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La calle que cambió mis planes

Marcelo Briem Stamm

Published by Booktime, 2021.


This is a work of fiction. Similarities to real people, places, or events are

entirely coincidental.

LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES

First edition. April 29, 2021.

Copyright © 2021 Marcelo Briem Stamm.

Written by Marcelo Briem Stamm.




LADO A

El viejo desarmadero de autos del pueblo está desolado. Apenas se escuchan

los gemidos de un niño de once años que corre agitado. Está

muerto de miedo. Lo persiguen otros tres chicos de su edad que parecen

más grandes. El niño, de cuerpo menudo y aspecto frágil, se esconde detrás

de un Mustang destartalado. Su cabello rubio, su rostro y su ropa están

llenos de tierra. Sus ojos azules, se han transformado en un celeste

pálido. El niño respira profundo, se tapa la boca con el antebrazo raspado

y se concentra en no hacer ningún ruido que lo pueda delatar.

El silbido del viento se funde con las crueles sonrisas infantiles.

—Elton,¿dónde estás? Sabés que siempre te vamos a encontrar.

Desde su escondite, Elton resiste en cuclillas. Sus manos sudorosas

capturan cualquier gemido que se le pueda escapar. Su mirada pálida busca

desesperada, una vía de escape al laberinto donde se encuentra atrapado.

El viento se hace cómplice de Elton y se lleva las sonrisitas que lo

amenazan. En ese instante de alivio, encuentra cierta calma que lo reconforta

y visualiza una salida, justo detrás de un Ford sin puertas que yace a

pocos metros frente a su guarida. Sus brazos buscan apoyo en la chatarra

herrumbrada y sus pies inician un camino mudo que ya está trazado por

su mirada. La tierra impregnada en su nuca esconde otro raspón que el

sol quema por un instante, hasta que una sombra irrumpe desde el cielo.

—¡Acá está, lo encontré!

Uno de los chicos, aterriza con violencia en su espalda. La tierra seca

raspa las manos de Elton cuando cae y su instinto de supervivencia anula

cualquier dolor, se levanta y corre. La salida que aún tiene en la mira

queda clausurada por el segundo atacante, que aparece entre el polvillo

amarillento, corriendo con furia hacia él y lo atropella. Ahora Elton

cae de espaldas. Esta vez, el instinto de supervivencia cede ante la resignación,

cuando el tercer chico llega hundiendo su tenebrosa pisada en

el árido suelo, hasta que Elton queda preso entre las seis rodillas de sus

acosadores. Los golpes secos de los puños sobre las palmas, dictan una

1


2 MARCELO BRIEM STAMM

sentencia, que Elton intenta apelar con una mirada piadosa que nada

puede hacer cuando se encuentra con las de sus atacantes, que están

inyectadas de odio. A Elton no le queda otra opción que rendirse, se

prepara para la golpiza cerrando sus ojos tan fuerte que quedan sellados,

y aprieta sus puños con todo su ser, deseando que los golpes que está por

recibir no lo dañen para siempre.

—Muchacho, ¿estás bien?

El bus de larga distancia está lleno de pasajeros. Elton se acaba de despertar

emitiendo un gemido mudo que alertó a la señora de unos cincuenta

años sentada a su lado, que deja su revista y se preocupa por su

compañero de asiento, que aún respira agitado.

—Muchacho, ¿te sentís bien?

—Sí, claro...pensé que me había pasado de estación.

—¿Adónde vas?

—Me bajo en la estación Washington y después tengo que tomar el

metro hasta Bowery.

—Entiendo tu ansiedad.¿Podés sentir la energía? Estamos llegando a

Nueva York. La ciudad de los sueños.

El muchacho que aún conserva muchos rasgos del niño, observa por

la ventanilla. Su mirada vuelve a ser azul y se pierde en el paisaje. Un auto

pasa al lado del bus con la música muy fuerte, está sonando New York

City Boy, de Pet Shop Boys. El auto deja una ráfaga pop que se expande

por la calle y llega hasta la ventanilla, que Elton acaricia mientras sonríe

ilusionado.

La calle Bowery está llena de gente que no concuerda entre sí. Un

señor de mediana edad pasea con su perro y retira su diario dominical,

detrás de él hay unos jóvenes punks con sus remeras blancas y chaquetas

de cuero negras, que toman cerveza y ríen junto a la estación del metro,

que está llena de afiches de bandas de todos los estilos musicales. A pocos

metros, una pareja desayuna en un coqueto bar. Elton emerge del interior

del metro, llevando una valija mediana y una mochila. Se detiene a observar

el ecléctico paisaje del barrio y sigue su camino, hasta que la valija


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 3

le pesa y se detiene frente a un videoclub que está cerrado, saca de su billetera

un papel con las indicaciones y descubre el rumbo que debe tomar.

Cuando llega a la próxima esquina recuerda el barrio y se dirige directo

hacia el edificio de ladrillos púrpura con grandes ventanales a la calle,

sube los tres escalones y toca el timbre. Una chica pasea en rollers por la

calle y se distrae un momento, vuelve a tocar el timbre y una anciana de

cuerpo pequeño, ojos grises y carácter fuerte abre la ventana y lo reta.

—Es de mala educación tocar tantas veces.

—Hola abuela. Perdón, pensé que no funcionaba el timbre.

—Hola Elton, te esperaba más tarde. Ya te abro.

Ella lo observa de mala gana, y cierra la ventana. Mientras espera a

que ella le abra, Elton se distrae observando las otras casas de la cuadra y

los negocios que hay enfrente, hasta que su abuela le abra.

—No me digas abuela en público. Prefiero que me digas Esther.

—Bueno, como digas.

—Pasá, te voy a mostrar tu habitación. Tenés que comer algo. Estás

muy flaco.

—Está bien, mamá me dio una vianda para el viaje.

—Te voy a hacer un sándwich de queso y un vaso de leche. A nuestra

edad necesitamos calcio.

El departamento tiene una pequeña sala en la entrada donde hay unos

sillones, una mesita con un televisor y un teléfono. Luego de la sala hay

un largo pasillo que termina en un cuarto.

—Yo uso esta sala sólo para hablar por teléfono. Si querés podés llevarte

el televisor a tu cuarto, que es el que tenían las chicas. Vení que te

muestro.

