3. Mobbing o Linchamiento Moral: Violencia so - Confederación de ...

3. Mobbing o Linchamiento Moral: Violencia social
fantasma con resultados de indefensión
personal e intransferible
Introducción
Dr. Francisco Fuertes Martínez
Confederación de STEs-Intersindical La violencia en el trabajo
Universidad Jaime I
fuertes@psi.uji.es
Lo que sigue, se presenta como conclusiones, o generalizaciones, siempre
provisionales, del estudio en profundidad de cerca de setenta casos de
Mobbing o Linchamiento Moral atendidos en los últimos seis años. Trata de
ser un análisis psicosocial desenmascarante de la estructura y dinámica de
este síndrome violento, socialmente transmitido a la vez que intangible y negado,
en contraste trágico con la cruda evidencia –personal e intransferible–
de sus efectos íntimos en quien lo sufre. A través de diversas imágenes, metáforas
o analogías, e incluso humor (que deviene negro), intento esbozar el
espectrograma de tal proceso fantasmal; con un segundo objetivo: conseguir
la empatía con las personas acosadas del máximo número de individuos, y
sobre todo, de colectivos; y ya sería mucho pedir, si consiguiera sonrojar a
algún acosador 1 . El autor ya está ruborizado de antemano, por tal atrevimiento.
La fuente fundamental de estas reflexiones son los datos empíricos ofrecidos
por, y observados en, las víctimas; necesariamente interpretados, con
mejor o peor fortuna, bajo los esquemas teóricos aportados por el maestro
Heinz Leymann (1993, 1996), a su vez, replanteado desde el bagaje profesional
del autor como psicólogo social de las organizaciones, encuadrado en una
perspectiva crítica –quizá, sólo postmoderna– de esta disciplina, del tipo que
impregna los manuales de Morgan (1986/1990) y Clegg y otros de 1996, así
como la recopilación de Clegg de 2002. Por limitaciones del autor, la literatura
jurídica, y en general normativa, está completamente ausente de este trabajo,
pero sí se alude a la institución judicial con la venia que ofrece el argumento
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de que «el derecho es sentido común codificado»; lo que desconoce
supinamente el autor son sus sistemas de codificación.
Definición
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Francisco Fuertes Martínez
El «mobbing» 2 es un síndrome de violencia grupal consistente en la agresión
oportunista, subrepticia, sistemática, envolvente e impune, hacia un individuo,
en tanto se resiste a la voluntad arbitraria del líder –autoofendido– del
grupo; quien mantiene el objetivo amoral, autolegitimado, de desacreditar radicalmente
al insumiso a través de acciones sociales interpuestas encaminadas
a la distorsión perversa de la comunicación y los significados que definen
la identidad psicosocial de la víctima, así abocada a la indefensión y sus aún
más graves consecuencias asociadas.
Dada su reciente descripción científica, no hay todavía consenso en su
denominación y acotamiento. Se le conoce también por las etiquetas de: Hostigamiento,
Acoso o Maltrato Moral o Psicológico, Psicoterror, etc. Algunas de
estas denominaciones pretenden aludir a modalidades concretas de este tipo
de violencia; en este resumen, tenderé a indagar en los componentes que
tienen en común tales concreciones. En cualquier caso, desde el punto de
vista de las soluciones más urgentes y necesarias, tanto da galgos como podencos.
Desde un desequilibrio de poder fáctico creciente (real o simbólico; humanamente
real, en definitiva) la propia dinámica de este síndrome tiende a organizarse,
reescribirse –como en el culebrón televisivo de turno se replantea
el guión en función de los índices de audiencia y caché de los actores–, en la
dirección más fatídica para la víctima aislada, si no intervienen fuerzas sociales
externas que contrarresten el totalitarismo grupal encubierto y autolegitimado
agresor; como argumentan extensamente Watzlawick, Beavinm y
Jackson (1967/1997) a propósito de la pragmática patológica de la comunicación
interpersonal, englobada nuclearmente en este síndrome 3 . La cruda realidad
del sufrimiento, íntimo y exclusivo, experienciado por la víctima, contrasta
y se agranda en relación con la ambigüedad o intangibilidad, socialmente
construida, de sus causas, sumiendo a la víctima en una progresiva indefensión,
y de ahí al desencadenamiento de otros daños sin límite; análogos a los
de los enfermos de VIH: un simple catarro puede abocar a un desenlace fatal
a estos últimos, como una discusión de pareja a los primeros.
