Límites en la Literatura Juvenil Javier Ruescas Sánchez El pasado ...

Javier Ruescas Sánchez
Límites en la Literatura Juvenil
El pasado 13 de septiembre, la revista Publishers Weekly publicó un
estudio que mostraba que el 55% de los compradores de novelas destinadas
a un público de entre 12 y 17 años eran adultos, con un amplio segmento
comprendido entre los 30 y los 44 años. En Estados Unidos.
El estudio se inició al advertir que se había producido un ascenso de
las ventas de ebooks destinados al público juvenil cuando numerosos
jóvenes y niños aseguraban no utilizar sus lectores digitales. Y aunque al
principio parecía que el fenómeno solo se estaba desarrollando con sagas
como Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins (Molino), Crepúsculo, de
Stephenie Meyer (Alfaguara) o Harry Potter de J.K. Rowling (Salamandra),
los datos demostraron que el fenómeno se extendía a otras series y novelas
sueltas.
Como decía el artículo en su conclusión: la tendencia era muy positiva
para los editores, ya que estos consumidores adultos de libros juvenil-
adultos forman el segmento más codiciado.
ha roto.
El límite de la edad a la que están destinadas las novelas juveniles se
En definitiva, esto se debe a que en Estados Unidos se están
publicando en Juvenil novelas que atraen al público adulto. Sin embargo,
como en España muchas de estas novelas se publican directamente en
colecciones para adultos, este fenómeno no se está desarrollando de una
manera tan evidente.
ENCUENTROS EN VERINES 2012
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
Entre tonos de gris, de Ruta Sepetys (publicado en España por Maeva
adultos y por Speak, sello de Penguin en Estados Unidos); La ladrona de
libros, de Markus Zusak (publicado aquí por Lumen, y por Knopf Books for
Young Readers en Estados Unidos); Génesis, de Bernard Becket (publicado

aquí por Salamandra y por Houghton Mifflin Harcourt en Estados Unidos); La
probabilidad estadística del amor a primera vista, de Jennifer E. Smith (del
sello Poppy-Little Brown en Estados Unidos y de Suma de letras el
castellano) o Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, de Annabel
Pitcher (Orion Children's Books en su país de origen y Siruela en el nuestro)
son solo algunos ejemplos de esta práctica.
¿Por qué estos libros, que se plantearon en sus países originales
como novelas juveniles, llegan a España de la mano de editoriales de
adultos? ¿Acaso están los lectores juveniles españoles menos capacitados
para leer estos libros? ¿O se debe más bien a los precios que se pagan por
los derechos y que se considera que se rentabilizarán más en la sección de
adultos? ¿No es una contradicción, en ese caso, decir que la literatura
juvenil solo es para jóvenes, cuando los libros de este mismo género que
también pueden gustar a adultos, se venden automáticamente en adultos
con la -muchas veces errónea- premisa de que “el joven también se
acercará a esa sección”?
Creo que este inesperado posicionamiento, muchas veces
injustificado, le roba al género algunas de sus mejores novelas. Libros que
perfectamente podrían ser leídos por adultos, pero que tienen todas las
características para ser considerados juveniles y no obstante se les saca de
la sección que les corresponde por miedo a que los adultos vayan a
ignorarlo en la sección en la que van a comprar novelas sus hijos.
En consecuencia, y dado que muchas editoriales juveniles se están
dando cuenta del amplio fragmento de mercado que se están perdiendo,
parece existir un nuevo objetivo, que consiste básicamente en intentar
publicar lo que se conoce como “cross-overs”. Novelas que, aunque en un
principio están destinadas a ese público más joven, atraigan del mismo
modo a los adultos. El título que comenzó esta tendencia fue El niño con el
pijama de rayas, de John Boyne (Salamandra). Una novela que, aunque
cuenta la historia de dos preadolescentes durante la II Guerra Mundial,
fascinó al mundo entero y se coló en todas las listas de más vendidos.
No obstante, a día de hoy la tendencia comienza a ser distinta: se
trata de publicar libros juveniles en colecciones de adultos y trabajar para
que el público juvenil conozca la novela y se difumine por completo la
barrera. Un proceso, como digo, mucho más artificial.