Elton y Esther ingresan al amplio cuarto, que está al lado de la sala

principal y la entrada al departamento. El ventanal ilumina la cama, la

mesa con dos sillas y la cómoda, donde están un viejo equipo de música,

una videocasetera y varios retratos familiares.

—¿Este no era el consultorio del abuelo?


4 MARCELO BRIEM STAMM

—Primero fue el cuarto de las chicas, después tu abuelo lo convirtió

en consultorio y cuando se retiró fue la sala de juegos tuya y de tus primos.

—Sí, me acuerdo que jugábamos acá de chicos.

Elton reposa su mirada en un rincón vacío entre la cama y la cómoda,

y revive un momento feliz.

—Gracias abuela...Esther. Por dejarme quedar acá. Te prometo que

no te voy a molestar.

—Siempre y cuando no traigas chicas ni pongas la música fuerte, nos

vamos a llevar bien.

—Te prometo que eso no va a pasar.

—Entre nosotros me podés llamar abuela. Y dame un abrazo, que

tampoco soy Alexis Carrington.

El cálido abrazo se torna afectuoso cuando ella le da un beso en la

frente y se confiesa con su nieto.

—Las diferencias que yo tenga con tu padre no tiene nada que ver

con vos, ¿entendés?

—Sí.

—Acá tenés tu llave. El baño anda perfecto, la heladerita también, es

un pequeño departamento todo para vos.

—Muchas gracias.

—Bueno, te dejo para que te organices, llamá a tu mamá para avisarles

que llegaste bien.

—Sí, ahora la llamo. Ah, me olvidé. Mamá me mandó una carta para

vos.

Entre medio de la ropa bien doblada Elton encuentra un sobre, y se

la da a su abuela. Ella ignora unos dólares que hay adentro y se queda observando

con nostalgia una antigua foto de sus dos hijas.

—Mirá a esas jovencitas. Esta es tu mamá, y esta es tu tía Kristina.¿De

cuándo será esta foto?

—Creo que la fecha debe estar en el dorso. Sí, acá está. Enero de

1971.


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—Veinte años ya. Miralas, tan jóvenes y llenas de vida. Seguro que tu

abuelo fue el que sacó la foto porque yo nunca me llevé bien con la tecnología.

Esta foto tiene que ser de cuando todavía estaban en la secundaria.

—¿Cuántos años tenés, Elton?

—Diecisiete.

—Tu mamá habrá tenido tu edad. Claro, ese semestre Rose conoció a

Andrew. Y después de la graduación se mudaron a ese lugar. Me acuerdo

como si fuera hoy. Kristina lloró una semana entera cuando se fue Rose.

—¿Cómo está la tía Kristina?

—Bien, siguen en Filadelfia. Los chicos grandes, a ellos sí los veo

seguido.

Elton entiende el reclamo de su abuela y no agrega nada. Esther se

siente cómoda diciendo lo que piensa, y sabiendo que el mensaje le llegó,

cambia de tema. Tampoco es necesaria tanta maldad.

—Bueno, vamos a desayunar que en un rato tengo que salir. Los

domingos almuerzo con mis amigas.

—Bueno, voy a llamar a casa.

—Sí, claro. El teléfono está en la sala.

Esther sigue conectada con la foto de sus hijas, antes de dejar el cuarto,

vuelve a dejar en claro lo que ella piensa de todo esto.

—Elton, tu mamá me explicó las razones por las que decidiste cambiarte

de escuela el último semestre. Pero no le creí.

—Quiero hacer la universidad acá y pensamos que lo mejor es que

me mude antes. Así me voy acostumbrando al ritmo de vida.

Es un duelo de miradas y quien la sostenga, será quien esté más cerca

de la verdad. Elton pestañeó, y encontró un salvavidas mirando la hora en

su reloj. Esther eligió ser complaciente con Elton y lo animó a que cambie

ese gesto inerte en el que su nieto se está sumergiendo.

—No importan las razones, lo que importa es que te va a ir bien.

—Gracias, eso espero.


6 MARCELO BRIEM STAMM

Un haz de luz traspasa la ventana del cuarto y se posa sobre la valija,

que se vacía lentamente. Entre la ropa, Elton encuentra otro sobre, tiene

dinero y otra foto. También es una foto antigua y también genera nostalgia.

Su mirada se pierde en el recuerdo intacto de aquel día en que fue a

la feria del pueblo con sus padres. El dorso de la foto tiene la fecha y también

una nota escrita a mano. El recuerdo lo motiva a llamar a casa.

—Hola.

—Hola, pa, soy yo.

—¡Es Elton, hola campeón!

—Ya estoy en Nueva York.

—¿Cómo llegaste?

—Bien, muy largo el viaje pero algo pude dormir. Seguí las indicaciones

que me dieron y pude llegar bien hasta la casa de la abuela. Ni bien

llegué a la cuadra me acordé. Ya estoy en mi cuarto.

—¿Te gusta el cuarto, y el barrio está cambiado? ¿Cómo está tu

abuela?

—Preguntale si encontró una carta que le dejé en su valija.

—Ya va, acá tu madre quiere saber si encontraste una carta.

—Mejor pasame que lo quiero saludar.

—Bueno hijo, te paso con tu mamá. Cuidate mucho y lo que necesites

nos avisás.

—Gracias, pa. Hola ma.

—Hola mi amor ¿Cómo fue el viaje? ¿Pudiste descansar? Sé que la

abuela no va a aceptar el dinero que le mandamos pero si dice que no lo

quiere decile que lo guarde igual. Está en la carta que te di.

—El viaje me pareció larguísimo, pero algo pude dormir. Ya le di la

carta con la plata. Le gustó mucho la foto que mandaste. Ah, y no quiere

que la llame abuela en público. Me pidió que le diga Esther.

—Dios mío. Bueno, decile como quiera. Y agradecele que te haya

recibido. Sabés que tenía tu edad cuando nos sacamos esa foto. El otro

día le conté a Kristina y no podía creer cuánto tiempo había pasado, y que

ahora vos vayas a vivir en nuestro cuarto.


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—Sabés que encontré una videocasetera, espero que funcione.

—Si la tenés que arreglar usá la plata que te dimos para tus gastos y si

necesitás más nos avisás y te mandamos.

—Está bien, ma. Con todo el esfuerzo que están haciendo, yo me voy

a arreglar con lo que me dieron.

—Colita, salí de acá. Me manchás toda.

—¿Qué pasó?

