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Elsa Cross
Naxos (1966)
NAXOS
le entregó un hilo que él ató
a la entrada del laberinto…
OVIDIO, Metamorfosis, 8. 2
Partes imperceptible y mudo. Como furtiva ráfaga rompes la claridad
incierta de mi día.
Teseo súbito, veo que te disuelves detrás del laberinto en que me dejas.
Me has dado la sed, el viento y la arena que se escapa entre mis dedos:
testimonios de tu estar intenso y repentino.
Yo me pierdo otra vez, me confundo en los últimos resquicios del peñasco,
intocados y oscuros, reducidos a su oquedad irremisible.
Percibo a mis espaldas la grave reiteración del mar en sombras, la ausencia
de gaviotas. Y te aguardo callada, frente al desierto incesante, temblando
como un desdibujado contorno de espejismos.
LAMENTACIÓN
Toi qui te meurs, toi qui brûles de
chasteté
Nuit blanche de glaçons et de neige
cruelle!
MALLARMÉ, Hérodiade
En horas inagotables y vacías largamente he visto sucederse la luna, inútil
en su esplendor y en las noches en que debe ocultarse. Con qué dureza
llega su palidez lasciva a tocar las ropas 15 que me cubren, la habitación
toda, sórdida y transparente, como mi lecho de virgen.
Qué ansia de nombrarte. Son a veces mis palabras como un río que
perdiera su cauce. Y los que no entendieron de palabras verdaderas han de
repudiarnos. Caerán sus amenazas a un pozo sin fondo. No oiremos los
ecos.
Sol que estás, incesante, llega a mí. Quiero arder bajo tus rayos, conocer el
más secreto de tus brillos. Ah, la descubierta transparencia de estos muros.
Odio la blancura que les ha sido impuesta, odio su helada claridad de
celda. Roca sin vida, flor de invernadero soy, ceniza de lamentaciones.
Escasos han sido los días señalados a tu encuentro. Qué innombrable
dulzura sujetar tu cabeza, beber de tu aliento las palabras no dichas. Amor
de cabellos negros y mirada triste; niño temeroso de la luz sufriendo en las
tinieblas.
Han de inclinarse aún horas vacías e inagotables. Ay de los que aman sin
poder eclipsarlas.
NOCHE
Siento que en vano he conocido aquello que te nombra, que no tendrá un
cauce mi dolor acumulado. Te amo como al esplendor de cada día, y he
visto desgarrarse la quietud que anticipa tu presencia.
Sólo existirán seres mutilados y lacios, máscaras de torpes gesticulaciones,
de muecas sin sentido. Nada tendré fuera de ti.
Poseo tus palabras, todas las formas de mi ser habitas. Descubro tu rostro
imprevisto en torno a cada instante de tu beso, en la tibia avidez de tu
caricia. Tu beso contiene la noche.
Pero vuelve un vasto caer de silencios, y temo el dilatarse de una soledad
desconocida; temo despertar triste a tu lado; temo la imagen de otra
plenitud imperturbable.
NOSOTROS
Esa protesta sería ahogada una vez y otra. Nosotros sólo teníamos pocos
años y un impulso de lucha que siempre terminaba en un llanto de furia e
impotencia. Ellos tienen la fuerza y es difícil seguir cuando se sabe desde
antes la derrota.
Los cobardes desertamos y poderosamente nos fue envolviendo la riqueza
de una música polifónica, las líneas o los matices de un cuadro, un libro de
lectura interminable. Era un afán desesperado de evasión.
Sin embargo, yo sé que cada vez que pasa a nuestro lado un hombre con la
mirada perdida y triste, vuelve a nosotros la antigua inquietud, y con el
remordimiento un débil deseo de regresar definitivamente algún día.
EL ARTESANO
No he construido nuevas herramientas ni pude traer desde el pantano todo
el barro que necesité para modelar mis vasijas, mis retablos y las pequeñas
figuras alegres o sombrías.
De nadie aprendí este oficio. Mi padre era labrador. Pero más me gustó
siempre ir dando la forma que yo quisiera a un trozo de tierra humedecida.
De mis propias manos hice salir jarrones que después he pintado de varios
colores, arcángeles de alas espesas y el rostro de Antonia cuando lo vi por
primera vez. Es ésta mi forma de labrar la tierra.
Pero al tiempo de los hijos fue preciso volver a cultivar el campo.
Una vez quise vender a otros los objetos que yo fabricaba. Muchos lo
hacen así y de eso viven. Yo conozco la débil materia de sus piezas, su
belleza quebradiza, pero mis cosas nunca se vendieron: eran ”caras y
estorbosas” dijo la gente y se fue a distintos lugares a comprar esas jarras
relucientes y frágiles.
Después del trabajo, cuando no estoy fatigado, doy vida a un pequeño
candelabro, o lleno de formas y colores la cadera circular de una vasija.
Los dejo allí, los siento imperfectos, mal pulidos por mis manos inhábiles.
Todos los días voy cerca del pantano y acarreo agua durante muchas horas
para regar la siembra. Y nada más miro el barro de lejos, y maldigo, y me
devuelvo a mi campo, pensando, viendo los cerros que rodean el valle.
EL TRAYECTO
Para Lilia Cruz-González
Casi concluye otro ciclo de las estaciones. Dejé atrás, ondulando en la
tierra, los restos de una piel más hermosa y más frágil. Me despojé de ella
con una violencia tan desacostumbrada, que pude apenas cuidar de no
arrancarme al mismo tiempo los ojos y sobre todo los colmillos. Ésta es la
tercera vez que cambio de pellejo y ha sido la más dolorosa. Adivino que
con mi nueva piel —por ahora fuerte pero de colores poco interesantes —
podré resistir mejor la intemperie del largo suelo que estoy atravesando
para no perecer.
Los horizontes vistos a lo lejos acumulan ríos, valles y senderos, árboles
con cientos de ramas entre el verde de los matorrales y el cielo. Pero al
tiempo de cursarlos es sólo una inmensa planicie devastada lo que hay
frente a mi corazón voraz. Plantas esporádicas resucitan un mismo tono
polvoriento. Y las posibles presas, alimento para mi espíritu, hace muchos
días que han emigrado sin darme yo cuenta al lugar a donde ahora me
dirijo.
Sintiendo el presagio de las primeras tormentas acelero mi paso y arrastro
conmigo necios estorbos, de lo que es difícil deshacerse. Pero confío en
que pronto aparecerán indicios de algunos animalillos, y que al término del
trayecto el largo horizonte revestirá nuevamente su esplendor.
Sólo cuando me detengo a descansar un poco cuento con algo de tiempo
para añorar mi otra bella, inútil, cómoda piel de tintes violáceos y las
presas que estaban justamente al alcance de mi lengua.
1964-1965