Descárgalas en PDF - Pensamientos Gráficos
Descárgalas en PDF - Pensamientos Gráficos
Descárgalas en PDF - Pensamientos Gráficos
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Polémica diplomática<br />
<strong>en</strong> torno a la recogida<br />
del Premio Nobel<br />
a Juan Ramón Jiménez:<br />
correspond<strong>en</strong>cia inédita<br />
Gabriele Morelli
86<br />
El periodista Ernesto Dethorey nació<br />
<strong>en</strong> Barcelona <strong>en</strong> 1901. Foto de 1927<br />
página anterior Acto de <strong>en</strong>trega<br />
del Premio Nobel a Juan Ramón<br />
Jiménez, recogido por Jaime<br />
B<strong>en</strong>ítez, rector de la Universidad<br />
de Puerto Rico, de manos del<br />
rey Gustavo Adolfo VI. Archivo<br />
Fundación Juan Ramón Jiménez,<br />
Moguer (Huelva)<br />
1 Juan Ramón Jiménez, 1956. Crónica de un<br />
premio Nobel, Madrid, Publicaciones de la Resid<strong>en</strong>cia<br />
de Estudiantes, 2008. En g<strong>en</strong>eral, sobre<br />
el tema, véase también Z<strong>en</strong>obia Camprubí-<br />
Gaciela Palau de Nimes. Epistolario, 1948-1956,<br />
edición de Emilia Cortés Ibáñez, Publicaciones<br />
de la Resid<strong>en</strong>cia de Estudiantes, 2009 y Kjell Espmark,<br />
El Premio Nobel de Literatura. Ci<strong>en</strong> años<br />
con la misión, Madrid, Nórdica Libros.<br />
Ernesto Dethorey, nacido <strong>en</strong> Barcelona <strong>en</strong> 1901, fue periodista,<br />
escritor y traductor. De niño vivió con su familia <strong>en</strong> Filipinas y<br />
Liberia y, a partir de 1920, se estableció <strong>en</strong> Mallorca, donde fue<br />
redactor y crítico de arte del periódico El Día. En 1927 conoce<br />
<strong>en</strong> la isla a Gertie Börjesson, de nacionalidad sueca, con la cual poco<br />
después contrae matrimonio y va a vivir a Suecia donde fija su resid<strong>en</strong>cia<br />
habitual, ejerci<strong>en</strong>do el periodismo como corresponsal de El Socialista;<br />
al mismo tiempo <strong>en</strong>seña español y se preocupa por difundir la cultura y<br />
la literatura de su país. En esta labor destaca su fuerte apoyo a favor de<br />
la candidatura al Premio Nobel de Juan Ramón Jiménez, sobre el cual<br />
escribe y da a conocer <strong>en</strong> Suecia su importante obra. De profunda fe<br />
republicana, no regresa a España hasta 1978; es decir, sólo después del<br />
fin del régim<strong>en</strong>. Muere el 24 de octubre de 1992: la necrológica del ABC,<br />
al recordar brevem<strong>en</strong>te la desaparición del escritor, calla por completo su<br />
ideología republicana así como el motivo de su largo período trascurrido<br />
fuera de España.<br />
Estas líneas sirv<strong>en</strong> para dar al lector los datos es<strong>en</strong>ciales sobre esta<br />
figura casi desconocida del periodista catalán, naturalizado sueco, que<br />
juega un importante papel <strong>en</strong> la asignación del Premio Nobel a Juan Ramón,<br />
cuya poesía hace conocer <strong>en</strong> Suecia a través<br />
de un int<strong>en</strong>so trabajo de promoción de su obra que<br />
finaliza con la candidatura del Premio Nobel. Todo<br />
ello lo pone de relieve la docum<strong>en</strong>tación, <strong>en</strong> parte<br />
recogida <strong>en</strong> el libro publicado por Alfonso Alegre<br />
Heitzamnn 1 , que compr<strong>en</strong>de la correspond<strong>en</strong>cia<br />
cruzada con Z<strong>en</strong>obia, como también algunos artículos<br />
y <strong>en</strong>sayos sobre el poeta publicados <strong>en</strong> la pr<strong>en</strong>sa<br />
sueca. Juan Ramón, <strong>en</strong> realidad, como muestra esta<br />
primera carta de Z<strong>en</strong>obia a Dethorey —<strong>en</strong> que hay eco de una anterior<br />
de Alberto Jiménez Fraud que transmite la petición del periodista—, parece<br />
totalm<strong>en</strong>te aj<strong>en</strong>o al prestigioso premio literario, para el cual, informa<br />
la misma Z<strong>en</strong>obia <strong>en</strong> su carta del 17 de julio de 1950 a Alberto Jiménez<br />
Fraud, no ha pres<strong>en</strong>tado ninguna solicitud, proponi<strong>en</strong>do, <strong>en</strong> cambio, la<br />
candidatura de Ortega y Gasset. Naturalm<strong>en</strong>te, no puede ser indifer<strong>en</strong>te<br />
al asunto su esposa que sufre por el estado de <strong>en</strong>fermedad y depresión<br />
que <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to está vivi<strong>en</strong>do Juan Ramón y cree que la concesión<br />
del premio puede ayudarlo a salir de su abatimi<strong>en</strong>to e inanición. Escribe<br />
Z<strong>en</strong>obia a Ernesto Dethorey <strong>en</strong> su carta del 19 de julio:
Foto de boda de Ernesto Dethorey y<br />
Gertie Börjesson, muchacha sueca a la<br />
que conoció <strong>en</strong> Mallorca <strong>en</strong> 1927<br />
Z<strong>en</strong>obia da la información y los datos<br />
pedidos por Dethorey, y de eso escribe al fiel<br />
Juan Guerrero recom<strong>en</strong>dándole que haga un<br />
duplicado del material, <strong>en</strong> particular del publicado<br />
<strong>en</strong> los últimos años (los artículos de Gullón<br />
aparecidos <strong>en</strong> Ínsula y los de Cuadernos<br />