Planteándole el tema a una escritora de Estados Unidos, me contaba
que cuando ella le presentó su novela (actualmente publicada en juvenil en
más de ocho países) a su agente, él le dijo que no era una novela juvenil al
uso y que seguramente encontrarían problemas para colocarla en alguna
casa editorial. Las cinco razones por las que consideraron que su novela no
se ajustaba a los actuales cánones del mercado fueron las siguientes:
• Inexistencia de elementos sobrenaturales en la trama (ni vampiros, ni
zombis, ni brujas...).
• Que el propio instituto no era «un personaje más».
• Que no estaba narrado en primera persona.
• Que el texto no estaba dividido en 50% diálogo y 50% narración.
• Que los personajes adultos tenían demasiada importancia y peso en
la trama.
Sin embargo, como digo, la novela se ha publicado en casi una
decena de países, y en todos los casos dentro de sellos juveniles. Lo que
demuestra una vez más que estos cánones que hace dos o tres años
estaban tan claros en la “nueva” literatura juvenil están cambiando y que, en
realidad, los lectores están dispuestos a leer una enorme variedad de
historias que no tienen por qué seguir el patrón de los títulos más exitosos
del género.
Algo que me preocupa particularmente es que cada vez parecemos
más condicionados por el mercado americano. No hay más que ver la
multitud de títulos anglosajones que copan las mesas de novedades, en
contraposición a los nacionales, para darse cuenta de ello. No obstante,
debemos tener cuidado -tanto autores, como editoriales- de no perder
nuestra identidad. Una identidad que, en numerosas ocasiones, es mucho
más flexible y plural que la que nos viene de fuera. Ojo, sin dejar nunca de
prestar atención a todo lo que nos llegue del exterior.
Si algo está claro es que la literatura juvenil tiene la característica de ir
rompiendo los límites impuestos al mismo tiempo que los jóvenes los van
rompiendo en la sociedad.
Es absurdo intentar definir la literatura juvenil solo teniendo en cuenta
las características de los grandes éxitos de los últimos años. Sí, puede ser
cierto que haya tendencias y tipos de historias que han funcionado mejor en
conjunto, como sucede siempre. Pero la literatura juvenil, como cualquier
tipo de literatura, es mucho más que los éxitos que la componen. Todo ello

demuestra que ha llegado el momento de replantearnos estos límites que
definían el género y ampliarlos para demostrar que no son tan estrictos
como podemos llegar a creer.
¿Significa esto entonces que cualquier libro juvenil puede estar en la
sección de adultos, y que cualquier libro de adultos tiene su hueco en lo
juvenil? No. Yo pienso que, aunque a partir de los catorce años uno puede
leer cualquier cosa, existen una serie de características habituales que, si
bien no definen todo lo que hay en la literatura juvenil, si se pueden aplicar a
un amplio número de títulos del género.
En primer lugar, yo creo que la literatura juvenil debe emocionar. Igual
que en las novelas para adultos puede haber aquellas que se limiten a
explicar un nuevo descubrimiento científico o a narrar los hechos acaecidos
en una época determinada, una novela juvenil que no emociona al lector es
una novela fracasada. Esto independientemente de si, además, logra otras
cosas por el camino.
Además, una novela juvenil, en general, más allá de estar narrada de
manera más ligera o menos compleja -que no peor- que una novela para
adultos, trabaja conceptos claros -no confundir con valores, por favor- con
los que el lector puede sentirse fácilmente identificado.
En palabras de Jen Doll, durante su artículo del The Atlantic Wire, en
el que se refería a las novelas catalogadas como juvenil-adulto: «cuentan
con mundos tan imaginativos y bien creados como los de cualquier otro libro,
pero sus temas fundamentales (el amor, la muerte, la supervivencia, la
maduración, las pruebas de la vida…) son algo que todos comprendemos en
el más visceral de los sentidos. […]Las lecciones incorporadas a estos libros
no son estudiadas ni analizadas cuidadosamente, sino que las obtenemos
de manera implícita.»
A esto yo añadiría que, en la literatura juvenil, incluso en las historias
más duras y tristes, incluso en las que no tienen un final feliz, existe siempre
un punto optimista que en la literatura de adultos se puede obviar.
Esperanza, podríamos llamarlo.
Con dieciséis, con veinte, con veinticinco años se está comenzando a
vivir, a aprender lo peor y lo mejor de nuestra existencia. Una perspectiva
pesimista y derrotista, cargada de cinismo, puede tenerla quien también ha
vivido grandes momentos en el pasado, pero no quien los está empezando a
saborear en ese momento. Esto no quita, evidentemente, que dentro de una

novela juvenil existan personajes con esa filosofía de vida que se
contraponga a la de los demás.
Quedan otras características en el tintero, igual que otros límites que
podríamos tratar, como son el precio de los libros destinados a este público
o el espacio que se le dedica a la literatura juvenil en los medios
tradicionales o en las propias librerías. Una presencia ínfima comparada con
la adulta y muchas veces tratada con descrédito y menosprecio.
A pesar de todo, lo que esta claro es que la literatura juvenil vive hoy
día un momento muy floreciente en el que se nos permite innovar mucho
más y que cada vez cuanta con un mayor reconocimiento y número de
lectores.
Una literatura, la juvenil, que dados los tiempos que nos toca vivir, no
deja de evolucionar y cambiar a diario. Y que, en definitiva, no deja de
romper las fronteras y levantar pasiones.