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perforados de varias maneras y llenados con aguas de colores que sorprendían al brotar.<br />
Toda la cristalería simulaba monstruosidades irisadas. Al asir ciertas urnas, se rompían las<br />
asas bajo los dedos y los flancos se abrían para dejar caer flores pintadas artificialmente.<br />
Pájaros de África, de cabeza escarlata, gorjeaban en jaulas de oro. Detrás de las rejas<br />
incrustadas, en los ricos paneles de las murallas, chillaban gran cantidad de monos de<br />
Egipto que tenían cara de perro. En preciosos receptáculos reptaban unos animalitos<br />
alargados que tenían flexibles escamas rutilantes y ojos estriados de azul.<br />
Así vivió Petronio en la molicie, pensando que el mismo aire que respiraba había sido<br />
perfumado para él. Cuando alcanzó la adolescencia, después de guardar su primera barba<br />
en un cofre labrado, comenzó a mirar a su alrededor. Un esclavo llamado Siro, que había<br />
trabajado en el circo, le enseñó cosas desconocidas. Petronio era bajo, moreno y bizco de<br />
un ojo. Su origen no era noble. Tenía manos de artesano y espíritu cultivado. De ahí que<br />
encontrara placer en modelar las palabras e inscribirlas. No se parecían a nada de lo que<br />
habían imaginado los poetas antiguos, pues trataban de imitar todo lo que lo rodeaba a<br />
Petronio. Sólo fue mucho más tarde cuando tuvo la desgraciada ambición de componer<br />
versos.<br />
Conoció pues a gladiadores bárbaros y a charlatanes de feria, hombres de mirada oblicua<br />
que parecían espiar las verduras y descolgaban las reses, niños de cabellos rizados que<br />
acompañaban a senadores, viejos parlanchines que discurrían en las esquinas los asuntos<br />
de la ciudad, criados lascivos y rameras advenedizas, vendedoras de frutas y patrones de<br />
posadas, poetas miserables y sirvientas pícaras, sacerdotisas equívocas y soldados<br />
errantes. Su mirada bizca los observaba y captaba exactamente sus modales e intrigas.<br />
Siro lo condujo a los baños de esclavos, a las celdas de prostitutas y a los reductos<br />
subterráneos donde las comparsas del circo se ejercitaban con espadas de madera. A las<br />
puertas de la ciudad, entre las tumbas, le contó historias de hombres que cambian de piel,<br />
que los negros, los sirios, los taberneros y los soldados guardianes de las cruces de suplicio<br />
se pasaban de boca en boca.<br />
Hacia los treinta años, Petronio, ávido de aquella diversa libertad, comenzó a escribir la<br />
historia de esclavos errantes y corrompidos. Reconoció sus costumbres entre las<br />
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