Hispanoamericanos y la antología de Federico<br />
de Onís como también la bibliografía del mismo<br />
Guerrero) y se lo <strong>en</strong>víe, lo mismo asegura<br />
que hará ella con la docum<strong>en</strong>tación que ti<strong>en</strong>e.<br />
Extrañam<strong>en</strong>te Dethorey no acusó recibo de<br />
los materiales y sólo lo hizo cinco años después,<br />
<strong>en</strong> su carta de 24 de abril de 1955, como<br />
él mismo anuncia: «es con cierto rubor que le<br />
escribo estas líneas pues hace cinco años que<br />
estoy <strong>en</strong> deuda con usted y con su esposo».<br />
Pero su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de vergü<strong>en</strong>za ti<strong>en</strong>e como<br />
causa principal el retraso con que el periodista-escritor<br />
catalán publica el artículo prometido<br />
sobre el poeta; artículo que sólo saldrá el<br />
22 de abril de 1955, <strong>en</strong> la página cultural del<br />
En Mallorca hacia 1920 Gertie y Dethorey <strong>en</strong> Vall<strong>en</strong>tuna<br />
(Suecia), hacia 1929<br />
Muy señor mío.<br />
Hemos recibido una carta de don Alberto Jiménez Fraud, de Oxford, <strong>en</strong> la que nos transmite<br />
el deseo de usted de publicar <strong>en</strong> ese país unos artículos relacionados con la concesión<br />
de un Premio Nobel de Literatura para mi marido, Juan Ramón Jiménez. Él está <strong>en</strong>fermo<br />
hace una temporada y por eso escribo yo <strong>en</strong> su lugar.<br />
Ante todo queremos darle a usted las gracias por su bu<strong>en</strong>a int<strong>en</strong>ción. Y ahora vamos al<br />
asunto: mi marido no ha pres<strong>en</strong>tado ninguna candidatura para dicho premio. Hace dos o<br />
tres años que se vi<strong>en</strong><strong>en</strong> publicando, <strong>en</strong> España y <strong>en</strong> Hispanoaméricana, artículos sobre este<br />
asunto […].<br />
prestigioso diario liberal Got<strong>en</strong>borgs Handelsoch<br />
Sjofarts-Tidningy, y del que el citado libro<br />
de Alegre reproduce un fragm<strong>en</strong>to (p. 51) pero<br />
publica íntegro el texto <strong>en</strong> español (pp. 475-<br />
480). Al mismo tiempo, Dethorey aduce como<br />
justificación del retraso <strong>en</strong> la publicación de<br />
su artículo otro factor de ord<strong>en</strong> psicológico:<br />
el temor a irritar la s<strong>en</strong>sibilidad de los suecos<br />
anticipando él, español, la importancia de la<br />
obra de Juan Ramón <strong>en</strong> vista de una candidatura<br />
al Premio Nobel.<br />
Como se ve, Dethorey muestra estar dotado<br />
de una fina diplomacia que, junto con<br />
su fe política y la admiración por la obra de<br />
Juan Ramón, le sirve para conseguir un doble<br />
objetivo: primero, la concesión del premio<br />
Nobel al poeta andaluz y, segundo, (pero no<br />
m<strong>en</strong>os importante para el inveterado republicano)<br />
el principio de que no sea el gobierno<br />
oficial español qui<strong>en</strong> retire el premio, dada<br />
la r<strong>en</strong>uncia del poeta a viajar a Estocolmo.<br />
87
Fernando Valera, Ministro<br />
de Estado del Gobierno de la<br />
República Española <strong>en</strong> el exilio<br />
El académico Hjalmar Gullberg,<br />
traductor de JRJ al sueco<br />
88<br />
JRJ y Z<strong>en</strong>obia Camprubí a bordo del<br />
vapor que los llevaría a Puerto Rico. 19<br />
de marzo de 1951<br />
En su carta confid<strong>en</strong>cial (16.11.1956) <strong>en</strong>viada<br />
a don Fernando Valera, Ministro de Estado<br />
del Gobierno de la República Española <strong>en</strong> el<br />
exilio, él insiste para que no sea el embajador<br />
de Franco qui<strong>en</strong> recoja el premio: «Hay que<br />
evitar <strong>en</strong> todo lo posible, por todos los medios<br />
a nuestro alcance, –apunta con fuerza—<br />
que el régim<strong>en</strong> franquista y sus servidores se<br />
<strong>en</strong>galan<strong>en</strong> con plumas aj<strong>en</strong>as». Dethorey irá<br />
repiti<strong>en</strong>do que Juan Ramón, «aunque no se<br />
ha declarado abiertam<strong>en</strong>te antifranquista»,<br />
ha abandonado España y nunca ha querido<br />
volver a su país para no vivir bajo la dictadura<br />
de Franco. Igualm<strong>en</strong>te, tras el anuncio sucesivo<br />
de la muerte del poeta, dirá <strong>en</strong> un primer<br />
mom<strong>en</strong>to que <strong>en</strong> absoluto los restos de Juan<br />
Ramón deb<strong>en</strong> trasladarse<br />
a España mi<strong>en</strong>tras viva el<br />
odiado dictador.<br />
La docum<strong>en</strong>tación<br />
epistolar de Dethorey<br />
—además de las cuatro<br />
cartas cruzadas con Z<strong>en</strong>obia<br />
editadas por Alfonso<br />
Alegre y anteriorm<strong>en</strong>te<br />
2 Carlos M<strong>en</strong>eses, Amor a la llibertat.<br />
Ernest M. Dethorey (1901-1992), Palma<br />
de Mallorca, Institut d’Estudis Baleàrics,<br />
1995. Igualm<strong>en</strong>te M<strong>en</strong>eses estudia y publica<br />
la docum<strong>en</strong>tación concerni<strong>en</strong>te a la relación<br />
del escritor catalán Llor<strong>en</strong>c Villalonga<br />
con Dethorey, <strong>en</strong> el artículo «Una amistad:<br />
Villalonga-Dethorey», Estudis Baleàrics, n.°<br />