—Cómo sabe que estoy hablando con vos, me empezó a saltar como

si quisiera mandarte saludos.

—Ella sabe que estás hablando conmigo. ¿Cómo está?

—Sabés que ni bien te fuiste se acostó en tu cama y cuando hablamos

de vos con tu papá, se nos para de frente y nos mira.

—¿Durmió en mi cama? ¿Qué más hace?

—Se está portando bien, hoy a la mañana se puso loca y corrió, corrió,

corrió alrededor de la casa. Y después se metió en tu cuarto y se quedó

dormida en tu cama. Y apoyó la cabeza en la almohada, como si fuese

persona.

—Bueno, dejala. Me extraña.

—Nosotros también te extrañamos. ¿Ya tenés las indicaciones para el

colegio?

—Sí, ma. Ya tengo todo. Voy a desayunar con la abuela y después voy

a ordenar el cuarto y a recorrer un poco el barrio.

—Me parece muy bien que aproveches el día. Una cosa hijo...

—Sí, ma...

—No dejes que nadie te moleste. Entendiste, ¿no?

—Sí, ma. No te preocupes.

—Qué pesada que te ponés a veces. Le va a ir bien.

—Dejame tranquila. Bueno hijo, tu papá y yo te mandamos un beso

grande. Ah, te dejé en la valija una foto nuestra para que te acompañe. Está

en un sobre con un poco más de plata para emergencias.

—Ya la encontré, gracias.

—Suerte mañana en tu primer día. Te amamos.


8 MARCELO BRIEM STAMM

—Yo también.

Un plato azul de porcelana hospeda la mitad de un sándwich de queso

y muchas migas. Al lado del plato, un vaso de leche casi vacío proyecta

al torso de Elton que sale del baño. El crujido de las llaves de la puerta de

la casa invitan a que Elton se asome por la ventana de su cuarto a observar,

mientras se seca el cabello, a su abuela que se va. La cómoda donde

viven la videocasetera y el equipo de música ahora tienen un nuevo inquilino,

el televisor que estaba en la sala. Al cajón de la cómoda se acaban

de mudar la billetera y los documentos de Elton, el sobre con el dinero y

la foto que mandaron sus padres, sus cassettes y su walkman. La remera

que elige Elton es del mismo color del plato donde ahora sólo hay migas.

Esta vez, el crujido de las llaves viene acompañado del sonido seco

del botón play del walkman. Los acordes de I’m Free, inspiran a que Elton

baje los escalones de su nuevo hogar trotando, y se sumerja en Nueva

York. La variedad que encuentra en cada calle le resulta agradable, hasta

que las bocinas de los taxis lo guían hasta Times Square, y se queda

hipnotizado. La abundancia de la gente que lo rodea de manera aleatoria,

le brinda una protección anónima que a él le resulta conveniente. La gigante

porción de pizza neoyorquina le dura todo el camino de regreso a

casa. Antes de apagar la luz, observa a su mochila que ya está lista para su

primer día de clases.

El frondoso parque que custodia la escuela recibe a Elton con una

reverencia de hojas doradas. El espíritu adolescente de los alumnos se calma

apenas, cuando suena el timbre, y va dejando el pasillo de la escuela en

silencio a medida que entran a sus respectivos salones. Al final del pasillo,

tres jóvenes esperan sentados dentro una sala, sobre sus espaldas se cierra

despacio la puerta ocre con picaporte dorado del salón de la dirección.

Al lado de Elton está sentado un muchacho con el ceño fruncido.

La ansiedad lo lleva a acomodarse dos veces su cabello oscuro, que hace

tiempo no va a la peluquería. Sus manos están curtidas y su mirada azabache

se muestra inquieta deseando que empiece la reunión. Elton se

muestra sereno. Del otro lado, está sentada una muchacha que huele a


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jazmín. Su largo cabello ondulado reposa en sus delicados hombros y sus

ojos miel analizan de un chasquido a sus nuevos compañeros y se encienden

expectantes con la reunión que ya está por empezar. La directora

luce una camisa de seda naranja que contrasta perfecto con su piel de

ébano. Toma posesión de su trono con autoridad y mientras se acomoda

el rodete, recibe a los tres alumnos con una mirada franca y una sonrisa

que ilumina el salón.

—Ya que ustedes tres empiezan hoy, los quise reunir antes. Yo soy la

señora Susan Shields. Soy la nueva directora de la escuela pero también

seré su maestra este semestre. Vamos a ver, Joseph Silver. ¿Cómo te gusta

que te llamen, Joe, Joey o preferís tu nombre completo?

—Joe.

—Encantada de conocerte, Joe. Veo acá que te mudaste con tu familia

hace poco. ¿Ya se pudieron acomodar bien?

—Yo quiero saber si es necesario que haga la prueba SAT. No pienso

ir a la universidad.

—Si la decisión ya está tomada, no va a ser obligatorio que tomes la

prueba. Personalmente pienso que la prueba SAT es una excelente oportunidad

para descubrir dónde están parados, y sus posibilidades reales

frente al mundo. Como maestra, y como directora, pienso inculcarles

pasión y compromiso. Eso sí, sólo me voy a esforzar con quienes demuestren

empeño por superarse. Quienes necesiten el diploma de la secundaria

sólo tendrán que estudiar lo necesario y lo tendrán al final del

semestre.

—Conmigo no va a tener que esforzarse. No voy a ir a la universidad.

—Eso ya nos quedó clarísimo. Por favor no seas pleonástico.

La directora le puso los puntos a Joe con elegancia, y mientras él y Elton

se quedan pensando en el significado del adjetivo difícil, la muchacha

interviene.

—Quiso decir redundante.

—Sabrina Mary Wilson.

—Prefiero Sabrina.


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—Encantada de conocerte. Para vos este es un cambio rotundo.

—Al menos que usted sea una monja y ellos mujeres, sí lo es.

—Admiro tu espíritu. Quiero que esta escuela fomente la pluralidad

y podamos discutir con inteligencia sobre los hechos que nos rebelan.

Pero no voy a tolerar ningún acto de violencia.

Elton y Joe se asoman sorprendidos hasta el asiento de Sabrina. Necesitan

saber ya, qué es lo que hizo esa princesita tan gentil y amorosa.

—Organicé una quema de libros y las monjas me expulsaron.

