para compensar su débil hegemonía en esas regiones.<br />
Por último, muchos campesinos sencillamente no se<br />
sometían en absoluto al dominio de los terratenientes. Los<br />
inmigrantes de las zonas altas estaban dispuestos a proporcionar<br />
mano de obra barata en las regiones de frontera<br />
porque allí tenían la posibilidad de huir hacia la selva en<br />
caso de necesidad. En 1871, a pesar de que se presentó una<br />
enérgica solicitud de inversión extranjera en las plantaciones<br />
de añil en el valle del Magdalena, Salvador Camacho<br />
Roldán, secretario del tesoro, admitió sin embargo que<br />
puesto que, para los inmigrantes “ha llegado a ser más remunerador<br />
el trabajo de producción de víveres, el número<br />
de jornaleros disponibles para el añil ha disminuido y los<br />
jornales han subido fuera de tasa”.21 En el transcurso del<br />
siglo, y especialmente en sus últimas décadas, los minifúndistas<br />
ocuparon vastos terrenos baldíos despreciando<br />
con frecuencia a los terratenientes, a los especuladores de<br />
la tierra y a los funcionarios gubernamentales. En el correl8o<br />
| MICHAEL<br />
F. JIMÉNEZ<br />
20. Deas, Malcolm, “Una hacienda cafetera de Cundinamarca:<br />
Santa Bárbara 18 7 0 -19 12 ”, en Anuario Colombiano de Historia Socialy de<br />
la Cultura, 8, 1976, pág. 82.<br />
2 1. Camacho Roldán, Salvador, “Proyecto para la fundación de un<br />
establecimiento de añil en grande escala y de banco hipotecario,” septiembre<br />
15, 18 7 1, en Escritos varios, vol. 11, Bogotá, 1893, pág. 453.
L a vida rural cotidiana en la República | 181<br />
dor antioqueño, algunos colonizadores maniobraron en<br />
las cortes para proteger sus reclamos y además, no renunciaron<br />
al uso de la violencia. Otto Morales Benítez relata<br />
las emboscadas y las matanzas realizadas por los colonos<br />
de Elias González, el principal acaparador de tierra caldense,<br />
en abril de 18 51. La tosca justicia agraria en dicha<br />
región decía “Aplíquele la ley de Guacaica,” refiriéndose a<br />
las riberas del río en las que el odiado González encontró<br />
su fin". Por último, estos desacuerdos dieron origen a un<br />
acuerdo social de gran importancia en el campo colombiano,<br />
una tregua inestable entre quienes buscaban consolidar<br />
la agricultura comercial y monopolizar el control sobre la<br />
tierra y los trabajadores, y aquellos grupos de campesinos<br />
pobres que realmente constituían una economía minifundista<br />
tanto dentro como fuera de los complejos latifundistas.<br />
IV<br />
Camino a su destino río abajo, el neivano intercambiaba<br />
los productos de su finca por herramientas, vestidos y<br />
otros bienes. Samper por lo tanto, reconoce la importancia<br />
de la presencia de relaciones comerciales en el siglo xix en<br />
la Colombia rural. Por lo menos una vez por semana, generalmente<br />
con mayor frecuencia, las plazas de casi todos<br />
los caseríos, villas y pueblos, se veían invadidas por los llamados<br />
“tratantes” cuyo número y variedad dependía de la<br />
cantidad de habitantes en cada distrito o localidad. Los<br />
campesinos extendían en el suelo sus productos alimenticios,<br />
objetos artesanales, ganado y productos como cacao,<br />
tabaco y azúcar. Los negociantes locales abrían sus<br />
tiendas llenas de caramelos, fósforos, vestidos, herramien<br />
22. Morales Benítez, Otto, Testimonio de un pueblo, Bogotá, 1962,<br />
pág. 104.
182 I MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
tas y otros productos manufacturados, algunos de ellos<br />
traídos del extranjero -las sedas y los licores mencionados<br />
por Samper- y otros procedentes de diversos lugares del<br />
norte de los Andes como ruanas del altiplano oriental,<br />
sombreros de Santander y sillas de montar de Chocontá.<br />
Las banderas rojas ondeaban en las puertas de las carnicerías,<br />
en las cuales se vendía tanto carne fresca como cecina.<br />
Vendedores ambulantes con baúles llenos de novedades<br />
voceaban sus mercancías.<br />
Se realizaban numerosas y variadas transacciones durante<br />
el día, la mayoría de ellas a pequeña escala -unos<br />
pocos huevos, un puñado de arroz, algunos vegetales o<br />
frutas, una tajada de carne-, éstas acompañadas por los regateos<br />
rituales que se daban mientras el dinero y los objetos<br />
pasaban de una mano a otra. En algunas ocasiones, sin<br />
embargo, estas transacciones eran mayores, puesto que<br />
comerciantes agrícolas, regionales o locales, adquirían<br />
cantidades considerables de algunas cosechas para venderlas<br />
en ciudades grandes o en el exterior; dichos intercambios<br />
se hicieron más frecuentes en lugares como La Mesa,<br />
en el occidente de Cundinamarca, donde los comerciantes<br />
del Valle del Cauca, de las tierras calientes y cálidas del<br />
alto Magdalena y de los Llanos se encontraban con los<br />
provenientes del altiplano oriental. Ocurría, también, otro<br />
tipo de comercio, cuando los hombres visitaban a las prostitutas<br />
ubicadas en los barrios de tolerancia. Además, a lo<br />
largo del día los campesinos sedientos abarrotaban las tabernas<br />
y los puestos al aire libre para beber totumas de<br />
aguardiente, guarapo o chicha, mezclando esto con relatos,<br />
música, baile, juegos de azar y discusiones bulliciosas.<br />
Mientras la mayoría de los campesinos iba a los mercados<br />
ubicados a pocas horas de sus viviendas y campos,<br />
otros tenían que recorrer distancias muy largas. Los campesinos<br />
viajaban muchos días para vender productos bási-
La vida n i ral cotidiana en ta República | 183<br />
eos en las ciudades florecientes del norte de los Andes.<br />
Minifundistas de las faldas de las montañas en el Valle del<br />
Cauca aprovisionaban a Buga y a Cali en esos años, así<br />
como algunos productores de artículos para el hogar vendían<br />
sus productos en centros urbanos ubicados en el norte<br />
de los Andes. A mediados de 1880, el geólogo alemán,<br />
Alfred Hettner, describió los encuentros en el mercado en<br />
la capital del altiplano de Bogotá:<br />
I'Ll movimiento de mercado viene concentrándose en Bogotá<br />
prácticamente los jueves y viernes de cada semana, días<br />
en que la gente de fuera viene hasta de lejos para vender sus<br />
productos del campo... Aparte de los sabaneros, allí observamos<br />
gente de los pueblos situados al este de Bogotá, por<br />
ejemplo de Choachí, Fómeque y otros. Así mismo, llegan de<br />
Fusagasugá y otras poblaciones de tierra templada. Hasta<br />
calentónos vimos, que desde luego no podrán sentirse confortables<br />
aquí en vista de la vestimenta para este clima.2'<br />
Criadores de ganado realizaban jornadas aun más largas<br />
para llegar a los mercados. Los criadores de cerdos del<br />
Quindío llevaban sus bestias en manada hacia el norte,<br />
hasta llegar a Medellin y a distritos mineros adyacentes, y<br />
hacia el sur, hasta el valle del Cauca; los llaneros guiaban el<br />
ganado desde el Valle del río Magdalena y de las llanuras<br />
del oriente hasta la sabana de Bogotá.<br />
Tanto la variedad, como las cada vez más complejas<br />
redes comerciales de la parte norte de la cordillera de los<br />
Andes, dieron lugar al surgimiento de una gran cantidad<br />
de intermediarios que trabajaban a pequeña escala. Taber-<br />
23. Hettner, Alfred, Viajes por ¡os Andes colombianos, 1882-1884,<br />
do en Romero, Mario (íermán, (comp.) Bogotá en los viajeros extranjeros<br />
del siglo xix, Bogotá, 1992, pág. 240.
184 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
ñas, tiendas y tambos aparecieron en muchos lugares del<br />
campo y sus propietarios se encargaban de vender, comprar<br />
y también alojar a los viajeros procedentes de zonas<br />
vecinas y lejanas. Muchos minifundistas prestaron ayuda<br />
proporcionando el transporte tan necesario en esos quebrados<br />
parajes del norte de la cordillera. Sus champanes y<br />
bogas negociaban la movilización en los ríos, rutas éstas<br />
muy traicioneras, conectando así las economías más importantes<br />
y estableciendo lazos entre el populoso interior<br />
y el mundo exterior. Aun más importantes eran los arrieros,<br />
quienes alimentaban los animales de carga y transportaban<br />
artículos y viajeros a través de zonas muy quebradas,<br />
llanuras sin caminos demarcados y densas selvas tropicales<br />
en las zonas bajas. Aun cuando en ocasiones los transportadores<br />
eran contratados por las casas mercantiles y por<br />
los terratenientes, generalmente trabajaban por su cuenta.<br />
El arriero se convirtió en sujeto de leyendas y mitos evocados<br />
en la caracterización hecha en este siglo por Eduardo<br />
Santa, según la cual el “hombre es fuerte, estoico, tenaz y<br />
forma con la muía una maravillosa ecuación de progreso”.24<br />
Gracias a su independencia y energía, dichos campesinos<br />
abrieron caminos entre las ciudades y el campo y<br />
ayudaron a sentar los cimientos de un mercado nacional<br />
que llegaría a cristalizar después del cambio de siglo.<br />
Para José María Samper y muchos de sus copartidarios<br />
liberales, la ubicuidad e intensidad de relaciones comerciales<br />
en el campo del norte de la cordillera de los Andes, señalaron<br />
el amanecer de una nueva era. Su referencia a la<br />
llamada “nueva transformación”, una vez que el neivano<br />
llegaba a puerto ribereño, complementó los comentarios<br />
de su hermano Miguel quien señaló por la misma época<br />
24. Santa, Eduardo, Arrieros y fundadores. Aspectos de la colonización<br />
antioqueña, Bogotá, 19 61, pág. 123.
La vida rural cotidiana en la República<br />
H acien d a de cultivo<br />
de tabaco en<br />
San tan d er.<br />
Foto grafía.<br />
D iciem b re y de<br />
19 16 .<br />
El Gráfico N ° 3 2 2 .<br />
Rancho C am p e sin o<br />
en C h o a ch í.<br />
Eduard W . M ark .<br />
A cuarela. 1846.<br />
C hoza y habitante<br />
del M agd alen a.<br />
A n d ré M . E .<br />
G ra b a d o<br />
América Pintoresca.<br />
T o m o iii.<br />
M o n ta n e r y<br />
Sim ón E d ito res.<br />
Barcelona. 18 8 4 .
D e m estizo e india nace collote.<br />
Ju a n y M a n u e l de la C ru z.<br />
G rab ad o coloreado.<br />
1777-1788.<br />
B ib lio teca L u is-A n g e l A ra n g o . Sala<br />
M an u scrito s 391.0946. C15C.<br />
D e español y m orisca nace alvino.<br />
Ju a n y M a n u e l de la C ru z.<br />
G rab ad o coloreado.<br />
1777-1788.<br />
B ib lio teca L u is -A n g e l A ra n g o . Sala<br />
M an u scrito s 391.0946. C15C.<br />
D e collote e india nace<br />
cham izo. Ju a n y M a n u e l<br />
de la C ru z.<br />
G rab ad o coloreado.<br />
*777 - 1788.<br />
B ib lio te ca L u is -Á n g e l<br />
A ra n g o . Sala<br />
M an u scrito s 391.0946.<br />
C15C.
La vida rural cotidiana en la República | 185<br />
que la colonización de la tierra caliente convirtió sin lugar<br />
a dudas a los colombianos en “ciudadanos del mundo”.25<br />
Sin embargo, ni todos los observadores contemporáneos,<br />
ni los campesinos mismos, se mostraron tan optimistas en<br />
relación con el potencial que tenían los mercados existentes<br />
para asegurarles paz y prosperidad ni a ellos ni a la<br />
mayoría de sus conciudadanos. Quizás Eugenio Díaz Castro,<br />
uno de los escritores costumbristas más populares, fue<br />
quien mejor logró articular lo que pudo haber sido la ambivalencia<br />
de la naturaleza del intercambio económico<br />
para las clases bajas del campesinado. Manuela, su heroína,<br />
lo expresa en forma amarga cuando habla acerca de su<br />
día en el mercado:<br />
¡Ah cosa chinche es hacer mercado!... La sal a catorce,<br />
cada día más cara y en la Gaceta dijeron que la iban a dar barata<br />
para favorecer al pueblo: lo que defienden al pueblo... Ya<br />
no había lechugas ni coliflores, porque llegué tardísimo...<br />
Traje media arroba de arroz y por amas me lo derraman, porque<br />
se armó una pelea de lo más grande, por medio de<br />
chivera, que les querían meter a los calentanos... Los huevos a<br />
tres el cuartillo y las cucharas de palo para la tienda también a<br />
cuatro... ¿Qué les quedará a los indios de Guasca y Guatavita<br />
que las hacen y las traen y después de haber vendido sus tierras<br />
por chicha, o por plata para beber chicha?'6<br />
Ciertamente el mercado era muy peligroso para muchos<br />
campesinos colombianos en el siglo xix. Los precios<br />
eran muy altos y los artículos escaseaban con mucha fre-<br />
25. Samper, Miguel, L a miseria en Bogotá fi8 ñi], Bogotá, 1969,<br />
pág. 126.<br />
26. Díaz Castro, Iüigenio, Manuela [1856], Bogotá. 1988, págs.<br />
95-96.
l 86 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
cuencia debido a la sequía y a las enfermedades que afectaban<br />
el campo. Los campesinos y muchos agricultores a<br />
gran escala, se quejaban incesantemente no sólo de las<br />
dificultades de transporte y los altos costos de los créditos,<br />
sino de las presiones ejercidas por los propietarios de los<br />
almacenes y los prestamistas de las ciudades; Samper mismo<br />
hace mención a “la codicia artificiosa que suele distinguir<br />
al traficante en los países poco civilizados”.27 Quienes<br />
producían para compradores extranjeros, conocieron muy<br />
pronto los peligros de la economía global. Las crisis sucesivas<br />
del tabaco, la quinina y el añil desde la década de<br />
i860, además del exiguo y desigual aumento en los precios<br />
del café durante el último cuarto de siglo afectaron muchísimo<br />
a los cultivadores de estos productos, tanto grandes<br />
como pequeños. Finalmente, el Estado colombiano, aunque<br />
dividido y débil durante la mayor parte del siglo, fue<br />
una molestia constante para los campesinos. Los monopolios<br />
oficiales, llamados estancos, favorecían a ciertos clanes<br />
de terratenientes excluyendo de esta forma a la mayoría de<br />
los campesinos y elevaban el costo de vida. Entre éstos, el<br />
monopolio de la sal provocó amargas recriminaciones debido<br />
a su valor como preservativo y elemento necesario<br />
para el engorde del ganado. Los impuestos eran otro elemento<br />
de irritación puesto que los tributos sobre la matanza<br />
del ganado, el consumo de aguardiente y otros licores,<br />
además de aquellos que gravaban diferentes artículos de<br />
consumo, los cobros catastrales, los peajes y una cantidad<br />
de gravámenes existentes hacían del comercio una actividad<br />
muy costosa e incluso peligrosa, especialmente para<br />
quienes poseían escasos recursos. Las reyertas y peleas frecuentes,<br />
las huelgas que se presentaron en la Colombia<br />
27. Samper, José M., Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición<br />
social de las repúblicas colombianas, pág. 327.
La vida rural cotidiana en la República | 187<br />
provincial durante el siglo, sin importar si su origen inmediato<br />
era político, personal, regional, racial o religioso, podían<br />
atribuirse fácilmente a las confusiones, desigualdades<br />
o arbitrariedades de las relaciones de mercado.<br />
Con la expansión de la agricultura comercial, muchos<br />
campesinos colombianos concibieron ideales y prácticas<br />
alternativas en las transacciones comerciales2*. Los pequeños<br />
propietarios del campo intentaban beneficiarse de las<br />
crecientes oportunidades económicas del norte de la cordillera<br />
de los Andes durante este período, sin tener que llegar<br />
a ser presas o víctimas de un mercado muy peligroso.<br />
Diversificaron la producción (como lo hicieron las haciendas<br />
grandes) en lugar de concentrarse exclusivamente en<br />
las cosechas más rentables; esta estrategia estaba enfocada<br />
a evitar el impacto de las fluctuaciones de precio y los costos<br />
de producción. Las relaciones recíprocas de trabajo<br />
existentes entre ellos, contaban con su complemento en el<br />
trueque y en los intercambios de dotes, junto con el uso de<br />
la moneda, protegiéndose de esta forma contra la inflación.<br />
Los aparceros de las grandes haciendas desarrollaron<br />
un complejo mercado interno para la realización de mejoras<br />
que dependían de dicha cooperación. Un poderoso<br />
sentido de honradez en las relaciones de intercambio penetró<br />
en las zonas rurales, así como la noción de “precio<br />
justo”, presente en el comentario de Eugenio Díaz Castro<br />
en relación con la promesa del gobierno de sostener un<br />
bajo costo de la vida “en defensa del pueblo”.<br />
Esta “economía moral” también se manifestó en una<br />
amplia participación de las clases bajas campesinas en redes<br />
de comercio ilegal, para hacerle frente al control exclu-<br />
28. Para el debate sobre las concepciones “alternativas" de la economía<br />
entre los campesinos colombianos y ciertos aspectos del siglo<br />
xix véase Gudeman, Stephen y Rivera, Alberto, Conversations in Colombia.<br />
The domestic economy in life and text, Cambridge, 1990.
18 8 | MICHAF.I. F. JIMÉNEZ<br />
sivo de la economía agraria que ejercían los clanes de terratenientes<br />
comerciantes en connivencia con las autoridades<br />
gubernamentales. Los peones y los aparceros recogían<br />
granos de café de los cafetales de los terratenientes, se robaban<br />
el azúcar y el ganado y todo esto era negociado en<br />
una amplia economía subterránea que abarcaba grandes<br />
zonas de la Colombia rural. Por otra parte, los pequeños<br />
propietarios campesinos, con frecuencia competían con<br />
algunos productores mayores en los mercados locales y<br />
regionales. En la década de 184.0, los cultivadores de azúcar<br />
de la región occidental de Cundinamarca, no pudieron<br />
imponer su monopolio sobre la panela y la miel debido a<br />
que hordas de trapicheros la vendían a precios más bajos en<br />
los mercados de la vecina Bogotá.29 De forma similar, antes<br />
de la abolición del monopolio del tabaco a mediados<br />
de siglo, la producción obtenida en forma ilegal y el comercio<br />
de este producto eran endémicos. Guillermo Wills<br />
observó en 18 3 1 que en la región de Ambalema “todos los<br />
años se pierden ingentes sumas en razón del escandaloso<br />
contrabando que se hace en todas direcciones, siendo la<br />
causa primordial de este mal, el ínfimo precio que se paga<br />
al cosechero por su tabaco”.30 A mediados de siglo, los cultivadores<br />
independientes, que provenían de la población<br />
de antiguos esclavos, aprovisionaban ilegalmente una buena<br />
parte del mercado del Valle del Cauca1'. Los campesinos<br />
también desarrollaron habilidades para evadir las<br />
29. Saflbrd, Frank, “Commerce and Enterprise in Central Colom <br />
bia, 18 2 1-18 7 0 ”, tesis de PhD no publicada, Columbia University, New<br />
York, 1965, pág. 113 .<br />
30. Wills, Guillermo, Observaciones sobre el comercio de Nueva Granada,<br />
con un apéndice relativo al de Bogotá, Bogotá, 1962, pág. 17.<br />
3 1. Taussig, Michael, “Religión de esclavos y la creación de un<br />
campesinado en el valle del río Cauca. Colom bia”, Estudios rurales latinoamericanos,<br />
11:3, septiembre-diciembre 1979, pág. 371.
La vida rural cotidiana at Ia República | 189<br />
exigencias tributarias del Estado, especialmente cuando algún<br />
artículo resultaba muy lucrativo. Los impuestos sobre<br />
el licor eran de muy difícil recaudo, puesto que los comerciantes<br />
campesinos y sus colaboradores en las pequeñas<br />
ciudades, con frecuencia se armaban para enfrentarse a la<br />
policía de los resguardos. En algunos casos, esta resistencia<br />
encontró expresión política, tal el caso de los campesinos<br />
del Tolima que se unieron a las guerrillas liberales a principios<br />
de la guerra de los Mil Días bajo la siguiente consigna:<br />
“Abajo los monopolios, viva el partido liberal, viva la<br />
revolución”^.<br />
V<br />
La esperanza de Samper, compartida por muchos de sus<br />
copartidarios liberales, según la cual la ampliación de las<br />
relaciones de mercado podría “conservar la paz y fraternidad<br />
y suprimir trabas dondequiera”^, se mostró insostenible<br />
en la Colombia rural del siglo xix. Es claro que los<br />
conflictos surgidos al interior mismo de las fincas, entre<br />
pequeños propietarios y entre ellos y los grandes terratenientes,<br />
tenían su paralelo en los mercados y además, estaban<br />
estrechamente ligados con otras dos áreas de conflicto<br />
en la vida diaria y en la estructura amplia de las relaciones<br />
sociales en el campo colombiano durante este período: la<br />
religión y la política.<br />
Aparentemente la Iglesia católica ejercía un completo<br />
32 Jaramillo, Carlos Eduardo, L a guerra de novecientos, Bogotá,<br />
1992, pág. 34. Para una comprensión más global de este asunto véase<br />
Clavijo Ocampo, Hernán, “Monopolio fiscal y guerras civiles en el<br />
Tolima, 1865-1899,” en Fronteras, regiones y ciudades en la historia de Colombia,<br />
vin Congreso Nacional de Historia de Colombia, Bucaramanga,<br />
1993, págs. J27-I50.<br />
33. Samper, [osé M„ Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición<br />
social de las repúblicas colombianas, Bogotá, 1961, pág. 3 31.
I 9O | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
dominio cultural sobre la mayor parte del territorio, como<br />
legado del proceso relativamente rápido y completo de<br />
mestizaje y aculturación ocurrido durante la colonia. Una<br />
iglesia se erigía en la plaza principal de la mayoría de las<br />
poblaciones y ciudades en el campo, incluso pequeños<br />
villorrios tenían su capilla; en algunos casos se trataba de<br />
construcciones impresionantes y en otros eran apenas<br />
chozas grandes con piso de tierra, pero unas y otras,<br />
simbolizaban la capacidad del poder eclesiástico y la autoridad<br />
ejercida durante un siglo de acalorados y, con frecuencia,<br />
violentos conflictos acerca del lugar que ocupaba<br />
la religión en asuntos tanto públicos como privados. Los<br />
curas o párrocos con frecuencia jugaron un papel protagónico<br />
en las vidas de las poblaciones rurales: ofrecían<br />
bendiciones y oraciones durante todo el ciclo vital, es decir<br />
en los nacimientos, en los matrimonios y en las muertes,<br />
servicios que con frecuencia debían ser remunerados. En<br />
las misas dominicales y en el abarrotado calendario de celebraciones<br />
religiosas, los clérigos predicaban la doctrina<br />
y exhortaban la moral en sus feligreses transmitiendo la<br />
visión de una deidad intimidante y vengadora. Dicha imagen<br />
era mitigada por una intervención piadosa, especialmente<br />
la de la Virgen María. En tales ocasiones, también<br />
consolidaban su posición de pilares del orden social, al<br />
censurar abiertamente a los librepensadores, a los criminales,<br />
a los que protestaban desde abajo y, con no poca frecuencia,<br />
a los supuestos “descreídos liberales”, La trinidad<br />
formada por el patriarcado, la jerarquía social y la armonía<br />
de este catecismo provinciano, se encuentra expresada en<br />
la descripción que hace el padre Antonio María Amézquita,<br />
en el año de 1882, de la respuesta a sus esfuerzos<br />
misioneros en la población de Cáqueza, Cundinamarca:
I m vida rural cotidiana a i ¡a República | 191<br />
De un modo sorprendente, desde la más distinguida matrona<br />
hasta la última pobre criada, y desde el primer jefe del<br />
distrito hasta el último menestral, y desde el inteligente Juez<br />
de Circuito hasta el último policía, en una palabra, comerciantes,<br />
hacendados, agricultores y empleados y aun transeúntes,<br />
poblaban la anchurosa iglesia a oír la palabra divina,<br />
con la atención de cenobitas y ermitaños. I,o que más admiraba<br />
era la afluencia de los campesinos de ambos sexos al tribunal<br />
de la penitencia, pudiendo asegurarse que durante la<br />
misión y Semana Santa se concillaron con Dios más que 4 000<br />
almas.'4 »<br />
Sin embargo, ni los halagos ni las disciplinas de la<br />
Iglesia católica lograron el dominio total de la moral y la<br />
imaginación espiritual de los campesinos colombianos durante<br />
el siglo xix. Aunque con mucha frecuencia los curas<br />
eran respetados por su piedad y su defensa enérgica del<br />
campesino pobre, como es el caso de aquellos que se unieron<br />
a los colonos en su lucha contra los especuladores de<br />
la tierra en la cordillera Central, muchos eran considerados<br />
seres malvados, corruptos y en connivencia con los<br />
opresores. Finalmente, el número reducido de seguidores,<br />
su aislamiento endémico, ponían en peligro la influencia<br />
de los curas, por consiguiente, el campesino pobre desarrolló<br />
su propia religión combinando el cristianismo con<br />
creencias y prácticas indias y africanas. Los campesinos<br />
encontraron en las cofradías, formadas por la Iglesia para<br />
canalizar y controlar la religiosidad popular, voces e<br />
instrumentos espirituales más autónomos para elevar sus<br />
protestas contra los poderosos. Por último, los teguas,<br />
34. Amézquita, Antonio María. Defensa del clero español y americano<br />
y Guía geogrrf/ico-religinsa del Estado Soberano de Cundinamarca, Bogotá,<br />
1882, pág. 220.
192 | MICHAEL F. JIMENEZ<br />
35. Citado por Taussig, Michael en “Religión de esclavos y la<br />
creación de un campesinado libre en el valle del rio Cauca, Colombia,”<br />
Estudios rurales latinoamericanos, 11:3, septiembre-diciembre, 1979, pág.<br />
chamanes, brujos y curanderos, tanto hombres como mujeres,<br />
eran los encargados de proporcionar la mejor defensa<br />
contra los males del mundo utilizando su magia, sus<br />
curas de hierbas, sus conjuros y una amplia gama de rituales<br />
y oraciones.<br />
En las festividades religiosas se manifestaba con frecuencia<br />
la expresión de la devoción popular, así, los frecuentes<br />
festivales, carnavales y peregrinaciones, eran<br />
motivo de alarma para las clases altas. Sergio Arboleda, terrateniente<br />
del Valle del Cauca, expresó su desprecio hacia<br />
éstas puesto que los “negros las celebran por tener un<br />
pretexto plausible para entregarse a diversiones poco favorables<br />
a la moral”.15 Ciertamente dichas fiestas, que<br />
generalmente coincidían con los días de mercado, les proporcionaban<br />
ocasión para beber, bailar, celebrar corridas<br />
de toros, riñas de gallos, carreras de caballos, fuegos artificiales,<br />
además de ser escenario de peleas en cantidad. En<br />
dichas ocasiones los campesinos se tomaban licencias picarescas<br />
para rehacer su mundo, aunque fuera tan solo<br />
momentáneamente, puesto que el pobre remedaba al rico,<br />
los hombres se vestían de mujeres y se disfrazaban de diablos<br />
para recorrer las calles y los caminos rurales.-16 En esta<br />
forma, así como lo hacían con los rituales y encantamientos<br />
privados, los campesinos colombianos demarcaron a<br />
su manera las fronteras entre su mundo de penas y sufrimientos<br />
y el otro de redención cristiana. Vale la pena anotar<br />
que a finales de siglo, los misioneros protestantes<br />
empezaron a realizar pequeñas pero significativas incur-<br />
377-<br />
36. Ocampo López, Javier, Las fiestas y el folclor colombiano, Hogotá,<br />
1984.
La vida n iral cotidiana a i la República | 193<br />
siones en diversas zonas rurales, como las de Santander,<br />
Cundinamarca, Tolima y el Valle del Cauca y mientras<br />
conseguían conversos entre los habitantes de los pueblos<br />
de provincia, su predicación y estudio de la Biblia atrajo<br />
también a peones y pequeños propietarios.<br />
La política constituyó un terreno igualmente debatido<br />
en el cual los campesinos pusieron su marca particular.<br />
Después de la independencia, una frágil burocracia colonial<br />
que ejercía un poder político débil, se fiie descentralizando<br />
aceleradamente. La mayoría de la población rural<br />
se encontró bajo el domino de redes clientelistas formadas<br />
por terratenientes, comerciantes, sacerdotes y personas de<br />
clase media como comerciantes locales, artesanos, burócratas,<br />
profesionales y propietarios de haciendas más pequeñas<br />
y fincas un poco más grandes. Evidentemente, los<br />
terratenientes ejercían un poder y una autoridad considerable<br />
en el campo. Aun así, en casi todas partes, la pequeña<br />
burguesía local asumió la función de agente del<br />
poder en las cortes rurales, en los cabildos y en las alcaldías<br />
y se comprometieron con la competencia existente entre<br />
los partidos Liberal y Conservador’". Con frecuencia estos<br />
gamonales y caciques recaudaban impuestos locales y<br />
multas, incluyendo los onerosos peajes. También molestaban<br />
a los peones, a los aparceros y a los propietarios independientes,<br />
imponiéndoles trabajo obligatorio como<br />
policías o destinándolos a la realización de obras públicas;<br />
y al poner en vigencia decretos contra la vagancia, asigna-<br />
37. Pura una descripción contemporánea de la política rural a<br />
finales del siglo véase: Gutiérrez, Ramón. Monografías, vol. 1, Bogotá,<br />
1920-1921, págs. 90-92. A fin de estudiar interpretaciones diferentes<br />
véanse Guillen, Fernando, E l poder Los modelos estructurales del poder<br />
político en Colombia, Bogotá, 1979, y Deas, Malcolm, “Algunas notas<br />
sobre la historia del caciquismo en Colombia," Revista de Occidente,<br />
xi.m :i27, segunda época, octubre 1973. págs. 118-140.
1 9 4 I MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
ban trabajadores para hacer turnos en las construcciones<br />
de carreteras o a prestar sus servicios en las haciendas. Los<br />
magistrados aplicaban justicia en cortes con frecuencia<br />
desvencijadas, imponiendo multas y períodos de cárcel y<br />
azotando y poniendo a los campesinos en los cepos en las<br />
plazas públicas. Del mismo modo que los sacerdotes, estas<br />
camarillas estaban dispuestas a participar en las conmemoraciones<br />
de fiestas republicanas, especialmente la celebración<br />
del día de la Independencia -el 20 de Julio- (después<br />
de mediados de la década de 1870). Dichas fiestas eran<br />
comparables a las religiosas en grandeza y esplendor, y las<br />
celebraban para instruir a los llamados la chusma, guaches,<br />
canallas y plebeyos, en los ideales y hábitos de un orden<br />
republicano indiscutiblemente al servicio de los gamonales<br />
y los patronos.<br />
Los jefes de las zonas rurales colombianas también exigían<br />
la lealtad de los campesinos en los comicios y en las<br />
campañas militares. En un siglo de continuas y frecuentes<br />
elecciones de funcionarios locales, regionales y nacionales,<br />
se congregaba un número considerable de campesinos colombianos,<br />
a menudo borrachos, en las plazas de las ciudades<br />
y pueblos, a dar su voto por mandato de sus jefes<br />
locales. En la, con frecuencia, intensa atmósfera política,<br />
los trabajadores y los pequeños propietarios eran animados<br />
por festividades tales como las organizadas en las afueras<br />
de Bogotá en 1849 por Ramón Espina, un agente<br />
político del general Tomás C. de Mosquera, con “mucho<br />
pán, chicha, terneras, servesas (sic) y varias cosas” y “discursos<br />
magníficos y muy templados”38. Cuando las ambiciones<br />
y las ideas de los patronos chocaban entre sí, los<br />
38. Carta del General Ramón Espina al General Tom ás C. de<br />
Mosquera, Bogotá, noviembre 16 de 1849, Archivo epistolar del General<br />
Mosquera, correspondencia con el General Ramón Espina, 1825-1866, Bogotá.<br />
1966, págs. 231-234.
La vida rural cotidiana a i ia República | 195<br />
gamonales se desplazaban a las veredas para reclutar gente<br />
y llevarla a las plazas principales para escuchar discursos<br />
encendidos que anunciaban nuevas intervenciones en este<br />
largo siglo de guerras civiles. Muchos de estos reclutas<br />
nunca regresaban a sus hogares, pues morían con frecuencia<br />
debido a que contraían enfermedades o caían en batallas<br />
para las cuales no iban bien equipados ni estaban<br />
preparados, o, en ocasiones, eran ejecutados por desertar.19<br />
Enfrentados a una política tan manifiestamente corrupta,<br />
excluyente y coercitiva, los campesinos, no obstante,<br />
lograban volverla a su favor de diversas formas. De<br />
manera enérgica y creativa, afirmaban sus derechos y presentaban<br />
reclamos a través del sistema legal. Las notarías y<br />
la registradurías de tierra fueron escenarios muy activos de<br />
sus esfuerzos por legitimar toda clase de negocitos, transacciones<br />
con la tierra, acuerdos para realizar mejoras, transacciones<br />
comerciales, préstamos y otros negocios. Con la<br />
ayuda de tinterillos y rábulas pertenecientes a la pequeña<br />
burguesía provincial, llenaban los tribunales locales de demandas<br />
legales que presentaban unos contra otros, así<br />
como contra los poderosos de sus comunidades, incluyendo<br />
a los mercaderes, los terratenientes y los funcionarios<br />
oficiales. Los más audaces enviaban manifiestos a las autoridades<br />
superiores denunciando injusticias y reclamando<br />
asistencia, como fue el caso de los pequeños propietarios<br />
del Valle del Cauca, quienes declararon en 1840 que el señor<br />
Quintero (un hacendado)<br />
ha sido reconvenido varias veces por los propietarios y<br />
poseedores del tereno i de los caminos; i como en otras épo<br />
39. 'l'irado Mejía, Alvaro, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia,<br />
Bogotá, 1976, selección de documentos contemporáneos sohre<br />
los conflictos colombianos en el siglo xix.
X96 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
cas ha despojado del modo más violento ha cuantos infelices<br />
ha querido, su contestación ahora ha sido regalarnos con una<br />
infinidad de insultas, amenazas, protestando, que al que tomara<br />
la palabra para hacer algún reclamo li iria mui mal... Como<br />
las leyes han proclamado una santa igualdad, como ellas nos<br />
castigan a todos del mismo modo, como ellas nos imponen el<br />
deber de respetar los derechos de otros, i nos garantizan los<br />
que las mismas nos han dado... como ellas nos aseguran lo<br />
que legítimamente nos pertenece, como ellos protegen tanto<br />
el infeliz como al poderoso, cuando cualquiera de ellas tenga<br />
razón y justificación como ellas, en fin, no tienen consideración<br />
a las personas sino a los derechos de ellas, es que hoi elevo,<br />
por mi i en nombre de mis compañeros, mis quejas ante el<br />
impasible y recto jusgado...4"<br />
A lo largo del siglo, el Congreso nacional recibió miles<br />
de declaraciones de los colonos de regiones de frontera en<br />
las cuales se denunciaba a los terratenientes y a los especuladores.<br />
Esto aceleró la aprobación de la Ley 84 de 1882<br />
que favorecía a los pequeños propietarios4'. De este modo,<br />
con acciones diarias y con gestos grandes y notorios, la<br />
gente de las provincias, incluyendo a muchos campesinos,<br />
ardorosamente defendían su libertad personal, su dignidad<br />
individual, su igualdad ante la ley así como la propiedad<br />
privada, cimientos todos de un republicanismo popular<br />
presente tanto en su versión liberal como conservadora.<br />
40. Archivo Judicial de Buga. Pedro Miguel Bahesa contra Luis<br />
Simón Quintero sobre despojo de caminos en Chambimbal, Tom o 5C.<br />
Legajo N ° 5. M ayo de 1840, citado en Mejía Prado, Eduardo. Origen<br />
del campesino vallecaucano, Cali, 1993, págs. 132-133.<br />
41. Zambrano Pantoja, Fabio, “Ocupación del territorio y conflictos<br />
sociales en Colombia,” en *Un país en construcción. Poblamiento,<br />
problema agrario y conflicto social”, Controversia 151-152, abril de 1989,<br />
págs. 81-196.
La vida rural cotidiana en la República | 197<br />
Además de estas constantes maniobras legales, tanto<br />
grandes como pequeñas, el campesinado del siglo xix logró<br />
cierta influencia en los asuntos políticos.42 Una cuarta<br />
parte de los municipios actuales ya habían sido fundados<br />
durante este período; los pequeños propietarios, mayoritarios<br />
en las regiones de frontera, formaban parte de las juntas<br />
y los cabildos de reparticiones de tierras, plantaban los<br />
árboles de libertad en las plazas de las ciudades, y tenían<br />
otras ciertas formas de participación en el gobierno de la<br />
comunidad. Los campesinos, hombres principalmente, se<br />
comprometían en la política electoral a pesar de las limitaciones<br />
impuestas durante la mayor parte del siglo al derecho<br />
al sufragio por razones de propiedad y analfabetismo.<br />
Estas limitaciones no existieron en la legislación durante<br />
las administraciones de los radicales en las décadas de los<br />
años 1850 a 1870. Los políticos locales no podían prescindir<br />
de ellos, como nos lo muestra la gran fiesta ofrecida por<br />
Ramón Espina a los seguidores de Mosquera en las afueras<br />
de Bogotá. A partir de la independencia, los políticos buscaban<br />
el apoyo de los pocos electores con voto autorizado,<br />
sin embargo, también se mostraban especialmente atentos<br />
a obtener el favoritismo de los numerosos ciudadanos y<br />
campesinos sin derecho a voto pero cuyas pasiones e intereses<br />
podían expresarse en las controversias acerca de las<br />
listas de candidatos y las alianzas realizadas en el nutrido<br />
calendario electoral. En efecto, aquellos campesinos en<br />
quienes los gamonales confiaban por su participación en<br />
las manifestaciones, algunas veces como electores, y con<br />
mayor frecuencia como fuerzas de choque en las disputas<br />
42. Según los comentarios sobre la política en las zonas rurales, de<br />
Malcolm Deas, “l/a presencia de la política nacional en la vida provinciana,<br />
pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la república,"<br />
en Palacios. Marco (comp.), La unidad nacional en América Latina.<br />
D el regionalismo a la nacionalidad, México, 1983, págs. 149-173.
I 98 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
políticas, no carecían de cierta influencia en sus comunidades.<br />
A este respecto, las asociaciones políticas de las<br />
provincias colombianas durante el siglo xix -desde las Sociedades<br />
Democráticas del Valle del Cauca hasta las culebras<br />
de pico de oro de Santander- aunque mayoritariamente<br />
conformadas y dirigidas por habitantes de las ciudades,<br />
atraían sin embargo a sus filas a algunos pequeños propietarios,<br />
tanto libres como dependientes, así como a otros<br />
residentes de las veredas vecinas. Por último, las lecturas<br />
públicas, realizadas en plazas y tabernas, de los numerosos<br />
periódicos y panfletos que inundaban el país durante décadas<br />
de competencia política, ampliaban los horizontes de<br />
un campesinado en su mayor parte analfabeto aún. Por<br />
tanto, con relativa frecuencia en muchos lugares de la Colombia<br />
del siglo xix, los campesinos no eran sólo víctimas<br />
pasivas o estúpidas, ni borrachos embrutecidos, seguidores<br />
de algún cacique local, sino más bien personas que buscaban<br />
negociar como ciudadanos libres e iguales y que compartían<br />
y estimulaban el ideal fraternal del catecismo<br />
republicano.43<br />
La diferencia entre el republicanismo oligárquico y el<br />
popular se hizo más evidente durante las guerras civiles<br />
colombianas. Estos conflictos, que reflejaban ciertas divergencias<br />
entre las clases altas en lo que atañía a lo económico,<br />
lo político y lo religioso, dieron también la oportunidad<br />
al campesinado para registrar sus protestas y presentar sus<br />
intereses más abiertamente y en ocasiones de manera provocadora.<br />
Los propietarios independientes, los aparceros y<br />
los peones, descubrieron en más de una ocasión que las<br />
alianzas foijadas en la competencia por obtener votos y<br />
43. Aunque no existe un estudio de las formas específicas rurales<br />
de este republicanismo popular, el libro de Pacheco, Margarita, L a<br />
fiesta liberal en Cali, Cali, 1992, sobre las protestas y la movilización<br />
política en Cali entre 1848 y 1854, es enormemente sugerente.
La vida m ral cotidiana en la República | 199<br />
puestos repercutía también en los llamados a empuñar las<br />
armas realizados por los caciques. La dilatada abolición de<br />
la esclavitud en el Valle del Cauca, durante las décadas que<br />
siguieron a la Independencia, llevaron a muchos negros y<br />
mulatos a hacer causa común con el partido liberal en sus<br />
campañas contra los magnates de la tierra pertenecientes<br />
al partido conservador. A mediados de siglo, un notable de<br />
Buga se quejó ante el general José Hilario López porque<br />
“en Palmira se ha presentado a las sombras de la noche<br />
una pandilla de malhechores, victoriando el comunismo<br />
en las tierras, y la libertad de esclavos y han picado los<br />
cercos que lindan la propiedad de Pedro A. Martínez”.44<br />
Tres décadas después, el viajero alemán, Ferdinand von<br />
Schenck, afirmó que “esas gentes son tremendamente peligrosas,<br />
especialmente en bandas y entran a la lucha como<br />
valientes guerreros al servicio de cualquier héroe de la libertad<br />
que les prometa un botín”.45 Desde las campañas<br />
militares realizadas por Juan José Nieto a mediados de siglo<br />
en el valle del bajo Magdalena hasta la breve insurgencia<br />
de Ricardo Gaitán Obeso en 1885, y particularmente<br />
durante la guerra de los Mil Días, los campesinos se ofrecían<br />
como voluntarios para apoyar a los dos bandos. En la<br />
guerra, los campesinos recreaban su mundo rural en los<br />
campamentos de la guerrilla, sembrando en pequeñas<br />
parcelas, cuidando el ganado y otros equipos que habían<br />
llevado de sus propiedades; los acompañaban niños y mujeres,<br />
quienes generalmente luchaban al lado de sus hombres.<br />
El convertir el machete, herramienta de trabajo, en<br />
44. José Joaquín Carvajal al general José Hilario I -opez, Buga, noviembre<br />
9. 1849, citada por Zambrano I’., Fabio, “Documentos sobre<br />
sociabilidad de la vida a mediados del siglo Anuario de Historia Social<br />
y de la Cultura, 15. 1987, pág. 326.<br />
45. Von Schcnck. Ferdinand, Viajes por Antioquia en el año 1880,<br />
Bogotá, 1953, págs. 53-54.
200 | MICHAF.I. F. JIMÉNEZ<br />
arma para la pelea, es otra de las dimensiones de la lucha<br />
diaria por la subsistencia, la libertad y la dignidad, que aunque<br />
heroica en ocasiones, resultó con frecuencia cruel y<br />
trágica y muy pocas veces enteramente libre de los lazos<br />
creados por el clientelismo. Sin embargo, y como lo escribió<br />
posteriormente el historiador Joaquín Tamayo:<br />
El guerrillero fue la representación viva del sentimiento<br />
individualista y atrevido del colombiano. Hijo de la tierra, adquirió<br />
esa destreza peculiar del campesino para solucionar<br />
peripecias y contratiempos, que no es maliciosa picardía sino<br />
conocimiento de los recursos de la naturaleza... el guerrillero<br />
campesino o peón de vaquería, acostumbrado a soportar sin<br />
quejas las fatigas y sobresaltos de una existencia infeliz, buscó<br />
ocasión propicia para lucir sus habilidades de jinete, su fortaleza<br />
y sobre ella su rebeldía a toda ley, que no fuera hechura<br />
de su capricho y demostración de su poder.4fi<br />
V I<br />
Roberto Herrera Restrepo, propietario de una hacienda<br />
cafetera de Cundinamarca, al hacer énfasis en cómo se debía<br />
tratar a los aparceros de sus tierras, ordenó a su<br />
administrador “apriételes todo lo que sea preciso pues hay<br />
perfecto derecho y justicia para ello, a fin de que presten<br />
sus servicios como debe ser en la seguridad de que yo les<br />
sostengo, así como en su idea de ayudarlos en lo que se<br />
pueda. No hay otro sistema y hay que seguir en este tire y<br />
afloje que usted sabe bien emplear”.47 Este comentario resume<br />
claramente las relaciones de conflicto y acuerdo en-<br />
46. Tam ayo, Joaquín, L a revolución de i8g g [1938 ], Bogotá, 1942,<br />
págs. 166-167.<br />
47. Deas, Malcolm, “Una hacienda cafetera de Cundinamarca:<br />
Santa Bárbara, 18 70 -19 12," A nuario Colombiano de H istoria Social y de la<br />
C ultura, 8, 1976, pág. 83.
I ,a vida rural cotidiana en la República | 201<br />
tre las elites terratenientes comerciantes y la gran mayoría<br />
del campesinado durante el siglo xix. Este último, formado<br />
por grupos muy pequeños, afectado por una gran movilidad,<br />
ejercía formas cotidianas de resistencia y tenía una<br />
participación bastante particular en el sistema político; por<br />
tanto, la elite no podía ejercer dominio total sobre el campesinado<br />
de la zona norte de la cordillera de los Andes. La<br />
diversidad de las formas sociales, agrarias y culturales, existentes<br />
durante este período, no generó las rebeliones que<br />
caracterizaron a México, Perú y Bolivia ni tampoco evolucionó<br />
para formar un orden rural relativamente igualitario<br />
como fue el caso de Costa Rica. Aunque las elites colombianas<br />
no llegaron a ejercer un control total sobre la tierra<br />
ni sobre sus trabajadores, los campesinos pobres no llegaron<br />
a ser totalmente libres ni de las presiones del mercado,<br />
ni de la concentración del poder en unas pocas manos. Por<br />
último, el campesinado demostró, en formas variadas y<br />
múltiples, tener una enorme capacidad de resistencia frente<br />
a los ricos y poderosos y para organizar un mundo de<br />
acuerdo con sus intereses, mundo complejo y contradictorio,<br />
pero muy diferente al de los siervos de la gleba de los<br />
complejos formados por grandes haciendas, o al de los pequeños<br />
terratenientes independientes que poblaron el occidente<br />
colombiano descritos por el folclor local o la<br />
tradición histórica.48<br />
Las tensiones presentes en el siglo xix, han tenido su<br />
eco en el presente siglo, en décadas de violencia interminable.<br />
La expansión dramática del capitalismo agrícola, junto<br />
con la introducción de los cambios tecnológicos necesa-<br />
48. Para el debate sobre este tema, véase Dueñas Vargas, Guiomar,<br />
“ Algunas hipótesis para el estudio de la resistencia campesina en la región<br />
central de Colombia. Siglo xix,” Anuario Colombiano de Historia y<br />
de la Cultura 20, 1992, págs. 90-106.
2 0 2 | MICHAEL F. JIMÉNEZ<br />
ríos para la producción, la revolución en las comunicaciones<br />
y en el transporte, han transformado drásticamente las<br />
condiciones materiales de vida de la mayoría del campesinado<br />
colombiano. Desde principios del siglo y con una<br />
mayor rapidez a partir las décadas de 1920 y 1930, las posibilidades<br />
para mantener pequeñas propiedades empezaron<br />
a disminuir en muchas zonas, tanto dentro como fuera<br />
de los latifundios con los cuales habían estado estrechamente<br />
relacionados por casi dos siglos. Como lo sugieren<br />
Charles Bergquist y otros, las amplias y frecuentes protestas<br />
agrarias, que vienen presentándose desde la formación<br />
de las ligas campesinas de finales de la década de 1920, pasando<br />
por la movilización campesina promovida por la<br />
a n u c en la década de 1970, hasta llegar al proceso de la llamada<br />
“colonización armada” en las regiones de frontera<br />
colombianas, se han visto estimuladas por los constantes<br />
esfuerzos de un campesinado dispuesto a defender y recrear<br />
en alguna forma, los logros obtenidos en el siglo<br />
xix49. Por otra parte, estos conflictos han sido moldeados<br />
en estilos muy particulares por la extraordinaria vitalidad<br />
de ciertas formas de movilización política provenientes del<br />
exterior y por la participación de las bases que surgió en<br />
las décadas posteriores a la independencia. La tradición<br />
popular republicana persiste en nuestros días, moldeando<br />
un agrarismo que, según Jesús Antonio Bejarano, supone<br />
en forma constante “la convocatoria del campesinado<br />
como objeto político y su rápida conversión en sujeto político<br />
que provoca permanentemente la reunificación de las<br />
49. Bergquist, Charles, Labor in Latin America, Stanford, California,<br />
1986, capítulo 5.<br />
50. Bejarano, Jesús Antonio, “Campesinado, luchas agrarias e historia<br />
social: notas para un balance historiográfico,” Anuario Colombiano<br />
de Historia Social y de la Cultura, 1 1 , 1983, pág. 303.
La vida m ral cotidiana a i la República | 203<br />
clases dominantes para conjurar el desborde”50. Por consiguiente,<br />
a pesar de los enormes cambios en su composición<br />
demográfica y en su estructura social, Colombia<br />
continúa luchando con una herencia de vida cotidiana y<br />
luchas de su campesinado presentes desde el siglo xix.
L a vida doméstica en las<br />
ciudades republicanas<br />
CATAI.INA<br />
R E Y E S *<br />
LINA MARCELA<br />
G O N Z Á L E Z * *<br />
A caracterizar el siglo xix, generalmente se ha resaltado<br />
la diversidad de regiones y el aislamiento geográfico entre<br />
ellas, debido a las difíciles condiciones para la comunicación;<br />
regiones heredadas del período colonial, cada una<br />
con sus particularidades económicas, sociales y culturales.<br />
Pese a esta visión general, hay aspectos de las regiones colombianas<br />
que, más que puntos de diferencia, se constituyen<br />
en semejanzas, pues, aunque con sus matices, existen<br />
aspectos comunes a casi todas ellas. Tal el caso de la vida<br />
cotidiana y las costumbres familiares que, con contadas<br />
excepciones, se generalizan en la mayoría de las ciudades<br />
colombianas durante el siglo xix y xx.<br />
Es necesario destacar, sin embargo, que los patrones<br />
culturales del siglo xix tenían diferencias de tipo étnicosocial,<br />
cosa que afectaba el comportamiento familiar: las<br />
familias ricas tenían comportamientos distintos a las de re<br />
* Catalina Reyes es historiadora, magíster en Historia, profesora<br />
del Departamento de Historia, Universidad Nacional, seccional Medellin.<br />
** Lina Marcela (¡onzálcs historiadora, Universidad Nacional. Investigadora<br />
Proyecto Colciencias: “Poder y cultura en el occidente colombiano"
2 0 6 I CATALINA REVES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
cursos medios y a las pobres; lo mismo que las familias<br />
blancas vivían diferente a las negras, mulatas, mestizas o<br />
indias.<br />
Por otro lado, hay que recordar que los centros urbanos<br />
durante el siglo xix no pasaban de ser “villorrios” poco<br />
poblados, pues Colombia era un país rural. Las principales<br />
ciudades a lo largo del siglo xix fueron Bogotá, Medellin,<br />
Cali, Cartagena, Barranquilla y El Socorro.<br />
Hacia 1850, Bogotá, la ciudad más importante por ser<br />
la capital, contaba sólo con 30 000 habitantes, mientras<br />
que la segunda, El Socorro, tenía unos 15 000. Hacia 1870,<br />
en la capital habitaban 40 000 personas mientras que en<br />
Medellin, ahora la segunda en importancia, había unas<br />
30 000. Otros centros urbanos como Cali y Barranquilla<br />
apenas empezaban a constituirse como tales. '<br />
A fines del siglo xix, la vinculación estable del país con<br />
los mercados internacionales a través de la exportación de<br />
café, le permitió avanzar hacia un desarrollo capitalista.<br />
Los procesos de industrialización, acompañados de la modernización<br />
y progreso que se vivió durante las primeras<br />
décadas de este siglo, tuvieron consecuencias sobre la vida<br />
privada y doméstica de las gentes que habitaban las ciudades.<br />
Las ciudades más importantes del país, Bogotá, Medellin,<br />
Barranquilla y Cali, vivieron procesos acelerados de<br />
urbanización y su población creció a un ritmo insospechado.<br />
Medellin y Bogotá para los años 20, lograron casi<br />
duplicar su población en relación con la de principios del<br />
siglo. Este crecimiento, obviamente, no se puede explicar<br />
como un incremento vegetativo de la población, ya que<br />
fue resultado de la gran migración campesina hacia los<br />
1. Rueda, José Olinto, “Historia de la población de Colombia:<br />
1880-2000”, en Nueva historia de Colombia, tomo 5, Bogotá, Planeta<br />
Editores, 1989. pág 362.
L a vida doméstica a i las ciudades republicanas | 207<br />
centros urbanos del país. Las ciudades con comercio activo,<br />
nuevas industrias, obras públicas en marcha, ferrocarriles,<br />
automóviles y tranvías, atraían como un imán a los<br />
pobladores rurales.<br />
E11 este ensayo abordaremos un tema de reciente exploración<br />
en nuestra historiografía: la vida doméstica privada<br />
en los centros urbanos entre 1850 y 1930, tratando de<br />
dar cuenta, con las restricciones obligadas de los primeros<br />
estudios, de las costumbres de la gente tras las puertas de<br />
sus casas, es decir, de la vida familiar. Sin embargo, hay<br />
que recordar que la vida familiar trascendía el ámbito doméstico<br />
y tenía manifestaciones en la esfera pública. Los<br />
bailes, paseos, visitas y toda clase de fiestas, tanto religiosas<br />
como profanas, hacían parte de la vida de las familias.<br />
Se hace también necesario aclarar que la idea “de lo<br />
privado” es un concepto que sólo se consolida en nuestro<br />
país hasta el siglo xx, acompañado de los procesos de urbanización,<br />
industrialización y fortalecimiento de una sociedad<br />
burguesa y capitalista. La emergencia del individuo<br />
como tal, hace parte fundamental del ideario burgués. En<br />
una sociedad precapitalista, como lo fiie la nuestra durante<br />
casi todo el siglo xix, no existía una diferenciación clara entre<br />
lo público y lo privado.<br />
La falta de privacidad existente había llamado la atención<br />
a los viajeros extranjeros que visitaron a Colombia<br />
durante el siglo xix. Según ellos, en las ciudades colombianas<br />
no se cerraban durante el día las puertas de las casas.<br />
Estas a disposición de quien quisiera visitarlas, aunque<br />
para ello debían respetarse ciertas formalidades: un caballero<br />
podía entrar en cualquier casa directamente sin anunciarse,<br />
y hacerlo una vez adentro; las personas de otras<br />
clases debían tocar e identificarse -siempre con un “yo”-<br />
para obtener la autorización de entrar, pero como el yo no<br />
respondía al “quién es”, ésta era sólo una formalidad que,
2 o 8 I CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
sin embargo, siempre se guardaba. En cuanto a la costumbre<br />
de mantener la puerta abierta, el extranjero Alfred<br />
Hettner anotó que “la afición a la intimidad del hogar de<br />
por sí no está muy generalizada todavía”.<br />
A la falta de interés por la intimidad, hay que agregar<br />
que la puerta abierta garantizaba una distracción para los<br />
habitantes de la casa, y le añadía algo de color a una vida<br />
que transcurría la mayoría de las veces monótonamente.<br />
La puerta abierta se constituía así en una especie de frontera<br />
flexible entre lo público y lo privado. El fisgoneo, la<br />
mirada sobre la calle y la casa vecina, jugaban un papel importante<br />
en el control social. Esta observación de la vida<br />
de los demás alimentaba el chisme y las habladurías colocando<br />
en situación de riesgo a quien se atreviera a desviarse<br />
de las conductas convencionales.<br />
L as casas<br />
En los espacios interiores de las casas se desenvolvió una<br />
parte considerable de la vida privada doméstica. En términos<br />
generales, las casas colombianas de los pudientes, durante<br />
el siglo xix, conservaron los rasgos de la arquitectura<br />
colonial. Eran grandes y espaciosas, construidas en su mayoría<br />
con un solo piso o máximo dos, de adobes y techo<br />
de teja. La gente más pobre vivía en ranchos pajizos ubicados<br />
en las afueras de las ciudades. Éstos se construían en<br />
función de la temperatura y la brisa: en la tierra caliente se<br />
buscaba su circulación y en la fría se trataba de evitarla.<br />
La casa en general, tenía una sola puerta hacia la calle<br />
y entre ésta y la puerta interna, había un zaguán, sitio donde<br />
el dueño de casa recibía a sus amigos, hacía sus negocios<br />
o lo convertía en fumadero. Las mujeres de la casa<br />
utilizaban el zaguán para atender proveedores de víveres,<br />
leña y a las lavanderas y aplanchadoras de ropa. Sólo la<br />
intimidad con los miembros de la familia permitía que el
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 209<br />
extraño pasara más allá del zaguán, y esto sólo se hacía los<br />
domingos. Estas reglas se exceptuaban con los extranjeros,<br />
pues el mayor signo de caballerosidad para con ellos, era<br />
poner sin restricciones a su completa disposición tanto la<br />
casa como la familia.<br />
Junto al zaguán existía un corredor que daba al patio<br />
principal, enladrillado, en piedra o convertido en jardín según<br />
los gustos, pero casi siempre adornado en el medio<br />
por una fuente. Alrededor de este patio estaban los corredores,<br />
sobre los cuales se hallaban los cuartos principales<br />
que, de acuerdo a su posición, tenían ventanas a la calle o<br />
al mismo corredor. Sólo muy a finales del siglo xix se impone<br />
el uso de puertas que separen las habitaciones entre<br />
sí. Durante mucho tiempo una simple cortina señalaba el<br />
límite entre una habitación y la otra.<br />
Las ventanas eran de madera, adornadas con encajes o<br />
calados, que permitían la aireación y la entrada de la luz,<br />
pues el uso del vidrio era excepcional. Las que daban hacia<br />
la calle, junto con los balcones, constituían el enlace entre<br />
la vida privada y la pública, pues era allí donde se desenvolvían<br />
los noviazgos, se fisgoneaba la vida de los demás y<br />
se disfrutaban las festividades populares con el tira y recibe<br />
de dulces y otros objetos.<br />
En la parte posterior de la casa se hallaban la cocina, la<br />
pesebrera, el solar y las habitaciones de la servidumbre.<br />
Veamos la descripción de una cocina bogotana, la cual era<br />
más o menos típica en todo el país:<br />
En primer termino había una gran piedra que se utilizaba<br />
exclusivamente para moler y aderezar el chocolate. Luego un<br />
trípode de piedras donde se hacía el fuego para colocar sobre<br />
él las ollas y calderos de hierro y arcilla [...]; más adelante, una<br />
parrilla donde se colocaban las sartenes para freír y asar las<br />
carnes. Completaba esta dotación la tradicional paila de cobre
210 I CATALINA REYES /LIN A MARCELA GONZÁLEZ<br />
en que se preparaban los dulces. Albergaba también la cocina<br />
la enorme tinaja en la que se almacenaba el agua potable.2<br />
Las cocinas de los ranchos pajizos en que habitaban<br />
los más pobres, eran mucho más simples y en algunos casos<br />
estaban ubicadas en un sitio prácticamente separado<br />
de la casa.<br />
En la segunda mitad del siglo xix, la tendencia de las<br />
casas más amplias, sobre todo las de dos pisos, fue a subdividirse.<br />
Generalmente estaban distribuidas así: los cuartos<br />
del primer piso se destinaban al arriendo y eran llamados<br />
tiendas; éstos no tenían acceso al patio interior de la casa.<br />
Eran habitadas por personas pobres, generalmente venidas<br />
del campo, quienes debían hacer sus necesidades fisiológicas<br />
en la calle por el aislamiento de la tienda con respecto<br />
a la casa. Obviamente esta restricción contribuía al<br />
desaseo de las ciudades y aumentaba los problemas de higiene<br />
y salubridad. Los cuartos del segundo piso eran ocupados<br />
por los propietarios, que contrastaba la humildad de<br />
los primeros, con la abundancia relativa de éstos.<br />
Es bueno anotar que hasta mediados del siglo xix, sin<br />
excepción, el lujo de los hogares colombianos no pasaba<br />
de una sala, adornada con canapés forrados de zaraza, mesas<br />
de pino barnizadas, porcelanas, tocadores, repisas y<br />
cuadros de imágenes religiosas. La escasa decoración de<br />
los espacios interiores se hacía con artículos ordinarios, en<br />
lo general, manufacturas locales. Claro que esto se veía en<br />
las casas de la gente con ciertos niveles económicos, pues<br />
las familias pobres carecían casi por completo de este tipo<br />
de elementos accesorios e inclusive de otros de tanta importancia<br />
como las camas, que eran reemplazadas por esteras<br />
o hamacas.<br />
2. Fundación Misión Colombia, Historia de Bogotá, tomo 2. Bogotá,<br />
Villegas Editores, 1988, pág. 74.
L a vida doméstica en las ciudades republicanas | 211<br />
En las casas de las familias más acomodadas siempre<br />
se destinaba un lugar para el oratorio, el cual, junto con el<br />
costurero, era el espacio preferido por las mujeres, para<br />
quienes las prácticas religiosas eran parte fundamental de<br />
su vida diaria y el recurso para garantizar la estabilidad y<br />
prosperidad de la familia.<br />
Para la década de los 70, las elites con acceso a importaciones<br />
europeas mejoraron el aprovisionamiento de sus<br />
casas. El piano aparece como signo de riqueza y cultura y<br />
el comedor y la sala se refinan en ornamentación.<br />
Dentro de la casa, se destinaban también algunos espacios<br />
para el trabajo: los más ricos adecuaban parte de ella,<br />
en la planta baja, para locales comerciales o bodegas y los<br />
más pobres, realizaban allí los trabajos artesanales. Los<br />
barnizadores y ebanistas de Pasto, las tejedoras de sombreros<br />
en Santander y el Valle del Cauca, las mujeres dedicadas<br />
a envolver el tabaco, las tejedoras y las costureras,<br />
trabajan en sus casas.<br />
Para 1920, el fortalecimiento de las elites, su capacidad<br />
de consumo aumentada, su imitación de los hábitos burgueses,<br />
su ánimo de diferenciación de los inmigrantes<br />
campesinos recién llegados a las ciudades, hace que la vida<br />
privada adquiera mayor importancia y que sea necesario<br />
precisar aun más claramente los límites entre lo privado<br />
y lo público. Puertas y ventanas que antes permanecían<br />
abiertas se cierran sigilosamente. Las elites crearon sus<br />
propios sitios de reunión donde sólo asistían ellas sin necesidad<br />
de mezclarse con el pueblo. En las ciudades colombianas<br />
aparecen los clubes como centros de la nueva<br />
sociabilidad de las elites urbanas, en ellos se practicaban<br />
novedosos deportes y se celebran lujosas fiestas que antes<br />
se llevaban a cabo en los espacios domésticos.<br />
La arquitectura colonial se reemplaza en la construcción<br />
de viviendas por la influencia de la arquitectura fran
212 | CATALINA REYES / I.INA MARCELA GONZÁLEZ<br />
cesa. Los decorados interiores se sofisticaron y la sala se<br />
convirtió en el sitio más importante de la casa. Es el signo<br />
de sociabilidad burguesa por excelencia y denota la capacidad<br />
para recibir gente. La biblioteca aparece como lugar<br />
especializado, que confirma, además del nivel económico<br />
de la familia, su bagaje cultural. Los antiguos candelabros<br />
se reemplazan por lujosas lámparas de cristal y la luz eléctrica<br />
se abrió paso dejando atrás los discretos alumbrados<br />
de velas y quinqués. La noche era conquistada para la diversión,<br />
el estudio, la lectura y la costura. El teléfono hizo<br />
innecesarias las antiguas tarjetas de visita, bastaba una llamada<br />
para reemplazar tarjetas, esquelas y cartas. Eso sí*<br />
hay que aclarar que este maravilloso aparato en un principio<br />
está vedado para los novios y obviamente para la servidumbre.<br />
La cocina, lugar oscuro, lleno de humo, de moscas y<br />
muchas veces de animales domésticos, se fue convirtiendo<br />
paulatinamente en un lugar antiséptico y caracterizado<br />
por la limpieza. La cocina fue el espacio doméstico que<br />
sufrió las transformaciones más decisivas. La implantación<br />
de la energía y el avance de la técnica, permite, para los<br />
años treinta, a las familias con ingresos, contar con artefactos<br />
tan modernos como el fogón eléctrico y una nevera.<br />
Este último aparato no sólo introdujo modificaciones en la<br />
culinaria y en los gustos alimenticios, sino en el uso del<br />
tiempo de las fámulas y señoras de casa que, anteriormente,<br />
debían salir de compras para proveerse a diario de ciertos<br />
productos perecederos.<br />
Los viejos solares de las casas, que eran al mismo tiempo<br />
arboleda, frutales y huerta, donde se sembraban hortalizas<br />
para el consumo familiar y plantas medicinales, los<br />
reemplazan primorosos jardines interiores cuyo cuidado<br />
está a cargo de la orgullosa dueña del hogar, que desplega
L a vida doméstica a i ¡as ciudades republicanas | 213<br />
ría en ellos todas sus habilidades en el arte de la conservación.<br />
En los hogares de clase media hizo parte del mobiliario<br />
la famosa máquina de coser Singer, ella no sólo le proporcionó<br />
el sustento como modistas y costureras a un<br />
sinnúmero de mujeres, sino que además contribuyó a mejorar<br />
las finanzas de las familias de reducidos ingresos,<br />
cuyas amas de casas se dedicaron juiciosamente a la confección<br />
de la ropa de sus hijos.<br />
La sofisticación de las viviendas de la elite y los intentos<br />
de imitación de estos lujos por los sectores medios,<br />
contrasta con la pobreza y las duras condiciones de los<br />
sectores pobres de la ciudad. La vivienda para los obreros<br />
y otros sectores populares es el principal problema de los<br />
treinta primeros años del siglo. En un principio, estos nuevos<br />
inmigrantes ocuparon el antiguo casco urbano de las<br />
ciudades, abandonado por las elites que se querían alejar<br />
del populacho y del ruido de la actividad comercial que se<br />
había apoderado del centro. Antiguas y lujosas viviendas<br />
se convierten en casas de inquilinato, donde familias hasta<br />
de trece miembros se hacinan en una habitación. Muchos<br />
de estos cuartos se describieron como “cuartos ciegos”,<br />
covachas sin ventilación alguna, oscuras y sin servicios sanitarios.<br />
Otros habitaron provisionalmente cuartos en pensiones<br />
para pobres, también en condiciones bastante precarias.<br />
Las casas de los pobres se describen como ranchos<br />
destartalados, de piso de tierra y una sola habitación, que<br />
hace las funciones de sala, cocina y dormitorio. Los más<br />
afortunados lograron, a través de grandes esfuerzos y el<br />
trabajo de varios miembros de la familia, incluidos muchas<br />
veces los niños, la compra de una casa en los nuevos barrios<br />
obreros que las urbanizadoras privadas se encargaron
2 14 I CATALINA REYES/ LINA MARCELA GONZALEZ<br />
de promover en las distintas ciudades. Estas casas se construyen<br />
con más comodidades y con criterios de higiene.<br />
Numerosas publicaciones médicas, jurídicas y morales<br />
de la época, pusieron en evidencia cómo la mortalidad y la<br />
proliferación de enfermedades y epidemias, estaba relacionada<br />
con las difíciles condiciones de vida de las clases pobres.<br />
En particular, señalaron la precariedad de la vivienda<br />
como causa de la enfermedad y la muerte.<br />
M ujer, fam ilia y matrimonio<br />
La institución familiar se constituyó, todo lo largo del período,<br />
en la base de la sociedad colombiana y en el espacio<br />
apropiado para inculcar los hábitos y valores morales de<br />
los cuales dependía, no sólo la estabilidad de la familia sino<br />
la de la nación. El espacio doméstico era el lugar indicado<br />
para establecer costumbres, comportamientos éticos y religiosos<br />
rígidos y austeros.<br />
De acuerdo con un autor costumbrista bogotano,<br />
“todo lo que sea adhesión e intimidad hacia [la familia],<br />
como cariño, gratitud, confianza y justas consideraciones”,<br />
era considerado un “elemento social de la mayor importancia”.3<br />
A su vez, la base fundamental de la familia era el matrimonio,<br />
que garantizaba, por medio del rito católico, la<br />
conservación del orden existente. En la costa Atlántica<br />
como en la Pacifica, así como en las zonas cálidas, con población<br />
negra, el matrimonio era excepcional y la mayoría<br />
de las parejas vivían en unión libre. Este hecho se explica<br />
por la escasa presencia de la iglesia en estas regiones.<br />
A pesar de la importancia que tenía el matrimonio católico<br />
y la constitución de la pareja monogámica en la so<br />
3. Díaz Castro, Eugenio, Nove/as y cuadros de costumbres, Bogotá,<br />
Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, tomo 2, Procultura, 1985,<br />
pág. 115 .
