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Juan Rulfo - SpDistribuciones

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Desesperado se levanta<br />

Fabio Morábito<br />

24 SP | JULIO 2008<br />

Desesperado se levanta,<br />

atisba atrás de las cortinas<br />

en busca de otros como él,<br />

pero se le aparece unánime el descanso<br />

en las ventanas:<br />

ninguna luz,<br />

ni un parpadeo televisivo.<br />

Está pagando el haber ido por atajos<br />

que los demás rehusaron por temor,<br />

por ética o por flojos.<br />

Quien se pasa de listo se enemista con el sueño,<br />

es una frase que le repetían de niño.<br />

Entonces levanta el auricular<br />

y marca como otras veces un número cualquiera,<br />

y cuando le responden,<br />

dice «perdón»,<br />

sintiéndose aliviado, aunque con culpa.<br />

Vuelve a la cama y piensa en el desconocido<br />

que está tratando de dormirse,<br />

tal vez un pobre insomne como él a quien el timbre<br />

del teléfono sacó de su desolación nocturna.<br />

Fabio Morábito (Alejandría, 1955) es poeta y narrador. Entre su obra poética destacan: Lotes baldíos (1985, Premio Carlos Pellicer), De lunes todo el año (1991, Premio Aguascalientes) y Alguien<br />

de lava (2002). Como cuentista ha publicado La lenta furia (2002), La vida ordenada (2000), También Berlín se olvida (2004), y Grieta de fatiga (2006, Premio Antonin Artaud).<br />

POESÍA<br />

www.spdistribuciones.com<br />

Animal de memoria<br />

Miguel Morey<br />

En este texto Miguel Morey interroga y elucida en torno a dos conceptos muy relevantes en<br />

cuanto al registro del discurrir humano: memoria e historia, relacionadas de manera muy cercana<br />

con lo oral y con lo escrito, respectivamente. La primera es más inmediata y maleable, vinculada<br />

con «lo que es imposible olvidar», en tanto que la segunda es más fija, más política —en<br />

tanto historia de los vencedores— y tiene que ver con «lo que es necesario saber». El recuerdo<br />

y registro de lo sucedido se mueve entre las dos y queda a cada cual, dice Morey, recargarse<br />

hacia cualquiera de los polos, con todas las consecuencias que dicha decisión implica.<br />

Probablemente, memoria e historia<br />

no sean sino dos modos de<br />

hacer experiencia del presente;<br />

dos asientos, dos lugares desde<br />

los que ponderar el peso de lo<br />

que ahora nos rodea. Pero son<br />

dos lugares heterogéneos, dos dimensiones<br />

diferentes, qué duda<br />

cabe: en principio, resulta incluso<br />

extraño verlas unidas en<br />

una sola palabra.<br />

La memoria apunta a aquello<br />

que en el pasado fue objeto de<br />

una experiencia que resultó inolvidable,<br />

algo que se aprendió entonces<br />

y que se conserva. Y algo<br />

de lo que se sigue aprendiendo<br />

todavía, buscando su justa medida<br />

cada día que en este presente<br />

de hoy aflora el recuerdo<br />

de aquel pasado. Por eso la memoria<br />

que se tiene de las cosas<br />

cambia con el tiempo, por eso<br />

siempre da ocasión de una nueva<br />

medida para cada presente.<br />

La historia recoge lo que se<br />

sabe del pasado, punto por punto,<br />

sin olvidar nada. La historia<br />

se escribe, para que todo conste:<br />

la sucesión de los linajes, la<br />

extensión de los territorios, las<br />

hechuras de los conflictos, todos<br />

sus vaivenes… Y en ellos está<br />

incluida también la pequeña<br />

historia de cada cual, aquello que<br />

nadie puede permitirse olvidar:<br />

nombre, domicilio, rango social.<br />

Nuestras agendas también pertenecen<br />

a la carnaza de la que se<br />

nutre el saber de la historia.<br />

Si fuera cierto que el pasado<br />

detenta el secreto de lo que somos,<br />

no sería menos cierto que<br />

se dice de dos maneras muy diferentes<br />

eso que somos según<br />

cuál sea la frecuencia en la que se<br />

entona ese pasado, en una clave<br />

o en otra, según lo que es necesa-<br />

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rio saber, o según lo que es imposible<br />

