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José Selgas y Carrasco - Biblioteca Virtual Universal

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Todos eran ojos: Prisca lo contemplaba con curiosidad, Gila con sorpresa, el Mayoral<br />

con calma, Chucho con asombro.<br />

Este último no pudo reprimir los impulsos de su admiración, y alargó la mano para<br />

cogerlo.<br />

-¡No lo toques! -le gritó la tía Marta.<br />

Y el pobre muchacho, aturdido por la vehemencia de aquel mandato, retiró el brazo con<br />

la misma precipitación que si hubiese ido a tocar la cabeza de una serpiente.<br />

-Bien (dijo Prisca). Es un relicario; pero ¿qué quiere decir ese relicario?<br />

-¿No lo has oído? (le replicó Gila.) Hace hablar a los muertos.<br />

-Sí (afirmó Marta): este relicario puede hacer que algún día hable la difunta.<br />

Chucho miró al tío Ginés fijamente, como quien consulta un libro; pero el tío Ginés<br />

tenía la boca fruncida, reflexionaba, y no se reía.<br />

Realmente el caso era digno de la expectación que causaba. La tía Marta habría sido<br />

alegre en su juventud, porque los pocos años son siempre alegres, y aún conservaba la fama<br />

de haber cantado como una calandria, y en cuanto a bailar, ninguna moza de su tiempo<br />

pudo ponerle la ceniza en la frente; los mozos se perdían por bailar con ella, porque se<br />

zarandeaba con toda la sal del mundo, y las castañuelas en sus manos sonaban a gloria, y<br />

aquel repiqueteo era como tocar a rebato.<br />

Pero todo había pasado como un torbellino, y a los cuarenta años la tía Marta no movía<br />

los pies más que para andar, ni cantaba más que a sus solas en los quehaceres de la cocina.<br />

A los sesenta era una mujer seria, verdaderamente seria; su formalidad estaba reconocida<br />

por todo el pueblo. Jamás mentía, y en este punto tenía muy bien sentada la baza, pues era<br />

público y notorio que no se había casado con un buen partido, siendo ya talluda, por no<br />

mentir. Tampoco le faltaba entendimiento para poner las cosas en su punto, y no le<br />

estorbaba lo negro, porque sabía leer y aun escribir, lo cual para las mozas del pueblo no<br />

tenía gracia ninguna, en razón a que era hija de un maestro de escuela, que murió a lo<br />

mejor, dejándola huérfana.<br />

El relicario brillaba en la palma de su mano, atrayendo las miradas atónitas de los cuatro<br />

personajes que ya conocemos, y cada uno se hacía cruces interiormente, sin acertar a<br />

explicarse la razón de aquel prodigio.<br />

El tío Ginés fue el primero que rompió el silencio. Antes se rascó la oreja derecha, tosió<br />

después para aclarar la voz de suyo algo parda, se limpió luego la boca con el revés de la<br />

mano, y por último arqueó las cejas, diciendo:<br />

-Si no se me ha traspuesto la memoria, ese relicario lo he visto yo puesto al cuello de la<br />

difunta cuando estaba de cuerpo presente.

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