L a vida doméstica en las ciudades republicanas | 215<br />
ciedad decimonónica, esto no era obstáculo para que en<br />
regiones como el Valle del Cauca o en las costas, fueran<br />
comunes las familias extensas en las que convivían parientes<br />
de primer a tercer grado. En estas regiones el madresolterismo<br />
no era escaso, ni tenía sanciones sociales tan<br />
fuertes como en otras partes.<br />
Ciudades como Bogotá y Medellin por ejemplo, rechazaban<br />
fuertemente al hi o bastardo y a la madre soltera, la<br />
cual era condenada por su familia y por la sociedad, especialmente<br />
si pertenecía a la clase media o alta; lo que no<br />
deja de ser paradójico, si se tiene en cuenta que durante<br />
todo el siglo xix, en casi todo el país el número de hijos<br />
“naturales” era superior al de los legítimos. Así por ejemplo,<br />
en Bogotá, entre agosto 1 y noviembre 30 de 1826, de<br />
300 bautismos que hubo, 157 fueron de hijos “naturales”<br />
contra 143 de hijos legítimos; y entre septiembre y diciembre<br />
de 1845, de 361 niños nacidos, 209 fueron naturales y<br />
sólo 152, legítimos.4<br />
Si bien a la mujer se le exigía la conservación de su<br />
virtud hasta el matrimonio y la infidelidad matrimonial<br />
femenina era sancionada duramente no sólo moral y socialmente<br />
sino aun jurídicamente, con el hombre se era<br />
mucho más permisivo en estos asuntos. Era frecuente no<br />
sólo entre los sectores populares, sino entre la elite y sectores<br />
medios, el que un hombre antes de casarse hubiera<br />
concebido hijos en relaciones ilícitas. Muchas costureras,<br />
empleadas domésticas, hijas de familias empobrecidas<br />
y jornaleras, eran generalmente quienes asumían esta condición<br />
de madres solteras.<br />
La vida en pareja era la meta común de hombres y<br />
mujeres desde temprana edad. Todos querían “casarse”,<br />
por amor, por aburrimiento o para escapar del hogar pa-<br />
4. Fundación Misión Colombia, op. at., pág. 74.
2 l 6 I CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
temo y poder adquirir así un poco de independencia. Los<br />
matrimonios se contraían en la juventud, aunque contraer<br />
matrimonio antes de los 18 años en las mujeres no era lo<br />
usual. La diferencia de edades entre los cónyuges no debía<br />
ser muy marcada. Esta tendencia se exceptuaba en las frecuentes<br />
segundas nupcias y no era raro ver un viudo aventajado<br />
en años contraer matrimonio con una jovencita. La<br />
alta mortalidad femenina, sobre todo en los alumbramientos,<br />
llevaba a que el elevado número de viudos que contraía<br />
segundas nupcias fuera corriente. Aunque el número<br />
de viudas como consecuencia de las guerras y otros eventos<br />
no era poco, las posibilidades de unas segundas nupcias<br />
femeninas eran más restringidas.<br />
Si bien pocas veces prima en los matrimonios el amor<br />
como sentimiento que justifique la unión, desde mediados<br />
del siglo xix el amor romántico era constantemente evocado<br />
en la literatura y en la poesía. Con todo, es muy probable<br />
que sentimientos como la estabilidad, la seguridad y la<br />
protección fueran bastante más determinantes, por lo menos<br />
para las mujeres, a la hora de contraer nupcias o decidirse<br />
a vivir en pareja.<br />
El escritor antioqueño Emiro Kastos, al referirse a la<br />
importancia del matrimonio, hace el siguiente comentario:<br />
“En esta provincia todo el mundo se casa: unos por amor,<br />
otros por cálculo y la mayor parte por aburrimiento, pues<br />
no encontrando el hombre placeres ni vida social de ninguna<br />
clase, de grado o por fuerza tiene que refugiarse en la<br />
vida de familia...”5<br />
El matrimonio, sin embargo, distaba mucho del paraíso<br />
que los jóvenes, sobre todo las mujeres, imaginaban,<br />
pues algunos hechos se oponían a ello: en primer lugar, los<br />
5. Kastos, F.miro, Artondreícuhs escogidos, Londres, nueva edición,<br />
aumentada y corregida por Juan M. Fonnegra, 1885.
La vida doméstica a i ¡as ciudades republicanas | 217<br />
noviazgos eran cortos y simples: muchas veces los novios<br />
se conocían poco, pues sus amoríos se hacían “de ojo”,<br />
cruzándose sólo miradas furtivas al escondido de los padres,<br />
o mediante cartas transportadas generalmente por las<br />
sirvientas o las amigas. De ahí resultaba que cuando dos<br />
jóvenes se casaban, tras el encanto y las cortesías que suponía<br />
este tipo de relación, eran seres que apenas si se conocían<br />
y sólo la vida marital mostraba las realidades: a las<br />
mujeres empezaba a conocérseles menos elegantes de lo<br />
que se presentaban en público, mientras que los hombres<br />
perdían el encanto de la seducción y los buenos modales<br />
para con ellas. Esta situación llevaba rápidamente al hastío<br />
de la vida marital por parte de ambos miembros, pero más<br />
de la mujer, pues el hombre tenía sus quehaceres por fuera<br />
de la casa, y encontraba en éstos, y en sus amigos, entretenciones<br />
vedadas para las mujeres. En 1855 una joven recién<br />
casada se lamentaba de la situación: “Con tal que una<br />
no se queje, viva en casa propia y tenga con qué hacer<br />
mercado todas las semanas, el público de por acá no necesita<br />
más para llamarla dichosa. Nadie se toma el trabajo de<br />
averiguar si el amor, la cordialidad y las consideraciones<br />
mutuas entre los esposos habitan en el hogar doméstico”6.<br />
Las quejas de esta joven debían ser muy similares a las de<br />
muchas otras mujeres.<br />
Otro elemento que influía en esta situación, era el hecho<br />
de que los novios eran seleccionados en la mayoría de<br />
los casos por los padres, quienes tenían en cuenta principalmente<br />
motivaciones de índole social, política o económica:<br />
el matrimonio de una mujer era cosa de hombres,<br />
padre y pretendiente, y se arreglaba entre ellos. Entre las<br />
elites la endogamia era la tendencia general. Los matrimonios<br />
se realizaban entre personas pertenecientes al mismo<br />
6.Ibid., pág 16 1.
2 l 8 I CATAl.INA REYF.S / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
círculo social, y muchas uniones tenían como propósito<br />
vincular fortunas o actividades comerciales. Los matrimonios<br />
“desiguales” eran duramente criticados y producían<br />
verdaderos escándalos. El amor casi nunca resultaba ser<br />
un elemento importante. Y aunque es poco probable que<br />
se obligara, literalmente, a una joven a contraer nupcias,<br />
sobre la decisión de con quién casarse pesaban una serie<br />
de presiones familiares. Pocas mujeres, no sólo de los sectores<br />
altos y medios sino de sectores pobres, se hubieran<br />
atrevido a desafiar una prohibición familiar y contraer matrimonio<br />
con un pretendiente no aceptado. Esto, en la<br />
práctica, era condenarse, ella y su descendencia, al destierro<br />
familiar, a la falta de afecto y de apoyo.<br />
Pese a esto, y a que la vida conyugal era más cortés que<br />
amorosa, a lo largo del matrimonio la comunidad de intereses<br />
económicos y sociales establecía relaciones de dependencia<br />
entre los esposos, las cuales crecían con el pasar<br />
de los años, a tal punto, que durante la vejez, ninguno de<br />
los dos sabía o podía vivir sin su pareja, con la que habían<br />
compartido todos los pormenores de la vida.<br />
Es importante señalar que aunque la familia era la gran<br />
portadora de valores, era la mujer, en su rol de madre, esposa,<br />
hermana y maestra de sus hijos, el elemento en torno<br />
al cual se cohesionaba aquélla. El ámbito doméstico era<br />
impensable sin la mujer. Como la mujer no tenía educación<br />
y la vida claustral de nuestras ciudades no permitía<br />
otro tipo de actividades gratificantes, para ella el matrimonio<br />
lo era todo; asumía el rol doméstico y controlaba por<br />
completo todo lo interno de la casa: servidumbre, comidas,<br />
vestuario de los hijos pequeños, y los más mínimos<br />
detalles.<br />
Sin embargo, la vida, en lo que al núcleo familiar concierne,<br />
era, según se quejaban las mujeres, solitaria. Para<br />
éstas su principal compañía era la servidumbre, pues el
La vida doméstica a i las ciudades republicanas \ 219<br />
marido salía a trabajar y de los niños solían encargarse los<br />
sirvientes. Así, la mujer de clase alta, que no acostumbraba<br />
a hacer los oficios domésticos, consagraba la mayor parte<br />
de su día a perder el tiempo, y en actividades “propias” de<br />
su género. La pintura, la costura y la música, eran formas<br />
un poco menos tediosas de pasar el día. Otra actividad femenina<br />
aceptada, y que le permitió trascender los muros<br />
del hogar, fue la realización de obras pías o colectas para<br />
beneficencia pública. No pocas promovieron y colaboraron<br />
en la fundación y funcionamiento de hospitales,<br />
orfanatos, casas de pobres y manicomios. Pero incluso<br />
para realizar estas actividades la mujer, ya fuera esposa o<br />
hija, debía contar con la autorización del padre o el esposo.<br />
A las mujeres de clase alta y sectores medios, les estaba<br />
vedado circular a solas por las ciudades y para ir a la iglesia<br />
debían hacerlo acompañadas por sus criadas.<br />
Las mujeres pobres, por el contrario, pocas veces<br />
podían permanecer en el hogar y se veían precisadas a emplearse<br />
como sirvientas en otras casas, ya sea como lavanderas,<br />
aguadoras y carboneras o para realizar otros oficios.<br />
Estas mujeres circulaban libremente por la ciudad y sus<br />
hábitos y costumbres eran menos rígidos que los de las<br />
mujeres de sectores medios y altos.<br />
En el siglo xx se refuerza la imagen de la mujer como<br />
reina y madre del hogar, cuya semejanza con la Virgen<br />
María le confiere una serie de virtudes y responsabilidades<br />
dentro del ámbito doméstico. Esta imagen se vio fortalecida<br />
internacionalmente por la promulgación del dogma de<br />
la Inmaculada Concepción, a fines del siglo xix, y por el ingreso<br />
de numerosas comunidades religiosas europeas que<br />
llegaron al país, fundaron colegios y tuvieron bajo su responsabilidad<br />
la formación de las niñas y jóvenes.<br />
Para la consolidación de una sociedad capitalista, era<br />
muy útil el constreñimiento de la mujer al cuidado de los
220 I CATALINA RF.YES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
hijos y del hogar. La industrialización y el surgimiento de<br />
los establecimientos fabriles, desplaza al hogar como lugar<br />
productivo de actividades artesanales, para transformarlo<br />
fundamentalmente en un espacio de reproducción y consumo.<br />
La responsabilidad de la mujer se convierte entonces<br />
en garantizar la productividad y la salud física y moral<br />
de todos los miembros de la familia. Como justificación de<br />
su reclusión en la esfera doméstica, se genera una idealización<br />
de su función como madre y señora del hogar. Todos<br />
sus oficios recibirán de ahora en adelante el pomposo título<br />
de “ama del hogar”. Pero el hogar no era el lugar que le<br />
proporcionara tranquilidad a la mujer, sino un lugar donde<br />
aprisionar al esposo:<br />
Procure ante todo dar a su casa un aspecto alegre, conservándola<br />
muy limpia y con mucho orden; si es posible cultive<br />
un jardincito donde a su marido le guste distraerse. Sobre<br />
todo haga lo posible para que las comidas se sirvan a tiempo,<br />
siempre a la misma hora; de tal manera que el marido sepa<br />
que todos lo aguardan en casa y no se le ocurra pasar por el<br />
estanco.7<br />
A pesar del ensalzamiento de la mujer como reina y<br />
señora, semejante a la Virgen María reina de los cielos, el<br />
discurso religioso, médico y jurídico, con argumentos de<br />
distinta índole, le recordaban su inferioridad frente al hombre<br />
y su necesidad de sometimiento a él. La angelización<br />
de la mujer y su identificación con la Virgen María significa<br />
igualmente la negación de su sexualidad. La sexualidad<br />
femenina queda únicamente relegada a la actividad de<br />
reproducción. Su función fundamental en el ámbito doméstico,<br />
es el control y la disciplina de los miembros de la<br />
7. Revista I ¿1 Familia Cristiana, Medellin, abril 2 de 1914.
La vida doméstica en las ciudades republicanas \ 221<br />
familia. De ella depende no sólo su salvación sino la del esposo<br />
y los hijos. Por su parte los médicos eran insistentes<br />
en recalcar la importancia de la mujer para la preservación<br />
de la salud de los miembros del hogar. Su discurso apunta<br />
a convertirla en una especie de enfermera doméstica y la<br />
mejor aliada del médico en la implantación de normas de<br />
higiene doméstica.<br />
La casa se convierte en el espacio eminentemente femenino,<br />
la órbita del hombre es la política, los negocios, la<br />
esfera pública. Su función como una proveedor económico<br />
se ratifica y su mayor gratificación es mantener bien a su<br />
familia. A pesar de que se reconoce su superioridad sobre<br />
la mujer, constantemente en los escritos religiosos se le<br />
está exhortando para que se convierta en el apoyo de la<br />
mujer, en el compañero y el amigo. La relación entre los<br />
cónyuges, de lo que se puede apreciar en la correspondencia<br />
entre parejas de la elite, se puede definir como de amistad,<br />
compañerismo y dependencia mutua. El cariño y el<br />
afecto parecen reemplazar las grandes pasiones, no se hace<br />
alusión al deseo o la pasión sexual.<br />
La familia mononuclear, por lo menos entre los sectores<br />
altos, tiende a imponerse prácticamente en todas las<br />
ciudades del país. Sin embargo, esta estructura se ve matizada<br />
por algunas particularidades. Si bien la pareja se<br />
independiza del hogar paterno y gana autonomía, en su<br />
casa, además de los hijos, ahora viven sobrinos hijos de<br />
viudas empobrecidas, alguna hermana de los cónyuges<br />
viuda o solterona, la madre viuda de alguno de los cónyuges,<br />
numerosos criados y niños pobres “recogidos” que<br />
hacen parte de la vida familiar. La servidumbre generalmente<br />
era extensa, consistía en una cocinera, una dentrodera,<br />
una carguera, una nodriza, un paje, un jardinero y<br />
algunos otros miembros. Es así como la familia mononu-
222 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZALEZ<br />
clear guardaba todavía rezagos de las familias extensas de<br />
la época colonial.<br />
Las trabajadoras domésticas<br />
Las trabajadoras domésticas han tenido gran importancia<br />
en el espacio del hogar, en la crianza de los niños, en la<br />
sexualidad de los hombres, en los hábitos higiénicos y en<br />
la conservación de las tradiciones culinarias. El hombre,<br />
acostumbrado desde su más tierna edad al regazo del delantal,<br />
para su iniciación sexual busca este objeto de sus<br />
fantasías infantiles, y como marido, frustrado la mayoría de<br />
las veces con la fría y restringida sexualidad del lecho conyugal,<br />
volcó sobre la empleada doméstica sus insatisfacciones.<br />
Las relaciones con los criados se rigieron por la estructura<br />
patriarcal de las familias y muchas de estas relaciones<br />
estaban caracterizadas por un fuerte paternalismo, donde<br />
los lazos afectivos eran más importantes que las condiciones<br />
salariales. La literatura y la consulta de archivos de correspondencia<br />
privada de las elites, muchas veces nos<br />
pueden llevar a la imagen idealizada de unas relaciones<br />
marcadas por el afecto y el cuidado de los patronos para<br />
con la servidumbre. Es innegable que en muchas familias<br />
los criados, debido a los largos años que permanecían dentro<br />
de una familia, se convertían en miembros importantes<br />
de las mismas, objeto de cariño y atención de la señora, los<br />
jóvenes y los niños. Sin embargo, no es menos cierto que la<br />
condición de servidumbre y la falta de libertad personal,<br />
presentan una cara menos ideal de estas vidas, que aparecen<br />
retratadas con pinceladas trágicas en los archivos judiciales.<br />
La mayoría de las trabajadoras domésticas eran jóvenes<br />
campesinas de las zonas más cercanas. En ciudades<br />
como Barranquilla y Cali procedían de la población negra
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 223<br />
y en Bogotá eran indias. La trabajadora doméstica a principios<br />
de siglo estaba sometida a una condición servil. Encargada<br />
generalmente por sus padres, la señora de la casa<br />
debía responder por su virtud. Su libertad personal era casi<br />
nula, sus salidas eran escasas, en la práctica, a la iglesia y al<br />
mercado en compañía de la señora. Su salario era más simbólico<br />
que real y los padres de estas muchachas generalmente<br />
se contentaban con deshacerse de una boca más<br />
para alimentar. La señora, al darle techo, alimentación y<br />
algo de ropa vieja, sentía que estaba más que compensando<br />
a esta trabajadora. Las empleadas domésticas trabajaban<br />
desde el alba hasta que terminaban sus numerosos<br />
oficios, tarde en la noche.<br />
La mayoría de estas trabajadoras, jóvenes e ingenuas,<br />
se convertían en víctimas de una sexualidad agresiva que<br />
en general padecieron las mujeres de los sectores pobres.<br />
Mientras para las clases medias y altas se imponían códigos<br />
de angelización femenina, para estas mujeres su<br />
destino era padecer la sexualidad masculina desbordada.<br />
Algunas trabajadoras domésticas eran víctimas de los abusos<br />
de los patronos o de los jóvenes de la casa. En muchas<br />
regiones se consideraba que la iniciación sexual de los jó <br />
venes debía estar a cargo de la empleada doméstica. Esta<br />
ofrecía más garantías que las prostitutas, posiblemente<br />
afectadas por las enfermedades venéreas.<br />
Otras jóvenes, en medio de la soledad, se enamoraban<br />
de sus patronos o de tenderos, soldados, policías, músicos<br />
de las bandas municipales o de estudiantes, y se convertían,<br />
según consta en los archivos judiciales y en la literatura,<br />
en presas fáciles de la seducción. El resultado de estos<br />
encuentros furtivos era muchas veces un embarazo indeseado.<br />
La calidad de madres solteras era una situación dramática<br />
para muchas de estas jóvenes, sobre todo las de proce-
224 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
dencia campesina de la región antioqueña. Esta situación<br />
les hacía perder el empleo, exponerse a la vergüenza pública<br />
y a los castigos paternos que la mayoría de las veces llegaban<br />
al maltrato físico. Muchas de ellas abandonaron sus<br />
hijos como expósitos en las puertas de los conventos e<br />
iglesias, otras, más arriesgadas, practicaron el aborto y tal<br />
vez las más ignorantes y acosadas llegaron a la realización<br />
del infanticidio, como consta en los archivos criminales y<br />
en la prensa de los primeros 30 años de este siglo.<br />
Muerte<br />
Para el período estudiado, los índices de mortalidad son<br />
altos y alcanzaban, en algunas ciudades, a representar un<br />
30% por cada mil habitantes. Más preocupante aun es que,<br />
de esta cifra, la mortalidad infantil llegó a representar hasta<br />
un 60%. La convivencia con la muerte indudablemente<br />
influía en la vida doméstica urbana y originaba actitudes<br />
frente a la muerte y la enfermedad. Entre 19 15 y 1926 Colombia<br />
perdió 375 698 de sus niños, cifra similar a la población<br />
actual de una ciudad intermedia.8<br />
Los cuadros de costumbres y los relatos de viajeros<br />
son algunas de las principales fuentes para el estudio de la<br />
vida privada doméstica. Sin embargo, ellas dan cuenta de<br />
los asuntos, si se quiere, menos íntimos de la vida familiar,<br />
dejando grandes vacíos en aspectos como las relaciones<br />
conyugales y entre padres e hijos, la existencia de amantes<br />
y la presencia de muerte, entre otros.<br />
Sabemos, no obstante, que ante la enfermedad prolongada<br />
de algún miembro de la familia, la mujer “principal”<br />
de la casa, fuera madre, esposa o hermana, se convertía en<br />
fiel guardiana a la cabecera del lecho del enfermo, aun<br />
cuando la crisis de éste se prolongara durante varios años.<br />
8. Muñoz, Cecilia y Pachón, Ximena, L a niñez en Colombia, Bogotá,<br />
Editorial Planeta, 1991.
La vida doméstica a i las ciudades republicanas | 225<br />
Por otro lado, después de la muerte de un hombre, su<br />
viuda solía quedarse encerrada en casa, para “coser su<br />
mortaja dentro de esas cuatro paredes...”, especialmente<br />
las de la clase alta, y prácticamente se anulaba para las actividades<br />
sociales mundanas, como si la muerte del marido<br />
fuera la suya propia; lo cual no significaba un retraimiento<br />
en otros asuntos. Después de la muerte del marido no pocas<br />
viudas asumían el manejo de los negocios familiares.<br />
Era entonces cuando la mujer tomaba del todo las riendas<br />
de la casa como espacio físico, y del hogar, como entorno<br />
espiritual de la familia: se convertía, mucho más que en<br />
vida del esposo, en el punto de cohesión familiar y en el<br />
centro de control de todo lo relacionado con sus hijos,<br />
nueras, yernos y nietos.<br />
Las normas del comportamiento religioso y social,<br />
mandaban que, ante el fallecimiento de un ser querido, así<br />
fuera un pariente lejano, se guardara luto riguroso por lo<br />
menos durante dos años, pasados los cuales, podía empezar<br />
a cambiarse el negro total por el medio luto.<br />
La cercanía de la muerte infundía en las personas la<br />
profunda necesidad de la confesión de sus pecados, de comulgar,<br />
de arrepentirse ante sus víctimas si algo malo habían<br />
hecho, y de despedirse de sus seres queridos antes de<br />
la última hora. Igualmente eran comunes las disposiciones<br />
testamentarias donde se dejaban amplias, o incluso la totalidad<br />
de la fortuna, a algún santo u obra pía como mecanismo<br />
para garantizar la salvación del alma.<br />
Finalmente, el cadáver siempre se enterraba con el vestido<br />
habitual, menos el sombrero, y el luto se expresaba<br />
dentro de la casa mediante crespones negros en muebles,<br />
cuadros y adornos, y con ello la familia entraba en “el régimen<br />
de la muerte”: silencio, recogimiento y encierro. Parte<br />
del rito frente a la muerte era la conservación de los objetos<br />
personales del difunto para evocarlo y para mantener
22Ó | CATALINA REYES / UNA MARCELA GONZÁLEZ<br />
su presencia viva dentro del hogar. Hacia finales del siglo<br />
xix se impone, en algunas regiones del país, la utilización<br />
de hábitos religiosos como traje mortuorio, tanto hombres<br />
como mujeres. Después de la implantación de la fotografía,<br />
se popularizó en algunas ciudades del país la foto del<br />
niño muerto en su ataúd, rodeado de flores y crespones.<br />
La enfermedad y muerte de un niño fueron experiencias<br />
corrientes en los hogares, no sólo de escasos recursos<br />
sino también de la elite. El niño enfermo generalmente era<br />
aislado en un cuarto al que sólo tenía acceso la madre. Su<br />
alimentación y cuidado en los sectores medios y altos se<br />
convertía en un pesada carga, pues además de las recomendaciones<br />
médicas, pesaban una serie de falsas<br />
creencias y supuestos cuidados que había que seguir cuidadosamente.<br />
La muerte frecuente de los seres queridos sumía a los<br />
familiares en la tristeza, y ante la indefensión frente a la<br />
enfermedad y la muerte, el consuelo en la religión y en las<br />
prácticas piadosas parecía ser el único remedio eficaz.<br />
E l ritmo diario<br />
El hecho de que la familia fuera, como ya se dijo, el epicentro<br />
de las buenas costumbres, aunado a la falta de espacios<br />
públicos de diversión y entretenimiento, lo mismo que de<br />
actividades sociales y culturales en las ciudades, hizo que<br />
la vida fuera monótona y tranquila, de una “conformidad”<br />
interrumpida sólo por las diversiones honestas de algunos<br />
días y por las frecuentes guerras ocurridas durante todo el<br />
siglo XIX.<br />
En efecto, fue característica en casi todas las ciudades<br />
colombianas, según el testimonio de muchos viajeros extranjeros,<br />
el llevar una vida claustral, quieta y casi triste, en<br />
la que las mayores diversiones las constituían los juegos de<br />
azar, de los que disfrutaban las muieres tanto o más que los
La vida dom éstica en las ciudades republicanas<br />
Vendedora con cedazo. Jo sé M a n u e l G ro o t. A m a sa n d o . Jo s é M a n u e l G ro o t.<br />
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B ib lio teca L u is -A n g e l A ran go.
L a vida domestica en las ciudades republicanas \ 227<br />
hombres, y algunos de salón, las corridas de toros, las peleas<br />
de gallos, los paseos alrededor de la ciudad, las tertulias<br />
literarias o políticas en las que 110 participaban mujeres<br />
y, principalmente, los bailes y visitas. A la lectura, la escritura,<br />
el estudio y la música sólo tenía acceso un porcentaje<br />
muy bajo de la población y estas actividades estaban lejos<br />
de ser consideradas entretenidas.<br />
Los cuadros de costumbres nos muestran la simplicidad<br />
de esta vida: mientras los hombres salían a la calle a<br />
resolver los asuntos públicos en actividades como los negocios,<br />
el ejercicio de sus profesiones y la política, la mujer<br />
permanecía en la esfera doméstica. Su día comenzaba temprano<br />
en la mañana, luego iba a misa y regresaba a casa<br />
para atender a la familia, realizar algunos oficios y estar al<br />
tanto de las tareas de las sirvientas; los ratos libres, que<br />
eran la mayor parte del día, los empleaban en coser, pintar,<br />
tocar el piano, cantar y fumar. Este último hábito, aunque<br />
ampliamente difundido, hasta los años 20 de este siglo se<br />
debía esconder, pues no era admitido que las mujeres filmaran.<br />
Las mujeres, sin distingo de clases, eran las responsables<br />
de hacer el mercado. “Las señoras, que por lo general<br />
escogen para ponerse ese día las sayas más sucias, los camisones<br />
más destruidos y los zapatos más siniestros, vagan,<br />
cada cual, seguida de su respectiva sirvienta que,<br />
cargada con un enorme canasto o ancho costal, va sufriendo<br />
instantáneamente el aumento de peso que ocasiona lo<br />
comprado”.9<br />
Dentro y fuera de la casa, la vida transcurría bajo una<br />
rutina y unos horarios fijos, determinados en buena parte<br />
9. Barrera, Francisco O., “F,l mercado", en Museo de cuadros de costumbres,<br />
variedades y riaies, vol. 49, tomo 4, pág. 7, Bogotá, Biblioteca El<br />
Mosaico, Banco Popular, 1973.
228 ! CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
por el sonido de las campanas de la iglesia; práctica que<br />
sólo variaba los domingos y en Navidad: la mayor parte de<br />
la vida de los colombianos en el siglo anterior, estaba regida<br />
por los ritos y horarios religiosos.<br />
Los hábitos diarios eran más o menos los mismos en<br />
todas las ciudades: levantarse a las cinco o seis de la mañana,<br />
asistir a misa y dedicarse al arreglo personal al regresar;<br />
tomar el desayuno, almorzar entre las 10 y 10:30 a.m. y<br />
comer entre las 3 y las 4:30 p.m.<br />
La vida entre las comidas era también muy similar:<br />
después del desayuno los hombres salían a sus trabajos,<br />
para regresar a la hora del almuerzo, cuando las ciudades<br />
quedaban como paralizadas, pues todo se cerraba entre la<br />
una y las tres de la tarde, tiempo necesario para el almuerzo<br />
y la sagrada costumbre de la siesta, después de la cual<br />
volvían a los trabajos, de donde salían para ir a casa a comer.<br />
Después de la comida, según las regiones, los hombres<br />
iban al atrio de la iglesia o a la alameda, como en<br />
Bogotá, o a jugar billar, tomarse unos aguardientes o cabalgar,<br />
como en Mompox y Medellin, y en todo el país, solían<br />
reunirse a “tertuliar” en las tiendas, boticas, almacenes o<br />
chicherías, según la clase social de los contertulios:<br />
Las cinco de la tarde habían dado. Y o me hallaba libre y<br />
desembarazado de las ocupaciones diarias de mi oficina.<br />
Páreme en una esquina pensando en el nimbo que daría en<br />
aquel momento a mi soberana individualidad, cuando se me<br />
ocurrió la tienda de don Antuco, albergue sempiterno de<br />
embozados tertuliadores. Mi espíritu deseaba expansión después<br />
de estar todo el día entre el cajón de la oficina; mi mente,<br />
variedad de objetos sobre qué distraerse, y toda mi alma, seres<br />
desocupados con quienes tener un buen rato de tertulia. Era
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 229<br />
todo lo que me pedía el cuerpo, y nada mejor para esto que la<br />
tienda de don Antuco.10<br />
Aunque para los hombres la regla general de este ritual<br />
era asistir solos, en las chicherías, sitios de reunión de las<br />
clases populares, se marcaba una gran diferencia, pues allí<br />
la chicha “se servía en grandes totumas a hombres y mujeres<br />
sin ningún género de distinción”.11 Este tipo de comentario<br />
nos recuerda que en general las mujeres de las clases<br />
populares gozaban de más libertad y menos controles sociales.<br />
Además, como en el siglo xix no se vivía con las agitaciones<br />
de la ciudad moderna, el trabajo siempre dejaba<br />
tiempo para la charla y para tomarse algún trago, y era habitual<br />
que a la hora de la comida los hombres llegaran a<br />
casa, mínimo con una “copita encima”, de brandy, mistela,<br />
aguardiente o chicha, de acuerdo a la capacidad económica<br />
del consumidor. En las noches se rezaba el rosario, se<br />
charlaba en familia, se leía en voz alta, o se hacía o recibía<br />
alguna visita.<br />
La rutina siempre se rompía el domingo, cuando las<br />
comidas se hacían más abundantes y especiales y la gente<br />
salía a caminar por la ciudad, luciendo sus mejores atuendos.<br />
Este día era también propicio para llevar a cabo otra<br />
de las más importantes costumbres familiares: los paseos a<br />
las cercanías de la ciudad. La familia se desplazaba para<br />
divertirse, comer en un sitio campestre y de paso, bañarse<br />
en los riachuelos.<br />
En esta actividad hay tres elementos que llaman parti-<br />
10. Groot, José Manuel, “La tienda de Don Antuco”, en Museo de<br />
cuadros de costumbres, variedades y viajes, vol. 46. tomo 1, pág. 35.<br />
11. Sánchez Cahra, Kfraín, Ramón Tones Méndez, pintor de Ia<br />
Nueva Granada. 1809 - 1885. Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1987,<br />
pág. 14O.
2 3 0 I CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
cularmente la atención: en primer lugar, el transporte de<br />
“la mitad de las casa”: sillas, elementos de cocina, bebidas y<br />
alimentos, entre los que no faltaba el chocolate con bizcochos<br />
y queso; transporte que se hacía con mayor razón<br />
cuando el paseo duraba más de un día, como era frecuente<br />
entre los bogotanos cuando iban a Chapinero: “a este<br />
tiempo llegó el carro con todos los trastos [...]. Iban allí todos<br />
los enseres de la cocina, dos taburetes pequeños, unas<br />
esteras, dos almofrejes, dos o tres catres y algunos baúles y<br />
cajones, uno de estos encerraba una docena de libros y tres<br />
mil cigarros de Ambalema, y otro iba repleto de bocadillos<br />
En segundo lugar, la presencia casi inevitable de<br />
acompañamiento musical: los músicos eran parte indispensable<br />
del paseo, para amenizar los infaltables juegos y<br />
bailes; y por último, la participación en ellos de las empleadas<br />
domésticas. Al respecto es importante señalar el papel<br />
que jugaban las niñeras: eran ellas quienes se encargaban<br />
todo el tiempo de los menores de edad, tanto en la casa<br />
como fuera de ella, en consecuencia, las madres no solían<br />
ocuparse casi nunca de sus pequeños, salvo en lo que atañe<br />
a las actividades escolares.<br />
Cuando las ciudades fueron adoptando un aire más<br />
moderno y burgués, el parque se convierte en centro de la<br />
actividad social de los domingos. A él salen a pasear las<br />
gentes luciendo sus mejores galas, es el lugar de encuentro<br />
de los jóvenes de ambos sexos que aprovechan la ocasión<br />
para lanzarse significativas miradas. La retreta musical<br />
completaría el programa dominical del parque.<br />
La vida diaria estaba marcada por la fuerte unión entre<br />
las familias. Los lazos entre las familias eran estrechos, particularmente<br />
los lazos de solidaridad y afecto entre los hermanos<br />
y hermanas, los cuales se conservaban aún después<br />
12. Díaz Castro, Eugenio, op. at., pág. 47.
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 231<br />
del matrimonio, y se extendían a sus respectivos cónyuges.<br />
La relación entre hermanos, hermanas, cuñados y cuñadas<br />
era manifiesta: se visitaban entre sí con frecuencia y en las<br />
noches solían reunirse para charlar o jugar. Tíos, primos y<br />
primas hacían parte de una tribu donde los noviazgos y<br />
amoríos proliferaban entre las generaciones más jóvenes.<br />
No eran extrañas tampoco las buenas relaciones entre<br />
vecinos. A veces familias enteras de vecinos se juntaban<br />
para ponerse al tanto de los últimos acontecimientos de la<br />
ciudad, pues a falta de mejores espectáculos, la conversación<br />
y no pocas veces los chismes, alegraban los días de<br />
nuestros antepasados.<br />
Este ritmo sosegado de la vida decimonónica era, sin<br />
embargo, alterado con frecuencia por la actividad preferida<br />
de los colombianos: el baile. No había celebración que<br />
no terminara con un baile. Aunque éstos generalmente<br />
tenían motivaciones religiosas como bautismos, matrimonios<br />
o la bendición de una casa nueva, el baile seguía siendo<br />
el mejor medio de la gente para reunirse y compartir un<br />
rato en familia y con otras familias de vecinos y amigos. Si<br />
el baile se hacía de manera improvisada, varias personas se<br />
ponían de acuerdo para saber a quién se invitaría, en qué<br />
casa y quiénes serían los músicos; era relativamente corto,<br />
hasta las 8 o 9 de la noche; pero si era preparado, podía<br />
durar hasta las cuatro de la mañana. Un baile de estos implicaba<br />
la elaboración de alimentos y bebidas especiales,<br />
en torno a lo cual se tejía la fiesta en la que participaban<br />
todos los miembros de la familia.<br />
En Cartagena, los negros bailaban el bambuco, musicalizado<br />
con guitarras, la bandurria, un instrumento llamado<br />
guache y acompañamiento de palmas y voces. Sobre<br />
un baile entre esta clase social comenta SafFray:
232 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
Aquí no se conoce más que un baile, que es el bambuco.<br />
[...] líl hombre ejecuta pasos muy complicados, que recuerdan<br />
un poco el jig irlandés; da saltos, patalea, y agita los brazos<br />
para dar más expresión a su mímica; la mujer permanece<br />
entre tanto con los brazos cruzados y por un movimiento<br />
muy rápido del talón, y después del pie, deslizase hasta tocar<br />
el suelo, describiendo zigzags y círculos, acércase a su pareja<br />
con cierta coquetería, le vuelve la espalda, dirigiéndole una<br />
mirada expresiva, huye de él y se aproxima sucesivamente.<br />
Kste es un baile a la vez gracioso e ingenuo cuya mímica me<br />
pareció muy apasionada.'-’<br />
Los bailes entre los blancos se caracterizaban por tener<br />
un estilo más sobrio y elegante: “la hora tan deseada llegó:<br />
la música, compuesta de bandolas, tiples y guitarras, después<br />
de un buen rato de preludios, rompió el fuego con un<br />
delicioso vals...”.'4<br />
Entre las clases medias y bajas en casi todo el país, especialmente<br />
entre las negras y mulatas, un buen motivo<br />
para bailar era la muerte de un niño o “fiesta del angelito”.<br />
Cuando un niño pequeño moría, la familia, más que con<br />
tristeza, veía esto como un motivo de fiesta: “...la muerte, al<br />
hacer un vacío, deja en pos una alegría; hay un niño de<br />
menos y un angelito de más”.'5 Para la celebración de la<br />
fiesta, se vestía el cadáver del niño con sus mejores ropas,<br />
se le colocaban alhajas y se ponía en el centro de una capilla<br />
improvisada. A la fiesta, donde lo importante era reír y<br />
cantar, asistían los amigos y familiares, y la madre no llora<br />
13. Siiflray, Charles, Viaje a Nueva Granada, Bogota, Biblioteca Popular<br />
de Cultura Colombiana, 1948, pág. 28.<br />
14. Ortiz T., Juan B., “Una tertulia casera”, en Museo de cuadros de<br />
costumbres, variedades y viajes, vol. 47, tomo 2, pág. 349.<br />
15. Saflray, Charles, op., rit, pág. 234.
L a vida doméstica a i las ciudades republicanas | 233<br />
ba porque la muerte del pequeño significaba una bendición<br />
de Dios.<br />
Es bueno señalar la influencia del clima y de la presencia<br />
de la Iglesia, al igual que el peso de elementos étnicos<br />
negros en los hábitos sociales de las gentes. En las zonas<br />
frías y templadas, con población indígena y blanca, se llevaba<br />
una vida más encerrada y menos dispuesta a actividades<br />
exteriores y colectivas que en la zona del Valle del<br />
Cauca y las costas.<br />
La escasa vida social que se llevaba a cabo durante el<br />
año, daba paso en Navidad a una gran alegría, compartida<br />
por todas las personas, sin distinción de clase, edad, ni etnia.<br />
Durante esta época las actividades principales que alegraban<br />
el ambiente eran los aguinaldos, los pesebres, los<br />
disfraces y la nochebuena, todo esto complementado con<br />
la preparación de ricos manjares propios de cada región,<br />
entre los que eran infaltables la natilla, los buñuelos, el<br />
manjar blanco y las empanadas, preparadas especialmente<br />
con pollo o pavo, huevos cocidos, pescado, alcaparras,<br />
duraznos, aceitunas, jamón y varias clases de especies.<br />
Una de las mayores diversiones durante Navidad era el<br />
juego de los aguinaldos, que empezaba hacia el 16 de diciembre<br />
y se extendía hasta el 24. La manera más común<br />
de jugar era apostar los regalos, que por lo demás, no eran<br />
de gran significación material. El juego consistía en que<br />
quién viera primero al otro apostador le gritaba “mis aguinaldos”<br />
y el otro debía pagarlos. Para ganar, se ponía el<br />
mayor ingenio posible recurriendo a los disfraces y todo<br />
tipo de trampas para lograr ver a una persona sin ser vista<br />
por ella. Un ejemplo del ingenio puesto en este juego, es la<br />
artimaña de unas jóvenes bogotanas de mediados del siglo<br />
pasado que, para esperar a los hombres con quienes estaban<br />
jugando, se metieron en una zanja, muy bien escondidas<br />
con la oscuridad de la noche y los matorrales, por
2 3 4 I CATAI.INA REYES / LINA MARCELA GONZALEZ<br />
donde debían cabalgar sus competidores. Cuando los jinetes<br />
se acercaron, ellas saltaron y gritaron “¡mis aguinaldos!,<br />
¡mis aguinaldos!”, con tal alboroto que los caballos se<br />
espantaron, mandando al suelo a caballeros y señoritas,<br />
quienes terminaron envueltos en bolas de lodo, lo cual<br />
finalmente no importó pues el premio de ganar los aguinaldos<br />
y la diversión que ello suponía, era superior a cualquier<br />
percance.'6<br />
Otra costumbre navideña era la de los disfraces, que<br />
empezaba desde antes de la nochebuena y duraba hasta el<br />
6 de enero. Las familias más acomodadas se visitaban entre<br />
ellas, dando aviso con anticipación. En la casa donde se<br />
anunciaba la visita se reunían amigos y vecinos y como<br />
quienes llegaban disfrazados iban acompañados por los<br />
músicos, se bailaba un rato en cada casa.<br />
Los regalos mutuos entre parientes, vecinos y amigos<br />
en este mes, era también una costumbre generalizada. La<br />
familia solía reunirse en torno a la preparación de dulces,<br />
tortas, buñuelos, hojaldres y platillos especiales, los que repartían<br />
en nochebuena las mujeres del servicio, a quienes<br />
siempre se veía llevando y trayendo entre las casas dulces,<br />
regalos y vinos, tanto en Navidad como en la Semana Santa.<br />
En estas dos temporadas, además, era frecuente estrenar<br />
ropa y estar lo más elegante posible. La diferencia era<br />
que, mientras en la Navidad reinaba un ambiente de alegría<br />
y fiesta, en los días de pasión de la semana mayor la<br />
gente se vestía de luto riguroso para visitar los monumentos,<br />
se oraba y no era permitido escuchar música profana.<br />
La primera comunión se convirtió en la fecha más importante<br />
de toda la infancia. Para este evento el niño debía<br />
ser preparado tanto en la escuela como en la familia. Se<br />
debía aprender las oraciones y la madre debía leerle vidas<br />
16. Díaz Castro, Eugenio, op. at., pág. 108 - 109.
de santos y libros piadosos. Recomendaban los religiosos<br />
de los colegios crearle un ambiente de recogimiento y pocas<br />
diversiones y alentar al niño a realizar pequeños sacrificios<br />
que la madre debía vigilar. La confesión revistió gran<br />
importancia y el niño era animado a confesar todos los<br />
pecados a través de historias moralizantes. En un principio<br />
la celebración de la primera comunión era austera y consistía<br />
en la ceremonia religiosa y en un desayuno en familia.<br />
Al niño o niña se le obsequiaban imágenes de santos y<br />
libros piadosos. Sin embargo, para los años 20 de este siglo,<br />
esta celebración se había convertido en un acto social<br />
de gran importancia. Frecuentemente las revistas reseñaban<br />
lujosas fiestas hasta con 50 invitados y variados tipos<br />
de regalos. A finales de los años 30 muchos colegios religiosos<br />
daban severas instrucciones para “despaganizar” la<br />
primera comunión.<br />
Las primeras comuniones de los niños pobres generalmente<br />
eran organizadas por damas jóvenes de la alta sociedad<br />
que los preparaban durante el catecismo dominical<br />
y el día de la primera comunión los obsequiaban con un<br />
buen desayuno y algunos regalos.<br />
L a higiene y la lim pieza<br />
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 235<br />
Los hábitos de higiene de la familia colombiana estuvieron<br />
determinados básicamente por la infraestructura de las<br />
ciudades. A todo lo largo del siglo xix, nuestros principales<br />
centros urbanos carecían por completo de sistemas de alcantarillado<br />
y contaban con acueductos muy deficientes,<br />
carecían de energía eléctrica, recolección de basuras, servicios<br />
sanitarios, necesidades que sólo empezaron a ser satisfechas<br />
hacia finales del siglo.<br />
Por estos motivos la gente se acostumbró a hacer sus<br />
necesidades fisiológicas al aire libre, o en bacinillas, cuyos<br />
contenidos eran arrojados a las acequias que corrían por
2 3 6 | CATALINA RFYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
las calles de las ciudades y en los riachuelos que las proveían<br />
de agua, con lo cual ésta llegaba muchas veces a las<br />
casas ya contaminada. Policía de higiene no existía, y de<br />
esta labor se encargaban los gallinazos, infaltables en el<br />
paisaje de nuestras ciudades.<br />
El aprovisionamiento de agua en la mayoría de las residencias<br />
se hacía por medio de las aguateras, “servidoras<br />
públicas” que la recogían de los chorros o pilas comunes y<br />
la transportaban de casa en casa. El agua así adquirida se<br />
empleaba principalmente en la preparación de los alimentos,<br />
la limpieza de los utensilios de cocina y en mínimas<br />
abluciones matinales, consistentes en el lavado de la cara y<br />
las manos, en el aguamanil de la alcoba.'7<br />
Sólo las familias más prestantes contaban con el beneficio<br />
de las “mercedes de agua”, o concesiones mediante<br />
las cuales era posible instalar una especie de tubería que<br />
proveía directamente las residencias.<br />
El baño de cuerpo entero no era una costumbre generalizada,<br />
ni mucho menos algo que se hiciera a diario, salvo<br />
en las regiones de temperaturas muy altas o ciudades<br />
ribereñas. En las zonas frías, éste sólo se hacía cada ocho o<br />
quince días, a condición de que hubiera buen tiempo, pues<br />
de lo contrario podía aplazarse aún más. El baño se convertía<br />
en un paseo, pues la carencia de agua en cantidad<br />
abundante, implicaba el desplazamiento de la gente, normalmente<br />
en familia, a los ríos y quebradas cercanas, en las<br />
cuales estaba destinado un lugar para los hombres y otro<br />
para las mujeres. En Bogotá, era costumbre no comer desde<br />
tres horas antes del baño para no adquirir enfermedades,<br />
no comer en todo el día aguacate, ni plátano manzano<br />
y tomarse, después del baño, una copa de mistela para recuperar<br />
la temperatura corporal. El día del baño era tam<br />
17. Fundación Misión Colombia, op. cit., pág. 81.
La vida doméstica en las ciudades republicanas | 237<br />
bién frecuente ver a las mujeres con el cabello suelto para<br />
permitir que se secara del todo y evitar así enfermedades<br />
posteriores como el coto. Era costumbre en toda Hispanoamérica,<br />
según el viajero francés Le Moyne, que lo humedecieran<br />
con orines para fortalecerlo y embellecerlo.'8 El<br />
lavado de la ropa se le encargaba a las lavanderas, mujeres<br />
pobres, que hacían su oficio en los ríos cercanos a la ciudad.<br />
A fines del siglo xix, tanto a nivel internacional como<br />
nacional, se divulgaron los conceptos hipocráticos sobre el<br />
origen de las enfermedades para dar paso a los descubrimientos<br />
pasteurianos que pusieron de manifiesto la acción<br />
de los microorganismos en las enfermedades. Bacilos,<br />
virus, bacterias y gérmenes fueron localizados por la medicina.<br />
Estos nuevos descubrimientos influyeron notablemente<br />
en la vida cotidiana y costumbres de la gente, en<br />
particular en el ámbito doméstico. La higiene y la limpieza<br />
cobraron un lugar prioritario. Se hizo imperativo mantener<br />
libre de bacterias, microbios y malos olores no sólo el<br />
cuerpo, sino también los vestidos y la vivienda. Circularon<br />
numerosos manuales de higiene, salud, puericultura, urbanidad<br />
y buen tono, muchos de ellos escritos por médicos y<br />
dirigidos principalmente a las madres, donde se enseñan y<br />
se explican los hábitos de limpieza, higiene y salud que debían<br />
seguirse diariamente en el espacio doméstico.<br />
Sólo en la primera década del siglo xx, los manuales de<br />
higiene promulgan la necesidad del baño diario. Un manual<br />
de higiene en 1907 debía explicar la necesidad del<br />
baño en los siguientes términos: “médicamente el baño<br />
desprende el sudor solidificado en la piel que muchas veces<br />
contiene gérmenes de enfermedades... Si no está limpia<br />
18. ibid., pág. 81-82.
2 38 | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZÁLEZ<br />
(la piel) se convierte en la morada de infinidad de animalitos<br />
muy molestos, llamados parásitos...”'9<br />
La generalización de las teorías microbianas hicieron<br />
del baño diario una necesidad entre las clases acomodadas.<br />
En las casas de la gente pudiente, que contaban con servicio<br />
de acueducto, y donde el clima lo permitía, se construyeron<br />
hermosas albercas, más popularmente conocidas<br />
como “baños de inmersión”. Éstos se construían al aire libre,<br />
en el patio, en medio de la tranquilidad y la belleza de<br />
enredaderas y rosales. El enriquecimiento y refinamiento<br />
de la elite fue convirtiendo estos baños en lugares lujosos:<br />
Cascadas artísticas de pedruscos abruptos, sembrados de<br />
hclechos y parásitas, recipientes enormes de formas primorosas,<br />
mosaicos y lazos norteamericanos, grifos y perchones niquelados...<br />
revestimientos por suelos y paredes; tocadores de<br />
mármol auténtico, columnatas, máscaras y relieves.1"<br />
Los excusados, “el cuartico” o sanitarios, eran bien precarios<br />
hasta entrados los años 1930. Sin mayores nociones<br />
de higiene, eran construidos casi inmediatamente después<br />
de la cocina, y la bacinilla continuaba siendo un artículo de<br />
uso común en las habitaciones de las casas. La letrina o<br />
excusado generalmente consistía en una “franja profunda,<br />
forrada con adobe quemado y tapada con un cajón de madera<br />
que tiene uno o más huecos. Por la zanja corre una<br />
pequeña cantidad de agua, insuficiente para arrastrar los<br />
excrementos sólidos, y la atmósfera de ella está en ancha<br />
comunicación con las habitaciones”. Este tipo de letrina<br />
no sólo se utilizaba en las casas, sino también en los edi<br />
19. De GreifT, Carlos, “Conferencia de Higiene en las Escuelas de<br />
Medellin", Medellin, Tipografía del Comercio, 1907, pág. 78-79.<br />
20. I h i d .
L a vida doméstica en las ciudades republicanas | 239<br />
ficios públicos y en los colegios. todavía más: algunos<br />
caseros tienen la bárbara costumbre de construir excusados<br />
en seco, que no limpian casi nunca”.2' La introducción<br />
de la plomería, de los aparatos sanitarios y el uso del papel<br />
higiénico en las casas de las elites en la década de los treinta,<br />
le darían una apariencia completamente distinta al sanitario.<br />
Otro de los cambios importantes que afectaría la vida<br />
doméstica y sus hábitos, fue el reclamo insistente de la<br />
medicina por asignarle un lugar importante al cuerpo. La<br />
dicotomía entre cuerpo y alma, tan fuertemente inculcada<br />
por la religión católica, sometía el cuerpo al silencio y ostracismo,<br />
asociándolo siempre con bajos y pecaminosos<br />
instintos. La manera de resolver esta división entre cuerpo<br />
y alma fue convirtiendo la salud física en un asunto moral.<br />
El cuidado adecuado del cuerpo se concibió, entonces, como<br />
una contribución al robustecimiento del alma. La higiene,<br />
la urbanidad y la moral se convierten un una tríada<br />
necesaria para mejorar la vida.<br />
La reivindicación del cuerpo desde el discurso médico,<br />
permitió que aquél, silenciado durante el siglo xix, pudiera<br />
nombrarse de manera abierta, desde sus funciones médicas<br />
y científicas. Incluso la sexualidad sometida y acallada por<br />
la moral católica, pudo ser ahora invocada desde el lenguaje<br />
médico y científico como “instinto genésico”.<br />
La importancia que adquirió el tema del cuerpo hizo<br />
que el mundo moral y psicológico del individuo estuviera<br />
sujeto a las funciones del mismo. Se mantenía una atención<br />
permanente al desenvolvimiento de las funciones orgánicas<br />
y de su repercusión sobre lo mental y lo moral. La<br />
21. fimcncz J., Nepomuccno, Notas sobre las aguas de Medellin, Medellin.<br />
tesis de Medicina y Cirugía, Imprenta Departamental, 1895, pág.<br />
49-50.
24O | CATALINA REYES / LINA MARCELA GONZALEZ<br />
digestión definía muchos comportamientos y actitudes, y<br />
su importancia sobre la vida del hombre fue resaltada<br />
constantemente. A partir de los años 30 las glándulas<br />
endocrinas, “esencia de la vida del hombre”, se convertirán<br />
en la explicación de todos los desarreglos morales y emocionales.<br />
La vida doméstica también fue influida por este interés<br />
por el cuerpo y en particular por la digestión. Se tenía especial<br />
cuidado en la preparación y el consumo de los alimentos,<br />
a las temperaturas en que se tomaban y las horas<br />
de alimentación, tanto para niños como para los adultos, y<br />
convirtieron estos horarios en tiempos rígidos y sagrados.<br />
Se acostumbró caminar, no sólo para hacer ejercicio y<br />
conservarse sano, sino también para mejorar los procesos<br />
digestivos. La gimnasia o calistenia, como se le llamaba, se<br />
convirtió en una disciplina necesaria tanto en los hogares<br />
como en los planteles educativos. No sólo se recomendaban<br />
la gimnasia para el sexo masculino, sino que aun con<br />
la prohibición de la iglesia, la recomendaban especialmente<br />
para las mujeres. Se debía además tener especial cuidado<br />
con la lluvia, el sol, los cambios de temperatura, la<br />
altitud y las corrientes de aire; estas últimas llegaron a convertirse<br />
en objeto de una verdadera fobia. Prevalecerá un<br />
neohipocratismo vulgar que hará que la vida cotidiana de<br />
la gente se vea atravesada por todo este tipo de preocupaciones.<br />
Las caminadas, las “temporadas” en la montaña,<br />
los veraneos, los baños de mar y, sobre todo, el aire, aire<br />
puro, se convertirán en ritos necesarios para conservar un<br />
vida sana. La higiene y la limpieza se introdujo en las casas<br />
y se volvió parte indispensable de la rutina diaria.
L a vida pública en las ciudades<br />
republicanas<br />
BEATRIZ<br />
CASTRO CARVAJAL<br />
I_/as ciudades del siglo xix tenían un transcurrir pausado y<br />
tranquilo. Este transcurrir calmado se veía alterado durante<br />
la semana por el día de mercado y por la misa sagrada<br />
del domingo. Esporádicamente lo agitaba las celebraciones<br />
públicas. O las guerras civiles, los levantamientos y las<br />
protestas, interrumpían violentamente la rutina cotidiana.<br />
Esta aparente placidez de los centros urbanos se vio progresivamente<br />
alterada por los diferentes y nuevos eventos<br />
que fueron cambiando lentamente el ritmo de la vida diaria.<br />
El desarrollo económico del país se reflejó más en el<br />
progreso físico de las ciudades, pero junto con la compleja<br />
dinámica social propiciaron una vida más activa y complicada<br />
como respuesta al proceso de modernización. Las<br />
formas de vida cambiaron pausadamente a principios del<br />
siglo xix y más apresuradamente a sus finales y a principios<br />
del xx.<br />
De un modo general, en América Latina las ciudades<br />
mayores parecen haber sufrido una disminución relativa<br />
de población entre mediados del siglo xvm y mediados del<br />
siglo xix.1 Después de 1850 se observan ejemplos de urbai.Sin<br />
embargo, Hogotá entre 1778 y 1800, sostuvo un crecimiento
2 4 2 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
nización asociados con el desarrollo de las actividades<br />
comerciales, bancarias, de exportación y de industria incipiente<br />
en las ciudades. Abiertas a las influencias extranjeras,<br />
las ciudades empezaron a transformarse cuando se<br />
estabilizaron en alguna medida los procesos sociales y políticos<br />
y comenzó a crecer la riqueza.<br />
Los cambios en las ciudades pequeñas fueron casi imperceptibles,<br />
ni físicos, ni demográficos, ni sociales, ya que<br />
no aparecen con fuerza las clases medias, ni las “ricas”. En<br />
las más grandes, la tendencia fue la de intentar desvanecer<br />
el pasado colonial para instaurar las formas de vida modernas.2<br />
Nuestro territorio para esta época era un país rural. En<br />
1870 tenía 2 700 000 habitantes y 35 años después había<br />
4 100 000, de los cuales solo el 10% vivían en las capitales.<br />
No obstante, Bogotá, Medellin, Cali, Barranquilla y Bucaramanga<br />
empezaban a consolidarse como los mayores<br />
centros poblacionales. Fue allí donde se dibujaron claramente<br />
los cambios de vida.<br />
Las ciudades empezaban a dar pasos importantes en su<br />
dinámica; crecía con vigor la actividad económica, especialmente<br />
el comercio se consolidaba, las decisiones políticas<br />
influían en su vida y en el resto de la población.<br />
El crecimiento demográfico nos da una pauta del<br />
liderazgo que van adquiriendo ciertos centros urbanos en<br />
las regiones. La mayor dinámica se da durante la segunda<br />
mitad del siglo xix y se acelera en el presente siglo. Las ciudades<br />
que tuvieron un mayor crecimiento fueron Bogotá,<br />
Medellin y Barranquilla. Seguidas por Cali, que tuvo un<br />
anual de 2,4%. En Vargas, Julián, La sociedad de Santafé colonial, Bogotá,<br />
c in f .p , 1990.<br />
2. Romero, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, M éxico,<br />
Siglo xxi Editores, 1976.
crecimiento más reposado y Bucaramanga, aun más pausado.<br />
La consolidación de Bogotá, Medellin, Cali, Barranquilla<br />
y Bucaramanga desplazó a los centros urbanos<br />
coloniales tradicionales como Tunja, Santafé de Antioquia,<br />
Popayán, Cartagena, Santa Marta, Girón, Socorro y<br />
San Gil, que habían tenido alguna dinámica regional en<br />
épocas anteriores.<br />
Bogotá multiplicó por cinco su población entre 1801 y<br />
1905.^ Medellin tuvo el crecimiento más acelerado, multiplicó<br />
por ocho su población en sesenta años. La población<br />
de Barranquilla creció cuatro veces entre 1870 y 19 12 y se<br />
triplicó entre 19 12 y 1928.4 Cali multiplicó por cuatro su<br />
población durante el siglo xix.’ Bucaramanga duplicó sus<br />
habitantes en la segunda mitad del siglo xix. En 19 18 Bogotá<br />
tenía 143 994 habitantes, Medellin 79 146, Barranquilla<br />
64 543, Cali 45 525 y Bucaramanga 24 919.6<br />
El crecimiento acelerado de la población en los centros<br />
urbanos trajo problemas en la estructura física y social.<br />
Agua, energía y aseo<br />
La vida pública a i las ciudades republicanas | 243<br />
Pilas y ánforas<br />
El mejoramiento del agua y la generación de la energía<br />
eléctrica, se convirtieron en las necesidades para resolver<br />
en todas las ciudades. Luego seguirían obras como la plaza<br />
3. Historia de Bogotá. Siglo xrx, tomo 11, Bogotá, Fundación Misión<br />
Colombia. Villegas Editores, 1988.<br />
4. Posada, Eduardo, f ’na invitación a la historia de Bairanquilla, Cámara<br />
de Comercio de Barranquilla-Bogotá, Cerec, 1987.<br />
5. Vásquez, Edgar, Historia del desarrollo urbano de Cali, Cali, Universidad<br />
del Valle, 1982.<br />
6. Jaramillo, Samuel; Cuervo, Luis M., L a configuración del espacio<br />
regional en Colombia, Bogotá, ci.m:, 1987.
244 I HF.ATRI7. CASTRO CARVAJAL<br />
de mercado, el adoquinamiento de las calles y la búsqueda<br />
de alternativas de transporte.<br />
El consumo de agua implicaba obras de acueducto y<br />
alcantarillado. Tradicionalmente el agua se recogía en ánforas<br />
de las pilas ubicadas en distintas partes de la ciudad<br />
para el consumo y la cocina; y los ríos se utilizaban para el<br />
baño semanal y el lavado de la ropa. Las aguas negras circulaban<br />
por la parte central de las calles o iban a dar a los<br />
ríos. El problema se agravó cuando la demanda de agua<br />
aumentó, al darse el crecimiento demográfico; y el manejo<br />
de las aguas negras se complicó por la presencia frecuente<br />
de enfermedades y epidemias. Las ciudades fueron encontrando<br />
paulatinamente soluciones a este problema a finales<br />
del siglo xix y comienzos del xx. El desorden administrativo<br />
municipal de la nueva república y la inestabilidad política<br />
dificultaron la tarea de llevar a cabo obras reales para el<br />
manejo del agua.<br />
El intento para darle solución al abastecimiento de<br />
agua de Bogotá se realizó a través de una empresa privada<br />
en 1886, que se responsabilizó de crear un acueducto que<br />
condujera el agua por tubos de hierro. En 1898, una minoría<br />
solvente disfrutaba del abastecimiento de agua por un<br />
sistema que garantizaba limpieza y economía en el consumo.<br />
Sin embargo, las modalidades tradicionales de recoger<br />
agua continuaban siendo dominantes. La compañía creció<br />
gradualmente con un relativo buen servicio, pero entró en<br />
conflicto con la administración municipal. Después de discusiones<br />
y acuerdos se creó la Compañía de Acueducto<br />
Municipal de Bogotá en 1914, que cubría al 25% de la población.<br />
Para 1930 seis de cada cien habitantes tenían<br />
acceso al servicio de agua domiciliaria. En cuanto al alcantarillado,<br />
a finales de 1924 el municipio celebró un contrato<br />
con la empresa norteamericana Ulen Company para su
L a vida pública en las ciudades republicanas | 245<br />
construcción. Para 1927 el alcantarillado cubría el 40% de<br />
la ciudad.7<br />
Igualmente, en Medellin la construcción del acueducto<br />
y alcantarillado fue primero, en 1890, iniciativa privada y<br />
pasó en 1920 a la Empresa Pública Municipal. En esta ciudad<br />
la Sociedad de Mejoras Públicas, que fue creada en<br />
1899, tuvo un liderazgo fundamental para guiar la infraestructura.”<br />
E11 las dos ciudades que tuvieron el crecimiento<br />
más acelerado, Bogotá y Medellin, fue el sector privado el<br />
que lideró esta responsabilidad. En Cali, por su parte, fue la<br />
administración municipal la que se hizo cargo, al constmir<br />
un nuevo acueducto en 1870 y al legislar sobre la limpieza<br />
de la ciudad. Para 1930, en Barranquilla se inauguró el nuevo<br />
acueducto y se inició la pavimentación de las calles.<br />
Noches oscuras<br />
En las noches las ciudades estaban acostumbradas a<br />
que la luna guiara los pasos de sus ciudadanos. El alumbrado<br />
público en las ciudades de nuestro territorio consistía<br />
en faroles con velas de cebo en sitios estratégicos. A mediados<br />
del siglo xix se cambiaron por faroles de petróleo, y<br />
poco más tarde fueron reemplazados por gas. La comida<br />
se cocinaba con leña; para la segunda mitad del siglo xix el<br />
consumo de carbón aumentó, debido al agotamiento de la<br />
leña cerca a las ciudades.<br />
A Bogotá llegó en 1890 la luz eléctrica, para alumbrar<br />
las principales calles de la ciudad. Barranquilla dispone de<br />
7. Vargas, Julián; Zambrano, Fabio, “Santa Fe y Bogotá: evolución<br />
histórica y servicios públicos. 1600-1957", en Bogotá. 450 años, litios y<br />
Realidades, Bogotá. Ediciones Foro Nacional. Instituto Francés de Estudios<br />
Andinos, 1988.<br />
8. Toro, Constanza, “Medellin: desarrollo urbano, 1880-1950", en<br />
Historia de Antioquia, Suramericana, 1988.
2 4 6 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
luz eléctrica desde 1891, Medellin desde 1898 y en Cali, en<br />
19 1 o, se inauguró la primera planta eléctrica. En todas las<br />
ciudades el inicio de la generación de energía fue iniciativa<br />
privada. El traslado de las innovaciones técnicas fue casi<br />
instantáneo de Europa a América Latina.<br />
En Bucaramanga, por ejemplo, en 1867 el señor Bretón<br />
estableció el alumbrado de petróleo en la calle del Comercio<br />
y en la iglesia. En 1887 constituyeron una sociedad<br />
con el propósito de establecer en la capital el alumbrado<br />
eléctrico. En efecto, “el 30 de agosto de 1891, a las siete y<br />
media de la noche, cuando todos los habitantes estaban a<br />
la expectativa, de repente y en un mismo instante, treinta<br />
focos de mil quinientas bujías, repartidos en las principales<br />
calles, arrojaron una espléndida luz que iluminó la ciudad.<br />
Las campanas de la iglesia se echaron a vuelo, un sinnúmero<br />
de cohetes resonaron en todos los barrios y las bandas<br />
de música salieron a recorrer las calles”.9 En Cali la gran<br />
preocupación para la inauguración de la planta fue hacerla<br />
bendecir por el arzobispo, pues existía “la conseja de que la<br />
electricidad era obra del diablo”.10<br />
Los adelantos técnicos traían consigo temores y regocijos.<br />
Pero lo cierto es que la modernización de los servicios<br />
de agua y luz cambió algunas actividades cotidianas.<br />
El mundo cotidiano femenino se volvió más privado, paulatinamente<br />
se empezaron a desarrollar las actividades<br />
dentro de la casa. Se cambió la costumbre diaria de recoger<br />
el agua en las pilas, para recibirla en su propia casa, el<br />
baño semanal en los ríos desaparece por el baño en casa, la<br />
9. García, Josc Joaquín, Crónicas de Bucaramanga por Arturo, Bogotá,<br />
Imprenta de Medardo Rivas, 1896.<br />
10. líder l’hanor, James, E l fundador Santiago M. líder, Bogotá,<br />
Antares, 1959.
