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José Selgas y Carrasco - Biblioteca Virtual Universal

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diferencia a todo el mundo. ¡Pobre niña! ¿Qué daño había hecho para ser recibida con tanto<br />

despego? ¿Comprendía ella algo del efecto que causaba su presencia? Seguramente no;<br />

pero es el caso que su boca sonrosada sonreía a todo el que la miraba. Las sonrisas que su<br />

hermana escaseaba tanto, ella las tenía siempre en la boca.<br />

Un día, la niñera encargada del cuidado de Bernarda la acercó a Aurora, que jugaba<br />

sobre las rodillas de su abuela. Las dos hermanas se encontraron frente a frente, y la menor<br />

tendió los brazos como si quisiera abrazar a su hermana, sonriendo con la más dulce sonrisa<br />

de su boca. Aurora la miró fijamente, frunció su infantil entrecejo, y, tendiendo la mano,<br />

agarró la mejilla de su hermana, clavando en ella sus uñas diminutas. Bernarda hizo un<br />

puchero, y rompió en amargos sollozos: la niñera la apartó bruscamente, diciendo sin poder<br />

contenerse:<br />

-Niña mala... ¡Mire V. qué gracia! ¡Lástima de azotes!<br />

-¡Hola! (exclamó la abuela.) ¡Cómo se entiende! Tú tienes la culpa, por haberla<br />

acercado. ¿Qué sabe ella lo que se hace?<br />

Aurora miró a su abuela, y señalando a su hermana, dijo en su media lengua:<br />

-Nona, Nona.<br />

-Sí, princesa (añadió la abuela). Llora, llora: es una niña muy llorona.<br />

Desde entonces siempre que Aurora veía a su hermana la señalaba con el dedo,<br />

diciendo: «Nona, Nona»; y esta palabra, muchas veces repetida, llegó a ser un nombre,<br />

dejando Bernarda de ser Bernarda para ser Nona. ¡Desventurada criatura! Parecía que la<br />

abandonaba hasta el Santo de su nombre.<br />

Capítulo IV<br />

La abuela<br />

Digámoslo sabiamente: no hay solución de continuidad. El género humano se empalma<br />

por generaciones, y no acaba una sin que esté ya en el mundo la que ha de sucederle, y aquí<br />

se halla el único orden que los hombres no han podido trastornar todavía, sin que se haga<br />

uso, para conservarlo, de más fuerza que la fuerza de una ley que es inviolable, pura y<br />

simplemente porque es indiscutible. De la cuna al sepulcro: he ahí todo el camino que ha<br />

andado la especie humana en el corto espacio de seis mil años.<br />

Por lo tanto, no es posible andar mucho tiempo por el camino de la vida sin tropezar una<br />

vez, y caer para siempre. Por triste que nos parezca el caso, ello es que la sepultura abierta<br />

va siempre delante de nosotros, como un asilo que, más tarde o más temprano, ha de

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