EN EL DESIERTO DE LA SOLEDAD - El Mural Mágico. Taniperla
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Miércoles, 6 de abril. 4:50 de la madrugada. Autobús entre<br />
México DF y San Cristóbal de las Casas.<br />
Era ya de noche ayer, antesdeayer ya, cuando abandonamos el local<br />
del Frente Zapatista. La noche era agradable y al día siguiente, hasta<br />
media tarde, en que cogeríamos (perdón, tomaríamos) el autobús para<br />
San Cristóbal no había nada que hacer, así que alguien propuso visitar<br />
esa noche la plaza Garibaldi. Me pareció una buena idea. Había oído<br />
con frecuencia hablar de ese lugar, de los mariachis que allá esperaban<br />
para ser contratados, de las prostitutas y las cantinas, de las descargas<br />
eléctricas a las que se sometían algunos de los que la frecuentaban<br />
para medir su hombría… No me sentía especialmente atraída por ese<br />
ambiente tan cargado de testosterona, pero pensé que tampoco podía<br />
irme del DF sin conocer un lugar tan característico como aquel. Me<br />
arrepentí casi al momento de mi decisión, pues quienes se animaron<br />
fueron los más jóvenes (La Niña y los dos muchachos andaluces) y<br />
Luis, por supuesto. Confié en que a Ramón no le apeteciera trasnochar,<br />
pero de repente se había vuelto extrañamente sociable y se mostró encantado<br />
de visitar Garibaldi.<br />
Cenamos, pues, en el hotel y después estuvimos tomando cervezas<br />
en un bar próximo, en el que no había nadie, excepto dos o tres meseras<br />
con unas diminutas faldas y algunas parejas que bailaban al ritmo de un<br />
jukebox, una vieja máquina de discos en la que seleccionaban canciones<br />
de Chavela Vargas. De las cervezas pronto se pasó a los cubatas, y de estos<br />
al tequila. Yo bebía con precaución. Garibaldi era el lugar apropiado para<br />
borrachazos, pero no el mejor lugar para unos borrachuzos extranjeros y<br />
desarmados, según decían. Además me daba cuenta de cómo los ánimos<br />
de mis compañeros se iban exaltando juvenil y peligrosamente. Por un<br />
momento lamenté que Charo no estuviera allí, porque era evidente que<br />
Juan, el fontanero andaluz, estaba aprovechando la ausencia del bello<br />
Andrés (que había desaparecido misteriosamente, confundido con el resto<br />
de los “compas” en el Frente Zapatista) para hacer maniobras de aproximación<br />
hacia La Niña, quien por su parte, iba bajando la guardia con cada<br />
trago que engullía, y engullía muchos tragos. Raúl, el electricista (por fin<br />
había aprendido a distinguirlos), había encontrado la horma de su zapato<br />
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