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como si fuera una cosa de poca importancia y que estuviera<br />
plenamente en nuestro poder. Se exhorta a <strong>la</strong> gente a<br />
reflexionar y a «decidirse» por Cristo, y en algunos lugares se<br />
dedica un día al año como «Día de <strong>la</strong> Decisión», en el cual se<br />
espera que <strong>la</strong> gente condescienda a concederle a Cristo el<br />
derecho a salvarlos, derecho que evidentemente le han<br />
rehusado hasta entonces. Así se lleva a Cristo a que vuelva a<br />
presentarse ante el tribunal humano: se le hace esperar a gusto<br />
del individuo, y después de una <strong>la</strong>rga y humilde espera es o<br />
bien echado a un <strong>la</strong>do o condescendientemente admitido. Por<br />
medio de una comprensión totalmente errada de <strong>la</strong> noble y<br />
verdadera doctrina de <strong>la</strong> libertad de <strong>la</strong> voluntad humana, <strong>la</strong><br />
salvación se hace depender peligrosamente de <strong>la</strong> voluntad<br />
humana en lugar de depender de <strong>la</strong> voluntad de Dios.<br />
Por profundo que sea el misterio, y por muchas paradojas que<br />
involucre, sigue siendo cierto que los hombres se vuelven<br />
santos no según su propia voluntad, sino por l<strong>la</strong>mamiento<br />
soberano. ¿No ha quitado Dios de nuestras manos <strong>la</strong> elección<br />
última con pa<strong>la</strong>bras como <strong>la</strong>s que siguen? «El espíritu es el que<br />
da vida; <strong>la</strong> carne no aprovecha de nada... Todo lo que el Padre<br />
me da, vendrá a mí... Nadie puede venir a mí, si el Padre que<br />
me envió no le atrae... Nadie puede venir a mí, si no le ha sido<br />
dado del Padre... le has dado potestad sobre toda carne, para<br />
que dé vida eterna a todos los que le has dado... Dios, que me<br />
había separado desde el vientre de mi madre, y me l<strong>la</strong>mó por su<br />
gracia, tuvo a bien reve<strong>la</strong>r a su Hijo en mí.»<br />
Dios nos ha hecho a su semejanza, y una marca de esta<br />
semejanza es nuestro libre albedrio. Oímos a Dios decir «El que<br />
quiera, venga.» Sabemos por amarga experiencia el mal de una<br />
voluntad no rendida y <strong>la</strong> bienaventuranza o el terror que penden<br />
de <strong>la</strong> elección humana. Pero detrás de todo esto y precediéndolo<br />
tenemos el derecho soberano de Dios de l<strong>la</strong>mar a los santos y<br />
de determinar los destinos humanos. La elección maestra es de<br />
Él, y <strong>la</strong> elección secundaria es <strong>la</strong> nuestra. La salvación es desde<br />
nuestro <strong>la</strong>do una elección, y desde el <strong>la</strong>do divino es un<br />
asimiento, un prendimiento, una <strong>conquista</strong> de parte del Dios<br />
Altísimo. Nuestra “aceptación” o “desicisión” son reacciones y no<br />
acciones. El derecho de <strong>la</strong> determinación debe siempre permanecer<br />
en Dios.<br />
Dios ha dado, desde luego, a cada hombre <strong>la</strong> capacidad de<br />
cerrar su corazón y de <strong>la</strong>nzarse a <strong>la</strong> deriva tenebrosamente a <strong>la</strong><br />
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