57, feber/mai 1997, s.p.<br />
Cubierta de Juan Ramón Jiménez, 1956. Crónica<br />
de un premio Nobel, obra de Alfonso Alegre<br />
Heitzmann editada por la Resid<strong>en</strong>cia de<br />
Estudiantes <strong>en</strong> 2008<br />
por el escritor Carlos M<strong>en</strong>eses 2 , del cual las<br />
recibo— se dirige al Dr. Jaime B<strong>en</strong>ítez, Rector<br />
de la Universidad de Puerto Rico, qui<strong>en</strong> retiró<br />
oficialm<strong>en</strong>te el premio Nobel, y a otras personalidades<br />
importantes que participaron a favor<br />
de la candidatura al Premio Nobel de Juan<br />
Ramón Jiménez, <strong>en</strong>tre los cuales se cu<strong>en</strong>ta<br />
don Fernando Valera, repres<strong>en</strong>tante del Gobierno<br />
republicano <strong>en</strong> París. En la abundante<br />
correspond<strong>en</strong>cia elegimos como muestra significativa<br />
de la int<strong>en</strong>sa actividad realizada por<br />
Ernesto Dethorey las sigui<strong>en</strong>tes cuatro cartas,<br />
dos <strong>en</strong>viadas al Dr. Jaime B<strong>en</strong>ítez y dos a don<br />
Fernando Valera, corresponsales privilegiados<br />
del diálogo cruzado por el escritor catalán, que<br />
ti<strong>en</strong>e como tema fundam<strong>en</strong>tal la concesión del<br />
Nobel de Literatura a Juan<br />
Ramón Jiménez y, sobre<br />
todo, la pres<strong>en</strong>cia del repres<strong>en</strong>tante<br />
<strong>en</strong>cargado de<br />
retirar el premio, <strong>en</strong> torno<br />
a la cual se abre una dura<br />
polémica diplomática,<br />
aquí ampliam<strong>en</strong>te ilustrada<br />
por estas cartas.
EL REPRESENTANTE DEL GOBIERNO<br />
DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA<br />
C o n f i d e n c i a l<br />
Estocolmo, 16 de noviembre de 1956<br />
Excmo. Señor don Fernando Valera<br />
Ministro de Estado<br />
35, Av<strong>en</strong>ue Foch<br />
París (16 e )<br />
Mi querido y respetado amigo:<br />
Me refiero a mi carta del 56 de los corri<strong>en</strong>tes.<br />
He estado <strong>en</strong> Got<strong>en</strong>burgo para el estr<strong>en</strong>o de<br />
La vida es sueño, que hace más de 80 años que<br />
no se ponía <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a <strong>en</strong> Suecia.<br />
Durante mi aus<strong>en</strong>cia de Estocolmo ha ocurrido<br />
cierto cambio de esc<strong>en</strong>a <strong>en</strong> la cuestión de<br />
reparto de los premios Nobel, y este es el motivo<br />
de la pres<strong>en</strong>te.<br />
Se ha decidido, a causa de la situación mundial,<br />
no celebrar el gran banquete que acostumbra<br />
a t<strong>en</strong>er lugar después de la solemne ceremonia<br />
de la <strong>en</strong>trega de los premios. El banquete se<br />
va a reducir este año a una c<strong>en</strong>a más íntima, con<br />
un limitado número de invitados y los premiados.<br />
Se espera que <strong>en</strong> la ceremonia el reparto de los<br />
premios pueda celebrarse como de costumbre.<br />
Esto último quiere decir que por poco que<br />
empeorase la situación mundial, se susp<strong>en</strong>dería<br />
el acto de la <strong>en</strong>trega de los premios.<br />
A lo mejor —o lo peor—, según como se<br />
mir<strong>en</strong> las cosas, no hay, pues, problema para don<br />
Juan Ramón. Si se susp<strong>en</strong>de la <strong>en</strong>trega de los<br />
premios, no v<strong>en</strong>drá, naturalm<strong>en</strong>te, ninguno de<br />
los premiados o estarán por lo m<strong>en</strong>os disp<strong>en</strong>sados<br />
de v<strong>en</strong>ir personalm<strong>en</strong>te a recoger el premio.<br />
Al embajador de Franco le sería <strong>en</strong> este caso más<br />
difícil pret<strong>en</strong>der recoger el premio «oficialm<strong>en</strong>te»,<br />
para <strong>en</strong>viárselo a don Juan Ramón por la vía diplomática<br />
de Franco.<br />
Tal como están las cosas, la mejor solución,<br />
creo yo, sería ahora que no viniera nadie a recoger<br />
el premio, si es que don Juan Ramón no<br />
quiere o no puede v<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> persona a recogerlo.<br />
Apoyándose <strong>en</strong> las circunstancias que concurr<strong>en</strong><br />
<strong>en</strong> el caso: fallecimi<strong>en</strong>to de la esposa, estado<br />
delicado del salud de él mismo y ahora t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>-<br />
cia a no celebrar el festival Nobel con la pompa<br />
acostumbrada, dada la situación mundial, don<br />
Juan Ramón podría dirigirse a la Academia Sueca<br />
(añadi<strong>en</strong>do también que así se hace el m<strong>en</strong>or<br />
ruido posible, que es lo que él desea <strong>en</strong> esos<br />
mom<strong>en</strong>tos), y pedir que recoja el premio uno<br />
de los académicos, el mismo Hjalmar Gullberg,<br />
por ejemplo, traductor de sus poemas, y que le<br />
mand<strong>en</strong> el premio por mediación de un banco,<br />
simplem<strong>en</strong>te, sin interv<strong>en</strong>ción de autoridades<br />
de ninguna clase. No creo que a la Academia le<br />
pueda parecer mal la solución. Así se soluciona<br />
tal vez el problema para ella misma. Pero esto,<br />