Joe lanzó una carcajada y festejó el motivo de la expulsión con varios

aplausos, Elton se quedó con la boca abierta un instante, que terminó desembocando

en un profundo wow. La directora observa a Sabrina que se

siente orgullosa de la hazaña, realiza un imperceptible esfuerzo para no

unirse a los festejos y asume su rol con sabiduría.

—Hay muchas formas de ser radical sin necesidad de generar actos

que te terminen perjudicando.

—Me sorprende que usted como mujer, y afroamericana tenga esa

visión tan suave sobre lo que nos quieren inculcar. Según Hegel, las mujeres

no están hechas para las ciencias elevadas. Para Proudhon, el impulso

sexual femenino es lo más bajo y repugnante que existe en la naturaleza.

¿Conoce a Weininger? en “Sexo y Carácter” comparó al feminismo

con la prostitución.

—Tengo clarísimo quién es Otto Weininger y conozco en detalle la

obra de Hegel y Proudhon. También tengo clarísimo que soy una mujer

afroamericana. De hecho mi tatarabuela fue esclava de una familia

británica. Ni tengo que explicarte qué pasó con ella cuando quedó embarazada

de su patrón. Y no por eso voy a ir a quemar tu penthouse en el

Upper East Side. Sabrina Wilson.

Elton, Sabrina y Joe se quedaron mudos.

—Elton Taylor. Encantada de conocerte. Venís de Tennessee.

—Sí, de un pueblito que se llama Jackson. Llegué ayer a Nueva York,

voy a vivir con mi abuela.


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 11

—Veo que tus notas de la secundaria siempre fueron muy buenas. Excepto

en el semestre anterior.

Sabrina y Joe esperan a que Elton diga algo, algo. Necesitan saber ya

qué pasó el semestre anterior. Elton prefiere el silencio y busca refugio en

la directora que entiende el pedido de auxilio y prosigue.

—Estoy segura que este nuevo ambiente te va a favorecer para que

explotes tu potencial.

—Gracias, yo también espero lo mismo.

—Joe, Sabrina, Elton, quiero darles la bienvenida a su nueva escuela.

La clase de matemática ya empezó. Nos veremos el miércoles, seré su profesora

de Literatura. Pueden irse.

Sabrina, Joe y Elton entran al salón, la clase entera los observa de arriba

a abajo, el profesor les indica que tomen asiento y prosigue con la

clase. Ellos resisten las miradas punzantes de sus nuevos compañeros y se

sientan juntos en el fondo. Las fórmulas matemáticas son tan aburridas

que Sabrina prefiere dejar en claro lo que le pareció la reunión con la directora

y susurra con Elton y Joe.

—ELLA ES TAN IRRITANTE. “Voy a fomentar la pluralidad en esta

escuela”. Debería haberme apoyado en vez de juzgarme.

—Encima se mete en cosas personales. Muy desubicada.

Elton decide mediar.

—Pero Joe, ella sólo dijo que se va a esforzar con quienes sí quieran ir

a la universidad.

—Me refiero a lo que dijo antes. “Veo que te mudaste con tu familia

hace poco”. Ella sabe que nos tuvimos que mudar porque mi papá entró

en bancarrota y perdimos la casa.

A Sabrina la historia de Joe le genera furia.

—Eso es tan injusto. Nadie debería perder su casa.

A Elton, empatía.


12 MARCELO BRIEM STAMM

—Lo siento mucho. ¿Están bien? Tengo unos ahorros que me dieron

mis padres para emergencias, si necesitás...

—Ahora estamos bien, gracias. Vos sí que estuviste acertado. Cuando

quiso meterse en tu vida ni le contestaste.

Elton se queda en silencio, y lo salva el mismo Joe que ya tiene su

propia teoría sobre la mudanza.

—Es obvio que te fue mal en el semestre pasado porque tus padres se

están divorciando y por eso te mudaste acá con tu abuela.

Sabrina se entristece por la noticia del divorcio y Joe le brinda su

apoyo con una palmada en el hombro. El resto de los alumnos se sienten

molestos por los tres nuevos que no paran de hablar y el profesor interviene.

—USTEDES TRES, SI NO hacen silencio van a volver a la dirección.

LA CALLE BOWERY LUCE mucho más animada que el día anterior

cuando Elton llegó al barrio. Los bares están llenos, los negocios abiertos

y la vibra que se siente reconforta a Elton, que regresa a su casa inmerso

en la tranquila melodía del barrio.

—Sheena is a punk rocker, Sheena is, a punk rocker...

Los gritos entonados de la canción de Ramones traspasan la vidriera

del videoclub del barrio. Elton detiene su andar y se siente atraído por el

jolgorio que sucede ahí adentro. Tres jóvenes a los que sólo se les ve las

cabezas que giran de un lado hacia el otro acompañan con pasión el estribillo

de la famosa canción. Una inexplicable secuencia sacude a Elton,

que siente la urgente necesidad de conocer el rostro del muchacho de rulos

negros delante del mostrador. El tema llega a su mejor momento, y

obliga a la joven y al joven que están delante del chico de rulos, a hacer

un pogo que deja al descubierto su rostro. Entonces él levanta su mirada

de fuego y se conectan.


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 13

El tiempo se detuvo. La canción sigue, y el chico de los rulos rebeldes

le regala a Elton una enorme sonrisa y lo invita con un gesto a que entre

al local.

El pequeño videoclub de barrio está repleto de posters de películas y

afiches de bandas de rock. Las estanterías donde se exhiben las películas

están sectorizadas por género. En el mostrador del local conviven un jarrito

de café, un cuaderno, una pila de almanaques pequeños y otra pila de

películas. El encargado festeja con sus amigos el final rockero de la canción

y se dispersan. Elton observa la sección de las películas de terror junto

a la entrada y se dirige al mostrador. El encargado lo recibe derrochando

carisma.

—Bienvenido a la conclusión de tu tedio.

—Hola, ¿cómo tengo que hacer para hacerme socio?

—Tenés que traer tu documento y alguna factura de cualquier servicio

de donde estés viviendo.

—El documento lo tengo acá, pero no tengo ninguna factura encima.

Me mudé ayer, vivo en esta misma calle en la otra cuadra. Le puedo preguntar

a mi abuela. Vivo con ella.

—Si vivís en la calle Bowery puedo hacer una excepción. Pasame el

documento y anoto tus datos.

—Gracias, acá lo tenés. Me llamo Elton.

