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UNA VIDA FELIZ<br />
escribió: “Un espíritu universal vive en todas las cosas y no hay<br />
cosa por pequeña que sea que no contenga parte de esa Infinita<br />
Substancia”.<br />
Sobre la base de la definición anterior de la felicidad, considero<br />
muy difícil que una persona pueda tener capacidad de disfrutar de<br />
tal estado si no se encuentra conforme consigo misma; su espíritu<br />
se encontraría en desequilibrio o desarmonía, privándola de vivir<br />
momentos felices con un alto grado de permanencia o frecuencia.<br />
Asimismo, estoy persuadido que aquél que tiene fe en la<br />
existencia de Dios nunca se sentirá solo. Por tanto, aquél que tenga<br />
más tranquilidad espiritual y un cuerpo más sano, tendrá más<br />
probabilidad de ser feliz que quien viva en estado de confusión o<br />
intranquilidad espiritual, con un cuerpo menos saludable.<br />
Ciertamente, con respecto a nuestra felicidad, por depender<br />
ésta de nuestro nivel de tranquilidad espiritual, las otras personas<br />
sólo pueden aumentarla o disminuirla, hacerla mejor o peor; pero<br />
nunca será el amor, la atención o la compañía de otra persona<br />
exclusivamente, el núcleo de nuestra felicidad.<br />
La felicidad es algo más complejo, por el hecho de que nace,<br />
crece y se extingue en los predios inexpugnables de nuestra propia<br />
alma, donde nadie más que nosotros mismos tenemos acceso. La<br />
felicidad, venturosamente nos pertenece de manera integral, porque<br />
Dios en su infinita misericordia la blindó a nuestro favor frente a<br />
cualquier fuerza externa, para que de tal manera siempre estuviese<br />
a nuestra disposición y alcance. La felicidad está ahí, dentro de<br />
nosotros mismos, en cada una de las moléculas que forman las células<br />
de nuestro cuerpo, en nuestra alma y en nuestro espíritu. Siempre<br />
esperando que le utilicemos.<br />
Todos nuestros actos pueden producirnos felicidad, inclusive los<br />
que parecieran más elementales. Precisamente porque somos nosotros<br />
mismos y nadie más, quienes podemos decretar nuestra propia felicidad.<br />
No es extraño, por tanto, que cuando las lágrimas inundan nuestros<br />
ojos o ruedan por nuestras mejillas, sólo nosotros y nadie más conoce<br />
cuál es su origen o motivo. Igualmente, cuando reímos, sólo nosotros<br />
y nadie más conoce el motivo de este acto, que cuando es razonado es<br />
exclusivo del ser humano.