Características estructurales: clausura y privacidad
Se ha identificado fundamentalmente en el ámbito laboral 4 , que contiene
una característica estructural esencial para que tal fenómeno cobre cuerpo: la
atadura, clausura o restricción de la capacidad de respuesta de la víctima
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Mobbing o Linchamiento Moral
para replicar, y en su caso, abandonar –a tiempo–, el escenario intolerantemente
hostil, que comparte con los agresores. Pero hay multitud de ámbitos
de la vida social con este mismo ingrediente: el matrimonio o pareja (Acoso
Moral), la familia («Hijo Emperador»), la vivienda (A. Inmobiliario), la institución
educativa (Bullying), la vida militar o religiosa, las pequeñas comunidades
de baja movilidad; o incluso, la relación comercial con empresas de servicios
básicos (agua, gas, electricidad, telefonía) en los que no es tan fácil
cambiar de empresa suministradora como se muda de supermercado (A. comercial).
Tal clausura no es sólo física, sino también simbólica y normativa; marca
unos roles, reglas a seguir, compromisos a cumplir (Fuertes y Díaz, 2002; Fuertes
y Fortea, 2000), específicos de cada cultura y tecnología organizacional,
que forman parte del sentido común, de lo consabido, garantizado; siempre
subordinados a sus equivalentes del ámbito más amplio del Estado Social y de
Derecho. Ahora bien, estas reglas se las saltan sibilinamente el grupo agresor y
su líder, sólo rezan –y con rigidez cínica– para la víctima acorralada.
Las sociedades degeneran a una
etapa peor a la de la ley de la selva,
cuando desdoblan cínicamente las
reglas básicas de convivencia: «virtudes
públicas –vicios privados», «dobles
varas de medir», una para «los
míos», o los poderosos, otra para los
débiles o debilitables. En la pura ley
de la selva todos están sobreaviso de
su vigencia; en esta inconfesable regresión
histórica, no.
Al acosado se le niegan sorpresivamente
derechos fundamentales,
irrenunciables.
DALÍ: Relojes blandos
Conviene resaltar que además de la clausura, física u objetiva, y simbólica,
normativa, o intersubjetiva, el escenario físico del núcleo del acoso debe
reunir cierto grado de privacidad o invisibilidad de su dinámica interpersonal
primaria respecto de la sociedad en general, la institución, o simplemente de
testigos imparciales. Puede haber un núcleo duro de relación diádica estrictamente
privada, literalmente sin testigos, entre el acosador y la víctima, como
es el caso de la alcoba 5 ; lo que también ocurre en diferentes momentos y
escenarios de la vida social y laboral (en los despachos o los baños públicos,
por ejemplo) en los que el agresor arremete verbalmente (chantajes
inconfesables), e incluso físicamente (como en la violación, el llamado «Day
Rape», el síndrome de Münchausen por poderes (Fuertes, 2005), o la vio-
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lencia familiar en general). Pero hay, o emerge, un segundo círculo grupal de
testigos ingenuos, previa o progresivamente cautivos, de los que el acosador
se vale «mafiosamente» para materializar o validar la agresión; como el delincuente
informático se sirve de Internet, aprovechando tanto soportes pasivos
como acciones más o menos ingenuas o colaboradoras de los receptores
intermedios; la ventaja de Internet es que permite la rastreabilidad.
Características procesuales
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Francisco Fuertes Martínez
Tal clausura engloba pues, diferentes niveles de control público incompleto,
por cuyo paso el proceso agresor se energiza socialmente. La víctima se
debilita especialmente con la doble moral que el cinismo del grupo agresor se
reserva para sí mismo rompiendo sus expectativas de rol –refinamiento formal
público, salvajismo privado–, mientras que la víctima ni puede, ni quiere,
saltarse lo estrictamente ético de los roles y reglas sociales legítimamente
establecidos. En este aspecto encontramos un gran paralelo con la persecución
policial democrática del crimen organizado, resumida en aquella expresión
de la novela negra: «La policía es tonta». Nos falta, entre otros muchos,
un término en la mayoría de las lenguas, que distinga la auténtica inteligencia,
creatividad o innovación, de la burda «eficacia», nada eficiente, resultante del
mero saltarse impunemente las reglas éticas.
