Regresa el famoso marqués de Sotoancho, que vivirá una divertida ...

Regresa el famoso marqués de Sotoancho, que vivirá una
divertida y estrambótica aventura africana
A la venta el 23 de octubre
Nº de páginas: 230 – PVP: 19,50 €
www.novedadesplaneta.es comunicacioneditorialplaneta@planeta.es

ALFONSO USSÍA
Alfonso Ussía nació en Madrid en 1948. Su primer artículo vio la luz en la revista
Sábado Gráfico, de donde pasó a trabajar para el diario ABC. También ha trabajado en
los periódicos Diario 16 y Ya, y en las revistas Las Provincias, Litoral y El Cocodrilo,
de la que fue director.
Ha colaborado en varios programas radiofónicos y televisivos, como «Protagonistas» y
«La Brújula», ambos en Onda Cero, y «Este país necesita un repaso», de Telecinco, con
Antonio Mingote, Antonio Ozores, Chumy Chúmez, Luis Sánchez Polack (Tip) y
Miguel Durán como compañeros. Ideó las series de televisión «El marqués de
Sotoancho» (2000) y «Puerta con puerta» (1999).
En la actualidad combina su trabajo de columnista en el diario La Razón con su
colaboración en el programa de la COPE «Así son las mañanas», de Ernesto Sáenz de
Buruaga. Ha recibido diversos premios, como el Mariano de Cavia, el González-Ruano,
el Jaime de Foxá y el Baltasar Ibán.
Ha publicado incontables libros a lo largo de su vida, entre los que destacan, sin duda,
los de esta serie de «Memorias del marqués de Sotoancho», cuyo número 11 tienen en
sus manos. También en Planeta, ha publicado Los tres tratados de las buenas maneras,
¡Que se vayan!, con Antonio Mingote, y La Constitución de Alfonso Ussía.
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SAFARI
Nuevas, escalofriantes y nada edificantes aventuras
del marqués de Sotoancho, personaje creado por Ussía
Con ilustraciones de Barca
Marsa, la mujer que más ha querido Cristián, marqués de Sotoancho, ha muerto en
México al tirarse de cabeza al mar y romperse la crisma contra una roca. Aunque
llevaban un año sin verse y a pesar de las muchas infidelidades de su esposa —en
especial la que llevó a cabo con un rijoso japonés, y que colmó el vaso de su paciencia,
el marqués está destrozado.
Don Crispín, el capellán, quiere un funeral de tronío, pero a Marsa le horrorizaban los
fastos y Cristián no está dispuesto a disgustarla ni después de muerta. “Temo su
homilía,” dice el marqués. “Para don Crispín, Marsa era una pecadora empecinada. Se
pasaba el Sexto mandamiento y el Noveno por el inglerío.”
Como bien dice Manuela, el más reciente amor del marqués —la princesa que no era
princesa—, lo del marqués con las mujeres es de Telecinco. Y ya se le han muerto dos a
pesar de lo tarde que se inició Cristián en el asunto amatorio.
Para el funeral, llega a la Jaralera Adi, la sobrina de Marsa. Una mujer libre, cazadora de
tigres y de hombres, que despierta en Cristián emociones poco recomendables, como
demuestra la descripción que hace de ella: “Por lo menos, ciento ochenta centímetros de
mujer guapa. Rubia como los chorros del oro. Ojos verdes oscuros. Labios decididos. Su
abrazo, de extraños calores.”
Cristián le cuenta su vida a Adi; le habla del mal carácter de su difunta madre, de las
mujeres que ha querido, Marisol y sobre todo le habla de Marsa, la tía de Adi, la mujer
que le hizo un hombre: “La mujer de mi vida. Me hizo hombre en Cascais. Arrolladora,
fuerte, divertida, hembra himalayera y un poco puta. Pero sin ella todo se desvanecía.
Me la pegó con muchos. Pero mis cuernos me pesaban con alegría.”
