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Su mujer no fue la única; otros miembros de la tribu dejaron oír sus voces.<br />
-No persigas a las vicuñas -le suplicaron las tejedoras- La lana que tenemos es más que<br />
suficiente.<br />
-Basta ya, no mates más pájaros -le pidió el artesano encargado de las vinchas y los<br />
mantos recubiertos de plumas <strong>para</strong> las grandes ceremonias.<br />
Huampi ni los oyó. Él sólo estaba atento a quienes lo festejaban y aplaudían cuando<br />
obraba a su antojo. Así las cosas, Viñucorco, el cerro más poblado de animales, parecía temblar<br />
con el miedo de las vicuñas y los guanacos. En Pumayaco, la aguada del puma, las madres<br />
escoltaban a sus crías hasta los sitios más ocultos y resguardados.<br />
Todos buscaban salvarse al presentir que se acercaba Huampi, el que mataba porque sí y<br />
perseguía hasta a los más indefensos. Suri, el ñandú, escapaba a las zancadas. Y las aves, del<br />
cóndor a la lechuza, volaban lejos. Un día corrió peligro Ruilla, la liebre. Aunque, al ver a Huampi,<br />
huyó con las orejas tiesas, él alcanzó a apuntarle con su flecha.<br />
Por suerte desde allá arriba, alguien apartó una cortina de nubes y se asomó a ver lo que<br />
ocurría; era Llastay, el dueño de los animales, ayudante de la Pacha Mama en la tarea de cuidar<br />
la tierra. Huampi estaba por dis<strong>para</strong>r una flecha certera cuando, con esa costumbre de estar en<br />
todas partes al mismo tiempo tan propia de los dioses, Llastay se le plantó delante y le dijo de<br />
todo.<br />
-¡Pedazo de ignorante! ¿El poder te ha cegado a tal punto que ya no sabes lo que te<br />
conviene? Si sigues matando por gusto, la naturaleza se dará el gusto de privarte de muchas<br />
cosas que tu pueblo necesita, como la carne y la lana de los animales. Huampi se defendió:<br />
- Cayca noccapa.<br />
En su cabeza sólo había lugar <strong>para</strong> una idea: jEsto es mío!<br />
- Ese es tu error - sentenció Llastay-. Te advierto que, por este camino, le harás d<strong>año</strong> a tu<br />
gente y a tu tierra porque, te prevengo, hasta los dioses perdemos la paciencia.<br />
Dicho esto desapareció dejando a Huampi triste y pensativo. Por un tiempo perdió las<br />
ganas de salir de cacería y los animales respiraron tranquilos. Sin embargo, pronto se las ingenió<br />
<strong>para</strong> volver a las andadas. Se dijo que lo de Llastay había sido un sueño, que era cosa de chicos<br />
dejarse intimidar, y otros razonamientos por el estilo. La cuestión es que un día se alejó del pueblo<br />
<strong>para</strong> seguir haciendo barbaridades. Quiso el destino que la primera en salirle al paso fuera Huilla,<br />
la liebre.<br />
El encuentro la dejó <strong>para</strong>lizada de miedo y Huampi aprovechó <strong>para</strong> hacer puntería. Pero<br />
esta Huilla era un animalito con suerte y volvió a salvarse. Huampi no quiso perder tiempo con<br />
ella: acababa de divisar en el cielo la majestuosa silueta del cóndor. La gran ave no era presa<br />
fácil. Se alejó y Huampi fue tras ella, seguro de alcanzarla con sus flechas. Cuando parecía<br />
detenido en el aire, daba un giro y se alejaba más aún. Huampi lo siguió, fascinado, y sin darse<br />
cuenta, llegó a un <strong>para</strong>je desconocido. Entonces por fin creyó poder acertarle y le apuntó, pero el<br />
ave se esfumó en el aire y en su lugar apareció la cara de la Pacha Mama.<br />
-¡Qué trabajo nos das, Huampi! -suspiró la Gran Madre-. Te prestamos los animales <strong>para</strong><br />
que los cuides y los matas porque sí.<br />
El cacique no atinó a decir palabra.<br />
-Sé que me has hecho ofrendas pero eso poco y nada significa. Ahora te mostraré lo que<br />
ocurre en la naturaleza cuando los hombres le pierden el respeto.<br />
Huampi quedó perplejo. La cara de la Pacha Mama se desvaneció, dando lugar a densos<br />
nubarrones y se oyó un silbido penetrante que llegaba de lejos. Huampi se acurrucó temblando al<br />
pie de un árbol y llegó lo anunciado. No tenía forma de hombre ni de animal; no tenía forma<br />
alguna porque era nada menos que el viento. Un viento furioso que jamás antes había soplado.<br />
Tan cálido que quemó las plantas; tan fuerte que arrancó los árboles. El vendaval le arrebató a<br />
Huampi su vincha de cacique y las armas y, si bien respetó las poblaciones, dejó muchas tierras<br />
peladas, desiertas.<br />
Cuentan que así apareció en la región el temible viento zonda, aquel que la Pacha Mama<br />
tenía bien atadito en los palenques del cielo y que desató un día que perdió la paciencia por causa<br />
de un mal cazador llamado Huampi.<br />
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