La táctica agresora general se basa en manipular todo aquello que resulte
en una comunicación antropológica monopolizada, hostil y amoral; generada
inicialmente por el líder/acosador, y propagada por el grupo, valiéndose directa
o instrumentalmente de la sustracción de recursos, ataques al estatus laboral
y profesional, la vida personal y privada, el entorno social o la salud física y
psíquica; y en general todo aquello que en la especificidad del «aquí y ahora»,
en el contexto oportunistamente aprovechado, contribuya a prostituir
sibilinamente las atribuciones psicosociales básicas de dignidad de la víctima
6 . Aunque aisladamente puedan parecer «normales», su sistematicidad,
persistencia, difícil rastreabilidad 7 e impunidad, desbaratando cualquier legítima
acción de defensa de la víctima, envuelve a ésta en un estrés social
extremo, mutando la actitud inicial sanamente insumisa (reactancia psicológica),
en una destructiva vivencia final de indefensión psicológica, el truncamiento
de todo un proyecto vital (la convicción progresiva de que «mi vida
está en manos de fuerzas incontroladas 8 , no vale la pena hacer nada»).
Conforme el proceso de acoso prostituye las atribuciones sociales de la
víctima, sus réplicas más lógicas, naturales y legítimas, son interpretadas en
su contra, como justificantes del acoso. Watzlawick y sus colegas cuentan el
caso revelador de una señora que, estando de visita en la habitación de un
hospital psiquiátrico, momentáneamente sola, es embutida en camisa de fuerza
por un par de celadores, y trasladada, como enferma, a otro centro: la negación
de la señora de su condición atribuida de enferma, así como su resisten-
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cia, fueron interpretadas por los celadores como demostraciones claras de su
condición real de enferma mental.
Como en el caso de indisciplina urbanística, en el que el vecino afectado
no puede, ni debe, derribar por su cuenta la obra abusiva levantada por su
vecino; sino que debe denunciarla ante el Ayuntamiento; así son, análogas,
las defensas empleadas por el acosado. Inicialmente recurre a la conciencia
moral del agresor, luego al entorno de los demás vecinos y por fin al Ayuntamiento.
Habitualmente éste dilata la sentencia de demolición, o incluso, la
reduce a una simple multa. El impotente enfado del afectado, termina siendo
más castigado por la corporación que la obra abusiva, mantenida para el cabreo
diario del afectado, más aún que por sí misma, por la actitud envalentonada,
y amenazante del agresor, ante otros posibles actos legítimos de defensa.
Añádase a todo esto, el significado profundo de la vivienda habitual y
las relaciones de vecindad.
Dinámica temporal
Se distinguen las siguientes ETAPAS según el alcance social del conflicto
se va ampliando, determinando su solución, o su agravamiento:
Prolegómenos, etapa inicial de
«tanteo» entre quien pretende la sumisión
consentida de otro, alardeando de
grandes cualidades virtuales, (algo parecido
a la táctica de captación de las
sectas por «bombardeo de amor»), y
ese otro, con cualidades envidiadas llevadas
con llaneza, que por ingenuidad,
educación, cautela, duda generosa,
miedo o torpeza, cede inicialmente o
no replica con un «no» nítido y diplomático
a tiempo. El cultivo de habilidades
sociales de asertividad en situaciones
delicadas es el antídoto para
prevenir, más que para superar esta
fase; así como la responsabilidad de
la autoridad para evitar o vigilar tales
situaciones. Un ejemplo extremo y dramático
es el de la enfermera o trabajadora
social novel, sin entrenamiento
específico ni asistencia de veterano/as,
sola, ante el «simple» acoso (no inclu-
Mobbing o Linchamiento Moral
ye la violación, sino la amenaza) sexual
de enfermos mentales
GOYA:
La maja y los encapuchados
9 . La ignorancia
institucional sobre este riesgo concreto
es supina.
