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Miguel Otero Silva

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68<br />

Agua y cauce<br />

Después hablé del palpitar del río,<br />

del verde hecho ternura en la hondonada<br />

y del verde bravío en la montaña.<br />

Él me dijo que amaba el silbido del viento<br />

y el azul valeroso de los cielos desnudos<br />

y el canto y el plumaje de los pájaros.<br />

(Era un niño pintor,<br />

o músico,<br />

o poeta)<br />

Sirviome agua de la tinaja grande<br />

y cuando me marchaba<br />

me tendió la sonrisa fraterna de los negros.<br />

Y se quedó mirando su paisaje<br />

y aferrado a la choza<br />

como la flor al árbol.<br />

Yo descendí la cuesta<br />

desbandando mi palomar de angustias<br />

por los niños poetas,<br />

por los niños pintores,<br />

por los niños artistas<br />

que nacen en las chozas de mi tierra<br />

y se quedan mirando los barrancos<br />

para toda la vida.<br />

Por la obra que nunca ha de nacer<br />

porque están en el mundo con las manos cortadas<br />

esos niños terrosos de las chozas marchitas.<br />

La infancia<br />

UMBRAL (1966)<br />

Yo tenía siete años y un perro. Entonces<br />

amaba la altanera retórica del mar.<br />

Recuerdo las catorce casas de palma,<br />

la escuela y su coral abecedario,<br />

la capilla con su cruz a cuestas<br />

y el calabozo de bahareque. ¿Por qué<br />

el comisario encerraba entre murciélagos<br />

los sábados<br />

al único borracho, Antonio Sánchez,<br />

o tal vez Antonio Salazar?<br />

Al empañarse la tarde me alejaba del cazerío<br />

guiado por las huellas de las cabras o por la sombra<br />

caminante de los alcatraces hasta los cardones.<br />

El cardonal<br />

manteníase en armas, comandante del viento<br />

y de las mariposas amarillas.<br />

Un domingo de octubre (yo no lo había invitado)<br />

me acompañó una muchacha del vecindario.<br />

Era seiscientas noches mayor que yo<br />

y le maduraban dos gemidos de amor en el pecho.<br />

Cuando llegamos a las dunas donde se pone el sol<br />

se tendió a mi lado, pez náufrago en la arena<br />

comenzó a besarme con una boca<br />

de aguamala herida. Sentí un miedo quemador y dulce:<br />

no sabía si romper a llorar<br />

o si esponja, musgo, raíz, trenzarme a su blancura.<br />

<strong>Miguel</strong> <strong>Otero</strong> <strong>Silva</strong><br />

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