El unicornio - Lengua, Literatura y Comunicación Cuarto año
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aedificandi. A algunas reliquias las enviaban de viaje, a los alrededores o a través de<br />
Francia, en giras limosneras, y los estudiantes burlones iban de acá para allá, colgado del<br />
cuello el cuerno de la tinta, detrás de la oreja la pluma de ganso o la ligera caña,<br />
mostrando también, por dinero, ciertos inventados vestigios místicos, que juraban<br />
proceder del mercado pío de Constantinopla, y que incluían desde uno de los platos<br />
utilizados en las bodas de Cana, hasta el anillo de casamiento de la Virgen María y el<br />
Santo Prepucio. Pero frente a esas extravagancias, falsías y mofas, que engatusaban a<br />
las pobres gentes ahítas de leyenda, y que eran más dignas de apóstatas procaces y de<br />
esclavos de Mahoma que de hijos de la suprema fe romana, maravillaba la exaltación<br />
auténtica que ardía en los talleres de Nuestra Señora la Grande.<br />
Pons pertenecía a una categoría superior, dentro de los obreros de la piedra: tallaba<br />
imágenes, y aunque el concepto de artista surgió mucho después y la noción de escultor<br />
todavía no se había afirmado, el marido de Berta se destacaba por la consideración de<br />
que gozaba ante los distintos maestros de obras, delegados del capítulo, que tenían a su<br />
cargo la dirección financiera de la fábrica. Nómade, como la mayoría de los de su clase,<br />
que llegaban en sus andanzas profesionales, fuera de Francia, hasta Burgos y Alemania y<br />
Suecia y aun acompañaban a los cruzados a Oriente, donde se requerían templos y castillos,<br />
hacía cinco <strong>año</strong>s ya, empero, que se había establecido en Poitiers. Conoció en dicha<br />
ciudad a Berta quien, ansiosa por darle un tono regular a su vida, había instalado una pequeña<br />
posada, en la que los canónigos de Nuestra Señora alojaban a determinados<br />
menestrales, de acuerdo con sus contratos. A pesar de ser un hombre ejemplar, celoso<br />
de las prácticas devotas y de una austeridad notable, los comentarios que circulaban<br />
acerca del pasado profesionalmente libertino de la hostelera no debilitaron la admiración<br />
que en seguida sintió por su belleza madura y por su eficiencia económica, estimulando,<br />
al contrario, su apostólica ambición de redimirla. Berta, movida a su vez por el halago de<br />
la seducción que ejercía sobre un hombre de costumbres tan puras, que no sería muy<br />
atrayente pero contaba con un sano prestigio, dedujo que se le ofrecía la ocasión de<br />
encauzar su destino seriamente y se casó con él. Tenía hambre de respeto. Desde<br />
entonces, todo su ahínco tendió a consolidar su posición burguesa. Habló, más que<br />
nunca, de su abuelo Pedro Barthélemy, el descubridor de la Santa Lanza que salvó a<br />
Antioquía, y si aludió a los archisabidos desaciertos de su juventud, sólo mencionó, pues<br />
no había modo de evitarlo, al caballero de Lusignan, padre de su hijo, relegando al padre<br />
de Azelaís, de cuna seguramente menos espléndida, y corrió un velo de silencio sobre los<br />
numerosos compañeros de placeres fugaces que le atribuía la liberalidad cizañera,<br />
murmuradora, del envidioso mercado, y cuya nómina, sin cesar enriquecida y exagerada,<br />
incluía a Manassé d´ Hyergues, condestable del rey Baudoin III; a Efrén, el decorador de<br />
mosaicos, a quien se debe la encantadora taracea de piedras multicolores de la basílica<br />
de Belén; a Basilius, el pintor que iluminó las páginas del salterio de la reina Melisenda; y<br />
a infinitos capitanes, soldados, estudiantes, juglares, peregrinos, titiriteros,<br />
flautistas, gaiteros, algún moro, varios judíos, volatineros, danzarines y vagabundos en<br />
general, que según el consenso público habían saboreado su intimidad complaciente y<br />
tarifada. Robusta, guapa, hacendosa, se la encontraba desde el alba fregando y<br />
ordenando. Era obvio que Aiol y Azelaís, pruebas irrefutables de sus extravíos en las<br />
tierras evangélicas, la incomodaban. Al primero quiso alejarlo, impulsándolo, con ayuda<br />
de los canónigos, a los éxtasis rituales de la vida claustral. Soñaba con llamarlo prior,<br />
obispo: mi hijo, el obispo Aiol de Lusignan; y hasta había hecho una promesa —la de<br />
cortarse la cabellera caudalosa— a la Santa Lanza, para cumplirla el día en que eso<br />
sucediera. Pero los acontecimientos no demostraban la potencia del hierro que su<br />
antecesor había hallado providencialmente, y Berta conservaba, para beneficio exclusivo<br />
de Pons, sus guedejas que ant<strong>año</strong> fueron refugio de las caricias de la muchedumbre.<br />
Sobre ese hierro de Antioquía hay mucho que decir. Yo he analizado el tema, hace poco,<br />
valiéndome de un libro de F. de Mély, Exuviae sacrae constantinopolitanae, y en el tomo<br />
III he clasificado referencias que copio en provecho del lector. 1°) la única Santa Lanza<br />
tolerablemente auténtica, es la que se vio en Jerusalén desde el promedio del siglo VI y<br />
pasó, en parte, a Constantinopla; Bayaceto la obsequió al papa Inocencio VIII en 1492 y<br />
hoy se la venera en Roma, en la basílica de San Pedro. 2°) la punta, la moharra de esa<br />
Lanza, había sido desprendida en el <strong>año</strong> 614, pero también fue conducida a<br />
Manuel Mujica Láinez 43<br />
<strong>El</strong> <strong>unicornio</strong>