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Incidente/s crítico/s, detonador del conflicto, en el que la potencial víctima,
finalmente decepcionada, expresa, verbal o conductualmente, voluntaria
o involuntariamente, «alto y claro» (sobre todo en contraste con la etapa anterior)
hacia el domador diletante, un penta mensaje: 1) Rotunda voluntad de
independencia, 2) ante alguien desenmascarado como el antimodelo social
de lo que pretende parecer, 3) de lo que el indómito tiene evidencia, fruto de la
etapa previa, 4) que podría dar testimonio de ello, y 5) que tiene miedo, mucho
miedo, de la decidida voluntad amoral del acosador para hacer uso oportunista
del poder circunstancial que acapara; a la vez que una fe ciega en que
el estado de derecho lo impedirá o lo castigará, si ocurre. Basta con que uno
o dos de estos componentes estén vagamente explícitos, el resto lo pone el
contexto, y sobre todo, las gratuitas inferencias del destinatario, quien ofendido
en lo más íntimo («se siente amenazado» a la vez que envalentonado), se
autolegitima para castigar sin límite.
Son necesarias especiales cautelas ante los «equilibristas o burbujas sociales»,
que se tambalean por un simple soplo.
En el ámbito laboral, un ingrediente importante para este caldo de cultivo,
de relaciones interpersonales delicadas, cargadas de potencial suspicacia,
deriva de las políticas de gestión de personal por objetivos individuales, bajo
una retórica, cínica, de trabajo en equipo, con su consiguiente programa de
incentivos (donde se definen criterios retóricamente ampulosos, medidos por
los indicadores más burdos 10 ). La buena fe o credulidad de unos es aprovechada
oportunamente por el pragmaticismo amoral, o simplemente impune –
y como tal, premiado–, de otros. El pragmatista amoral, virtualmente exitoso
encumbrado, no puede soportar el rechazo del que él considera «un/a simple
idealista, sentimental, o bello animal».
Fase nuclear de las agresiones,
en la que el grupo entra en escena
progresiva y definitivamente (en una
situación social sana abortando la
bestia virtual antes de nacer), pero a
veces –y es el tema que nos ocupa,
propagando no sólo cuantas acciones
sugiera el líder, sino adelantándose
a sus deseos. Como es el tipo especial
de muchos acosos erróneamente
considerados como horizontales o
ascendentes, donde el líder es un
poder superior, en la sombra, que se
complace en, o alienta, las agresiones
«espontáneas» entre iguales o
hacia un cargo intermedio.
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Francisco Fuertes Martínez
Un caso extremo: Un padre que se
complace en las burlas a su hijo homosexual,
por cuanto siente amenazada,
como padre, su propia imagen
social de «macho» 11 . El acoso cumple
una función adicional ejemplarizante
para el resto de los actores que
comparten escenario, «un aviso para
navegantes», que pretende conseguir,
con miedo y uso arbitrario e impune
del poder, un estado de sumisión general
(¿Mobbing sociológico?). En
este proceso la víctima resulta socialmente
estigmatizada, llegando a colaborar
en su propio acoso. La ayuda
de personas de confianza de la vícti-
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ma (incluidos los sindicatos, oficiosamente),
para analizar el problema y
evaluar estrategias de solución, o al
menos de no empeoramiento, es fun-
VELÁZQUEZ:
Las Meninas
Mobbing o Linchamiento Moral
damental, debido al casi absoluto desequilibrio
de poder entre las partes. El
acosado debe procurar y demostrar
eficientemente que no está solo 12 .
Fase de alarma institucional, cuando las autoridades de personal y/o
los sindicatos (ahora públicamente) intervienen, dando al problema un carácter
oficial. Los responsables de personal a menudo niegan la existencia o
justifican el conflicto, –a fin de cuentas, una denuncia de acoso pone en cuestión
al sistema establecido– siendo directamente responsables. La actuación
más perniciosa de los sindicatos deriva de la frecuentísima desunión
intersindical ante casos concretos; a la inversa, la unión de dos o más sindicatos
en la denuncia de un caso en una empresa ofrece frecuentemente soluciones
espectaculares. Un salto intercambiable, en esta etapa o en la anterior,
ocurre con la intervención externa de profesionales terapeutas, asesores
jurídicos o inspectores de trabajo, hasta «la baza final» de recurrir al juzgado.
