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Una Vida Feliz 3

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UNA VIDA FELIZ<br />

escribió: “Un espíritu universal vive en todas las cosas y no hay<br />

cosa por pequeña que sea que no contenga parte de esa Infinita<br />

Substancia”.<br />

Sobre la base de la definición anterior de la felicidad, considero<br />

muy difícil que una persona pueda tener capacidad de disfrutar de<br />

tal estado si no se encuentra conforme consigo misma; su espíritu<br />

se encontraría en desequilibrio o desarmonía, privándola de vivir<br />

momentos felices con un alto grado de permanencia o frecuencia.<br />

Asimismo, estoy persuadido que aquél que tiene fe en la<br />

existencia de Dios nunca se sentirá solo. Por tanto, aquél que tenga<br />

más tranquilidad espiritual y un cuerpo más sano, tendrá más<br />

probabilidad de ser feliz que quien viva en estado de confusión o<br />

intranquilidad espiritual, con un cuerpo menos saludable.<br />

Ciertamente, con respecto a nuestra felicidad, por depender<br />

ésta de nuestro nivel de tranquilidad espiritual, las otras personas<br />

sólo pueden aumentarla o disminuirla, hacerla mejor o peor; pero<br />

nunca será el amor, la atención o la compañía de otra persona<br />

exclusivamente, el núcleo de nuestra felicidad.<br />

La felicidad es algo más complejo, por el hecho de que nace,<br />

crece y se extingue en los predios inexpugnables de nuestra propia<br />

alma, donde nadie más que nosotros mismos tenemos acceso. La<br />

felicidad, venturosamente nos pertenece de manera integral, porque<br />

Dios en su infinita misericordia la blindó a nuestro favor frente a<br />

cualquier fuerza externa, para que de tal manera siempre estuviese<br />

a nuestra disposición y alcance. La felicidad está ahí, dentro de<br />

nosotros mismos, en cada una de las moléculas que forman las células<br />

de nuestro cuerpo, en nuestra alma y en nuestro espíritu. Siempre<br />

esperando que le utilicemos.<br />

Todos nuestros actos pueden producirnos felicidad, inclusive los<br />

que parecieran más elementales. Precisamente porque somos nosotros<br />

mismos y nadie más, quienes podemos decretar nuestra propia felicidad.<br />

No es extraño, por tanto, que cuando las lágrimas inundan nuestros<br />

ojos o ruedan por nuestras mejillas, sólo nosotros y nadie más conoce<br />

cuál es su origen o motivo. Igualmente, cuando reímos, sólo nosotros<br />

y nadie más conoce el motivo de este acto, que cuando es razonado es<br />

exclusivo del ser humano.

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