—Yo soy Mauro. Vi que estabas en la sección de terror. Ayer entró Pesadilla

4.

—¿En serio, ya salió?

—Sí, me quedó una copia. ¿La querés?

—Sí, ¿sabés si está buena?

—Qué sé yo, a mí me gustan otro tipo de películas, pero las de Freddy

siempre funcionan.

—Bueno, la llevo. Me encanta Pesadilla.

— Acá veo que naciste en Jackson. ¿Qué hace un chico de Tennessee

en Nueva York?


14 MARCELO BRIEM STAMM

—Vine a terminar el último semestre de la secundaria. Después

quiero ir a la universidad acá.

—¿Qué vas a estudiar?

—Pienso que voy a estudiar abogacía.

—¿Por qué?

—Porque sí, mi papá es abogado y me gusta lo que hace. ¿Vos estudiás

también?

—Sí, Filosofía.

—¿Filosofía?

—Sí, puedo escuchar a Ramones y también leer a Epicuro. ¿Qué

tiene de malo?

—No tiene nada de malo, yo escucho Erasure, Pet shop boys y me encanta

Roxette.

—Wow.

—Para un chico punk la música pop debe ser basura.

—Depeche Mode es mi límite. ¿Escuchaste a Nirvana?

—No.

—Es un grupo nuevo de Seattle. Están por lanzar su último álbum.

Parece que va a ser increíble. Y también Guns N Roses está por publicar

Use your Illusion 1 y 2. Encima, este semestre me gradúo. Este año va a

ser tan genial.

—Me gusta tu optimismo. Ojalá pudiera hacer que las cosas salgan

como quiero.

—Entonces te falta rock.

—Creo que sí.

El almanaque de bolsillo tiene en el frente la publicidad del videoclub,

del otro lado los meses del año. En los dos lados está el año bien

grande y destacado.

—Acá tenés la película y este almanaque por tu primer alquiler. Estos

son nuestros horarios.

—Gracias.


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 15

—¿Te diste cuenta que 1991 es capicúa? Este año va a ser genial. En

serio.

Elton sostiene el almanaque con optimismo y desea que eso sea cierto.

—Voy a creerte.

—Va a ser genial, ya vas a ver.

La tarde empieza a caer, los negocios van cerrando mientras la brisa

refresca la cuadra. Elton sale del local, antes de volver a su casa retorna su

mirada, y captura la de Mauro que lo está observando.

—Bienvenido a Nueva York.

NI LA OSCURIDAD NI la película de terror le dan miedo a Elton, que

disfruta de las aventuras de Freddy despatarrado en su cama. El final lo

pone eufórico y mientras corren los créditos finales, Elton se distrae con

el almanaque del videoclub. Lo sostiene y se convence.

—Este año va a ser genial.

—¿Entendiste maricón?

Un chorro de sudor inunda las manos de Elton, que empiezan a temblar

en el mismo instante en que el almanaque cae al abismo y su respiración

se agita. No existe una salida, excepto volver al desarmadero.

El Elton de once años yace de rodillas con la cabeza gacha. Sus manos

llenas de raspones apenas sostienen sus hombros, que tiemblan del llanto.

Una de las seis piernas que lo rodean lo patea y le vuelven a preguntar.

—¿Entendiste maricón?

Elton se atraganta en su propio llanto. Otra vez lo patean.

—Contestá lo que te preguntaron.

Las manos del Elton encuentran un hilo de equilibrio y logran

sostener sus hombros, para que pueda levantar la cabeza y preguntar a su

atacante a los ojos.

—Donnie, ¿por qué me hiciste esto?


LADO B

La clase está por empezar. Elton, Joe y Sabrina entran juntos de muy

buen humor. La presencia del trío sigue generando miradas inquisidoras

como el primer día.

Brenda, de cabello negro lacio y flequillo hasta la pestañas, prepara

un dardo venenoso.

—Ahí llegan los tres mosqueteros.

David, colorado de cejas tupidas y acné haciendo juego, lo envenena

más y se lo devuelve a su compañera de banco.

—Se creen tan especiales.

Brenda enfoca la mira y lanza el dardo directo al cuello de Sabrina.

—Estoy segura que ella se acuesta con los dos.

Las risotadas de Brenda y David se expanden por todo el salón y contagian

al resto de la clase. Sabrina, Joe y Elton no escuchan lo que dijeron

pero se dan cuenta de la burla, se muestran indiferentes y se sientan en el

fondo. Las miradas despectivas hacia el trío son constantes, aparecen en

cualquier momento desde cualquier sector del salón y repiten el mismo

patrón: Se dan vuelta sobre sus hombros, los observan, susurran algo entre

ellos y ríen cómplices. La presencia de la maestra Shields corta el clima

hostil.

—Buenos días. Antes de tomar lista quiero comentarles que todo el

semestre va a girar alrededor de cinco libros, que iremos analizando uno

a uno. Quienes no puedan conseguirlos me pueden avisar y haré las gestiones

en la biblioteca. Les sugiero que formen grupos de dos para las lecturas

y análisis de cada título.

Brenda tiene más veneno acumulado.

—Maestra Shields, si un solo compañero no me satisface, ¿puedo elegir

dos para mi grupo de estudio?

Las risas burlonas de toda la clase generan impotencia en el trío del

fondo. La maestra recupera la atención.

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LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 17

—Podés elegir la cantidad de compañeros que quieras siempre y

cuando estudien a conciencia.

David quiere que reaccionen y los vuelve a provocar.

—Una sola consulta, si no me gusta alguno de los libros, ¿lo puedo

quemar?

Las carcajadas exacerbadas de toda la clase generan furia en Sabrina,

que está a punto de explotar. Elton y Joe la contienen con una mirada. La

maestra interviene y se terminan las bromas.

—Te sugiero que antes de pensar en eso lo estudies bien, porque de

cada libro habrá una prueba. Y empezamos la semana que viene.

Shock. La clase queda descolocada y se desespera. El trío del fondo

encuentra un motivo para planificar su venganza.

Elton propone la estrategia.

—Me dieron tantas ganas de leer.

Sabrina dispone el lugar.

—¿Próximo sábado en mi casa?

Joe saborea el triunfo.

—Vamos a aplastar a estos idiotas.

Ahora las únicas risitas provienen del fondo.

—El primer título que van a tener que analizar es “La letra escarlata”,

de Nathaniel Hawthorne. Capítulo uno al cuatro.