Si no se logra la solución, el problema se agrava (más allá de lo económico,
el acosado tiene que invertir en el proceso el mismo tipo de recursos
psicosociales que reclama y de los que está escasísimo; incluso en números
rojos); las consecuencias finales pueden llegar a la exclusión profesional y
social, a través conflictos trasladados a otras redes sociales (los amigos, la
familia), bajas definitivas, abandono voluntario del trabajo, jubilaciones anticipadas,
graves enfermedades, e incluso el suicidio.
Por las restricciones de espacio de los cuadros anteriores, permítaseme
añadir a traspiés, por un lado, unos ejemplos especialmente típicos de incidente
crítico: uno es el caso del policía municipal que manifiesta al político local
corrupto algo con este significado: «Sé que usted no es lo honesto que presume,
no me someto a sus arbitrariedades»; es el tipo de incidente concreto más
repetido en nuestra muestra, englobado en una categoría más amplia muy pro-
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Presentación
pia de las administraciones públicas que tiene que ver con los «Pepito Grillo»
(Whistleblower) que denuncian algún tipo de corrupción. Pero seguramente el
más intuitivo, pero variopinto, es el de las empleadas o compañeras que rechazan,
de manera y en condiciones inopinadamente desafortunadas, las pretensiones
sexuales de otros compañeros o jefes encaprichados; los demás son
altamente idiosincrásicos. Por otro lado, el cuadro de Las Meninas, lo entiendo
como especialmente representativo de la perspectiva psicosocial del estudio de
la conducta humana y, del enfoque disciplinar de este ensayo, en cuanto determinada
por la presencia de otros, presencia no sólo física, sino también imaginada;
en cuanto aquí incluido en la etapa nuclear del síndrome analizado, se
pretende resaltar que a la infanta se la puede estar mimando o torturando, respondiendo
a los deseos de los reyes, «presentes» en el espejo. En Fuertes
(2003b) trato con más detalle los posibles lados perversos de la dinámica grupal;
Montmollin (1972/1975) se adelantó, entro otros, en la crítica al uso ingenuo o
desvirtuado de técnicas psicológicas basadas en tal microcosmos social.
La mayoría de las noticias de un caso de Linchamiento Moral nos llegan
en la etapa de alarma institucional. Para entenderlo conviene no quedarse
ahí (la narración, como el propio acoso, parece eternizada en un bucle caótico
de agresiones de culebrón), e indagar en las etapas previas (el o los
incidentes críticos marcan un antes y un después, y nos proporcionan el
«móvil del crimen» (Fuertes, 2006)), –y captando su estructura y dinámica–
, pronosticar el futuro, dependiente de cómo y qué se haga. Si no hay empatía
(«esto me puede pasar a mí, a cualquier congénere») es difícil deducir el
daño ya acumulado; más difícil aún, visualizar la Espada de Democles del
daño potencial adicional, y parafrasear burdamente a Epicuro: «mientras no
hay un desenlace fatal no hay Mobbing, cuando ya hay tal daño, no cabe
hacer nada».
Diagnosticar cada caso de Linchamiento Moral
Teorizar sobre diferentes modalidades de violencia bifronte: públicamente
fantasma –íntimamente de crueldad auto evidente, con ser difícil (falta mucho
por consensuar), no lo es tanto como el diagnóstico y la implicación individual
y colectiva en un caso concreto; máxime si es de nuestro propio entorno.
Varios siglos de polémica entre la filosofía de la ciencia de lo natural frente a
la de lo cultural, mantienen la cuestión pendiente con la preponderancia de la
primera; entre otros ámbitos, más propios, en el sentido común de muchos
colectivos occidentales. Tampoco un par de siglos de filosofía existencialista y
fenomenológica han calado lo suficiente para detectar estos problemas y zanjarlos
con eficiencia. Una persona afectada, después de leer el peritaje sobre
su caso, comentó: «Es muy objetivo y completo, pero ¿dónde está mi dolor?».
Pues, desgraciadamente, en un ámbito aún más insondable que «el
dolor de muelas de Ortega y Gasset».