L,a vida pública a i las ciudades republicanas | 247<br />
compra o recogida de la leña para cocinar cambian por la<br />
energía en casa. En otras palabras, estos adelantos facilitaron<br />
las labores, dieron comodidad y ante todo limpieza.<br />
Así, el mundo cotidiano de la familia era cada vez más íntimo,<br />
las puertas fueron adquiriendo la función de separador<br />
entre lo privado y lo público.<br />
Paradójicamente, hubo actividades públicas que progresivamente<br />
fueron aumentando, sobre todo las diversiones<br />
nocturnas. La modernización se dio a finales del siglo<br />
xix por iniciativa generalmente de la elite que empezaba a<br />
ascender económicamente. El aburguesamiento de las<br />
costumbres en la clases altas estuvo acompañado por la<br />
introducción de elementos modernos en la estructura física<br />
de la ciudad.<br />
A seo y salubridad<br />
El mejoramiento de los servicios, especialmente el del<br />
agua, iba a la par con las solicitudes de los habitantes que<br />
imploraban por unas ciudades más limpias para evitar las<br />
enfermedades y sobre todo las epidemias.<br />
Las descripciones existentes de las ciudades siempre<br />
recalcan la suciedad. La lluvia, los gallinazos y los cerdos<br />
no sólo eran una parte del paisaje urbano sino también los<br />
más efectivos agentes de limpieza.<br />
“Bogotá es una ciudad que conoce poco el empleo de<br />
la escoba, y donde, naturalmente, domina el polvo. La lluvia<br />
lo barre a veces o lo torna en lodo fino. Y si a la lluvia<br />
sucede el sol, el lodo fino vuelve a convertirse en polvo sutil<br />
y envenenado que los coches levantan y el viento arrastra<br />
y lo echa sobre las cosas y los seres. Tan malo es el<br />
polvo y lleva gérmenes de virulencia tan grande, que cuando<br />
soplan las ráfagas, la gente se lleva el pañuelo a la boca<br />
y camina con medio rostro cubierto”, comentaba el canci-
2 4 8 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
Her boliviano Arguedas." Sobre Cali encontramos quejas<br />
frecuentes de la ciudadanía en los periódicos de la región:<br />
“En Cali es pésimo el estado actual de la salubridad pública,<br />
debido en su mayor parte al desaseo y al casi completo<br />
abandono en que se halla la ciudad”.”<br />
Las enfermedades que más golpearon a la población<br />
fueron las epidemias de viruela, sarampión, tos ferina,<br />
disentería y gripe.<br />
Por ejemplo, en 1857 hubo una epidemia de disentería<br />
en Cali; inmediatamente el Concejo de la ciudad ordenó<br />
limpiar todas las calles, plazas y drenajes, prohibió matar<br />
marranos en las calles y vender pescado y distribuyó drogas<br />
gratis en los barrios más pobres de la ciudad. En<br />
Bucaramanga se recuerdan las epidemias de viruela de<br />
1858 y 1881; en Medellin la de viruela de 1917. Pero uno<br />
de los más impresionantes episodios fue la epidemia de<br />
gripe en Bogotá en 1918, en la cual se enfermaron unos<br />
40 000 habitantes y murieron más 1 100 personas en semana<br />
y media, copando todos los recursos hospitalarios.<br />
A principios de siglo en Bogotá se creó la Oficina de<br />
Higiene y Salubridad. En Medellin la Sociedad de Mejoras<br />
Públicas se creó con el mismo propósito y en Cali, en<br />
1887, se estableció la Sociedad de Medicina del Cauca.<br />
Con motivo de las calamidades, como las epidemias, se<br />
hacían rogativas y se sacaban en procesión las imágenes de<br />
la patrona del lugar. En Bucaramanga la imagen de Nuestra<br />
Señora de Chiquinquirá se llevó en procesión por las<br />
principales calles de la ciudad para amparar a sus habitantes<br />
de la epidemia de viruela.<br />
En último término, era lo divino lo que protegía a la<br />
1 1 . Arguedas, Alcides, L a danza de las sombras. 1934, Bogotá, Banco<br />
de la República, 1983.<br />
12. Periódico E l Ferrocarril Cali, 5 de mayo de 1893.
L a vida pública en ¡as ciudades republicanas | 249<br />
población de los desastres naturales, del desorden administrativo<br />
y de la escasez de recursos. Lo divino adquiría<br />
expresión concreta para todos los pobladores a través de<br />
las romerías y procesiones.<br />
Pobreza<br />
Huérfanos y desvalidos<br />
El problema de la pobreza fue un asunto que todas las<br />
ciudades colombianas tuvieron que afrontar. La pobreza<br />
como fenómeno social se hizo presente con la aparición<br />
de las formaciones urbanas y el crecimiento acelerado de<br />
población que se generó en determinados momentos. De<br />
esta manera, la presencia de los pobres no era una espantosa<br />
realidad, ni la expresión de atraso, sino una expresión<br />
social de las ciudades. Para nuestras ciudades este problema<br />
se agravó en la segunda mitad del siglo xix, cuando la<br />
dinámica de crecimiento de la población se aceleró. Las<br />
descripciones sobre pobreza se encuentran para todas las<br />
ciudades, tanto de parte de viajeros extranjeros como de<br />
nuestros propios compatriotas.<br />
La impresión del boliviano Alcides Arguedas en 1929,<br />
de nuestro pueblo fue:<br />
El pueblo es pobre, sufre y tiene hambre. Basta darse un<br />
paseo por los barrios excéntricos para ver en ellos que la miseria<br />
hace estragos. Basta ver a la gente para saber que come<br />
mal y poco, que vive en tugurios infectos y entre harapos; que<br />
jamás se da el lujo del baño con agua limpia. Las gentes del<br />
pueblo, en su mayoría, no gastan calzado. Van. o con alpargatas,<br />
o con los pies desnudos los mendigos abundan.1’<br />
13. Arguedas, Alcides, np. at.
25O | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
Sobre Bogotá las descripciones son numerosas, tal vez<br />
la más completa es la de Miguel Samper, porque presenta<br />
la complejidad del problema; los describe, muestra los<br />
distintos tipos de pobres y señala el desorden social que<br />
producen:<br />
Los mendigos llenan las calles y plazas, exhibiendo no<br />
sólo desamparo, sino insolencia que debe dar mucho en qué<br />
pensar, pues la limosna se exige y, quien la rehúse, queda expuesto<br />
a insultos que nadie piensa refrenar... Pero no todos<br />
los mendigos se exhiben en las calles. El mayor número de los<br />
pobres de la ciudad, que conocemos con el nombre de<br />
vergonzantes, ocultan su miseria, se encierran con sus hijos en<br />
sus habitaciones desmanteladas, y sufren en ellas los horrores<br />
del hambre y la desnudez... Las calles y plazas de la ciudad<br />
están infestas por rateros, ebrios, lazarillos, holgazanes y aun<br />
locos... La noche pone exclusivamente a la disposición del<br />
crimen o del vicio todo cuanto hay de sagrado.'4<br />
Se buscaron soluciones a este problema que afectó a<br />
todas las ciudades. La debilidad de las administraciones<br />
municipales, sumada al ir y venir de la política decimonónica,<br />
hizo difícil su manejo. Tradicionalmente la Iglesia<br />
había jugado un papel importante en atender a los desvalidos,<br />
huérfanos y viudas a través de diferentes instituciones,<br />
como por ejemplo las cofradías. Sin embargo, para mediados<br />
del siglo xix, el problema se había agudizado y las reformas<br />
liberales habían destituido a la Iglesia de la mayoría<br />
de sus responsabilidades. Las administraciones municipales<br />
quedaron como responsables de las instituciones que<br />
atendían salud, educación y a la población desvalida. Fue<br />
14. Samper, Miguel, L a miseria en Bogotá, Bogotá, Editorial Incunables,<br />
1985.
La vida pública en las ciudades republicanas | 251<br />
una tarea difícil, pues 110 tenían experiencia en el manejo<br />
administrativo y aun más grave, no tenían los fondos para<br />
cubrir los gastos de funcionamiento. Intentaron transformar<br />
algunas instituciones, tradicionalmente de caridad,<br />
por institutos de beneficencia, para darle un sentido más<br />
laico. Sin embargo, los intentos fueron inútiles. Fueron las<br />
instituciones promovidas por ciudadanos en asocio con algunas<br />
instituciones religiosas las que tuvieron más éxito.<br />
Con la Constitución de 1886, promovida por el movimiento<br />
regenerador, se le volvió a dar la responsabilidad de la<br />
asistencia social a la Iglesia. Así, se retornó al concepto de<br />
caridad, que estaba acorde con la ayuda que la elite quería<br />
brindar y reforzó el orden social.<br />
La caridad, entonces, se estableció como instrumento<br />
de perfeccionamiento espiritual y se canalizó a través de<br />
instituciones como hospitales, hospicios, orfanatos y escuelas.<br />
Los ejemplos son numerosos para todas las ciudades.<br />
La Sociedad de San Vicente de Paúl fiie la que más sobresalió<br />
y la de mayor cobertura a nivel nacional, junto con<br />
las Hermanas de la Caridad, que generalmente se encargaron<br />
de la atención del hospital de caridad de cada ciudad.<br />
La Sociedad de San Vicente de Paul fue fundada en<br />
Bogotá en 1857 con el objetivo de atender la miseria física<br />
y moral. Se creó una comisión encargada de recolectar limosnas<br />
y designar comisiones para la enseñanza de la<br />
doctrina cristiana a los pobres del hospital y a los presos.<br />
Gradualmente fueron ampliando sus sedes y sus actividades,<br />
haciéndose presente, al menos, en los centros urbanos<br />
más importantes de nuestro país.<br />
El ejemplo de la Casa de Refugio de Bogotá, para 1830,<br />
nos da un cuadro de la forma en que guiaron la cotidianidad<br />
estas instituciones para lograr sus objetivos. Recibía<br />
niños expósitos por intermedio de la mayordoma de las
2 5 2 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
mujeres, eran bautizados por el capellán y se les ponía un<br />
ama de cría hasta los tres años, y a los seis se pasaban al<br />
respectivo departamento.<br />
Sus días transcurrían levantándose a las cinco y media<br />
para estar listos a las seis y media para pasar a la Iglesia, donde<br />
el capellán les diría la misa y el mayordomo les encabezaría<br />
el rosario. Luego irían a desayunar con un pocilio de<br />
chocolate de harina o café de panela y tres onzas de pan. A las<br />
ocho y media pasarían a la escuela a laborar en una ocupación<br />
hasta las diez y media, cuando almorzarían con cuatro onzas<br />
de pan, cuatro de carne de vaca o cordero, dos de arroz o tres<br />
de maíz en mazamorra, seis de papa y una jicara de café o<br />
chocolate. Descansarían hasta las once y media, cuando pasarían<br />
nuevamente a laborar hasta las cuatro para comer cuatro<br />
onzas de pan, seis de carne, dos de arroz o tres de maíz, ocho<br />
de papa, y cuatro de panela, alfandoque o miel. A las cinco de<br />
la tarde sus trabajos serían revisados y corregidos, a las siete<br />
deberían asistir a la Iglesia para oír algunas palabras del capellán<br />
y a las ocho estarían en los dormitorios. L os domingos y<br />
días festivos tendrían permiso de diversiones que les contribuyeran<br />
a ejercitarse.'5<br />
Finalmente, el objetivo de las instituciones de caridad<br />
era formar niños para el trabajo, que se desempeñaran en<br />
alguna labor, bajo un sistema de disciplina férrea y rutinaria,<br />
y niñas “limpias” dignas de formar un hogar.<br />
Y aunque los años pasaban y supuestamente las<br />
costumbres cambiaban, la cotidianidad del Patronato de<br />
Obreras de Fabricato en Medellin, a cargo de las Herma-<br />
15. Reglamento de la Casa de Refugio, instrucción y beneficencia de Bogotá<br />
tomo 3795, Fondo Posada, Universidad Pedagógica de Tunja,<br />
1830.
La vida pública en las ciudades republicanas | 253<br />
ñas de la Presentación, en la década de 1930, no muestra<br />
transformaciones significativas. “Misa en las mañanas, rezo<br />
del rosario en las tardes antes de apagar la luz a las ocho de<br />
la noche. Las obreras tenían que salir directamente de la<br />
fábrica al patronato. Los domingos era dedicados al rezo,<br />
al estudio o la costura y ocasionalmente a actividades recreativas”.’6<br />
El Patronato ofrecía ventajas apreciables, sobre<br />
todo para las mujeres campesinas que migraban: les<br />
brindaba garantías ante “los peligros” de la ciudad, les permitía<br />
ahorrar en alojamiento y comida y finalmente tenían<br />
una educación católica y de trabajo.<br />
Parece ser que las instituciones guiadas por órdenes religiosas<br />
mantuvieron por mucho tiempo sus propósitos.<br />
Sin que los cambios que se estaban dando en la sociedad<br />
las afectaran mucho, se convirtieron en símbolo de estabilidad<br />
y orden.<br />
Mirado desde otro ángulo, las obras de caridad y beneficencia<br />
amplían paulatinamente la vida privada restringida<br />
de las mujeres. La religión compensaba su rigidez,<br />
facilitándoles actividades fuera de sus casas, como la rutina<br />
de ir misa. Al salir podían tener encuentros con la aprobación<br />
de la comunidad y de la familia. Posteriormente, el<br />
trabajo en alguna obra benéfica, les permitía ampliar sus labores<br />
en otros espacios diferentes a la casa. Además, les<br />
ofrecía la posibilidad de realizar un tipo de socialización<br />
diferente. Lograban conversar con otras mujeres, relacionarse<br />
con los miembros de las comunidades religiosas y<br />
servir a los necesitados. Era una forma de ser útil en el ámbito<br />
público, ya que de lo contrario, su misión estaba limitada<br />
al privado. Esta cotidianidad se acomodaba más a las<br />
16. Arango. Luz (íabriela, M tSer, religión e industria, b'abricato 1923-<br />
T982, Medellin. Editorial Universidad de Antioquia-Univcrsidad Externado<br />
de Colombia, 1991.
254 I BF.ATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
mujeres pudientes, a las otras, el trabajo y sus obligaciones<br />
eran lo que les daba la pauta diaria.<br />
Vagos v prostitutas<br />
Había un sector de los pobres al cual las instituciones de<br />
caridad y beneficencia no atendían: los vagos, los ladrones<br />
y las prostitutas. Fue necesario establecer un orden público<br />
para controlar esta población indigente que ponía en peligro<br />
la seguridad de los ciudadanos y la protección de las<br />
tradiciones familiares. La modernización era fundamental,<br />
y se realizó a través de la transformación de la institución<br />
de la policía.<br />
En Bogotá se renovó la institución en la década de<br />
1890 bajo la dirección de una delegación francesa. Se diseñó<br />
como un establecimiento público para el control de los<br />
indigentes y como apoyo, más que en contraposición, de<br />
las instituciones de caridad y beneficencia ya existentes.<br />
Según el código de la policía, lo que había que vigilar<br />
era a los vagos, definidos así:<br />
Son vagos los que se encuentran en algunos de los casos<br />
siguientes: los que, aun teniendo rentas o emolumentos de<br />
que subsistir, se entreguen a la ociosidad y cultiven relaciones<br />
más o menos frecuentes con personas viciosas y de malas costumbres...<br />
Los hiios de familia o pupilos quienes sus padres o<br />
guardadores no pueden o no quieren sujetar y educar debidamente,<br />
y que, o se entregan a la ociosidad o aunque ocupen<br />
útilmente el tiempo, causen frecuentes escándalos por su insubordinación<br />
a la autoridad o al guardador, o por sus malas<br />
costumbres.'7<br />
17. Código de la Policía, Rogotá, 1893.
La vida pública en las ciudades republicanas | 255<br />
Según el censo de 1870, por ejemplo, se reportan 550<br />
vagos hombres en el Estado del Cauca.<br />
Para afrontar el problema de la prostitución en Bogotá<br />
la policía elaboró un censo en 1929, en el que se registran<br />
4 000 prostitutas. El censo tenía por objetivo saber su<br />
número real y sus domicilios. El viajero Friedrich von<br />
Schenck compara y resalta el fenómeno de la prostitución<br />
de Bogotá y Medellin en 1880: “la prostitución que se efectúa<br />
en las calles de Bogotá, sin temor ni castigo de grandes<br />
orgías, que tiene víctimas no sólo entre las clases bajas,<br />
aquí en Medellin todavía rehúsa la luz del día, y se esconde<br />
en las cuevas apartadas de los barrios mal afamados de<br />
Guanteros y Chumbimbo”.18 Sin embargo, hacia 1920, había<br />
por lo menos cuatro zonas de prostitución en Medellin.<br />
Las mujeres trabajaban por cuenta propia buscando<br />
clientes en los cafés o paradas en las puertas de los hoteles.<br />
La mayoría de las mujeres vivían juntas en casas con amplios<br />
cuartos bien amoblados. Los hombres entraban por<br />
la puerta delantera y encontraban un salón grande para<br />
conocerse y bailar, amoblado de sofás y un mostrador para<br />
la bebida. Los cuartos estaban en la parte de atrás. “La vida<br />
en estas casas era de goce y risa. Muchas de ellas hacían<br />
fiestas que parodiaban las de la sociedad de la clase alta".'9<br />
El objetivo de la policía era amplio y consistía en garantizar<br />
una vida tranquila y segura en la ciudad. Esto implicaba<br />
velar por la limpieza, evitar disturbios de cualquier<br />
índole y controlar la población que pudiera cambiar el orden<br />
ciudadano.<br />
Se podría pensar que paulatinamente lo público, en<br />
18. Von Scnenk, Fr., Viajes por Antioquia en el año 1880, Bogotá,<br />
Hunco de la República, 1953.<br />
[9 .I’ayne, Constantine Alexandre, “Crecimiento y cambio social<br />
en Medellin: 1900-1930", en Estudios Sociales, vol 1, N ° 1, Mcddlín,<br />
F A lis. 1986.
2 5 6 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
tendido como el conjunto de cosas relacionadas con el Estado<br />
o con el servicio del Estado, se fue convirtiendo en<br />
algo cada vez más claramente desprivatizado. La construcción<br />
de las formas modernas del Estado no sólo permitió<br />
delimitar, por diferencia, lo que en adelante ya no pertenecería<br />
al ámbito público, sino que, en mayor medida, supuso<br />
la garantía y la salvaguarda de lo privado.<br />
L a vida en las calles<br />
Día de mercado<br />
El día de mercado era tal vez el día más agitado de la<br />
semana durante el siglo xix y principios del siglo xx. Era un<br />
evento similar al de épocas coloniales según lo describen<br />
los viajeros.<br />
Para el día de mercado los campesinos, especialmente<br />
mujeres, venían a pie cargados con las cosas que vendían.<br />
Lo que se vendía en el mercado, Isaac Holton, viajero norteamericano,<br />
logró sintetizarlo en un poema:<br />
Papas, tinajas, peces, alpargates,<br />
sal, cuentas, ocas, cueros, alfandoques,<br />
piscos, marranos, oro en polvo, fresas,<br />
loza y brevas.<br />
Huevos, cabuya, plátanos, zarazas,<br />
mucuras, patos, pifias, carne, esteras,<br />
tunas, naranjas, azafrán, fríjoles,<br />
cal y tasajo.'"<br />
Miguel Cañé, viajero francés, llegó a Bogotá el día de<br />
mercado, o sea, el día en que los indígenas agricultores de<br />
20. Holton, Isaac F., I m Nueva Granada: veinte meses en los Andes.<br />
1857, Bogotá, Banco de la República, 19 81.
La vida pública en las ciudades republicanas | 257<br />
la sabana, de la tierra caliente y de los pequeños valles, llegaban<br />
a la montaña, y lo describe como algo imborrable<br />
de su memoria:<br />
Acababa de cruzar la plazuela de San Victorino, en el<br />
centro, una fuente tosca, arrojando el agua por numerosos<br />
conductos colocados circularmente. Sobre su grada, una gran<br />
cantidad de mujeres de pueblo, armadas de una caña hueca,<br />
en cuya punta había un trozo de cuerno que ajustaba el pico<br />
del agua que corría por el caño así formado, siendo recogida<br />
en una ánfora tosca de tierra cocida. Todas esas mujeres tenían<br />
el tipo indio marcado en la fisonomía; su traje era una<br />
camisa, dejando libre el tostado seno y los brazos y una saya<br />
de un paño burdo y oscuro. En la cabeza un pequeño sombrero<br />
de paja; todas descalzas. Los indios que impedían el tránsito<br />
del carruaje, tal era su número, presentaban el mismo<br />
aspecto. Mirar a uno es mirar a todos. El eterno sombrero de<br />
paja, el poncho corto, hasta la cintura, pantalones anchos, a<br />
media pierna y descalzos. Lina inmensa cantidad de pequeños<br />
burros cargados de frutas y legumbres., y una atmósfera pesada<br />
y de equívoco perfume.21<br />
Después del día de mercado, señala Holton, en las chicherías<br />
se ven escenas tristes y a veces repugnantes. Las<br />
chicherías eran el sitio donde confluían los campesinos al<br />
final del día para comprar algunas cosas para llevarse, refrescarse<br />
con la ancestral bebida y algunos para quedarse a<br />
descansar.<br />
Lo que va a cambiar a finales del siglo xix es el espacio<br />
donde se instalaba el mercado, que tradicionalmente había<br />
sido en la plaza. Las plazas en todas las ciudades grandes<br />
2 1. Cañé, Miguel, Notas de viaje sobre Venezuela r Colombia. 1H81-<br />
1882, Bogotá, Biblioteca V Centenario, Colcultura, 1992.
2 5 8 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
se remodelaron, se convirtieron en espacios convencionales<br />
y más distantes, con la construcción de verjas en hierro<br />
alrededor para demarcarlas. Era el signo del triunfo de la<br />
república. La plaza de mercado se levantó aparte, era un<br />
nuevo espacio; generalmente se ubicó en una de las salidas<br />
de las ciudades. Así, la plaza perdió su carácter monopolizador<br />
de centro vital. Las ciudades crecieron y otros centros<br />
de animación comenzaron a ser lugares de mayor<br />
concurrencia, parques, paseos o la calle comercial. Cambió<br />
la rutina cotidiana de encontrarse en la plaza, por la de frecuentar<br />
estos nuevos espacios.22<br />
La chicha y la cerveza<br />
Una de las primeras impresiones que se grabaron en la<br />
memoria del boliviano Arguedas en su visita de 1929 fue:<br />
“Entretanto, yo voy encontrando en Colombia cosas que<br />
no pensaba ver. Por lo pronto, ebrios”. E incluye en su libro<br />
una estadística de consumo de licor del primer trimestre<br />
de 1929 en Bogotá, publicada por el periódico E l<br />
Fígaro: “se han bebido 72 000 botellas de aguardiente, 500<br />
botellas de místeles, 780 botellas de crema, 496 botellas de<br />
brandy nacional, cerca de 10 000 botellas de roñes y whisky<br />
y más de 7 millones de litros de chicha”. Más adelante<br />
aclara: “El pueblo bebe chicha y aguardiente; las gentes de<br />
la sociedad whisky, brandy y champaña”.2-1 El licor era<br />
consumido por todos para la diversión en general y parece<br />
que se utilizaba en exceso según lo señala nuestro canciller<br />
boliviano.<br />
Sin embargo, para principios del siglo xx, las chicherías<br />
se volvieron un problema de higiene y salubridad según la<br />
22. Rojas-Mix, Miguel, L a Plaza Mayor; Barcelona, Munchnik Editores,<br />
1978.<br />
23. Arguedas, Alcides, op. cit.
La vida pública en las ciudades republicanas | 259<br />
administración municipal de Bogotá, y también uno de orden<br />
social. Las chicherías, además de ser un sitio de fabricación<br />
y expendio de la chicha, eran también el sitio de<br />
reunión de las clases populares, donde se reproducía una<br />
especie de submundo pagano de la ciudad.<br />
Los intentos para controlar la producción y consumo<br />
de la chicha se remontan a la época colonial. A principios<br />
de este siglo, según una visita realizada por la Dirección de<br />
Higiene y Salubridad en 1909, se encontraron 45 chicherías.<br />
Para 1913, mientras las cervecerías Bavaria y Germania<br />
producían cinco mil litros diarios de una bebida<br />
tonificante y saludable, las chicherías sumadas producían<br />
treinta y cinco mil.24 De manera que el problema continuaba<br />
y se agudizaba. Por un lado, los problemas de higiene<br />
en la producción de la chicha y de suciedad de las chicherías<br />
y sus alrededores, ya que no tenían baños y los espacios<br />
eran tan reducidos que la gente se aglomeraba en las<br />
calles; por otro, eran sitios de reunión fuera del control de<br />
la sociedad, donde se daban partidas de juegos prohibidos,<br />
se organizaban conspiraciones políticas y se aventuraban<br />
relaciones no permitidas.<br />
El control de las chicherías se logró sólo en la década<br />
de los cuarenta, con progresivas resoluciones de la administración<br />
municipal, reemplazando esta bebida por la cerveza,<br />
cuya producción se podía controlar y con la creación<br />
de nuevos espacios para regular el submundo de las chicherías.<br />
Bares, clubes v hoteles<br />
Los nuevos espacios urbanos y las nuevas formas de<br />
esparcimiento iban a la par con nuevas rutinas de sociali-<br />
24. Historia de Bogotá. Siglo v.v, tomo m, Fundación Misión Colombia,<br />
Bogotá, Villegas Editores. 1988.
2 6o | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
zación que se estaban gestando. En la medida en que lo<br />
privado cada vez se restringía a la familia, paradójicamente<br />
fueron apareciendo otras formas de convivencia elegidas<br />
socialmente.<br />
En la segunda mitad del siglo xix surgieron paulatinamente<br />
nuevos espacios de diversión en las ciudades, como<br />
los cafés y los bares, algunos de los cuales se convertirían<br />
en clubes posteriormente. El más excéntrico que se inauguró,<br />
fue la Casa de Tivoli, a finales de la década de 1850<br />
en Bucaramanga, por iniciativa de los inmigrantes alemanes<br />
establecidos en la ciudad. Consistía en un gran salón<br />
con dos juegos de bolos, sala de billar, cantina, jardines y<br />
un patio de dos trapecios. Era concurrido por las tardes y<br />
en las noches por caballeros. Sin embargo, su vida fue<br />
corta, por considerarlo la ciudadanía demasiado extravagante.25<br />
Para 1873, en la misma ciudad se fundó el Club de<br />
Soto. Tenía gabinete de lectura, billar, servicio de comedor<br />
y cantina. Su objetivo era reunir a los caballeros para estrechar<br />
relaciones sociales y comerciales. Después de la<br />
guerra de 1876 pasó a ser el Club del Comercio. En 1888<br />
aparece el Club Barranquilla, en 1894 el Club Unión en<br />
Medellin y el Jockey Club en Bogotá y en 1920 el Club<br />
Colombia en Cali.<br />
La mayoría de las historias de las fundaciones definitivas<br />
de los clubes tiene como antecesores otros clubs y<br />
otros espacios que van desapareciendo o se van asociando.<br />
Por ejemplo, en Medellin, desde 1880 existían varios clubes<br />
pequeños, la mayoría formados por diez y veinte hombres<br />
que se reunían con regularidad y de vez en cuando<br />
hacían un baile. Otros, como el Club del Comercio, eran<br />
sitios para hombres de negocios. Algunos también fomen<br />
25. García. José Joaquín, op. ctt.
La vida pública en las ciudades republicanas | 261<br />
taban las actividades culturales, como exposiciones de pintores.<br />
A finales de la década de 1890, el Club Tandem, que<br />
tuvo vida hasta 1905, resultó de la unión de los clubes<br />
Brelán, Palito y Fígaro. Pero, más importante, fue la formación<br />
del Club Unión por miembros de los clubes Mata de<br />
Moras, Boston y Belchite. Para 19 12 éste brindaba servicios<br />
de baños, barbería, piscina y restaurante de lujo. Era<br />
frecuentado por hombres, las mujeres iban únicamente a<br />
bailes ocasionales o recepciones matrimoniales. En los<br />
años veinte empezó a convertirse más y más en un sitio de<br />
reunión para mujeres, que iban a tomar el té y a jugar al<br />
“bridge”. En las noches era escenario de los bailes y fiestas<br />
más elegantes. En 1924 se fundó el Club Campestre con<br />
una orientación diferente, éste introdujo nuevos deportes<br />
como el golf, el tenis y el basquetbol.26<br />
Para mediados del siglo xix era común que los viajeros<br />
llegaran a posadas, o, simplemente, alquilaban una pieza y<br />
comían en la calle en una fonda. Eventualmente se podía<br />
contratar una cocinera, pero era necesario hacerle el mercado.<br />
Con posterioridad, los clubes brindaron alojamiento.<br />
Miguel Cañé, viajero argentino, llega a una pieza en el Jo c<br />
key Club en Bogotá en 1882. La misma función cumplía,<br />
en sus inicios, el Club Colombia en Cali.<br />
Es así como los hoteles son espacios de este siglo: en la<br />
década de 1920 se abre el Hotel Prado de Barranquilla, en<br />
1929, en Bogotá, el Hotel Ritz y el Hotel del Pacífico y en<br />
Cali, en 1930, el Hotel Alférez Real.<br />
Los hoteles eran un sitio de socialización principalmente<br />
masculina, para relacionarse sobre todo con el foráneo<br />
y con el extranjero, que cada vez arribaban en mayor<br />
número a las ciudades para buscar, empezar o consolidar<br />
nuevos negocios.<br />
26. Piiyne, Constantine Alexander, op. at.
2Ó2 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
Los clubes se fundaron por la influencia europea. El<br />
club fue, en sus inicios, una asociación libre de toda imposición<br />
y sin otro objetivo que sí mismo; optaba por ignorar<br />
los vínculos con la familia y estableció un nuevo modelo<br />
de socialización. No había secreto, ni iniciación, ni programa.<br />
El único compromiso era la adhesión a un simple código<br />
de conducta, idéntico para todos los miembros, que<br />
no imponía ninguna relación preferente con ninguno de<br />
ellos. Sin embargo, llevaba una marca de origen: la exclusividad<br />
masculina.27 A través de ellos se crearon nuevas formas<br />
de encuentro y de relaciones, de manera exclusiva,<br />
entre la elite en cada ciudad. Primero, los miembros fueron<br />
exclusivamente hombres, para afianzar la vida pública varonil<br />
que paulatinamente se venía ampliando con los desarrollos<br />
urbanos. Posteriormente, se abrió el mismo espacio<br />
a las mujeres, primero únicamente con la asistencia a las<br />
fiestas que los hombres determinaban; después se dio más<br />
libertad, y se establecieron algunas actividades sólo femeninas<br />
dentro del club; más tarde, las actividades se empezaron<br />
a mezclar entre hombres y mujeres, adultos y niños,<br />
con la introducción de los deportes. Fue y sigue siendo, un<br />
espacio para la socialización.<br />
De esta manera se dio paso a una sociabilidad más<br />
abierta, libre en la adhesión de individuos y al margen del<br />
control estatal. Antes había predominado una sociabilidad<br />
más cerrada y vinculada a la actividad política, como en las<br />
logias masónicas, seguidas por las sociedades democráticas<br />
o sociedades católicas, en las cuales el “secreto” era la<br />
premisa para ingresar a dicho ámbito.<br />
27. Aries, Philippe; Duby, Georges, L a historia de la vida privada.<br />
L a comunidad\ el estado y la familia, tomo 6. Buenos Aires, Taurus, 1991.
La vida pública en las ciudades republicanas<br />
U n a calle de<br />
B arran quilla. R iou.<br />
G rab ad o . 18 8 3 .<br />
Voyages dans L'am erique<br />
du sud. D o cteu r J.<br />
C revau x. Lib rairie<br />
H ach ette et cíe. París.<br />
B ib lio teca L u is -A n g e l<br />
A ra n g o .<br />
C añ o s de aguas<br />
negras en la calle<br />
de San C arlo s.<br />
F o to g ra fía.<br />
H istoria de Bogotá.<br />
T o m o ii. V illegas<br />
E d ito res. 19 88 .<br />
Pila de la plazuela de las<br />
Nieves.<br />
Grabado. 18 8 3 - 18 8 4<br />
Papel Periódico Ilustra, do.<br />
Tom o iii. E d ic ió n<br />
facsim ilar. 19 7 9 .
M ercad o en<br />
B o g o tá .<br />
H e n ry<br />
D u p e rly .<br />
F o to g ra fía.<br />
m i8 95-<br />
Pro cesió n del<br />
d om in go de<br />
P ascua en<br />
P o p ay án .<br />
G ra b a d o<br />
A n d ré M . E .<br />
América<br />
Pintoresca. T o m o<br />
iii. M o n tan er y<br />
Sim ón Ed itores.<br />
Barcelon a. 188 4<br />
T31 1<br />
1 ' ' 1 1<br />
□<br />
IX 1<br />
1 * [ J 1<br />
r• t i * 04V<br />
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□O<br />
C en ten a rio del<br />
lib ertad or. L o s<br />
n iñ os<br />
d esam p a rad o s.<br />
G ra b a d o 18 8 3 - 1884<br />
Papel Periódico<br />
Ilustrado. T o m o iii.<br />
E d ic ió n facsim ilar.<br />
19 79 .
Espectáculos<br />
L a vida pública en las ciudades republicanas \ 263<br />
Las descripciones de las ciudades del siglo xix son más<br />
bien nostálgicas y resaltan los pocos espectáculos que se<br />
ofrecían: patios de escuelas y casas particulares, salones y<br />
solares se acondicionaban cuando algún acróbata, prestidigitador,<br />
circo, teatro u ópera llegaba ocasionalmente a la<br />
ciudad.<br />
Las funciones de teatro se daban esporádicamente. En<br />
Bogotá, en 1885, se expropió el Teatro Ramírez o Coliseo,<br />
que había sido inaugurado en 1793, para construir el Teatro<br />
Nacional que se inaugura en 1892 con el nombre de<br />
Teatro Colón. La actividad teatral en la capital se inició a<br />
finales del siglo xvm con épocas pródigas y épocas de silencio.<br />
El fin que tenía esta actividad era brindar diversión<br />
sana a las gentes y alejarlas del licor y otros vicios.28<br />
En Medellin, la primera función teatral se presentó en<br />
18 31, en el colegio de Antioquia. En 1836 un distinguido<br />
grupo de ciudadanos terminó de construir el teatro municipal,<br />
conocido como el Teatro Gallera y que en 19 17 se<br />
convertiría en el Teatro Bolívar.29 En Cali el Teatro Municipal<br />
se inauguró en 1927, también por el impulso de distinguidos<br />
ciudadanos. Desde finales de la colonia existía el<br />
Teatro Borrero, que fue destruido por un incendio. Hasta<br />
1840 Bucaramanga no había merecido el honor de ser visitada<br />
por ninguna compañía dramática; fue en ese año<br />
cuando llegó la primera, que era española, dirigida por don<br />
Tomás Berenguer.<br />
Sin embargo, era una actividad a la que sólo asistía un<br />
grupo de la elite. Paulatinamente, otras diversiones se fueron<br />
convirtiendo en los signos más típicos de la transfor-<br />
28. García, Mario, “I,a sociedad según el teatro bogotano. 1886-<br />
1896", mimeo.<br />
29.Ixjndoño, Patricia, “I,a vida diaria: usos y costumbres", en Historia<br />
de Antioquia, Medellin, Suramericana, 1988.
2 6 4 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
marión de las ciudades, en cuanto revelaban la presencia<br />
de unas clases populares de fisonomía distinta a la tradicional.<br />
El cine fue de los que primero se hizo presente. Se inicia<br />
en Bogotá, en 1929, en el Salón Olimpia, ubicado en un<br />
barrio de gente modesta y en el Faenza, frecuentado por<br />
las clases sociales de distinción. Después, las salas de cine<br />
aparecieron en todas las ciudades: el teatro Junín en<br />
Medellin, el Garnica en Bucaramanga, el Olympia en Cali<br />
y el teatro Colombia en Barranquilla.<br />
Otros espectáculos tuvieron posteriormente un público<br />
más numeroso, como fueron y siguen siendo los deportes.<br />
Otros, más tradicionales, como las corridas de toros,<br />
mantuvieron y mantienen gran acogida.<br />
Carnavales, desfiles y pasatiempos<br />
El culto religioso ordenaba las horas del día, los días de<br />
la semana y los meses. Lo divino regía los ritmos de la vida<br />
y cubría a todos los habitantes.<br />
L/a imagen del Sagrado Corazón de Jesús es el principal<br />
ornamento de un salón colombiano, y pocos y muy contados<br />
habrá en todo el país que no lo ostenten en sitio de preferencia.<br />
La imagen del Sagrado Corazón en los salones, el escapulario<br />
y la medalla sobre el pecho de hombres y mujeres, el<br />
cirio en los altares, el cilicio y la penitencia en los claustros.’”<br />
El domingo, festivo, lo más importante era ir a la misa,<br />
después venía cualquier otra actividad. Las festividades<br />
religiosas eran las más importantes para celebrar e iban<br />
guiando el transcurrir del año: Cuaresma, el Corpus y la<br />
Navidad.<br />
30. Arguedas, Alcides, rrp. a
La vida pública at las ciudades republicanas | 265<br />
Alrededor de las celebraciones religiosas había un<br />
submundo pagano, que en algunas ciudades llegó a legitimarse<br />
como celebración, por ejemplo el carnaval de Barranquilla.<br />
Paulatinamente el Estado fue introduciendo las<br />
conmemoraciones de los hechos significativos de la formación<br />
de la nueva República, haciendo una gran pompa,<br />
por ejemplo el Veinte de Julio. Sin embargo, las fiestas religiosas<br />
predominaban sobre las celebraciones cívicas, ya<br />
que finalmente conglomeraban el mayor número de habitantes<br />
de las ciudades, sin distinción de clase, género o etnia;<br />
aunque cada grupo sabía cuál lugar le correspondía en<br />
cada celebración.<br />
Como muestra, en 1930, para celebrar el Corpus<br />
Christi, en Bogotá se realizó una solemne procesión por<br />
las principales calles, bajo arcos de colores de flores y<br />
cadenas de papel multicolor. Los altares se alzaban en la<br />
plaza, y, en las calles de tránsito, se colgaron de balcón a<br />
balcón cadenas de papel y de flores, se adornaron con<br />
ramilletes las fachadas de las casas y aun de los edificios<br />
públicos, y la población se aglomeraba, densa y nutrida, en<br />
las bocacalles, las plazas y las veredas. El Corpus se celebraba<br />
con procesiones en la mayoría de los centros urbanos.<br />
Otro festejo importante eran los carnavales. Las carnestolendas<br />
eran las últimas fiestas antes de entrar a la<br />
Cuaresma, que se iniciaba el Miércoles de Ceniza. Era una<br />
ordenanza que el martes de carnestolendas se diera un baile<br />
de confianza, al que se invitaban muchas familias con el<br />
objeto de cantar, jugar y danzar alternativamente. La reunión<br />
debía iniciar a las ocho, a más tardar, y poco antes de<br />
la medianoche se llevaba a cabo “la quebrada de la olla”,<br />
ceremonia que consistía en preparar un enorme tiesto con<br />
aguardiente y sal, que después se incendiaba y era llevado<br />
por los más humoristas a la mitad de la sala, para que los
206 I BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
efectos de su luz ardiendo, se reflejara en las caras de los<br />
concurrentes y provocaran la risa general, mirándose unos<br />
a otros. Este baile era una especie de despedida que se<br />
daba a las diversiones. Estos carnavales se festejaban en<br />
todas las ciudades: “desde Popayán hasta el cabo de Hornos”.31<br />
Cordovez Moure lo recuerda en Bogotá con gran<br />
precisión y lo que más resalta es la amplia participación de<br />
los habitantes, peregrinaciones “de gente del pueblo, especialmente<br />
de las sirvientas de la ciudad” y los considera<br />
“un tenebroso arrabal”.-12 Sin embargo, sólo el de Barranquilla<br />
ha trascendido hasta nuestros días.<br />
El carnaval de Barranquilla es una fiesta que surgió a<br />
mediados del siglo xix. Se conjugaron en esta ciudad los<br />
carnavales rurales que ya desde finales del siglo xvm se daban<br />
en Tamalameque, el Banco, Plato, Mompox, Magangué<br />
y Santa Marta. De allí llegaron las danzas del Torito y<br />
de los pájaros entre otras. Lo único que logró temporalmente<br />
silenciar el carnaval fue la guerra de los Mil Días y<br />
desde 1903 se sigue celebrando “una fabulosa fauna carnavalesca,<br />
amén de las danzas, cumbiambas y comparsas nacidas<br />
de la febril fantasía de nuestros coreógrafos natos”.33<br />
Es una festividad que paraliza a toda la ciudad.<br />
Posteriormente sigue la Semana Santa, época de recogimiento.<br />
En la mayoría de los centros urbanos se celebraba<br />
con las procesiones en las que participaba toda la<br />
población de una u otra forma. Tal vez el rito más arraigado<br />
era la visita a los monumentos el Viernes Santo: la visita<br />
puntual de hombres y mujeres, con vestido de luto, a los<br />
3 1. Restrepo, Consuelo, “Costumbrismo y mentalidades colectivas”,<br />
en Estudios Sociales, N ° 5, Medellin, f a f .s , 1989.<br />
32. Cordovez Moure, José María, Reminiscencias de Santafé y Bogotá,<br />
Madrid, Aguilar, 1962.<br />
33. Abadía, Guillermo, Compendio general de foklore colombiano, Bogotá,<br />
Biblioteca Básica Colombiana, Colcultura, 1977.
L a vida pública a i las ciudades republicanas | 267<br />
diferentes santos en los distintos templos. El viajero inglés<br />
Hamilton lo describió con humor: “los santos de diferentes<br />
iglesias son muy sociables y se visitan entre sr^ 4 El Sábado<br />
Santo era un día de regocijo para cerrar con el Domingo<br />
de Pascua y su habitual misa ceremoniosa.<br />
Para anteceder a la Navidad se organizaban la novenas.<br />
En las nueve noches de la novena del Niño Dios había por<br />
las calles rosarios cantados, los muchachos preparaban faroles,<br />
se entonaban villancicos. El aguinaldo y la inocentada<br />
formaban parte del entretenimiento decembrino hasta<br />
llegar a la pascua navideña, que consiste en un momento<br />
de reunión familiar a excepción de la misa pascual.<br />
No obstante, las fiestas cívicas no se hicieron esperar.<br />
En 1880 Rafael Núñez celebró el grito de independencia<br />
con misa, discursos y coreando por primera vez el himno<br />
nacional?1’ La que se recuerda con un brillo excepcional<br />
fiie el centenario del grito de la independencia: 20 de julio<br />
de 1910. Los festejos comenzaron desde el día 15, con diversidad<br />
de programas y certámenes.<br />
F,s curioso anotar cómo los festejos tuvieron en realidad<br />
dos polos: uno distinguido y elegante que fue el mencionado<br />
Bosque de la Independencia, donde los cachacos concurrían<br />
de día a admirar las realizaciones del progreso; el otro era el<br />
sórdido barrio de Las Cruces, hacia donde se desplazaba más<br />
tarde en procura de diversión y regodeos menos confesables,<br />
que solían animarse con bebidas tan insalubres y explosivas<br />
como la chicha y la pita.'''<br />
34. Hamilton, John, 1'tajes por el interior de ¡as provincias de Colombia.<br />
1827. Bogotá. Banco de la República, 1955<br />
35. (iuarín, José David. Las tres semanas, Bogotá, Biblioteca Popular<br />
de Cultura Colombiana, Lditorial A.B.C., 1942.<br />
36. Historia de Bogotá. Siglo xx, op. nt.
268 | BEATRIZ CASTRO CARVAJAL<br />
En los años veinte los carnavales estudiantiles lograron<br />
un espacio propio para la expresión de la juventud. Las fotografías<br />
retratan la fogosidad de estos festines en Bogotá,<br />
Medellin y Cali. Se convirtió en un evento en que toda la<br />
ciudadanía se volcaba hacia las calles para ver las comparsas<br />
pasar y aplaudir a las reinas. Tal vez fue la semilla de<br />
los actuales reinados.<br />
Encontramos igualmente una concurrencia pródiga de<br />
los ciudadanos guardando las mismas estampas sociales.<br />
Las conmemoraciones lentamente cambian, pero más parsimoniosamente<br />
parecen cambiar las estructuras sociales.<br />
También las diversiones Rieron cambiando paulatinamente<br />
en la medida en que fueron apareciendo nuevos espacios<br />
y nuevas formas de socialización. Las cantinas,<br />
bares y clubes permitieron entretenimientos como el billar,<br />
el juego de cartas, los salones de lectura y música y los bailes<br />
de gala. Los deportes ampliaron esta gama sustancialmente;<br />
el paseo en bicicleta, jugar tenis y polo. Ir a comer a<br />
los restaurantes de los hoteles y saborear una torta y un<br />
helado en los nuevos salones de té, pasear por los nuevos<br />
parques y por la calle comercial. Todos estos esparcimientos<br />
eran de la elite que trataba de introducir las costumbres<br />
de la burguesía europea.<br />
Algunas aficiones populares se afianzaron, como la pelea<br />
de gallos, en la misma medida que los gobiernos municipales<br />
tuvieron el control. En Cali, según el informe de la<br />
tesorería municipal de 1850, se puede constatar que, luego<br />
del impuesto por degüello de ganado, el más importante<br />
ingreso para la ciudad era la tributación de las galleras.17<br />
Las nuevas formas de socialización, principalmente de<br />
37. Patiño, Germán, Herr Simmonds y otras historias del Falle del<br />
Cauca, Cali, Corporación Universidad Autónoma de Occidente, Centro<br />
de Investigaciones, 1992.
La vida pública en tas ciudades republicanas | 269<br />
la elite, fueron las que se establecieron y transformaron las<br />
formas de diversión. Los entretenimientos populares tendieron<br />
a mantenerse con mayor arraigo y cambiaron poco.<br />
De finales del siglo xix a principios del xx es el período en<br />
el que se vislumbran las transformaciones de la vida cotidiana,<br />
especialmente para la elite.
L a política en la vida<br />
cotidiana republicana<br />
M ALCO LM<br />
DEAS<br />
E>l estudio de la historia progresivamente invade nuevos<br />
campos. Nuestro siglo ha visto una gran proliferación de<br />
las historias. La ‘vieja historia’ era política y eclesiástica<br />
-recordemos que José Manuel Groot, uno de los primeros<br />
que en Colombia escribió historia seria para lectores no<br />
eruditos, la tituló la eclesiástica de la manera más natural-.<br />
Tanto dominó esta tendencia a principios del siglo, que<br />
decir historia Ríe, casi sin dar lugar a dudas, referirse a esa,<br />
a la ‘narración con dignidad’, en las palabras del gran lexicógrafo<br />
inglés del siglo xvm, Dr. Samuel Johnson, de los<br />
altos acontecimientos de la vida colonial y nacional. Este<br />
tipo de historia ha perdido su posición central. Todavía se<br />
escribe, se lee y se necesita, y en años recientes ha dado señales<br />
de recuperación: hay un nuevo reconocimiento de la<br />
importancia de la narración y de la cronología para la plena<br />
explicación y el análisis satisfactorio de muchos fenómenos.<br />
Pero hoy coexiste al lado de muchas historias<br />
nuevas, o relativamente nuevas: la historia económica, la<br />
historia obrera, la historia ‘de la gente sin historia’ -frase<br />
del historiador cubano Juan Pérez de la Riva para los<br />
inmigrantes invisibles en la vieja historia cubana-, la histo-
2 7 2 | MAl.COl.M DEAS<br />
ria del género, o de las mujeres, la etno-historia, la historia<br />
de lo que los franceses llaman ‘lo imaginario’, que, si lo entiendo<br />
bien, se trata de la historia los símbolos y ceremonias<br />
en la vida común de una nación. Aquí se introduce a<br />
los colombianos en la historia de lo cotidiano, del tejido de<br />
la vida diaria, la vida de cada día, lo que los historiadores<br />
ingleses, que entraron temprano en este campo, llamaron<br />
‘everyday life’.<br />
Como se desprende de su denominación, casi se definió<br />
así para excluir la política, porque la política de los altos<br />
acontecimientos, como lo hemos señalado arriba, no se<br />
supone asunto de cada día, ni asunto de todos. Por eso, la<br />
re-introducción de esta esfera de la actividad humana en<br />
una obra dedicada a la historia cotidiana necesita cierta<br />
justificación.<br />
Siempre se crea tensión e indecisión entre los historiadores<br />
frente a la tendencia a dividir el ancho campo del<br />
pasado en distintas áreas del conocimiento. Lo que se gana<br />
en profundidad y precisión con la división, corre el riesgo<br />
de perder la capacidad de dar una visión total del pasado.<br />
La vida, algunos críticos argumentan, no se divide así. Aun<br />
los franceses, pioneros en algunas de las especialidades<br />
más exóticas entre los historiadores, han reconocido esto,<br />
y han redescubierto, por ejemplo, los méritos de la biografía,<br />
género que une por el hilo de una vida tantos elementos<br />
diversos y dispersos. La vida humana, en la<br />
contemplación del pasado, igual que en la experiencia del<br />
presente, no se divide tan fácilmente.<br />
Una historia de la vida cotidiana no debe excluir la política.<br />
Sin embargo, debe tratarla de manera distinta. No<br />
debe tratar, este enfoque, sencillamente la historia de la<br />
participación popular, por ejemplo. Ni es lo mismo que<br />
una historia de cómo las estructuras políticas o los sucesivos<br />
sistemas políticos afectaron a la gente común, a los
La política en la vida cotidiana republicana | 273<br />
colombianos no tan politizados. Tiene que ver con todo<br />
eso, pero concibo la historia de la política en la vida diaria<br />
de los colombianos de manera distinta.<br />
Me parece que ningún colombiano pensante querrá<br />
excluir a la política de este nuevo enfoque. Colombia es un<br />
país demasiado político para pensar en tal omisión. Una<br />
historia cotidiana sin política, aunque rica en los detalles<br />
del folclor, de las sociabilidades, de los ritmos del trabajo,<br />
de las modas de vestir, de las diversiones y los deportes, de<br />
los ritos de pasaje y tantos otros temas indiscutiblemente<br />
legítimos para este tipo de historia, la historia de cada día,<br />
sería incompleta.<br />
Como sentenció el político y escritor santandereano<br />
Manuel Serrano Blanco, Colombia es un país donde “ningún<br />
ciudadano puede huir de las preocupaciones políticas”.<br />
La violencia política, pasado y presente, no es sino el<br />
ejemplo más obvio de esa verdad: ha afectado y sigue afectando<br />
la vida diaria de muchísima gente. Eso se reconoce y<br />
se recuerda, pero otros aspectos de las prácticas políticas<br />
son menos reconocidos, olvidados.<br />
Quizás un intento de repensar cómo la política ha entrado<br />
en el tejido de las vidas colombianas en el último siglo<br />
y medio de vida republicana, depare sorpresas.<br />
El intento tiene que ser arbitrario, provisional, intuitivo<br />
e incompleto. Ciento sesenta años de vida independiente<br />
abarcan mucha política, tiempos de paz y de guerra, etapas<br />
de entusiasmo y movilización, y otras de tranquilidad o de<br />
apatía. La variedad del país tiene también su reflejo en la<br />
variedad de las prácticas políticas, y no sería sorprendente<br />
que la política se sintiera en unas partes más que en otras.<br />
Tampoco hay una literatura muy extensa o muy confiable<br />
sobre el tema preciso de este ensayo que, parafraseando<br />
poéticamente a Juan Pérez de la Riva, se puede definir<br />
como la historia política de la gente no tan política. La his-
2 7 4 I MALCOLM DEAS<br />
toria política la escriben por lo general los políticos o gente<br />
interesada en la política, raras veces la gente común y corriente,<br />
y aunque hay algunos cuentos y novelas valiosos<br />
con temario político -uno de los primeros y de los mejores<br />
es Olivos y aceitunos todos son unos, escrito por José María<br />
Vergara y Vergara en 1868- la mayoría son denuncias y lamentaciones.<br />
Para un país con tantos políticos, y con tanta<br />
actividad política, al principio sorprende la pobreza de su<br />
tratamiento literario, hasta que uno recuerda que esa pobreza<br />
es más bien universal. El número de buenas novelas<br />
políticas en la literatura occidental, es por lo menos muy<br />
escaso.<br />
La labor de formar la bibliografía de las autobiografías<br />
y diarios personales de los colombianos, y de darles lectura<br />
sistemática, apenas ha comenzado. La correspondencia<br />
personal, los archivos privados, no son abundantes. En las<br />
historias locales el orgullo o la prudencia de los autores<br />
casi siempre les impide entrar en detalles de la vida política<br />
lugareña: el lector sí alcanza a ver que tal alcalde logró hacer<br />
la conexión eléctrica, pero no quién hizo el paro cívico<br />
que lo siguió.<br />
Con todo, tengo ciertas impresiones.<br />
La primera es que la sociedad colombiana es una sociedad<br />
políticamente muy permeable. Cuando cambié la<br />
frase de Juan Pérez de la Riva, tuve el cuidado de no escribir<br />
‘historia política de la gente sin política’; escribí ‘de la<br />
gente no tan política’. Comparto así las conclusiones de<br />
ciertos observadores de la política del país en sus años<br />
formativos, del oficial de la marina sueca Cari Gosselman,<br />
del botánico norteamericano Isaac Holton, del diplomático<br />
chileno José María Soffia y del inspector regejierador<br />
Rufino Gutiérrez, para no nombrar más de cuatro, que<br />
apuntaron en sus observaciones, entre las décadas de 1820
La política en la vida cotidiana republicana | 275<br />
y la 1880, de que sí hubo notable actividad política en los<br />
pueblos y aldeas, y entre la gente de baja extracción social.<br />
Gosselman escribió que la política de los pueblos estaba<br />
bajo el control de los mestizos, y muchos confirmaron<br />
su opinión aunque no siempre utilizando el mismo término.<br />
Lo cito acá porque me parece que señala un hecho<br />
importante: en la Nueva Granada las barreras raciales frente<br />
a la participación política fueron relativamente débiles.<br />
Además de ser un observador de excepcional sobriedad y<br />
precisión, Gosselman había viajado por toda la América<br />
del Sur, y sus escritos tienen un gran valor por las comparaciones<br />
que contienen. Hizo el contraste aquí con el Perú<br />
y con el Ecuador. Constata también que los neogranadinos<br />
son infatigables conversadores sobre política, y que se<br />
mantienen así sorprendentemente bien informados.<br />
El viajero Holton apuntó en su propio libro muestras<br />
de tales conversaciones. El diplomático Soffia, como representante<br />
de la ordenada y jerárquica república chilena,<br />
miró con cierto desprecio y alarma la baja calidad social de<br />
los políticos y militares colombianos, y la poca participación<br />
directa de la “gente” bien en los negocios públicos.<br />
Gutiérrez hizo una anatomía detallada de las estructuras<br />
de poder en los pueblos de Cundinamarca, y llegó a conclusiones<br />
muy similares a las de Gosselman cincuenta años<br />
antes. Observó cómo, de entre los rangos de los políticos<br />
mestizos de aldea, surgieron de vez en cuando políticos y<br />
militares notables.<br />
Todavía la importancia para la historia política de esta<br />
singularidad colombiana no ha sido suficientemente reconocida<br />
por los historiadores. Colombia es un país de<br />
temprana politización. No fue sobre una masa inerte, sin<br />
previa experiencia política, que actuó, por ejemplo, Jorge<br />
Eliécer Gaitán. El teatro político del siglo xx no se entiende<br />
divorciado de las experiencias del siglo xix. Este es el
2 7 6 | MALCOLM DEAS<br />
primer punto de este ensayo: hay pocas partes del país a<br />
donde la política no llegó, y poca gente pasaba su vida sin<br />
ser tocada por ella.<br />
La extensión geográfica de este contacto puede comprobarse<br />
aun para lugares que sin duda fueron remotos.<br />
Después de la guerra civil de 1885, el político radical<br />
valluno, Modesto Garcés, tuvo que huir a Venezuela, por<br />
los llanos orientales. En el relato de su viaje, que publicara<br />
en 1890, Un viaje a Venezuela, sorprende la cantidad de<br />
actividad guerrera que hubo en ese entonces por todo el<br />
llano, y las dificultades que encontró en su fuga por la presencia<br />
de gente del gobierno y de conservadores. Entre las<br />
‘adhesiones’, los listados de apoyo publicados en los periódicos,<br />
y a veces como libros, durante las campañas políticas<br />
del siglo pasado y de las primeras décadas de este siglo,<br />
figuran cables mandados desde asentamientos lejanos,<br />
desde aldeas de frontera. Parece que en ninguna parte<br />
quieren ser olvidados. Algunos asentamientos tuvieron<br />
también un claro motivo político en sus propios orígenes.<br />
Tal es el caso de Gramalote, por ejemplo, una fundación<br />
clerical-conservadora de la época federal, hecha por gente<br />
que migró para escapar el dominio radical, entonces campante<br />
en Santander. Y no se debe olvidar lo obvio: el<br />
federalismo en sí era una llamada a la vitalidad y a la excitación<br />
de la política lugareña.<br />
Es un poco mas difícil establecer hasta dónde permeaba<br />
la política en términos de la escala social. De vez en<br />
cuando se anotan episodios de clarísima participación popular:<br />
movimientos de artesanos, actuaciones en medio de<br />
una guerra civil donde se ve que el campesinado de tal distrito,<br />
o aun tal o cual grupo indígena, tuvieron una importancia<br />
que por lo menos un observador pensaba que valía<br />
la pena destacar. Bastante se ha escrito sobre las agitaciones<br />
de medio siglo, en Bogotá y en Cali. Pero estos eventos
La política en la vida cotidiana republicana | 277<br />
no fueron tan típicos, no sirven de manera satisfactoria<br />
como indicios para medir, si se quiere, la temperatura política<br />
normal del pueblo.<br />
Tengo a la mano un documento de una naturaleza<br />
muy rara, que servirá para el experimento de indagar por<br />
el grado de conciencia política, y aun, de modo crudo, la<br />
cantidad de política que hubo en la vida de una persona<br />
que, no lo dudo, la mayoría de mis lectores de antemano<br />
hubieran juzgado como alguien sin conciencia política<br />
detectable.<br />
Se trata de una señora del pueblo de Suaita, municipio<br />
santandereano que linda con Boyacá. El documento es un<br />
diario personal manuscrito: se lee en la página titular<br />
‘Apunte de lo que ha ocurrido desde el año de 1.874.<br />
Suaita. De Sofía Duran D. (Tengan la fineza de no quedarse<br />
con este libro porque es un robo)’. Las notas son tan<br />
modestas que casi llegan a ser un diario. Las entradas más<br />
comunes tratan de matrimonios, nacimientos, bautismos<br />
y muertos. La autora tuvo buena letra, pero muy pocos<br />
recursos: vivió, en parte, de la venta de dulces -deseendientes<br />
de su familia precisan que no fue de los Duranes<br />
notables de Suaita- y su diario relata cómo compró su máquina<br />
de coser Singer* plazos. Su círculo social parece que<br />
fue muy restringido. Nunca viajó a ninguna parte, nunca se<br />
casó, y siempre fiie bastante beata.<br />
No obstante, el diario a veces tiene un fuerte sabor político:<br />
entre tanto matrimonio, nacimiento y bautismo, las<br />
cosas públicas, a nivel de Suaita y a nivel nacional, no pasaron<br />
desapercibidas para su autora.<br />
Primero, queda bien claro que la autora es liberal. Liberal<br />
y beata, pero liberal. Anotó las llegadas y salidas de los<br />
curas, y las visitas de los sucesivos obispos, y las misiones<br />
que de vez en cuando montaron los regulares. De sus palabras<br />
sencillas se nota cómo quedó encantada con los jesui-
2 7 8 | MALCOLM DEAS<br />
tas. Es interesante ver cómo la presencia - o por lo menos<br />
el impacto- de la autoridad de la iglesia fue mucho más<br />
constante, registrada en las visitas de sus prelados y misioneros,<br />
que las de la alta autoridad secular: obispos aparecen<br />
en Suaita con cierta frecuencia, pero en los cuarenta<br />
años del diario el gobernador no se asoma en sus páginas<br />
sino una sola vez.<br />
La señora Durán siguió siempre fiel a su liberalismo.<br />
Esto se ve en sus entradas en el diario en tiempos de guerra<br />
civil, aun en las dos o tres cortas líneas que le dedica a<br />
un evento. Los liberales son gente honrada, honesta, trabajadora.<br />
A veces llama a los conservadores conservadores,<br />
pero más frecuentemente son gobiernistas, y casi siempre se<br />
comportan mal. En su parca manera, registró las guerras<br />
civiles, y dentro de ellas los desastres liberales en otras partes,<br />
además de lo que pasó en Suaita. Por ejemplo:<br />
‘7 de febrero de 1902: Hubo un combate en Guadalupe,<br />
donde la gente del gobierno se convirtió en bestias<br />
feroces para asesinar a los que se rendían.’<br />
‘En el mes de agosto hubo un fusilamiento en el Tolima<br />
de 500 patriotas liberales, entre ellos el señor Diego<br />
Uribe U.’<br />
De lo que pasa en Suaita durante la guerra, describió<br />
de manera muy directa las persecuciones y asesinatos:<br />
‘10 de enero de 1903: Fueron asesinados los señores<br />
Ariolfo y Trino Luéngas, por Tulio Pinzón, para así hacerse<br />
dueño de todos los intereses de los señores Luéngas,<br />
hombres honorables, honrados y pacíficos. Quedó herido<br />
de gravedad el señor Rufino Luéngas, por el agresor Tulio,<br />
quien llevó a Manuel Díaz y otros del cuartel para ejecutar<br />
el crimen como lo deseaba.’<br />
A veces anotó las manifestaciones más formales:<br />
‘En diciembre 25 pascua de nochebuena hicieron fiestas<br />
los gobiernistas celebrando unos tratados que hizo el
La política a i la vida cotidiana republicana | 279<br />
gobierno con el Círal. Rafael Uribe Uribe jefe del partido<br />
liberal para acabar la guerra.’<br />
Y no sólo en las guerras y en los crímenes políticos locales<br />
se ve el interés de la autora por la política. Hay entradas<br />
que registran la política nacional en tiempos de paz, a<br />
veces en combinación con lo local, como el paso por<br />
Suaita de los artesanos presos de Bogotá después del motín<br />
de 1893. Se conmovió por la prisión y exilio de los jefes<br />
liberales ‘Doctores Felipe y Santiago Pérez, el Dr. N.<br />
Roblez, el macho Alvarez y otros muchos’. Dio cuenta<br />
cuando murieron grandes figuras de la política nacional:<br />
Rafael Núñez, Carlos Holguín, Aquileo Parra -ese último<br />
‘un patriota notable, fue Presidente de la República de Colombia’-.<br />
Quedó debidamente impresionada por la energía<br />
del general Reyes:<br />
‘6 de marzo de 1906: Fusilaron en Bogotá a cuatros señores<br />
que habían ido a atacar al Gral. Rafael Reyes, Presidente.’<br />
Y también por las ceremonias del Centenario:<br />
’20 de julio de 1910: Misa solemne y Te Deum Laudamos.<br />
Paseo cívico con los colegios y las escuelas cantando<br />
el Himno Nacional, música, discurso y versos. Colocación<br />
de coronas a los proceres de la Independencia. Por la noche<br />
Teatro, representada la pieza a la muerte del Sabio<br />
Caldas y la valerosa Pola.’<br />
Con toda su sencillez, por toda su sencillez, me parece<br />
un documento muy valioso. La autora no era tal vez del<br />
‘puro pueblo’ -los meros hechos de vivir en las cabecera<br />
municipal, de saber leer y escribir, y de ser propietaria de<br />
una venta de dulces y una máquina de coser, le pone un<br />
poco más arriba en la escala-. Pero era una persona humilde,<br />
sin ninguna pretensión, por lo menos muy cerca del<br />
‘puro pueblo’ en su vida diaria, y muy poca gente tan humilde<br />
ha dejado testimonio de sus creencias y de sus expe-
2 8 0 I MALCOl.M DEAS<br />
riencias políticas. Sabía lo que pasaba, a nivel nacional así<br />
como en su provincia, y tenía sus principios. Su diario es<br />
buena evidencia, por ejemplo, de las limitaciones del poder<br />
político de la Iglesia, aun sobre los creyentes y las beatas.<br />
Su pequeño cuaderno de notas contradice las aseveraciones<br />
de más de un olímpico historiador.<br />
Su lectura me ha sugerido otra pregunta: ¿hasta dónde<br />
influía la política, la filiación partidista, en esos matrimonios<br />
de Suaita y sus alrededores, que tanto ocupaban la<br />
atención de la autora? ¿Cuánta endogamia había entre los<br />
fieles de un partido, cuánta exogamia? No tenemos ningún<br />
estudio sobre este tema. Recuerdo evidencias fragmentarias<br />
de la influencia que tuvo la política en la vida social de<br />
las clases acomodadas: una de las hijas del inglés Guillermo<br />
Wills, gran simpatizante de la causa liberal a mediados<br />
del sigo pasado, se casó con un joven conservador, y Wills<br />
menciona en una carta que por eso poco trato tuvo con su<br />
yerno y su familia. Muchos lectores deben recordar las<br />
consecuencias en la vida social de la política en las décadas<br />
de 1940 y 1950.<br />
Volviendo sobre la autora del diario, en su sencillez<br />
también registró los largos meses y años en que no pasó<br />
absolutamente nada, excepto los pequeños y repetitivos<br />
asuntos de familiares y amigas que constituye la parte principal<br />
de su diario. De vez en cuando la política ocupó su<br />
atención con mucha intensidad -sin duda tuvo cierta motivación<br />
política al constatar los crímenes del enemigopero<br />
la intensidad vino muy de vez en cuando.<br />
De esa observación surge otra pregunta sobre la vida<br />
política cotidiana. Hemos argumentado que sí hubo manifestaciones<br />
de la vida política nacional en muchas partes<br />
-todavía nos falta especular sobre la política local en sus<br />
aspectos diarios- y que la sociedad colombiana en su estructura<br />
racial y social fue particularmente permeable a la
La política en la vida cotidiana republicana | 281<br />
política, sin que los resultados Rieran siempre pacíficos o<br />
siempre agradables. No hemos especulado sobre la frecuencia<br />
de esa política.<br />
Es curioso que la señora Duran no diga nada sobre<br />
elecciones.<br />
Aunque sin duda las hubo, y muchas, en Suaita, en los<br />
cuarenta años que sus apuntes cubren, no las menciona ni<br />
una vez. No es ella un instrumento que las registre. No<br />
afectan su curiosidad o su sensibilidad política, tal vez por<br />
ser demasiado cotidianas: no le parecen eventos dignos de<br />
ser recordados.<br />
Se debe escribir una nueva historia electoral del país<br />
que las examine y las someta a escrutinio, no sólo como<br />
monto de votaciones o resultados, sino como acontecimientos,<br />
como procesos. Otra vez, la evidencia sobre<br />
cómo se hacían, quiénes participaban, qué significaban en<br />
la vida diaria, no es muy completa ni muy sistemática. No<br />
se ha establecido su complicado calendario en la historia<br />
del país, ni sus variantes a través del tiempo. No se trata de<br />
la historia de un sufragio que paulatinamente se extiende<br />
más y más: el proceso no es tan regular ni ininterrumpido.<br />
En ciertas etapas del siglo pasado hubo sufragio universal<br />
masculino; después de 1886 se restringió, aunque debe<br />
recordarse que siempre se mantuvo para elecciones de<br />
concejales y diputados de las asambleas departamentales,<br />
y que por esa última vía influyó en las elecciones indirectas<br />
para el Congreso Nacional. Bajo la Constitución de Rionegro<br />
hubo bastante variedad en las prácticas de los distintos<br />
‘estados soberanos’.<br />
Es un lugar común llamar la atención sobre sus abusos<br />
y sus fraudes. Es también una tentación, porque muchos<br />
de estos eventos son pintorescos o folclóricos, y no falta,<br />
aunque tampoco abunda, la literatura costumbrista. Pero
282 | MALCOLM DKAS<br />
hay mucho más que debiera estar consignado en la historia<br />
electoral que un relato sencillo de abusos y fraudes.<br />
Hay que reconocer que en Colombia las elecciones<br />
fueron inevitables, que nunca se pudo gobernar al país largo<br />
tiempo sin ese expediente, y que nunca ningún partido<br />
o facción logró establecer una hegemonía duradera ni cerrada.<br />
Hay que reconocer también que para un gobierno,<br />
el ideal siempre fiie que hubiera la presencia de una oposición:<br />
que ganara el gobierno, sí, pero con la presencia<br />
legitimadora de una oposición. (Reconocemos, de una vez,<br />
que en estas observaciones estamos hablando de elecciones<br />
en su conjunto y no de lo que pasa en cada aldea del<br />
país.) Un sistema demasiado hermético, como el llamado<br />
sapismo del Dr. Ramón Gómez en Cundinamarca en la era<br />
radical, que brindaba notorias garantías a los gobernantes<br />
en la factura de las elecciones, al mismo tiempo no producía<br />
la apetecida legitimidad, y el gobierno corría entonces<br />
el riesgo de una abstención o de una revuelta. Como los<br />
políticos colombianos todavía saben, a veces la abstención<br />
es un arma poderosa en contra de un gobierno. Sin embargo,<br />
una oposición que abusa de esa arma corre el riesgo de<br />
perder bríos y poder de negociación.<br />
Los argumentos se encuentran muy bien resumidos<br />
por el político caucano César Conto en el periódico de<br />
oposición E l D ía: se opuso a la abstención por muchas razones:<br />
si uno se abstiene hoy, ¿entonces cuándo es bueno<br />
luchar?; con el paso del tiempo, los gobiernos sin oposición<br />
se consolidan; existe el riesgo de que reclamen el consentimiento<br />
tácito; van a decir que la oposición se abstiene<br />
porque sabe que es minoría; van a decir que si hubieran<br />
tenido una votación limpia; la vida es lucha, y la vida de<br />
cualquier partido debe ser acción, acción y más acción; la<br />
protesta muda es ridicula; ‘algo se ha de ganar en las elecciones,<br />
si no para la cámara de representantes, sí para las
La política en la vida cotidiana republicana<br />
Reunión de personajes ilustres. A lfre d o G reñ as.<br />
M useo N acion al.<br />
A n u n cio de la candidatura<br />
presiden cial de Ju liá n T ru jillo y<br />
sus adhesiones.<br />
Im p reso .<br />
El Elector Popular. N ° 6. B o gotá.<br />
A g o sto io de 18 7 7 .<br />
B ib lio te ca L u is -Á n g e l A ra n g o .<br />
R o llo 602.