Elton regresa a su casa. Las calles de su barrio son muy parecidas a las

de los barrios aledaños. Excepto por las banderas multicolores de los negocios

de la particular calle que Elton recorre intrigado. La intriga también

es curiosidad y expectativa, deseo y vergüenza. Todo junto en la misma

calle. Una librería en la esquina, captura toda su atención y entra.

El resto de la tarde se lo pasa leyendo La letra Escarlata y haciendo anotaciones.

El almanaque que le regaló Mauro tiene un montón de funciones

ocultas que Elton va descubriendo. Además de anunciar que el

año será genial, resulta un excelente señalador para el libro que Elton está

estudiando. También funciona como si fuera una escuadra, para cuando

necesita remarcar algo en sus apuntes y quiere que todo le salga prolijo.


18 MARCELO BRIEM STAMM

Encima de todo, el almanaque también funciona como alarma, y le indica

cuando cae la tarde, y que debe ir al videoclub a devolver la película.

El local está vacío. Mauro está leyendo en el mostrador.

—Hola Mauro.

—Hola Elton.

—Acá tenés la película.

—¿Te gustó?

—Es entretenida, pero sin Nancy no es lo mismo.

—Pesadilla en la calle Elm. La película original, es una obra maestra

del terror. El resto es basura, como todas las franquicias.

—La primera es espectacular. Cuando vi la propaganda en la tele me

quedé hipnotizado. Igual cuando salga la cinco la voy a ver. Quiero saber

cómo sigue.

—Malditas secuelas, siempre funcionan. ¿Querés llevar alguna otra?

—No debería, ya me dieron tarea en la escuela y la semana que viene

tengo un examen de literatura.

—Empezaron los exámenes del último semestre.

—¿Son difíciles?

Mauro se pone serio, muy serio. Elton se llena de intriga, necesita

saber la respuesta. Entonces Mauro primero observa que nadie los vaya a

estar espiando y le confiesa en secreto...

—Si te llega a ir mal en estos exámenes, va a repercutir en tu prueba

SAT.

Elton se pone serio, muy serio. Serio nivel pánico.

—No me puede ir mal, necesito una beca.

—¿Entonces qué hacés acá? Deberías estar estudiando.

—Me voy a estudiar.

La seriedad de Mauro no da más y estalla en una carcajada.

—Es una broma...

Elton quedó tildado con cara de susto. Mauro sigue tentado y cuando

apoya su mano en el hombro de Elton, logra sacarlo del trance.

—¡Es una broma! No son tan difíciles.


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 19

La cálida caricia sin intención provoca en Elton un cosquilleo que le

genera pudor y sabe disimular.

—Muy gracioso.

—Te pusiste blanco del susto.

—Es que necesito la beca en serio. Mis padres están haciendo un gran

esfuerzo mandándome acá. Ya les causé muchos problemas.

—No te preocupes. Si estudiás dos horas todos los días, es mejor que

todo junto la noche anterior. Te lo digo por experiencia.

—Voy a seguir tu consejo. Por las dudas voy a empezar ahora.

—Suerte en el examen.

—Gracias, chau.

La cocina de la casa de Esther está cubierta por azulejos amarillos. El

zumbido de la pava que hierve se escucha desde la puerta de la calle. Elton

se siente atraído por el repiqueteo de la cucharita en la porcelana. Esther

corta el té con un chorrito de leche.

—Hola abuela.

—Hola Elton. ¿Cómo te está yendo en la escuela?

—Bien, me gusta. La semana que viene tengo un examen de literatura,

así que me voy a poner a estudiar. Y el sábado me junto con dos compañeros

a repasar.

—Me alegro mucho que te estés adaptando y que hagas nuevos amigos.

¿Querés un té?

—No, gracias. Vine por un vaso de agua.

—Te manda saludos Kristina.

—¿Cómo andan?

—Muy bien. En unas semanas es el cumpleaños de tu primo Max.

Voy a ir a Filadelfia para el festejo, ¿querés venir?

—Creo que prefiero quedarme a estudiar. Igual voy a llamarlo a Max.

—Como quieras. ¿Hablaste con tu mamá?

—Sí, están bien.

—Me alegro, cuando hables de nuevo mandales saludos de mi parte.


20 MARCELO BRIEM STAMM

Ambos se quedan en silencio con la mirada dispersa en distintas

partes.

—Abuela, desearía que no estén distanciados...

—No te preocupes por eso. Ya te dije que no tenés nada que ver. Son

asuntos de adultos.

—Sí, pero...

—Elton, quedate tranquilo. Ninguna familia es perfecta. Bueno, me

voy a mi cuarto que ya empieza Dallas.

Elton observa a su abuela que se va contenta, y se lleva su vaso de

agua.

El portero del imponente edificio de la Quinta Avenida se acomoda

el moño de su impecable uniforme, para recibir a la dama del trajecito

rosa, que sostiene con elegancia, a su perrito Yorkshire y a su bolso Birkin

de Hermés. La cristalina puerta de entrada se cierra, mientras el portero

acompaña al ascensor a la dama, y refleja la llegada de Elton y Joe que

necesitan confirmar con una mutua mirada, que han llegado a la dirección

indicada.

—Hola chicos, bienvenidos. Pasen, están en su casa.

Sabrina recibe a Elton y a Joe de entrecasa.

—No pensé que lo del Penthouse fuera en serio.

Joe acompaña lento, el andar de Sabrina y Elton hacia la sala. Camina

despacio e impactado, y se esfuerza para no romper nada. Cuando llega al

living de las paredes infinitas y cuadros dignos de un museo, se empieza a

sentir cómodo con la cordialidad con que Sabrina les acerca una bandeja

con sándwiches y jugos.

—Mi papá nos encargó esto para cuando tengamos hambre.

Los chicos se hunden en un enorme sillón y sacan sus apuntes. Elton

admira a un moderno minicomponente doble cassetera que está junto a

un florero repleto de tulipanes y Joe busca entre sus apuntes, unas fotocopias

que les presenta como si fuera el billete ganador de la lotería.

—En la biblioteca conseguí un resumen del libro. Justo del capítulo

uno al cuatro. Parece que a la maestra Shields le gusta repetirse.


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 21

Elton y Sabrina se trepan al entusiasmo de Joe, que ahora sube un

nivel más y llega al escalón euforia. La razón sacude a Elton y empaña el

momento.