como digo, ha de ser don Juan Ramón el que<br />
lo proponga, y pronto. Como le dije <strong>en</strong> mi carta<br />
anterior, la fecha de la <strong>en</strong>trega de los premios es<br />
el 10 de diciembre.<br />
Me han dicho que está ahora <strong>en</strong> Puerto Rico<br />
al lado de don Juan Ramón el profesor Federico<br />
de Onís, lo que le comunico para su gobierno.<br />
Me han dicho también que uno de los primeros<br />
<strong>en</strong> acudir a felicitar a J.R.J. fue el Cónsul de<br />
Franco <strong>en</strong> San Juan de Puerto Rico. Si don Juan<br />
Ramón no se ha declarado abiertam<strong>en</strong>te antifranquista,<br />
es difícil, seguram<strong>en</strong>te, evitar esta<br />
felicitación, como sería difícil evitar una recepción<br />
<strong>en</strong> la Embajada si viniera aquí, si es que don Juan<br />
Ramón dejase la puerta abierta para retirarse a<br />
España, cosa que es de dudar después del fallecimi<strong>en</strong>to<br />
de su esposa <strong>en</strong> Puerto Rico y habiéndola<br />
<strong>en</strong>terrado allí. Seguram<strong>en</strong>te no querrá separarse<br />
del sitio donde está <strong>en</strong>terrada y si se decide a<br />
volver a España será si puede llevar los restos de<br />
ella consigo.<br />
Pero todo esto no está reñido con que don<br />
Juan Ramón ni t<strong>en</strong>ga el más mínimo interés <strong>en</strong><br />
que el embajador de Franco recoja «oficialm<strong>en</strong>te»<br />
el premio, antes bi<strong>en</strong>, seguram<strong>en</strong>te, ti<strong>en</strong>e interés<br />
don Juan Ramón <strong>en</strong> que no suceda así. Y esto<br />
es precisam<strong>en</strong>te lo que a nosotros también nos<br />
interesa: Hacer todo lo posible con el fin de que<br />
no sea el embajador de Franco el que recoja «oficialm<strong>en</strong>te»<br />
el premio. Hay que evitar <strong>en</strong> todo lo<br />
posible, por todos los medios a nuestro alcance,<br />
que el régim<strong>en</strong> franquista y sus servidores se <strong>en</strong>galan<strong>en</strong><br />
con plumas aj<strong>en</strong>as.<br />
Esperando con verdadero interés sus noticias,<br />
le saluda con afecto y respeto invariables, su s.s.<br />
Ernesto Dethorey<br />
89
90<br />
JRJ con Jaime B<strong>en</strong>ítez poco antes de impartir<br />
su confer<strong>en</strong>cia “Poesía abierta y poesía<br />
cerrada” <strong>en</strong> el teatro de la Universidad de<br />
Puerto Rico, 3 de diciembre de 1952<br />
EL REPRESENTANTE DEL GOBIERNO<br />
DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA<br />
Confid<strong>en</strong>cial<br />
Excmo. Señor don Fernando Valera<br />
Ministro de Estado<br />
35, Av<strong>en</strong>ue Foch<br />
París (16 e )<br />
Mi querido y respetado amigo:<br />
Estocolmo, 13 de <strong>en</strong>ero de 1957<br />
Con refer<strong>en</strong>cia a mi correspond<strong>en</strong>cia sobre el Premio Nobel a don Juan<br />
Ramón Jiménez, voy a hacer a continuación un relato detallado con todos<br />
los detalles que conozco de lo ocurrido <strong>en</strong> Puerto Rico y Estocolmo <strong>en</strong><br />
relación con la <strong>en</strong>trega de dicho premio.<br />
Ante todo debo decirle —y más adelante verá usted las razones— que<br />
estuvimos a punto de perder la partida, pero que, al final, por pasarse de<br />
listos, a los de Franco les salió el tiro por la culata.<br />
Debo hacer, además, <strong>en</strong> primer lugar, una confesión: que me equivoqué<br />
de medio a medio al proponer como una de las soluciones que don<br />
Juan Ramón mandara a su sobrino a recoger el premio. Claro que lo hice<br />
porque no sabía quién era el sobrino ni el objeto de su viaje a Puerto Rico.<br />
Yo creía que había ido a ayudar a su tío y a hacerle compañía, a darle<br />
algún consuelo <strong>en</strong> el duro trance que éste estaba pasando. Pero según<br />
me dijo el Rector de la Universidad de Puerto Rico, Dr. Jaime B<strong>en</strong>ítez, el<br />
sobrino, que es un bizarro capitán de Artillería (otra circunstancia que yo<br />
ignoraba) don Francisco Hernández Pinzón, fue a Puerto Rico con el propósito<br />
de llevarse a España a su tío, seguram<strong>en</strong>te sigui<strong>en</strong>do instrucciones<br />
de la familia y de amigos, pero también de la «superioridad», es evid<strong>en</strong>te<br />
que el sobrino t<strong>en</strong>ía el <strong>en</strong>cargo de ésta de traerse a España a su tío. Según<br />
el sobrino, si don Juan Ramón se decidía a regresar a España, la «superioridad»<br />
estaba dispuesta a <strong>en</strong>viar un barco de guerra a buscarle, a fin de<br />
que hiciera el viaje con todos los honores. Al tropezar con la resist<strong>en</strong>cia<br />
y, finalm<strong>en</strong>te, con la negativa de don Juan Ramón a regresar a España, el<br />
sobrino creo que se puso furioso y se marchó de Puerto Rico con cajas<br />
destempladas. Parece que tío y sobrino han quedado reñidos.<br />
Al marcharse de Puerto Rico, el sobrino se fue directam<strong>en</strong>te a Madrid,<br />
como lo prueba una crónica publicada <strong>en</strong> ABC sobre unos hom<strong>en</strong>ajes a<br />
don Juan Ramón <strong>en</strong> Huelva y Moguer, crónica fechada el día 3 de diciembre,<br />
