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Fortunata y Jacinta

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amaba mucho y probablemente le haría su heredero. Tenía una<br />

papelera antigua, negra y muy grande, de hierro, frente a su<br />

cama, donde guardaba el dinero y los pagarés de los préstamos.<br />

Gastaba lo preciso y de mes en mes su fortuna aumentaba, sabe<br />

Dios cuánto. Debía de ser muy rica, pero muy rica, porque él<br />

veía que Torquemada le llevaba resmas de billetes. En cuanto a<br />

su hermano Juan Pablo, ya se sabía a ciencia cierta que estaba<br />

con los carlistas, y si estos triunfaban, ocuparía una posición<br />

muy alta. Su hermano Nicolás había de parar en canónigo, y<br />

quién sabe, quién sabe si en obispo... En fin, que por todos<br />

lados se ofrecía a la joven pareja horizontes sonrosados. En<br />

estas y otras conversaciones se pasaron la primera noche, hasta<br />

que se retiró Maximiliano a su casa, quedándose <strong>Fortunata</strong> tan<br />

pensativa y preocupada que se durmió muy tarde y pasó la noche<br />

intranquila.<br />

El amante también estaba poco dispuesto al sueño; mas era<br />

porque el entusiasmo le hacía cosquillas en el epigastrio, atravesándole<br />

un bulto en el vértice de los pulmones, con lo que le<br />

pesaba el respirar, y además poníale candelas encendidas en<br />

el cerebro. Por más que él soplaba para apagarlas y poder<br />

dormirse, no lo podía conseguir. Su tía estaba con él un poco<br />

seria. Sin duda sospechaba algo, y como persona de mucho<br />

pesquis, no se tragaba ya aquellas bolas del estudiar fuera de<br />

casa y de los amigos enfermos a quienes era preciso velar. A los<br />

dos días de aquel en que el exaltado mozo se arrancó a prometer<br />

su mano, doña Lupe tuvo con él una grave conferencia. El semblante<br />

de la señora no revelaba tan sólo recelo, sino profunda<br />

pena, y cuando llamó a su sobrino para encerrarse con él en el<br />

gabinete, este sintió desvanecerse su valor. Quitose la señora<br />

el manto y lo puso sobre la cómoda bien doblado. Después de<br />

clavar en él los alfileres, mirando a su sobrino de un modo que le<br />

hizo estremecer, le dijo: ≪Tengo que hablarte detenidamente≫.<br />

Siempre que su tía empleaba el detenidamente, era para echarle

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