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Mobbing o Linchamiento Moral
MAGRITTE SHAKESPEARE
Como el observador ingenuo de una foto astronómica interestelar, que
percibe un conjunto caótico de puntos repetitivos de ligeros matices de color y
brillo, sintiendo apenas una leve emoción de inmensidad exterior incomprensible,
que le lleva a refugiarse aún más en su nicho de su maravilloso planeta
azul, así solemos ver la descripción lejana de un caso de linchamiento. Pero
cuando nos enseñan que en Marte pudo haber condiciones favorables para la
vida, pero ahora no queda ni agua, o que los dinosaurios se extinguieron por
las consecuencias del impacto fortuito de un meteorito, y que algo parecido
podría volver a ocurrir; entonces estamos en condiciones de echar otra mirada
más sofisticada a la foto astronómica y entender que no todo lo que vemos
se corresponde con estructuras actuales, sino lejanísimas en el espacio y en
el tiempo a través de determinados procesos de radiación no instantáneos,
no todos visibles, pero sí algunos más visualizables (infrarrojas, ultravioleta,
térmicos, ondas de radio, etc.); y no sólo en una única foto fija sino en secuencias
que nos permiten apreciar además de su desplazamiento en el plano, su
desplazamiento en profundidad desvelado por el Efecto Doppler 13 . Incluso
esbozar hipótesis que apenas podrán ponerse a prueba en rarísimas ocasiones,
como la curvatura de la luz, demostrada en algún infrecuente eclipse.
Necesitamos ser tan agudos, como amoral e irresponsable es el acosador y
su cohorte.
La nota estructural básica de este síndrome es la encerrona en un escenario
privado (desde la alcoba al laboratorio científico), sin testigos imparciales
o con testigos cautivos (Mobbing sociológico), del que el violento sale
hacia lo público ofreciendo una imagen modélica y aportaciones virtuales
halagadoras para los poderes fácticos, o el público en general 14 , y al que
entra esgrimiendo su aureola pública. Es el juego del mago, entre lo que
enseña y lo que oculta tras sus anchas mangas 15 . En la mente del público,
interesada o impotentemente ingenua, se gestan las inferencias correspondientes
que encumbran, o como poco exculpan, al violento y hunden a, o
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Francisco Fuertes Martínez
pasan de, la víctima. Sin tal contagio, colaboración, connivencia, o pasotismo
social, el «brujo violento» perdería su magia.
Un antídoto básico contra esta violencia es la empatía con la víctima
(posiblemente, la única alternativa a la, no siempre posible, constatación
positiva), frente a la complicidad acosadora; sin aquella la indefensión del
agredido es personal e incomunicable, indemostrable, intrínsicamente explosiva;
pero este proceso cognitivo-emotivo, esencialmente humano, necesita
colectivizarse –malos tiempos corren también para este tipo de «lírica»,
y son parte esencial del caldo de cultivo del problema–, y volver a formar
parte del sentido común. La fuerza arrasadora de este proceso agresor es
colectiva, social; la respuesta colectivamente simétrica es su contendiente
legítimo y necesario. En tal contienda equilibrada, aun en el caso de que el
agredido o acusado resultase perdedor o culpable de algo, no sufriría, por
definición, la esencia venenosa, y en muchos casos irreversibles, de los
daños inadmisibles propios de este síndrome. No es necesario desarrollar
un mecanismo social nuevo, sino recuperar algo perdido o en desuso. Si
hoy hay más agresiones del tipo tratado, que en otros tiempos documentados,
ocurren entre otras posibles razones, por cuanto falla la respuesta colectiva
a las agresiones colectivas.
Una institución me parece especialmente predestinada a tal recuperación,
por lo menos en el mundo del trabajo: los sindicatos. La unión intersindical en
la lucha contra este abuso sería uno de los remedios radicales; pero antes
tendría que darse en la denuncia de casos concretos, para que la reivindicación
general no se quedara en una retórica fácil y contraproducente. Desgraciadamente
es frecuentísimo que un caso de acoso denunciado por un sindicato,
sea ignorado, e incluso contraatacado, por otro u otros sindicatos. En
las causas del enfrentamiento intersindical ante casos concretos y que las
reivindicaciones generales (demandando una ley antiacoso, por ejemplo) se
hagan por separado, se concentran las mismas razones sociológicas que
nutren el Mobbing y debilitan a los sindicatos: fundamentalmente la aguda
individualización de nuestra sociedad en general, y el mundo del trabajo en
particular (Linhart, 2006), que en aparente paradoja, genera otros grupos e
identidades sociales salvajes, como alternativa oficiosa a lo destruido. Por
tales razones, la ingenua estrategia propuesta, alcanzaría dos, o tres, logros
simbióticos: podría cortar de raíz este tipo de violencia en el ámbito laboral,
contagiarlo al resto de la sociedad, y recuperar una razón inexcusable para la
existencia y el desarrollo sindical.