pues <strong>en</strong> ella se lee este párrafo significativo: «<strong>en</strong> cuanto a la vuelta de<br />
Juan Ramón a España, las posibilidades son francam<strong>en</strong>te escasas. Ayer,<br />
proced<strong>en</strong>te de Puerto Rico, llegó a Madrid su sobrino, D. Francisco Hernández<br />
Pinzón, que había ido a buscarle…». Más claro no puede estar.<br />
Hay que p<strong>en</strong>sar, pues, que el sobrino fue directam<strong>en</strong>te a Madrid, a dar<br />
cu<strong>en</strong>ta a la «superioridad» del fracaso de su «embajada». Esta «superioridad»<br />
pudo ser Artajo y hasta el mismo Franco o persona muy cercana a él.<br />
Y esto lo digo por lo ocurrido a la llegada del Dr. B<strong>en</strong>ítez a Suecia, a lo cual<br />
me referiré más adelante.<br />
En Puerto Rico había surgido otra complicación, que explica la l<strong>en</strong>titud<br />
de don Juan Ramón <strong>en</strong> tomar una decisión. Don Juan Ramón había reci-
JRJ con su sobrino Francisco<br />
Hernández-Pinzón y el doctor<br />
Ramón Fernández Marina <strong>en</strong> el<br />
Hospital Psiquiátrico de Hato<br />
Tejas<br />
bido una carta del Secretario Perpetuo de la Academia Sueca (el mismo<br />
que por la radio dijo que don Juan Ramón volvería probablem<strong>en</strong>te a España),<br />
<strong>en</strong> cuya carta le decía dicho señor que la <strong>en</strong>trega de los premios se<br />
celebraría… ¡el día 20 de diciembre! Por otro lado, don Juan Ramón t<strong>en</strong>ía<br />
informes de que la <strong>en</strong>trega de los premios se celebra cada año el día 10<br />
de diciembre. Pero es lo que decía don Juan Ramón: ¿Quién va a saber la<br />
fecha mejor que el Secretario Perpetuo de la Academia Sueca? Don Juan<br />
Ramón ya había decidido no ir a Suecia y <strong>en</strong>viar, <strong>en</strong> cambio, como delegado<br />
personal suyo al Rector de la Universidad de Puerto Rico. Pero no<br />
comunicaba todavía a la Academia su decisión. No había prisa para ello,<br />
estaban a primeros de diciembre solam<strong>en</strong>te. Algún día más tarde, sin embargo,<br />
se decidió don Juan Ramón a mandar su telegrama a la Academia.<br />
Al mismo tiempo, para salir de dudas, se acordó telefonear a la Embajada<br />
de Suecia <strong>en</strong> Washington. La Embajada confirmó, como era natural, que<br />
la <strong>en</strong>trega de los premios se efectuaría el día 10. El Rector B<strong>en</strong>ítez parece<br />
que no supo hasta el miércoles día 5 que había de estar <strong>en</strong> Estocolmo antes<br />
del día 10.<br />
El Rector B<strong>en</strong>ítez llegó a Estocolmo el sábado día 8 por la tarde <strong>en</strong> el<br />
avión de Nueva York. A la llegada le esperaban <strong>en</strong> el aeropuerto, <strong>en</strong>tre<br />
otros, repres<strong>en</strong>tantes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia,<br />
del Comité Nobel y de la Academia Sueca. Con gran sorpresa del Rector<br />
B<strong>en</strong>ítez, el repres<strong>en</strong>tante del Comité Nobel le mostró un cable que había<br />
recibido el día anterior de Puerto Rico. Firmaba el cable el Cónsul de España<br />
<strong>en</strong> aquella isla (Núñez, creo que se llama). El cable decía poco más o<br />
m<strong>en</strong>os que don Juan Ramón pedía que juntam<strong>en</strong>te con el Rector B<strong>en</strong>ítez<br />
le repres<strong>en</strong>tase <strong>en</strong> la ceremonia de <strong>en</strong>trega de los premios el embajador<br />
de España. El Rector B<strong>en</strong>ítez manifestó al Comité Nobel que no podía<br />
creer que don Juan Ramón, que le había <strong>en</strong>cargado de palabra y por escrito<br />
que le repres<strong>en</strong>tase, hubiera cambiado de parecer, y dijo también que<br />
la Universidad de Puerto Rico había hecho suyo el <strong>en</strong>cargo de don Juan<br />
Ramón y le había comisionado oficialm<strong>en</strong>te para que cumpliera la voluntad<br />
del poeta galardonado. El Comité Nobel se <strong>en</strong>contró, pues, con un<br />
conflicto.<br />
Este conflicto había sido creado, <strong>en</strong> parte, por el mismo Comité Nobel,<br />
ya que éste, sin esperar la llamada del Rector B<strong>en</strong>ítez, había comunicado<br />
al embajador el cont<strong>en</strong>ido del telegrama y se había puesto de acuerdo con<br />
dicho diplomático <strong>en</strong> que ambos señores asistieran juntos a la ceremonia<br />
de la <strong>en</strong>trega, pero que sería el embajador el que recogería de manos<br />
del rey el diploma y la medalla correspondi<strong>en</strong>tes al premio. En fin, que lo<br />
que el Comité había acordado con el embajador reducía, <strong>en</strong> realidad, las<br />
funciones del Rector B<strong>en</strong>ítez, de las de único delegado o repres<strong>en</strong>tante<br />
personal de Juan Ramón Jiménez, a las de valijero de la Embajada, o a lo<br />
mejor ni a eso siquiera, pues tal vez el diploma y la medalla los hubieran<br />
mandado a Puerto Rico por la vía oficial y el que hubiera hecho la <strong>en</strong>trega<br />
de ambas cosas a don Juan Ramón hubiera sido el mismo cónsul. A repres<strong>en</strong>tar<br />
este papel no podía resignarse el Rector B<strong>en</strong>ítez, qui<strong>en</strong> manifestó al<br />