Desde el primer momento, al marqués le tiemblan las cocochas cuando ve a Adi, pero
está de luto y, además, ella es su sobrina política, aunque acabe de conocerla. Transido
de dolor, le ofrece a la joven viajar al lugar que desee y ella, como buena cazadora, le
propone hacer un safari por el África más salvaje que puedan encontrar.
Así, el marqués decide viajar a Sudáfrica, a la zona de Sabi Sabi, y organiza el safari
más caro de la historia, al decir del empleado de la agencia de viajes. Con Adi y con
Cristián viajarán sus empleados Tomás, Jurado, María, Modesto y Sanz, el nuevo
cocinero. El marqués no quiere incomodidades y para ello qué mejor que alquilar un
airbus de doscientas plazas en el que moverse con libertad. Por no hablar de la
intendencia, repleta de exquisiteces con las que entretener la espera de la caza. Para
acompañarlos en la cacería cuentan con dos cazadores blancos de renombre mundial:
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Joao do Coço y el bóer Hoos van der Groosen, varios guías y veinte porteadores. Y en
cuanto a las piezas a cazar, el marqués ha contratado tantas que parece que no va a
quedar nada vivo por los alrededores.
Se dividen en dos grupos. El guía de Adi, Hoos, el bóer rubio y cachas, rápidamente le
echa el ojo a la joven, y viceversa y a la primera de cambio ambos se esconden entre la
hierba de la sabana para conocerse mejor. Cristián, al enterarse del asunto se enfurece,
pero Adi le tranquiliza metiéndose esa misma noche en su cama. Y por la mañana,
cuando el marqués cree que todo ha sido un sueño de viejo verde, su sobrina le aclara la
situación: “Hoos a tu lado, un mandril eunuco, tío.”
Las relaciones entre Cristián y Adi van viento en popa y el safari no podría desarrollarse
mejor. El marqués mata todo bicho viviente que se le pone a tiro con una facilidad
pasmosa, eso sí, siempre que pueda tomarse antes una tapita de pata negra, unas anchoas
de Santoña, o unas lonchitas de mojama de Barbate con la ginebra correspondiente, lo
que pone de los nervios al Hoos, el bóer, que nunca ha visto cacería como ésta.
—Maravilloso disparo.
—Gracias, Hoos. Usted me dijo en el ojo, y yo apunté al ojo. Nada complicado. ¿Sería
muy difícil matar algún animal peligroso? Porque el león, el leopardo, el hipopótamo y
el cocodrilo se han comportado con una educación pasmosa. Aquí le echan ustedes
mucho cuento al asunto.
Todo lo que Cristián ha leído sobre los safaris en África le parece mentira podrida: los
campamentos son cómodos y limpios, no se suda, no hay mosquitos, los nativos son
cultos y educados, y los animales, monjas de la caridad. “Entre todos han creado un
mito, una quimera de peligro y hazaña, cuando en realidad esto parece una guardería de
animales tontos.”
Así que todo es paz y armonía cuando Manuela, hasta las trenzas de canciones tirolesas,
decide viajar a Sudáfrica para encontrarse con Cristián. Y, cuando llega, comienza una
batalla de celos y cuernos entre Hoos, Manuela, Adi y el marqués, con una participación
estelar de los zulúes, que tendrá unas consecuencias inesperadas y sorprendentes. El
marqués se empieza a agobiar.
“Niñas, esto no puede seguir así. Las dos, nada más llegar, os habéis zumbado a Hoos, lo
cual significa que no sois tan diferentes. Pero mi sosiego se resquebraja cuando os veo
juntas. Os quiero a las dos, me gustáis las dos, quiero amar a las dos y me niego a
desprenderme de una. Pero no me da la cabeza.”