Cierto que si aquí reside una estrategia resolutiva radical, que conllevaría
la recuperación sindical, encontrará la resistencia visceral –si no la ha encontrado
ya– de las fuerzas rabiosamente antisindicales, tanto ideológicas como
técnicas o pseudotécnicas.
Otras instituciones tiene también mucho que aportar. La Administración
de Justicia, necesita encontrar y admitir métodos alternativos de instrucción
o indagación de los hechos, adicionales a los estrictamente positivistas, en
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Mobbing o Linchamiento Moral
la línea de los que empieza a admitir en los casos de violación o de maltrato
a menores. El proceso judicial que se atiene a estrictos formalismos, usa
cestos para recoger agua. Necesita asimilar los conceptos de probabilidad,
alto riesgo, amenaza estructural y retroalimentación o «circulo vicioso», entre
otros; a añadir a la dinámica determinista, a los hechos consumados, a
la amenaza personalizada y verbalizada, a la dinámica lineal y unidireccional.
El ritmo y tipo impredictible, caótico, de las agresiones, no significa que sean
inocuas o azarosas, sino genuinamente intencionadas, sorpresivas, para
buscar el momento actual más débil de la víctima y minar sus defensas
futuras; el que se obligue a la víctima a «jugar» a la ruleta rusa con una
pistola materialmente descargada (aunque se le dan todo tipo de pistas de
que está cargada), no puede quedar impune porque no hay daño físico; la
pistola y las balas son simbólicas pero el daño es real: muchas amenazas
psicológicas, en el contexto apropiado, son aún más dañinas que la propia
consumación; determinados hechos actuales inciden sobre la
reinterpretación de hechos anteriores, produciendo más daño actual, etc.
Puede que Su Señoría no encuentre argumentos para castigar al acosador,
pero es frecuentemente desmoralizante que no reconduzca el proceso y
castigue a las autoridades institucionales, directamente responsables de la
dinámica civilizada de las relaciones sociales primarias en una institución,
en un escenario concreto, esencialmente incontrolable directamente por el
Estado de Derecho. ¿Qué mecanismos disciplinarios existen frente a los
delitos grupales? Los administradores de la justicia no están literalmente
por encima del bien y del mal, aunque idealmente sería de desear, son seres
humanos, sociales, y en consecuencia contaminables por el mismo proceso
de acoso, por la inmensa cantidad de recursos de seducción social del
acosador y sus compinches; así mismo, el proceso judicial, –con independencia
de su sentencia–, no es en sí mismo inocuo para la víctima, se escarba
con brusquedad veterinaria en almas humanas heridas. ¿Tiene prohibido
el juez empatizar con sus casos? En la propia institución se detectan
casos de Linchamiento, particularmente entre jueces y fiscales (Fuertes,
2003a). No, no es fácil.
¿Qué podrían hacer los colegios profesionales de psicólogos, médicos,
juristas?, ¿los partidos políticos?, ¿las instituciones religiosas?, ¿las asociaciones
en general?, ¿las asociaciones específicas contra esta sociopatía
procesual con daños, personales e intransferibles, concentrados en individuos
aislados?: No sólo cuestionarse si progresamos materialmente, sino
añadir un segundo bucle, ¿es progreso esta modalidad concreta de progreso
material? El arte, primero, y la crítica científica, algo más tarde –sociológica,
sobre todo– se vienen haciendo estas preguntas desde principios del siglo ya
pasado. No es que no hayan dado con respuestas (e. g. Habermas, 1981/
1987), es que no les hemos hecho caso; además con cinismo, presumiendo
de racionales, cuando nos reducimos a una única racionalidad, la instrumental,
que empobrece moralmente al hombre (Ovejero, 1997)).
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Bibliografía
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Confederación de STEs-Intersindical La violencia en el trabajo
55

Notas
1
Contaba el gran humorista Gila, cómo consiguió desenmascarar a Jack el Destripador.