Comité que si el cable del cónsul se confirmaba, él no t<strong>en</strong>ía la más mínima<br />
int<strong>en</strong>ción de asistir a la <strong>en</strong>trega de los premios. En consecu<strong>en</strong>cia, el Rector<br />
B<strong>en</strong>ítez mandó un cable a su esposa para que fuera a ver inmediatam<strong>en</strong>te<br />
a don Juan Ramón Jiménez y averiguase cuál era <strong>en</strong> realidad su voluntad.<br />
91
92<br />
El rey Gustavo Adolfo VI<br />
de Suecia <strong>en</strong>trega a Jaime<br />
B<strong>en</strong>ítez el Premio Nobel<br />
concedido a JRJ. Estocolmo,<br />
10 de diciembre de 1956<br />
El domingo día 9 se <strong>en</strong>trevistó el Rector B<strong>en</strong>ítez con los del Comité<br />
Nobel, pero se negó a asistir al <strong>en</strong>sayo de la ceremonia de la <strong>en</strong>trega. Por<br />
la tarde asistió a una recepción de la noche, antes de ir a la ópera, <strong>en</strong> donde<br />
se daba una función <strong>en</strong> honor de los premios Nobel, estuvo c<strong>en</strong>ando<br />
<strong>en</strong> mi casa. El Dr. B<strong>en</strong>ítez nos habló mucho de don Juan Ramón, de Puerto<br />
Rico y nos contó todo lo ocurrido hasta <strong>en</strong>tonces. Como dije, después de<br />
c<strong>en</strong>ar <strong>en</strong> mi casa, el Rector B<strong>en</strong>ítez se fue a la ópera. Al regresar al hotel,<br />
a eso de la media noche, me llamó por teléfono y me dijo que había recibido<br />
un cable de su esposa por el cual don Juan Ramón le confirmaba<br />
su <strong>en</strong>cargo de ser el único delegado y de repres<strong>en</strong>tarle personalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong><br />
todos los actos relativos a la <strong>en</strong>trega de los premios Nobel.<br />
Al recibir este cable, el Rector B<strong>en</strong>ítez quiso saber detalles de lo ocurrido<br />
<strong>en</strong> Puerto Rico y más tarde pidió una confer<strong>en</strong>cia telefónica con su<br />
esposa. Ésta le contó, <strong>en</strong>tonces, que todo había sido obra del cónsul. Que<br />
éste, tan pronto salió el Rector B<strong>en</strong>ítez para Estocolmo, le fue a ver y le<br />
preguntó si había inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> que el embajador de España estuviera<br />
pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la <strong>en</strong>trega del premio. El cónsul preguntó también a don Juan<br />
Ramón si t<strong>en</strong>ía algún inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> que lo comunicase así a Estocolmo.<br />
Naturalm<strong>en</strong>te don Juan Ramón no podía t<strong>en</strong>er inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> una cosa<br />
ni otra. Pero no podía estar de acuerdo, <strong>en</strong> cambio, <strong>en</strong> que <strong>en</strong> el cable<br />
que mandase el cónsul la palabra «pres<strong>en</strong>te» se sustituyese por «repres<strong>en</strong>tante».<br />
Resultaba, pues, a todas luces, que el cable que el Sr. Cónsul de la<br />
España de Franco había <strong>en</strong>viado al Comité Nobel de la Academia Sueca<br />
era un cable amañado y que el autor del amaño y que por lo tanto responsable<br />
del mismo no podía ser otro más que el referido cónsul <strong>en</strong> Puerto<br />
Rico.<br />
Aunque el Rector B<strong>en</strong>ítez estaba ya prev<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> cuanto a dicho<br />
cónsul, pues el <strong>en</strong>terarse éste del <strong>en</strong>cargo que don Ramón había dado al<br />
rector B<strong>en</strong>ítez, el cónsul fue a ver al Gobernador de Puerto Rico para quejarse<br />
y tratar de lograr que éste impidiera el viaje del Rector B<strong>en</strong>ítez a Suecia,<br />
éste, repito, no se av<strong>en</strong>ía a creer que llegara a tanto el atrevimi<strong>en</strong>to<br />
del repres<strong>en</strong>tante consular de Franco como hasta falsear un cable. Como<br />
razón de su gestión cerca del Gobernador el cónsul daba la de que lo que<br />
se iba a hacer era un gesto poco amistoso hacia España y que así lo interpretaría<br />
el Gobierno español. En esta y otras gestiones del cónsul había<br />
estado seguram<strong>en</strong>te de acuerdo el sobrino de don Juan Ramón. Se creía el<br />
cónsul, a lo mejor, hallarse <strong>en</strong> un país totalitario y que el Gobernador era<br />
algo así como el dictador de Puerto Rico. Naturalm<strong>en</strong>te, de nada le valió al<br />
cónsul el ir a ver a dicha Autoridad.<br />
Sin duda alguna, los manejos del cónsul eran una demostración palpable<br />
de la importancia que daba la España oficial a que, <strong>en</strong> defecto de don<br />
Juan Ramón <strong>en</strong> persona, fuese el repres<strong>en</strong>tante de esta España y no otro<br />
el que recogiese el premio. Con toda seguridad, el cónsul había recibido<br />
instrucciones conminatorias de impedir a toda costa que el Rector B<strong>en</strong>ítez<br />
pudiese cumplir sin obstáculos la voluntad de don Juan Ramón.<br />
Les tocó ahora a los del Comité Nobel el sorpr<strong>en</strong>derse ante el relato<br />
que el lunes por la mañana le hizo el Rector B<strong>en</strong>ítez de las mañas del<br />