olvidar.<br />

Que los hombres vuelven mudos<br />

de la guerra, sin nada que<br />

contar, no es un dato histórico<br />

para Benjamin, es un acto de memoria.<br />

Hoy su afirmación puede<br />

ser para nosotros un testimonio<br />

de aquellos tiempos de la<br />

guerra del 14, si se quiere, pero<br />

indudablemente su lección no<br />

es ésta, no eso lo que hace que<br />

se inmiscuya en nuestra propia<br />

memoria, como un enigma del<br />

que siempre queda hoy algo por<br />

aprender.<br />

Memoria, Mnemosyne, era en<br />

tiempos arcaicos la madre de<br />

las Musas, a las que invocaban<br />

los cantores antes de comenzar<br />

su canto, so pena de quedarse<br />

sin nada que contar. Probablemente,<br />

en su forma originaria<br />

las musas eran tres, como las que<br />

se veneraban en el templo de<br />

Helicón: Meletea (la atención, la<br />

concentración), Mnemea (la memoria)<br />

y Aedea (la voz, el canto).<br />

Entre las tres describen con una<br />

precisión tan nuclear los pasos<br />

que conducen la oralidad que<br />

sus huellas perdurarán claramente<br />

hasta los tratados clásicos<br />

de elocuencia latina (se recordará<br />

su pautado: inventio, dispositio,<br />

elocutio, memoria y actio o<br />

pronuntiatio). En su versión canónica,<br />

a partir de Hesíodo, las<br />

musas pasarán a ser nueve, y ya<br />

no son competencia exclusiva<br />

del cantor, ni siquiera del arte<br />

sino también del conocimiento<br />

(la geometría, la astronomía, la<br />

historia misma), aunque todas<br />

ellas sigan siendo ante todo<br />

mousiké, música, formas de la<br />

memoria…<br />

A Clío, la musa tutelar de la<br />

historia y la poesía heroica, se la<br />

suele representar con un rollo<br />

de papiro en la mano y se cuenta<br />

de ella que fue la que introdujo<br />

el alfabeto fenicio en Grecia,<br />

la llamada escritura fonética. La<br />

historia se escribe, lo sabemos,<br />

y la poesía se canta. De hecho,<br />

incluso hoy, hasta que no se le<br />

ha devuelto su voz al poema éste<br />

no acaba de contarnos entero su<br />

secreto, hasta que no se nos repite<br />

en la memoria ( par coeur, by<br />

heart), su voz no acaba de cantarnos<br />

entera su canción. Por el<br />

contrario, lo que la historia nos<br />

cuenta está siempre ahí, en la<br />

exterioridad impasible de lo que<br />

queda escrito, en el archivo de<br />

lo que consta.<br />

<strong>Juan</strong> <strong>Rulfo</strong>, Tepeaca, Puebla, década de 1930 ó 1940.<br />

Ojala las cosas fueran ahora tan<br />

sencillas —debería replicarse sin<br />

embargo. Y es que lo que queda<br />

inscrito no consiste, al fin y al<br />

cabo, también lo sabemos, sino<br />

en los monumentos y los documentos<br />

de un heroísmo que dice<br />

ser el propio de los nuestros<br />

tan sólo; de los vencidos no quedan<br />

sino huellas, rastros, indicios.<br />

Que la historia ha sido siempre<br />

la historia de los vencedores es<br />

un tópico tan antiguo como la historia<br />

misma, podría decirse que<br />

es la opción que constituye su<br />

punto mismo de partida. Pero es<br />

un tópico al que no cabe contraponer<br />

tan fácilmente alguna evidencia<br />

que fuera más esencial,<br />

como la que encarnaría la figura<br />

del poeta, por ejemplo, en tanto<br />

que detentador de la auténtica memoria<br />

y señor de las palabras de<br />

la tribu. Ésta es una mirada moderna,<br />

únicamente moderna. Guardando<br />

un respetuoso silencio<br />

respecto de Homero y los grandes<br />

trágicos, hay que recordar<br />

que la historia del cantor a sueldo<br />

del mejor postor podría muy<br />

bien comenzar con Simónides<br />

JULIO 2008 | SP 25

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