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Las agitadas tribus de carne y sangre. Con todas sus ansias y<br />
temores. Llevadas abajo son por <strong>la</strong> corriente Y se pierden al<br />
transcurrir los años.<br />
Y. con todo, en su soberbia los hombres afirman su voluntad y<br />
pretenden ser amos de <strong>la</strong> tierra. Bien, por un poco de tiempo es<br />
cierto, éste es el mundo de los hombres. Dios es admitido sólo<br />
como tolerado por el hombre. Es tratado como un rey de visita<br />
en un país democrático. Todo el mundo pone su nombre en sus<br />
<strong>la</strong>bios y (especialmente en ciertas ocasiones) es festejado,<br />
agasajado y loado. Pero detrás de toda esta adu<strong>la</strong>ción los<br />
hombres se mantienen firmes en su derecho a <strong>la</strong><br />
autodeterminación. En tanto que se le permita al hombre ser<br />
anfitrión, honrará a Dios con su atención, pero debe mantenerse<br />
siempre como huésped y nunca tratar de ser Señor. El hombre<br />
quiere que esto quede bien entendido: que éste es su propio<br />
mundo; establecerá sus propias leyes y decidirá cómo debe ser<br />
gobernado. A Dios no se le permite decidir nada. El hombre se<br />
inclina a Él, y al inclinarse, difícilmente logra ocultar <strong>la</strong> corona<br />
que tiene en su propia cabeza.<br />
Pero cuando entramos en el Reino de Dios nos encontramos en<br />
otra c<strong>la</strong>se de mundo. Es un mundo absolutamente distinto al<br />
mundo del que vinimos; es siempre diferente y mayormente<br />
contrario al viejo. En lo que los dos parecen asemejarse es sólo<br />
en apariencia, porque el primero es de <strong>la</strong> tierra, terreno; el<br />
segundo es del cielo. «Lo que es nacido de <strong>la</strong> carne, carne es; y<br />
lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.» Lo primero perecerá:<br />
lo segundo permanece para siempre.<br />
Pablo fue hecho apóstol por el l<strong>la</strong>mamiento directo de Dios.<br />
«Nadie toma para si mismo esta honra.» Entre los hombres<br />
vemos que en ocasiones unos artistas célebres aparecen ante <strong>la</strong><br />
realeza, y que su comparecencia se l<strong>la</strong>ma una «actuación por<br />
madato». Por muy dotados que estén, o por famosos que sean,<br />
no osarán irrumpir en presencia del rey, excepto por un<br />
l<strong>la</strong>mamiento real, un l<strong>la</strong>mamiento que viene a ser una orden.<br />
Este l<strong>la</strong>mamiento no les deja lugar a rehusar excepto a riesgo<br />
de afrentar a <strong>la</strong> majestad. Y en el caso de Pablo no fue distinto.<br />
El l<strong>la</strong>mamiento de Dios fue también su orden. Si Pablo hubiera<br />
estado en <strong>la</strong> carrera política, los votantes habrían podido<br />
determinar el resultado. SI hubiera estado tratando de hacerse<br />
un sitio en el mundo literario, su propia capacidad habría<br />
decidido su puesto. Si hubiera estado compitiendo en pugi<strong>la</strong>to,<br />
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