mensajes selectos tomo 1.pdf - Cristianos
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definitivamente cortadas sus perspectivas de futura influencia sobre ellos. La humanidad de Cristo demostraría<br />
por los siglos eternos la cuestión que definía la controversia.<br />
La impecable naturaleza humana de Cristo<br />
Al tomar sobre sí la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó de su pecado en lo más<br />
mínimo. Estuvo sujeto a las flaquezas y debilidades que rodean al hombre, "para que se cumpliese lo dicho<br />
por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias" (Mat. 8:<br />
17). Fue conmovido por el sentimiento de nuestras debilidades y fue en todo tentado a nuestra semejanza. Y,<br />
sin embargo, no conoció pecado. Fue el Cordero "sin mancha y sin contaminación" (1 Ped. 1: 19). Si Satanás<br />
hubiera logrado con su tentación que Cristo pecara en lo mínimo, 300 habría herido la cabeza del Salvador.<br />
Tal como sucedieron las cosas, sólo le pudo herir el talón. Si hubiera sido tocada la cabeza de Cristo, habría<br />
perecido la esperanza de la raza humana. La ira divina habría descendido sobre Cristo así como descendió<br />
sobre Adán. Hubieran quedado sin esperanza Cristo y la iglesia.<br />
No debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo. Nuestra fe<br />
debe ser inteligente; debemos mirar a Jesús con perfecta confianza, con fe plena y entera en el Sacrificio<br />
expiatorio. Esto es esencial para que el alma no sea rodeada de tinieblas. Este santo Sustituto puede salvar<br />
hasta lo último, pues presentó ante el expectante universo una humildad perfecta y completa en su carácter<br />
humano, y una perfecta obediencia a todos los requerimientos de Dios. El poder divino es colocado sobre el<br />
hombre para que pueda llegar a ser participante de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción<br />
que está en el mundo por la concupiscencia. Por esto el hombre, arrepentido y creyente, puede ser hecho<br />
justicia de Dios en Cristo. 301<br />
36. No Hay Castas en Cristo*<br />
EL ÁNGEL más encumbrado del cielo no tenía poder para pagar el rescate de un alma perdida. Los<br />
querubines y serafines tienen únicamente la gloria de que han sido dotados por el Creador como criaturas<br />
suyas, y la reconciliación del hombre con Dios sólo podía ser realizada mediante un mediador que fuera igual<br />
a Dios, que poseyera los atributos que lo dignificaran y lo declararan digno de tratar con el Dios infinito en<br />
favor del hombre, y también de representar a Dios ante un mundo caído. El sustituto y garantía del hombre<br />
debía tener la naturaleza del hombre, un entronque con la familia humana a quien había de representar, y,<br />
como embajador de Dios, debía participar de la naturaleza divina, debía tener una unión con el Infinito a fin<br />
de manifestar a Dios ante el mundo y ser un mediador entre Dios y el hombre.<br />
Unicamente en Cristo se encontraban esas cualidades. Revistiendo su divinidad con humanidad, vino a la<br />
tierra para ser llamado Hijo del hombre e Hijo de Dios. Era la garantía para el hombre, el embajador para<br />
Dios: la garantía para el hombre al satisfacer mediante su justicia [de Cristo] las demandas de la ley de Dios<br />
en lugar 302 del hombre, y el representante de Dios al hacer manifiesto su carácter ante una raza caída<br />
El Redentor del mundo poseía el poder de atraer a los hombres hacia él, de aquietar sus temores, de disipar su<br />
lobreguez, de inspirarlos con esperanza y valor, de capacitarlos para creer en la buena voluntad de Dios de<br />
recibirlos mediante los méritos del Sustituto divino. Como objetos del amor de Dios, siempre debiéramos estar<br />
agradecidos porque tenemos un mediador, un abogado, un intercesor en las cortes celestiales, que suplica por<br />
nosotros ante el Padre.<br />
Tenemos todo lo que pudiéramos pedir para inspirarnos fe y confianza en Dios. En las cortes terrenales,<br />
cuando un rey quiere dar la máxima garantía que asegure su veracidad, da a su hijo como rehén, para ser<br />
rescatado cuando se cumpla la promesa del rey. Y he aquí, qué prenda de la fidelidad del Padre, porque<br />
cuando quiso asegurar a los hombres de la inmutabilidad de su consejo, dio a su unigénito Hijo para que<br />
viniera a la tierra y tomara la naturaleza humana, no sólo por los cortos años de vida, sino para retener esa<br />
naturaleza en las cortes celestiales como garantía eterna de la fidelidad de Dios. ¡Oh, la profundidad de las<br />
riquezas tanto de la sabiduría como del amor de Dios! "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos<br />
llamados hijos de Dios" ( 1 Juan 3: 1).<br />
Mediante la fe en Cristo, llegamos a ser hijos de la familia real, herederos de Dios y coherederos con<br />
Jesucristo. Somos uno en Cristo. Al mirar el Calvario y ver al Doliente regio que en la naturaleza del hombre,<br />
y para él, llevó la maldición de la ley, son raídas todas las distinciones nacionales, todas las diferencias<br />
sectarias; se pierden todo el honor de las jerarquías, todo el orgullo de castas.<br />
La luz que brilla del trono de Dios sobre la cruz del Calvario para siempre pone fin a las separaciones hechas<br />
303 por el hombre entre clases y razas. Hombres de todas las clases llegan a ser miembros de una familia,<br />
hijos del Rey celestial, no mediante el poder terrenal, sino mediante el amor de Dios que dio a Jesús para que<br />
llevara una vida de pobreza, aflicción y humillación, para que muriera una muerte de vergüenza y agonía, a fin<br />
de que él pudiera llevar a muchos hijos e hijas a la gloria.