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Fortunata y Jacinta

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dulgencia empapada en escepticismo—. Por muy grande que<br />

nos figuremos la masa de olvido derramado en la sociedad como<br />

elemento reparador, esa masa supera todavía a todos nuestros<br />

cálculos. El bien y la gratitud son limitados; siempre los encontramos<br />

cortos. El olvido es infinito. De él se deriva el vuelva a<br />

empezar, sin el cual el mundo se acabaría.<br />

—Me entiendes? Ojo al corazón es lo primero que te digo. No<br />

permitas que te domine. Eso de echar todo por la ventana en<br />

cuanto el señor corazón se atufa, es un disparate que se paga<br />

caro. Hay que dar al corazón sus miajitas de carne; es fiera y<br />

las hambres largas le ponen furioso; pero también hay que dar<br />

a la fiera de la sociedad la parte que le corresponde, para que<br />

no alborote. Si no, lo echas todo a rodar, y no hay vida posible.<br />

A ti te asusta el hacer vida común con tu marido porque no le<br />

quieres...<br />

—Ni tanto así; no le quiero, ni es posible que le quiera nunca,<br />

nunca, nunca.<br />

—Corriente. Pues todo se arreglará, hija, todo se arreglará... No<br />

te apures ni pongas esa cara tan afligida. Hablaremos despacio.<br />

Por hoy no quiero calentarte la cabeza, ni calentármela yo, que

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