cónsul de España <strong>en</strong> Puerto Rico. El Comité se <strong>en</strong>contraba ahora <strong>en</strong> una<br />
posición doblem<strong>en</strong>te desagradable. Por un lado, habían cometido la lige-
JRJ, Jaime B<strong>en</strong>ítez y Thomas<br />
S. Hayes, bibliotecario de<br />
la Universidad de Puerto<br />
Rico. Río Piedras, San Juan,<br />
3 de octubre de 1957. Foto de<br />
Torres<br />
B<strong>en</strong>ítez, JRJ y el<br />
neurosiquiatra español Luis<br />
Ortega, tras hacerse oficial la<br />
concesión del Premio Nobel al<br />
poeta. 25 de octubre de 1956.<br />
Foto de Trías<br />
reza de apresurarse a ponerse <strong>en</strong> contacto con el embajador, sin esperar<br />
la llegada del delegado de don Juan Ramón, habi<strong>en</strong>do dado por bu<strong>en</strong>o un<br />
cable que resultaba ser falso. (Aunque uno se pregunta si <strong>en</strong> realidad había<br />
habido ligereza, si no había sido que el embajador había recibido por<br />
su parte instrucciones de «hacer valer sus derechos» y hasta había indicado<br />
tal vez que cualquier otra solución sería considerada por el Gobierno<br />
español como un gesto poco amistoso). Naturalm<strong>en</strong>te, los del Comité se<br />
excusaban de que ellos no podían dudar de la honorabilidad de un funcionario<br />
consular de un país con el que Suecia manti<strong>en</strong>e relaciones <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te<br />
normales. Por otro lado, estaba allí el Rector B<strong>en</strong>ítez, dispuesto a<br />
def<strong>en</strong>der ante todo la voluntad de don Juan Ramón.<br />
El dilema para los del Comité Nobel era evid<strong>en</strong>te. Claro que de no<br />
haberse apresurado a ponerse <strong>en</strong> contacto con el embajador, no hubiera<br />
habido conflicto. Ahora, si había que cumplir la voluntad de don Juan<br />
Ramón, era casi inevitable desairar al embajador. El Rector B<strong>en</strong>ítez se<br />
ofreció a ir personalm<strong>en</strong>te a la Embajada de España, acompañado de un<br />
repres<strong>en</strong>tante del Comité Nobel, y poner allí al embajador las cartas sobre<br />
la mesa, a ver si después de lo ocurrido insistía éste todavía <strong>en</strong> recoger él<br />
el premio. Aquí no se trataba de ningún Gobierno ni de ningún embajador,<br />
sino de la voluntad de Juan Ramón Jiménez y que un repres<strong>en</strong>tante del<br />
Comité fuera a cumplir la decisión al embajador así como exponerle las<br />
razones <strong>en</strong> que aquélla se apoyaba.<br />
Al t<strong>en</strong>er conocimi<strong>en</strong>to el embajador de la maniobra del cónsul y de la<br />
decisión del Comité Nobel, optó por retirarse sin protestar y abst<strong>en</strong>erse de<br />
toda pret<strong>en</strong>sión de tomar parte activa <strong>en</strong> la ceremonia de la <strong>en</strong>trega del<br />
premio. A esta ceremonia asistió el embajador de Franco pero la pres<strong>en</strong>ció<br />
s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong>tre los demás repres<strong>en</strong>tantes del Cuerpo Diplomático asist<strong>en</strong>tes<br />
a la misma.<br />
Otros detalles periféricos: lo primero que me dijo el Rector B<strong>en</strong>ítez<br />
era que don Juan Ramón le había <strong>en</strong>cargado especialm<strong>en</strong>te me diera un<br />
abrazo de su parte. Los asist<strong>en</strong>tes a la c<strong>en</strong>a <strong>en</strong> mi casa fueron: el Director<br />
de la Biblioteca e Instituto de Estudios Iberoamericanos de Estocolmo, Dr.<br />
conde Magnus Mörner; la «lector» o profesora de español <strong>en</strong> la Universidad<br />
de Got<strong>en</strong>burgo, Matilde Goulard de la Lama, a qui<strong>en</strong> la Academia<br />
Sueca <strong>en</strong>cargó esta primavera pasada el informe sobre Juan Ramón, y su<br />
esposo el Sr. Westberg, profesor de Economía; el traductor de «Platero»,<br />
Dr. Arne Häggavist; naturalm<strong>en</strong>te, el Dr. B<strong>en</strong>ítez, y mi esposa y yo. Asistí a<br />
la ceremonia de la <strong>en</strong>trega de los premios; me vestí de frac y me pr<strong>en</strong>dí la<br />
<strong>en</strong>comi<strong>en</strong>da de la Ord<strong>en</strong> de la Liberación.<br />
Antes de terminar…<br />
¿Qué p<strong>en</strong>sar de un Secretario Perpetuo de la Academia Sueca, que<br />
se equivoca al dar la fecha de la <strong>en</strong>trega de los premios, atrasándola a 10<br />
días? Este Secretario asiste desde muchos años, cada año, a la fiesta de los<br />
premios Nobel, que se celebra el día del aniversario del fallecimi<strong>en</strong>to de<br />
Alfredo Nobel.<br />
¿Qué p<strong>en</strong>sar de un Comité Nobel, que sin esperar la llegada del delegado<br />
personal de don Juan Ramón (llegada anunciada antes de recibir el<br />
telegrama del cónsul), se apresura a tomar decisiones que afectan de ll<strong>en</strong>o<br />
a la misión de este delegado y a la voluntad del que se le ha confiado?<br />
93
94<br />
¿Qué p<strong>en</strong>sar de la diplomacia de Franco y particularm<strong>en</strong>te del cónsul<br />
de España <strong>en</strong> Puerto Rico? A lo mejor éste se creía algo así como un émulo<br />
