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Juifs. Katherine, mientras tanto, entrelazaba los hilos de los encajes, y en los atardeceres<br />

de verano tomaba fresco en el banco de la iglesia, donde estaba permitido reír y charlar.<br />

Katherine vestía una camiseta de tela cruda y una chaqueta de color verde. Le encantaban<br />

los adornos, y nada odiaba tanto como el rodete que distingue a las muchachas que no<br />

descienden de noble linaje. Le gustaban también las monedas de plata y los escudos de<br />

oro. Esto la llevó a juntarse con Casin Cholet, alguacil de castigo del Chatelet, que ganaba<br />

algún dinero de manera ilícita, amparándose en su cargo. A menudo cenaba con él en la<br />

hostería de la Mule, frente a la iglesia de los trinitarios. Después de cenar, Casin Cholet<br />

salía a robar gallinas del otro lado de los fosos de París. Las traía bajo su gran tabardo y las<br />

vendía muy bien a la Machecroue, viuda de Amoul, una hermosa vendedora de aves que<br />

tenía un puesto en las puertas del Petit‐Châtelet.<br />

Y pronto Katherine dejó de hacer encajes, pues la vieja de la nariz colorada se pudría ya en<br />

el osario de los Innocents. Casin Cholet encontró un cuartito bajo para su amiga, cerca de<br />

las Trois‐Puccelles, y allí solía visitarla al anochecer. No le prohibía asomarse a la ventana,<br />

con los ojos oscurecidos con carbón y las mejillas untadas de albayalde. Y todos los platos<br />

de frutas, vasijas y tazas en que Katherine ofrecía de comer y de beber a todos los que<br />

pagaban bien, habían sido robados en la Chaire o en Les Sygnes, o en la posada del Plat<br />

d'Etain. Casin Cholet desapareció un día en que empeñó en Les Trois‐Lavandières el<br />

vestido y el cinto de plata de Katherine. Sus amigos le dijeron que había recibido azotes<br />

atado a una carreta y que lo habían expulsado de París, por la Puerta Baudoyer, por orden<br />

del preboste. Katherine no volvió a verlo. Y sola, sin ánimo ya para ganarse la vida, se hizo<br />

ramera y vivió en cualquier parte.<br />

Primero esperó en las puertas de las hosterías, y los que la conocían se la llevaban detrás<br />

de los muros al pie del Chatelet, o contra el colegio de Navarre. Luego, cuando el frío<br />

recrudeció, una vieja complaciente la hizo entrar a un establecimiento de baños de vapor,<br />

cuya patrona la protegió. Vivió allí en un cuarto de piedra, tapizado de juncos verdes. Le<br />

conservaron su nombre de Katherine la encajera, si bien ya no hacía encajes. A veces le<br />

daban permiso para pasearse por las calles, a condición de que regresara a la hora en que<br />

la gente acostumbra a ir a los baños. Katherine solía mirar las tiendas de la guantera y de<br />

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