T e x to político.<br />
Im p reso .<br />
El Sufragante. N ° I . C artagen a.<br />
D iciem b re 2 1 de 18 4 8 .<br />
B ib lio teca L u is -A n g e l A ra n g o .<br />
R o llo 1 18 5 .<br />
ei<br />
s u r i ü m i<br />
I o — Cartajena Dtc*ctkbre 71 d t l *'**' M u i<br />
P ersonajes de la vida nacional.<br />
Jo sé G a b rie l T a tis.<br />
P in tura. 18 5 3 .<br />
A lb u m de ensayos de dibujos.<br />
M u se o -N acio n al N ° 6 4 3 .14 .<br />
No hii remedio: el debet que )|Cne<br />
iu pobie eiudadanc «je dar iu<br />
vote en Ja .parroquia donde vivo, para<br />
que otiiia hagan i dediagaa 1 ae<br />
di^itiíAE la p iw , lo arriitrn ■] ninremjmciiHi<br />
do la política iin aabef comí),<br />
i pajera o na qnjfrn<br />
Ta na ■■ut! * junUi, na Jtúce<br />
papeletea, no compré ni vendí vctoi ¡.<br />
laron i algurwi* ilíipuls» que l)iv^( *¡<br />
ota q»f al priocí^íq croi do¡ tu<br />
vicia atia cu flaquencia que lo ■ cinlu<br />
roo Jelteto i loa hrjnd'a fe 'e« qua<br />
ie creyeren víncetjcrw, Icrn» >ei<br />
uo de aquella<br />
otrp cuwllor^ idéntica<br />
quí tan literal j profranvnnmit<br />
iw a, paiai eo SjjpiíoiQ*, 1 c^H*\eipi,<br />
vjudaa, T huérfanos i ai^lc, i ¿e«-<br />
yo en fita en naca rae he metido ti-, truedon, i ruina, i ^faljerroa, ¡ pci,<br />
10 hablar en loa CCtlillo* i d*> mcociodoi, i mmluiietit'a. . . .<br />
mi 10L}, cflln'lllo en aquel Iraocq , ¡OÚM Santo, aerá posible í 1 I aa<br />
lne rieafloa . á^.qu* rae molieran Iu innrta que haré 1—Irjn* para el ayinrna<br />
tilín iguajjo* ciudadanna de £» tü ra eiponertiH a qye m* '■oíaDikm<br />
ifqta qqe lab ran p iM lc poi alG o'ro* aitiadorni i me pctigjtn ¿k aojado
La política en la vida cotidiana republicana | 283<br />
asambleas departamentales, o para los consejos municipales.<br />
No es posible sofocar por completo la voz de un partido<br />
numeroso y fuerte ... pero si tal sucede, a fuerza de<br />
combinaciones indebidas y tropiezas, es mejor poner a los<br />
adversarios en el caso de cometer esas tropiezas que dejarlos<br />
disponer a sus anchas de la suerte del país.’ Y más honroso<br />
sucumbir combatiendo que dejarse vencer sin lucha.<br />
La mayoría de los políticos colombianos de todos los<br />
partidos han seguido los consejos de Conto. Recordemos<br />
también que las combinaciones indebidas y ‘tropiezas’ se<br />
cometieron muy especialmente en provincia. El general<br />
Daniel Aldana resumió la sabiduría común sobre eso en<br />
una entrevista un poco antes de la guerra de los Mil Días:<br />
Las sanciones que coadyuvan a lo legal no tienen suficiente<br />
eficacia en las aldeas; las altas autoridades y los centros<br />
directivos de los partidos no oyen las quejas de los perseguidos.<br />
Recuerdo, y esto hace ya bastante tiempo, que cierto<br />
hombre público, en una época eleccionaria, contestó a un<br />
agente suyo que se quejaba de la oposición que encontraba en<br />
los pueblos: “Apriete la cincha que aquí no se oye".<br />
Todas esas consideraciones, inclusive las múltiples<br />
oportunidades para fraude y coacción, hacían de Colombia<br />
tierra de elecciones, y hay muchos indicios de que la<br />
participación frecuentemente sobrepasó los límites del sufragio<br />
oficial. Existen muchos modos de participar en una<br />
elección: la participación no se restringe al voto.<br />
Esta es otra singularidad colombiana. Tengo la impresión<br />
de que su historia electoral es más continua, rica y<br />
complicada que la de sus vecinos. Rómulo Betancourt<br />
cuenta en sus memorias cómo los venezolanos, al terminar<br />
el largo período de elecciones poco frecuentes y hechas<br />
completamente a dedo de la dictadura de Juan Vicente
2 8 4 | MALCOI,M OF.AS<br />
Gómez, habían olvidado todas las artes necesarias para<br />
ganarlas de manera un poco más abierta, y cómo el gobierno<br />
del general López Contreras, su sobrio y cuidadoso sucesor,<br />
tuvo que acudir a Colombia, al departamento de<br />
Santander, en la frase de Betancourt ‘la universidad electorera<br />
de Colombia’, para conseguir unos expertos en la<br />
materia. Prestaron buen servicio, y señalaron que siempre<br />
era aconsejable ganar con las dos terceras partes de la votación,<br />
para minimizar el chance de perder la próxima vez.<br />
Eduardo Rodríguez Piñeres en su Por tierras hermanas,<br />
agudo libro de impresiones de viaje que publicó en 19 18<br />
después de servir como miembro de la comisión de límites<br />
con el Ecuador, describe las elecciones presidenciales de<br />
ese año en Pasto: muchas cintas azules, ardides, coacciones,<br />
intentos frustrados de los frailes capuchinos por manipular<br />
los votos de los indios de las comunidades cercanas,<br />
votos del ejército y de las comunidades religiosas. En<br />
suma, una escena de mucho movimiento, de facciones en<br />
fuerte lucha, de retórica subida, ocurriendo todo en lo que<br />
el autor veía, a pesar de su gran simpatía con los pastusos,<br />
como una de las regiones política y socialmente más atrasadas<br />
del país. Participación, si quiere.<br />
Poco tiempo después, -sigue su relato-, presencié en<br />
Tulcán las elecciones para diputados a la Cámara ecuatoriana.<br />
Nadie se acercó a las urnas a depositar un voto<br />
independiente. Las elecciones ecuatorianas las hace el G o<br />
bierno. En la pasada Cámara no había un solo conservador<br />
y para la actual se eligieron dos por el mismo Gobierno.<br />
Refiero esto para que se vea que, con todas sus deficiencias,<br />
Colombia marcha a la vanguardia de los países suramericanos<br />
en materia de progreso político y que, aunque<br />
pobre y con otros defectos, ha sabido organizar el Gobierno<br />
civil y matar las aspiraciones dominadoras de la arbitrariedad<br />
y del machete, de que hoy se esfuerza en sustraerse
I m política a i la vida cotidiana republicana | 285<br />
el muy digno Presidente ecuatoriano, aún aprisionado por<br />
sus redes.<br />
Cuando se hizo el escrutinio en Tulcán, jugábamos tresillo<br />
con el Gobernador de la Provincia y al acabar una<br />
partida dijo él que no había robado ningún triunfo. Inmediatamente<br />
don Gualberto Pérez le dijo: “¿Y el de las elecciones?”<br />
No es necesario compartir el optimismo del autor, ni<br />
su pequeña vanidad de ser colombiano de vanguardia,<br />
para reconocer el contraste.<br />
Iva figura del político desde los albores de la república<br />
lia sido harto conocido por los colombianos. Parte de la<br />
esencia del cacique o gamonal -términos ya un poco anticuados,<br />
por lo menos el primero no fue siempre despectivo-,<br />
clieiitelista, en el vocabulario actual, es estar presente,<br />
accesible. El oficio requiere constante vigilancia y aplicación,<br />
precisamente para resolver lo cotidiano. Aunque<br />
existen cacicazgos mantenidos desde lejos, a distancia, son<br />
pocos.<br />
La historia de la república también contiene ejemplos<br />
de políticos de más alto vuelo propensos a hacerse conocer.<br />
Mosquera se muestra en su correspondencia asiduo en<br />
el arreglo anticipado de recepciones populares, con piquetes<br />
y cohetes. Obando, de regreso de su exilio a fines de la<br />
década de 1840, hizo giras electorales por la costa Atlántica<br />
para promover su candidatura presidencial. En el siglo<br />
pasado todavía hubo casos de inmovilidad sabanera notoria<br />
-Caro, Marroquín - pero la gira política iba implantándose.<br />
El mismo Rodríguez Piñeres anotó el siguiente bello<br />
ejemplo de política peregrina en la persona del general<br />
Reyes, viejo, hace tiempos fuera del poder, viajando en el<br />
Ferrocarril del Cauca, pero con todos sus instintos políticos<br />
en plena acción:
286 | MAI.COI,M DEAS<br />
Otro de los dones con que dotó Dios al General y que ha<br />
sido otra de sus fuerzas, es su prodigiosa memoria, que le permite<br />
recordar en cualquier momento la fisonomía, el nombre<br />
y el apellido de cualquiera persona que haya conocido, aun<br />
cuando sea por corto tiempo, de manera de poder contestarle<br />
su saludo a un peón que en otro tiempo estuvo en alguno de<br />
los batallones de su mando diciéndole: “Adiós, cabo Meneses,<br />
cómo te peleaste de bien en Enciso”. Cuando íbamos en el<br />
Ferrocarril se paró el tren frente a un caserío de negros, y<br />
como al salir de la plataforma el General viera a uno de ellos,<br />
entabló con él este diálogo:<br />
-Hola, ¿dónde está Pedro Lurido? (Un negro que había<br />
hecho campaña con el General en 1885).<br />
-Vive todavía aquí, pero está de muerte.<br />
-Hombre, llévale esto de mi parte (cinco billetes de a $ 1).<br />
¿Sabes quién soy yo?<br />
-Pues el General Reyes.<br />
-N o, el cabo Reyes. (Reminiscencia del napoleónico petit<br />
caporal).<br />
Momentos después volvió el negro con la noticia de que<br />
Pedro Lurido acababa de expirar, y que los $5 del General<br />
habrían de servir para el entierro.<br />
¿Cuántos pájaros mató el General con esa pedrada tan a<br />
tiempo?<br />
Siempre hubo personas en campaña política perpetua,<br />
y Reyes sin duda fue una de ellas.<br />
Surgen entonces otras preguntas difíciles de responder,<br />
pero que deben plantearse. ¿Cuántos políticos hubo? ¿Hay<br />
algo singular en la propensión colombiana de hacer tanta<br />
política? ¿Existe en Colombia más afición, o más aficionados?<br />
Afición no faltaba nunca. La historia del país lo muestra<br />
bajo varias formas, muchas todavía sin estudiar.
La política en la vida cotidiana republicana | 287<br />
Siempre hubo las barras, en congresos, asambleas y<br />
aun en tribunales y en las mesas electorales. A ojos de un<br />
anglosajón, esos turbulentos y poco reprimidos espectadores<br />
aparecen como un flagrante abuso de la democracia,<br />
pero por muchos años hicieron parte indispensable de la<br />
escena política del país. Acortaron aun más la poca distancia<br />
entre el pueblo y sus gobernantes, una distancia que<br />
nunca ha sido grande.<br />
Colombia, a pesar de toda la desigualdad en las fortunas,<br />
nunca ha sido un país de grandes distancias sociales,<br />
en parte porque por tanto tiempo hubo tan pocas fortunas<br />
grandes. El lector debe pensar en el contraste con el Perú,<br />
Lima sí tenía su barrio de palacios, o con México, o de<br />
maneras distinta con Chile. En política, esta pequeña distancia<br />
social se expresa en la persistente sencillez de sus<br />
‘costumbres republicanas’. Dada su falta de protocolo<br />
complicado, debe ser uno de los países más republicanos<br />
del mundo.<br />
La afición a la política se ve en otro fenómeno, el político<br />
ocasional, o transitorio, o amateur. Me parece que pasar<br />
por una etapa de vida pública o burocrática es muy<br />
frecuente entre los colombianos que han alcanzado un nivel<br />
mínimo de educación y de bienestar. La ambición de<br />
figurar de manera permanente exige una dedicación completa,<br />
pero aún hoy las ambiciones permanentes no ejercen<br />
monopolio, no hay una profesionalización que haya<br />
establecido una clara división entre los políticos y los demás,<br />
y nunca la ha habido. Muchísimas vidas han tenido<br />
su episodio político.<br />
Tratándose de personajes tan comunes, tan familiares,<br />
es sorprendente que, con la excepción de las grandes<br />
figuras, los políticos se recuerden tan poco en la historia<br />
del país. Se escabullen, como se escabullen las elecciones<br />
de las anotaciones vitales de la señora Duran. Todos los
288 | MALCOLM DEAS<br />
han conocido, pero a casi nadie le ha parecido que valdría<br />
la pena dejar un testimonio de sus vidas para la posteridad.<br />
Escasas son las excepciones, entre literatos o entre políticos.<br />
Me vienen a la mente Vergara y Vergara, ya citado,<br />
vigoroso caricaturista; Pedro Juan Navarro, que se deja ver<br />
por lo menos a sí mismo en su Parlamento en pijam a de<br />
la década de 1920. Recuerdo también a Darío Achurry<br />
Valenzuela, autor en su juventud de un muy divertido<br />
opúsculo Caciques boyacenses, aunque de viejo me confesó<br />
que nunca había conocido ni a uno de sus personajes y que<br />
lo escribió sin ir ni una vez a Boyacá.<br />
La mayoría de los que escriben memorias de sus carreras<br />
públicas olvidan mencionar, mucho menos agradecer,<br />
a los manzanillos y a los caciques y los políticos comunes y<br />
corrientes, a quienes todos han conocido y a quienes muy<br />
pocos no les deben mucho: politiqueros.<br />
Manzanillos, caciques, tinterillos, politiqueros, si están<br />
afiliados al otro bando. Fieles trabajadores del partido, o<br />
fuerzas vivas de la localidad, si están del lado de uno.<br />
La literatura sobre el manzanillo, el 'go-between o ‘chino<br />
de los mandados’ de los políticos, el tejedor esencial de<br />
la red de compromisos es particularmente escasa. Sospecho<br />
que tal oficio formaba parte del aprendizaje en la carrera<br />
de muchos políticos que después lograron llegar a<br />
mayores alturas. Había la tradición de que tocaba empezar<br />
‘cargando leña’, así. Algunos seguían cargando leña toda la<br />
vida.<br />
A veces, raras veces, encuentra uno en la literatura de<br />
memorias esbozos de estas personas de la política modesta;<br />
hasta tal punto que se pregunte uno hasta dónde conoce,<br />
hasta dónde puede ponderar la realidad de las bases, de<br />
los 1grass roots', de los sistemas políticos de antaño.<br />
Aquí va una muestra. Se encuentra en el librito del<br />
conservador valluno Manuel Sinisterra, Recuerdos de ¡agüe-
La política en la vida cotidiana republicana | 289<br />
ira de i8 g$ en Tidttá. El autor cuenta cómo buscaba un<br />
nuevo alcalde para Tuluá:<br />
Muchísimos amigos me indicaron que nombrara alcalde<br />
al negro Joaquín Sánchez, a quien no conocía. Todos me aseguraban<br />
que sería el mejor alcalde para tiempo de revolución,<br />
aun cuando no sabía leer ni escribir.<br />
M e parecía raro que un individuo analfabeto pudiera servir<br />
para alcalde, pero me hicieron saber que ya en otras ocasiones<br />
había desempeñado el puesto y que en tiempo de<br />
revolución todo se puede. Resolví, por tanto, mandar a llamarlo<br />
y le hice el nombramiento.<br />
El negro Joaquín era vivísimo. Usaba un sello de caucho<br />
para firmar y conocía el código de policía “al tacto”. Cuando<br />
se presentaba algún asunto de policía, abría el código, buscaba<br />
la disposición que necesitaba aplicar y decía al secretario,<br />
señalándole la página:<br />
“Aquí está eso.”<br />
I x) más curioso es que, aunque parezca imposible, jamás<br />
se equivocaba.<br />
Otro aficionado.<br />
Ya hemos citado una corta frase del ensayista Manuel<br />
Serrano Blanco, de su libro de hace ya casi medio siglo,<br />
Las viñas del odio. Fue un observador fino de su tierra<br />
santandereana, y no hallo mejor manera de concluir que<br />
cuatro párrafos de su texto:<br />
Para el colombiano es una necesidad primordial la política.<br />
Desde el primer ciudadano hasta el último mendigo, todos<br />
se ocupan y preocupan de la política. En el sentido activo o<br />
en el sentido pasivo, en la beligerancia o en el comentario, en<br />
la especulación o en la idealización. Es un arte que los unos<br />
llevan con diletantismo y los otros con intrepidez y estriden-
29O | MALCOLM DEAS<br />
cía pero todos caen en ese pozo sin fondo y todos se solazan<br />
en él.<br />
Y ello depende del atraso de nuestra cultura y del ambiente<br />
escueto y somero en que nos ha tocado vivir. L o mismo<br />
en la capital de la república y en las ciudades de primera<br />
categoría que en el burgo lejano y perdido. Gentes que parecen<br />
seguir la escuela antigua de aquellos ociosos de la baja latinidad,<br />
que discutían en el agora, parlaban en la academia,<br />
dialogaban bajo los pórticos sobre los temas inagotables de<br />
los sucesos públicos, como si fueran el motivo predilecto de<br />
toda otra ocupación lícita y elegante.<br />
Y es que entre nosotros el ciudadano, sin distinción de<br />
clases ni jerarquías, tiene que dedicarse a este ajetreo politiquero,<br />
porque de él depende en mucha parte su vida y su<br />
tranquilidad. Según sea el triunfo o el fracaso de sus viejos<br />
ideales y de sus viejos mitos, serán calificados sus tributos,<br />
orientada su educación, resguardado su hogar, preconizada su<br />
libertad, protegida su honra, fomentada su propiedad. El amplio<br />
o el pequeño círculo en que se mueve estará necesariamente<br />
influido por el triunfo o el fracaso de lo que cada cual<br />
cree que es el ideario político de sus inclinaciones, de sus convicciones<br />
o de sus opiniones ...<br />
Entre nosotros ... ningún ciudadano puede huir de las<br />
preocupaciones políticas, porque será víctima de su propio<br />
olvido. Ése es su principal problema, su primera preocupación<br />
y también su única diversión.
Guerras civiles y vida cotidiana<br />
CARLOS EDUARDO<br />
JA R A M IL L O C A S T IL L O<br />
T Pocar el tema de la vida cotidiana en nuestros conflictos<br />
civiles, es casi lo mismo que hablar de la vida diaria del siglo<br />
xix, ya que las confrontaciones, grandes y pequeñas,<br />
entre colombianos, fueron tan frecuentes que, mal contadas<br />
y dejando de lado la guerra de Independencia, se suceden<br />
en un promedio de más de una por año.<br />
Así es que la pólvora y el ruido de sables y machetes<br />
fue la música de fondo que orquestó la vida colombiana<br />
del siglo xix. De ella sólo lograron escaparse los inmensos<br />
y despoblados territorios de selva y llano que sirvieron de<br />
madriguera a los vencidos.<br />
L a guerra y la vida urbana<br />
Salvo muy escasas excepciones en los conflictos mayores1,<br />
y por cortos períodos, las ciudades estuvieron en poder, no<br />
digamos de la legitimidad, sino de quienes poseían el poi.<br />
Hay que entender que la magnitud de las confrontaciones de<br />
este siglo comprende, casi pudiéramos decir, toda la gama posible de<br />
este tipo de fenómenos. Los hay desde aquellos que no salen de los límites<br />
municipales y que pueden considerarse como escaramuzas, hasta<br />
aquellos que involucran a la república entera y la desangran hasta la<br />
anemia.
292 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
der institucional. Los insurrectos, o quienes se pronunciaban<br />
contra el Gobierno,2 por el hecho de hallarse casi<br />
siempre en desventaja militar, optaban por la guerra irregular,<br />
para lo cual organizaban partidas de guerrilleros que<br />
operaban en zonas rurales. Eso sí, pretendiendo siempre<br />
tomarse las ciudades.<br />
Los centros urbanos asumían entonces el carácter de<br />
un campamento, donde los aprestos bélicos, los toques de<br />
corneta y los desórdenes de una soldadesca indisciplinada,<br />
imponían su carácter. Eran en últimas los lugares donde se<br />
decidían las confrontaciones, no sólo porque allí reposaban<br />
las cabezas estratégicas, sino porque nadie podía pretender<br />
una victoria definitiva dejando de lado las zonas<br />
urbanas.<br />
Allí, las amenazas de ataques de la guerrilla eran constantes<br />
y los rumores iban y venían con una reiteración tal,<br />
que a veces llegaban a adormilar a sus defensores.<br />
Los pobladores urbanos vivían en permanente desasosiego,<br />
que por otra parte no era gratuito, ya que cuando<br />
una población era tomada, los vencedores premiaban a sus<br />
hombres con un número de horas para el saqueo, período<br />
que se ampliaba o reducía a juicio del jefe victorioso y en<br />
relación con las vicisitudes vividas durante el combate. La<br />
mayoría de las veces estos actos se adornaban con violaciones,<br />
asesinatos en estado de indefensión y otras brutalidades<br />
derivadas del ingenio popular.<br />
El hecho de pertenecer al mismo bando de los vencedores,<br />
no siempre era razón para evitar las tropelías ni para<br />
calmar las aprensiones de los pobladores, pues el abuso del<br />
alcohol entre las tropas imposibilitaba ver las distinciones.<br />
2. Fue corriente durante el siglo xix, que quienes se alzaban contra<br />
el Gobierno lo hiciesen en acto público, casi siempre con un pronunciamiento<br />
que se efectuaba en la plaza principal.
Guerras civiles y vida cotidiana | 293<br />
En todas las poblaciones había un número apreciable<br />
de civiles que durante los combates en ellas o en sus aledaños,<br />
marchaban a la retaguardia de las tropas haciendo el<br />
papel de las aves carroñeras. Cayendo sobre heridos y<br />
muertos para despojarlos de sus pertenencias, los remataban<br />
con saña cuando alguno daba muestras de vida. La<br />
mayoría de estas personas eran gentes humildes que hacían<br />
de la contienda un motivo de fiesta, e impulsados por<br />
el alcohol se reunían en pandillas brutalizadas que recibían<br />
el nombre decoroso de los Cívicos. Sus jefes, casi todos con<br />
oficio conocido, eran personajes amargos y siniestros que<br />
vivían escarbando entre los desperdicios de la guerra, para<br />
darle curso a sus pasiones.<br />
Un ejemplo ilustrativo de la actuación de estos Cívicos,<br />
aconteció en la ciudad de Ibagué durante un intento de<br />
toma por parte de las fuerzas que comandaba el general<br />
Tulio Varón.<br />
En esta ocasión, el general Varón, envalentonado por<br />
el efecto de unas tinajas de aguardiente de olla? que había<br />
encontrado en una finca en las afueras de la ciudad, terminó<br />
solo, recostado a una pared, agonizante, con los pulmones<br />
repletos de sangre. Un tiro de fúsil Gras, disparado<br />
desde la ventana de una casa vecina, había dado con el general<br />
a descubierto, tratando de impulsar a sus compañeros<br />
para que continuaran avanzando hacia el centro de la<br />
ciudad. Hasta allí, donde el general Varón se escurría sin<br />
fuerzas contra la pared hasta caer al empedrado de la calle,<br />
llegó un grupo de Cívicos al mando de un indígena de<br />
Coyaima que oficiaba como cantor de iglesia y en sus horas<br />
de ocio se dedicaba a las colmenas. Alpargatas y ruanas<br />
3. F,1 aguardiente de olla era licor casero que. para su producción,<br />
no requería del proceso de destilación, y se denominaba así por el recipiente<br />
que normalmente servía para su elaboración.
2 9 4 I CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
se arremolinaron en torno al general que agonizaba, haciendo<br />
débiles señas a sus victimarios para pedir clemencia,<br />
en tanto que sus ojos se dilataban ya para mirar la<br />
muerte. Nada valió, ni los gestos del moribundo ni los ruegos<br />
de una humilde lavandera que clamaba porque lo dejaran<br />
morir en paz. Los Cívicos ensayaron en el cuerpo del<br />
general todas las infamias. Luego, después de matarlo muchas<br />
veces y de mutilar su cuerpo, lo tiraron en el zaguán<br />
de su casa convertido en desperdicio, para que la viuda y<br />
sus hijos pudieran llorarlo de cuerpo presente.<br />
E l reclutamiento<br />
El reclutamiento o levas, como se denominaba el enrolamiento<br />
de gentes, era tal vez uno de los fenómenos que<br />
más rechazo y pánico despertaba entre las gentes. Los hogares<br />
se estremecían tanto con el aviso de una leva, como<br />
con la noticia de una epidemia de fiebre amarilla, viruela o<br />
tifo negro.<br />
Las urgencias de las guerras hicieron corriente el reclutamiento<br />
inmediato, sin que pudiera mediar muchas veces<br />
un aviso a sus familiares. La lista de los reclutados llegaba a<br />
los hogares pasando de boca en boca y basándose en testimonios<br />
de los lugareños. En este procedimiento fue común<br />
que quienes reclutaban no hicieran preguntas, razón<br />
por la cual niños, enfermos, incapacitados, viciosos y dementes<br />
llegaron a las trincheras. La gentes se iban con lo<br />
que tenían puesto, y sólo si contaban con suerte podían<br />
dar aviso a su familia. Cuando el reclutamiento sucedía en<br />
despoblado, la gente simplemente desaparecía, condenando<br />
a sus familiares a rezar el novenario y a buscarlos entre<br />
los muertos de todos los días.<br />
Por lo general las fuerzas en contienda fueron poco<br />
cuidadosas en la selección política y en el respeto a las normas<br />
vigentes4 sobre reclutamiento y conscripción militar.
Guerras civiles y vida cotidiana | 295<br />
En cuanto a lo primero, pasados los respetos con que<br />
se inauguraban las guerras, se terminaba arrastrando a los<br />
campamentos a todos los hombres que se tuviera a mano,<br />
sin importar su filiación política. En cuanto a lo segundo,<br />
no valían las edades ni la condición. Los niños no sólo<br />
eran reclutados sino que se les trataba con igual dureza<br />
que a los mayores; sólo por su estatura y fragilidad, había<br />
algunas concesiones particulares, como utilizarlos de estafetas,<br />
músicos o cornetas, o dedicarlos al servicio personal<br />
de los oficiales. Sin embargo, en momentos en que la necesidad<br />
lo imponía, los formaban en rangos y los ponían a<br />
combatir como cualquier adulto. En el combate de Palonegro5,<br />
durante la llamada guerra de los Mil Días, fueron<br />
aniquilados varios batallones conformados por niños santandereanos.<br />
Sobra indicar que la mayoría de estos reclutamientos<br />
eran forzosos, siendo la modalidad más frecuente la del<br />
encierro, que no era cosa distinta a cerrar todas las salidas<br />
de las plazas en los días de mercado, y mandar a los cuarteles<br />
a todos los hombres que requiriera la fuerza. La frecuencia<br />
de esta práctica llevó, incluso, a que por épocas los<br />
mercados desaparecieran de algunos pueblos, o que a ellos<br />
solamente concurrieran mujeres y niños. La otra práctica<br />
de reclutamiento fue la del menudeo, consistente en ir<br />
reclutando a todos los hombres que la tropa encontraba en<br />
su camino. De ahí que, cuando sonaba el cuerno, un campesino<br />
que daba la alarma sobre la presencia de tropas en<br />
la zona, caminos y casas quedaban despoblados, y las gentes<br />
se agazapaban en el monte hasta que pasara el huracán.<br />
4. Aunque las normas tuvieron variaciones a lo largo del siglo, podemos<br />
decir que lo dispuesto para los tiempos de guerra eran las edades<br />
comprendidas entre los 16 y los 62 años y los volúmenes se tasaban<br />
en una quinta parte del rango constituido por las edades establecidas.<br />
5. Se inicia el 1 1 y concluye el 26 de mayo de 1900.
2 9 6 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
Tan común fue la utilización del reclutamiento forzoso<br />
y el rechazo que éste suscitaba entre las gentes, que el propio<br />
Simón Bolívar debió expedir órdenes especiales para la<br />
conducción y manejo de estas personas, tal y como consta<br />
en la orden enviada a sus oficiales el 2 de enero de 1822:<br />
La recluta debe conducirse a este Cuartel General Libertador<br />
con una vigilancia, cuidado y seguridad sin ejemplar;<br />
porque la experiencia ha manifestado que los reclutas aprovechan<br />
el menor momento, la menor falta, el más pequeño descuido<br />
para fiigarse; así es que debe ser conducida con buena<br />
escolta, bien atada y encargados los conductores de examinar,<br />
a cortas distancias, las ataduras, los bolsillos y el cuerpo del<br />
recluta, para saber si tienen cuchillos, navajas o cualquier otro<br />
instrumento con qué romper las ligaduras. (Boletín Militar;<br />
1900: 104-107).<br />
En las ciudades y en los pueblos grandes el reclutamiento<br />
indiscriminado no era muy frecuente. Se limitaba<br />
en la mayoría de los casos a las gentes de fuera y de sectores<br />
populares que llegaban allí ya sea huyendo de la guerra,<br />
para celebrar fiestas patronales o en razón de negocios<br />
como ocurría los días de mercado.<br />
Las gentes pudientes del bando contrario pagaban tributos<br />
que las autoridades locales tasaban a su amaño, según<br />
el inventario que hicieran de sus riquezas o de acuerdo<br />
a las urgencias de la guerra. El resto de los hombres, aquellos<br />
que no tenían fortuna para pagar el delito de pertenecer<br />
al bando contrario, trataban de hacerse lo menos<br />
notorios, obligando a las mujeres a asumir funciones económicas<br />
y sociales poco tradicionales en la sociedad del<br />
siglo XIX.<br />
Las deserciones y la falta de entusiasmo entre los candidatos<br />
a marchar a los campos de batalla, terminó hacien
do común la práctica de meter en las filas del bando propio<br />
a los prisioneros del contrario. Por esta vía, no fueron<br />
pocas las calamidades que se ocasionaron, una de ellas fue<br />
el asesinato de todos los oficiales del vapor Venezuela, en<br />
las aguas del río Magdalena, por parte de los soldados liberales<br />
metidos a la fuerza en los batallones conservadores<br />
M arroquí» y Sasaima.<br />
Para controlar el elevado volumen de deserciones, se<br />
hizo indispensable que las tropas de infantería fueran<br />
acompañadas, en todos sus desplazamientos, por hombres<br />
de a caballo, que con su altura y velocidad podían conjurar<br />
fácilmente los intentos de evasión. Pero ni los caballos ni<br />
los azotes con varas de rosa, casi siempre de efectos mortales,<br />
con los que se trataba de conjurar las deserciones,<br />
fueron suficientes para quitarle a este fenómeno el carácter<br />
de epidemia.<br />
L a vida en campaña<br />
Guerras civiles y vida cotidiana | 297<br />
Dada la multiplicidad de conflictos armados vividos en<br />
este siglo, podemos decir que la vida cotidiana de la nación<br />
transcurrió más de la mitad de su tiempo inmersa en una<br />
campaña militar. Todo giraba pues, en torno a las culatas<br />
de los fusiles.<br />
Aunque ya desde 1848 se habían realizado intentos por<br />
dotar al país de un centro de formación militar permanente<br />
que permitiera constituir un ejército profesional, el siglo<br />
xix concluyó sin que se hubiera logrado pasar de algunos<br />
intentos esporádicos.<br />
La falta de un ejército profesional y el carácter civil de<br />
las contiendas, hicieron que necesariamente toda la sociedad<br />
se viera involucrada en las campañas. La precariedad<br />
íntegra de los bandos no permitía mayor autonomía para<br />
el desarrollo de las operaciones, obligando a las comunidades<br />
que estaban detrás de sus banderas, a suplir su aparato
298 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
logístico. Sus oficiales y soldados salían todos de la sociedad<br />
civil, en la que sistemáticamente debían abandonar sus<br />
oficios para tomar las armas y así cubrirse de oropeles asesinando<br />
a sus congéneres. Ello, por fuerza, arrastraba la<br />
sociedad toda al corazón de la contienda.<br />
El gobierno levantaba su ejército con reclutamientos<br />
forzosos y sus opositores movilizando clientelas políticas,<br />
posteriormente ambos enrrolaban de forma indiscriminada.<br />
Como regla general, ninguno de los contendores<br />
contaba con un aparato logístico eficiente, obligando a las<br />
fuerzas en campaña, a dar soluciones propias a todas sus<br />
necesidades. Así, un ejército en operación, no era simplemente<br />
una tropa en marcha sino una sociedad en campaña.<br />
La retaguardia de los ejércitos estaba constituida por<br />
abigarradas multitudes que practicaban desde el espionaje<br />
hasta el contrabando y la prostitución. En primer rango<br />
estaban las esposas, las amantes, las parientes y las prostitutas,<br />
todas ellas encargadas de preparar la comida, lavar la<br />
ropa, cuidar las heridas y satisfacer las pasiones de los soldados.<br />
Después venían los comerciantes, los reducidores,<br />
los prestamistas, los curanderos, los contrabandistas, los<br />
zapateros y los abigeos. Todos ellos, a más de ejercer sus<br />
oficios, eran gentes dispuestas al pillaje de muertos y heridos,<br />
cuando por razones de la contienda este privilegio les<br />
era cedido por los vencedores.<br />
En las poblaciones quedaban los jefes, los contratistas<br />
y los reducidores mayores, junto con una multitud de empleados<br />
que engrasaban la maquinaria administrativa y los<br />
privilegios que otorgaba la contienda. Junto a ellos convivían<br />
los miembros ricos del bando contrario, quienes con<br />
relaciones y plata mitigaban su condición, así como otra<br />
serie de gentes que sin mayores recursos vivían escondidos<br />
en el mundo de las trastiendas y los zarzos.
En el campo, las gentes permanecían escabulléndose<br />
de la violencia, ocultándose en el monte, acechando los<br />
caminos, escondiendo las cosechas y convirtiendo el quehacer<br />
diario en la aventura cotidiana que cada noche debía<br />
celebrarse con oraciones.<br />
La cercanía de la muerte en que vivían los combatientes,<br />
ya fuera por el temor a las armas o a las pestes, los conducía<br />
a emprender todo como el último acto de sus vidas y<br />
por tanto a sacarle el mayor provecho a las circunstancias.<br />
Por esta razón, en los campamentos las pasiones eran desatadas<br />
y antes de los combates los desenfrenos manifiestos.<br />
Los hombres, cuando no tenían mujer en la retaguardia,<br />
andaban siempre buscando una, no sólo por placer<br />
sino porque quien no tuviera mujer, estaba condenado a<br />
contratar su manutención y a cargar a cuestas todas sus<br />
pertenencias.<br />
Las mujeres eran una parte esencial de las contiendas y<br />
en particular de las fuerzas en operación, al punto que en<br />
el siglo xix es inconcebible un ejército en cuya retaguardia<br />
no aparezcan de manera orgánica las mujeres.<br />
E l aguardiente hace generales<br />
Guaras civiles y vida cotidiana | 299<br />
La falta de una profesionalización en el ejercicio de las armas<br />
le dio un carácter muy particular a todas las contiendas<br />
del siglo xix y en especial a las fuerzas que en ellas se<br />
enfrentaron.<br />
Los ascensos se realizaban mediante diversos mecanismos,<br />
y entre los más comunes estaba la escogencia a dedo<br />
entre los amigos; la auto proclamación o el auto ascenso y<br />
el valor mostrado en los combates.<br />
La escogencia a dedo era la forma más fácil de lograr<br />
ascensos, para lo cual simplemente bastaba con tener algunos<br />
amigos y montar con ellos una cadena de favores.
300 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
La auto proclamación era un privilegio de los poderosos.<br />
Fue el mecanismo utilizado por los políticos y en particular<br />
por los propietarios de hacienda, que se convertían<br />
en generales de sus propios arrendatarios, aparceros y servidores.<br />
El valor mostrado en los combates era de todas las fórmulas<br />
la más riesgosa, y para ella el recurso al licor parecía<br />
indispensable, como lo veremos más adelante.<br />
La reiteración de las confrontaciones condujo a que las<br />
campañas militares se convirtieran en un quehacer repetitivo<br />
de las gentes, con lo que el apasionamiento y la<br />
radicalidad necesarias para soportar las vicisitudes de una<br />
campaña, para encontrar el valor suficiente y así arriesgar<br />
la vida y matar a los congéneres, obligó a los bandos a apelar<br />
a la fe religiosa, al maniqueismo partidista y a los licores<br />
mezclados con pólvora.<br />
De estos recursos, el ligado al apasionamiento religioso<br />
hizo que muchas contiendas fueran verdaderas cruzadas<br />
para algunos bandos, donde lo de menos eran las ideologías<br />
liberales, radicales o librepensadoras de los contrarios,<br />
sino que allí se mataba en defensa de la civilización cristiana<br />
¿y por qué no?, de la salvación del mundo. En este proceso<br />
la iglesia católica no tuvo dudas. Se metió de lleno en<br />
las contiendas y puso la fe al servicio del sectarismo. En<br />
esta toma de partido la Iglesia se alió con las fuerzas más<br />
oscuras y retardatarias de las contiendas, y para ello no<br />
sólo se valió de los pulpitos, las homilías y las pastorales,<br />
sino que no pocas veces marchó en contravía de los evangelios,<br />
como cuando desde las iglesias se incitaba al asesinato<br />
de liberales, señalando el hecho no sólo como carente<br />
de pecado, sino como una contribución a la existencia de<br />
la humanidad y de la civilización en su lucha contra las<br />
fuerzas demoniacas.<br />
No fueron extraños los casos en que los propios reli
Guaras civiles y vida cotidiana \ 301<br />
giosos decidieron tomar las armas, como aconteció durante<br />
la guerra de 1895 con el padre Raimundo Ordóñez y<br />
Yáñez, quien organizó un tenebroso grupo de irregulares<br />
donde se hizo famoso gracias a su particular preocupación<br />
por evitar la condena eterna a la que estaban destinados<br />
los liberales, por pensar como tales. Para evitarles este suplicio<br />
infinito, lograba el padre Ordóñez, mediante torturas,<br />
que sus prisioneros se confesaran para luego pasar a<br />
ejecutarlos libres de pecado.<br />
Algunos religiosos murieron en este empeño de librar<br />
a la humanidad de una de sus plagas, como aconteció con<br />
el confesor del presidente Rafael Núñez, el padre guatemalteco<br />
Luis Javier España, muerto en cercanías de Viotá<br />
durante la guerra de 1899-1902, cuando, en un intento por<br />
infundirle valor a sus soldados, les gritaba que avanzaran<br />
que las balas de los rojos eran de algodón.<br />
Pero de todos los métodos utilizados para infundir valor<br />
y darles razones a los soldados para defender las banderas<br />
de su partido, el del abuso del licor fue el más<br />
socorrido. Antes que en la razón, o en el compromiso o,<br />
incluso en el apego irracional a una causa, el valor para luchar<br />
lo encontraron los soldados en las cantimploras repletas<br />
de aguardiente.<br />
El brandy y el cognac eran los tragos preferidos por la<br />
oficialidad, en tanto que el aguardiente, particularmente el<br />
llamado de olla, lo era por la soldadesca, sin que esto impidiera<br />
que a la hora de la escasez se apelara, sin ningún remilgo,<br />
a los alcoholes antisépticos y las aguas de colonia.<br />
No fue extraño que antes de iniciar un combate o en los<br />
momentos más difíciles, los jefes dieran órdenes de repartir<br />
licor en las trincheras. Muchas veces los 40 o los 70 y<br />
más grados de alcohol de las bebidas, no fueron suficientes<br />
para enardecer a las tropas, razón por la cual se hizo común<br />
la práctica de consumir los licores, y particularmente
302 I CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
los aguardientes, revueltos con pólvora. Los testimonios<br />
de la época están divididos sobre los efectos reales de esta<br />
práctica, pues unos aseguran que producía una furia incontenible,<br />
en tanto que otros no pasan de otorgarle la virtud<br />
de producir un dolor de cabeza irresistible.<br />
El valor por efectos etílicos no sólo hizo muchos generales,<br />
sino que se convirtió en el único camino para que,<br />
quienes no tenían amigos en las altas esferas, pudieran ascender.<br />
Esta necesidad de demostrar valor para pisar el<br />
peldaño de más arriba o confirmar la propiedad de aquel<br />
en el que se estaba parado, generó algunas prácticas especiales<br />
que revistieron el carácter de torneos de valor. En<br />
estos espectáculos, que no eran cosa diferente de actos suicidas,<br />
los concursantes iban midiendo con el termómetro<br />
del riesgo el desprecio de los participantes por la vida.<br />
El siguiente ejemplo, acontecido durante la toma de<br />
Chaparral por las fuerzas liberales durante la guerra de los<br />
Mil Días, es una buena muestra de cómo operaban los<br />
mecanismos de esta modalidad de ascenso. El 4 de julio de<br />
1901, la población de Chaparral cayó en manos liberales,<br />
salvo la iglesia, donde lograron atrincherarse los conservadores.<br />
Así, mientras se saqueaban las propiedades y se<br />
pensaba cómo expulsar a los conservadores del templo sin<br />
profanar la iglesia6, alguien decidió armar una contienda<br />
retadora entre liberales que consistía en tomar un caballo y<br />
atravesar al galope la plaza, por el frente de la iglesia, sirviendo<br />
de blanco a toda la fiierza conservadora que se apiñaba<br />
en las ventanas y el campanario para dispararle al<br />
6. A pesar de que la iglesia se esforzó por señalar al partido liberal<br />
como librepensador y ateo, la verdad es que esto no fue una regla común<br />
entre sus miembros, los cuales, si bien en algunos casos pusieron<br />
como tiro al blanco las imágenes religiosas de las iglesias, en otros<br />
respetaron con celo la vida de los clérigos y la preservación de los templos.
Guerras civiles y vida cotidiana | 303<br />
jinete. Así lo hicieron en repetidas oportunidades el teniente<br />
Narciso Mora y el coronel Rafael Sarmiento, hasta<br />
que el sargento Dionisio Mosquera puso una talla mayor.<br />
Ahora no sólo el caballo debería ir al galope sino que el jinete<br />
tenía que pasar disparando un fusil hacia la iglesia.<br />
Esta talla duró poco, pues a las dos pasadas apareció el general<br />
Nicolás Buendía Carreño y aplicó una variante suicida,<br />
por si las otras no lo eran: montado, avanzó hasta el<br />
frente de la iglesia, donde detuvo su caballo, sacó el revólver,<br />
lo descargo contra las ventanas, enfundó, dio media<br />
vuelta y regresó al paso hasta lugar seguro. Sobra decir que<br />
este acto, por más aguardiente y pólvora que se mezcló<br />
sólo lo imitó Joaquín Parga, que quedó muerto frente a la<br />
iglesia.<br />
Por este camino y el del dedo de los amigos, se hicieron<br />
muchos generales que se vinieron a sumar a los generales<br />
de las guerras pasadas; por eso, en cada nueva<br />
contienda la oficialidad crecía en proporción geométrica,<br />
mientras que la soldadesca y la guerrilla lo hacían en proporciones<br />
aritméticas. Es por esto que la última guerra del<br />
siglo fue la que llegó a acumular más generales, al punto<br />
que Avelino Rosas, cuando llegó de Cuba para tomar el<br />
mando de uno de los ejércitos liberales, tuvo que formar<br />
un batallón exclusivamente con oficiales, para poder conservar<br />
una cierta fluidez en los mandos de las otras fuerzas.<br />
Este fenómeno no escapó a la picaresca popular que caricaturizó<br />
el hecho de mil maneras: la copla fue una de las<br />
más frecuentes. Los historiadores han logrado conservar<br />
una de ellas, compuesta a raíz del ascenso a general otorgado<br />
al jefe conservador Nicolás Perdomo. Dice la copla:<br />
El Gobierno no hizo mal<br />
con Perdomo al ascenderlo
3 0 4 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
Pues no sobra un General<br />
donde es general el serlo.<br />
De guerra en guerra: la cadena de la violencia<br />
La sucesión de conflictos armados con los que se tapizó el<br />
panorama social del siglo xix, incentivó una serie desastrosa<br />
de pasiones violentas, que llegó a los extremos de que<br />
familias enteras terminaran matándose entre sí, divididas<br />
por el color de una bandera, y a que matrimonios, cuyos<br />
esposos fueron trastornados por la guerra, se tornaran en<br />
ángeles exterminadores de su propia gente.<br />
Los breves espacios entre conflictos no fueron suficientes<br />
para conseguir el sosiego, por el contrario, fueron<br />
los momentos propicios para cobrar cuentas, saldar deudas<br />
y desatar los odios para los que no alcanzó la guerra.<br />
Vidal Acosta, un tenebroso guerrillero que asoló los<br />
llanos del Tolima y que nunca quiso aceptar la derrota y<br />
los términos impuestos por el gobierno para la entrega de<br />
los liberales, al concluir la guerra de los Mil Días, su amargura<br />
fue suficiente como para voltear sus armas contra sus<br />
antiguos compañeros.<br />
Primero “cuatrerió” por los aledaños de Doima y luego<br />
se convirtió en una sombra que salía por los caminos para<br />
intimidar y humillar a las gentes. Su fama de valiente, conseguida<br />
con el filo de su machete al menos en dos guerras,<br />
y sus habilidades para el baile, la música y el jolgorio, no le<br />
alcanzaron para evitar que sus antiguos compañeros decidieran<br />
hacer “minga” para matarlo. Cosa que ocurrió pocos<br />
años después de terminada la guerra, en un baile<br />
organizado especialmente para ello.<br />
Sobre él, dos cosas sabían quienes hicieron concilio<br />
para sacarlo del camino y de paso cobrar la recompensa<br />
que el estado del Tolima daba por su vida: que era un
Guerras civiles v vida cotidiana<br />
G ru p o de<br />
M o ch u e lo s fren te a<br />
la hacienda de<br />
Soach a. R acin es y<br />
V illavece s.<br />
F o to gra fía. 18 7 7 .<br />
L o s voluntarios.<br />
Saffray.<br />
G rab ad o . 1869.<br />
B ib lio te ca L u is-<br />
A n g e l A ran go.<br />
M iscelán ea 232.<br />
R eclu tam ien to en<br />
la plaza de<br />
B o lívar. L in o<br />
L a ra .<br />
F o to gra fía. 1900.
L lan ero m ilitar.<br />
R am ó n T o rres<br />
M én d e z.<br />
B ib lio teca L u is-<br />
A n g e l A ran go.<br />
L a bandera de la<br />
revolución a la<br />
entrada de un<br />
c am p am en to<br />
liberal. P eregrino<br />
R ivera A rce.<br />
D ib u jo a lápiz.<br />
1900.<br />
L ib re ta de apuntes.<br />
M u se o N acion al<br />
N ° 3355-40.<br />
Soldad os liberales<br />
de distintos<br />
batallones en la<br />
troch a.<br />
P eregrin o R ivera<br />
A rce.<br />
D ib u jo a lápiz.<br />
1900.<br />
L ib re ta de dibujos.<br />
M u se o N acion al<br />
N ° 3355-31-
Guerras civiles y vida cotidiana | 305<br />
hombre bravo, difícil de matar; y que él podía resistirse a<br />
cualquier cosa, menos a un baile y a una mujer bonita.<br />
Allí, en Doima, en una casa prestada para la ocasión, el<br />
Cotudo Angelino Prada, después de verlo borracho y desarmado,<br />
le asestó por la espalda una puñalada que sólo logro<br />
quitarle la mitad de la vida, porque el resto se la quitaron<br />
sus compañeros a machete, después de corretearlo por<br />
tres cuadras.<br />
Sobre este episodio el poeta Darío Samper, escribió el<br />
siguiente verso:<br />
Vidal Acosta murió en una venta<br />
Vida! Acosta, murió una noche.<br />
Vidal Acosta, estaba borracho de aguardiente<br />
y de vino de palma, vino de Gualanday.<br />
Bailaba con una mujer de trenzas negras<br />
y en las trenzas alumbraban los cocuyos.<br />
Vidal Acosta, era el que sabía más canciones.<br />
Vidal Acosta, tenía el mejor caballo.<br />
Vidal Acosta, besaba mujeres.<br />
¡Vidal Acosta, llevaba la bandera!<br />
(Samper, Darío, Los guerrilleros-, Bogotá, 1936, pág. 20)<br />
De manera poco visionaria, casi que sin excepción, los<br />
vencedores buscaron hacer del fin de la guerra un espacio<br />
propicio para cobrar cuentas, y no era extraño que algunos<br />
generales y gobernantes decidieran aprovechar estas oportunidades<br />
para concluir lo que la contienda misma no les<br />
había permitido: exterminar físicamente a todos sus contrarios."<br />
Con lo que los rescoldos de las guerras se convirtieron<br />
en brasas donde se hirvieron nuevas pasiones.<br />
7. Aristides Fernández fue uno de estos altos funcionarios que entendió<br />
la guerra como el camino más corto para extirpar de Colomhia<br />
todo aquello que era considerado como contra natura, es decir, a los li-
3 0 6 | CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
Una forma frecuente de saltarse a la torera los acuerdos<br />
que amparaban la vida de los vencidos, era condenarlos<br />
a muerte antes de firmar los acuerdos y dejar expreso<br />
en el texto de su condena, que ningún acuerdo posterior<br />
podía invalidar esta decisión. Otra forma muy socorrida<br />
fue la de convertir la ley en una melcocha que se amasaba<br />
según las conveniencias, en la que los vencedores eran los<br />
encargados de trazar la línea que podía poner a los vencidos<br />
del lado de la vida o de la muerte. Con esta fórmula,<br />
fueron muchísimos los hombres que una vez terminadas<br />
las confrontaciones abonaron con su sangre la cadena de<br />
pasiones, que pocas veces permitió hacer distinciones claras<br />
entre las guerras y los períodos de paz.<br />
Uno de los más aberrantes ejemplos de esta práctica<br />
fue el proceso que, una vez concluida la guerra de los Mil<br />
Días, puso ante el pelotón de fusilamiento al general Victoriano<br />
Lorenzo, un indio Cholo que en el estado de Panamá<br />
contribuyó como nadie a las victorias liberales. Terminada<br />
la guerra, los vencedores decidieron liquidar la altivez que<br />
los indígenas habían asumido participando en la guerra,<br />
ejecutando a su figura más representativa, mientras el liberalismo<br />
enmudecía y agachaba la vista frente al amasijo<br />
legal e inoperante en que convirtieron los abogados acusadores<br />
los códigos y los tratados que amparaban la vida de<br />
este general.<br />
La falta de comunicaciones y las distancias que a paso<br />
de muía se hacían inmensas entre las regiones del país,<br />
permitieron que muchos verdugos alegaran no conocer lo<br />
que se había pactado y continuar asesinando con los códigos<br />
de la guerra entre sus manos.<br />
berales y a todos aquellos que no profesaran con fervor la fe católica.<br />
Hasta último momento, hasta después de los armisticios, Fernández<br />
trató de concluir la obra para la cual la guerra le resultó insuficiente.<br />
Donde pudo, hizo erigir cadalsos y desconoció los acuerdos.
Guerras civiles y vida cotidiana | 307<br />
A todo lo anterior se sumó la locura a la que derivaron<br />
algunos, a quienes la acumulación de tantas guerras y tantos<br />
muertos les trastornó la mente. Un ejemplo brutal de<br />
esta demencia fue la de un hombre bueno, trabajador y esposo<br />
ejemplar, que después de haber recorrido el país destripando<br />
conservadores, finalizó desmembrando a su hija<br />
de meses con el macabro argumento de que no quería<br />
pereques, cuando un soldado se la entregó para que la conociera.<br />
Igual suerte corrió su esposa cuando quería besarlo<br />
después de tres años de no verlo, esta vez el argumento<br />
para usar el machete fue el de tacharla de prostituta por<br />
estar metida en el campamento.<br />
Alí Villanueva, abanderado de una guerrilla liberal, era<br />
conocido por la inmensa amistad que lo unía a su primo<br />
Marcelo Suárez. De ellos decía la gente que antes que primos<br />
parecían hermanos. Pero sólo bastó que durante la<br />
última guerra cada uno decidiera formar en bandos contrarios,<br />
para que a su conclusión, donde antes había fraternidad<br />
y cariño, sólo cupiera un odio inenarrable. Hasta la<br />
casa de Marcelo llegó Alí a caballo y desde la silla, con la<br />
destreza de 1111 vaquero, enlazó a su primo y sin mediar<br />
palabra salió al galope, mientras en el extremo del rejo se<br />
despedazaba Marcelo contra las piedras del llano.<br />
Finalmente, podemos repetir que la vida cotidiana de<br />
las guerras fue casi la vida cotidiana del siglo xix, ya que el<br />
rosario de las confrontaciones hizo de este siglo un período<br />
de constante desasosiego, donde la vida en campaña<br />
fue parte del quehacer diario de esas generaciones. La historia<br />
de la vida de cualquier hombre de ese siglo, es, en la<br />
práctica una hoja de servicios militares. Muchos iniciaron<br />
de soldados en la Independencia y terminaron de generales<br />
en la República, después de ganarse un grado en cada<br />
guerra.
308 I CARLOS EDUARDO JARAMILLO CASTILLO<br />
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Guerras civiles y vida cotidiana | 309
Antiguo modo de viajar<br />
en Colombia<br />
F.FRAÍN<br />
S Á N C H E Z<br />
“ T ?<br />
J L /1 interés de moverse de un lugar a otro para absorber<br />
siempre nuevas impresiones”, escribió el geógrafo alemán<br />
Alfred Hettner a fines del siglo xix, “es algo extraño a los<br />
colombianos. La naturaleza no les inspira mayor entusiasmo,<br />
imponiéndoles los viajes, en cambio, molestias y<br />
sacrificios en medida tal que el aspecto de gozo se les va<br />
trocando en la sensación de un mal necesario”. Las molestias<br />
y sacrificios de que habla Hettner se hallan dramáticamente<br />
ilustrados en el siguiente pasaje de una carta de<br />
Manuel Ancízar a Pedro Fernández Madrid fechada en<br />
Vélez el 30 de marzo de 1850:<br />
ocho tlías tie fatigas cxccsivas, por medio de barriales sin fondo,<br />
por estos bosques vírgenes poblados de micos, váquiras,<br />
tigres y cuanto la naturaleza salvaje ostenta en sus soledades,<br />
y ocho días de mal comer y peor dormir, respirando una atmósfera<br />
opresora, llenos de garrapatas y barro v bebiendo<br />
aguas que Dios no crió para beber, dieron con nuestra salud al<br />
traste y con nuestros cuerpos en cama.<br />
Pero aun allí donde no había tigres ni vastas soledades,<br />
no eran menores las protestas de los viajeros: “¡Dios mío!
