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EN EL DESIERTO DE LA SOLEDAD - El Mural Mágico. Taniperla

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cuando lo tomaban los chicos, o cuando lo hacíamos nosotras “que con<br />

la savia de estas hierbas se me abran las piernas”), todo ello por supuesto<br />

antes de pasar convenientemente estimulados a la tienda de artesanías.<br />

Al salir todavía nos han convidado a machacarnos algún vasito más:<br />

—Tómenselo sin miedo, les hará falta para subir a las pirámides.<br />

Supongo que se referían al pulque, que es una bebida ritual, a menos<br />

que pretendan que la forma más apropiada para subir las pirámides sea<br />

haciendo eses.<br />

Las pirámides de Teotihuacan, a donde hemos llegado sólo unos minutos<br />

después, desde luego resultan impresionantes. En su día fueron un<br />

lugar ceremonial comparable en importancia a Jerusalén o La Meca. La<br />

ciudad de los dioses, el lugar desde el que estos crearon un universo que<br />

tal vez imaginaron a semejanza de Teotihuacan, perfectamente dispuesto,<br />

en una geometría exacta con el cosmos y los fenómenos de la naturaleza:<br />

la lluvia, el viento, la luna… La llamada pirámide del sol, por ejemplo,<br />

hace coincidir a este en el cénit de la pirámide algunos días del año, y yo<br />

no sé si el de hoy ha sido uno de ellos, pues mientras subíamos los escalones<br />

—algunos de los cuales parecen desfiladeros, al igual que las aceras<br />

del DF, algo totalmente incongruente con la estatura de los aztecas de ayer<br />

y hoy—, yo sentía que nos dirigíamos directos al corazón incandescente<br />

del astro rey.<br />

En Teotihuacan, de hecho, hay una unidad médica permanente, para<br />

atender los desfallecimientos por golpes de calor, las hemorragias por culpa<br />

de la altitud… Quizás ese fue el error de los dioses aztecas, que imaginaron<br />

la tierra tan cerca del sol que les salió chamuscada, renegrida, desangrada<br />

cada poco tiempo.<br />

Mientras descendíamos de la pirámide nos hemos cruzado con un<br />

señor acompañado de su hijo pequeño, de unos 7 u 8 años, que al oírnos<br />

hablar ha ilustrado al niño con una lección de historia y otra magistral de<br />

pedagogía:<br />

—Mira, estos señores son españoles. Sus abuelos vinieron aquí a<br />

matar a los nuestros.<br />

Soy incapaz de describir la cara con que el niño nos ha mirado,<br />

como si se le hubiera aparecido el sacamantecas.<br />

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