Manuela propone que Cristian se case con las dos por el rito zulú y, de vuelta a España,
mantener el asunto sin escándalos y con discreción. Pero el asunto es demasiado
peliagudo. Al fin y al cabo, el marqués vive con un capellán y la niñera de sus hijos es
de armas tomar. Así que decide que ambas se acuesten con dos zulúes y la que
proporcione más placer a su pareja será la elegida. Pero en la fiesta, el jefe zulú ofrece al
marqués un regalo inesperado: una joven impresionante llamada Kalataki, y después de
pasar la noche con ella, Cristián decide que está enamorado y que la joven zulú es la
mujer de su vida.
Para Adi y Manuela la noche tampoco ha sido en balde. Después de catar a los africanos,
ningún marqués de Sotoancho puede volver a encandilarlas y deciden quedarse un
tiempo en África disfrutando de la vida con sus dos príncipes zulúes.
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El marqués, pues, se lleva a Kalataki a la Jaralera y con ella al intérprete, un joven zulú
que hizo el Erasmus en España y a un guerrero libélula que ha enamorado a Modesto.
Todo el mundo de la Jaralera queda pasmado con la llegada de los africanos, sobre todo
don Crispín.
“Don Crispín nos espera en la puerta de casa. Su expresión ha mutado en diversas fases
hasta alcanzar la correspondiente a la máxima incredulidad, rayana en la locura. Don
Crispín, que presume de moderno y actual, es de esos religiosos, nada misioneros, que
creen que los negros tienen una ranura en la cabeza para que se la llenen de monedas el
día del Domund.”
Una hipérbole desternillante de los excesos de la riqueza
Undécima entrega de las aventuras y desventuras de este personaje creado por Alfonso
Ussía hace casi cuarenta años y que se ha convertido ya en un referente humorístico
español.
Con la ironía socarrona que le caracteriza, esta vez Ussía aleja a su personaje de la
realidad actual y, al margen de crisis y de los problemas cotidianos, el lector acompaña
al marqués de Sotoancho en una aventura surrealista y desternillante, una divertidísima
hipérbole, un exceso sin límites, una parodia de la riqueza y del autismo del señorito rico
y diletante.
El safari de Cristián, marqués de Sotoancho no puede ser más extraño, quizá porque el
dinero cambia la realidad. Los animales salvajes se rinden a sus pies, las enemistades
entre tribus desaparecen, las incomodidades de la sabana son pequeñeces para Cristián,
que puede disfrutar de una deliciosa paella o una copita de ginebra mientras espera a que
pase por allí el siguiente animal para pegarle un tiro entre ceja y ceja.
Las tribus africanas aparecen y desaparecen en una danza enloquecida que el marqués
contempla con toda tranquilidad: bantúes, zulúes, bosquimanos, masais, mokoleles... un
desfile de costumbres y rituales que el humor de Ussía convierte en un galimatías
desternillante.
“Mi bosquimano tiene olfato de león. Me llama Tomotombu, que significa «el que no
teme a los grandes dioses de la sabana». Los masái se dirigen a mí con el apodo de Kobi,
es decir, «el que mata leones como quien se fuma un puro», y los bantúes me dicen
Sakalolo, «el que no se asusta con los rugidos». Los zulúes, más sintéticos, me llaman
Bwana.”
Sin embargo, no todo es autismo en el marqués. A lo largo de los años, el personaje de
Ussía ha pasado de ser un meapilas, un niño de mamá bastante imbécil, a un hombre
generoso, casi un héroe para sus allegados y empleados. Siempre tiene a mano unos
miles de euros para solucionar algún desaguisado. Eso sí, cada año que pasa Cristián está
más obsesionado por el sexo, es más enamoradizo y más fogoso, quizá para compensar
su tardío desvirgamiento a los cincuenta años. Y cada vez tiene más éxito con las
mujeres, que se lo rifan como una estupenda pieza de caza.
Ironía, humor, crítica social, esperpento, todo esto se da cita en esta divertida novela que
bebe de la tradición humorística más española. La tradición de Muñoz Seca, que para
eso Ussía es su nieto, Mihura, Berlanga, o Jardiel Poncela.
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