312 I F.FRAÍN SÁNCHEZ<br />
IQué mal camino! ¡Qué calor tan sofocante! IQué posada<br />
tan terrible!”, eran exclamaciones que por doquier llegaban<br />
a oídos de Hettner en sus viajes por Colombia entre 1882 y<br />
1884.<br />
Los factores que históricamente han determinado el<br />
modo y la frecuencia de los desplazamientos humanos de<br />
un punto a otro son, desde luego, la configuración del<br />
terreno y la evolución de los medios de transporte. En<br />
Colombia, esta evolución presenta hitos claramente discernibles.<br />
El primero lo marca la llegada de los españoles,<br />
a principios del siglo xvi y que trajo consigo el caballo y<br />
la rueda, la cual, sin embargo, debió esperar otros cuatrocientos<br />
años para naturalizarse en el país. El segundo hito<br />
fiie la introducción de la navegación a vapor por el río<br />
Magdalena, en 1825. Treinta años más tarde el gobierno<br />
adoptaría las primeras determinaciones tendientes al establecimiento<br />
del ferrocarril, que no se llevarían realmente a<br />
la práctica sino desde comienzos de la década de 1880.<br />
Los albores del presente siglo vieron la llegada de los primeros<br />
automóviles, cuyo principal inconveniente era la<br />
falta casi total de carreteras. Pero el verdadero salto en<br />
materia de transportes se verificó en la década de 1920,<br />
cuando tuvo lugar la que se ha denominado “revolución en<br />
las carreteras”, que fue acompañada por una “revolución<br />
en los ferrocarriles”, y a las cuales se unió la instauración<br />
de los primeros servicios aéreos regulares para pasajeros.<br />
Aun cuando los alcances de las mencionadas “revoluciones”<br />
fueron más bien modestos si se piensa en términos de<br />
su cubrimiento nacional y en su continuidad, puede<br />
afirmarse que la década de 1920 es la que parte en dos la<br />
historia de los modos de viajar en Colombia.<br />
Con anterioridad a 1920, la geografía de las comunicaciones<br />
en el país era sensiblemente menos compleja que la<br />
actual. A la carencia de sistemas modernos de transporte
Antiguo modo de viajar en Colombia | 313<br />
se sumaba la menor densidad de población y, en consecuencia,<br />
la mayor dispersión y lejanía de los centros urbanos<br />
entre sí. Los valles y mesetas de las cordilleras oriental<br />
y occidental daban asiento a las principales ciudades del<br />
interior, de las cuales las más importantes eran, en la cordillera<br />
oriental, Tunja y Bogotá, capital del país. En la occidental,<br />
los mayores centros eran Medellin, Cali, Popayán<br />
y Pasto. Sobre el mar Caribe, Cartagena, Barranquilla y<br />
Santa Marta constituían los puntos focales de la comunicación<br />
de Colombia con el exterior.<br />
Las comunicaciones seguían los ejes impuestos por la<br />
geografía. El Río Grande de la Magdalena era la columna<br />
vertebral de la nación, y este papel lo conservó desde los<br />
primeros años de la conquista española hasta mediados<br />
del presente siglo. Ejes verticales menores eran la ruta de<br />
Bogotá al Magdalena por Vélez y las sierras del Opón, la<br />
ruta de Cali y Popayán hacia Quito, y los ríos Atrato y San<br />
Juan, por donde se ingresaba a la extensa y desierta provincia<br />
del Chocó. Los ejes horizontales y oblicuos, sin contar<br />
el camino de Cali a Buenaventura, se orientaban en dirección<br />
al Magdalena. Los principales eran las vías de Bogotá<br />
al gran río por Villeta y Honda y luego por Tocaima y<br />
Girardot, la ruta de Medellin al Magdalena por Puerto<br />
Nare, y las que, partiendo de las provincias del sur, llegaban<br />
al Magdalena y a Bogotá por el Páramo de Guanacas<br />
y Neiva, y el Páramo del Quindío e Ibagué.<br />
Muchas de las rutas y hábitos de viaje que prevalecieron<br />
hasta bien entrado el siglo xx se remontan a la noc:1.<br />
anterior a la Conquista. No se sabe de la existencia en territorio<br />
colombiano de caminos precolombinos de larga<br />
distancia como las monumentales sendas que construyó el<br />
imperio incaico y que se extendían a lo largo de la cordillera<br />
de los Andes desde Chile hasta el Ecuador. Presumiblemente,<br />
el intercambio de larga distancia se hacía
3 1 4 I EFRAÍN SANCHEZ<br />
indirectamente, siguiendo una cadena de trayectos breves<br />
demarcados por puntos estratégicos para el trueque de los<br />
productos. El adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada se<br />
percató de la existencia de uno de dichos puntos de trueque<br />
en la localidad de Tora, donde desaparecía la sal de<br />
grano procedente del mar y aparecía la sal en grandes panes<br />
explotada por los indígenas del altiplano. Por otra parte,<br />
sin embargo, existe amplia evidencia de rutas cortas e<br />
intermedias que formaban redes de comunicación de cierta<br />
complejidad. Las más sorprendentes por su refinamiento<br />
técnico son sin duda las de la Sierra Nevada de Santa<br />
Marta.<br />
Aparte de las rutas precolombinas posteriormente<br />
adoptadas por los colonizadores españoles y convertidas<br />
en caminos reales, quizás el legado más apreciable que los<br />
pueblos prehispánicos colombianos dejaron a sus descendientes<br />
criollos en el campo de las comunicaciones, fue el<br />
principio de viajar en línea recta. Obviamente, se trataba<br />
de buscar la distancia más corta entre dos puntos con el<br />
propósito de aminorar el tiempo de viaje. El viajero blanco<br />
no se detenía a meditar sobre esta útil y harto elemental<br />
norma cuando se trataba de recorrer territorio plano. Pero,<br />
para su desazón, la norma regía también en territorio montañoso.<br />
Manuel Ancízar, en su recorrido por las provincias<br />
del norte entre 1850 y 18 51, tomó nota de sus sentimientos:<br />
Poco a poco y en profundo silencio trepamos hasta arriba:<br />
el maldito camino, como es uso y costumbre en la mayor<br />
parte de los nuestros, sube a la cima misma del picacho aprovechando<br />
toda la altura para después proporcionar el placer<br />
de una bajada correspondiente: así las agradables emociones<br />
del tránsito se prolongan hasta que no hay dónde encaramar
Antiguo modo de viajar en Colombia | 315<br />
se. como si se hubiese querido poner a prueba la serenidad del<br />
viandante y la fortaleza de las bestias.<br />
Las bestias eran un lujo del cual los indios estaban casi<br />
siempre privados, pero esto no quiere decir que no dispusieran<br />
de medios para transportarse adaptados a su singular<br />
sistema de caminos. Charles SafFray, en el relato de su<br />
viaje de 1870, escribe:<br />
Ix>s indios de Royará son pesados de cuerpo y de espíritu<br />
c indolentes... No se les puede ocupar como criados, pero<br />
como correos no tienen rival, lillos son los que han inventado<br />
el caballo de paja, excelente para viajar en sus montañas cónicas.<br />
cubiertas de césped casi por todas partes. Este caballo de<br />
paja consiste simplemente en un haz de largas yerbas; durante<br />
la subida, el indio se lo carga al hombro, pero en la bajada se<br />
pone sobre él en cuclillas; cógele por el cuello, mientras la<br />
cola arrastra por detrás, y por la sola fuerza de la gravedad,<br />
hombre y montura descienden rápidamente.<br />
La conquista española trajo consigo la necesidad de<br />
cubrir largas distancias. En su búsqueda de El Dorado, los<br />
españoles se adentraron en el territorio y en pocos años se<br />
había explorado la mayor parte del curso del Río Grande<br />
de la Magdalena. El descubrimiento y conquista del Nuevo<br />
Reino de Granada, como llamó inicialmente Quesada<br />
al altiplano de Cundinamarca y Boyacá, hizo vislumbrar la<br />
futura trascendencia geopolítica del río. El establecimiento<br />
en 1550 de la Real Audiencia en Santa Fe consolidó su papel<br />
de ruta inevitable hacia y desde el exterior y, en forma<br />
concordante, aumentó progresivamente la navegación.<br />
Pero, no obstante su importancia histórica y el creciente<br />
tráfico en ambas direcciones, durante el largo período<br />
transcurrido desde la fundación por los españoles de los
316 I F.FRAÍN SÁNCHEZ<br />
principales puertos ribereños y la apertura del canal del<br />
Dique a fines del siglo xvn, hasta la construcción del ferrocarril<br />
de Honda a La Dorada a principios de la década de<br />
1880, el paisaje humano del río cambió poco. Así lo describió<br />
José María Samper en la década de i860:<br />
Desde el puerto de Honda hasta el de Calamar, en un<br />
trayecto de cerca de 130 leguas [una legua granadina equivalía<br />
a 5 km.], no se encuentran, pues, sino 28 poblaciones sobre<br />
las márgenes del Magdalena (contando dos ciudades), de las<br />
cuales 12 pertenecen en la ribera derecha a los estados de<br />
Cundinamarca y Magdalena, y 13, en la ribera izquierda, corresponden<br />
a los estados de Antioquia y Bolívar. El total de<br />
habitantes de esos pueblos, excluyendo a Honda, que no pertenece<br />
al bajo Magdalena, no pasa de la cifra miserable de<br />
16.000, de los cuales más de 7.000 pertenecen a la ciudad de<br />
Mompox... La naturaleza reina allí, teniendo por esclavo al<br />
hombre.<br />
No todos los hombres, claro está, compartían el mismo<br />
grado de esclavitud en el gran río de Colombia.<br />
Durante el siglo posterior a la entrada inicial de Quesada<br />
al Magdalena a bordo de “ciertos bergantines”, en el<br />
año de 1536, el medio de navegación predominante en el<br />
río fiie la ancestral canoa indígena, construida en una sola<br />
pieza del tronco de corpulentos árboles. En esta primera<br />
fase de navegación del Magdalena se empleaba en la boga<br />
a indígenas desarraigados del altiplano y trasladados a la<br />
fuerza a las ardientes regiones de los cursos medio y bajo<br />
del río. Los efectos del abuso sobre la población indígena<br />
fueron letales: irreconciliables con el pestífero clima y el<br />
extenuante trabajo de la boga, los indios morían “como<br />
moscas”, según la socorrida expresión que usaban los con
Antiguo modo de viajar en Colombia | 317<br />
quistadores. Ya en 1579 el licenciado Juan Bautista Monzón<br />
informaba al rey Felipe 11 que<br />
en la costa de este Río Grande al tiempo que los españoles<br />
entraron a este Reino, que hará cuarenta años, pasaban de setenta<br />
mil los indios; con los excesivos trabajos de la boga y<br />
malos tratamientos que se les han hecho han muerto cincuenta<br />
y nueve mil y más, porque yo tengo por muy cierto que no<br />
hay ochocientos indios. La ofensa que a Dios se ha hecho la<br />
podrá Vuestra Majestad ver.<br />
La súbita mengua de la población indígena, por otra<br />
parte, dio pretexto a varios corresponsales del rey con intereses<br />
en localidades distintas al río, para sugerir la suspensión<br />
total de la navegación del Magdalena y la apertura<br />
de un camino de Pamplona al lago de Maracaibo, que debería<br />
convertirse en la ruta de salida y entrada a la Nueva<br />
Granada. Esta iniciativa no contó con el necesario apoyo,<br />
y, para despecho de sus proponentes, se inició la navegación<br />
del Magdalena, a comienzos del siglo xvn, con<br />
champanes tripulados por bogas nativos de las riberas del<br />
río. La canoa, sin embargo, nunca fue del todo abandonada<br />
en la Nueva Granada, particularmente en la navegación<br />
de los ríos menores.<br />
Navegar en canoa, o piragua, especialmente para el<br />
viajero europeo recién llegado, no era cosa de poca monta.<br />
El francés Gaspard Mollien relata vividamente su experiencia<br />
al bajar por el Dagua hacia el Pacífico:<br />
Al día siguiente de nuestra llegada a Las Juntas me dispuse<br />
a embarcarme en el Dagua, a pesar de que durante la noche<br />
estalló una tormenta que aumentó considerablemente su caudal,<br />
pero quería llegar cuanto antes a buenaventura. Además,<br />
no conocía los peligros que me habían descrito, y pense que
3 1 8 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
con ello sólo querían asustarme con objeto de hacerme renunciar<br />
a mi proyecto y a prolongar mi estancia aquí... Me<br />
proporcionaron dos negros reputados como marineros excelentes<br />
y una piragua larga y estrecha. Mis bártulos, para no<br />
comprometer el equilibrio, se cargaron por pesos iguales en<br />
cada uno de los extremos de la embarcación; se me reservó<br />
un espacio de tres pies en el centro para que acomodase mi<br />
persona, que habría de ir casi doblada en dos; los negros, uno<br />
empuñando un remo v el otro una pértiga, se colocaron a<br />
proa y a popa de la piragua: cuando todo estuvo listo se soltó<br />
la amarra que nos retenía a la orilla, y en el acto nos arrastró la<br />
corriente con la velocidad de una flecha y nos llevó ante un<br />
verdadero muro de rocas que las aguas franqueaban con un<br />
ruido espantoso. ¿Por dónde se podría pasar?, esto lúe lo que<br />
me pregunté a la vista de un escollo tan temible; más rápida<br />
aún que el pensamiento, la piragua, dirigida con pasmosa habilidad,<br />
se embocó por una abertura estrechísima y se deslizó<br />
en aguas ya más tranquilas... F.stos peligros de tan nueva especie<br />
impresionan al viajero que, aprisionado en el centro de la<br />
piragua y sin atreverse ni siquiera a parpadear para no ocasionar<br />
un naufragio, maquinalmente suspira de satisfacción cada<br />
vez que se ha evitado un escollo o que se ha franqueado un<br />
raudal; esto me sucedía también a mí, y los negros, tomando<br />
mis suspiros de alegría por lamentos me preguntaban con irónica<br />
tranquilidad: ¿Se ha mojado el señor?<br />
El dominio del champán del Magdalena, que al igual<br />
que la canoa jamás se ha extinguido y aún hoy, literalmente,<br />
sigue en boga, duró más de doscientos cincuenta años.<br />
Sus ventajas sobre canoas y piraguas se reducían a su mayor<br />
capacidad de carga y pasajeros, así como a la mayor<br />
seguridad que en comparación ofrecían ante los raudales y<br />
corrientes perversas del río. Pero en verdad no las superaban<br />
apreciablemente en rapidez ni en comodidad para los
Antiguo modo de viajar en Colombia 1319<br />
viajeros. El coronel William Duane, experimentado viajero<br />
de champán trae en sus relatos de viaje una singular y minuciosa<br />
descripción de la embarcación:<br />
F,1 champán deriva su nombre de un árbol muy corpulento<br />
de la América del Sur, denominado champacada. En las<br />
zonas bañadas por los grandes ríos interiores, se les construye<br />
en forma análoga y bastante primitiva, con madera maciza<br />
extraída principalmente de una especie de cedro, cuya fibra lo<br />
asemeja a la teca hindú... Posee la peculiaridad, similar a la de<br />
los otros árboles ya citados, de ser resistente a la desintegración<br />
o descomposición bajo la acción del agua, y como es invulnerable<br />
ante el ataque de insectos o gusanos, puede durar<br />
tiempos inmemoriales, si no es destruido por la violencia de<br />
los elementos o de cualquier otra índole. Se le da una longitud<br />
de cincuenta a ciento cincuenta pies, y un ancho de cuatro a<br />
veintiséis, con un remate corvo muy pronunciado en ambos<br />
extremos. La madera principal del fondo es siempre plana y<br />
de grosor proporcional, constituida generalmente por un solo<br />
árbol de proa a popa... Por lo común, el champán descargado<br />
flota con cuatro o cinco pies sobre el agua, y muy pocas veces<br />
cala más de tres o cuatro pies, aun con las cargas más pesadas...<br />
Las cargas de mercancías se estiban en el centro del barco,<br />
forradas con esteras y recubiertas adicionalmente. Cuando<br />
hay distintas cargas, se las divide con otras esteras de tosco<br />
tejido, a manera de tabiques. También quedan separados ciertos<br />
productos como cacao, café, algodón, tabaco, maíz, cueros,<br />
etc. Kl único sitio que pueden ocupar los pasajeros es en<br />
la parte delantera o trasera de las cargas, o sea en proa y popa,<br />
como dicen los marineros. K11 efecto, esas son las partes que<br />
quedan a la intemperie, pues el resto está cubierto por un techo<br />
de fuertes arbustos o zarzos, que se extiende hasta cada<br />
una de las bordas, constituyendo un arco; esa techumbre tiene<br />
que ser necesariamente sólida, ya que en su parte superior
320 I FFRAÍN SÁNCHEZ<br />
es donde se sitúan los bogas cuando impelen la embarcación<br />
-provistos de una pértiga- en sentido contrario al de la corriente.<br />
Cuando se trata de ir aguas abajo, allí también duermen<br />
o reposan, aunque carece de barandilla de hierro, o de<br />
cuerdas que los resguarden de caer al río.<br />
Ningún cronista viajero de cuantos navegaron el Magdalena<br />
dejó de apreciar la rudeza del trabajo de los bogas,<br />
y su vida miserable y esforzada recibió tributo en los versos<br />
de Candelario Obeso y Nicolás Guillén. El francés<br />
Auguste Le Moyne describió así la faena de los bogas:<br />
Lx d s bateleros que teníamos a bordo eran trece, con el patrón<br />
que a la vez hacía de piloto. Pertenecían a esa clase de<br />
gente que en el país se llaman bogas y que se reclutan entre<br />
los negros, los mulatos y los indios de sangre mezclada. Antes<br />
de empezar el trabajo penosísimo a que se iban a entregar,<br />
nuestros hombres, como suelen hacerlo en casos semejantes<br />
en cuanto no están a la vista de las ciudades, se despojaron de<br />
todas las prendas de vestir, no conservando más que un<br />
calzoncillo corto, unos, y otros unos trapos alrededor de la<br />
cintura; lo único que conservaron todos para protegerse del<br />
sol fiie un gran chambergo de paja de copa muy alta... Cuando<br />
el patrón dio la señal de emprender la marcha se alinearon<br />
seis a cada lado de la proa de la embarcación y, después de<br />
haber hundido sus pértigas en el agua y apoyado el otro extremo<br />
de las mismas contra el hombro, empujaron haciendo<br />
avanzar el barco con sus esfuerzos al andar con cadencia por<br />
el puente, acompañando esa especie de danza con gritos ensordecedores<br />
mezclados con tantas blasfemias como<br />
invocaciones a la virgen... No hay que pensar que después de<br />
hecho el primer esfuerzo el trabajo de esos desgraciados se<br />
aminora, ya que sólo por el esfuerzo continuado y el continuo<br />
avanzar de ellos sobre el puente es como se puede contener y
Antiguo modo de viajar en Colom bia<br />
Camino C ali - Buenaventura.<br />
Archivo General de la N ación. M apoteca 6 N ° 72.<br />
Champán del M agdalena. Josep Brown.<br />
Acuarela. 1840.<br />
Tipos y costumbres de la N ueva Granada. Fondo Cultural<br />
Cafetero. 1989.
Paso del Q uindío entre Ibagué y<br />
Cartago.<br />
G rabado coloreado.<br />
D ’O rbigny Alcide. Voyage<br />
pittoresque dans les deux Ame'riques.<br />
C hez L . Tendré Libraire - Editeur.<br />
París. 1836.<br />
Biblioteca Luis-A ngel Arango. 918<br />
o 7 IV .<br />
E l paso de la<br />
Angostura. Vapor.<br />
G rabado.<br />
André. M . E .<br />
América Pintoresca.<br />
T om o iii.<br />
M ontaner y Sim ón<br />
Editores.<br />
Barcelona. 1884.<br />
Estación de Barranquilla.<br />
G rabado.<br />
André. M . E . Ame'rica Pintoresca.<br />
T om o iii. M ontaner y Sim ón<br />
Editores. Barcelona. 1884.
Antiguo modo de viajar en Colombia | 321<br />
hacer avanzar la em barcación contra la corriente; la única<br />
ventaja que tienen consiste en que a partir de ese mom ento,<br />
por la rotación que establecen, es sólo la mitad de la tripulación<br />
la que em puja con las pértigas, mientras la otra mitad<br />
vuelve sobre sus pasos para tom ar su puesto en el m ovim iento<br />
de propulsión del barco. F.stas maniobras, cuando la tripulación<br />
las realiza concienzudam ente, duran desde las seis de la<br />
mañana hasta las seis de la tarde, sin más interrupción que la<br />
obligada durante los ratos dedicados al alm uerzo v a la com i<br />
da. D esde luego, un europeo por robusto que sea y por acostum<br />
brado que esté a las más rudas faenas no podría bajo este<br />
sol de fuego de los trópicos soportar un solo día las fatigas de<br />
sem ejante oficio y por descontado las gentes del país que voluntariam<br />
ente se dedican a él no alcanzan más que en casos<br />
contados una edad avanzada, pues estos trabajos, unidos a la<br />
vida desordenada que llevan, suelen tener por consecuencia<br />
inevitable una serie de dolorosas enferm edades y prematuras<br />
incapacidades para el trabajo.<br />
Cuando Nicolás Guillén suspiraba en sus versos “¡Ay,<br />
qué lejos Barranquilla!”, ciertamente estaba lejos de interpretar<br />
lo que el boga debía sentir cuando el trayecto era<br />
hacia Honda.<br />
La travesía a bordo de un champán desde Barranquilla<br />
hasta las bodegas de Honda, donde los viajeros iniciaban<br />
el ascenso a la altiplanicie, tardaba un mínimo de cuatro<br />
semanas. Pero la estación, las crecientes del río, el grado de<br />
sometimiento de los bogas y los imprevistos, podían hacer<br />
que la navegación se prolongara hasta tres meses. La distancia<br />
entre los dos puertos es de poco más de 190 leguas,<br />
es decir, 950 km. Antes de emprender la larga travesía, el<br />
viajero debía aprovisionarse convenientemente. El capitán<br />
Charles Stuart Cochrane, dejó constancia de su previsivo<br />
carácter en sus notas de viaje:
22 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
Fara viajar en esta región se necesita llevar una pequeña<br />
cuja hecha de tal m anera que sea fácilm ente desarm able, con<br />
un toldo o cubierta m edianam ente gruesa, para aislarse de los<br />
m osquitos y los pequeños jejenes, pues los hilos de un m osquitero<br />
com ún, com o los que se usan en Barbados, no son lo<br />
suficientem ente tupidos com o para im pedir la entrada de los<br />
jejenes... el viajero debe así m ism o procurarse de dos o tres<br />
vestidos de tela de algodón, con m edias del m ism o material<br />
en lugar de calcetines; la chaqueta suelta y abotonada hasta el<br />
cuello. F,1 color blanco no atrae al sol, y se siente fresco y<br />
agradable; es fácil de lavar, y seca pronto, al dejarse sobre el<br />
toldo. Se necesitan dos som breros de paja: uno para estar en<br />
la canoa, otro para diversas ocasiones. A m bos deben tener<br />
alas anchas. I^os zapatos de tela gruesa, con suelas de cuero,<br />
son m ás cóm odos y agradables para los pies, así com o un par<br />
de zapatos ingleses para cam inar en el fango. E s im prescindible<br />
una cincha con pistoleras; una espada, una daga, un par de<br />
pistolas de bolsillo, una ham aca para recostarse de día, dos<br />
buenas esteras, una para estar en la canoa, y la otra ajustada a<br />
la basta tela de la cam a para im pedir de noche la entrada de<br />
los mosquitos... En estos lugares debe tenerse todo cuanto sea<br />
posible de vino, té, café, chocolate, azúcar y sal, adem ás de<br />
carne curada, jam ón, lenguas, aves vivas, huevos y galletas, y<br />
m ucho tocino o grasa de cerdo curada para freír huevos, junto<br />
con un surtido suficiente de plátanos y de carne seca salada<br />
para los bogas, cuya alim entación y pago corren por cuenta<br />
del viajero... E os utensilios de cocina necesarios son una<br />
chocolatera grande de cobre, una vasija, también de cobre,<br />
para hacer sopa, otra para picadillo y guisados, una tercera,<br />
ancha, para freír huevos, dos platos de latón, dos copas de estaño<br />
para beber, y una m edida pequeña de estaño para servir<br />
licor a los bogas, que no trabajan bien sin su porción de anís<br />
de la localidad... N o deben olvidarse los cuchillos, tenedores,<br />
cucharas y pequeños m anteles de dril, de una yarda cuadrada,
Antiguo modo de viajaren Colombia | 323<br />
más o menos... Aquí se necesita tener una reserva de moneda<br />
sencilla: dólares, cuartos de dólar, reales, m edias y cuartillos<br />
Raras veces los medios pecuniarios del viajero o la capacidad<br />
del champán permitían tantos refinamientos como<br />
los prescritos por Cochrane. Casi siempre el viajero<br />
sólo disponía de espacio suficiente para colocar a bordo un<br />
baúl con sus pertenencias, sobre el cual debía dormir. El<br />
toldo y el mosquitero eran lujos que la altura de la techumbre<br />
no permitían en la mayoría de los champanes, y para<br />
prevenir en cuanto era posible la picadura de los insectos,<br />
el viajero debía dormir con las botas puestas y vestido con<br />
las ropas más gruesas de que dispusiera, a riesgo de cocinarse<br />
vivo en el infernal calor del Magdalena.<br />
Las crónicas de los viajeros abundan en detalles sobre<br />
los numerosos peligros e incomodidades a que se veían<br />
sometidos, sin más consuelo que el lento avance de la embarcación,<br />
los gritos ensordecedores de los bogas, y la zozobra<br />
constante que producían las inevitables historias<br />
sobre la ferocidad de los caimanes que infestaban el río y el<br />
inminente riesgo de ser mordido por una serpiente.<br />
Un itinerario típico del ascenso por el Magdalena en<br />
champán fue el cumplido por el capitán Cochrane en<br />
18 23: partió de Soledad el 3 de abril, y ese día su embarcación<br />
pasó a la vista de Sitio Nuevo, pasando la noche en<br />
Remolino. El día 4, tras “una buena jornada” de 10 leguas,<br />
alcanzó El Piñón. El 5 estaba en Barranca Nueva, y el 7 a<br />
las 8 de la noche había llegado a Plato. El 14 el champán<br />
partió de M om pox y en medio de numerosas dificultades<br />
con los bogas llegó en la madrugada del 25 a Morales, en<br />
la Isla de Gamarra. El 29 de abril se encontraba en San Pablo,<br />
uno de los principales puntos de referencia en la navegación<br />
del Magdalena. El invierno había hecho crecer<br />
considerablemente las aguas, lo cual dificultaba aun más el
3 2 4 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
avance. En los siguientes días pasó por San Bartolomé y<br />
Garrapata, alcanzando el 12 de mayo uno de los parajes<br />
más temibles para los navegantes del Magdalena: el paso<br />
de Angostura, donde la rápida corriente forma peligrosos<br />
remolinos y las altas riberas no permiten tocar tierra.<br />
Cochrane afirma, sin embargo, que su champán atravesó<br />
el paso en sólo diez minutos. El mismo día llegó a Nare,<br />
donde se desprende la ruta hacia Medellin. El 16 pasó la<br />
noche en Buenavista, cerca a la desembocadura del río La<br />
Miel. Por fin, el 20 de mayo, la embarcación llegó a las bodegas<br />
de Honda.<br />
La introducción de la navegación a vapor representó<br />
una indudable mejora en las condiciones y el tiempo de<br />
viaje. Los primeros vapores que subieron el M agdalena<br />
fueron el “Fidelidad”, el “General Santander”, fabricado en<br />
Nueva York, y el “Gran Bolívar”, traídos por Juan Bernardo<br />
Elbers en virtud del privilegio que le había concedido el<br />
Congreso de Colombia en 1823. Según los términos del<br />
privilegio, el terminal de los vapores se estableció en el Peñón<br />
de Conejo, un poco más abajo de Honda, a donde el<br />
“General Santander” llegó el 2 1 de octubre de 1825 en su<br />
viaje inicial. Los primeros vapores, no obstante, no satisfacían<br />
las exigencias de la difícil navegación del Magdalena,<br />
y debió esperarse hasta mediados de siglo para que aquella<br />
se regularizara. Pero ya en 1882 más de veinte vapores cubrían<br />
las rutas del Magdalena.<br />
Alfred Hettner, describiendo el vapor, señala que<br />
sus características m ás sobresalientes y determ inantes de sil<br />
llam ativo aspecto exterior son la enorm e rueda de paletas en<br />
la popa y su quilla extrem adam ente panda y ancha, que provee,<br />
a manera de prim era cubierta, un espacio am plio para la<br />
máquina y las provisiones, tanto de leña com o las alim enticias,<br />
dando al m ism o tiem po cabida para la estada de la tripu
Antiguo modo de viajar en Colombia | 325<br />
lación y los pasajeros de segunda clase. Encim a de este lugar<br />
se eleva, con apoyo en pilares de madera, la segunda cubierta,<br />
diseñada en forma diferente en cada barco. El “M ontoya”<br />
em pieza con una extensión libre en la parte delantera, destinada<br />
a la com odidad de los pasajeros durante el día. aprovechando<br />
que el viento contrario los alivia un poco del calor<br />
sofocante cuando la nave está en m archa. Sigue el corredor<br />
con pequeños cam arotes a lado y lado; cada uno de estos tiene<br />
un recargo de $ 10 sobre el precio del pasaje, que es de $50.<br />
Para los dem ás pasajeros, lo m ism o que para los m ozos, las<br />
cam as se tienden en la sala y en la parte delantera ya descrita.<br />
Al efecto se usan catres, m uy acostum brados en tierra caliente<br />
y sum am ente prácticos... D os cubiertas, de extensión reducida,<br />
que sobresalen de la segunda, abarcan la habitación del<br />
capitán y la rueda del timón.<br />
Otra impresión tuvo el boliviano Alcides Arguedas<br />
cuando le tocó abordar el vapor Jim énez López en 1929:<br />
I -os cam arotes son m inúsculos y sus puertas se abren sobre<br />
el corredor, que ocupa el centro del barco. C ada cam arote<br />
tiene dos camas, una encim a de la otra. Ea de abajo parece<br />
más confortable porque lleva lona, la de encim a tiene una<br />
plancha dura de m adera y un delgado colchoncillo. Se ven<br />
pocos utensilios de uso indispensable; una especie de mesa de<br />
noche, lavabo de metal con su jarra de hierro enlozado, un<br />
bañador y su balde. Y eso es to d o ... En el cam arote el term ó<br />
m etro m arca 34 grados y es un horno.<br />
Hettner tuvo la suerte de ascender el Magdalena en<br />
uno de los vapores más veloces que habían surcado el río.<br />
Había salido de Barranquilla el 3 1 de julio de 1882, alcanzando<br />
la bodega de Conejo el 7 de agosto siguiente. Cuatro<br />
años más tarde, el “Federico M ontoya” establecería
3 2 6 | EFRAÍN SANCHEZ<br />
una marca de velocidad, al hacer el recorrido en poco más<br />
de cinco días. Sin embargo, el viajero del Magdalena debía<br />
contar con una travesía que en promedio tardaba alrededor<br />
de quince días.<br />
Después de arrostrar com o podía los padecimientos de<br />
la navegación, el viajero debía prepararse para las torturas<br />
del recorrido por tierra hasta llegar a su destino. Si su destino<br />
era Medellin, luego de dejar en Nare el champán o el<br />
vapor, debía viajar entre cuatro o cinco días, según la estación,<br />
para cubrir las treinta leguas de la ruta, subiendo inicialmente<br />
en canoa por el río Nare hasta la Bodega de San<br />
Cristóbal, para luego tomar el camino de montaña que lo<br />
conduciría a Medellin por Marinilla y Rionegro. Si su destino<br />
era Bogotá, y había tenido la suerte de navegar el<br />
Magdalena a bordo de un vapor hasta la bodega de C onejo<br />
o hasta la Vuelta de la M adre de Dios, debía abordar allí<br />
un champán que en cinco horas lo conduciría hasta H onda.<br />
Desde allí la ruta seguía a Guaduas, el Alto del Trigo y<br />
Villeta, a donde, contando con buena resistencia propia y<br />
de la cabalgadura, se podía llegar en una jornada. A l cabo<br />
de una nueva jornada, el viajero con sus bestias llegaba a<br />
Los Manzanos, después de haber pasado por Sasaima y<br />
Agualarga. Un día más y hacía su entrada a Bogotá por<br />
San Victorino.<br />
El tiempo que demoraban los viajes terrestres en la<br />
Nueva Granada dependía, obviamente, de la naturaleza y<br />
el estado de las vías y de los medios de locomoción. Podría<br />
suponerse que los mejores caminos se hallaban en los alrededores<br />
de las principales ciudades y especialmente en los<br />
terrenos planos, com o la sabana de Bogotá. N o obstante,<br />
los dos caminos principales de la sabana, a saber, el camino<br />
del Norte, que conducía al puente del Común, en la<br />
ruta hacia Tunja y el camino de occidente, que llevaba a<br />
Facatativá, en la vía al Magdalena, presentaban inconve
Antiguo tnodo de viajaren Colombia | 327<br />
nientes tales que muchos trechos quedaban vedados, especialmente<br />
en las temporadas lluviosas, al tráfico de vehículos<br />
de ruedas. El camino del norte inicialmente bordeaba<br />
los cerros orientales de la sabana hasta la fuente de Torca<br />
y desde allí hasta el Puente del Común, siguiendo la vía<br />
que después se denominó Alameda Vieja. Sin embargo,<br />
desde 1793, el gobierno colonial se había propuesto la<br />
apertura de un camino real que condujera en línea recta<br />
hasta Torca, obra cuyo diseño se confió a Domingo Es-<br />
quiaqui, quien acababa de concluir el histórico puente. Las<br />
dificultades financieras, topográficas y de otros ordenes,<br />
hicieron que en la construcción de dicho camino se em <br />
pleara poco más de 90 años. Sobre el camino de occidente,<br />
refiere José María Cordovez M oure que<br />
tocó a la Adm inistración Ejecutiva del general Jo sé Hilario<br />
L ópez la celebración del contrato con los señores D e la T orre<br />
para construir la calzada de Bogotá a Facatativá, m ediante el<br />
pago de cuatro pesos por cada m etro lineal, con anchura de<br />
ocho m etros. L o s envidiosos de entonces lo llamaron camino<br />
de terciopelo, porque ese era en aquel tiem po el precio del m e<br />
tro de tan rica tela.<br />
Aun cuando para 1884 ya existía “un buen camino que<br />
conduce de la sabana a Tocaim a y que, salvo en uno o dos<br />
trayectos, permite la conducción en ruedas hasta de los<br />
más grandes bultos, como pianos, trapiches, etc.”, según<br />
informó la prensa, pocos en verdad eran tan suaves como<br />
el “camino de terciopelo”. Las crónicas de viajeros rebosan<br />
en observaciones como la siguiente, en la cual Manuel<br />
Ancízar describe la “vía” de Vélez al Magdalena<br />
el cam ino cesa de ser una vía transitable y com ienza en continua<br />
sucesión de subidas y bajadas por cerros abruptos, gredo-
3 2 8 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
sos y constantem ente em papados en lo alto por las lluvias, y<br />
en lo bajo por manantiales que aflojan el terreno form ando<br />
pantanos pegajosos en que las bestias se hunden y fatigan, y<br />
pierden hasta el instinto de elegir lo m enos peligroso.<br />
Las opciones del viajero en materia de medios de locomoción<br />
no podían, pues, ser muy amplias. Alfred Hettner<br />
las describe así:<br />
A pie acostum bra a m overse solam ente la gente que forma<br />
la clase baja, o sea los peones y los arrendatarios de pocos<br />
recursos, constituyendo la cabalgadura el prim er objeto de<br />
lujo que se regala a un colom biano, para seguir luego con el<br />
galápago y las guarniciones. Presum ir tal actitud inspirada en<br />
mera pereza es un error que com etí al llegar al país, para co <br />
rregirlo bien pronto, al experim entar en carne propia lo poco<br />
aconsejable que sería tratar de recorrer las regiones a pie, de<br />
acuerdo con nuestra costum bre... Realm ente los sinsabores<br />
que esperan al viajero pedestre no son de poca monta, em pezando<br />
por las incontables pendientes y las lam entables condiciones<br />
de los cam inos, lo m ism o que las num erosas quebradas<br />
que en su cruce obligan cada vez al baño de los pies con el<br />
calzado puesto. A gregando a esto el calor sofocante de los<br />
trópicos y la fuerza de los rayos del sol en su caída vertical,<br />
tenem os el cuadro más o m enos com pleto de los factores que<br />
perm iten juzgar la m agnitud de los esfuerzos requeridos y los<br />
peligros im plicados para la salud, especialm ente del viajero<br />
extranjero no adaptado... L a muía constituye la cabalgadura<br />
más apropiada para viajar en C olom bia, aunque el caballo<br />
también goza de favorecedores en núm ero m ayor del que se<br />
presume, aventajando a la muía en rapidez y fogosidad y, al<br />
menos cuando no sean m uy buenos ejem plares, tam bién en<br />
paso m uy suave... A la muía le ganan en recorrido en lo plano,<br />
provocando esta no obstante un cansancio m ucho más inten-
Antiguo modo de viajar en Colombia | 329<br />
so en su jinete y precisándolo a aplicar las espuelas a ratos.<br />
Pero, por otra parte, aun en los peores trayectos del camino,<br />
el viajero puede confiar tranquilam ente en su paso seguro,<br />
mientras se cuide de no azuzarla en exceso, perm itiéndole en<br />
cam bio buscar ella misma su pisada. A l paso que no afecten<br />
su salud ni los cam bios de clim a ni las variaciones en la alimentación,<br />
su capacidad de soportar esfuerzos y privaciones<br />
excede en m ucho a la del caballo.<br />
Pero pese a las bondades de la muía, en muchos de los<br />
caminos “fragorosos y abandonados” de que habla Manuel<br />
Ancízar, el único medio practicable al que recurrían los<br />
campesinos para trasladar la carga era el buey.<br />
El paciente animal, escribe Ancízar, enjalm ado y con un<br />
largo cabestro, atado al agujero que le abren en la ternilla de la<br />
nariz, m archa delante del conductor con dos grandes m ochilas<br />
encim a y a veces 1111a mujer o un m uchacho por añadidura...<br />
D e regreso del m ercado, el buey sin carga se convierte en<br />
cabalgadura del am o, y contra todas sus costum bres trota o<br />
galopa de una m anera grotesca que hace reír al que por primera<br />
vez presencia el inusitado andar de aquellos caballos<br />
con cuernos, obedientes y m ansos sobre toda ponderación,<br />
com pañeros inseparables del indio y del labriego, y auxiliares<br />
que ningún otro reem plazaría en las faenas del cam po y del<br />
tráfico.<br />
En muchos caminos, com o en el paso de la montaña<br />
del Quindío, sin embargo, no era posible el uso de cabalgaduras,<br />
y el viajero que no tenía la voluntad o la fortaleza<br />
suficientes para andar a pie, debía confiarse a la resistencia<br />
y destreza de un carguero. Santiago Pérez describe así su<br />
apariencia y su faena:
3 3 ° I EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
en aquél punto, en el cual debíam os subir sobre nuestros respectivos<br />
cargueros, éstos nos aguardaban con el largo bordón<br />
en las manos, unos calzones que los cubrían desde la cintura<br />
hasta los muslos, por único vestido, y sin más apero que la silla<br />
de guadua sobre los lom os robustos... L a silla era una arm<br />
azón a propósito para echárselo a uno a cuestas de<br />
cualquier m odo. Se com ponía de dos tablillas com o de una<br />
vara de largo y algo m enos de ancho, form adas de fajas de<br />
guadua estrecham ente unidas. L as dos se juntaban en un ángulo,<br />
uno de cuyos lados descansaba sobre la espalda del<br />
sustentante y el otro servía de base a la justa posición hum a<br />
na. T res anchas cintas de un bejuco m uy fuerte, una de las<br />
cuales ceñía las sienes y las otras dos se entrecruzaban en los<br />
hom bros, servían para m antener la silla sujeta. En ésta, que<br />
salía del cuerpo inclinado del carguero a m anera de espina, se<br />
instalaba cada cual, soltando las piernas cuan largas eran, hasta<br />
alcanzar el estribo apendizado de la silla... Pudiera creerse<br />
que desde el m om ento en que el hom bre entraba a hacer el<br />
oficio de las bestias, abandonara virtualm ente sus pretensiones<br />
a categorías diferenciadas. N ada de eso. Entre los cargueros<br />
los hay de silla y los hay de carga. En esas recuas hum anas<br />
sucede, pues, lo que en las otras. Nuestros com patriotas de silla<br />
nos llevan a nosotros; nuestros conciudadanos de carga la<br />
llevan y la llam an líchigo. Y era el líchigo un cesto cónico hecho<br />
con lianas y por am bos lados cubierto con hojas anchas y<br />
dobles del vihao. Ix)s lichigueros rom pían la m archa, sacrificando<br />
en este caso la etiqueta a la seguridad; y en pos<br />
desfilábam os nosotros de dos en dos, o de uno en uno.<br />
A los sufrimientos de la jornada del viajero seguía la<br />
pesadilla de la noche. L a primera dificultad, naturalmente,<br />
consistía en hallar un techo para no dormir en campo raso.<br />
En vastos trechos de los caminos no había pueblo o venta<br />
alguna, y el viajero se veía obligado a improvisar una “ran-
Antiguo modo de viajar en Colombia \ 331<br />
chería” si contaba con los implementos necesarios. Si<br />
corría con suerte, encontraba un “tambo”, especie de cobertizo<br />
hecho con hojas de palma y sostenido por postes,<br />
sin paredes que protegieran del viento o impidieran el acceso<br />
de desconocidos. José María Cordovez Moure refiere<br />
que “siempre llevábamos con nosotros una escopeta de<br />
dos cañones y un puñal, por lo que pudiera suceder; pero<br />
nadie nos garantizaba que durante el día no los tentara el<br />
diablo e hicieran uso de dichas armas en medio del impenetrable<br />
bosque, que guardaría el secreto del crimen”. De<br />
vez en cuando era posible dar con una posada o “venta” al<br />
lado del camino, que raras veces satisfacía las expectativas<br />
de descanso del viajero más pesimista. Una de las más célebres<br />
y antiguas de la Nueva Granada quedaba en los alrededores<br />
del puente del Común, a media jornada de la<br />
capital. Agustín Codazzi y Manuel Ancízar pasaron allí la<br />
noche de la primera jornada de las expediciones de la C o<br />
misión Corográfica de la Nueva Granada, a cuyo cargo<br />
corrió la ejecución del mapa de la nación y sus provincias.<br />
D e la fuente de T orca a la venta ‘Cuatro Esquinas’, escribe<br />
Ancízar, hay un corto trecho de cam ino; o com o si dijéramos,<br />
de lo m ás poético a lo más prosaico imaginable, no hay<br />
sino un paso. Cuatro ranchos de paja que no form an cuatro,<br />
ni dos, ni esquina alguna, constituyen la fam osa e histórica<br />
venta, tan antigua com o el Virreinato y tan estacionaria com o<br />
los cerros adyacentes. Una pequeña sala en cuya testera hay<br />
una larga y tosca mesa arrim ada a un banco fijo, y anexo a la<br />
sala un dorm itorio, rara vez barrido, con dos cam as de cuero,<br />
m ondas y desam paradas conform e salieron de la rústica fábrica,<br />
he aquí el aspecto interior de la posada. En com pensación<br />
las paredes presentaban la m ás copiosa colección de letreros<br />
que pudiera desearse, incluso m uchos m odelos de retórica de<br />
taberna que se hallan siem pre en cercanía de las ciudades
3 3 2 | EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
populosas... H allé a mi com pañero confortablem ente acostado<br />
sobre el pellón de su silla con los zam arros por alm ohada,<br />
y com o no fueran suficientes para este oficio, les había agregado<br />
el blando aditam ento del freno, entre cuyas paletas de hierro<br />
colocó la cabeza y se puso a dorm ir deliberadam ente.<br />
Imítelo en todo, a m ás no poder, salvo en lo del freno, que me<br />
pareció un refinamiento superfluo.<br />
Las dos últimas décadas del siglo vieron el despuntar<br />
de la era de las comunicaciones modernas en Colombia. El<br />
año de 1884 fue especialmente prolífico en avances. Se inauguró<br />
un puente colgante sobre el río Magdalena en<br />
Girardot, el primero de su género en la nación. Entonces<br />
llegaba ya a dicho puerto una línea de ferrocarril que comunicaba<br />
con Tocaima, primera etapa del proyectado ferrocarril<br />
entre Bogotá y Girardot. El trayecto, de 18 millas,<br />
era cubierto en 40 minutos por las locomotoras “Girardot”<br />
y “Bogotá”, que ya contaban con dos carros para pasajeros<br />
de primera clase, “tan lujosos y cóm odos como los usados<br />
en Europa”, tres para segunda clase, ocho vagones y quince<br />
carros de plataforma. A su vez, comenzó a prestar servicio<br />
la línea de ferrocarril de la Noria a La Dorada, donde<br />
se abordaban los grandes vapores del Bajo Magdalena. En<br />
el mismo año de 1884 se inauguró el servicio de “L a Barca<br />
de Honda”, planchón de hierro que atravesaba el M agdalena<br />
por medio de cuerdas. A sí mismo, en la propia capital,<br />
se puso en servicio el tranvía de tracción animal de Chapi-<br />
nero, y en la ferrería de La Pradera se fabricaron los primeros<br />
rieles de ferrocarril producidos en el país. De allí en<br />
adelante y pese a los continuos reveses, demoras, suspensiones,<br />
desfalcos y otras desgracias que sufrían las obras, el<br />
progreso en las comunicaciones fue relativamente rápido.<br />
Uno de los aspectos más notorios de la difusión de los<br />
medios de transporte en Colom bia ha sido su falta de uni
Antiguo modo de viajar en Colombia | 333<br />
formidad, particularmente en cuanto a su distribución<br />
regional. El geógrafo Ernesto Guhl dividió en 1970 el territorio<br />
nacional en siete “áreas culturales según los sistemas<br />
e intensidad de las comunicaciones”. La primera está constituida<br />
por las regiones densamente pobladas, con sistema<br />
vial intenso a base de automotor, las cuales se hallan en los<br />
grandes valles interandinos, los altiplanos de la cordillera<br />
oriental y algunas regiones de la costa del Caribe. La segunda<br />
área abarca las regiones montañosas bien pobladas<br />
pero todavía con tráfico preponderante a base de caminos<br />
de herradura, y entre ellas se cuentan las zonas cafeteras y<br />
las vertientes montañosas fría y cálida. La tercera com <br />
prende las llanuras abiertas de fácil tráfico pero de escasa<br />
población, com o la península de la Guajira, partes de la llanura<br />
del Caribe y los altos Llanos Orientales. La cuarta<br />
área está integrada por las zonas fluviales con densa población<br />
ribereña y servicios de transporte motorizado, es decir,<br />
el río Magdalena en su curso bajo y medio y los ríos<br />
Cauca en su curso inferior, San Jorge, Sinú, Meta, Putum<br />
ayo y Amazonas. Las tres zonas restantes corresponden<br />
a regiones escasamente pobladas, con comunicación fluvial<br />
“de sistema indígena” o totalmente desprovistas de<br />
vías de comunicación. Estas tres zonas abarcan más de la<br />
mitad del territorio nacional.<br />
La difusión de los medios de transporte modernos generó<br />
cambios esenciales en el modo, la frecuencia, el cubrimiento<br />
y la participación social en los viajes en Colombia.<br />
En algún punto de ese proceso la sensación de viajar como<br />
“mal necesario” se trueca en la sensación de viajar “por<br />
placer”, y aparece el turismo. Y con el turismo, el viajar<br />
adquiere connotaciones distintas dentro del cuadro general<br />
de la vida cotidiana. A decir verdad, sólo entonces puede<br />
afirmarse que el viajar se integra a la vida cotidiana de<br />
los colombianos.
3 3 4 I EFRAÍN SÁNCHEZ<br />
En un país donde los caminos no eran caminos y el<br />
viajero de los ríos debía disputar el espacio del champán<br />
con las cargas de tabaco de Am balem a y los géneros importados<br />
de Londres, viajar constituía no sólo un “mal<br />
necesario” sino un auténtico suplicio. Cuando por algún<br />
milagro inexplicable conseguía llegar a su destino, el viajero<br />
no podía menos que repetir la letanía de Jo sé Caicedo<br />
Rojas:<br />
En la cordillera de los Andes, m ientras se establecen los<br />
ferrocarriles, lo cual tardará su poquito, debem os dar gracias a<br />
D ios si conseguim os un carguero robusto, de anchas espaldas<br />
y fornidas piernas, para que nos conduzca; gracias debem os<br />
darle también si hallam os un árbol caído sobre un río<br />
invadeable; gracias si encontram os un tam bo donde pasar la<br />
noche; gracias si no nos m uerde una culebra; gracias si no nos<br />
devora un tigre; gracias si no nos acom eten los fríos y calenturas;<br />
gracias si el carguero sale de paso, en vez de salir de trote,<br />
y gracias, últimamente, si no nos riega por el suelo, com o le<br />
sucedió al libertador Bolívar.<br />
Sin embargo, llegaban los pianos de Alemania a Popa-<br />
yán y Bogotá, los carros del tranvía a Chapinero y las<br />
pacas de tabaco de Am balem a a la plaza de Bremen; el<br />
correo llegaba sin falta a su destino, el empleado público<br />
llegaba en comisión a los poblados más remotos, las familias<br />
de Bogotá llegaban a veranear a Ubaque, y a Chiqúin-<br />
quirá llegaban cada año no menos de 30 000 peregrinos<br />
procedentes de los cuatro puntos cardinales de la nación.<br />
Viajar era un evento extraordinario, ajeno a la vida cotidiana<br />
del ciudadano común, y provisto de los visos de<br />
fantasía que hicieron que el relato de viajes fuera columna<br />
indefectible en los periódicos. N o por nada “El M osaico”,<br />
colección de muchas de las mejores producciones de la li
Antiguo modo de viajar en Colombia | 33 5<br />
teratura nacional del siglo xix, llevaba el subtítulo de “M u<br />
seo de cuadros de costumbres, variedades y viajes”.<br />
Con respecto a la apreciación del imponente paisaje<br />
del país, de cuya falta entre los colombianos se quejara,<br />
antes que Hettner, el barón Alexander von Humboldt,<br />
puede meditarse sobre las llanas palabras de José Joaquín<br />
Borda, compuestas en algún lugar del Río Grande:<br />
l'J calor del m ediodía llega al último grado en las riberas<br />
del M agdalena; el aire era a la sazón un mar de fuego; las brisas,<br />
com o toda la naturaleza, parecían adorm ecidas; nubes espesas<br />
de mosquitos... revoloteaban en torno mío, haciéndom e<br />
arrcpentir de mi visita a los dom inios de tan agreste naturaleza.
L a vida material en los<br />
espacios domésticos<br />
AÍDA<br />
M A R TÍN E Z C A RREÑ O<br />
Civilización, sociedad y vida material<br />
El modelo para la vida material en los centros urbanos del<br />
nuevo continente fue el mismo de la nación conquistadora:<br />
vivienda, vestido y alimentación -para no citar sino<br />
los aspectos esenciales- se ciñeron al patrón español,<br />
sin que por ello hubieran obtenido iguales resultados.<br />
Al compararlos se destacan continuidades, paralelismos,<br />
rompimientos y cambios surgidos a partir de las propias<br />
experiencias, que condujeron a la formación de nuevos hábitos.<br />
Al revisar la evolución de la vida material en el transcurso<br />
de dos siglos, xvm y xix, inmediatos pero muy diferentes,<br />
existe el riesgo de perderse en los vericuetos de las<br />
infinitas modalidades que surgen en un país de zonas<br />
geográficas, etnias y culturas diferentes. En este caso la observación<br />
se hace en el núcleo urbano y dentro de él en el<br />
área doméstica, espacio propio de las sociedades gestadas<br />
a partir de la conquista. Pese a la fuerte imposición cultural<br />
y al prestigio que la asimilación conllevaba, en nuestra<br />
práctica cotidiana se mezclaron y aún sobreviven infinidad<br />
de rasgos que, en constante contrapunto, relievan nuestra<br />
identidad mestiza.
3 3 $ | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
Y a enganchados por la Conquista en la civilización<br />
europea, las conmociones de los siglos xvm y xix, Revolución<br />
Francesa, Independencia de Am érica e industrialización,<br />
trastocaron nuevamente nuestra vida material, que<br />
pasó, de un sólo golpe, de la etapa preindustrial al mundo<br />
de la máquina.<br />
L a s ciudades y las casas<br />
Las Leyes de Indias trazaron sobre el papel ciudades ideales,<br />
utopía para la cual estaba abierto el vasto territorio de<br />
América. La cuadrícula que habían ensayado algunas ciudades<br />
griegas y romanas, era extraña a quienes la aplicaban<br />
y a quienes la debían habitar; con ella se introdujo un esquema<br />
excéntrico a la naturaleza y se orientó al hombre<br />
dentro de una abstracción geométrica, según la cual el cuadrado<br />
rige el espacio vital: ortogonales son la plaza, la<br />
manzana y la casa y a esa angulosidad responden la calle,<br />
la esquina, la iglesia, la pieza.<br />
Durante el siglo xvm, respondiendo a nuevas políticas<br />
monárquicas de posesión y dominio del espacio, se multiplicaron<br />
las poblaciones de blancos trazadas a cordel, con<br />
sus iglesias, centros educacionales, carnicerías y pilas de<br />
agua; son notables las sistemáticas fundaciones de pueblos<br />
en las provincias de Cartagena y de Tunja, en áreas que<br />
hoy ocupan los departamentos de Córdoba, Cesar y Santander.<br />
Junto con ese impulso poblador, nuevos conceptos<br />
urbanísticos propiciaron la construcción de puentes, avenidas,<br />
paseos y alamedas para embellecer algunas de las<br />
ciudades fundadas en los siglos anteriores, en donde se levantaron<br />
edificios para hospitales, centros de asistencia y<br />
educación. En la capital del virreinato, cuyo conjunto urbanístico<br />
era descrito en 17 9 1 com o “una desordenada
multitud de ridiculas y despreciables chozas”,1 a finales de<br />
la Colonia se autorizó la edificación de un teatro, se culminó<br />
la catedral, se trajeron ingenieros para remodelar la<br />
sede del Gobierno y se erigió un observatorio astronómico.<br />
Por Cédula Real de 1789 y con propósitos de salubridad<br />
pública, se ordenó erigir los cementerios fuera de las<br />
iglesias.<br />
I ¿i vida material a i los espacios domésticos \ 339<br />
La arquitectura doméstica continuó ceñida al patrón<br />
de la casa árabe-andaluza adaptada por los constructores<br />
españoles a los más diferentes climas, desde el nivel del<br />
mar hasta el de la nieve, y plegada a todos los materiales<br />
disponibles: caña, tabla, tierra, piedra, paja o teja. La planta<br />
de la casa española, modulada por cuadrados y rectángulos<br />
alrededor del patio, reproducía, en diferente escala, el<br />
espacio urbano. El modelo, con variantes ornamentales y<br />
técnicas acomodadas a cada época, tuvo larga supervivencia:<br />
excelentes edificaciones del siglo xvm obedecieron al<br />
patrón establecido doscientos años antes en ciudades<br />
com o Tunja, M om pox, Popayán y Santafc, y que en la<br />
próxima centuria los colonizadores antioqueños llevarían<br />
a la zona de su influencia.<br />
Aun en los mejores ejemplos, y pese a la introducción<br />
de detalles ornamentales com o escudos, cornisas o balcones,<br />
nuestras casas del período virreinal resultan modestas<br />
en comparación con las de otras ciudades de América.<br />
Germ án Téllez observa: “A falta de palacios que jam ás llegaron<br />
a existir, las casas coloniales cartageneras difieren<br />
entre sí en que las más lujosas simplemente poseen mayor<br />
número de dependencias... las más importantes con una<br />
área construida no inferior a i.5oon'2...”; más funcionales en<br />
pequeña que en gran escala, su módulo básico, una serie<br />
1. Papel Periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, Bogotá, 17 9 1.<br />
N " to, pág. 82.
3 4 0 I AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
variable de habitaciones alrededor de un patio, podía repetirse<br />
cuantas veces se quisiera para aumentar la capacidad<br />
y servicios: casas de uno, dos, tres y hasta cinco patios se<br />
levantaron desde el siglo xvi hasta el xix. Perfectas para las<br />
ciudades de clima cálido, lo eran menos para las alturas<br />
andinas, en donde desde finales del siglo xvm se buscaron<br />
recursos de diversa procedencia, com o cristales para las<br />
ventanas o esteras en los pisos, para combatir el frío, “para<br />
el bogotano rico el vidrio es una necesidad, en cambio, no<br />
lo vi usar en ninguna otra parte de la Nueva Granada”, dirá<br />
un viajero norteamericano a mitad de siglo xix.2<br />
Una vez liberada del patrón hispánico, la evolución de<br />
la arquitectura urbana fue lenta y difícil, com o lo advertía<br />
en 1848 un articulista del periódico bogotano ElD uetide<br />
...ya que no tenem os arquitectos, deberían los señores<br />
edificantes consultar algún autor de arquitectura para no<br />
pifiarla... lástim a es que se gasten tanto material y tanta plata<br />
en hacer m onstruos del arte, que serán otros tantos m onum<br />
entos de nuestra ignorancia, y más cuando las buenas obras<br />
antiguas están haciendo con ellos un contraste singular...<br />
En el viejo o en los nuevos estilos, las casas, casi sin excepción,<br />
se planeaban para albergar a la familia y al comercio,<br />
mundos que habían convivido durante varios siglos. En<br />
1600 el contrato para la construcción de una casa de habitación<br />
en Santafé detallaba “...primeramente una tienda<br />
para mercadería con tres andanas de tablas alrededor del<br />
mostrador, ...y con sus puertas a la calle que sean como las<br />
que tiene la tienda de Lázaro de la Cruz y más otra puerta<br />
2. H olton, Isaac, I ¿1 Nueva Granada: veinte meses en los Andes, B o <br />
gotá, Banco de la República, 19 8 1.
La vida material en tos espacios domésticos j 341<br />
que salga al zaguán...” ' costumbre que sobrevivía a finales<br />
del siglo xix, según observación de un viajero: “en las casas<br />
de dos pisos, las habitaciones de categoría están dispuestas<br />
en el segundo, sirviendo el bajo por una parte de sótano y<br />
depósitos... o para tiendas y talleres...”.<br />
Los muebles de la casa<br />
Los muebles coloniales fueron fuertes y pesados, como<br />
una extensión de los muros, puertas y ventanas de las casas;<br />
a través del lenguaje legal se percibe esa prolongación:<br />
“...Declaro por bienes míos la casa de mi morada guarnecida<br />
con sus alhajas de santos, mesas, sillas, escaños, cajas y<br />
bufetes, un escaparate, un escritorio de madera grande,<br />
otro pequeño de lo mismo y otro de cuero con sus chapas...”4<br />
Com o “sillas de asentar” se relacionan taburetes de vaqueta,<br />
grandes sillas de brazos, escaños y bancas. Las sillas<br />
se adornaban grabando escudos de armas, emblemas o insignias<br />
en el cuero del espaldar. A los taburetes les pintaban<br />
motivos coloridos, trabajo llamado guadamesí, que<br />
perduró en algunas regiones de Nariño hasta el presente<br />
siglo. Los salones principales contaban con un estrado o<br />
tarima cubierta con alfombra en donde se instalaban las<br />
señoras más respetables.<br />
Muebles indispensables fueron las sillas de montar, diferentes<br />
si eran para hombres o mujeres, cuyas versiones<br />
más ricas llevaban adornos de plata. En 1787 para la confección<br />
y arreglo de una silla de lujo que formaba parte de<br />
la dote de una novia, además del sillón, se compraron<br />
3. M artínez, Carlos, Santafé capital del Nuevo Reino de Granada, B o<br />
gotá. Banco Popular, 1987.<br />
4. N otaría Unica de G irón, años 17 6 1 a 1769, testam ento de Ignacio<br />
Navas, F 536.
342 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
paño grana para arroparlo, gaya ancha de plata falsa para<br />
su guarnición, dos vaquetas, tres varas de lienzo delgado,<br />
dos gamuzas, una vara de manta para la caballería, una libra<br />
de lana y seis onzas de plata; en su hechura intervinieron<br />
un platero y un talabartero y su valor total fue de 46<br />
pesos.'1<br />
A finalizar el siglo xvm, tiempo de opulencia y ostentación,<br />
los muebles se inclinaban hacia el estilo francés, de<br />
líneas curvas, con adornos tallados y algunas veces sobredorados;<br />
se difundió el uso de canapés, generalmente forrados<br />
en vaqueta y, a manera de innovación, en géneros<br />
textiles como la zaraza (de algodón), el filipichín (de lana)<br />
y en raras ocasiones, el damasco (mezcla de lana y seda).<br />
Las mesas corrientes -una y media vara de largo por una<br />
de ancho y cajón con llave- también se forraban en vaqueta;<br />
los mobiliarios de m ayor categoría incluyeron consolas<br />
y mesas adornadas con tallas y recortes caprichosos.<br />
Com o alternativa a la hamaca indígena, de uso común<br />
sobre todo en climas cálidos, se adoptaron las tarimas forradas<br />
en cuero sin curtir; la mujer aportaba al matrimonio<br />
la “cama con barandillas” o “cama aderezada” cuyos<br />
“adherentes” incluían las colgaduras suspendidas de varillas<br />
metálicas, colchones y almohadas de lana o de crin (no<br />
se acostumbraron plumas), sábanas de lienzo o de rúan.<br />
En 178 7 una rica cama de matrimonio se construía según<br />
los siguientes detalles:<br />
-P agad o al m aestro carpintero por la cuja con su barandilla.<br />
6 pesos, 4 reales.<br />
-D o s y tres cuartas varas de m an florete dados al maestro<br />
sastre para que hiciera la colgadura, a 6 y m edio reales cada<br />
una.<br />
5. Ibid., nota 4.
La vida materiaI en los espacios domésticos | 343<br />
-T re s cuartos vara de Pontiby para las orejas de prenderlas.<br />
-D o s y tres cuartas vara de saraza de flores y ancha de<br />
G erm ania para la cenefa de dicha cam a, a 12 reales cada una.<br />
-M ed ia onza de hilo para coser las dichas costuras, 1 real.<br />
-H ech ura pagada, 1 peso 4 reales.<br />
-C in c o varas de listón naranjado e hiladillos.<br />
- 1 0 varas de rúan legítim o para dos sábanas cameras.<br />
-O tra media onza de hilo m ariposa para coserlas.<br />
-Saraza de flores v ram azón para el rodapiés de Ja cama.<br />
-C in c o varas de saraza de troncos y ram azones para una<br />
colcha.<br />
-D ie z varas de Pontiby para uno y otro forro.<br />
-C ato rce varas de cinta nácar de agua para una y otra<br />
colcha.<br />
- l'res varas de tafetán doblete carm esí para dos fundas<br />
de alm ohadas.<br />
- A l m aestro por su hechura, 1 peso 3 reales/’<br />
Las cajas de madera de variados tamaños con cerradura<br />
y llave fueron imprescindibles: infaltables cofres y baúles<br />
cuya apertura daba inicio a los inventarios de bienes de difuntos,<br />
con frecuencia, a los juicios por robo. Cerraduras,<br />
que en número de tres se colocaban en las puertas de las<br />
tiendas y en las arcas de las cofradías -p or ello denominadas<br />
triclaves- cada una de cuyas llaves se entregaba a una<br />
persona distinta para proteger el metálico que allí se depositara.<br />
Las llaves, signo de autoridad, de poder y de orden,<br />
permanecían suspendidas de la cintura de los administradores<br />
cuidadosos y fueron, en el siglo pasado, emblema de<br />
las buenas amas de casa.<br />
6. Notaría Única de Cíirón, años 178 7 a 1799, dote de Lorenza<br />
A lonso Carriazo, F79.
3 4 4 I Af ° A MARTÍNEZ CARREÑO<br />
El bargueño o escribanía, concebido para guardar valores,<br />
dotado de espacios secretos y trampas de seguridad<br />
y de una tablilla para escribir, se construía y adornaba con<br />
materiales costosos: ébano, marfil, carey, corales. En el siglo<br />
x v i i i se desarrollaron el escaparate y el escritorio, también<br />
dotados de sistemas de seguridad: en el cajón secreto<br />
de uno de éstos, exhibido en la Casa de Juan de Vargas en<br />
Tunja, es aún perceptible el brillo del oro en polvo que allí<br />
se guardó. Los objetos de menor valor se guardaban o<br />
transportaban en petacas de paja aseguradas con cadenas.<br />
Guardabrisas y arañas de cristal, relojes, espejos de<br />
marco dorado con brazos para colocar velas (llamados<br />
cornucopias) adornaron el hogar dieciochesco, en cuyas<br />
paredes se colgaban -m uy altos- láminas y cuadros de<br />
santos pintados al óleo siendo la imagen más frecuente la<br />
de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Com o un caso de excepción,<br />
lo que la convierte en temprana coleccionista de<br />
arte, doña Francisca Cano de Useche, muerta en 1708, tenía<br />
entre un centenar de pinturas, láminas y esculturas,<br />
quince “países” (paisajes) y hasta un retrato del Señor A r<br />
zobispo.7<br />
El mobiliario de un comerciante instalado en la zona<br />
minera de Zaragoza (Antioquia) en 1777, además de doce<br />
cajas, cinco escaparates y tres baúles, lo componían dos<br />
camas grandes torneadas y dos medianas, dos “camas de<br />
viento”, tres hamacas usadas, diez y ocho sillas viejas, dos<br />
mesas, cuatro taburetes chicos viejos, un tinajero ordinario<br />
viejo, una tarima y una mesita de altar; cuatro láminas de<br />
santos, cinco imágenes de bulto y “una capillita con puertas<br />
y en ellas cuatro pinturas doradas con una imagen de la<br />
Inmaculada Concepción de bulto con su coronita de plata...”.<br />
Contrasta con esta rusticidad el esplendor de ciuda<br />
7. a g n , Testam entarias Cauca, tom o 2, F20I.
La vida material en los espacios domésticos | 345<br />
des como Popayán, donde -dice un francés- todavía a comienzos<br />
del siglo xix era posible encontrar en las casas de<br />
las principales familias “sillones que databan de la Conquista,<br />
magníficas tapicerías de cuero de Córdoba, vajillas<br />
espléndidas y en cantidades que provenían del siglo<br />
xvii...”.8<br />
Hemos hablado de las casas de gente adinerada, daremos<br />
ahora un vistazo a las de los más pobres: una mujer<br />
que en 1804 decía sostenerse en Santafé con los “auxilios<br />
de personas caritativas”, poseía los siguientes bienes:<br />
-C u atro sillas viejas forradas en vaqueta.<br />
-C u atro mesas, una grande y tres chicas.<br />
-D o s cajas desgoznadas, una grande y una chica con su<br />
chapa.<br />
-C u atro cuadros de diferentes efigies con marco, cuatro<br />
cuadritos chicos con m arco, trece estam pas de papel, un espejo<br />
quebrado, una cortina de zagalejo, un cuadro viejo y grande,<br />
ocho cuadritos chicos, una imagen de Santa Bárbara, un<br />
cuadrito de San Francisco y un cuadrito de San Antonio, todo<br />
viejo.<br />
-U n a cuja con sus barandillas y pabellón y una estera de<br />
junco, una sobrecam a, una frazada, un colchón hecho pedazos,<br />
y una alm ohada de lienzo.11<br />
El encargado de un saque de aguardiente en Girón,<br />
dueño de una casita de paja en tierra de su suegro, poseía<br />
en 1822 un par de petacas, un torno, un tinajero, dos taburetes,<br />
una cajita y tres cueros de res (a manera de cama).<br />
Las propiedades de un conductor de correos eran seme-<br />
8. Boussingault, Juan Bautista, Memorias, tom o 5, Bogotá. Banco<br />
de la República, 1985.<br />
9. a g n , C olonia, Crim inales v i. F490V.
3 4 6 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
jantes: una casa de palos y teja, cinco bancos de madera,<br />
una banqueta, cinco cueros de res y cuatro retablos viejos.<br />
Durante el siglo xix el tamaño de los muebles se redujo,<br />
se especializaron sus fondones y las piezas del mobiliario<br />
fueron más variadas, abundantes y delicadas. El pintor<br />
Jo sé María Espinosa, contemporáneo de esos cambios,<br />
recuerda:<br />
...en el año de 1809... com o por encanto se transform ó la<br />
casa, y a las im ágenes de los santos las reem plazaron lám inas<br />
m itológicas, y otras no m enos profanas, con em blem as y alegorías<br />
diversas. I/os m uebles de la sala, de m adera de nogal,<br />
forrados en filipichín colorado, se repararon convenientem ente.<br />
Se pusieron fanales (vulgo guardabrisas) verdes y m orados<br />
sobre las m esas; las urnas del N iño D ios se pasaron a la alcoba,<br />
y la alfom bra quiteña que cubría el estrado se extendió en<br />
mitad de la sala, com plem entándola con esteras de chinga/é y<br />
tapetes de los que com enzaban a venir entonces. Se pintaron<br />
por prim era vez de colorado las barandas, puertas y ventanas...10.<br />
Poco a poco se introdujeron los nuevos muebles franceses,<br />
más pequeños y variados, finamente trabajados y en<br />
estilos cambiantes que dan identidad a la casa del siglo xix,<br />
atiborrada de objetos inútiles pero indispensables, cuya<br />
profusión hace reír al poeta Luis Vargas Tejada mientras<br />
los enumera<br />
...tocadores, cajitas de costura,<br />
briceros, canapés, sillas inglesas,<br />
m uñecos de prim or para las mesas,<br />
10. Espinosa Prieto, Jo sé M aría, Memorias de un abanderado, B ogo <br />
tá, A cadem ia C olom biana de Historia, Plaza & Janes, 1983
I m vida material en los espacios domésticos | 347<br />
pianos, lám paras griegas y bufetes,<br />
láminas, cornucopias y tapetes...<br />
Esta acumulación alcanzará la cúspide cincuenta años<br />
después, cuando los ricos traen de Francia la totalidad de<br />
sus salones, pese a las visibles dificultades del empeño. En<br />
1874, desde Bogotá, Roberto Herrera elegía su mobiliario<br />
en el M agasin de M eubles N o 6, encargándolo al fabricante<br />
Leloutre en París, con las siguientes recomendaciones:<br />
'I odos los m uebles deberán ser de m adera de caoba, lo<br />
m enos pesados posible hasta donde lo permita la solidez, que<br />
las piezas en que vengan divididos presten facilidad para arm<br />
arlos aquí y sean pequeñas, de manera que los bultos que se<br />
form en puedan venir en muías, todas las piezas con sus números<br />
correspondientes, para que al arm arlos aquí no haya el<br />
m enor riesgo de que las piezas de unos se confundan con las<br />
de otros, ningún bulto debe pasar del peso bm to de 60 ks.,<br />
deben remitirse en el prim er vapor y en ningún caso en buque<br />
de vela....<br />
Su pedido incluía dos canapés, cuatro sillones y doce<br />
sillas “de medallón”; dos canapés Luis xv “simple”, una silla<br />
de costurero para señora, una chaise confortable, dos<br />
consolas, una mesa de centro ovalada, una mesa de baño<br />
con tapa de mármol, una mesa de toilette, un costurero<br />
“elegante y cóm odo”; además de los géneros para forrar<br />
las sillas, “...por el estilo de la moqueta que vino para los<br />
muebles de A rboled a...”<br />
Apuntaba ya el “hogar moderno” que Ricardo Silva ridiculiza,<br />
con sus “máquinas de hacer café, de rallar limones,<br />
de batir los huevos, de descorazonar las manzanas, de<br />
deshuesar los pavos y de limpiar las papas; alumbrado con<br />
gas inverosímil o con petróleo asfixiante, adornado con
3 4 8 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
profusión, recargado de cuadros, de helechos, de parásita»<br />
y de fotografías...”” . Hogar que se transformaba por efectos<br />
de la abolición, la industrialización, la emulación y los<br />
viajes y se proveía gracias a la libertad de comercio.<br />
L a s necesidades cotidianas<br />
La vida material en las ciudades neogranadinas durante<br />
los siglos xvm y xix, bastante desprovista de elementos<br />
creados para el confort, no estuvo determinada por una<br />
inexistente industrialización, sino dirigida por la oferta<br />
comercial; al interior de las tiendas o en los registros comerciales,<br />
se encuentra la enumeración de casi todos los<br />
elementos que posibilitaban la vida “civilizada” en los centros<br />
urbanos, desde el abastecimiento de esclavos, cuya<br />
presencia retardó la introducción de tecnologías que facilitaran<br />
las tareas domésticas, hasta la indicación de este<br />
atraso como una de las características de la vida familiar<br />
neogranadina durante el siglo pasado. Baste recordar que<br />
la conducción de agua, el alumbrado, las comunicaciones,<br />
los servicios de higiene y transporte eran producto de la<br />
energía humana, combinada, cuando era preciso, con la<br />
fuerza animal.<br />
Abolida la esclavitud a mitad del siglo xix, la organización<br />
doméstica dependía de criadas y criados a quienes se<br />
confiaban los oficios que dentro de la casa correspondían a<br />
una estricta jerarquización: las sirvientas de m ayor categoría,<br />
después de las que habían envejecido al servicio de la<br />
casa, eran la cocinera y la planchadora, el ama de brazos y<br />
el ama de leche, seguidas por las de adentro y la niñera. El<br />
último escalón lo ocupaban las chinas y chinos encargados<br />
de los mandados.12 En grupo aparte estaban las que de<br />
1 1 . Silva, Ricardo, “ Las llavecitas”, en Artículos de costumbres, B ogotá,<br />
1883, reim presión Raneo Popular, 19 73<br />
12. Ibid., “ L a C ruz del m atrim onio”.
sempeñaban tareas especializadas como las molenderas,<br />
planchadoras de almidón y lavanderas.'-1<br />
Pese a un afectado ceremonial, las costumbres de los<br />
neogranadinos a comienzos del siglo xix eran toscas y sus<br />
gustos poco refinados; sus diversiones, además de los bailes<br />
y representaciones teatrales eran los juegos de naipes,<br />
las apuestas, el bisbís, el pasadiez, las corridas de toros, las<br />
riñas de gallos y las quemas de pólvora.<br />
Con naturales excepciones, el servicio de mesa -vajillas,<br />
vasos, cubiertos- fue escaso y rudimentario, debido<br />
probablemente a su fragilidad tanto en el transporte como<br />
en el uso, pues los registros de aduana señalan importaciones<br />
significativas de “locería”. Sólo en 1793, entraron por<br />
la Aduana de Cartagena 7 6 51 piezas y 26 cajones de loza<br />
fina además de dos servicios completos (vajillas) de loza de<br />
china; a las cifras oficiales sería necesario, pero imposible,<br />
añadir las cantidades introducidas de contrabando que<br />
surtían las regiones costeras, las riberas del Magdalena y<br />
hasta lejanas regiones mineras. A comienzos del siglo xix<br />
una persona de cierta solvencia poseía dos o tres platos y<br />
tenedores de peltre, jarros y pozuelos de loza de Sevilla,<br />
algunas piezas de cerámica provenientes de M om pox además<br />
de jarros, vasos, cucharas y tachuelas de plata. Parte<br />
de esa platería se perdió durante la reconquista española<br />
en 18 16 , cuando fue exigida como precio del rescate de los<br />
sentenciados por rebeldía.<br />
/ y/ vida material en los espacios domésticos | 349<br />
En la década del veinte los ingleses monopolizaron el<br />
comercio en las antiguas colonias españolas a las cuales<br />
introdujeron cantidades importantes de enseres domésticos.<br />
No obstante, los observadores extranjeros seguían<br />
considerando el servicio de mesa tan burdo y desaliñado<br />
13 . C aieedo Rojas. Jose, “ l ,;is criadas de Bogotá", en Museo de Cuadros<br />
de Costumbres, tom o iv, Bogotá, Banco Popular, 1973.