—¿Y si ella sabe que el examen anda dando vueltas por ahí y cambia

las preguntas?

—Elton tiene razón, mejor estudiemos todo y después vemos esto.

Total son cuatro capítulos.

Joe no está de acuerdo. Para nada de acuerdo.

—Pero si acá está el resúmen de los cuatro capítulos. ¿Qué más puede

cambiar?

Elton y Sabrina quieren convencer a Joe que el plan A, es más seguro

que el plan D.

—Yo creo que deberíamos leer en conjunto los capítulos, marcar lo

importante en nuestros libros y después hacer un resúmen de todo y

volver a fijarlo.

—Exacto, y después podemos corroborar si lo que nos pareció importante

también está en esas fotocopias.

A Joe el plan A le resulta imposible y estalla de la impotencia.

—¡No me pude comprar el libro y no tengo tiempo de estudiar!

El lamento seco de Joe retumba en cada rincón y alerta a Elton y a

Sabrina, a que pongan toda su atención en su irritada mirada que busca

algo de compasión.

—Mi mamá no quiere que empiece a trabajar hasta que no termine

la secundaria. Pero igual estoy ayudando a mi padre en el taller de autos.

Joe está abatido. Elton y Sabrina se ponen de acuerdo sin mirarse y

acompañan a Joe hacia un mejor estado de ánimo.

—Me muero de hambre, hagamos un recreo. ¿Podemos probar esos

sándwiches, Sabrina?

—Obvio, voy a poner un poco de música. No saben lo que me regaló

mi novio.


22 MARCELO BRIEM STAMM

Lo que le regaló el novio a Sabrina es lo último de Roxette. Mientras

ella cambia la sintonía de la mañana, Elton intenta cambiarle el ánimo a

Joe.

—Joe, a mí Mauro me dijo que los exámenes de este semestre no son

difíciles, que si estudiamos dos horas por día, es mejor que todo junto la

noche anterior.

—Y a mí qué me importa. Si ni siquiera voy a ir a la universidad.

Sabrina toma otro camino y en vez de intentar convencerlo le muestra

la realidad tal cual es.

—Igual para cualquier trabajo vas a necesitar tu diploma de la secundaria.

Vayamos desde el principio.

—Y cuando terminemos te podés llevar mi libro y lo seguís leyendo

en tu casa. Yo lo estuve leyendo toda la semana.

Las propuestas de Sabrina y Elton le causan indiferencia a Joe, que

sigue serio y encerrado en sí mismo. Empieza a sonar Joyride y ni siquiera

la mímica de la canción que realiza Sabrina y que Elton acompaña con

gracia, distraen lo distraen de su mal humor. El pop sueco invade la sala,

Sabrina y Elton silban el estribillo con ganas y Joe frunce el ceño ante el

ridículo espectáculo.

—¿No les da vergüenza hacer este espectáculo? Ya son grandes.

La respuesta de Sabrina es una almohadón que le lanza a Joe, y genera

una carcajada en Elton, que le lanza otro desde su sillón. La batalla de almohadones

concluye cuando Joe no da más de la risa, y las únicas lágrimas

que tiene son de alegría.

—Paso al baño, Sabrina.

—Sí, por allá.

Mientras Joe va al baño, Sabrina y Elton se miran con complicidad y

se sienten a gusto con la tarea realizada. La próxima misión es ponerse a

estudiar. Ella toma la iniciativa y empieza a hacer un resumen de las anotaciones

que hizo en su libro y las que Elton hizo en el suyo. Una duda

distrae su atención.

—¿Quién es Mauro?


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 23

—El chico del videoclub de la esquina de casa. Ya está por graduarse.

—¿De la secundaria?

—No, de la universidad. Estudia Filosofía.

—Qué bien.

—Me dijo que los exámenes del semestre no son tan difíciles, pero

que si estudiamos dos horas por día es mejor que todo junto la noche anterior.

—Sí, es lo que le dijiste recién a Joe.

—Cierto.

Sabrina nota cómo Elton habla de Mauro tan entusiasmado, busca

una respuesta a su intriga en las anotaciones que hizo su amigo en su libro

y necesita confirmar su teoría.

—¿Y lo conocés hace mucho a Mauro?

—No, lo conocí hace unos días cuando llegué a Nueva York, ¿por?

—Porque tenés su nombre escrito en tus apuntes.

—¿Qué? Nada que ver.

Elton no cree en la ridícula teoría que sugiere Sabrina y se encierra

ante cualquier ataque o burla que pueda venir de ella. Sabrina lo abraza

con la misma mirada cómplice de recién, y esta vez la acompaña con una

sonrisa que relaja a Elton.

Joe vuelve renovado del baño, se acerca al sillón donde están sus amigos

y se deja caer con energía. Sabrina sella el libro de Elton y se lo devuelve.

Ahora Joe, comanda el plan A.

—Basta de vagancia, vamos a estudiar. Empecemos desde el principio.

Esa misma tarde después de estudiar, Sabrina y Elton pasean por el

Central Park.

—Este es mi lugar favorito en el mundo. Acá venía siempre a pasear

con mi mamá y mi papá cuando era chica.

—Ya veo por qué.


24 MARCELO BRIEM STAMM

Sabrina y Elton pasean en silencio por el parque, él necesita tiempo,

ella lo sabe y le da un siglo hasta que él se sienta cómodo para empezar a

hablar.

—Sabés, cuando era chico me molestaban en la escuela. Yo no me

daba cuenta pero parece que era muy amanerado, y entonces mis compañeros

se burlaban de eso.

—Qué estúpidos.

—Yo siempre pensaba que con el tiempo se les iba a pasar. Y los dejaba.

Tampoco me molestaba tanto.

¿Y tus papás qué hacían? ¿Sabían que te molestaban así?

—Yo nunca les conté nada para no preocuparlos. Pero cuando estaba

en quinto grado llegó Donnie Thompson. Un chico más grande que

había repetido en otra escuela. Se ensañó conmigo, tuvimos una pelea y

se enteró todo el mundo que yo era...maricón.

—¿Y qué pasó?

—Jackson es un pueblo muy chico, no es como acá. Los padres de los

otros alumnos protestaron para que me expulsen porque pensaban que

yo era un peligro para la integridad de sus hijos.

—¡Qué injusto!

