DESOBEDIENCIA CIVIL Y DEMOCRACIA DIRECTA
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Habermas y por los procedimientos formales de la<br />
autolegislación en Rousseau. Y también acuerdan que el<br />
individuo habitualmente no convierte sus opiniones en<br />
razonables y se orienta más bien hacia una acción no<br />
justificable a través de razones públicas.<br />
Rousseau y Habermas pretenden por igual que la<br />
democratización sea un aprendizaje que redefina intereses y<br />
que no tenga por objeto sólo procesar conflictos entre<br />
diferencias, muchas de las cuales son consideradas legítimas<br />
por el mero hecho de existir. Pero mientras Rousseau<br />
propone instituciones que presionen moldeando a los<br />
ciudadanos para que adquieran la responsabilidad necesaria<br />
al experimentar personalmente las consecuencias de sus<br />
actos, Habermas sustrae a la ética discursiva toda pretensión<br />
institucional, siendo entonces posible que la potencia<br />
racionalizadora implícita en todo acto discursivo sea<br />
frustrada tan pronto las circunstancias permitan evadirse<br />
de la misma. Para Habermas el problema de Rousseau<br />
empieza, justamente, cuando éste extiende su principio<br />
de legitimación a una propuesta concreta de<br />
institucionalización, confundiendo ambos niveles. En<br />
efecto, Rousseau no hubiera disociado el principio ético<br />
del discurso de los mecanismos que regulan las acciones<br />
políticas, y cuya relación con la búsqueda de decisiones<br />
moralmente correctas trataba de «interiorizar» en<br />
instituciones para que la voluntad general no represente<br />
una sobrecarga subjetiva y lograr el mejor ensamblaje<br />
posible entre la necesidad de universalizar las preferencias<br />
individuales y los procedimientos colectivos aptos para<br />
ello, es decir, algo que se reclama a fines del siglo XX:<br />
instituciones que promuevan la constitución<br />
autorreflexiva de identidades. Habermas, y también<br />
Apel, podrán alegar que su principio ético no puede<br />
aplicarse directamente a la política en sociedades<br />
complejas, y que defender su moralización directa<br />
significaría retroceder en el proceso<br />
de diferenciación social y avanzar hacia el de la<br />
politización total; pero eso sería pertinente para ideas<br />
sustantivas de bien aplicadas a cuestiones públicas de<br />
justicia, y no para su ética formalista y universalista<br />
limitada a justificar normas colectivamente vinculantes<br />
que, al aplicarse inmediatamente a la acción, no pueden<br />
tener nunca esos efectos.<br />
El avance fundamental que se registra con la moral<br />
deliberativa respecto de la fórmula rousseauniana consiste<br />
en zafarse del racionalismo cíclico sin recaer en el<br />
decisionismo. Quien argumenta ha reconocido sin recaer<br />
en el decisionismo. Quien argumenta ha reconocido ya<br />
contra-fácticamente la idea de comunidad ideal de<br />
comunicación en la que sólo son normas legítimas las que<br />
todos los afectados admitirían tras un diálogo en<br />
condiciones de igualdad y libertad para una<br />
argumentación, que busca el acuerdo respecto al mejor<br />
argumento sin recurso posible a la coacción. Cuestionarla<br />
requiere deliberar con la misma estructura procedimental<br />
que se denuncia, y quien reivindicara la superioridad de<br />
otras alternativas deberá hacerlo comunicativamente<br />
basándose en las mismas condiciones que rechaza.