3 5 ° I AÍDA MARTÍNEZ CARRF.ÑO<br />
com o los alimentos: recipientes de cerámica vidriada, ausencia<br />
de tenedores, inexistencia de servilletas y de jarros<br />
individuales en el común de las casas; en las más ricas podían<br />
encontrarse platos de china, jarros, copas y fuentes de<br />
plata y muy contadas piezas de vidrio.<br />
La Locería Bogotana de Nicolás Leiva, montada hacia<br />
1833 con técnicos ingleses, produjo durante casi cincuenta<br />
años piezas de variable calidad que regularizaron la oferta<br />
gracias a la venta de sus productos en casi todas las provincias.<br />
En 1849, el catálogo incluía azucareras, bacinillas,<br />
bandejas, cacerolas, cafeteras, cajitas para pomadas, cucharones,<br />
escupideras, ensaladeras, embudos, fruteros, floreros,<br />
jarros con pico, jarros para baño, juguetes para niños,<br />
lecheras, mantequilleras, pocilios, pilas para agua bendita,<br />
platos, platos dulceros, pimenteros, paletas para pintores,<br />
soperas, tazas con orejas, saleros, tarros para botica,<br />
teteros, tazas para enfermo y tinteros. Contem poránea en<br />
sus comienzos a la fábrica de loza, la fábrica de cristales y<br />
vidrio resultó tan frágil com o su pretendido producto y<br />
quebró a la vuelta de muy pocos años. Loza y vidrio fueron<br />
regularmente importados de Gran Bretaña, Francia y<br />
Alemania entre 1869 y 1900.<br />
Las instalaciones de cocina se reformaron con la introducción<br />
de estufas de hierro alimentadas con carbón mineral,<br />
pero en las casas más pobres y en las viviendas<br />
campesinas, subsistieron las viejas instalaciones de la cocina<br />
con su piso de tierra y los fogones dispuestos sobre una<br />
tarima de piedra o adobe, alimentados con carbón vegetal<br />
que mantenía el ambiente recargado de humo. Los inventarios<br />
de los patios y despensas de las casas de uno y otro<br />
siglo recuerdan la existencia de multitud de elementos<br />
necesarios en la vida doméstica: candeleros, palmatorias<br />
y despabiladeras, fondos, estribos, jeringas y embudos de<br />
cobre; la romana, los frenos de las bestias, hachas y barre-
tones, el “fierro de herrar” y las planchas; el almirez para<br />
triturar especies (que podía ser de cobre fundido o de piedra),<br />
botijas vidriadas, tinajas de barro, bateas de madera<br />
para lavar la ropa. Las petacas de cuero y el almofrej, que<br />
era una bolsa de cuero para guardar ropa, se encontraban<br />
en todo hogar. Un Tratado sobre economía doméstica, publicado<br />
en Bogotá en 1848 recomienda: “...El cuidado de una<br />
señora de casa que se emplea en hacer sacudir y cubrir los<br />
suntuosos muebles del salón debe extenderse hasta los<br />
más humildes trastos destinados para el servicio doméstico<br />
y la parrilla, los fuelles, el mortero y la escoba están<br />
encomendados a su cuidado de la misma manera que las<br />
cómodas, sofás y tocadores...”, con cuya enumeración destaca<br />
la coexistencia de dos mundos inmediatos pero antagónicos:<br />
las ricas habitaciones de los primeros patios y los<br />
truculentos espacios que iban de la cocina hacia atrás, dominio<br />
de los sirvientes y del pequeño zoológico hogareño<br />
que, cuando menos, incluía perros, gatos, loros, pájaros<br />
enjaulados y gallinas.<br />
Alimentación y gastronomía<br />
I m vida material en los espacios domésticos | 351<br />
Los indígenas fiieron tradicionales abastecedores de los<br />
mercados con una amplia variedad de productos agrícolas,<br />
entre los que, para el siglo xvm, ya no se podía distinguir lo<br />
nativo de lo advenedizo. No obstante el asombroso repertorio<br />
vegetal, la preferencia fue, para la mesa española, las<br />
carnes: el “modo de poner un puchero”, según un manuscrito<br />
fechado en Pasto en 1799, requería “carne de res o<br />
vaca fresca, cordero, un pedazo de cecina, lengua salada,<br />
jamón, tocino, salchichón, capón o gallina”; en la lista de<br />
compras para recibir al virrey Manuel Guiror en 1773 se<br />
enumeran gallinas, pollos capones, pavos, pichones, chorizos,<br />
lenguas, codornices, cabritos, lomos, jamones de Es
3 5 2 I AIDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
paña y del país, atún, salmón, bacalao, pez de río (doncella<br />
y capitán), carneros, terneras y novillas.<br />
Desde España se traían cuñetes con alcaparras y aceitunas,<br />
botijuelas de aceite, granos, almendras, aguardientes<br />
y vinos. La conservación de las carnes en salazón era relativamente<br />
sencilla por la abundancia de sal ya explotada<br />
en la cordillera oriental desde antes de la Conquista; por el<br />
contrario, el azúcar, extraído de la caña e introducida por<br />
los españoles, fue un lujo y dado lo complejo de su elaboración,<br />
los trapiches campesinos preferían dedicarse a producir<br />
mieles o panela.<br />
Los dulces daban el toque refinado a la mesa y equilibraban<br />
el exceso de proteínas animales; en el siglo xvm,<br />
según la costumbre española, una mesa rica debía ostentar<br />
un “ramillete” o plato de dulces muy adornado y vistoso<br />
(para confeccionar los ramilletes con que se adornó la<br />
mesa del recibimiento al virrey Gil y Lemos, en 1789, se<br />
contrataron dos pintores por 22 pesos y los dulces con que<br />
se “vistieron”, costaron 75 pesos). A continuación, las confituras<br />
y dulces en sus variedades regionales: cocadas de<br />
Cartagena, manjar blanco y plátanos pasos del Valle del<br />
Cauca, bocadillos de guayaba de Vélez y Moniquirá, caramelos<br />
cristalizados de Zipaquirá, túmez de Nariño, frutas<br />
cristalizadas del Socorro, dátiles de Soatá y muchos otros.<br />
Estas delicadezas representaron, aún en el siglo pasado, el<br />
punto más alto de la mesa nacional. Antes de tomar un<br />
vaso con agua, era ritual el dulce.<br />
El amasijo horneado, notable innovación culinaria, se<br />
difundió y, en muchas fórmulas, la harina de trigo se reemplazó<br />
con la de maíz o con almidones provenientes de tubérculos<br />
nativos como la yuca o la achira. En los últimos<br />
años del siglo xvm, el economista Pedro Fermín de Vargas<br />
conceptuaba en defensa del maíz: “...Las arepas tienen su<br />
mérito... bien podría sacarse del maíz todo el partido que
La vida material en los espacios domésticos<br />
Conducción de muebles.<br />
Ramón Torres M éndez.<br />
Pintura. 1849.<br />
Museo N acional N ° 639.<br />
Interior de comedor en Santa M arta.<br />
G rabado coloreado.<br />
D ’O rbigny Alcide. Voyage pittoresque dans les deux<br />
Amériques.<br />
C h ez L . Tendré Libraire - Editeur. París. 1836.<br />
Biblioteca Luis-A ngel Arango. 9 18 o 71 v.<br />
/ t r y * t* • S .
M erienda con chocolate. José<br />
M aría Groot.<br />
Acuarela.<br />
Utensilios nuevos.<br />
Im preso.<br />
M artínez A ída. Mesa y cocina en el<br />
siglo X IX . Fondo Cultural<br />
Cafetero. 1985.<br />
D am a bogotana.<br />
Grabado.<br />
André. M . E . América<br />
Pintoresca. Tom o iii.<br />
M ontaner y Simón<br />
Editores. Barcelona. 1884.
La vida material en los espacios domésticos \ 353<br />
se saca del trigo... lo que ahorraría mucho dinero que se<br />
extrae a países extranjeros por razón de las harinas...” Aunque<br />
el trigo se cultivó intensivamente en las regiones frías y<br />
las harinas, tanto importadas como de contrabando abastecían<br />
amplias zonas, el pan fue siempre un lujo e incluso<br />
dio origen a numerosos problemas: en 1875, cuando los<br />
panaderos bogotanos suprimieron el pan de a cuarto, el<br />
pueblo se amotinó y apedreó las ventanas de las casas de<br />
algunos molineros y panaderos.<br />
Maíz, papa, yuca, arracacha y plátano constituyeron la<br />
base de las cuatro comidas diarias, reiteración de sopas,<br />
cocidos y tazas de chocolate desde el desayuno hasta la<br />
cena. Grasa de cerdo, cebollas y ajos, cominos y el achiote<br />
indígena condimentaron y dieron color a una mesa abundante<br />
pero de escasa variación en lo que va de uno a otro<br />
siglo; durante el período colonial llegaban de España cantidades<br />
importantes de alimentos secos o en conserva que,<br />
pese a lo difícil del transporte, se enviaban hasta las ciudades<br />
del interior desde las cuales se abastecían lugares más<br />
distantes: a mitad del siglo xvm Cali surtía a las provincias<br />
del Chocó con carne, raspadura, conserva (manjar blanco<br />
y dulce de guayaba), arroz, queso, ajos, harina, fríjoles, tabaco,<br />
jabón y sebo14.<br />
Para acompañar la comida corriente se tomaba “agüepanela”<br />
o, preferiblemente, chocolate. En el contrato para<br />
la alimentación de los superiores y alumnos de la Escuela<br />
Normal de Institutores de Bucaramanga en 18 9 1,5, se describe<br />
el menú para cada día de la semana. El siguiente correspondía<br />
al día lunes:<br />
14. Arboleda, Gustavo, Historia de C.ati, Cali, Imprenta Arboleda,<br />
1928.<br />
15. Revista L a esateta primaria, Hucaramanga, N ° 284-285, año v,<br />
febrero 28, 1891.
354 I AÍDA MARTINEZ CARREÑO<br />
Desayuno-, una taza de caldo, un pocilio de chocolate de<br />
azúcar con medio pan aliñado.<br />
Almuerzo: Sopa de yuca, plátano y verduras. Cuatro onzas<br />
de carne asada, plátano maduro frito, una ojaldra y yuca<br />
cocida, un pocilio de agua de panela y una tortica de pan.<br />
Once: Melado con pan.<br />
Comida-, Sopa de maíz. Arroz seco y torta de pan; puchero<br />
compuesto de cuatro onzas de carne asada, yuca, plátano y<br />
apio (arracacha), una taza de caldo y melado.<br />
Refresco: Chocolate de azúcar con una tajada de pan y un<br />
miriñaque y dulce, (tres días de azúcar y tres de panela.)<br />
L a bebidas<br />
Pese a que el cacao es una planta originaria de América, la<br />
costumbre de beber chocolate provino de España. Considerado<br />
“bueno para los enfermos y los sanos... panacea<br />
universal y consolador de afligidos”, era desde comienzos<br />
del siglo xvm la bebida predilecta y la primera atención<br />
que se ofrecía a un visitante. Su preparación, que inicialmente<br />
incluía pimienta roja y almizcle, fue variando sin<br />
dejar de ser compleja. En las casas neogranadinas lo hacían<br />
triturando con una piedra de forma alargada y cilindrica<br />
las semillas del cacao, previamente tostadas, sobre<br />
otra piedra plana bajo la cual se mantenía vivo un fuego de<br />
carbón de palo; cuando la grasa del cacao se ablandaba<br />
por efecto del calor, le añadían azúcar y especies (clavo,<br />
canela, vainilla, nuez moscada) y se formaban las bolas o<br />
pastillas. A la versión más económica, llamada chucula o<br />
gamuza, le mezclaban panela y harina de maíz. Moler y<br />
preparar chocolate era uno de los oficios domésticos mejor<br />
remunerados, oficio que fue desapareciendo con su industrialización<br />
a partir de 1877, cuando surgió la fábrica de<br />
Chocolate Chaves.<br />
La afición al café fue lenta e innovadora. Uno de los
primeros documentos que mencionan su servicio es el informe<br />
sobre la recepción del virrey Messia de la Zerda en<br />
176 1, cuando al finalizar la comida “pasó a otra pieza que<br />
estaba cubierta de damasco carmesí, espejos, cornucopias<br />
y su sitial, y en ella se sirvió el ramillete y café...” En 1823,<br />
dice un francés: “...el café se cultiva escasamente y es poco<br />
apreciado por los habitantes de la cordillera; se vende todavía<br />
en las boticas...”; cincuenta años más tarde todavía se<br />
cuestionaba su consumo cotidiano argumentando efectos<br />
perniciosos sobre el sistema nervioso (especialmente en las<br />
mujeres).<br />
Según comentario de John Steuart, en 1836 “...quienes<br />
se pueden permitir este lujo, toman té o café a eso de las<br />
siete de la noche. El té está empezando ahora a ser muy<br />
empleado, pero es difícil procurárselo bueno, incluso a tres<br />
dólares la libra”. Descrito por un cronista bogotano como<br />
“... insípida bebida, buena para el paladar de los ingleses”,<br />
el té, en Medellin, a finales del diecinueve, era “...casi desconocido<br />
y se vendía en las boticas únicamente para remedio”.<br />
En el “refresco”, una de las tradiciones españolas olvidadas<br />
en el siglo xix, se servía a los invitados dulces y golosinas<br />
de todas clases con aguas azucaradas, naranjadas,<br />
limonadas, alojas y horchatas que eran bebidas sin contenido<br />
alcohólico. Los santafereños acostumbraban refrescar<br />
dulce y chocolate.<br />
Bebidas alcohólicas<br />
La vida material en ¡os espacios domésticos | 355<br />
Las bebidas fermentadas tuvieron un rol importante en las<br />
costumbres nacionales y dentro de múltiples variedades, la<br />
principal fue la chicha de maíz. Los indios la tuvieron<br />
como base de su alimentación cotidiana y parte de sus<br />
grandes solemnidades. Pese a que el gobierno español intentó,<br />
sin ningún éxito, controlar y hasta suprimir su fabri
3 5 6 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
cación, en el siglo xvm se consumía copiosamente. El<br />
“vino amarillo” era la bebida predilecta en las zonas más<br />
altas de las cordilleras: en Bogotá, según censo de 1891,<br />
había mas de 200 chicherías. Las gentes de zonas más cálidas<br />
preferían el guarapo, llamado también aguadulce, que<br />
es una bebida clara y refrescante hecha a partir de las mieles<br />
de caña o con jugo de fruta fermentado.<br />
El aguardiente, en un comienzo traído de España, se<br />
comenzó a producir con base en la caña de azúcar desde<br />
finales del siglo xvn y en 1736 pasó a ser una renta controlada<br />
por la Real Hacienda, aunque siempre menoscabada<br />
por la producción clandestina, a nivel de industria casera.<br />
Con la ilusión de estimular la producción local, después de<br />
la Independencia se prohibió la importación de licores<br />
destilados, forzando el consumo del aguardiente. En<br />
Mompox, en 1823, dice un viajero francés: “...hay durante<br />
el día diversos ratos consagrados a beber: son las siete, las<br />
once, las dos, las cuatro, aunque antes de la noche cada<br />
uno ha desocupado su botella...”<br />
Las mistelas, licores dulces que se producían a nivel<br />
doméstico, tenían su base en el aguardiente que se endulzaba<br />
con almíbar dándole variados sabores y colores con<br />
la infusión de frutas, hojas o semillas. El gusto por las bebidas<br />
embriagantes, que los españoles señalaban como peculiaridad<br />
de nuestro pueblo, hacía corriente su producción a<br />
nivel doméstico y muchas casas tenían “alambique incorporado”.<br />
Naturalmente, no faltaban los conocedores que<br />
preferían licores importados, como puede observarse en<br />
las listas de platos de los banquetes y en las ofertas de los<br />
comerciantes de “rancho y licores”.<br />
La cerveza, un logro del espíritu empresarial europeo,<br />
empezó a popularizarse a finales del siglo xix, cuando una<br />
decena de fabricantes nacionales competía con los extran
La vida material en los espacios domésticos \ 357<br />
jeros ofreciendo la nueva bebida calificada como más sana,<br />
alimenticia e higiénica.<br />
Una variedad de elementos indispensables, aun para la<br />
existencia más simple, se elaboraba al interior del hogar:<br />
velas, harinas, conservas, embutidos, chocolate, jabones,<br />
barnices, tinta, goma, alcoholes, vinagres, cosméticos, medicamentos<br />
y hasta pólvora. Ya bien entrado el siglo xix,<br />
todos estos productos eran todavía el frecuente resultado<br />
de una primitiva alquimia doméstica para la cual se disponía<br />
de espacio, de tiempo y de mano de obra.<br />
En el transcurso del siglo xix la cocina, la utilería y la<br />
comida evolucionaron notablemente gracias a múltiples<br />
influencias culturales, a un mayor intercambio comercial y<br />
a las nuevas tecnologías de conservación de alimentos. El<br />
cambio no fue fácil y requería una decidida voluntad: por<br />
ejemplo, en 1879, una cocina comprada en Francia por el<br />
señor Carlos Michelsen en 63.25 pesos oro, pagó por derechos,<br />
transporte, bodegaje y otros gastos, una suma superior<br />
a su costo y cuando llegó a Honda, un año más tarde,<br />
se liquidaba en 137.85 pesos oro. Para finales de la centuria,<br />
en los círculos elitistas, se evidenció una corriente<br />
gastronómica, se instalaron cafés y restaurantes, se dispuso<br />
de algunos cocineros expertos y las fondas dieron paso a<br />
los hoteles que introdujeron platos internacionales; estos<br />
cambios contribuyeron a aumentar los contrastes entre ricos<br />
y pobres, gentes de ciudad y de campo, personas instruidas<br />
o ignorantes.<br />
Con lentitud fíie surgiendo la producción industrial y<br />
ya en las últimas décadas del siglo xix aparecen unas pocas<br />
ofertas publicitarias de fábricas de alimentos, productos<br />
medicinales y de tocador. También se anuncia la importación<br />
de innovaciones para la vida hogareña como máquinas<br />
de coser, lámparas mágicas, máquinas de lavar “que no<br />
dañan la ropa y sí la desinfectan”, estufas para carbón de
3 5 8 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
piedra “que mantienen el horno caldeado constantemente<br />
y un caldero para el agua caliente”, denotando una dinámica<br />
de progreso y cambio que es perceptible en todas las<br />
formas de la vida material.<br />
L a ropa: entre la necesidad y el lujo<br />
Muy limitado hubiera sido el rol y por consiguiente la<br />
utilidad de los comerciantes, si las ciudades americanas se<br />
hubiera mantenido al margen de la moda europea. Quizá<br />
por ello fueron acuciosos e infatigables en el suministro de<br />
sus novedades, prestando invaluable servicio a la mentalidad<br />
colonial obsesionada por clasificar a los individuos según<br />
su dignidad, procedencia, rol, oficio, etnia y sexo.<br />
Vestirse a la española, así fuera con paños tejidos en<br />
Quito, daba prestancia y era un anhelo de indígenas, mestizos<br />
y criollos; los esclavos, cuyo vestuario, controlado<br />
por las leyes de Indias y por los amos se reducía a los géneros<br />
más baratos -listado, gante, crudo, coton y choletecuando<br />
podían escapar a la vigilancia oficial se convertían<br />
en grandes consumidores de géneros de lujo.<br />
Los contrabandistas, con sus bases de operación en las<br />
Antillas, libres de fianzas y trámites, fueron activos proveedores<br />
de harinas, negros y ropas de contrabando. A las<br />
bocas del Atrato llegaban las embarcaciones holandesas<br />
con géneros que se introducían en barcazas hasta los sectores<br />
mineros del Chocó; en una relación de ropas entradas<br />
en 1736 se cuentan “...encajes de toda calidad, puntillas<br />
de oro y plata de París, sombreros negros y blancos de París...<br />
cortes de vestido de seda y de paño... vestidos bordados<br />
de seda y oro, frisas de oro, brocados, tafetanes dobles<br />
y sencillos, tafetanes de Inglaterra... damascos de todos los<br />
colores, medias de seda de mujer con cuchillas de oro y<br />
plata, listonerías francesas...” en abundancia tal que “...hasta<br />
las mujeres compraban, vendiendo para ello sus joyas y
La vida material en los espacios domésticos \ 3 59<br />
sartales”. En resumen, la ropa era oro para el vendedor y el<br />
oro era ropa para el minero, fuera cual fuera su color.<br />
A partir de 1778 los mercaderes españoles y criollos<br />
tuvieron libertad para introducir mercancías provenientes<br />
de España y de otras colonias; bajo el nombre de “mercaderías<br />
de Castilla” quedaban comprendidos los productos<br />
de las nuevas fabricas catalanas y valencianas y los géneros<br />
provenientes de Francia, Holanda e Inglaterra.<br />
En el traje primaba el deseo de ostentación y la idea de<br />
comodidad le era ajena; por ello los niños “sufrían” de vestidos<br />
tan suntuosos como los de sus padres: en 1777, el<br />
ropero de María Dolores Hernández, niña de diez años,<br />
incluía dos sayas negras, cinco polleras con adornos de<br />
plata y de oro, camisas bordadas en seda, pantuflos de terciopelo<br />
con punta de plata, medias de seda con cuchillejos<br />
de plata y costosos pañuelos.<br />
La saya, el vestido de mayor gala, era de raso o seda y,<br />
si muy rica, de terciopelo o brocato, y se consideraba “peculiar<br />
de las señoras” como consta en quejas presentadas<br />
en Valledupar en 1807, por doña Concepción Loperena de<br />
Castro contra dos pardas libres, de profesión costureras,<br />
que dieron en ir a la iglesia con saya, mantón y abanico.'6<br />
Una dote pequeña (308 pesos) de la hija de una familia<br />
criolla, incluía en 1804:<br />
-Una saya de paño de seda 16 pesos.<br />
-Una mantellina 3 pesos.<br />
-Un sombrero de pelo 5 pesos.<br />
-Una camisa de estopilla y mangas de olán 7 pesos 4<br />
reales.<br />
-Unas naguas de bretaña 6 pesos.<br />
-Una camisa de mnncelina 6 pesos.<br />
16. a c;n , Colonia, Policía u , F198 a 232.
3 6 0 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
-D os pares de medias 3 pesos.<br />
-Una camisa 2 pesos.<br />
-D os pares de naguas de saraza 2 pesos.'7<br />
Comúnmente la ropa valía más que las joyas: una cruz<br />
de lazo de oro con “piedras francesas” y aritos del mismo<br />
material con ciento veinte esmeraldas se estimaba en 55<br />
pesos, igual que una saya de terciopelo; una sortija de esmeraldas<br />
valía 5 pesos, en tanto que una mantellina con<br />
vueltas de raso alcanzaba los 12 pesos.'8 Quizá las joyas<br />
que comúnmente aparecen en las relaciones de dote fueron<br />
trabajos artesanales de regular calidad, algunas en<br />
tumbaga, lo cual podría explicar su abundancia y su poco<br />
valor comparativo; las perlas de la Guajira, trabajadas en<br />
Ríohacha por oficiales plateros ayudados por mujeres, se<br />
usaban en cruces, collares, pulseras y otros “adornos mujeriles”,<br />
que no alcanzaban mayor precio: una manilla con<br />
doce hilos de perlas costaba 3 pesos. Los guajiros, dice el<br />
jesuita Antonio Julián, cambiaban perlas por armas de fuego,<br />
comida o lienzos y preferiblemente por “hayo”: una<br />
mezcla de hojas de coca, cal y cenizas.<br />
A finales de la Colonia se impusieron uniformes para<br />
los distintos cuerpos militares, con calzón ajustado bajo la<br />
rodilla, media de punto y sombrero “de tres picos”. Por<br />
Real Orden del 28 de diciembre de 1790, se dispuso que<br />
inclusive los administradores principales de rentas en la<br />
Nueva Granada, incluidos los de aguardientes, usaran uniforme.<br />
Al comienzo de la República los visitantes extranjeros<br />
registraron la pobre indumentaria de la oficialidad y la<br />
misérrima de la tropa, que ni siquiera llevaba calzado.<br />
17. Notaría Unica de Girón, tomo 1903-1904 F127V.<br />
18. Notaría Única de Girón, dote de Teresa Rev, julio 30 1800.<br />
Dote de Ignacia Serrano, junio 19 T798. Dote de Josefa Micaela<br />
I/aguado, Pamplona, 1770.
La vicia material en los espacios domésticos | 361<br />
También observaron con sorpresa el anticuado vestido de<br />
las neogranadinas y con sus críticas contribuyeron a presionar<br />
el cambio.<br />
Los hombres, que ya habían adoptado el pantalón largo,<br />
las botas y la levita, en la pobreza que siguió a las guerras<br />
de Independencia llevaban un redingote, o abrigo<br />
largo, para esconder una vestimenta desgastada; tan encubridora<br />
como éste, la ruana, prenda mestiza por excelencia,<br />
se había expandido por toda América en el siglo xvm y<br />
fue, durante éste y el siguiente siglo, común a ricos y pobres,<br />
los primeros para montar a caballo y los segundos<br />
como única cobertura. Parte de la rutina doméstica se dedicó<br />
al cuidado de la ropa: “...hay siempre mucho que remendar<br />
y componer, porque los muchachos rompen que<br />
es un gusto. En casa se almidona los martes: de manera<br />
que los lunes hay que apuntar lo roto, registrando minuciosamente<br />
pieza por pieza la ropa limpia...”'9<br />
Por razones económicas y de aislamiento, en las poblaciones<br />
pequeñas mantuvieron su vigencia algunos rasgos<br />
del vestido femenino contemporáneo de la Independencia<br />
que era, a su vez, una mezcla de caracteres del vestido español<br />
de los siglos anteriores:<br />
...anchísimas enaguas de bayeta de Castilla y mantellina<br />
de la misma tela; ropa interior de lienzo ordinario (llamado<br />
“de la tierra"); camisa de blanco lienzo con arandelas de Bretaña,<br />
bordadas de ojalillos o de hilos, lanillas y sedas de colores,<br />
de manga muy corta y grande escote, que las damas<br />
cubrían con el indispensable pañuelo “rabo de gallo”, de ancha<br />
cenefa floreada y vivos colorines, o de lanilla o seda; finas<br />
alpargatas de capellada labrada, sujetas a los pies con hila-<br />
19. Misión de la madre de familia, F J Iris, año 1, tomo 11, Bogotá,<br />
septiembre 16 de 1866.
3 6 2 | AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO<br />
dillos de hilo de Castilla; sombreros de alta copa y medianas<br />
alas con cinta negra; zarcillos, gargantillas de meloncillos de<br />
oro, anillos de plata u oro, e indispensablemente, devoto rosario<br />
de coquito, con extremo, cruz, pasadoras y cucharilla para<br />
los oídos, de oro...20<br />
Cuando pasó de moda, éste se consideró un traje típico<br />
y luego se convirtió en vestido nacional. Su proceso resume,<br />
en buena parte, el de nuestra vida material.<br />
Las libertades comerciales de mediados del siglo pasado<br />
propiciaron el cambio entre las clases altas, que ajustaron<br />
su indumentaria a la moda internacional (entre 1849 Y<br />
18 51 las telas y pasamanería crecieron del 63,09% al<br />
73,60% del total de las importaciones colombianas por la<br />
aduana de Santa Marta). Si hasta entonces sobrevivió la<br />
antigua producción artesanal de lienzos de algodón, cuyo<br />
centro fue El Socorro, fue para vestir los más pobres.<br />
Imposición cultural y aislamiento determinaron las<br />
costumbres propias de las ciudades neogranadinas y sus<br />
modificaciones surgieron con los cambios políticos, impulsadas<br />
por épocas de bonanza económica. Por encima de<br />
modas e influencias foráneas, algunos rasgos que provienen<br />
de nuestro pasado indígena perduraron, dando identidad<br />
y complejidad al ejercicio de lo cotidiano.<br />
20. Forero Reyes, Camilo. Historias de m i tiem ua y de otras tierras,<br />
Bucaramanga, Fusader, 1989.
El comercio en la vida económica<br />
y social neogranadina<br />
ANTHONY<br />
M C F A R L A N E<br />
Traducción de E lvira Maldonado de Martín<br />
.E l mundo comercial de la colonia neogranadina estaba<br />
conformado por una gran variedad de compradores y vendedores,<br />
entre los más importantes los comerciantes, que<br />
controlaban la importación y la distribución de la mercancía.<br />
Después de ellos y en orden decreciente en relación<br />
con su riqueza e importancia en la escala social, podemos<br />
distinguir diversos tipos de negociantes: los mercaderes, inmediatos<br />
compradores de las importaciones a los comerciantes<br />
y encargados de la redistribución y venta al por<br />
menor; los tratantes, o detallistas a nivel local o regional;<br />
los tenderos de las ciudades, quienes conservaban pequeñas<br />
existencias de mercancías para realizar ventas permanentes<br />
al menudeo; y en la base de la pirámide comercial<br />
estaban los vendedores ambulantes y los buhoneros que<br />
vendían sus mercancías en las calles y en los mercados de<br />
pueblo. En este ensayo nos ocuparemos de los comerciantes,<br />
individuos que, debido a sus conexiones comerciales<br />
trasatlánticas, su experiencia profesional y la situación que<br />
les proporcionaba el ser miembros de asociaciones mercantiles,<br />
se consideraban los comerciantes propiamente dichos<br />
y sus funciones y posición eran comparables a las de<br />
quienes formaban parte de la clase comerciante española.
3 6 4 | ANTHONY MCFARLANF.<br />
De hecho, durante el período colonial, muchos de ellos<br />
eran españoles procedentes de los grupos de comerciantes<br />
andaluces que ejercieron el dominio sobre la carrera de Indias.<br />
Los primeros mercaderes que operaron en el territorio<br />
colombiano fueron los procedentes de Santo Domingo,<br />
quienes trajeron productos alimenticios, ganado y armamento<br />
para satisfacer las necesidades de los conquistadores<br />
y los encomenderos, fundadores de poblaciones<br />
en la costa caribe durante la décadas de 1520 y 1530. Posteriormente,<br />
después de la fundación del Nuevo Reino de<br />
Granada por parte de Jiménez de Quesada y de la extensión<br />
de la colonización española hacia las regiones de<br />
Popayán y de Antioquia, los mercaderes peninsulares proveyeron<br />
a la creciente red de poblaciones coloniales con<br />
los géneros de Castilla, de gran importancia para quienes deseaban<br />
conservar un estilo de vida español. Por otra parte,<br />
estos primeros mercaderes, junto con los encomenderos y<br />
los mineros, desempeñaron también un papel muy importante<br />
en el establecimiento de poblaciones que Rieron base<br />
fundacional de la sociedad hispánica colonial y a la vez<br />
abrieron las vías que comunicaban estos centros urbanos<br />
con el mundo exterior.<br />
La mayoría de comerciantes que trajeron mercancía<br />
europea a la Nueva Granada fueron españoles. Hacia la<br />
década de 1540 el Consulado de Sevilla se había apoderado<br />
del monopolio del comercio España-América y muchos<br />
de los mercaderes que llegaron a la Nueva Granada<br />
actuaban en representación de los negocios andaluces. El<br />
principal puerto de entrada era Cartagena de Indias que,<br />
una vez establecido como principal puerto de la Colonia,<br />
se convirtió en la residencia de algunos de los comerciantes<br />
más importantes. En 1579 los funcionarios y vecinos<br />
más importantes incluían 18 “vecinos mercaderes”. Se tra
E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 365<br />
taba de mercaderes especializados, que sacaban beneficios<br />
de sus conexiones con los sistemas de flotas que traían<br />
mercancías europeas desde Sevilla hasta Cartagena. Todos<br />
ellos, con excepción de un genovés, eran españoles peninsulares,<br />
procedentes de Sevilla, Triana, Almodóvar del<br />
Campo, Toledo, Vitoria y Plasencia; además, todos ellos<br />
eran hombres relativamente acomodados, cuyas “rentas”<br />
excedían aquellas de la mayoría de los vecinos y en algunos<br />
casos eran mayores que las de los gobernadores y<br />
principales oficiales reales. La riqueza de los mercaderes<br />
reflejaba los altos precios de venta de los vinos, las aceitunas,<br />
el aceite de oliva, los tejidos y los productos manufacturados<br />
obtenidos en la pujante economía de la colonia;<br />
por oti*n parte su estilo de vida era comparable al de la elite<br />
emergente de los encomenderos y los funcionarios gubernamentales<br />
en Cartagena1.<br />
Alrededor de este centro de importadores residentes<br />
en Cartagena había muchos otros que tenían cierta movilidad<br />
entre España y Cartagena y entre ésta y el interior<br />
de la Nueva Granada. A partir del año 1580, un creciente<br />
número de esclavos era traído a Cartagena por mercaderes<br />
españoles y portugueses y debido a su creciente demanda<br />
para trabajar en las minas de oro del interior, este comercio<br />
se hizo muy rentable para los mercaderes, especialmente<br />
aquellos que podían llevar tanto esclavos como<br />
provisiones directamente a las regiones mineras. La distribución<br />
de las importaciones y otras mercancías a los<br />
colonizadores españoles llevó a los mercaderes a muchas<br />
poblaciones del interior y esto les permitió crear redes de<br />
clientes y socios entre los encomenderos, mineros y<br />
1. Borrego Plá, María Carmen, Cartagena de Indias en el siglo xn, Sevilla,<br />
1983 págs. 373-387.
3 6 6 | ANTHONY MCFARI.ANE<br />
funcionarios que ocupaban posiciones de liderazgo en la<br />
sociedad colonial.<br />
El desarrollo de la minería del oro fue de gran atracción<br />
para los mercaderes y hacia finales del siglo xvi Santa<br />
Fe de Bogotá, Tunja y Popayán, se habían convertido en<br />
los centros más importantes para los mercaderes que comerciaban<br />
en el interior. Nuestro conocimiento de sus<br />
actividades no es muy profundo, pero los negocios de Juan<br />
de Alavis nos permiten inferir la forma en que se realizaban<br />
los mismos. En 1568, Alavis trajo una gran cantidad de<br />
mercancías desde España, un tercio de esta importación<br />
fue pagado por el contador de la Real Caja de Cartagena,<br />
quien estaba utilizando ilegalmente las rentas reales para<br />
su beneficio personal. Alavis pensaba redistribuir estas<br />
importaciones en el interior, donde mantenía una amplia<br />
red de contactos en Tocaima, Mariquita, Ibagué, Vitoria,<br />
Remedios, Tunja, Vélez, Pamplona, Muzo y La Palma. Su<br />
vida no era nada fácil puesto que tenía que viajar mucho<br />
en el interior para cultivar sus contactos y supervisar sus<br />
negocios; para esto debía visitar con frecuencia a sus deudores<br />
y acreedores, en tiempos en los cuales viajar era empresa<br />
ardua y riesgosa. Claro está que esperaba obtener<br />
considerables beneficios económicos. Alavis le hizo saber<br />
a su socio en Cartagena que el margen de ganancia esperado<br />
era más del 100 por ciento, siempre y cuando hicieran<br />
importaciones a gran escala directamente desde Sevilla; la<br />
vinculación de Alavis con un funcionario gubernamental<br />
refleja el entusiasmo generalizado por el comercio entre<br />
quienes poseían un capital que les permitiera formar parte<br />
del mismo.<br />
Los encomenderos y los oficiales reales con frecuencia<br />
se vinculaban al comercio ya fuera comprando directamente<br />
a los barcos que llegaban de España o formando<br />
sociedades con los comerciantes. Los oficiales de gobierno
E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 367<br />
estaban autorizados para importar artículos de uso personal<br />
libres del impuesto de almojarifazgo y esto los situaba<br />
en una posición privilegiada que les permitía comprometerse<br />
con empresas comerciales especulativas. De hecho,<br />
muchos de los oficiales reales y de los clérigos que vinieron<br />
a las colonias realizaron operaciones comerciales. Las<br />
denuncias hechas a finales del siglo xvi y principios del xvii<br />
en relación con oficiales de gran importancia comprometidos<br />
en el tráfico ilegal, incluían oidores de la audiencia de<br />
Santa Fe, gobernadores provinciales, obispos, y sugieren<br />
que la práctica de importar cantidades considerables de<br />
artículos para la reventa se había convertido en operación<br />
rutinaria entre los oficiales tanto eclesiásticos como estatales.<br />
Se dice que cuando el visitador Juan Bautista de Monzón<br />
viajó desde Cartagena a Santa Fe en 1579, importó<br />
cerca de quince toneladas de artículos, requiriendo para<br />
dicho fin siete canoas de 200 toneladas para transportar<br />
estos artículos por el río Magdalena y, además, 100 caballos<br />
para el transporte terrestre. Lo anterior es posiblemente<br />
una exageración, pero la importación ilegal<br />
realizada por oficiales que trabajaban con frecuencia en<br />
compañía con los mercaderes era operación común durante<br />
el período del gobierno español; imponer altas tasas<br />
de impuestos sobre las importaciones desde Europa era<br />
siempre un poderoso incentivo al comercio ilegal para<br />
quienes querían mejorar sus ganancias2. De hecho, el comercio<br />
de contrabando era una práctica extendida en todos<br />
los niveles sociales, de esta forma una buena parte del<br />
comercio de la Nueva Granada evadía los impuestos del<br />
estado colonial.<br />
Así, los oficiales estatales se comprometían con el co-<br />
2. Colmenares, (iermán, Historia económica y mQ/ll,<br />
‘R V 'TQ- Bogotá. 1973. págs. 289-290.
3 6 8 | ANTHONY MCFARLANE<br />
mercio y los comerciantes podían ejercer sus habilidades<br />
en el gobierno. Juan de Alavis de nuevo nos sirve como<br />
ejemplo: en 1577, llegó a ser secretario de la audiencia y<br />
parece que estableció residencia permanente en la capital;<br />
su hijo llegó a ser alcalde ordinario de la ciudad y en 16 13<br />
fue nombrado tesorero de la Casa de la Moneda. La incorporación<br />
de Alavis y su hijo en la sociedad colonial constituye<br />
uno de los ejemplos de un modelo que llegó a ser<br />
común durante el período colonial, puesto que muchos<br />
de los mercaderes inmigrantes establecieron residencia<br />
permanente en las ciudades coloniales, especialmente en<br />
aquellas en las cuales residían los encomenderos adinerados,<br />
los terratenientes, los mineros y los oficiales reales que<br />
poseían el dinero necesario para adquirir objetos de lujo.<br />
Ya en 1576, la audiencia informó a la corona que había<br />
muchos “mercaderes” residiendo en Tunja y en Santa Fe e<br />
informaron que dichos mercaderes deberían ser autorizados<br />
a ocupar posiciones de alcaldes y regidores, así como<br />
otros “vecinos honrados”, con el fin de equilibrar el poder<br />
de los encomenderos locales. Hacia 1610, un grupo pequeño<br />
de 14 o 15 comerciantes dedicados a las importaciones<br />
desde España y Cartagena se había establecido en el corazón<br />
de la sociedad de Tunja. Poseedores de propiedades<br />
que costaban entre 10 000 y 80 000 pesos, éstos eran los<br />
encargados de aprovisionar la ciudad con mercancías europeas<br />
traídas en recuas de muías desde Honda; así, su comercio<br />
de importación, junto con alimentos y material de<br />
lana y algodón producido en la región de Tunja, se expandió<br />
hacia el occidente del río Magdalena, las poblaciones<br />
mineras de Antioquia y por el sur, hasta Santa Fe y Popayán.<br />
Es indudable que su riqueza les llevó a ser vecinos distinguidos<br />
de Tunja, con posibilidades de vivir al nivel de<br />
las familias más importantes y de los funcionarios que ocupaban<br />
las casas más grandes situadas alrededor o en las
E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 369<br />
cercanías de la plaza central. Los comerciantes de Popayán<br />
ocuparon posiciones de importancia similar en la sociedad<br />
de su ciudad, ellos eran peninsulares inmigrantes<br />
que se habían casado con miembros de familias distinguidas<br />
de la sociedad local. Alonso Hurtado del Águila, por<br />
ejemplo, era un comerciante procedente de Toledo, quien<br />
después de contraer nupcias con la sobrina de un encomendero<br />
y terrateniente de Popayán, siendo aún comerciante<br />
en Cartagena, se trasladó posteriormente a Popayán<br />
en donde estableció su residencia. Hacia 16 16 llegó a ser<br />
uno de los mercaderes más importantes de Popayán, ya<br />
que era el dueño de ocho almacenes localizados en la<br />
plaza mayor, de una encomienda, de varias estancias, de<br />
ganado, de muchas casas, de una mina (herencia de su esposa)<br />
y de esclavos que eran utilizados para realizar trabajos<br />
en las minas que había adquirido en Alamaguer y en<br />
Caloto. Fue en distintas ocasiones alcalde y teniente de<br />
gobernador, sirvió con alguna frecuencia de fiador a funcionarios<br />
locales, fue ejecutor de testamentos para otros<br />
mercaderes y compadre de familias importantes. En resumen,<br />
Hurtado llegó a ser un miembro muy importante de<br />
la elite de Popayán, dueño de esclavos, tierras y casas,<br />
hombre influyente del gobierno y la política local’.<br />
A pesar de su éxito personal, los comerciantes como<br />
Hurtado del Aguila no llegaron a establecer dinastías mercantiles<br />
ni sentaron las bases para la formación de una clase<br />
comerciante que tuviera la coherencia y la continuidad<br />
de aquellas de las capitales de Perú y de México. La relativa<br />
debilidad de los comerciantes de la Nueva Granada se<br />
reveló en 1695, cuando un grupo de cerca de 20 mercaderes<br />
de Bogotá, intentó establecer un covstdado de comercio<br />
3. Marzhal, Peter, Tmvn in the Empire: Government, Politics tintI<br />
Society in Seventeenth-Century Popayán, Austin, Texas, 1978. págs. 31-32.
37 ° I ANTHONY MCFARLANF,<br />
siguiendo el modelo de los de Lima y Ciudad de México4.<br />
Este Consulado de Santafé no sobrevivió por mucho tiempo,<br />
sus miembros no fueron capaces de cumplir con sus<br />
obligaciones financieras con la corona y el consulado fue<br />
cerrado en 17 13 . Este hecho refleja la incapacidad de los<br />
comerciantes neogranadinos para conservar una institución<br />
de este tipo5. Sólo después de ochenta años se formó<br />
una nueva asociación de comerciantes en la Nueva Granada;<br />
pero en esta ocasión se estableció en Cartagena de Indias,<br />
centro principal de los comerciantes en la colonia. A<br />
pesar de lo anterior, no se debe subestimar la importancia<br />
de los comerciantes inmigrantes en la sociedad colonial,<br />
puesto que ellos proporcionaron nuevas riquezas a las familias<br />
criollas, de las cuales llegaron a ser miembros por<br />
sus matrimonios y puesto que gracias a su presencia mantuvieron<br />
contactos entre las sociedades cerradas establecidas<br />
localmente en las provincias de la Nueva Granada y el<br />
mundo más amplio de España y su imperio.<br />
Hacia el siglo xvm los comerciantes más importantes<br />
de la Nueva Granada estaban establecidos en Cartagena<br />
de Indias, puerto y plaza fuerte, que se había convertido en<br />
el eje del comercio exterior de la Nueva Granada, puesto<br />
que era el primer puerto de llegada de las flotas trasatlánticas<br />
que aprovisionaban la Suramérica española, y el<br />
lugar de convergencia de los comerciantes provinciales en<br />
sus viajes para comprar mercancía europea a los mercaderes<br />
de la ciudad a fin de revenderla en el interior. Así, durante<br />
el transcurso del siglo xvm, cuando el comercio de la<br />
Nueva Granada se extendió con el crecimiento de la<br />
producción de oro de la colonia, la comunidad mercantil<br />
_____________________________________ i___________<br />
4. Archivo General de Indias, Consulados 68, Pretensiones de los<br />
comerciantes del Nuevo Reino de Granada, Madrid, 23 de marzo,<br />
1965.
E l comercio en la vida económica y social neogranadiua \ y ]\<br />
de Cartagena hizo una contribución de gran importancia a<br />
la vida social de la ciudad v, a través de su comercio, a la<br />
vida económica de la Nueva Granada en general.<br />
Antes de la abolición de los Galeones de Tierra Firme,<br />
durante la guerra anglo-española de 1739 a 1748, los comerciantes<br />
de Cartagena no realizaron transacciones independientes<br />
con F)spaña, ya que dependían de los cargadores<br />
a ludias, comerciantes españoles que viajaban con las flotas<br />
a vender mercancías en las ferias de Cartagena y Portobelo,<br />
y regresaban posteriormente a España. Los comerciantes<br />
residentes en Cartagena compraban mercancía de<br />
las flotas, durante las ferias, para revenderla a mercaderes<br />
provincianos y a distribuidores locales. De acuerdo con la<br />
ley española, los comerciantes residentes en América no<br />
podían recibir cargamentos consignados directamente a su<br />
nombre, ni estaban autorizados para enviar cargamentos a<br />
las metrópolis; estas transacciones sólo las podían realizar<br />
por medio de los españoles miembros de la Utiiversidad de<br />
Cargadores a Indias, por tanto los comerciantes en la Nueva<br />
Granada estaban limitados a comerciar dentro de la colonia,<br />
en donde actuaban como distribuidores de las importaciones<br />
traídas por las flotas. A pesar de esto, los<br />
comerciantes de Cartagena conformaban un grupo próspero<br />
de personas que tenían un estilo de vida muy especial<br />
en la ciudad. Cuando Jorge Juan y Antonio de Ulloa visitaron<br />
la ciudad en 1735, observaron que los comerciantes<br />
que “mantienen las Casas de Comercio... son los que disfrutan<br />
más floridos caudales”; hecho que los distinguía de<br />
5. Smith, Rohert S., “The Consulado in Santa Fe de Hogotá",<br />
Hispanic American Historial Review, vol. 45, 1965, págs. 442-447;<br />
Luccna Salmoral, Manuel, “ Ixis Precedentes del Consulado de Cartagena:<br />
F 1Consulado de Santa Fe (16 5-17 13) y el Tribunal del Comercio<br />
cartagenero", Estudios de Historia Soria! )’ Económica de América, N ° 2,<br />
Universidad de Alcalá de Henares, 1986, págs. 179-198.
372 | ANTHONY MCFARLANE<br />
“las familias de criollos blancos (que) son los que poseen<br />
los bienes de Tierras o Haciendas”6.<br />
Durante la primera mitad del siglo xvm los cargadores<br />
dominaron el comercio canalizado a través del sistema de<br />
flotas de Sevilla y Cádiz; desde mediados de siglo en adelante<br />
y, debido a que los galeones fueron suprimidos<br />
y reemplazados por los navios de registro, se fortaleció la<br />
comunidad mercantil cartagenera. Como a partir de entonces<br />
el comercio se realizaba en navios de propiedad individual<br />
y no en convoyes que realizaban viajes periódicos,<br />
los mercaderes peninsulares dejaron de viajar en grupo,<br />
para encontrarse con sus contrapartes coloniales en lugares<br />
y fechas predeterminadas para realizar intercambios<br />
cortos e intensivos. El comercio de ultramar empezó a ser<br />
controlado por residentes en la colonia, puesto que estaban<br />
en posición de proporcionar un flujo constante de información<br />
acerca de las condiciones del mercado local y<br />
podían además manejar el flujo, más lento pero más permanente,<br />
de los negocios transportados por los navios de<br />
registro. Por otra parte, la corona también alivió las reglamentaciones<br />
que regían la participación en el comercio<br />
trasatlántico al permitir a los ciudadanos americanos embarcar<br />
mercancías, hacia y desde la metrópoli, sin tener<br />
que utilizar los cargadores como intermediarios7. Estas modificaciones<br />
de las reglamentaciones sobre el comercio<br />
trasatlántico no desplazaron de inmediato a los cargadores,<br />
pero el hecho de aliviar las restricciones comerciales favoreció,<br />
sin duda alguna, el desarrollo de una elite mercantil<br />
en la Nueva Granada, especialmente en Cartagena. Al re<br />
6. De Ulloa, Jorge Juan y Antonio, “Relación Histórica del Viage<br />
hecho de orden su Magestad a la America Meridional", Madrid. 1 748,<br />
pág. 40.<br />
7. Antúñez y Acevedo, Memorias históricas, págs. 300-305.
EJ comercio en ¡a vida económica y social neogranadina | 373<br />
emplazar las flotas suramericanas por barcos de registro,<br />
los comerciantes transeúntes, que habían dominado el comercio<br />
de la colonia en la era de los galeones, fueron<br />
reemplazados por individuos residentes en Cartagena durante<br />
años y que llegaron a identificarse con la colonia y su<br />
comercio.<br />
Se tratara de cargadores tnatricidados o comerciantes vecinos,<br />
los comerciantes que organizaron el comercio español<br />
a través de Cartagena eran españoles peninsulares todos<br />
ellos, que actuaban como intermediarios de las casas comerciales<br />
de Cádiz y como agentes del comercio organizado<br />
en Cádiz. Los registros de embarcaciones que viajaban<br />
entre Cartagena y España durante las décadas de 1760 y<br />
1770, muestran que la mayoría del comercio se realizó de<br />
esta forma. La vieja forma comercial, mediante la cual los<br />
hombres de Cádiz cruzaban el Atlántico para vender sus<br />
mercancías en Cartagena y Portobelo, no fue suprimida<br />
del todo, pero a finales del siglo xvm la mayoría de los negocios<br />
lo realizaban comerciantes peninsulares residentes<br />
en Cartagena, que organizaban el flujo de las importaciones<br />
provenientes de España y que, a su vez, se intercambiaban<br />
por oro y otros lujos8.<br />
La mayoría de estos comerciantes eran emisarios de<br />
las casas comerciales de Cádiz enviados a Cartagena para<br />
recibir los embarcos y organizar los envíos desde allí, eran<br />
con frecuencia miembros de firmas de propiedad de familias<br />
españolas que necesitaban agentes que manejaran sus<br />
negocios en el puerto9. Los registros de las embarcaciones<br />
8. De la Pedraja Toman, René, “Aspectos del Comercio de Cartagena<br />
en el Siglo xvm," Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura,<br />
8, 1976, págs. 107-125.<br />
9. McFarlane. Anthony, “Comerciantes y Monopolio en la Nueva<br />
(¡ranada: F.l Consulado de Cartagena de Indias”, Anuario Colombiano de<br />
Historia Social y de la Cultura, n , 1983. págs. 49-52.
374 I ANTHONY MCFARI.ANE<br />
muestran que los mercaderes con frecuencia no trabajaban<br />
con exclusividad para una casa comercial; por lo general se<br />
encargaban del manejo de mercancías enviadas “por cuenta<br />
y riesgo” de varios mercaderes en la península. Los embarques<br />
que salían de la colonia, se enviaban de la misma<br />
forma. Si su primera función era actuar como representantes<br />
o agentes por comisión, los registros de embarque de la<br />
década de 1760 y los primeros años de la década de 1770,<br />
muestran muchos casos de mercaderes residentes en Cartagena<br />
que realizaban importaciones y exportaciones por<br />
su cuenta. Esta forma de comerciar parece ser, sin embargo,<br />
la forma minoritaria de realizar negocios. La mayoría<br />
del comercio se origina en España y la principal actividad<br />
del comerciante cartagenero era la venta de importaciones<br />
y el envío de las exportaciones bajo comisión.<br />
El tipo y la magnitud de dichos negocios está ilustrado<br />
por una disputa legal relacionada con los bienes de Antonio<br />
Paniza, un comerciante español que murió en Cartagena<br />
en 1778. Cuando los negocios de “Paniza, Guerra de<br />
Mier y Compañía” fueron afectados por la muerte de<br />
Paniza, sus libros reflejaban la magnitud de las actividades<br />
en las que un comerciante de Cartagena se podía comprometer.<br />
Muchas de las deudas más importantes de la<br />
compañía eran por sumas relativamente pequeñas, que<br />
representaban compromisos de distribuidores que habían<br />
recibido las mercancías a crédito de los almacenes de la<br />
compañía; otras, generalmente sumas mucho mayores, representaban<br />
deudas de mercaderes en Cartagena y en<br />
otras ciudades en el interior y en el exterior, como la<br />
Habana, Madrid y Portobelo. “Paniza, Guerra de Mier y<br />
Compañía”, aparentemente actuaban como banco también,<br />
puesto que hacían préstamos en efectivo a clientes<br />
adinerados. El obispo de Santa Marta y otros clérigos se<br />
contaban entre sus deudores; también lo era un detallista
E l comercio ai la vida económica y soda! neogranadina | 375<br />
de Cartagena que había hipotecado su casa a un interés del<br />
5 por ciento anual. Los activos de la compañía comprendían<br />
también propiedades urbanas y rurales, incluyendo<br />
una hacienda y su pequeña fuerza de esclavos y cuatro casas<br />
en Cartagena. Las propiedades de Paniza fueron<br />
avaluadas en más de 150 000 pesos, de los cuales cerca de<br />
44 000 estaban representados por efectivo y mercancías y<br />
los 74 000 restantes eran deudas comerciales contraídas<br />
con él10. Según los estándares del siglo xvm, en la Nueva<br />
Granada estos bienes eran considerados bastante grandes<br />
e indican que los importadores más importantes de Cartagena<br />
obtenían ganancias considerables.<br />
Los comerciantes de esta talla formaban la elite comercial<br />
de la ciudad y constituían un grupo relativamente pequeño<br />
(entre 30 y 50 hombres a finales del siglo xvm) que<br />
superaba, tanto en riquezas como en posición social, a los<br />
mercaderes que vendían mercancías al menudeo dentro de<br />
la ciudad y en las provincias; además, podían disfrutar de<br />
un estilo de vida que se equiparaba al de los funcionarios<br />
más importantes y a quienes pertenecían a las familias<br />
criollas de más alto rango. La mayoría de ellos vivía en el<br />
mismo barrio en Cartagena, en donde tenían casas muy<br />
grandes en las que residían sus familias y sus empleados<br />
más importantes (familiares provenientes de España en su<br />
gran mayoría); también tenían allí sus almacenes. Los<br />
comerciantes de Cartagena poseían además casas de campo<br />
en Turbaco, lugar en el cual podían disfrutar descansando<br />
del calor y la congestión de la ciudad en compañía<br />
de otras familias integrantes de la elite cartagenera.<br />
La posición privilegiada de los comerciantes de Cartagena<br />
en el comercio neogranadino fiie reconocida oficial<br />
10. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Testamentarias de<br />
Bolívar, tomo 26, fols. 917-995.
3 jf> | ANTHONY MCFAR LAN E<br />
mente en 1795, año en el que la corona autorizó el establecimiento<br />
de un Consulado de Comercio en Cartagena,<br />
asociación de comerciantes con jurisdicción comercial,<br />
que cubría el virreinato de la Nueva Granada y estaba encargada<br />
de presentar proyectos de mejoramiento económico.<br />
Fundado sobre un ola de retórica optimista y de<br />
buenas intenciones, el consulado no fue capaz de realizar<br />
una labor reconocible diferente a la de señalar el status de<br />
los comerciantes de la ciudad. Llegó a ser una institución<br />
con fines estrechos, cuyo fundamento estaba constituido<br />
por comerciantes españoles que se rotaban las posiciones<br />
en el consulado entre ellos mismos y le prestaban muy<br />
poca atención a las necesidades de la región, cuando éstas<br />
salían de los límites de Cartagena. La red de relaciones familiares<br />
que existía entre los principales comerciantes de<br />
Cartagena era tan estrecha, que prestar los servicios al<br />
consulado llegó a ser casi asunto familiar y las relaciones<br />
de negocios eran reforzadas por relaciones de sangre y<br />
matrimonio.<br />
Esta “rosca” de comerciantes de Cartagena, a pesar de<br />
su notoria composición peninsular, no estaba fuera de la<br />
sociedad colonial, puesto que algunos de los comerciantes<br />
se casaron con miembros de la sociedad criolla estableciendo<br />
lazos con la elite local. Los comerciantes de Cartagena<br />
no tenían relaciones estrechas con la elite criolla del<br />
interior. Dada su clara dependencia e identificación con las<br />
fortunas provenientes del comercio trasatlántico español,<br />
la clase comerciante de Cartagena era una comunidad<br />
compuesta por peninsulares sin vínculo alguno con el país<br />
que se extendía más allá de los confínes de Cartagena de<br />
Indias. Las distancias -en términos de desplazamientoseran<br />
menos grandes con España, que con muchos lugares<br />
del interior de la Nueva Granada, por tanto, ellos estaban<br />
situados en los linderos de la sociedad colonial, disfrutan
FJ comercio ai la vida económica y social neogranadwa | 377<br />
do de su rol de intermediarios comerciales pero prestando<br />
muy poco aporte al desarrollo económico y político del<br />
territorio.<br />
En el interior de la Nueva Granada había un número<br />
considerable de centros mercantiles secundarios: unos, en<br />
los puertos fluviales de Mompós y de Honda, otros en<br />
Santa Fe de Antioquia y otros en Popayán; todos ellos<br />
manejaban el comercio regional cubriendo muy extensas<br />
zonas de territorios del interior. Los comerciantes del interior<br />
mantenían relaciones con Cartagena, similares a las<br />
que mantenía Cartagena con Cádiz, por tanto los mercaderes<br />
de Bogotá y de otras ciudades del interior, generalmente<br />
dependían de los mayoristas de Cartagena para<br />
realizar sus importaciones de Europa. Al realizar negocios<br />
por su cuenta y/o como agentes de los comerciantes de<br />
Cartagena, recibían mercancías importadas desde el puerto,<br />
utilizando por lo general crédito otorgado por períodos<br />
que oscilaban entre los seis y los doce meses y encargándose<br />
del envío de lingotes de oro o de efectivo al puerto en<br />
las fechas de vencimiento. Realizaban las ventas de la mercancía<br />
al por mayor o al menudeo, ya desde sus almacenes<br />
en la capital o haciendo los envíos a mercaderes residentes<br />
en otras ciudades, extendiendo de esta forma la cadena de<br />
créditos que se originaba en Cádiz.<br />
Parece que la mayoría de los mercaderes del interior<br />
negociaban con Cartagena en lugar de hacerlo directamente<br />
con España. En 1796, el virrey Ezpeleta informó a<br />
la corona que los únicos verdaderos comerciantes que recibían<br />
mercancía en su propio nombre estaban radicados<br />
en Cartagena; los comerciantes residentes en las otras ciudades<br />
eran generalmente sólo negociantes y distribuidores<br />
de segunda y tercera mano". Ellos no desdeñaban los ne-<br />
r 1. Acíi, Santa Fe 957, virrey Fzpeleta a Diego de (íardoqui, Santa<br />
Fe, 19 julio 1796.
37 $ I ANTHONY MCFARI.ANE<br />
gocios pequeños: en Bogotá, aun los comerciantes de más<br />
alta posición vendían cantidades pequeñas de artículos en<br />
sus almacenes, cantidades que llegaban hasta el valor de<br />
un cuartillo, que era la denominación más pequeña de la<br />
moneda en el país12.<br />
Los mercaderes provincianos no sólo se comprometían<br />
en el menudeo y el mayoreo, sino que tenían que trabajar<br />
muy duro para obtener ganancias. Los comerciantes<br />
de Medellin debieron enfrentar una tarea especialmente<br />
ardua, puesto que tenían que viajar distancias muy grandes<br />
en terrenos muy difíciles con el fin de cultivar los contactos<br />
comerciales y obtener mercancías. Incluso durante las<br />
mejores épocas del año, los desplazamientos con recuas de<br />
muías a través de cadenas muy montañosas y sobre ríos<br />
caudalosos, eran muy lentos, costosos y en ocasiones peligrosos.<br />
Los viajes hasta Puerto Nare en el río Magdalena, a<br />
Medellin y Santa Fe de Antioquia, duraban cerca de 20<br />
días, pero las lluvias o los problemas surgidos en la ruta<br />
podían hacer los viajes mucho más largos; los viajes hasta<br />
Cartagena, Bogotá o Popayán, duraban varias semanas, incluso<br />
varios meses. Un comerciante de Medellin que íuera<br />
a Cartagena necesitaba cerca de 50 días para llevar su mercancía<br />
hasta Medellin, y durante este tiempo se veía enfrentado<br />
a las dificultades que implicaba la contratación de<br />
botes y bogas en el Magdalena y la organización de sucesivas<br />
recuas de muías para transportar sus mercancías de un<br />
lugar a otro. De regreso a Medellin, tenía que ir a los distritos<br />
mineros para venderlas y la mayoría de sus negocios se<br />
realizaban adelantando mercancías a crédito, generalmente<br />
a seis meses, contra promesas de pago en polvo de oro.<br />
Una vez recibía el polvo de oro, debía llevarlo a Santa Fe<br />
12. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Aduanas (Cartas),<br />
tomo 3, íol. 921.
El comercio en la vida económica y social neogranadina<br />
Cartagena. H uguier Herm ano.<br />
Impreso papel. 1882.<br />
Museo Nacional.<br />
Barco negrero.<br />
G rabado.<br />
Casa M useo del<br />
20 de Julio.
MEMORIAS HISTÓRICAS<br />
SOBRE<br />
LA LEGISLACION,<br />
Y GOBIERNO DEL COMERCIO<br />
DE LOS ESPAÑOLES<br />
CON SUS C O L O N I A S<br />
EN LAS INDIAS O C C ID EN TA LES,<br />
RECOPILADAS<br />
POR E l Sr .D. R A F A E L A X T U N E Z 7 ACEVEDO,<br />
MINISTRO TOGADO OJEZ SUVSgUO CONSEJO<br />
X>i IN DIAS.<br />
EN MADRID<br />
* N L A 1 M T R Í N T A D E S A N C H A .<br />
DE M. DCC. XGVIJ.<br />
A * 1 1 CU L O I V .Í<br />
‘i ' f y<br />
■ D e s p u é s d e te s ta fe c h a -e l- to t a l d e lo s derech os q u e<br />
a tíib ü ia í cad a t s a d a d a fis e g iw - e lir e g la m e n t o q u e insi-<br />
, o n u iiik n k * qu eJjrad ds' d e n u r a v o d u , « e l a -<br />
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. . . li -Pilmeo. AlbwRtttei-.Enjonqua. Pratot.<br />
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P a r a B u e n o s-, A y re s .. . . r a l o . 1 8 0 5 ; 8 0 9 $ 8 0 9 .<br />
P a r a C a r ta g e n a . . . P i n a . 6 7 1 . 6 7 1 . 6 7 1 .'<br />
P a r a H o n d u ra s . í . 1 6 9 1 . . . >4 4 4 :' 4 4 5 . 4 4 $<br />
P a r a C a ia c a s . . . . . . , . , . ¿ 1-5 4 8 . 5 3 3 ; 5 3 3 . j g g .<br />
P a r a 'M a r a c a y b o í't. . - 0 8 6 . :$ 7 § . 5 7 8 2 * 4 0 1 . 4 0 12 *<br />
P a r a , C u m a n á , ktU. í&. frs&t/iaftfSiQ* *0 7 6 ; 0 7 6 . 0 7 6 .<br />
P a n H a v a n a .- . . j * o . ■ 5 1 0 ? 5 1 0 .’ j i o -<br />
P a r a G u b a . . . . . 4 !» 7 - 4 a 7 - 4 37 - '4 * 7 '<br />
P a ra . P u e r to .Rico'. ■•3 5 7 . 3 3 7 , 3 3 7 . 3 3 7 .<br />
Para Margajita.................... 3 x8 . 3 1 8 . 3 1 8 . 3 0 3 .<br />
P a ra Trinidad....................... 4 2 0 , 4 2 0 » 4 ? ° - ' 4 ° $ -<br />
. 1 *<br />
E s te im p u e sto e ra sin d u d a m u y g r a v o s o í lea d u e -<br />
fias d e n a v io s , y p o r c o n s ig u ie n te a l o e w e rc io 'j no só ltf<br />
p o r su e x c e siv a q u o t a , sillo ta m b ié n p o r q u e se- e x ig ía<br />
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istro a l M a e s tre , g u a n d o e sta b a m a v a p u ra d o con l&s<br />
T otal de los derechos<br />
que contribuye una<br />
tonelada de pálmelo,<br />
albarrotes, enjuques<br />
y frutos para<br />
diversos puertos de<br />
Am érica.<br />
Impreso.<br />
Memorias históricas<br />
sobre la legislación y<br />
gobierno del comercio<br />
de los españoles con<br />
sus colonias en las<br />
Indias Occidentales.<br />
Com pilado por<br />
Rafael Anturez y<br />
Acevedo. 1797.<br />
Casa M useo del 20 de<br />
Julio. 986.102.<br />
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Legislación sobre<br />
comercio.<br />
Impreso.<br />
Memorias históricas<br />
sobre la legislación<br />
y gobierno del<br />
comercio de los<br />
españoles con sus<br />
colonias en las<br />
Indias<br />
Occidentales.<br />
Com pilado por<br />
Rafael A nturezj<br />
Acevedo. 1797<br />
C asa M useo del 2(<br />
de Julio. 986.102<br />
Vl4i3a<br />
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M isión Científica de M . Boussin.<br />
Siglo xviii.<br />
M useo Nacional. N ° 864.
FJ comercio en la vida económica y social neogranadina | 379<br />
de Antioquia para fundirlo y pagar impuestos; inmediatamente<br />
después debía pagar el dinero que adeudaba a Cartagena,<br />
para lo cual debía hacer un viaje similar al anterior<br />
o enviarlo con otros mercaderes o por correo. Según expresó<br />
en 1787 el oidor Juan Antonio Mon y Velarde, este<br />
sistema de comercio determinaba “que todos son<br />
feudatarios de los Comerciantes y estos de sus correspondientes<br />
en Santafé, Cartagena, Mompox y Santa Marta”1^.<br />
A pesar de todo lo anterior, para los comerciantes de<br />
Medellin una exitosa experiencia comercial les generaba<br />
ganancias del orden del 25 al 30 por ciento'4.<br />
Algunos comerciantes hicieron fortunas considerables.<br />
Manuel Díaz de Hoyos, un español relacionado con familias<br />
aristocráticas de Cartagena, llegó a ser miembro importante<br />
de la comunidad comercial de Bogotá durante la<br />
última mitad del siglo xvm y es un buen ejemplo de la riqueza<br />
que podía ser acumulada por un comerciante trabajador<br />
y con buenas conexiones. Díaz de Hoyos realizó su<br />
comercio en la capital durante aproximadamente cincuenta<br />
años, hasta que en la década de 1790 llegó a ser un<br />
ciudadano muy respetado en su comunidad, además de<br />
capitán en la Caballería Militar de Bogotá. Recién llegado<br />
a la ciudad, trabajó como agente de la marquesa de Valdehoyos,<br />
residente en Cartagena, propietaria de enormes<br />
fincas y especuladora en el mercado de esclavos; parece<br />
que esta conexión le sirvió de base para constituir su fortuna.<br />
Del mismo modo que otros comerciantes, se comprometió<br />
en todo tipo de comercio: importaba mercancía<br />
europea, exportaba cacao y le daba crédito a los mineros<br />
13. Archivo Histórico de Antioquia, Colonia, Hacienda, tomo 747,<br />
N ° 11988.<br />
14. Tvvinam, Ann. Miners, Merchants, and Fanners in Colonial Colombia,<br />
Austin, Texas, 1982, págs. 82-90.