—Mi papá, que es abogado, se puso firme y amenazó con demandarlos

a todos. Mi mamá también se puso furiosa y me defendió. Igual yo les

pedí que me cambiaran de escuela. No quería seguir causando problemas.

La historia de Elton enfurece a Sabrina y cuando se le cruza una idea

que la puede llevar a incendiar todo, se detiene y lo encara.

—Elton, ¿alguna vez te lastimaron?

—No, ya te dije que no fue para tanto. Eso quedó en el pasado.

Sabrina le cree. Sí, le cree y entonces vuelve a su eje.

—Bueno, eso quedó en el pasado. Ahora somos grandes y estás empezando

una nueva vida...

—Eso que dijo Joe el otro día acerca de que mis padres se están divorciando,

no es así. Es algo que se imaginó él. El año pasado estuve muy

triste, me sentía solo en ese pueblo sin ningún amigo. Y les pedí si podía


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 25

venir acá para terminar la secundaria. Sabés que vivo con mi abuela, la

mamá de mi mamá.

El paseo se ha tornado tan agradable, que deciden tomar asiento en

un banco para seguir disfrutando de la charla y del paisaje.

—Me alegro que vivas con tu abuela y que estés acá. Elton...

—Decime...

Sabrina extiende su mano y le ofrece su tesoro más preciado.

—Ahora tenés una amiga.

—Gracias Sabri.

—Siempre vas a poder contar conmigo. Para lo que sea.

—Vos también.

El abrazo les llena el alma. La brisa del parque renueva las energías y

ahora ella marca un nuevo rumbo y pone primera.

—Contame un poco de Mauro. El chico del video club.

—¿Qué querés que te cuente?

—Es obvio que te gusta. Cuando hablabas de él se te caía la baba.

Hasta tenés su nombre escrito en tus apuntes.

—Vos sabés que no me había dado cuenta de eso. No sé en qué momento

anoté su nombre ahí.

—Porque te gusta mucho. ¡Ay, qué lindo! ¿Alguna vez tuviste novio?

—¿Qué?

—¿Nada? ¿Ni un beso?

—¿En Jackson? ¿Con quién?

—Qué se yo. Con algún chico de allá que te gustara.

—Había uno que me gustaba. Pero me lo guardé para mí nomás.

—Bueno, empecemos con Mauro. ¿Qué sabemos de él?

—Sólo sé que estudia Filosofía, si está en el último semestre debe tener

veintiuno o veintidós años, y que trabaja a la tarde en el videoclub.

—¿Y cómo es él?

—No sé, tiene rulos. Es muy simpático, cuando se ríe se le hacen unas

marquitas graciosas en los ojos. Le gusta el punk y el rock.

—Me gusta ¿Y sabés si él también...?


26 MARCELO BRIEM STAMM

—Ni idea. No creo. O sea, no parece.

—Preguntale.

—¿Te volviste loca?

—¿Sabés si tiene novia o algo?

—No tengo idea. Nos vimos pocas veces y siempre que hablamos es

o de películas o de música. Esperá, el primer día que fui al local estaba

con un chico y una chica, y cuando se despidió de ella fue demasiado cariñoso.

Hasta creo que se dieron un beso. Ya está, me voy a olvidar de él.

—No te rindas tan fácil. Por ahí son amigos. Invitalo a tomar algo

después del trabajo. Y ahí le preguntás si tiene novia o qué le gusta.

—Sabri, mirá que intento ser más masculino, pero yo sé que a mí se

me re nota. Si lo invito a tomar algo, él va a saber por dónde viene la

mano.

—¿Y?

—¿Vos sabés lo que me podrían hacer en mi pueblo, si llegara a invitar

a un chico a tomar algo?

—¿Vos decís que te puede pegar o se puede enojar o algo así?

—Qué se yo. No, así estoy bien.

—Elton, ya tenés diecisiete años. Estás terminando la secundaria, en

Nueva York. Nadie se va a enterar si le decís un día a Mauro, así como al

pasar, si quiere ir a tomar algo después del trabajo. Y si se da cuenta por

dónde viene la mano, a lo sumo te va a decir que no. Y listo. No es el fin

del mundo.

—Mejor no. Estas cosas me dan un montón de vergüenza. Yo siempre

me ilusiono de más y después no sabés lo difícil que es seguir adelante.

—Haceme caso, intentalo. Y si no resulta, por ahí ganás un amigo

nuevo.

La calle Bowery rebalsa de gente que pasea muy relajada. Claro, es

sábado. Elton vuelve renovado a su barrio con el ánimo por las nubes.

Cuando pasa por la vidriera del videoclub se detiene. Ahí está Mauro,

sentado en el mostrador concentrado en su libro. Elton lo observa, se

llena de valor y se convence. Va a entrar al local.


LA CALLE QUE CAMBIÓ MIS PLANES 27

—Donnie, ¿por qué me hiciste esto?

Elton se queda inmóvil frente a la vidriera. No, no se puede ir a

ningún lugar. Debe volver al desarmadero ahora.

El niño Elton de 11 años está arrodillado llorando. Donnie y los

otros dos chicos lo rodean de pie.

—¿Entendiste, maricón?

Elton levanta la mirada y le habla a su acosador.

—¿Donnie, por qué me hiciste esto?

Uno de los chicos lo patea.

—¡Respondé puto de mierda!

Elton está desesperado y les hace caso. Se desarma en llanto y asiente.

—¿Entendiste o no?

—Sí, entendí. Entendí.

Las crueles sonrisas infantiles se sienten satisfechas. O casi. Antes de

irse, uno de los niños le apunta al niño Elton con una pistola y lo amenaza.

—Y mucho cuidado con hablar de esto. Si nos llegamos a enterar que

le contás a alguien lo que acaba de pasar... Ya sabés. Siempre te vamos a

encontrar.

Elton se desespera cuando ve el arma, asiente con tanta convicción

que ellos le creen. Cuando ellos se van, agacha su cabeza, se deja caer y

larga un llanto hondo que no se acaba.

Elton revive el trauma frente al videoclub. Su mirada está perdida en

algún lugar y cuando Mauro deja su libro y observa la ventana, sus miradas

apenas se cruzan, pero esta vez no conectan. Elton sabe lo que le

conviene hacer.

Agacha la cabeza y se va.



About the Author

Buenos Aires, 1974. Marcelo is a writer, scriptwriter and filmdirector.

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