Se paseaba por las escaleras de edificios donde suponía que vivía el destripador, canturreando:
«¡Alguien ha matado a alguien!, ¡Alguien ha matado a alguien!». Cuando se cruzó con
Jack, éste enrojeció abochornado.
2
Este contundente gerundio inglés, de la raíz «mob» de fuente latina «mobile vulgus» (horda,
chusma, muchedumbre, turba, pandilla, banda. -con mayúscula: Mafia-; enjambre, manada,
jauría) describe la acción amoral, irresponsable, auto legitimada, visceral, irracional, de
ataque de estos colectivos contra su objeto de odio o miedo; o en el caso animal, contra el
depredador natural solitario oportunistamente acorralado (Lorenz, 1963/1980, pp. 34 y ss.).
3 Un ejemplo no tan banal como pueda parecer es aquel juego en el que el adulto pregunta
al niño: «¿Quieres que te cuente el cuento de las medias azules?»; ante cualquier respuesta
del niño, por ejemplo la primera y obvia «Sí»; la réplica del adulto es «No te he dicho /sí/, sino
¿Quieres que te cuente el cuento de las medias azules?», lo que provoca en el niño una nuevo
intento razonable, que recibe el mismo tipo de réplica absurda, de Doble Vínculo; y así se le
encierra en un bucle sin límite. Si esto no fuera un simple juego y no tuviera una solución
avisada fácil, rompedora (por ejemplo, el niño que huye enfadado, o el adulto que confiesa que
le está gastando una broma), tal dinámica sólo la podría cortar una tercera persona. Watzlawick
y sus colaboradores remiten, en último extremo, su argumentación al Teorema de la Incompletitud
de Gödel.
4 Pero no exclusivamente. Téngase en cuenta que cuando en inglés se pretender aludir al
Mobbing en el trabajo, se emplea la expresión «Mobbing at Work».
5 La alcoba es un paradigma de situación de altísimo riesgo, si se extirpan los controles
internos (el amor, la complicidad, el imperativo kantiano), o simbólicos (el crucifijo colgado
en la cabecera de la cama, o sus alternativas), del pacto preestablecido implícita o explícitamente.
6 Ejemplo: Un equipo de bomberos, en el que hay un miembro acosado, vuelve un día de
invierno a las oficinas. El acosado usa gafas y se las quita un momento mientras se desempañan;
alguien aprovecha el momento y traza a escondidas una cruz en cada cristal. Al volvérselas a
poner, su dueño, reacciona aterrorizado, y a continuación, exasperado por las risas del coro. El
acosado era muy creyente.
7 Téngase muy en cuenta que el acoso refinado no ataca directamente el objetivo final de
desacreditar, desdignficar, excluir socialmente, a la víctima, sino que se sirve de infinidad de
acciones, circunstancias, personas y colectivos interpuestos que el acosador orquesta hacia
el objetivo final. Quitarle un clavo a la herradura del caballo del general, puede parecer –e
incluso resultar– inocuo, pero en las circunstancias adecuadas, la leyenda nos cuenta que
condujo a la pérdida de la batalla.
8 «Si ni el Estado de Derecho las controla, y el entorno social inmediato las premia, o las
deja impunes, mal las voy a controlar yo solo».
9 Este riesgo concreto –que uso como ejemplo por su fuerza ilustrativa–, está poco investigado.
Quienes lo han sufrido se sienten, erróneamente, avergonzadas porque entienden que
han cometido una torpeza profesional intolerable; y sobre todo, porque llega a producir brotes
sicóticos (es un síndrome específico que comienza y termina con esta sola etapa). Ahórreseme
la explicación de la altísima ambigüedad de este rol profesional con este tipo de enfermos
«ambiguos».
10 La investigación en Psicología Social ha detectado los más peligrosos violentos entre los
simplemente obedientes; aquí estamos ante una vuelta de tuerca más, ante «cazadores de
recompensas».
12 Uno más: el profesor arbitrario que se complace con el Bullying a un alumno «incomodo»
por explicitar las arbitrariedades.
13 Ejemplo gratuito: Un sindicalista, y de cierto rango político, vio cómo su acoso se cortaba
en seco al día siguiente de que su partido ganara las elecciones nacionales.
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Francisco Fuertes Martínez
Confederación de STEs-Intersindical La violencia en el trabajo