3 8 0 | ANTHONY MCFARI.ANE<br />
del oro contra pago en oro. El mercado financiero también<br />
figuraba entre sus actividades, puesto que sus deudores<br />
eran tanto otros comerciantes como miembros de la administración<br />
del virreinato. Hacia 1790 ya invertía enormes<br />
sumas en el comercio directo con Cádiz y a pesar de haber<br />
atravesado por un período de dificultades en sus negocios,<br />
hacia el final de su carrera, otros mercaderes y comerciantes<br />
de Santa Fe le debían cerca de 300 000 pesos'5.<br />
En este nivel, los comerciantes podían llevar un estilo<br />
de vida opulento y ostentoso según los estándares de la<br />
Nueva Granada. Un estado de cuentas de las propiedades<br />
de Antonio García de Lemos hacia 1741, comerciante adinerado<br />
de Popayán, nos da una muestra de su riqueza y<br />
gusto. Habiendo obtenido la mayoría de su fortuna del<br />
tráfico de esclavos, García de Lemos poseía una casa en<br />
Popayán cuyo avalúo, contemplando el inmueble y su<br />
decoración, rivalizaba con el valor de la de don Cristóbal<br />
de Mosquera, uno de los principales terratenientes y mineros<br />
de la zona. La siguiente lista de sus muebles sugiere un<br />
interior bien amoblado y ricamente decorado pues poseía<br />
“ 84 cuadros grandes en que entran los de marcos dorados...<br />
16 espejos, 24 sillas de madamas nuevas con clavazón<br />
dorada de Sevilla, 18 sillas de vaqueta de moscovia, 6<br />
sillas ordinarias, 8 taburetes de vaqueta de moscovia, 6 taburetes<br />
santafereños, 24 asientos y espaldares de sillas...”<br />
etc, etc. Incluyendo tapetes, cristales y vajillas, el amoblamiento<br />
solamente, tenía un valor de más de 6 000 patacones<br />
y las vestimentas de la familia más de 5 000 patacones;<br />
el servicio doméstico de la casa era prestado por 9 esclavos.<br />
No nos debe sorprender, por tanto, que en 1763 el<br />
procurador del cabildo de Popayán describiera la forma en<br />
15. McFarlane, Anthony, Colombia before Independence: Economy,<br />
Society and Politics under Bourbon Rule, Cambridge, 1993, págs. 174-175.
FJ comercio en la vida económica y social neogranadina | 381<br />
la que los comerciantes se enriquecían “como sanguijuela<br />
cebada en la sangre y substancia de estas provincias, que es<br />
el oro"'6.<br />
Las ganancias obtenidas en sus negocios de importación<br />
de bienes, el sector más valioso del comercio colonial,<br />
aseguraba que los principales comerciantes de las principales<br />
ciudades de la Nueva Granada Rieran figuras prominentes<br />
en la sociedad urbana. Su riqueza alcanzaba para<br />
mantener a los parientes pobres pertenecientes a las familias<br />
criollas de las cuales llegaron a formar parte por medio<br />
de sus alianzas matrimoniales; también generaba una<br />
clientela de dependientes entre los artesanos, sirvientes y<br />
otros, cuyas habilidades eran contratadas por ellos. Por<br />
otra parte, les dio gran importancia política dentro de sus<br />
comunidades, puesto que llegaron a ser regidores de cabildos<br />
y se conectaron con la sociedad criolla, lo que les<br />
permitió ser nombrados en los gobiernos locales. Al integrarse<br />
en las sociedades provincianas por medio del matrimonio,<br />
los comerciantes españoles llegaban a formar<br />
familias que se integraban en las redes de las elites criollas.<br />
Sus hijas, a su vez, se casaban con otros inmigrantes españoles<br />
o con miembros del patriciado criollo; parece que<br />
los hijos no solían seguir a sus padres en el comercio sino<br />
que eran educados para que entraran en la iglesia o en las<br />
profesiones más respetadas, especialmente el derecho.<br />
Irónicamente, parece ser que los hijos educados de inmigrantes<br />
de la península española manifestaban resentimientos<br />
contra la patria de sus padres. Hacia fines del siglo<br />
xvm, la proliferación de criollos bien educados, hijos de<br />
inmigrantes de la península, formó una generación de jó <br />
venes que se sentían alienados, privados de oportunidades<br />
16. Archivo Central del Cauca, Libro capitular, tomo 23, 17(13.<br />
fols. 38-39.
3 8 2 | ANTHONY MCFARLANE<br />
profesionales debido, a la presencia de funcionarios contratados<br />
en España'7.<br />
Bajo estos comerciantes de alto rango, estaban los<br />
mercaderes más pequeños y menos prósperos, los tratantes<br />
y los dueños de almacenes que vendían las diferentes<br />
mercancías que circulaban al interior de las ciudades, poblaciones<br />
y asentamientos mineros de la Nueva Granada.<br />
Un informe hecho en 176 1 por un administrador de alcabala<br />
en Santafé, nos da una idea del flujo de comercio manejado<br />
por los negociantes de un centro urbano grande. La<br />
parte más valiosa del comercio en la ciudad estaba representada<br />
por “géneros nobles” y textiles, principalmente linos,<br />
paños, sedas, sombreros y una variedad de artículos<br />
que incluían diferentes tipos de lencería, cera, papel, pimienta<br />
de Castilla y tabasco, canela, comino y ferretería;<br />
las importaciones desde Europa incluían también más de<br />
2 000 jarras de vino, pescado, aceitunas y aceite de oliva,<br />
además de 395 barras de hierro. Sin embargo, la mayor<br />
cantidad de objetos que llegaban a la ciudad eran los “géneros<br />
del Reino” o productos domésticos traídos de otras<br />
regiones de la colonia. Aproximadamente tres cuartos del<br />
volumen total estaba representado por melaza, el resto era<br />
azúcar, tabaco, cacao, anís, linos domésticos, camisas y<br />
mantas de Tunja, paños de Quito, artículos varios como<br />
jabón, sandalias de cuero, sebo, pabilos y alimentos varios<br />
como arroz, conservas, queso, tortas de queso y miel, garbanzos,<br />
ajo y sal marina. Por último, los terratenientes<br />
aprovisionaban a los carniceros de la ciudad con aproximadamente<br />
1 600 reses y 4 500 cerdos para satisfacer el<br />
apetito santafereño por la carne'8.<br />
17. Colmenares, Germán, Historia económica y sorial de Colombia:<br />
Popayán, una sociedad esclavista, 1680-1800, Bogotá, 1979, págs. 239-254.<br />
18. Archivo Histórico Nacional de Colombia, Impuestos varios<br />
(Cartas), tomo 26, fols. 237-242.
E l comercio en la vida económica y social neogranadina \ 383<br />
Este amplio mercado de productos domésticos era sin<br />
duda realizado por una cantidad de pequeños mercaderes<br />
que vendían sus artículos en los mercados de los pueblos,<br />
ya Riera a través de tiendas y puestos de venta en los mercados<br />
o simplemente voceándolos en las calles. La mayoría<br />
de estos hombres y mujeres eran nativos de la Nueva<br />
Granada, aunque en Cartagena la distribución al menudeo<br />
de aguardiente Ríe monopolizada por los comerciantes catalanes,<br />
quienes se especializaron en la importación de<br />
aguardiente de uva desde España a finales del siglo xvm.<br />
Sabemos muy poco de las vidas y actividades de estos pequeños<br />
mercaderes. Podemos estar seguros, sin embargo,<br />
de que la gran mayoría obtenían pequeñas ganancias de<br />
este comercio; en la Nueva Granada, como en otras regiones<br />
de Hispanoamérica, la mayor participación en las ganancias<br />
comerciales estuvo en manos de los comerciantes<br />
peninsulares, quienes controlaban la importación de los<br />
productos europeos.<br />
Aunque la elite de comerciantes relacionados con España<br />
Ríe siempre pequeña, dichos comerciantes desempeñaron<br />
un papel importante en la vida económica y cultural<br />
de la Nueva Granada durante el período colonial. E11 primer<br />
lugar, organizaron el comercio trasatlántico, que comunicó<br />
la colonia con España y por tanto vinculó la<br />
colonia con el mundo amplio del capitalismo comercial<br />
europeo; al interior de la Nueva Granada se encargaban de<br />
la distribución de los productos importados de Riera y al<br />
intercambiar las mercancías producidas en la economía<br />
doméstica, integraron las regiones de la Nueva Granada<br />
con un todo comercial más amplio.<br />
I x)s comerciantes también desempeñaron un papel indirecto<br />
importante en la formación de la vida cultural de la<br />
colonia, puesto que al suministrar los objetos necesarios<br />
para mantener un estilo de vida similar al español, permi-
3 8 4 | ANTHONY MCFARLANE<br />
tieron, a los pobladores españoles y a sus descendientes<br />
criollos, comportarse como españoles en lo relacionado<br />
con la vestimenta y la dieta alimenticia, contribuyendo de<br />
esta forma a preservar las normas y costumbres de la<br />
madre patria. Por otra parte, al viajar a la Nueva Granada y<br />
establecerse allí en forma temporal o permanente, los<br />
comerciantes de la península crearon nexos con la comunidad<br />
hispánica ampliada, ayudando de esta forma a los<br />
pobladores y a sus descendientes criollos a identificarse<br />
con el mundo español que quedaba más allá de las fronteras<br />
de sus aisladas comunidades provincianas. En este<br />
sentido, los comerciantes españoles que dominaron el comercio<br />
de ultramar de la Nueva Granada, durante el período<br />
colonial, no fueron solamente agentes del colonialismo<br />
económico, sino que, como los oficiales peninsulares, los<br />
soldados y los clérigos enviados a servir en el gobierno y<br />
en la iglesia de la colonia, sirvieron también de lazo de<br />
unión entre la sociedad colonial de la Nueva Granada y la<br />
cultura amplia del mundo hispánico.<br />
La riqueza y la jerarquía social de los comerciantes<br />
más importantes al interior de la Nueva Granada implicaba,<br />
por supuesto, que eran hombres conservadores tanto<br />
política como socialmente, ya que tenían un fuerte vínculo<br />
con España y una profunda lealtad con su monarquía. No<br />
obstante, durante los últimos años del gobierno español,<br />
cuando la monarquía entró en crisis económica y política<br />
durante las guerras anglo-hispánicas de 1796 a 1808, los<br />
comerciantes criollos surgieron como los críticos de las<br />
políticas y el sistema de gobierno español. Las primeras señales<br />
de dicha actitud crítica, surgida al interior de ciertos<br />
rangos de la clase mercantil, se presentaron en 1804, cuando<br />
el comerciante neogranadino José Acevedo y Gómez,<br />
lanzó una campaña en contra del Consulado de Cartagena.<br />
Nativo de Charalá, llegó a ser pieza importante en
E l comercio eti la vida económica y social neogranadina | 385<br />
el derrocamiento del gobierno real en Bogotá en 1810.<br />
Acevedo y Gómez movilizó peticiones de los comerciantes<br />
y los cabildos en Santa Fe, El Socorro, San Gil y<br />
Antioquia, con el fin de persuadir a la corona para que estableciera<br />
un nuevo consulado de comercio en la capital<br />
del virreinato. Acevedo denunció vigorosamente al Consulado<br />
de Cartagena por no haber promovido el desarrollo<br />
económico y comercial de la colonia y sugirió que el dominio<br />
ejercido por Cartagena sobre el comercio externo<br />
de la Nueva Granada impedía en forma activa dicho desarrollo.<br />
Sus opiniones sobre el consulado indican la envidia<br />
y la enemistad que los comerciantes del interior sentían<br />
hacia los comerciantes de Cartagena. De acuerdo con<br />
Acevedo, casi todos los miembros del consulado eran representantes<br />
de las casas comerciales de Cádiz y se quedaban<br />
en la ciudad solamente el tiempo necesario para hacer<br />
dinero suficiente y luego escapar del clima desagradable<br />
de Cartagena. Por la misma razón, estaban totalmente divorciados<br />
de los intereses del país y no tenían vínculos con<br />
él y por lo tanto carecían tanto de los motivos físicos como<br />
morales necesarios para promover el desarrollo de los recursos<br />
de la Nueva Granada'9. Para lograr este desarrollo,<br />
Acevedo insistía en que los comerciantes del interior debían<br />
tener su propio consulado en el interior del país, en<br />
donde una institución de este tipo se encargaría de los trabajos<br />
públicos y de otras políticas necesarias para explotar<br />
el potencial económico del país y beneficiar a los neogranadinos.<br />
Otro vocero de los intereses comerciales de los criollos<br />
fue Ignacio de Pombo, cuyos escritos, de principios de<br />
1800, reflejan también la tendencia creciente dentro de la<br />
19. Archivo General de Indias, Santa Fe 960. FJ diputado consular<br />
de Santa Fe a Miguel Cayetano Soler, Santa Fe, 7 octubre 1805.
3 8 6 | ANTHONY MCFARLANE<br />
elite criolla a ver el crecimiento comercial como la clave<br />
del progreso social y económico del país. Hijo de un comerciante<br />
español, casado con una dama perteneciente a<br />
una de las familias importantes de Popayán, Pombo fue<br />
una figura poco común entre los comerciantes de la Nueva<br />
Granada. Educado en el Colegio Seminario de Popayán y<br />
en el Colegio del Rosario de Santa Fe, siguió, sin embargo,<br />
los pasos de su padre al hacerse comerciante en Cartagena,<br />
en donde llegó a formar parte de la elite cartagenera al<br />
contraer matrimonio con una de las hijas de la familia<br />
Amador. Como comerciante de Cartagena, con vínculos<br />
muy fuertes y lazos familiares con familias criollas distinguidas<br />
de la Nueva Granada, Pombo surgió a principios de<br />
la década de 1800 como crítico importante del sistema español<br />
de comercio y gobierno y, como Acevedo y Gómez,<br />
fue un abogado de la reforma de dicho sistema.<br />
El pensamiento de Pombo puede juzgarse a partir de<br />
un documento que escribió en 1804, por medio del cual<br />
denunciaba la desmoralización institucional y las distorsiones<br />
económicas causadas por la incapacidad del sistema<br />
de comercio español, bajo las presiones de la guerra internacional,<br />
y solicitó reformas que permitieran ampliar las<br />
oportunidades económicas de los comerciantes y productores<br />
de la colonia. En primer lugar, Pombo denunció<br />
abiertamente el crecimiento del contrabando bajo un gobierno<br />
corrupto y planteó que las medidas para prevenir el<br />
contrabando eran prácticamente inútiles en una tierra<br />
donde “las leyes y derechos del ciudadano son tan poco<br />
respetados”. A partir de esta premisa procedió a analizar el<br />
comercio de la Nueva Granada, presentando una gran<br />
cantidad de estadísticas y sugiriendo medidas que permitieran<br />
remover los obstáculos que “la naturaleza, el gobierno<br />
y la ignorancia” colocaban en el camino del desarrollo<br />
de la Nueva Granada, “la más rica en toda clase de produc
E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 387<br />
tos, de todas las posesiones americanas de la Monarquía<br />
Española”. Sus propuestas atacaron el corazón mismo del<br />
sistema tradicional de la colonia española. Para estimular<br />
la economía, solicitó a la Real I lacienda que invirtiera fondos<br />
para mejorar el transporte y la comunicación en la<br />
Nueva Granada, además abogó por la reducción de impuestos<br />
al comercio y a la producción. Para mejorar la<br />
agricultura, estaba a favor de la abolición del tributo a los<br />
indios, de la distribución de la tierra entre los indios, de<br />
entregar tierras baldías a los que no tenían nada y promover<br />
la inmigración de católicos extranjeros para establecer<br />
nuevas poblaciones rurales. Las sugerencias de Pombo<br />
para una reforma política fueron aun más radicales. Quería<br />
abolir el comercio de esclavos; es más, abogó por la abolición<br />
de la esclavitud y por promover medidas que favorecieran<br />
la unión y el mestizaje de todas las “castas” a fin de<br />
llegar a formar una sola clase de ciudadanos. El hecho de<br />
haberse comprometido con las doctrinas económicas de la<br />
ilustración, puede verse claramente en su insistencia sobre<br />
la necesidad de reformar la Iglesia, limitando las propiedades<br />
que tenía bajo la figura de “manos muertas”, reglamentando<br />
las actividades de los párrocos e incluso llegó a pedir<br />
la reforma y extinción de instituciones monacales. La reforma<br />
educativa era otra de sus prioridades, aprendida<br />
también de la Ilustración. Pombo pidió que se fundaran<br />
imprentas, periódicos públicos y sociedades patrióticas en<br />
la capital y en las provincias; recomendó el establecimiento<br />
de escuelas primarias y agrícolas, escuelas de dibujo,<br />
matemáticas, biología, medicina y otras, junto con la fundación<br />
de una universidad pública para enseñar las “ciencias<br />
divinas y humanas"20.<br />
20. De Pombo. Ignacio, “Comercio y contrabando en Cartagena<br />
de Indias", (comp.) Jorge Orlando Meló, IJogotá, 1986, págs. 49-122.
3 8 8 | ANTHONY MCFARLANE<br />
El extraordinario programa de reforma propuesto por<br />
Pombo nos muestra cómo, a principios de la década de<br />
1800, los líderes criollos se mostraban profundamente decepcionados<br />
con el sistema colonial tradicional y evidentemente<br />
empezaban a imaginar una gran renovación de las<br />
estructuras económicas y políticas dentro de la monarquía.<br />
Para ellos, España ya no era fílente de ideas ni modelo de<br />
reinado imperial. Pombo nos muestra su amplia información<br />
a través de textos de economistas, tanto españoles<br />
como extranjeros, en su búsqueda de métodos para sacudir<br />
la agricultura neogranadina del “profundo letargo en<br />
que está enterrada”21. Llegó incluso a sugerir que los Estados<br />
Unidos constituían un ejemplo de desarrollo económico<br />
que podría seguir la Nueva Granada. En resumen,<br />
Pombo estaba trazando una agenda de reformas que proporcionaría<br />
más tarde las bases para la ideología económica<br />
de un nuevo orden político a partir de 1810. Entonces,<br />
la Nueva Granada sería liberada del monopolio comercial<br />
español y al abrir el comercio al mundo Atlántico más<br />
amplio, el valor del comercio tanto como medio de enriquecimiento<br />
personal como de progreso social, ocuparía<br />
un plano diferente.<br />
Junto con estos cambios llegaron nuevas oportunidades<br />
económicas que los miembros de las elites criollas de<br />
la Nueva Granada estaban ansiosos por explotar. Durante<br />
el período colonial el predominio peninsular en el comercio<br />
de ultramar había obligado a las elites criollas a ocupar<br />
puestos secundarios en el comercio de su país. Ahora, después<br />
de la caída del gobierno español, a ellos les era posible<br />
participar más ampliamente en el comercio y a<br />
combinar sus roles de terratenientes y políticos con em<br />
2 1 Ortiz, Sergio filias, Escritos de dos economistas coloniales, Bogotá,<br />
1965.
E l comercio en la vida económica y social neogranadina | 389<br />
presas comerciales de muchos tipos. Después de la Independencia,<br />
los comerciantes tuvieron siempre buena representación<br />
en el Congreso Nacional y en los gobiernos<br />
provinciales, y el progreso político se identificaba fuertemente<br />
con el desarrollo del comercio nacional. En efecto,<br />
la clase alta criolla de la capital, adoptó rápidamente los<br />
valores de la sociedad burguesa, en la que el dinero era<br />
medida importantísima de la posición social y una búsqueda<br />
individualista de progreso económico era admirada y<br />
emulada22. En este sentido, los valores de los comerciantes<br />
inmigrados de España, que lograron éxito económico y<br />
movilidad social por medio del comercio y del matrimonio<br />
en la sociedad colonial, fueron adoptados y ampliados<br />
en el nuevo orden republicano.<br />
22. Safford, Frank, Commerce and Enterprise in Central Colombia,<br />
1 8 2 1 - 1 8 J 0 , University Microfilms, Ann Arbor, 1965, págs. 50-84.
L a vida cotidiana universitaria en el<br />
Nuevo Reino de Granada<br />
rf.n á n ’<br />
SILVA<br />
Departamento de Ciencias Sociales<br />
l Universidad del / 'alie<br />
E / n las páginas que siguen presentaremos algunas descripciones<br />
de la vida cotidiana estudiantil universitaria en<br />
Santafé de Bogotá, durante el siglo xvm. Esta restricción a<br />
Santafé, y en particular a los colegios-universidades Mayor<br />
de San Bartolomé y Mayor del Rosario, no significa que<br />
ignoremos que otras ciudades, por ejemplo Popayán, tuvieron<br />
colegios que funcionaron como verdaderos centros<br />
universitarios, desde principios del siglo xvn. Se trata simplemente<br />
de que los dos colegios santafereños fueron los<br />
que de manera más estable y continua mantuvieron estudios<br />
superiores, y los que, en todos los casos, funcionaron<br />
como modelos de los otros que existieron en el virreinato,<br />
particularmente en los años finales del siglo xvm, por<br />
ejemplo en Cartagena, Mompox y Medellin.<br />
Una palabra sobre aquello que los historiadores llaman<br />
de manera corriente las fuentes, es decir el conjunto de testimonios<br />
que permiten construir las descripciones en que<br />
' Renán Silva. Sociólogo e historiador, profesor titular y actual jefe<br />
del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle. Sus<br />
más recientes libros son Universidad y sociedad en el Nuevo Reino de (1ranada<br />
(Bogotá, Uanco de la República, 1992) y has epidemias de viruela<br />
de 1782 y 1802 en la Nueva Granada (Cali, Universidad del Valle, 1993).
392 | RENÁN SILVA<br />
ellos apoyan sus análisis. No son muchos los materiales<br />
documentales que permiten reconstruir la vida cotidiana<br />
universitaria. No se encuentran diarios ni correspondencias<br />
que ayuden, como sí los hay para otros campos. Igualmente,<br />
no existen los famosos libros de viajeros que, por<br />
ejemplo, para el siglo xix, permiten conocer formas de vida<br />
colectiva cotidiana de importantes grupos sociales. Con lo<br />
que contamos es principalmente con una documentación<br />
jurídica y administrativa: decretos, programas, reglamentos<br />
escolares que pueden confundirnos, porque ellos no<br />
permiten observar bien el cambio y las transformaciones,<br />
cuando éstas se producen, y porque además, como todo el<br />
mundo sabe, la distancia entre la norma y el funcionamiento<br />
práctico y diario es enorme, lo que constituye un<br />
serio problema y un riesgo para una reconstrucción relativamente<br />
aproximada de la vida cotidiana escolar. Pero<br />
también es un desafio inmenso, pues muchos autores en<br />
otras partes han mostrado que la empresa es posible, aunque<br />
siempre resulte incompleta.<br />
E l origen social de los escolares<br />
Dicho lo anterior, podemos empezar a avanzar sobre<br />
nuestro objeto, previo un rodeo. Antes de que describamos<br />
aspectos centrales de la vida cotidiana de nuestros estudiantes<br />
santafereños del siglo xvm, lo más justo es que el<br />
lector conozca algunos rasgos básicos de tal grupo estudiantil,<br />
como su origen social, su perfil demográfico y su<br />
formación cultural previa. Por breve que sea esta información,<br />
ella le permitirá entender mejor algunos aspectos del<br />
funcionamiento diario de la vida escolar.<br />
Debemos empezar señalando que los orígenes sociales<br />
de los universitarios santafereños siempre estuvieron, con<br />
relativas excepciones, en los medios blancos, pretendidamente<br />
sin mezcla alguna con la población nativa, y que la
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 393<br />
gran mayoría de ellos, se pensaba, con razón o sin ella,<br />
como herederos directos de los primeros descubridores y<br />
conquistadores. En una palabra, pertenecían y sentían pertenecer<br />
a lo que se llamó la república blanca, situación que<br />
sólo tuvo algunos cambios muy a finales del siglo xvm.<br />
Ahora bien, los había blancos de origen rural (hijos de encomenderos<br />
pobres o arruinados, esto sobre todo en el siglo<br />
xvii) y blancos de origen urbano (llegados a Santafé de<br />
las principales ciudades del Reino: Cartagena y Popayán,<br />
pero también de villas y pueblos menores, sobre todo en el<br />
siglo xvm), sumándose a estos últimos el grupo de los directamente<br />
españoles (los hijos de los principales funcionarios<br />
de la administración colonial, los que por regla-mento<br />
y algo más, tenían el derecho adquirido de acceder a los<br />
colegios-universidades, situación que sería siempre un<br />
principio más de rivalidad entre los universitarios). Más<br />
adelante veremos que, aunque el perfil social dominante<br />
fiiera éste, el grupo estudiantil siempre fue más variado.<br />
Se trataba desde luego de un grupo exclusivamente<br />
constituido por hombres, pues las mujeres estaban excluidas<br />
de la educación superior, aunque ningún reglamento<br />
expresara de manera explícita esta exclusión, lo que indica<br />
que estaba dentro del orden de lo natural. Y, decía, un grupo<br />
masculino de relativa corta edad, aun en esa sociedad<br />
donde las expectativas de vida eran muy inferiores a las<br />
nuestras. La información conocida indica que, entre los 12<br />
años, edad inicial en que se entraba al aula de gramática<br />
latina, y los 24 años, en la que se terminaba por lo regular<br />
la carrera escolar, al adquirir el título de doctor en teología,<br />
se encuentra el largo lapso en que este grupo se apartaba,<br />
en términos relativos desde luego, de sus medios sociales<br />
de origen para constituirse como un grupo específico, con<br />
formas compartidas de 1 d e n tid a d social y cultural\ tal como<br />
lo prueba el hecho de que fuera un grupo al que se recono
cía socialmente como tal: los estudiantes (incluso se les reconocía<br />
de manera institucional, pues los censos de finales<br />
del siglo xvm los incluyen de manera diferenciada), y un<br />
grupo que se autorreconocía a través de la producción de<br />
formas singulares de vida (vestimentas propias, casas que<br />
habitaban los “externos”, lugar diferenciado en los ceremoniales,<br />
etc.), de la validez que otorgabas un fuero especial<br />
por su propia condición de escolares, y de la manifestación<br />
de su propia voz, pues se trataba de un grupo que se representaba<br />
y reclamaba a través d el escrito.<br />
Era pues de un medio social específico de jóvenes solteros,<br />
regularmente pertenecientes a la “república blanca”<br />
y preparándose como una especie de aristocracia intelectual<br />
que terminaba coronando una carrera profesional a<br />
través de la adquisición de un título, con el cual competía<br />
en el estrecho mundo laboral y en el más amplio del honor<br />
y del prestigio.<br />
Antes de ingresar con estos jóvenes en la vida cotidiana<br />
universitaria, formémonos una idea breve de su “escolaridad”<br />
previa, de los lugares en los cuales aprendieron los<br />
saberes y formas culturales que la entrada al mundo universitario<br />
exigía. Sabemos que tal ingreso suponía, antes<br />
que todo, una calificación social -com o en seguida lo veremos-<br />
y no cultural. En realidad la vida universitaria daba<br />
todo lo que se necesitaba para formar parte del estrecho<br />
mundo de la aristocracia cultural. Empezando por la lengua<br />
latina, pues la así llamada “república de las letras” no<br />
hablaba en castellano sino en latín, por lo menos cuando<br />
se trataba de actividades que comprometían su existencia<br />
como grupo social específico, es decir, cuando se presentaba<br />
como institución ante la sociedad. De ahí que el primer nivel<br />
de formación fuera el de la gramática latina, al cual entraba<br />
el escolar a partir de los 12 años, y sin cuyo dominio<br />
no se podía pensar en acceder a los otros niveles de la je
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 395<br />
rarquía universitaria. De ahí que el único requisito cultural<br />
real fiiera el dominio de la lectura y la escritura, los dos pilares<br />
del método de estudios que dominó la vida universitaria<br />
colonial desde 1600 hasta los últimos años del siglo<br />
xvm, aunque éstas se transformaran casi que con exclusividad<br />
en lectura y escritura en latín, a lo largo de la vida universitaria.<br />
¿Pero, en dónde se adquirían estas habilidades<br />
elementales?<br />
El siglo xvm, con la relativa excepción de su último tercio,<br />
no conoció el desarrollo de algo que pudiera compararse<br />
a lo que hoy llamamos instrucción primaria, es decir,<br />
el lugar en donde básicamente se aprenden algunas normas<br />
de civilidad, las cuatro operaciones y la lectura y la<br />
escritura. A cambio de una institución que supliera estas<br />
necesidades, en la sociedad colonial lo predominante fue<br />
la existencia de prácticas dispersas de aprendizaje, la mayor<br />
parte de ellas dependientes de la familia, en donde a un<br />
miembro, considerado como subalterno y de confianza, se<br />
le entregaba la responsabilidad de transmitir tales habilidades.<br />
Casi siempre las grandes haciendas incluían dentro<br />
de su nómina a un “preceptor”, quien tenía, en medio de<br />
otros, el oficio de enseñar a los hijos de su patrón. En los<br />
medios de vida urbana en crecimiento, regularmente aparecía<br />
un viejo bachiller empobrecido quien, con permiso<br />
de la autoridad y en combinación con el oficio de escribano,<br />
abría una pequeña aula para enseñar a quien podía pagar<br />
por ello. Desde luego que los jesuítas mantuvieron en<br />
todo el Reino un sistema relativamente bien organizado de<br />
“aulas de latinidad” que cubría pueblos, villas y ciudades, y<br />
en donde se formaban muchos de los escolares que luego<br />
irían a su colegio-universidad en Santafé. Sin embargo, no<br />
toda la población escolar universitaria del siglo xvm aprendió<br />
los rudimentos culturales iniciales con los jesuítas, ni<br />
todos quienes fueron en provincia sus alumnos serían lúe-
39^ | RENÁN SILVA<br />
go universitarios. Un número grande de los escolares de<br />
los que aquí nos ocupamos, aprendió bajo formas dispersas,<br />
no institucionalizadas, y su primer gran período de<br />
vida escolar en una institución formal, sería el que tendría<br />
en su propio colegio-universidad en Santafé, resaltando<br />
este hecho aun más la experiencia form ativa que tal proceso<br />
significaba.<br />
¿Pero, cómo se ingresaba a la vida universitaria? Se trataba<br />
de un privilegio institucional al que sólo se podía<br />
acceder después de haber demostrado por medio del llamado<br />
“procesillo”, que no se tenía “sangre de la tierra” -es<br />
decir, que no se tenía ni sombra de mestizaje-, y que ni<br />
padres ni abuelos habían desempeñado jamás “oficios viles”<br />
-es decir, trabajos manuales-, todo lo cual significaba<br />
que se pertenecía de derecho a la sociedad dominante.<br />
Cumplidos esos requisitos, al poder mostrar testigos que<br />
acreditaran la buena conducta moral del pretendiente y al<br />
contar con que existiera el cupo -pues éstos eran bastante<br />
limitados-, lo más seguro es que se iniciara la carrera de letrado<br />
bajo la forma de cura o abogado, que eran los dos<br />
destinos a que inexorablemente conducía la vida universitaria<br />
cuando llegaba a buen término. Este tipo de exigencia<br />
de “limpieza de sangre”, de pertenencia a la elite social dominante<br />
como requisito para acceder a la elite cultural, fue<br />
una de las mtinas que se mantuvo inalterada por más tiempo,<br />
incluso hasta bien entrado el siglo xix, más allá de las<br />
reformas constitucionales, y una de las que más encontraba<br />
diaria expresión en la vida universitaria, en donde cada<br />
una de sus prácticas era la manifestación del carácter privilegiado<br />
de sus miembros.<br />
Sin embargo, no podemos confundir ese carácter de<br />
privilegio que tenía el destino escolar, con la presencia necesaria<br />
de riqueza material en sus miembros. Muy por el<br />
contrario, la elite intelectual en formación fue siempre un
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 397<br />
grupo pobre, proveniente principalmente de grupos sociales<br />
ev proceso reciente de empobrecimiento, que, al no encontrar<br />
posibilidades en el mundo del gran comercio, en la<br />
minería exitosa o dentro de las haciendas en crecimiento y<br />
menos aun en las altas esferas de la administración colonial,<br />
tenía que intentar consolidar su decaído privilegio social<br />
a través del acceso al privilegio cultural que otorgaban<br />
los estudios. De esta manera pues, y en resumen, el grupo<br />
de escolares universitarios santafereños del siglo xvm, pero<br />
también del siglo xvn, estuvo constituido por una minoría<br />
de jóvenes solteros, de alto origen social reconocido, pero<br />
de pobreza comprobada, con diferentes proveniencias regionales<br />
y por lo tanto con distintas experiencias sociales,<br />
que buscaba en la llamada universidad colonial, una manera<br />
de no perder o de no continuar perdiendo los privilegios<br />
que inexorablemente implicaba su caída económica; o, en<br />
casos minoritarios, se trataba de un grupo blanco pobre,<br />
sin mayores calidades sociales y baja ocupación en la escala<br />
del prestigio y consideración social, que trataba de<br />
asegurar un mediano ascenso, terminados los estudios, colocándose<br />
como cura en un pueblo lejano, ejerciendo<br />
como abogado fuera de Santafé, o, en otras ocasiones, desempeñándose<br />
como maestro de niños para enseñarles a<br />
leer y contar, o como maestro formador de jóvenes en la<br />
lengua latina.<br />
Ahora bien, este medio social específico, los estudiantes,<br />
condicionado por su pertenencia institucional, mantenía<br />
particulares relaciones con la dudad. No que Santafé<br />
fuera una “ciudad universitaria”, en el sentido en que se<br />
podía decir de París en los comienzos de lo que luego será<br />
La Sorbonne, o en el que se puede decir hoy cuando hablamos<br />
de Tunja o de Popayán, ciudades en donde el grupo<br />
universitario es un importante grupo de residentes, de<br />
consumidores, de animadores culturales de la ciudad y de
3 9 8 | RENÁN SILVA<br />
iniciadores de formas de vida novedosas, lo que muchas<br />
veces los enfrenta con los grupos más tradicionales de la<br />
ciudad.<br />
La población universitaria creció de manera continua a<br />
lo largo del siglo xvm, en especial después de 1720, pero<br />
sin que, en términos cuantitativos, llegara nunca a representar<br />
una fracción importante del total de la ciudad, pues<br />
la población de Santafé también creció, en particular sus<br />
sectores populares -tan distintos de los universitarios-, y que<br />
dieron lugar a barrios nuevos: Las Cruces, San Victorino,<br />
por ejemplo, que serán en el siglo xix y en parte del siglo<br />
xx el centro de una vida agitada y febril.<br />
Pero aun así, los universitarios Rieron durante el siglo<br />
xvm el grupo ju v e n il organizado más importante de la ciudad,<br />
y esto por varias razones. La primera y más obvia es<br />
su pertenencia a grupos sociales que eran identificados<br />
como nobles. Y, enseguida, por su pertenencia a un tipo de<br />
institución: la universidad, que precisamente era reconocida<br />
por todos como “casa y lugar de principales”, con ventaja<br />
sobre los conventos que mantenían las comunidades<br />
de Regulares y en donde las calidades sociales no estaban<br />
claramente certificadas. La universidad era un lugar que<br />
acogía a los nobles, pero que también ennoblecía, tarea<br />
esencial en una sociedad en la cual las noblezas eran todas<br />
objeto de duda. Haber adelantado el llamado “procesillo”<br />
de admisión, aunque efectivamente no se cursaran los estudios,<br />
era una forma de calificación social, una manera de<br />
mantener ante la opinión un mérito y una condición. El<br />
repudio universitario significaba serias sombras sobre la<br />
honra y los derechos al honor, y un principio de descalificación<br />
social.<br />
La pertenencia a la universidad otorgaba un lugar en la<br />
esfera pública a través de la participación en el ceremonial, es<br />
decir, en las ocasiones en las que, ante la presencia y la
La vida cotidiana universitaria at el Nuevo Remo de Granada | 399<br />
mirada colectivas, el poder social se hacía visible. Por<br />
ejemplo, la recepción de nuevas autoridades civiles o eclesiásticas,<br />
o también su regreso a España, o su paso a otro<br />
virreinato o sencillamente su muerte; la expresión pública<br />
de gozo por algún suceso en la vida de la familia Real; las<br />
grandes celebraciones del calendario religioso: la Semana<br />
Santa, la Navidad, las fiestas de los patronos (y las había de<br />
todo); también los dolorosos momentos de las grandes<br />
advocaciones cuando la adversidad caía sobre la ciudad o<br />
sobre el Reino y había que expulsar la culpa para que cesara<br />
la calamidad: en fin, cualquiera que fuera la ocasión que<br />
permitiera manifestarse al ceremonia! y a la etiqueta, los escolares<br />
eran siempre elemento central, con lugar destacado<br />
en la plaza y en la iglesia, distinguidos por su uniforme<br />
de gala, expresión que perdurará hasta el día de hoy en<br />
nuestros colegios.<br />
Pero los escolares tenían también modalidades propias<br />
de organización. Aunque las había de varios tipos, hay dos<br />
de ellas que deben destacarse por su importancia. En primer<br />
lugar las cofradías y congregaciones. Se trataba de una<br />
organización cívico-religiosa, no exclusiva de los estudiantes,<br />
adscrita a un patrón -un santo- y a un patrocinador<br />
-un notable de la ciudad-, y que tenía como fin principal la<br />
práctica de formas colectivas de oración y alabanza, pero<br />
que, de manera esencial, terminó marcada, dominada, por<br />
su significado social. Las cofradías y congregaciones representaron<br />
en la sociedad colonial una forma central de<br />
ligazón, de participación en la vida cultural de todos los<br />
cuerpos que conformaban la sociedad; representaron,<br />
igualmente, una forma de jerarquía y de distinción, una<br />
manifestación de las diferencias, ya que ni la congregación<br />
ni sus miembros, ni el patrón ni el patrocinador, tenían la<br />
misma calidad social ni los mismos reconocimientos. Y las<br />
congregaciones escolares, por ejemplo la de Nuestra Seño-
400 | RENÁN SILVA<br />
ra de la Anunciación, que formaban los alumnos universitarios<br />
de los jesuítas -quienes además tenían como patrón<br />
general a san Francisco Xavier-, siempre tuvieron un lugar<br />
muy alto en la consideración y el respeto sociales.<br />
La otra gran forma de sociabilidad, pero ya muy a<br />
finales del siglo xvm, fue la muy famosa de las tertulias,<br />
foco de difusión de un pensamiento relativamente moderno<br />
y centro de alguna actividad conspirativa, pero sobre<br />
todo forma de diletantismo social y literario, de introducción<br />
de nuevos gustos y refinamientos y, en una palabra,<br />
lugar de expresión de la nueva sensibilidad con que al final<br />
se despedía. Las tertulias fueron una forma de sociabilidad,<br />
moderna, sin ninguna duda, que funcionó como pw ito de<br />
encuentro entre fenómenos muy notables. En primer lugar<br />
y de importancia crucial, punto de encuentro con la mujer,<br />
bajo una forma nueva, pues por primera vez ella hace su<br />
aparición como sujeto de lectura, de escritura y de opinión,<br />
aunque aún en forma minoritaria y desdibujada. En<br />
segundo lugar, punto de encuentro con prácticas de vida<br />
relativamente igualitarias, que se manifiestan ante todo en<br />
formas nuevas de la cortesía y el ritual, en la pérdida de<br />
peso de la etiqueta y de la forma -así, por ejemplo, se toma<br />
asiento según como se va llegando, sin ningún privilegio<br />
de lugar por antigüedad o cosas de ese estilo-. Y, en tercer<br />
lugar, punto de encuentro entre generaciones antes separadas<br />
y en parte incomunicadas. Son las tertulias y “asambleas”<br />
las que reúnen a finales del siglo xviii por primera<br />
vez a profesores y estudiantes que se identifican en torno a<br />
un tipo de saber. Punto de encuentro entre jóvenes provenientes<br />
de medios sociales menos uniformes y que encarnan<br />
experiencias sociales más diversas. Es, por ejemplo, la<br />
tertulia santafereña de don Antonio Nariño, quien no era<br />
un universitario, la que reúne a lo mejor de los escolares, a<br />
algunos de quienes eran sus maestros, a conspiradores ya
La vida cotidiana universitaria ai el Nuevo Reino de Granada | 401<br />
perfectamente aclimatados en su papel, como Pedro Fermín<br />
de Vargas, a aventureros como el médico francés Luis<br />
de Rieux, a botánicos y zoólogos como Jorge Tadeo Lozano,<br />
etc., reunidos ahora como “sociedad de pensamiento”,<br />
como empresa cultural de lectura y escritura, distanciada<br />
del ceremonial, de la etiqueta y de la forma. ¡Qué novedad<br />
y qué alteración de las formas rituales en que se encarnaba<br />
unos pocos años antes la vida cotidiana!<br />
Debemos señalar también que la comunicación del<br />
grupo escolar con la vida de la ciudad no ocurría simplemente<br />
a través de la esfera pública, del mundo de la actividad<br />
oficial. Si bien en términos reglamentarios la vida<br />
escolar debería estar cerrada hacia el exterior para la mayoría<br />
de sus miembros, la comunicación era constante<br />
-igual que en los conventos de monjas-, y ninguna de las<br />
formas de encierro intentadas tuvo éxito. En primer lugar,<br />
porque los escolares disponían de criados y pajes que eran<br />
verdaderos “correveidiles” de sus amos. En segundo lugar,<br />
porque durante muchos años la misma pobreza de las instituciones<br />
hizo que para encontrar el sustento diario los<br />
escolares debieran solicitar la caridad de la ciudad, comer<br />
en sus posadas y habitar en sus casas. Y en tercer lugar,<br />
porque se trataba de un grupo juvenil, piadoso y devoto, sí,<br />
pero también enamorado de la vida, capaz de engañar a<br />
rectores y cuidanderos y perderse en la noche para buscar<br />
la compañía de música y mestizas que les alegraran la vida.<br />
Si hay algo que se encuentre bien documentado en la crónica,<br />
es esa comunicación permanente entre los escolares y<br />
la ciudad popular; sin que a la oración tempranera con que<br />
necesariamente se iniciaba el día, la alterara el fin de la noche<br />
anterior, ya que desde aquel entonces se sabía que el<br />
que reza... empata.
402 I RENÁN SII.VA<br />
Las categorías escolares<br />
Ahora bien: hemos hablado de un grupo con formas propias<br />
de identidad y reconocimiento: los estudiantes. De un<br />
grupo perteneciente a un medio social específico: el campo<br />
intelectual, y con una adscripción institucional precisa:<br />
los colegios-universidades. Un grupo social particular dotado<br />
con toda seguridad de una moral específica y de su<br />
propio código de valores, aunque sobre esto debemos ser<br />
prudentes, pues no abundan los análisis. Se trata de un grupo<br />
social atravesado por grandes diferencias y estructurado<br />
a través de un complejo sistema de jerarquías, presentes<br />
en cada una de las actividades cotidianas, empezando por<br />
la jerarquía que otorgaba la antigüedad, en un doble sentido.<br />
Antigüedad en tanto miembro de una de las familias<br />
de primeros pobladores, pero también antigüedad como<br />
miembro de la institución universitaria. Condiciones a las<br />
que se sumaba la proveniencia regional, motivo central en<br />
la formación de bandos y partidos. En una palabra, aunque<br />
los estudiantes conformaran un grupo diferenciado e identificare,<br />
se trataba de un medio todo menos homogéneo.<br />
Ocurre que la sociedad colonial estaba organizada, en<br />
todos sus planos, como un sistema de jerarquías, cada una<br />
con privilegios -o ausencia de privilegios- graduados según<br />
la posición social, familiar y la pertenencia a un cuerpo<br />
o corporación, lo que se expresaba en la vida diaria a través<br />
de la figura de la preeminencia. Cada acto de la vida social,<br />
cada ocasión en que se hacían públicas las conductas, era<br />
una oportunidad para mostrar el carácter de dominio o de<br />
subordinación de la posición social que se tenía. Y esto se<br />
puede observar en el funcionamiento de las diferentes categorías<br />
en que se dividía la población estudiantil.<br />
En la parte superior de la escala social universitaria se<br />
encontraban los colegiales. Se trataba del grupo que controlaba<br />
el mayor número de privilegios, y por lo tanto de po
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 403<br />
der, en la universidad colonial desde su fundación a principios<br />
del siglo xvii y esto sin alteraciones. Escogidos dentro<br />
de “lo más esclarecido de la nobleza criolla”, participaban<br />
del gobierno de la universidad, por lo menos en el caso del<br />
Colegio del Rosario, y vivían dentro de la institución, sin<br />
pago alguno, en consideración a tratarse del sector más<br />
noble pero más empobrecido de la elite local. Regularmente<br />
mantenían de por vida su vínculo con la institución,<br />
tanto en el Colegio del Rosario como en el Colegio de San<br />
Bartolomé, pues se establecían casi que de por vida como<br />
catedráticos al concluir sus estudios, controlando siempre<br />
los cargos de dirección. Lo que ellos percibían como su<br />
posición social, rápidamente lo hacían valer como su posición<br />
cultural, de tal manera que su dominio sobre la vida<br />
escolar siempre fue completo, y no encontraba amenaza<br />
más que en su diferenciación regional, ya que los colegiales<br />
provenían de lugares diversos, pues las becas tenían distintas<br />
asignaciones geográficas, tratándose siempre de grupos<br />
rivales. Ese carácter de “colegial formal”, como se decía,<br />
combinado con la antigüedad,\ tenía su expresión en cada<br />
una de las reglamentaciones de la vida diaria y en cada una<br />
de las demostraciones públicas en que la universidad hacía<br />
presencia. Ahora bien, esta jerarquía de los colegiales tendía<br />
a reproducirse casi que naturalmente, a través de la<br />
figura de \&fam iliatnra. Se trataba de un fenómeno de reproducción<br />
del privilegio escolar, pues cuando el escolar<br />
dejaba su “beca” en la universidad, ésta era retomada por<br />
uno de sus hermanos o de sus parientes inmediatos, creando<br />
en los colegios un fenómeno de dominio por parte de<br />
familias y de grupos regionales, como tienden a comprobarlo<br />
todos los estudios de prosopografía. Y no sólo de<br />
dominio del campo escolar, sino también profesoral y administrativo,<br />
ya que el personal de control y el de los<br />
maestros, generalmente se reclutaba entre los escolares
4 0 4 | RENÁN SILVA<br />
más antiguos, lo cual hacía que los colegios-universidades<br />
fueran en verdad un instrumento de poder político y social<br />
que se expresaba a través de las distintas formas de intervención<br />
en la vida pública por parte de la institución. Todo<br />
lo cual comprueba que, con el acceso a la vida universitaria,<br />
especialmente como colegial, no sólo era una carrera<br />
de estudios la que se iniciaba, ni una simple vía hacia el<br />
mundo laboral la que se aseguraba.<br />
Seguían en la jerarquía los convictores. Se trataba de una<br />
categoría de condición social “limpia” y completamente<br />
comprobada, pero que no disponía de la “beca”, que no era<br />
sólo una dispensa económica sino, ante todo, un reconocimiento<br />
social. Por tanto los convictores, también llamados<br />
copistas (de capa), no vivían dentro de la institución, no<br />
participaban en su gobierno, jamás podían ocupar el lugar<br />
primero en el sistema de precedencias, ni privadas ni públicas,<br />
y estaban condenados por siempre a la espera, no<br />
siempre recompensada, de que algún becario dejara el colegio,<br />
por abandono, finalización de estudios o muerte,<br />
para poder acceder a los lugares de privilegio. Con todo,<br />
los convictores, a quienes también se les llamó porcmtistas,<br />
pues pagaban por sus estudios una pequeña porción -alrededor<br />
de setenta pesos anuales durante el siglo xvm-, dieron<br />
un elemento permanente de recreación de la vida<br />
estudiantil, ya que su contacto con la ciudad, al ser estudiantes<br />
externos, era mayor, como mayor era su participación<br />
en formas de sociabilidad y de intercambio culturales<br />
que eran negadas a quienes padecían el relativo, pero tan<br />
sólo relativo, encierro institucional.<br />
Estas dos categorías eran las dominantes en la vida escolar,<br />
sobre la base de su preeminencia social, la que se<br />
transformaba, en tanto miembro de la institución universitaria,<br />
en preeminencia cultural. Pero a lo largo del siglo<br />
xvm, la categoría socio-escolar que más creció, y que en
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 405<br />
últimas fiie el elemento que más transformó una vida cotidiana<br />
institucional organizada sobre la base del exclusivo<br />
privilegio social y del criterio de antigüedad en la pertenencia<br />
escolar, fue la categoría de los manteos o manteistas<br />
(de manta), ya que cada una de las diferencias sociales se<br />
expresaba aún en el vestido rigurosamente obligatorio que<br />
debía llevarse en público o en privado. Se trataba de escolares<br />
con orígenes sociales no completamente “limpios”,<br />
sobre los cuales pesaba alguna sombra de indignidad, o<br />
como se decía, de “tacha social”, sea por sus antecedentes<br />
familiares -algún rastro de mestizaje en ellos, en sus padres<br />
o en sus abuelos-, sea por la actividad laboral de sus padres<br />
(un mercader, un platero, un escribano de mediana<br />
condición) o por su propia pobreza y origen regional.<br />
Los manteos, desde luego colocados por fuera de toda<br />
posibilidad de participar en el gobierno y de aspirar a una<br />
beca, debían comenzar sus estudios de gramática en una<br />
aula externa, acondicionada para ellos de manera expresa,<br />
y sólo podían continuarlos viviendo por fuera de la institución,<br />
sometidos a una clara calificación social inferior, hasta<br />
el punto de que el vocablo “manteo” se convirtió en una<br />
especie de insulto. Fueron, sin embargo, y en acuerdo con<br />
lo que sucedía en el resto de la sociedad, a la que finalmente<br />
sacudió en sus cimientos el mestizaje, el gran principio<br />
de transformación del orden escolar asentado en<br />
privilegios corporativos. Ellos fueron quienes adelantaron<br />
los más sonados pleitos en búsqueda del reconocimiento<br />
de sus calidades sociales, los más avanzados exponentes de<br />
la indisciplina escolar y de la crítica de los reglamentos y<br />
quienes a través de su vocabulario, de sus atuendos y de<br />
sus actitudes, representaron el gran principio de transformación<br />
de la vida universitaria y la expresión de la nueva<br />
sensibilidad de la juventud, que es ya claramente posible rastrear<br />
en el último tercio del siglo xvm.
4 0 6 I RENÁN SILVA<br />
Pero las jerarquías escolares eran aun más complejas y<br />
variadas. Se encontraban también durante el siglo xvm los<br />
así llamados fam iliares. Se trataba de especies de segundones,<br />
subalternos o protegidos de los colegiales, aceptados<br />
en la universidad por su carácter de parientes pobres y<br />
socialmente dudosos de los colegiales. Aunque se encargaban<br />
de cumplir los oficios “poco nobles” a que sus patronos<br />
se negaban (el arreglo del cuarto, los mandados y<br />
recados hacia el exterior del colegio-universidad, etc.), tales<br />
fám ulos, como también se les llamó, cursaron estudios<br />
y, en muchas ocasiones, obtuvieron sus grados. De hecho,<br />
no constituían el último escalón de esta complicada jerarquía,<br />
pues ellos mismos podían disponer hasta de tres sirvientes<br />
o pajes, y sus tareas se volvieron imprescindibles<br />
para los colegiales, ya que tempranamente se prohibió a<br />
estos últimos mantener esclavos dentro de la institución.<br />
Por último, y por períodos, se encontraban, los huéspedes,<br />
una categoría curiosa y de difícil definición, compuesta por<br />
escolares un poco de paso, un poco en situación indefinida<br />
frente a su destino escolar, tal vez a la espera de una beca,<br />
de un lugar como porcionista o como familiar, y que obtenían<br />
asilo, comida e intercambio espiritual al permanecer<br />
en el “internado universitario”.<br />
Los universitarios y sus estudios:<br />
é l método de estudios y su significado cultural.<br />
Una introducción productiva al conocimiento de los ritmos,<br />
los usos y las ceremonias de la vida diaria del medio<br />
escolar universitario en Santafé, puede hacerse si se consideran<br />
los aspectos centrales de sus métodos de estudio, no<br />
sólo porque tales métodos son parte central de la vida de<br />
un grupo intelectual, sino porque ellos entrañaban la existencia<br />
de un preciso ceremonial cotidiano imposible de<br />
evitar.
La vida cotidiana universitaria ai el Nuevo Reino de Granada | 407<br />
El método de estudios estaba compuesto por tres elementos<br />
inseparables, denominados por la tradición con<br />
tres precisas palabras latinas: lectio, dictatioy disputatio,_elementos<br />
que permanecieron casi inalterados y como objeto<br />
de utilización diaria y general desde 1605, cuando los instituyeron<br />
los jesuítas, hasta los finales del siglo xvm, cuando<br />
sufrieron fuertes ataques, aunque su desmoronamiento<br />
como forma dominante debió esperar hasta la segunda<br />
mitad del siglo xix. Es decir, se trata sin ninguna duda del<br />
método de enseñanza y de transmisión de conocimientos<br />
más antiguo y de mayor duración en la historia de la universidad<br />
colombiana.<br />
La lectio era un procedimiento de lectura y explicación<br />
cuya utilización estuvo condicionada en la universidad colonial<br />
por dos factores. En primer lugar, por la tradición,<br />
pues se trataba de la forma de enseñanza distintiva en la<br />
universidad medieval. Y en segundo lugar, por la relativa<br />
ausencia de libros para el uso de los universitarios -hecho<br />
sobre el cual volveremos-, lo que determinaba la presencia<br />
necesaria del catedrático a través de su voz, como prolongación<br />
de la voz del autor y de la autoridad.<br />
De hecho, al profesor se le denominaba lector (de<br />
filosofía, de teología, etc.). Esa lectura, práctica diaria en el<br />
salón de clase, era una lectura en alta voz, o, como se decía,<br />
lectura de viva vox. Un tipo de lectura muy cercana a<br />
la recitación y a la oratoria, pues precisamente se trataba<br />
de la preparación de juristas, curas y predicadores, e<br />
involucraba una profunda teatralización tanto de la voz,<br />
como de los gestos y de los movimientos del cuerpo.<br />
Este procedimiento de lectura significaba una especial<br />
jerarquía de los sentidos, en donde el ver no se pliega a la<br />
observación del mundo y de la naturaleza sino a la actuación<br />
misma del lector, y en donde el papel de los sentidos<br />
en el aprendizaje escolar está dominado por la función que
4 0 8 I RENÁN SILVA<br />
cumple el oído, pues, en lo que al escolar respecta, la posición<br />
central es la de escucha. Por ello puede leerse en las<br />
reglamentaciones académicas formulaciones como “escucharán<br />
las lecciones”, “oirán la explicación”.<br />
Pero después de escuchada la lección el papel del<br />
aprendizaje estará confiado a la memoria, que no podrá lograr<br />
sus frutos sino a través de la repetición, concebida bajo<br />
una forma que la acerca a los distintos tipos religiosos de<br />
meditación. De ahí que la vida cotidiana en cuanto al aprendizaje<br />
esté dominada por una serie de reglamentaciones<br />
que imponen formas multiplicadas de estudio-repetición, a<br />
veces bajo modalidades colectivas, a veces individuales<br />
-las que se hacen en “la soledad de los aposentos estudiantiles”-,<br />
pero todas encaminadas a lograr el dominio exacto<br />
del texto, de la letra, de la lección escuchada.<br />
La lectio resultaba inseparable en la vida universitaria<br />
de la dictatio (dictado, dictamen). Se trataba de formas imposibles<br />
de separar: mientras los ojos del catedrático recorren<br />
el texto, y la voz de las páginas transmutada en su<br />
propia voz va recorriendo el espacio que la separa de sus<br />
oyentes, mientras ello ocurre, la mano del alumno con su<br />
pluma va inscribiendo sobre el papel cada una de las palabras<br />
que el lector pronuncia. Las va inscribiendo sobre la<br />
página en blanco de su cuaderno, de su mamotreto, como se<br />
decía en el lenguaje escolar de la época. Mamotreto que<br />
no desamparará desde el primer día de “aula”, que está<br />
destinado a una larga utilización y que sería luego el libro<br />
de estudio en la soledad del curato o el instrumento de consulta<br />
del letrado urbano. Finamente forrado en cuero, su<br />
primera página ha sido cuidadosamente marcada el primer<br />
día de clase con el nombre de la cátedra y del lector por el<br />
padrino de estudios del colegial, quien necesariamente lo<br />
acompañaba en su primera jornada.<br />
Este par gemelo de la lectio y la dictatio se utilizó en el
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 409<br />
Nuevo Reino bajo dos formas distintas. Una primera caracterizada<br />
por la copia rítmica y simultánea de lo que<br />
pronunciaban los labios del catedrático, lo que determinó<br />
que la cultura escolar no fuera solamente, desde el punto<br />
de vista del cuerpo y de los sentidos, auditiva, sino audiotáctil,<br />
a través de un mecanismo muy complejo por el cual<br />
la vista se fija en el cuerpo y en los labios del lector, al oído<br />
llega su voz, que es la voz del texto sacro, y su mano registra,<br />
una a una, cada una de sus palabras. Es una manera de<br />
atar la práctica de la escritura a la memoria, a través de la<br />
repetición escrita de lo que se oye.<br />
Pero también se dio el procedimiento de separación en<br />
el tiempo y en el espado de la lectio y la dietario, en un esfuerzo<br />
por acelerar el ritmo de la lectura y la explicación, ritmo<br />
que estaba condicionado por la velocidad de la mano del<br />
copista. Así lo señalaban las constituciones del Colegio del<br />
Rosario, refiriéndose a la lectura de los comentarios que<br />
había escrito fray Juan de Santo Tomás: “Y esto queremos<br />
que se haga, aunque no hayan tantos libros suyos...<br />
leyéndoles tres veces la lección saldrán señores de ella y la<br />
podrán escribir en sus aposentos”.<br />
Todo el proceso de transmisión de conocimientos tenía<br />
en el ámbito escolar universitario, como forma terminal<br />
y como elemento principal, la disputatio (disputa). Esta<br />
era ante todo una ceremonia cotidiana, un “combate entre<br />
dialécticos”, un juego ejecutado ante la mirada del maestro,<br />
de un auxiliar del lector o de un estudiante avanzado.<br />
En la disputa todo estaba codificado: el lugar, el tiempo,<br />
los sistemas de precedencia, el orden y la jerarquía de los<br />
asistentes, pero sobre todo, la palabra, que uncida al carro<br />
de la retórica se encontraba presa de una marca, envuelta<br />
en un ritual, para que la discusión no se perdiera en caminos<br />
extraños al orden que el discurso tenía señalado y el<br />
“coloquio de oponentes” pudiera llegar a su feliz término.
410 | RF.NÁN SILVA<br />
En los estudios universitarios coloniales la disputa (el<br />
intercambio reglamentado de silogismos) lo invadía todo.<br />
Como los reglamentos y las distribuciones horarias lo<br />
comprueban, el espacio escolar fue un gran teatro de<br />
luchas retóricas: arguyen, en ocasiones solemnes, los maestros<br />
unos contra otros; arguyen los estudiantes en sabatinas<br />
y dominicales; arguyen con ocasión de los exámenes;<br />
arguyen durante el día como ejercicio final de clase y<br />
como forma de repaso. ¿Y sobre qué se argumenta? ¿Sobre<br />
qué se arguye? ¿Cuál es la materia del juego? Según el ideal<br />
de Cicerón, obra siempre presente en las escasas bibliotecas<br />
escolares y que resultaba de aprendizaje obligatorio en<br />
el ciclo inicial de gramática latina, se arguye sobre todo, pues<br />
ya que el orador no puede saberlo todo debe, en cambio,<br />
“ponerse en disposición de hablar de todas las cosas y<br />
asuntos”, o mejor aun, “disputar, tratar y ventilar cuanto<br />
ocurre en la vida humana”, pues la retórica, de donde proviene<br />
la forma disputatio, tiene por materia “todo aquello<br />
que se puede hablar”.<br />
Los actos de disputa, los grandes torneos retóricos de<br />
la vida universitaria, se extendían a lo largo de todo el año<br />
escolar, pero eran ante todo una práctica diaria, reglamentada<br />
con precisión en las distribuciones de trabajo para el<br />
escolar. Así, por ejemplo, los estudiantes del Colegio de<br />
Santo Tomás, según un documento de 1658, todas las<br />
mañanas, de once a doce, realizaban su “conclucionci-<br />
11a”, práctica de aula efectuada como entrenamiento en la<br />
disputa y sin mayor ceremonial; pero en la tarde, de cuatro<br />
a cinco, en la clase de filosofía, debían estar “replicando<br />
(argumentando unos contra otros) como se suele hacer”, y<br />
de cinco a seis “tendrán obligación por turno de sustentar<br />
una conclusión que señalará el Padre vicerrector”. Igual<br />
procedimiento se mantenía en el Colegio de San Bartolomé<br />
en 1770, tres años después de la expulsión de los jesui-
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada ¡ 411<br />
tas, pues, como actividad cotidiana, “se les tocará al repaso<br />
de sus lecciones y argumentos unos contra otros, con los<br />
compañeros que tuvieren señalados”.<br />
Pero esta fiesta del “argüir”, del disputar, iba creciendo.<br />
Los torneos de repetición diaria se hacían públicos los domingos,<br />
día en que los vecinos podían penetrar en el territorio<br />
cerrado de los colegios-universitarios, y alcanzaban<br />
su máximo esplendor con motivo de las fiestas patronales,<br />
de la conclusión del año escolar y de la ceremonia de grados.<br />
Para no multiplicar los ejemplos relativos a cada una<br />
de las ocasiones, contentémonos con describir el examen<br />
de grado, como manifestación de la disputa.<br />
Es claro que si el proceso de formación escolar era un<br />
movimiento continuo y creciente por mantenerse el mayor<br />
tiempo posible en la “cadena del discurso”, un rudo<br />
combate entre oponentes que se lanzaban sin cesar proposiciones<br />
y silogismos, memorizados con cuidado y exactitud,<br />
el requisito supremo para graduarse no podía ser sino<br />
un ejercicio de disputa, un “acto de conclusiones”, con la<br />
asistencia obligatoria de todos los miembros de la institución<br />
y con un ceremonial que debía respetarse de principio<br />
a fin. Riesgoso examen de cuyo éxito dependía el apivbamtts<br />
o reprobamus y que, por su aparente rigor, era denominado<br />
en el vocabulario escolar con el nombre de<br />
“tremendas”, y que fue práctica constante de todos los estudios<br />
superiores, lo que podemos ilustrar con los reglamentos<br />
del Colegio del Rosario: "... que ninguno se pueda<br />
graduar de doctor en Sagrada Teología sin haber tenido<br />
primero cuatro actos públicos en que se repartan todas las<br />
partes de (la obra de) Santo Tomás”.<br />
Sin embargo, toda esta práctica cotidiana de ejercicios<br />
retóricos, que al lado de la imposición de una vida devota<br />
-en muchísimas ocasiones violada- era el centro del entrenamiento<br />
escolar, estaba dotada de un sentido. La cultura
4 F 2 | RENÁN SILVA<br />
universitaria y en general la cultura intelectual en la sociedad<br />
colonial, estaba caracterizada por la osteittación. De<br />
hecho, los torneos retóricos, los denominados “actos de<br />
conclusiones” -un silogismo siempre finaliza con una conclusión-,<br />
eran llamados en el lenguaje de la época “actos<br />
de ostentación”.<br />
Las ceremonias públicas de ostentación constituían la<br />
verdadera fiesta pública del saber universitario. Con toda<br />
la capacidad retórica en juego, eran actos que convocaban<br />
a los notables de la ciudad: las autoridades, los nobles, los<br />
vecinos. Eran la ocasión del lucimiento de los filósofos, de<br />
los juristas, de los teólogos, del aumento de su prestigio<br />
como “atletas de la palabra”, pues era posible que su actuación<br />
en esta pequeña feria de vanidades, los condujera al<br />
podio como oradores que pronunciarían el panegírico con<br />
ocasión de la muerte de un notable o en el recibimiento de<br />
una cualquiera de las autoridades civiles o eclesiásticas,<br />
evento constante y que otorgaba tantos méritos en la sociedad<br />
colonial. Cuando se leen las informaciones que por<br />
cualquier motivo llenaba un miembro o antiguo miembro<br />
de la universidad, lector o escolar, se observa que nunca<br />
dejaba de anotar entre sus logros el haber pronunciado<br />
una de estas “oraciones”.<br />
Pero las lecciones de ostentación eran también una<br />
oportunidad de emulación entre los dos colegios-universidades<br />
de la ciudad y una ocasión de enfrentamiento entre<br />
las distintas “escuelas de partido” en que se encontraban<br />
agrupados los escolares, sus maestros y las órdenes religiosas,<br />
y no sólo por las sutilezas que separaban a unas escuelas<br />
de otras (la de Suárez, la de Duns Scoto y la de Tomás<br />
de Aquino), sino por la prioridad en el adelanto de las jornadas<br />
públicas de disputa escolar. Así, para citar el ejemplo<br />
más distintivo, el enfrentamiento que sostuvieron bartolinos<br />
y rosaristas durante más de medio siglo por el derecho
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada<br />
'Criado actual me manifiesta la oírn de! LornknJs, Julccui y<br />
Coledo de cySm tro Seráfico Sculre San Oí:añusco de.:<br />
cdjú£U íri<br />
S c d ie jrin u p w a uta o tra c l d in l de dgorto<br />
Plano del convento, iglesia y<br />
colegio de Nuestro Seráfico<br />
padre San Francisco de<br />
Medellin.<br />
1803.<br />
Archivo General de la Nación.<br />
M apoteca 4 N ° 252a.
Título de abogado<br />
otorgado a<br />
Francisco de<br />
A guilar por la<br />
Pontificia y Regia<br />
Universidad de<br />
Santo Tom ás de<br />
Aquino.<br />
I785-<br />
Archivo General<br />
de la Nación.<br />
Sección Colonia.<br />
Fondo M édicos y<br />
abogados. Legajo<br />
N ° 2 fol. 338.<br />
JU R H J l K l<br />
T iv ru ;> /:c<br />
T Z T 1<br />
Jorge Ram ón de Posada<br />
colegial del Colegio Rea]<br />
M ayor y Sem inario de San<br />
Bartolom é de Santa Fe,<br />
17 7 3 -17 8 1.<br />
Concejo M unicipal de<br />
Marinilla,
La vida cotidiana universitaria ai el Nuevo Reino de Granada | 413<br />
a tener el primer lugar dentro del calendario escolar para<br />
celebrar los actos públicos académicos, con los cuales se<br />
presentaban ante la opinión letrada de la ciudad, litigio que<br />
hizo necesaria la propia intervención del Consejo Real<br />
desde Madrid para zanjar una disputa que había dividido a<br />
los propios vecinos, ya que ellos también se colocaban a<br />
uno u otro lado de los contendores.<br />
L a coronación fin a l: las ceremonias de graduación<br />
Quien no valora el papel del ritual, quien no ama el teatro<br />
y el mundo de la representación, podrá juzgar que se trata<br />
aquí de bagatelas. Pero en la sociedad colonial, por lo menos<br />
para los grupos dominantes, nada escapaba al ceremonial.<br />
Lo que ocurre es que hay que colocarlo en su<br />
contexto, separarlo de la anécdota y de lo aparentemente<br />
frívolo si se quiere precisar su significado y entender la diferencia<br />
de ese mundo con el nuestro.<br />
Parte muy importante de este ceremonial estaba constituido<br />
por el juramento. En la sociedad colonial la verdad<br />
tenía un carácter sacro y sobre el discurso pesaban grandes<br />
mecanismos de control. El grado escolar; como visado necesario<br />
para hacer uso en “propiedad” de un saber, suponía<br />
entonces el juramento, dentro de un amplio y fastuoso ceremonial<br />
que se celebraba en la capilla escolar, pero que<br />
tenía su conclusión en la plaza pública de Santafé. Y ese<br />
juramento era triple. Primero, el juramento de “obediencia<br />
y lealtad a nuestros virreyes y audiencias reales en nuestro<br />
nombre”; luego, “...la profesión de nuestra santa fe católica,<br />
que predica y enseña la Santa Madre Iglesia”, y, después,<br />
(en el intermedio se había jurado la aceptación de la doctrina<br />
de Santo Tomás) el juramento final, que da la impresión<br />
de haber sido considerado como el más importante,<br />
en defensa contra la herejía y el inexistente peligro del protestantismo:<br />
“Mandamos que ninguno pueda graduarse en
4 1 4 I RENÁN SILVA<br />
la universidad si no hiciere primero el juramento de que<br />
siempre creerá y enseñará haber sido siempre la Virgen<br />
María concebida sin pecado original...”<br />
La apoteosis de la coronación y lo más pintoresco del<br />
festín, estaba constituido por la parte final de la ceremonia<br />
con música, entrega de guantes que el graduando debía<br />
donar a sus maestros y examinadores, y un paseíllo en<br />
caballo por la ciudad, adelante, las autoridades escolares,<br />
reales y municipales, seguidas de a pie por el cuerpo universitario<br />
de graduados, maestros en propiedad y suplentes,<br />
lectores asistentes, bedeles y porteros, y luego cada<br />
una de las categorías escolares, organizadas por antigüedad<br />
y llevando sus trajes e insignias distintivas y las<br />
banderas y pendones que indicaban las distintas escuelas<br />
filosóficas a que se pertenecía, acompañadas por grupos de<br />
vecinos y de curiosos que se sumaban al festejo y celebraban<br />
al nuevo doctor: “Para el grado de doctor se hará lo<br />
que se dijo, añadiendo en el acompañamiento una persona<br />
de a caballo que cargue un pendón de seda, que por una<br />
parte lleve a Santo Tomás y por la otra las armas del doctorando”.<br />
Se trataba desde luego de una de las grandes fiestas urbanas<br />
de la “república de españoles-americanos”. Costoso<br />
y lujoso episodio de poder en el que un grupo mostraba<br />
ante sí y comparaba frente a los otros, su distinto lugar en<br />
la jerarquía social y realizaba el reconocimiento mundano<br />
de que todo saber encarna un poder, bajo los ojos seguramente<br />
atónitos de las gentes pobres de la ciudad, admiradas<br />
ante los símbolos externos que en esa sociedad<br />
distinguían los papeles y las funciones sociales. Pero también,<br />
episodio integrador de esa misma plebe en un orden<br />
social que hacía de cada una de estas ceremonias un nuevo<br />
refuerzo de su poder, a través de la consagración de los<br />
propios símbolos que la dominación proponía.
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 415<br />
Libros y lectores en el mundo universitario<br />
Habíamos mencionado, sin avanzar más, que el método de<br />
estudios, en tanto lectio y dictatio, había estado determinado,<br />
en parte, por la relativa ausencia de libtvsy la inexistencia<br />
de la imprenta, y debemos profundizar un tanto en este<br />
problema, pues si hay algo distintivo de la vida intelectual,<br />
es su relación con el libro, no sólo a partir del descubrimiento<br />
de la imprenta, sino desde antes, desde la propia<br />
instalación de los talleres de copistas en los conventos medievales.<br />
Tal ausencia local fue un hecho relativo. A pesar de<br />
todas las prohibiciones que pesaron sobre el comercio del<br />
libro -prohibiciones que variaron según los géneros y las<br />
épocas-, éstos estuvieron llegando continuamente en los<br />
equipajes de los frailes y de las autoridades que por nuestro<br />
territorio pasaban, las bibliotecas privadas no fueron de<br />
ninguna manera una rareza, aunque no dispongamos de<br />
estudios cuantitativos que permitan mostrar la magnitud<br />
del fenómeno, ni de estudios cualitativos que nos permitieran<br />
describir las formas más habituales de lectura.<br />
Sin embargo, nada parece negar la ausencia relativa del<br />
libro en los medios escolares y esto tuvo por lo menos una<br />
consecuencia importante. Se trata de la existencia de una<br />
riquísima cultura del manuscrito, pues la auténtica huella del<br />
pensamiento teológico y filosófico colonial y de sus formas<br />
de transmisión y de apropiación, ha quedado consignada<br />
en ese gran número, aún muy fragmentariamente inventariado,<br />
de mamotretos en que día a día, en el transcurso del<br />
proceso escolar, se copiaban los textos leídos y los comentarios<br />
agregados por cada uno de los lectores. Manuscritos<br />
destinados a usos muy diversos: a veces objeto de prestigio<br />
en las bibliotecas coloniales, pero también prueba de realización<br />
de estudios. A veces objetos destinados a permanecer<br />
en la etiseñanza cuando un estudiante se convertía en
4-i6 I rf.n á n silv a<br />
lector. En otras ocasiones forma reiterada de permanencia<br />
d el ejercicio escolástico en lugares alejados, a través del uso<br />
que de ellos hacían clérigos y frailes, hombres de cultura<br />
en aquella época, en desarrollo de su función religiosa en<br />
remotos pueblos. Así se comprobó, por ejemplo, cuando<br />
se hizo, hacia 1664, el inventario de los bienes de un clérigo<br />
notable, quien después de mucho trasegar había llegado<br />
a ser canónigo en la catedral de Santafé, y en donde se<br />
consigna, al mencionar sus “libros de mano” (cuadernos de<br />
apuntes): “Materias que oyó el dicho señor doctor... Desde<br />
gramática hasta teología hay de mano cincuenta y ocho libros”.<br />
Debe anotarse, sin embargo, que desde el inicio de los<br />
estudios en Santafé hubo intentos por superar el dictado y<br />
la escritura, a través del uso, por cada escolar, de un texto.<br />
En el caso del Colegio del Rosario se dispuso, a mediados<br />
del siglo xvii, el gasto de cien pesos para comprar ejemplares<br />
del “curso de artes”, señalándose que los libros que se<br />
trajeran debían permanecer en los aposentos de los escolares,<br />
“de que resultará tener los sucesores libros competentes...<br />
y se podrá excusar el escribir, con que tendrán más<br />
breves y multiplicadas noticias de las materias”.<br />
A pesar de estas disposiciones y recomendaciones, el<br />
dictado y la copia fueron métodos imposibles de abandonar<br />
en el medio escolar universitario. Mientras que en el<br />
universo cultural europeo habían sido desechados como<br />
parte de una tradición que se abandonaba en virtud de la<br />
emergencia del mundo de la certeza y la evidencia y, desde<br />
luego, de la invención de la imprenta, con su renovación<br />
del uso de los sentidos en el aprendizaje y el surgimiento<br />
de nuevos hábitos de lectura, en el Nuevo Reino, y en parte,<br />
en la América colonial, en una especie de juego trágico<br />
de relevo, tales métodos se perpetuaban, teniendo aún hoy<br />
efectos manifiestos en nuestras prácticas de enseñanza. Es
La vida cotidiana universitaria en el Nuevo Reino de Granada | 417<br />
decir, la relativa ausencia de libros, condicionada en altísimo<br />
grado por la introducción tan tardía de la imprenta<br />
(finales del siglo xvm) facilitó, acentuó y perpetuó los criterios<br />
de autoridad en el saber, acercando las prácticas escolares,<br />
a través de la obediencia y la repetición, a una suerte de<br />
círculo cerrado sin posibilidad de salida. Año tras año la<br />
misma lección, el mismo dictado, unas veces a partir de un<br />
texto que el maestro-lector poseía, muchas otras a partir<br />
de un cuaderno manuscrito que un estudiante había copiado<br />
sin mayores variaciones, haciendo a un lado los lapsus<br />
posibles y otras erratas menores. Un poco la historia de<br />
Pierre Menard, en la fábula de Borges, copiando de nuevo<br />
F J Quijote para crearlo otra vez.<br />
Podemos incluir aquí también una observación breve<br />
sobre los géneros a que correspondían los libros leídos y<br />
copiados por los escolares. En cuanto a estos últimos, los<br />
copiados, se trataba básicamente de los cursos de “artes”<br />
(filosofía) de fray Juan de Santo Tomás y de Antonius<br />
Goudin, los dos autores más leídos por los universitarios<br />
durante los siglos xvn y xvm -hasta su último tercio-, a lo<br />
que se agregaba una serie de autores variados que se ocupaban<br />
de la teología y del muy prestigioso campo llamado<br />
“casos de consciencia”. Pero los impresos más numerosos,<br />
desde el punto de vista de su circulación, eran los que correspondían<br />
a las prácticas de devoción y a la cultura literaria.<br />
En esto había una gran correspondencia entre lo que<br />
podemos llamar “La biblioteca del Reino”, retomando la<br />
expresión de Francois Furet, y “la biblioteca universitaria”,<br />
es decir, una gran correspondencia entre lo que leía la sociedad<br />
letrada y lo que leían los universitarios, en parte<br />
porque estos constituían la parte más destacada y reconocida<br />
de tal sociedad.<br />
En primer lugar, todos los libros que alimentaban las<br />
prácticas devotas: libros de rezo diario, libros de piedad, li-
4 1 8 | RENÁN SI I.VA<br />
bros de horas, libros de confesión, novenarios, etc. Estos,<br />
en general se guardaban en los aposentos, pero en muchas<br />
ocasiones se llevaban con uno, o por lo menos se tenían<br />
cerca. Casi siempre “iluminados”, es decir decorados con<br />
imágenes, debieron haber constituido una gran fuente de<br />
educación artística, de formación de arquetipos y modelos<br />
estéticos, sin que nada podamos precisar, por ausencia de<br />
análisis concretos apoyados en corpus seriados, construidos<br />
con rigor, aunque sí sabemos que servían tanto para la<br />
oración individual, muy cerca de la meditación, como para<br />
rezo colectivo, en voz alta, público y cantado.<br />
En cuanto a la cultura literaria, bastante extendida en<br />
la sociedad letrada y en el mundo escolar, predominaron<br />
siempre, aún en el siglo xix, los clásicos griegos, latinos y<br />
españoles, aunque no podamos precisar de manera estricta<br />
las predilecciones, más allá de saber, por ejemplo, que<br />
Cicerón fue un verdadero best-seller durante los siglos xvn y<br />
xvm, y que los libros de aventuras e imaginación fueron un<br />
tanto perseguidos, aunque nunca dejaron de circular.<br />
Los inventarios de biblioteca, aún muy pocos, muestran<br />
desde luego la presencia de muchos más géneros. Por<br />
.ejemplo las “vidas ejemplares”, la Historia Sagrada y los<br />
textos de oratoria eran frecuentes, como lo eran, pero en<br />
grado mucho menor, los textos de medicina y las compilaciones<br />
jurídicas. En general se puede decir que el libro no<br />
era muy abundante y que no parece haber mayores sorpresas<br />
en cuanto a los autores y a los géneros que circulaban,<br />
todo conformando un panorama bastante tradicional,<br />
hasta casi concluido el siglo.<br />
Pero la ausencia de la imprenta y el control sobre el libro<br />
no significa su ausencia completa en una sociedad. La<br />
propia política ilustrada de los Borbón, el aumento innegable<br />
de los intercambios comerciales y del contrabando, y<br />
sobre todo, la puesta en circulación pública de una masa
La vida cotidiana universitaria en el Nuei'o Reino de Granada | 419<br />
importante de libros luego de la expulsión de la Compañía<br />
de Jesús, en 1767, y de ahí la formación de la primera Biblioteca<br />
Pública, significaron una transformación del papel<br />
del libro en la enseñanza y en el sistema general de la cultura<br />
intelectual de Santafé y de las otras ciudades importantes.<br />
1 lasta cierto punto, las modificaciones escolares e<br />
intelectuales de finales del siglo xvni fueron el producto de<br />
una nueva relación con el libro, con la lectura, con la escritura<br />
y, por tanto, con la cultura intelectual. El examen de la<br />
correspondencia de los ilustrados locales de finales del siglo<br />
xvm, esencialmente naturalistas y botánicos en rebelión<br />
contra la escolástica, comprueba la presencia de una<br />
nueva sensibilidad romántica frente al libro: nueva sensibilidad<br />
que se expresa en las lágrimas de nuestros naturalistas<br />
cada vez que reciben del propio Linneo, o del<br />
embajador sueco en Cádiz, un nuevo ejemplar de la obra<br />
que les permitió leer de otra manera el mundo que los rodeaba.<br />
Bibliografía.<br />
El presente ensayo, de carácter descriptivo y escrito para un<br />
público 110 especializado -de ahí que hayamos evitado los nombres<br />
propios, las cronologías eruditas, la mención de fuentes documentales<br />
y los problemas de interpretación general-, se apoya<br />
por completo en algunos de mis trabajos anteriores y en un trabajo<br />
en curso de redacción. Para una caracterización general de<br />
las universidades coloniales como corporaciones del saber durante<br />
los siglos xvii y xvm y para un conocimiento en detalle de<br />
su crecimiento y transformación demográfica, remitimos al lector<br />
a nuestra Universidad v sociedad en el Nuevo Reino de Granada<br />
(Bogotá, 1992). Para un análisis amplio de los métodos de enseñanza<br />
en la universidad colonial y el problema de su modificación.<br />
los remitimos a uno de nuestros primeros trabajos en<br />
este terreno. Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada
420 I RF.NÁN SII.VA<br />
(Bogotá, 1981), de donde hemos extraído todas las descripciones<br />
que aquí consignamos. Los problemas de las transformaciones<br />
sociales, institucionales e intelectuales de la universidad<br />
colonial en la segunda mitad del siglo xviii los he abordado con<br />
detalle en La reforma de estudios en el Nuevo Reino de Granada<br />
(Bogotá, 1983). Los problemas del libro, la lectura y los lectores<br />
en la sociedad colonial no cuentan con ningún trabajo notable.<br />
Lo aquí presentado depende de varios artículos dispersos que<br />
reúno, modifico y amplío en un capítulo de La formación del intelectual<br />
moderno en Colombia, 1770-1830, actualmente en redacción<br />
final, aunque le he ahorrado aquí al lector las ejemplificaciones<br />
cuantitativas, que en principio lo podrían desanimar frente a un<br />
campo de estudio que resulta apasionante, por decir lo menos.<br />
En el mismo trabajo recién mencionado, estudio los procesos de<br />
transformación de los sistemas de representación del mundo intelectual<br />
y el surgimiento de nuevas formas de sensibilidad, lo<br />
que en su conjunto constituye el proceso de formación del intelectual<br />
moderno en Colombia. Pero si el lector se decide a iniciar<br />
sus propias búsquedas, que es a lo que quiere invitarlo este<br />
breve ensayo, la mejor guía documental la encontrará en los siete<br />
tomos de los Documentos para la Historia de la Educación en<br />
Colombia de don Guillermo Hernández de Alba.
L a vida cotidiana en<br />
los conventos de mujeres<br />
IMI.AR<br />
DE ZULETA<br />
Directora del Museo de Santa ( Jara<br />
Cuántos y cuáles<br />
En la Nueva Granada, durante el período colonial, quince<br />
conventos de mujeres se fundaron entre los años de 1574 y<br />
179 1. De estos quince, seis corresponden a la segunda mitad<br />
del siglo xvi, seis al siglo xvn y tres al período final del<br />
virreinato. El cuadro siguiente suministra en orden cronológico<br />
las fechas de fundación de las instituciones con el<br />
objeto de facilitar una mayor comprensión de lo que fue el<br />
fe n ó m e n o g lo b a l d e la el a u su ra fe m e n in a<br />
T IPO DF. C IC D A I) Y FU N D A C IÓ N FUNDA. 1)1.1, PRIMF.R CONVKNTO AÑOS D E SPl’ÉS<br />
1unj;i: Centro Admin. «539 Santa Clara «574 35 años<br />
Pamplona: Centro Admin. 1549 Santa Clara 1584 35 años<br />
Pasto. 1rentera. ■539 La Concepción 1588 49 años<br />
Popayán. Centro Admin. 1 536 La Fncarnación 1591 35 años<br />
Santa Pe. Centro admin. «538 La Concepción 1595 57 años<br />
Tunja La Concepción •599<br />
Cartagena. Puerto 1533 Fl Carmen 1606 73 años<br />
Santa l'e 1,1 Carmen 1606<br />
Cartagena Santa Clara 16 17<br />
Santa Fe Santa Clara 1629<br />
Santa Fe Santa Inés 1645<br />
Villa de Leiva. Agrícola 1572 Ll Carmen lf>45 125 años<br />
Popayán F.l Carmen 1729<br />
Santa Fe La Fnseñan/.a «7S3<br />
Medellin. Minera 1675 F1Carmen 1791 116 años
42 2 | PILAR DE ZULETA<br />
Confrontando los datos anteriores, parece sorprender<br />
el lapso transcurrido entre el inicio de las ciudades y la<br />
fundación de los primeros conventos. A diferencia de los<br />
monasterios masculinos que se habían formado con la<br />
evangelización, los conventos de mujeres aparecen tardíamente.<br />
Para la fundación de los conventos se requería que<br />
las ciudades estuvieran establecidas y pobladas, además de<br />
la recaudación de los fondos, de un permiso de la Audiencia,<br />
de una Cédula Real, y de acuerdo a los cánones tridentinos,<br />
de una Bula Papal, todo lo cual representaba un<br />
largo período de varios años.<br />
En el caso de las Carmelitas Descalzas de la villa de<br />
Medellin, el padre Bernardo Restrepo O.C.D., refiere lo<br />
acontecido con la primera Cédula Real solicitada a España<br />
en 1724 para la fundación del convento:<br />
A pesar de mandato tan perentorio, porque el papel puede<br />
con todo, y de la solemne ceremonia de obedecimiento,<br />
con golillas, escribanos y notarios presentes, se obedece pero no<br />
se cumple. F.sta providencia (La Cédula) conseguida a costa de<br />
tantos esfuerzos y largamente esperada, pudo descansar durante<br />
sesenta y ocho años en los anaqueles gubernamentales<br />
o conventuales, dando tiempo a que se perdiera su vigencia, a<br />
que las espléndidas promesas de bienes se destinaran a otros<br />
fines, o a que los protagonistas pasaran a mejor vida'.<br />
L a función del monasterio femenino<br />
El monasterio femenino cumplió un papel social y económico<br />
de primerísima importancia dentro de la sociedad<br />
colonial. Fundados por una exigencia de esa misma sociedad,<br />
la mayoría de las veces se consideraba el custodio por<br />
1. Restrepo. Bernardo O.C. D., Monasterio de San José de Carmelitas<br />
Descalzas de Medellin ijg i-iy g i. Medellin, 1989, pág. 16.
Lm vida cotidiana en los conventos de mujeres | 423<br />
excelencia de la virtud femenina, y la solución ideal para<br />
remediar determinadas necesidades sociales; su función<br />
rebasó los límites de la vocación religiosa para llegar a<br />
convertirse en hospedaje, centro de instrucción femenina,<br />
y lugar forzado de deposito, como se decía entonces, de todas<br />
aquellas mujeres cuyas circunstancias de alguna manera<br />
contrariaban las leyes por las que se regía la mentalidad<br />
colonial.<br />
Efectivamente, el deposito o confinamiento temporal de<br />
las mujeres en lugares material y moralmente seguros, se<br />
llevaba a cabo, por lo general, ya en casas de matronas de<br />
reconocida virtud y ejemplo, o en los llamados Recogimientos;<br />
hubo uno en Cali, otro en Cartagena, otro en<br />
Santa Fe, y al menos un proyecto para uno en la villa de<br />
Medellin o en los conventos. Los Recogimientos, entre<br />
cuyos objetivos estaba proteger a las mujeres contra la<br />
prostitución y la mendicidad, parecen haber tenido un carácter<br />
más popular, cumpliendo las veces de reformatorio<br />
y acogiendo entre sus pupilas tanto a mujeres divorciadas<br />
o a casadas “mal avenidas”, así como a las “arrepentidas”,<br />
algunas de las cuales habían delinquido, confundiéndose<br />
así, de alguna manera, con la misma cárcel, tal el caso de<br />
Santa Fe. No sorprende, por tanto, que ya en el siglo xix,<br />
Don Rufino Cuervo, en sus Apuntaciones críticas al lenguaje<br />
bogotano, haya ampliado el uso de la palabra divorcio, o cárcel<br />
del divorcio, para secuestro de mujeres en lugar honesto. De<br />
otra parte, el depósito facilitado por los conventos tenía<br />
por objeto colocar en lugar seguro y moral a la muchacha,<br />
con el ánimo de explorar su voluntad, generalmente por<br />
medio de un juez eclesiástico, cuando ésta había dado palabra<br />
de casamiento. Creemos que debió practicarse de<br />
preferencia con mujeres de la elite blanca.
4 2 4 | PIl.AR DE ZIJLETA<br />
El 6 de octubre de 1626, prosiguiendo la visita que había<br />
abierto en su obispado fray Francisco de Sotomayor, obispo<br />
de Quito, se presentó al Convento de la Concepción de la ciudad<br />
de Pasto, y antes de marcharse, dirigió a las monjas una<br />
extensa carta de congratulación por el buen resultado de la<br />
visita y para hacerles una prohibición absoluta tocante a recibir<br />
en el convento personas con el título de religiosas donadas, reclusas o<br />
recogidas, las cuales se introducen en la clausura por corto<br />
tiempo y sin obligación de votos.2<br />
El ideal de la castidad estaba para entonces fuertemente<br />
arraigado, no solamente y como es lógico, entre los religiosos,<br />
cuyo estado lo exigía con carácter de voto solemne<br />
sustentado en los tratados de los Padres de la Iglesia, sino<br />
también entre los laicos y de manera especial en la mujer.<br />
El estado de dependencia respecto de la autoridad masculina<br />
representada en el padre o el esposo, el escaso reconocimiento<br />
legal de su capacidad civil, la desconfianza con la<br />
que se miraba y juzgaba su “debilidad” y su propensión a<br />
“caer”, a través de la óptica del pensamiento religioso que<br />
consideraba la virginidad como afín a la naturaleza de los<br />
ángeles, el rigor de los tratados de moral, y el peso enorme<br />
de la responsabilidad con la que se le endilgaba la salvaguardia<br />
casi exclusiva del honor familiar, hacían que la<br />
custodia de su castidad fuese, para la mujer, asunto de primordial<br />
importancia en todas las decisiones de su vida. El<br />
convento era entonces el espacio perfecto en el que se garantizaban<br />
las condiciones de sujeción requeridas por un<br />
ser tan frágil y considerado para todo efecto, como una<br />
menor de edad.<br />
2. Ortiz, Sergio Elias, E l Monasterio de la Concepción de Pasto, Pasto,<br />
Boletín de Estudios Históricos, vol. 3, Imprenta Departamental, 1930. pág.<br />
403-
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 425<br />
Al repasar las razones aducidas por los promotores de<br />
los monasterios femeninos para justificar su fundación, nos<br />
encontramos con argumentos como el de los vecinos de la<br />
ciudad de Pasto, al solicitar permiso de la Audiencia en<br />
1585 para fundar el monasterio de la Concepción, los cuales<br />
expresaban que: “la necesidad de la obra no da espera<br />
sino antes bien urge darle principio, pues las doncellas<br />
principales por su falta de dote no pueden casarse como su<br />
calidad lo requiere y lo que la prudencia aconseja en tal emergencia<br />
es meterlas a un convento'? O este otro a propósito de<br />
la Concepción de Santa Fe consignado por el cronista<br />
franciscano fray Pedro Simón en sus Noticias historiales'.<br />
“E11 conformidad de una Real Cédula anterior en que el<br />
Rey había mandado se hiciese en ella (Santa Fe) un convento<br />
de monjas para hijas de conquistadores por no haberle<br />
en esta ciudad'.4 Y la Cédula Real fechada en Madrid en<br />
1638, autorizando la fundación del monasterio de Santa<br />
Inés del Monte Policiano de Santa Fe, dejaba claro que:<br />
Por quanto por parte de vos Doña Antonia de Chavez,<br />
por hallaros con cantidad de hazienda que heredaste de Juan<br />
Clemente de Chavez vuestro hermano, y deseáis emplearla en<br />
servicio de Dios Nuestro Señor, y utilidad del dicho reino,<br />
fundando un convento de monjas de la orden de Santo Domingo,<br />
para entraros en él en religión, y que hagan lo mismo algunas<br />
mujeres principales descendientes de conquistadores que por<br />
hallarse con necesidad no tienen que tomar otro estado, para lo qual<br />
teneis dispuesto hasta setenta mil pesos.5<br />
3. Ibid., pág. 63.<br />
4. Simón, Fray Pedro. Citado por Mantilla, Luis Carlos: Las concepcionistas<br />
en Colombia i^HS-iqgo, Lditorial Kelly, Bogotá, 1992. pág. \ j 7.<br />
5. Florez de Ocariz, Juan, /.ibro primero de las genealogías del Nuevo<br />
Reino de Granada, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1990. pág. 177.
4 2 6 | PILAR DE ZUI.ETA<br />
Sorprende, salvo excepciones (el caso de Antioquia<br />
parece ser una de ellas), la poca frecuencia con que se hace<br />
mención al sentido profundo de la vida contemplativa o al<br />
objetivo real de una vocación religiosa cual es el de la entrega<br />
a Dios. Esto no quiere decir que esa intención no<br />
haya estado presente en muchas de las mujeres que habitaron<br />
nuestros conventos, pero no puede negarse que<br />
razones ajenas al verdadero sentido de la vida religiosa primaron,<br />
en la mayoría de los casos, en las fundaciones de<br />
los monasterios femeninos. En el siglo xvi, y sobre todo en<br />
el xvm, la importancia de una ciudad, ya fuese de naturaleza<br />
administrativa, agrícola, minera o de frontera, traía necesariamente<br />
de la mano el establecimiento de un grupo<br />
de pobladores notables, acaudalados e influyentes, urgidos<br />
de dar estado a sus hijas. Es lícito pensar que ellos propiciaran<br />
para sus herederas la fundación de los conventos.<br />
Teniendo esto en cuenta, vale la pena analizar algunas<br />
de las razones que pudieron haber llevado a nuestras mujeres<br />
coloniales a tomar el hábito religioso.<br />
La dote fue sin lugar a dudas uno de los alicientes más<br />
significativos. En Santa Fe, desde la segunda mitad del siglo<br />
xvii hasta finalizado el xvm, se mantuvo por lo general<br />
el monto de 1 000 a 2 000 pesos en todos los conventos<br />
para la dote de religiosas de velo negro, es decir de coro, y<br />
de 400 a 600 para las monjas conversas o de velo blanco,<br />
además de la facilidad de lograr exenciones (generalmente<br />
a la mitad) cuando se trataba de parientas de los patronos<br />
de la institución, o cuando entraban por “nombramiento", es<br />
decir a ocupar el puesto de una religiosa difunta. También<br />
era frecuente que de la dote de una muchacha pobre se<br />
hiciera cargo una Obra Pía, como ocurrió en el caso de Petronila<br />
de Caycedo y Suárez, quien profesó en 8 de septiembre<br />
de 1760 en el convento de Santa Clara de Santa .
La vida cotidiana en ¡os conventos de mujeres | 427<br />
Fe: “con la dote de 600 patacones, los 500 de la Obra Pía<br />
de Doña Rosa La Mora, y los 100 que le dan sus padres”.6<br />
El monto de la dote lo fijaban los conventos asesorados<br />
por los visitadores eclesiásticos y variaba según el estrato<br />
social de la profesa y la categoría en la que era<br />
recibida. Cuando María Arias de Ugarte y su esposo entran<br />
por monjas en Santa Clara de Santa Fe a Thomasa de<br />
San Juan, a Francisca de la Trinidad y a Josepha de Santa<br />
María (esta última niña huérfana) declaran: “Hemos pagado<br />
el dote según su estado de cada una”.7<br />
En cambio, el monto de las dotes matrimoniales excedía<br />
con creces esa cifra, desde dotes excepcionalmente<br />
grandes de 34 000 pesos en el caso de los más poderosos<br />
de la elite (el caso de María Arias de Ugarte, encomendera<br />
de Santa Fé, en 1624, para su primer matrimonio con don<br />
Francisco de Noba Maldonado), hasta otras más modestas,<br />
de 6 000, representadas en estancias de ganado menor,<br />
algunas joyas, muebles y vestuario, como el caso de María<br />
Cabral de Meló, para su desposorio con Bernabé Castañeda<br />
en 1681, o más tarde la aportada por doña Catalina<br />
Alvarez del Casal para su matrimonio con don Vicente<br />
Nariño en septiembre de 1758 y que sumaba, entre joyas,<br />
enseres y dinero, 7 553 pesos 7 reales y medio.8En la villa<br />
de Medellin, estudios actuales han revelado que entre 1675<br />
y 1780, las dotes matrimoniales oscilaron en algo menos<br />
de 3 000 pesos, mientras que el ingreso al monasterio de<br />
las Carmelitas, único de la ciudad, requería de una dote de<br />
1 000 pesos.<br />
La viudez o la soledad empujaban también a las mujeres<br />
a tomar el hábito religioso. Es el caso de doña María de<br />
(1. Libro de Profesiones, Monasterio de Santa Clara de Santafé de<br />
Bogotá.<br />
7. a .cí.n .. Notaría rA. Protocolo 1664. tomo C>5, fol. 386 v.<br />
8.A .G .N . Notaría 3A. Protocolo 1742-1758. fol. 14 8 -151.
4 2 8 | PILAR DE ZULETA<br />
Noba en la ciudad de Tunja, viuda de don Pedro Jove,<br />
quien tenía una hija, Juana de San Joseph, profesa en el<br />
monasterio de la Concepción y que “a causa de que otros<br />
hijos varones que tiene son frailes en el Convento de la<br />
Candelaria, y de estar como está desocupada de hijos en el siglo,<br />
ha muchos días que desea entrar por monja en ese convento,<br />
así por acompañar a su hija como por v ivir y acabar en este<br />
hábito, empleándose en servicio de Dios”.9 La madre, viuda<br />
y enferma, y la hermana de la monja tunjana Francisca Jo <br />
sefa del Castillo, habían llegado en parecidas circunstancias<br />
al convento de Santa Clara; la fundadora del Carmelo<br />
de Medellin, doña Ana María Álvarez del Pino, “vivió en el<br />
convento con hospedaje voluntario y guardando clausura,<br />
por espacio de diez años, según licencia que le concedió el<br />
Obispo, para morir luego allí mismo como monja profesa”.10<br />
Y Francisca Margarita de Másmela, natural de Santa<br />
Fe y viuda del capitán Juan de Poveda, decidió profesar en<br />
el convento de la Concepción en 1660, para acompañar a<br />
Juana Margarita, su última hija.11.<br />
Además, para las mujeres viudas con medios de fortuna,<br />
la fundación de un convento parece haber sido atractiva<br />
empresa. La reflexión actual hace pensar que, en esa<br />
forma, daban a su vida una orientación noble, comprometiéndose<br />
en proyectos vitales que las mantenían activas y<br />
ocupadas, no perdían el control y manejo de sus bienes, y<br />
terminaban sus días acompañadas. Sorprende el elevado<br />
número de viudas que iniciaron conventos en el país, ofreciendo<br />
para las fundaciones “las casas de su morada”. Para<br />
citar sólo algunas: doña Elvira de Padilla en el Carmelo de<br />
9. Mantilla, Luis Curios, op. at., pág. 98.<br />
10. Benítez, José Antonio (El Cojo), Carmelo y miscelanfa de varías<br />
noticias antiguas y modernas de esta villa de Medellin, Jaram illo Roberto,<br />
Luis, pág. 183<br />
11. Flórez de Ocariz, Juan, op. at., pág. 228
La vida cotidiana en ¡os conventos de mujeres | 429<br />
Santa Fe, 1606; doña Leonor de Orense en la Concepción<br />
de Pasto, 1585; doña Catalina de Cabrera en Santa Clara<br />
de Cartagena, 1607; doña María de Barros y Montalvo en<br />
Santa Teresa de Cartagena, 1609; doña Antonia de Chávez<br />
en Santa Inés de Santa Fe, 1645; doña Clemencia de<br />
Caicedo en la Enseñanza de Santa Fe, 1783; y doña Ana<br />
María Alvarez del Pino en el Carmelo de Medellin, 1791.<br />
De los quince conventos femeninos que funcionaron<br />
en la Colonia, en todo el país, cerca de la mitad fueron fundados<br />
por mujeres viudas.<br />
La orfandad era con muchísima frecuencia otro factor<br />
determinante;<br />
tengo dados a este convento de Nuestra Madre Santa Clara<br />
(decía doña María Arias de Ugarte en 1663) por scriptura<br />
para la dote de Josepha de Santa María niña huérfana que críe<br />
en mi casa y está aseptada por el dicho convento y mayordomo<br />
y estas tiendas di de muy buena gana porque la propiedad<br />
sea del dicho convento aunque a la dicha niña no le tengo obligación<br />
ninguna de sangre que me toque sino solamente por<br />
haberla puesto a mis puertas como huérfana sin padre ni madre<br />
y haverla recevido por el amor de Dios... Por lo cual se le<br />
de un hávito...'2.<br />
Las palabras de la rica encomendera en su testamento<br />
no dejan duda sobre la suerte que parecía corresponder a<br />
las muchachas huérfanas.<br />
Fuertemente arraigada en la mentalidad de la época<br />
estaba la idea de la protección y ayuda a las huérfanas, la<br />
cual se cristalizaba a través de organizaciones denominadas<br />
obras pías, encargadas de dotar a las mujeres pobres<br />
12. A.r;.N. Notaría i A de Bogotá. Protocolo de 1664, fol. 386V.
430 | PILAR DE Zl'I.ETA<br />
para “tomar estado”. Carentes de dote, el convento era<br />
para estas mujeres el destino ideal.<br />
No deja de ser necesario recalcar el hecho incontrovertible<br />
de la sólida formación cristiana que recibían en sus<br />
hogares estas muchachas, formación que de alguna manera<br />
fomentaba la vocación religiosa. Era frecuentísimo que<br />
en una misma familia hubiese clérigos y monjas entre tíos,<br />
hermanos o demás parientes; inducían y aconsejaban a las<br />
jóvenes la idea de que el estado religioso, era el más perfecto.<br />
Muchas de estas niñas habían recibido su educación en<br />
los conventos al lado de sus familiares. Estas y no otras<br />
parecen ser las razones que explican la frecuencia con que<br />
en un mismo monasterio profesaban a la vez varias hermanas,<br />
o madre e hija o tía y sobrinas, hasta el punto de haberse<br />
visto los conventos en la necesidad de reglamentar<br />
este fenómeno que debía tener “para la quietud de la vida<br />
religiosa” algunos inconvenientes. “Ordeno (decían las<br />
constituciones de la Concepción de Santa Fe), que para<br />
quietud de esta comunidad, no puedan entrar, ni profesar,<br />
ni recibir velo de monjas más que hasta tres hermanas, por<br />
ninguna vía que sea”.1-1<br />
Tampoco puede descartarse la posibilidad de que, a<br />
semejanza de lo que sucedió en Europa, y dadas las muy<br />
peculiares circunstancias en que profesaban nuestras mujeres,<br />
diera el caso de muchachas que, carentes de vocación<br />
religiosa, hubieran escogido voluntariamente el refugio del<br />
claustro con el ánimo de escapar al tedio de la vida doméstica,<br />
o a un matrimonio impuesto por su familia, o buscando<br />
en el silencio y recogimiento de la vida conventual un<br />
espacio para desarrollar sus aptitudes intelectuales, ya fuese<br />
en la lectura, en el aprendizaje del latín, en la composición<br />
de poemas y pequeñas obras teatrales para<br />
13. Mantilla, Luis Carlos, np. a i., pág. 43.
esparcimiento de las religiosas, así como en el cultivo de la<br />
música.<br />
Fuesen cuales Riesen las razones para profesar, una vez<br />
en el monasterio, colocadas en una situación de alguna<br />
manera elegida por ellas, el ideal de perfección*religiosa se<br />
instalaba en la mayoría de estas mujeres (no abundan los<br />
casos de rebeldía) y venían a morir allí en olor de santidad<br />
veneradas por la comunidad y tenidas como santas por la<br />
sociedad civil.<br />
Los habitantes del convento<br />
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 431<br />
En los conventos vivía una población abundante y heterogénea<br />
compuesta por las religiosas, las huéspedes, las educandas<br />
y las criadas. A las huéspedes que voluntariamente<br />
vivían en los conventos, se las llamaba en España Señoras<br />
de piso y aunque por lo general no vestían hábito religioso,<br />
eran tenidas en toda consideración por parte de la comunidad,<br />
viviendo en piezas “con suficiente capacidad para su<br />
decencia" y asistidas con frecuencia de criadas. En cuanto<br />
a las educandas, eran ellas la alegría del convento.<br />
Con anterioridad a la Ilustración no se consideró necesaria<br />
la educación para la mujer. Recogida en el hogar o en<br />
el claustro, una instrucción básica en la doctriana Cristina y<br />
algunos rudimentos de las “labores propias de su sexo”,<br />
vale decir los oficios domésticos, y algo de lectura, eran tenidos<br />
como equipaje suficiente en la formación femenina.<br />
Estos principios los suministraba de preferencia la madre,<br />
entre cuyas obligaciones figuraba la guarda y protección<br />
de las hijas, deber inherente a su naturaleza y reforzado<br />
con insistencia en los tratados de los moralistas y en los<br />
manuales de confesores. Uno de estos tratados: L a Familia<br />
Regulada cotí Doctrina de la Sagrada Escritura y Santos Padres<br />
de la Iglesia, del franciscano fray Antonio Arbiol (Madrid<br />
1796) así lo especificaba.
432 | PILAR DE ZULF.TA<br />
La otra opción la proporcionaba el espacio conventual,<br />
en el cual era fenómeno corriente que las niñas, aun<br />
desde muy pequeñas, se “criaran” con las religiosas, sus parientas,<br />
las cuales garantizaban la custodia de su virtud, les<br />
enseñaban los oficios propios del hogar, la doctrina cristiana,<br />
y si mostraban algún talento especial, el bordado, la<br />
poesía, la música, y aun algo de latín. De infantes al cuidado<br />
de las monjas, pasaban, con el tiempo, a la categoría de<br />
educandas pagando una pequeña pensión y engrosando la<br />
población seglar que vivía en los conventos. Muchas de<br />
estas niñas profesaban, al cumplir la edad reglamentada<br />
por el Concilio de Trento, para tomar el hábito... Cuando<br />
se establece el primer colegio de mujeres del país en el año<br />
de 1783, para cuyo propósito se funda la Compañía de<br />
María de La Enseñanza, de Santa Fe, las educandas tienen<br />
por primera vez una organización, lo que podríamos llamar<br />
un penstim y un horario y distribución específicos, además<br />
de un traje especial que las distingue y unas reglas<br />
claras de conducta. Antes de La Enseñanza, su formación<br />
no estaba reglamentada y dependía casi exclusivamente<br />
del cariño y el empeño particulares de la religiosa a cuyo<br />
cuidado se habían encomendado.<br />
A modo de ejemplo de lo que podía llegar a ser la relación<br />
de algunas monjas con las niñas, podemos traer a<br />
cuento el caso de la madre Porras en el convento de Santa<br />
Inés del Monte Policiano, de la ciudad de Santa Fe. Esta<br />
mujer, cuyo nombre religioso fue Josepha del Espíritu Santo,<br />
estuvo dotada de particular talento y habilidades para<br />
la música, dueña de una finísima voz, según reza la inscripción<br />
al pie de su retrato conservado en el monasterio.<br />
Dada a “criar” niñas en el convento, se destacó por una<br />
personalidad independiente, ambiciosa y poco sufrida,<br />
condiciones éstas, que le valieron no pocos problemas y<br />
acusaciones por parte de las directivas del convento así
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 433<br />
como de la gente del siglo. Unos y otros se refieren a ella<br />
como “la Porras” en las relaciones de cargos en su contra.<br />
Bastaría para retratarla, el tan conocido caso de la novicia<br />
Francisca Camero, en el año de 1806, en el que se acusa<br />
píiblicamente a la madre Josepha de violentar a la muchacha<br />
(a la que había criado) para hacerla tomar el hábito.<br />
La profusión de niñas que habitaba en los conventos<br />
fue asunto que trataron de controlar en múltiples oportunidades<br />
los visitadores eclesiásticos, según las disposiciones<br />
que figuran consignadas en los archivos que reproducen<br />
las Actas Canónicas, pero, a semejanza del fenómeno de<br />
las criadas, el problema se mantuvo al parecer durante<br />
todo el período colonial.<br />
Dentro de un contexto semejante, es difícil evaluar qué<br />
tan letradas o ignorantes fueron nuestras mujeres coloniales,<br />
ya que hasta el momento no disponemos de correspondencia<br />
ni de diarios de mujeres, preciosa costumbre<br />
que fue tan común a la mujer norteamericana. Las firmas<br />
de las monjas en los documentos notariales aparecen con<br />
frecuencia indecisas y torpes, indicio sospechoso de una<br />
cultura deficiente y sabemos, por ejemplo, que las fundadoras<br />
de la Concepción de Pasto no sabían leer, lo cual<br />
dificultaba además su aprendizaje del latín, obligatorio<br />
para todos los oficios del coro; pero, por otra parte, la<br />
figura excepcional de la escritora mística Josefa del Castillo,<br />
levantada entre los libros de su padre, y quien desde<br />
muy joven leía “libros de comedias”, nos da la pauta para<br />
creer que hubo un nivel aceptable de instrucción, al menos<br />
en el grupo social más favorecido. Lo que sí parece seguro,<br />
es que el convento proporcionó 1111 espacio de esparcimiento<br />
intelectual femenino, ya que casi todas las creaciones<br />
místicas, literarias, artísticas, de crónica histórica y aun<br />
musicales, salieron del ámbito religioso.
434 I pilar df. zulf.ta<br />
Las criadas<br />
La existencia de criadas particulares para el servicio de las<br />
religiosas fue fenómeno común a la vida de los monasterios<br />
coloniales. Dentro de una sociedad fuertemente estratificada,<br />
las muchachas nobles que profesaban, así como<br />
las que optaban por el matrimonio, llevaban a su nuevo<br />
estado a su propia servidumbre, compuesta generalmente<br />
por muchachas pobres de “color quebrado”, en calidad de<br />
criadas o de esclavas. Los documentos que registran el ingreso<br />
de las fundadoras del monasterio femenino del<br />
Carmelo de la Villa de Leiva, dan cuenta de las criadas que<br />
desde un comienzo llegaron en compañía de las religiosas.<br />
La abundancia de criadas en los monasterios fue también<br />
motivo de queja permanente en las visitas practicadas<br />
cada cierto tiempo por los visitadores eclesiástico, pero no<br />
parece haber variado la situación, pues a juzgar por las pocas<br />
estadísticas de que se dispone, el número de criadas<br />
siempre sobrepasó con creces el de religiosas profesas. La<br />
visita practicada al monasterio de la Concepción de Santa<br />
Fe en el año de 1683, por el arzobispo don Antonio Sanz<br />
Lozano, ordenaba, entre otras cosas, que: “Las criadas y<br />
demás sirvientes tengan a las dichas religiosas mucha atención<br />
y respeto y las miren con la reverencia que se debe a<br />
las tales religiosas”. Y así mismo: “que todas las religiosas<br />
de dicho convento, declaren debajo de obediencia que se<br />
les impone, qué número de criadas seculares tienen”.'4<br />
Era pues costumbre arraigada e impuesta por las exigencias<br />
mismas de una sociedad estamental. Contra esto<br />
se reveló la voz dolida de la mística tunjana Josefa del Castillo<br />
en unas palabras que reflejan su hondo sentimiento<br />
cristiano: “He padecido desde que entré monja un trabajo<br />
penoso, por parecerme grande estorbo y tropiezo para la<br />
14. Mantilla, Luis Carlos, op. c. , pág. 79.
I M vida cotidiana en los conventos de mujeres | 43 5<br />
quietud: Este es el necesitar de criada, por no poderse otra<br />
cosa en el convento donde estoy. Dichosos los conventos y dichosos<br />
los religiosos que sirviéndose unos a otros, ejercitan<br />
la humildad, la paciencia y caridad”.’5<br />
Las criadas y esclavas asistían a sus señoras en sus celdas<br />
y habitaciones, hacían mandados y desempeñaban<br />
además con no poca frecuencia el curioso oficio de servir<br />
de verdugos en las crueles penitencias con las que muchas<br />
de estas mujeres, hijas dilectas de un espíritu barroco, castigaban<br />
sus débiles carnes. “Despedazaba mi carne con cadenas<br />
de hierro (decía la Madre Josefa) Hacíame azotar por.<br />
manos de una criada, tenía por alivio las ortigas y cilicios,<br />
hería mi rostro con bofetadas”.'6<br />
En cuanto a las esclavas la costumbre imponía que pasaran<br />
al convento “después de sus días”, como rezaban las<br />
disposiciones de las monjas, es decir, a la muerte de la religiosa.<br />
Las criadas podían entrar y salir del monasterio aparentemente<br />
sin restricción alguna, lo que facilitaba un eterno<br />
correo de chismes, dimes y diretes entre el claustro y<br />
las gentes del siglo. La misma visita practicada por el arzobispo<br />
Sanz Lozano pretendía corregir: “Que las criadas<br />
que asisten a las religiosas no salgan continuamente de la<br />
clausura, y nunca a pernoctar fuera de ella”.'7 Para la sensibilidad<br />
quebradiza y anhelante de paz interior de la tunjana<br />
Josefa del Castillo, las criadas, con sus chismes, su<br />
barullo y maledicencia, constituyeron un verdadero suplicio;<br />
una y otra vez a lo largo de su atormentada existencia,<br />
hace referencia en sus escritos a este desorden. Dos siglos<br />
y medio después, no puede menos que inspirar honda piedad<br />
la queja de esta alma contemplativa.<br />
15. Del Castillo. Josefa. Vida. Biblioteca Popular, pág. 150.<br />
16. Ibid., p:íg. 62.<br />
17. Mantilla, I a i í s Carlos, (tp. at., pág. 79.
4 3 ^ > I P II.A R D E Z l/L E T A<br />
L a economía de los conventos<br />
Los conventos manejaban una economía importante y<br />
compleja. A falta de bancos, fueron ellos, a semejanza de<br />
los monasterios medievales, los grandes proveedores de<br />
préstamos a interés. Son innumerables los datos de operaciones<br />
crediticias celebradas entre los monasterios y la ciudadanía.<br />
Los solicitantes, en algunas ocasiones, alegaban<br />
en el registro notarial de las operaciones “haber tenido noticia"<br />
de que el convento tal o cual tenía dinero para “imponer<br />
a censo”, razón por la cual solicitaba en préstamo<br />
determinada cantidad. Las abadesas, asesoradas por sus<br />
síndicos y mayordomos, facilitaban el dinero y pedían la<br />
ejecución de los bienes del prestatario en caso de incumplimiento.<br />
En la segunda mitad del siglo xvm y de acuerdo<br />
con la última pragmática de su majestad, el rédito anual<br />
corriente era del 5% sobre el principal, pagadero generalmente<br />
en dos contados, uno cada seis meses. Con igual<br />
facilidad se vendían o alquilaban propiedades del monasterio,<br />
casas, tiendas o solares, o se hacían transacciones ya<br />
no a nombre de la institución sino a título personal de las<br />
religiosas. El voto de pobreza no impidió que ellas manejaran<br />
sus bienes y algunas veces aun los de sus familiares,<br />
como el caso de María Josepha de la Concepción, religiosa<br />
en el convento del mismo nombre en Santa Fe y quien en<br />
1797, impuso a censo en don José Thomás Muelle, la suma<br />
de mil ochocientos pesos. Dicha suma se impuso “en coti-<br />
Jiafiza , por ser el dinero perteneciente a un menor”.'8<br />
En ocasiones el erario público se beneficiaba también<br />
del capital de los conventos. En julio 7 de 1750, se aprobaba<br />
por cédula real la obra del camellón de Santa Fe, y en<br />
diciembre de 1754, el convento de Santa Clara de la misma<br />
ciudad se obligaba a prestar la suma de dos mil cuatrocien<br />
18. a .g .n . Conventos, tomo 27. fol. 00407.
La vida cotidiana en ¡os conventos de mujeres | 437<br />
tos patacones, para efectos de la misma obra al rédito<br />
anual corriente del 5%. De esos dos mil cuatrocientos patacones,<br />
ochocientos pertenecían a la Madre Josepha de<br />
San Ignacio, quien según reza la obligación, debía recibir<br />
los réditos correspondientes a esta su parte.'9<br />
Así mismo Dorotea del Sacramento, monja profesa de<br />
velo negro en el convento del Carmen de Santa Fe, declaró<br />
ante escribano público en el momento de testar, y en su<br />
propia celda del monasterio, “aver enajenado muchas<br />
porziones de los vienes de dichos sus padres, assi por<br />
scriptura y donaziones que tiene fechas a favor de Frai José<br />
Palomeque su sobrino, religioso del convento de Señor<br />
San Agustín, como una fundazion de una capellanía de<br />
cantidad de mil patacones que paran en la Real Caja de<br />
esta corthe, lo qual no ha podido n i devtdo hacer por ser en<br />
perjuicio de dicho convento".20 Todo esto lo declaraba la<br />
monja: “para descargo de su conciencia y por halarse<br />
como se halla con escrúpulo”; las donaciones a fray Palomeque<br />
ascendían a la suma de dos mil pesos.<br />
En la concepción de Santa Fe, Isabel de San Francisco,<br />
Ana de los Angeles, Lucía del Espíritu Santo, Gertrudis de<br />
San José y Bernarda de Jesús, todas cinco monjas profesas<br />
de velo negro y además hermanas, ceden ante notario público<br />
el derecho sobre una esclava de nombre María, la<br />
cual junto con otra llamada Pascuala, habían recibido de su<br />
madre doña Beatriz de Cartagena, difunta. El derecho:<br />
“para que como suia la pueda vender” recae sobre el presbítero<br />
José Ortíz su hermano, el cual se hallaba: “con alguna<br />
necesidad”.21<br />
| Los conventos se sostenían con los jugosos aportes de<br />
19. a .g .n . Conventos, tomo 61. fol. 118 4 -118 7 .<br />
20. a .g .n . Notaría Primera, 1663. fol. 184V.<br />
21. a .g .n . Notaría Primera, 1683, fol. 16 iv iÓ2r.
4 3 8 | PILAR DF. ZIU.ETA<br />
los patronos, con las dotes de las muchachas, con las continuas<br />
limosnas de la sociedad que aseguraba con donaciones<br />
la salvación eterna y con las operaciones de crédito<br />
a favor de particulares. En esta forma, iban haciéndose<br />
dueños de tierras, trapiches, esclavos, y propiedades urbanas,<br />
representadas en casas de teja altas y bajas, tiendas,<br />
locales y solares.<br />
Los fundadores y benefactores de los conventos estaba<br />
amparados por el derecho de patronato, arraigado en el derecho<br />
medieval de las Leyes de Partida y considerado por<br />
la Iglesia como una “gracia” que se otorgaba a los laicos.<br />
Mediante este privilegio, y a cambio del cuidado y de<br />
cuantiosos beneficios a la institución, los patronos gozaban<br />
de no pocas bondades, de las que no era la menor el<br />
derecho a ser enterrados en las iglesias de los monasterios,<br />
el de ostentar escudos y blasones en las fachadas de los<br />
mismos o el de reservar para sus familiares y herederos los<br />
lugares de preeminencia dentro de los templos para todas<br />
las ceremonias religiosas, además de asegurarse el rezo de<br />
misas, salmos y oraciones a perpetuidad, para sí mismos y<br />
sus herederos. Así, también, su poder era inmenso y, en algunos<br />
aspectos, como en el nombramiento de capellanes<br />
para sus iglesias, estaban por encima del obispo. El patronato<br />
era hereditario, pasando en línea recta a manos de<br />
hijos y de nietos; esto a la larga venía a convertirse en un<br />
arma de doble filo, pues así como los primeros dedicaban<br />
prácticamente su vida, como el caso de doña María Arias<br />
de Ugarte en Santa Clara de Santa Fe, a la protección y<br />
cuidado de su obra, no así los herederos, cuyas preocupaciones<br />
se centraban con más frecuencia en la percepción y<br />
demanda de los privilegios que en la salvaguardia de los<br />
intereses del convento.<br />
Entre las donaciones de los patronos existen algunas<br />
muy notables por su tamaño y valía, como las consignadas
en el testamento tie doña María Arias de Ugarte en 1663,<br />
para el convento de Santa Clara de Santa Fe. Esta señora<br />
amó realmente su convento; el extenso listado de sus inmensos<br />
bienes, además de la preocupación y esmero que<br />
demostró en los detalles y cuidados para con la institución,<br />
impresionan y conmueven. Dinero, hacienda, joyas, cuadros,<br />
retablos, platería y ornamentos ocupan varios folios<br />
del documento de archivo.<br />
has fábricas<br />
I m vida cotidiana en los conventos de mujeres | 439<br />
La casi totalidad de los conventos se iniciaron en casas<br />
pertenecientes a los fundadores y promotores de las órdenes<br />
o cedidas por ellos. Con el tiempo, se fueron construyendo<br />
las distintas fábricas, las cuales parecen haber sido<br />
bastante sencillas, sin alcanzar jamás la complejidad ni la<br />
monumentalidad de los conjuntos conventuales de Arequipa<br />
o de Antigua Guatemala. Los más pudientes debieron<br />
constar por lo general de dos claustros, el alto y el<br />
bajo, distribuidos alrededor de un patio central.<br />
Lo corriente era que se iniciaran las fundaciones en casas<br />
particulares, en las que como primer requisito se acondicionaba<br />
una iglesia para alojar a “su Divina Magestad”,<br />
acudiendo a los legados y donaciones de la sociedad para<br />
dotarla de vasos sagrados, custodias, imágenes y ornamentos.<br />
No se han encontrado datos de monasterio alguno<br />
cuya fábrica completa se haya terminado antes de la fundación.<br />
Por lo general, estos edificios requerían instalaciones<br />
para celdas de las religiosas, sala de labor, locutorios,<br />
enfermería, refectorio y cocina, huerto y cementerio. A<br />
estas dependencias se daba el nombre de oficinas. En los<br />
monasterios importantes, un ala completa del edificio se<br />
destinaba al noviciado. En los conventos con más de un<br />
claustro, es de presumir que el segundo tuvo ese propósito.<br />
Casi todas nuestras monjas llevaron un tipo de vida
440 | PILAR DE ZULF.TA<br />
conocido como “vida particular”, es decir, que se alojaron<br />
en celdas propias construidas especialmente para ellas y su<br />
servidumbre, y costeadas y decoradas con dinero de sus<br />
padres. Estas habitaciones llegaron a ser notablemente espaciosas,<br />
contando con cocinas individuales, recámaras,<br />
balconcitos, bibliotecas y oratorios, al modo de pequeños<br />
departamentos. Las monjas podían comprar, vender o donar<br />
sus celdas. Parece que esto sucedió en toda Hispanoamérica,<br />
y que la complicada apariencia de algunos<br />
conjuntos conventuales del Perú, que semejan pequeños<br />
barrios, con pasillos, calles, patios, fuentes, jardincillos y<br />
balcones, en los que al decir de fray Antonio Vásquez de<br />
Espinosa: “si una criada se huye de su ama, pasan varios<br />
días sin hallarla”, se debió a este fenómeno.”<br />
Algunos de los conventos del siglo xvn se decoraron<br />
con abundante pintura mural. Tal fue el caso de Santa Clara<br />
de Santa Fe, cuyo templo y arcos del antiguo claustro,<br />
conservan rastros maravillosos de flora, fauna, ángeles,<br />
querubines y santos o el demolido monasterio de Santa<br />
Inés del Monte Policiano, también en la ciudad de Santa<br />
Fe, cuya decoración mural figura detallada en la biografía<br />
de la madre Gertrudis, su abadesa ejemplar. Era usual, además,<br />
que las galerías del monasterio tuviesen en sus muros<br />
pintada la semblanza y vida de sus santos fundadores, colocada<br />
allí con el propósito de servir de meditación a la<br />
comunidad. Investigaciones futuras con mayor acopio de<br />
documentación, llegarán a mostrar en más detalle la apariencia<br />
de estas ciudadelas del espíritu dispuestas para la<br />
contemplación y el crecimiento interior.<br />
22. Vásquez de Espinosa Antonio, Compendio y Description de las<br />
Indias Occidentales, Washington, Smithsonian Institution, 1948.
La vida cotidiana en los conventos<br />
de mujeres<br />
M adre clarisa Francisca<br />
Josefa del Castillo. Tinta.<br />
16 7 1-17 4 2 .<br />
Colección particular de<br />
descendientes de la<br />
religiosa.<br />
L a venerable madre M aría Juana<br />
de Lestorac.<br />
1 5 5 6 - 1 6 4 0<br />
O leo anónimo<br />
E l convento de L a Enseñanza.<br />
Bogotá.
tela.<br />
E l convento de L a<br />
Enseñanza. Bogotá.<br />
L a m rm<br />
M aría de<br />
Santa<br />
Teresa.<br />
1 8 4 3 .<br />
Oleo de José<br />
M iguel<br />
Figueroa.
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 441<br />
L a profesión religiosa<br />
Una vez transcurrido el año de noviciado, la voluntad de la<br />
candidata era consultada ante notario eclesiástico, si ésta<br />
mantenía la decisión de hacerse religiosa. Allí a la novicia<br />
se le preguntaba qué edad tenía, hacía cuánto tiempo estaba<br />
en el monasterio, si había sido forzada a tomar el hábito<br />
y profesar, si era consciente de las cargas y obligaciones<br />
de la vida religiosa, a qué votos se comprometía, etc. Al<br />
interrogatorio seguía el ingreso formal al claustro, el cual<br />
estaba acompañado de una bella ceremonia plena de simbolismo.<br />
Vestida toda de blanco como una desposada, y adornada<br />
de joyas, galones, sedas, lazos y arracadas, la muchacha<br />
recorría entre cánticos y luces el espacio de la nave del<br />
templo para recibir de manos del oficiante el humilde hábito<br />
de estameña que había sido previamente aspergado y<br />
bendecido. Hincada de rodillas, se cortaba su cabellera y<br />
recibía la corona de lirios y el anillo que la convertían en<br />
esposa de Cristo. Luego, revestida con el sayal religioso,<br />
recorría una vez más la nave del templo para ingresar por<br />
la puerta del coro bajo, en donde era recibida por la abadesa<br />
en persona y por el concurso de religiosas portando<br />
cirios encendidos. Los himnos que acompañan la ceremonia,<br />
el Vetii Sponsa C hristiy el Te Deum Laudatnus, resonaban<br />
en la tribuna del templo.<br />
John Potter Hamilton, coronel inglés que visitó el país<br />
en 1824, describe el refresco que enseguida de la profesión<br />
ofrecían las religiosas en el refectorio del convento a las<br />
dignidades, notables, sacerdotes y familiares de la nueva<br />
monja. Chocolate, dulces, amasijos, horchata, limonada,<br />
todo aquello que de más exquisito y cuidado podía brindar<br />
la regocijada comunidad en ocasión tan solemne. Después<br />
de la profesión, sólo la muerte se revestía de tanta pompa y<br />
recogía en el convento tanto concurso de notables. El des-
4 4 2 | PILAR DE ZULETA<br />
posorio místico y el tránsito final; dos momentos claves en<br />
la vida de la monja.<br />
Existe información de que todavía en 1806 se mantenía<br />
viva la costumbre de celebrar los llamados Requerimientos.<br />
El requerimiento consistía de una salida en vísperas de<br />
profesar, con el objeto de que la candidata explorara su<br />
voluntad, que la novicia hacía a casa de su familia. Dicha<br />
salida tenía una duración aproximada de tres días, durante<br />
los cuales y a manera de despedida del siglo, la futura<br />
monja era agasajada por parientes y conocidos con festejos<br />
múltiples. En ese lapso, su decisión se ponía a pmeba por<br />
última vez, ya que los halagos de la vida civil se desplegaban<br />
ante sus ojos en todo su esplendor.<br />
Requisito indispensable para la admisión de la monja,<br />
era la información acerca de su lijnpieza de sangre, casi todos<br />
los conventos lo exigieron. Descendientes de conquistadores,<br />
las muchachas debían probar su ilustre calidad y<br />
notorio nacimiento, con el objeto de impedir que las futuras<br />
profesas tuviesen mancha de “color quebrado”, de<br />
indias o mestizas y no fuesen herederas directas de españoles,<br />
cristianos viejos. En el Nuevo Reino 110 se dio lo que<br />
en la Nueva España: un convento exclusivamente para indias<br />
ilustres descendientes de caciques, como lo fue el convento<br />
franciscano de Corpus Christi, fundado en la ciudad<br />
de México en 1724.<br />
El requisito de la limpieza de sangre formaba parte de<br />
las constituciones de la mayoría de las órdenes y había<br />
sido incluido allí por los mismos fundadores.<br />
Las monjas de la colonia profesaron cuatro votos: los<br />
de pobreza, obediencia, castidad y clausura. Éste último se<br />
impuso con la reglamentación del Concilio Tridentino celebrado<br />
entre 1545 y 1563, en su sesión 25. Aduciendo<br />
control al relajamiento existente en las órdenes religiosas<br />
masculinas y femeninas, la Bula Pericolosi del papa Pío v y
otras disposiciones más, establecieron para las mujeres el<br />
rigor de las rejas, los muros que ocultan, las celosías, los<br />
clavos, tornos y cratículas. Una arquitectura a la que se incorporaron<br />
todos estos elementos, será la que distingue de<br />
allí en adelante el cenobio femenino.<br />
E l trabajo de las religiosas<br />
La vida cotidiana en los conventos de mujeres | 443<br />
El trabajo hace parte medular de la organización de la vida<br />
monástica y conlleva siempre un significado profundo.<br />
Ora et labora rezaban las antiguas reglas de los austeros benedictinos.<br />
La oración y el trabajo conformaron la espina<br />
dorsal de las constituciones de las órdenes, razón por la<br />
cual cualquier obra salida de las manos diligentes de las<br />
monjas requiere de una doble consideración y lectura: por<br />
una parte, la de su posible valor artístico o de oficio, y por<br />
otra, la de respuesta a una exigencia de la vida religiosa.<br />
La monja no estaba nunca ociosa. El ocio, padre de<br />
todos los vicios, propicia la tentación, la dispersión de la<br />
fantasía, la pereza. Desde la hora de maitines, para rezar,<br />
cuando la religiosa abandonaba su lecho al amanecer, hasta<br />
la hora de completas, una cadena de pequeños trabajos<br />
acordes con su jerarquía y alternados con el rezo del<br />
Oficio Divino, ocupaban el tiempo de cada mujer. Es necesario<br />
barrer, cocinar, atender la portería, tañer las campanas<br />
que congregan a la comunidad y anuncian el paso de<br />
las horas, confeccionar los hábitos, ocuparse de la lavandería<br />
y despensa, aliviar a las enfermas, cuidar del huerto, y lo<br />
más importante, vigilar del “aseo y decencia” de la iglesia,<br />
sus manteles y ceras, sus vasos, su incienso, sus flores. A<br />
pesar del elevado número de criadas, a quienes desde luego<br />
se confiaban los oficios menores, de preferencia los que<br />
requerían salir a la calle, mandados y compras, el convento<br />
funcionó como una pequeña colmena en la que las religiosas<br />
atendían juiciosamente a sus obligaciones. Cada cargo
444 I PILAR DE ZUI.ETA<br />
conllevaba las suyas, desde el más importante, el de abadesa,<br />
o el de vicaria de coro, o maestra de novicias, hasta los<br />
más humildes de obrera, refitolera u hortelana.<br />
Al lado de los oficios comunales, existieron otros trabajos<br />
individuales, los que por su excelencia llegaron a distinguir<br />
a algunas comunidades: los bordados, la variada<br />
repostería, las aguas de olor, las ceras artísticas. Aquellas<br />
órdenes que llevaron suspenso al cuello y sobre el hábito<br />
de estameña un escapulario o un medallón, carmelitas y<br />
conceptas, nos hacen presumir que bordaron y pintaron<br />
sus distintivos “en casa”, por manos de las mismas religiosas.<br />
Cabe mencionar, por último, la abundante producción<br />
literaria, la mayoría de la cual permanece inédita. La importante<br />
figura de la madre del Castillo, parece opacar a<br />
sus demás congéneres, pero no debe olvidarse que las visiones<br />
y vivencias de estas religiosas que no escribieron<br />
para publicar sus obras y que actuaban recibiendo órdenes<br />
de sus confesores, son una bella incursión en la sensibilidad<br />
femenina y en la mística barroca característica de la<br />
época.<br />
L a muerte<br />
Después de toda una vida transcurrida en la clausura, 50 o<br />
60 años para algunas, datos que sorprenden tratándose de<br />
una época con expectativas de vida más cortas, llegaba<br />
finalmente el momento de la muerte. El heroísmo acompañaba<br />
la enfermedad y la agonía en casi todos los casos;<br />
padecimientos indecibles soportados en silencio, con la<br />
oración como única protesta. Luego del tránsito supremo,<br />
la religiosa quedaba rígida, pero sonriente, y un sinnúmero<br />
de fenómenos inexpicables tenían lugar para asombro de<br />
las llorosas compañeras. Música como de ángeles, un perfume<br />
misterioso que emanando del cadáver impregnaba la
La vida cotidiana en los conventos de mujeres \ 445<br />
celda, jaculatorias, rezos y el dolido arrepentimiento de todas<br />
aquellas que en vida de una u otra forma la habían<br />
mortificado.<br />
Acto seguido, se la arreglaba para colocarla en el féretro<br />
ciñendo de nuevo sobre sus sienes la hermosa corona<br />
de desposada, verdadera mitra de flores, símbolo de su<br />
triunfo final sobre los rigores y sacrificios de la vida religiosa.<br />
Enseguida, se llamaba al pintor de renombre para que<br />
plasmara en el lienzo la semblanza de la santa. De esta costumbre<br />
surgieron los espléndidos retratos que conservan<br />
los monasterios y que se destinaban a la Sala Capitular<br />
para servir de ejemplo a las demás religiosas, ya que siempre<br />
iban acompañados de una leyenda en la que se destacaban<br />
las virtudes que habían hecho ejemplar a la difunta:<br />
Caritativa, humilde, limosnera, mansa, paciente, estricta en<br />
el cumplimiento del oficio, eran algunas de las virtudes señaladas.<br />
Entre aroma de flores y luces de cirios, el féretro se exponía<br />
luego en el coro bajo de la iglesia del monasterio; allí<br />
se volcaba la ciudadanía , desde los notables, el cabildo, las<br />
dignidades y los religiosos, hasta el pueblo llano, con el fin<br />
de rendir homenaje a la monja difunta.<br />
Del “Libro de profesiones de religiosas y razón de las<br />
difuntas, sus sufragios y exequias" existente en el monasterio<br />
de Santa Clara de Santa Fe, extractamos lo siguiente:<br />
“El dos de marzo de 1778, siendo abadesa la Madre Inés<br />
de la Santísima Trinidad, murió la Hermana Francisca de<br />
los Dolores; sacaron para su entierro y honras, 45 patacones<br />
y se le hicieron sus exequias que se acostumbran y son<br />
de constitución”. Para ese momento, el precio de las honras<br />
corrientes, oscilaba entre los 40 patacones para las<br />
monjas de velo blanco y 150 para las de velo negro.