de Bismarck que, así como éste, con su célebre telegrama de Ems*,<br />
provocó la guerra franco-prusiana y cambió el rumbo de la historia, él con<br />
su cable amañado desde Puerto Rico podría cambiar <strong>en</strong> Estocolmo el rumbo<br />
de los acontecimi<strong>en</strong>tos.<br />
He dado mi palabra al Rector B<strong>en</strong>ítez de no dar publicidad a este relato,<br />
pero, fuera de que algunos lo conoc<strong>en</strong> o conoc<strong>en</strong> por lo m<strong>en</strong>os ciertos<br />
detalles del mismo, no creo que mi discreción deba ext<strong>en</strong>derse al extremo<br />
de no dar cu<strong>en</strong>ta a usted del mismo; a usted a qui<strong>en</strong> no t<strong>en</strong>go sólo el<br />
deber sino también el interés de informar sobre este asunto del premio<br />
Nobel a don Juan Ramón y de lo ocurrido <strong>en</strong> relación con la <strong>en</strong>trega del<br />
mismo.<br />
Le saluda muy afectuosa y respetuosam<strong>en</strong>te,<br />
Ernesto Dethorey<br />
Sr. Don Jaime B<strong>en</strong>ítez<br />
Rector de la Universidad de Puerto Rico<br />
Río Piedras (P. R.)<br />
Mi querido y respetado amigo.<br />
29 de septiembre de 1957<br />
Iba a escribirle para preguntarle precisam<strong>en</strong>te sobre la salud de<br />
nuestro admirado poeta, pues había leído noticias bastantes alarmantes<br />
acerca de ella, cuando recibo su amable carta del 19 de este mes. Compr<strong>en</strong>derá<br />
usted, pues, que me haya alegrado mucho recibirla y leer <strong>en</strong><br />
ella que don Juan Ramón empieza a restablecerse.<br />
Le agradezco mucho el <strong>en</strong>vío que me hace del primoroso cuaderno<br />
Hom<strong>en</strong>aje a Juan Ramón Jiménez, que ha editado esa Universidad, así<br />
como le quedo también reconocido por las fotografías y el recorte que<br />
acompañaban a su carta citada.<br />
Su referido artículo y su carta me han dado pie para escribir un pequeño<br />
artículo, cuyo recorte le <strong>en</strong>viaré así que aquél se publique. Ti<strong>en</strong>e<br />
gracia lo que don Juan Ramón dice de que el rey de Suecia se parece a<br />
Pablo Casals.<br />
A propósito de este último, le <strong>en</strong>vío a usted adjunto dos recortes de<br />
un artículo que escribí el mes pasado. Recibí del Departam<strong>en</strong>to de Instrucción<br />
Pública de ese Estado —supongo que <strong>en</strong>viado por suger<strong>en</strong>cia de<br />
usted— el libro que dicho Departam<strong>en</strong>to ha editado sobre la estancia de<br />
Pablo Casals <strong>en</strong> Puerto Rico 1955-1956. Mi artículo es el acuse de recibo.<br />
Le agradecería tuviera usted la bondad de hacer llegar uno de los recortes<br />
que le <strong>en</strong>vío al Departam<strong>en</strong>to de Instrucción Pública.
B<strong>en</strong>ítez, JRJ y Pau Casals <strong>en</strong> la resid<strong>en</strong>cia<br />
del primero <strong>en</strong> Río Piedras, San Juan de<br />
Puerto Rico, el 23 de diciembre de 1957<br />
Le interesará a usted saber —y a don Juan Ramón también— que<br />
la casa editora Wahkström & Widstran ha anunciado ya hace tiempo la<br />
aparición de la selección de Diario de un poeta recién casado (Diario<br />
de poeta y mar) que ha traducido Arne Häggqvist. A fines de esta primavera<br />
y principios de verano corregí el manuscrito y hace poco eché<br />
una ojeada a las últimas pruebas. El libro aparecerá pronto y a esta<br />
aparición dedico unas líneas <strong>en</strong> el artículo que acabo de escribir y del<br />
cual le hablo más arriba. El editor me ha pagado 300 coronas por mi<br />
trabajo. En vista de que no quería pagar más, Häggqvist me ha dado,<br />
g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te, 100 coronas de sus emolum<strong>en</strong>tos. –Espero que esta<br />
selección de Diario de un poeta recién casado t<strong>en</strong>ga tanto éxito como<br />
Platero y yo y que se edit<strong>en</strong> de ella también muchos miles de ejemplares.<br />
Ruégole salude y abrace de mi parte a don Juan Ramón y usted<br />
reciba las expresiones de amistad y agradecimi<strong>en</strong>to sincero de su afmo.<br />
ERNESTO DETHOREY<br />
Sveaväg<strong>en</strong> 86 v<br />
Stockholm Va<br />
95
96<br />
JRJ, el periodista Juan Manuel Ocasio y Margarita B<strong>en</strong>ítez<br />
ante la vitrina <strong>en</strong> la que se exhibe el diploma del Premio<br />
Nobel <strong>en</strong> la sala Z<strong>en</strong>obia y Juan Ramón Jiménez. Foto de<br />
Mandín<br />
Ernesto Dethorey junto a su mujer hacia el final de su vida<br />
Sr. Don Jaime B<strong>en</strong>ítez<br />
Rector de la Universidad de Puerto Rico<br />
Río Piedras (P. R.)<br />
11 de junio de 1958<br />
Mi querido y respetado amigo:<br />
Ante todo reciba usted y el Claustro de Profesores<br />
de esa Universidad la expresión de mi más s<strong>en</strong>tida<br />
condol<strong>en</strong>cia por la muerte de don Juan Ramón Jiménez.<br />
Si no es a usted, no t<strong>en</strong>go a nadie a qui<strong>en</strong> hacer<br />
pat<strong>en</strong>te el profundo dolor que me causó la noticia.<br />
He recibido su discurso a los graduados –<strong>en</strong>vío<br />
que agradezco– y por las palabras de usted aludi<strong>en</strong>do<br />
a la muerte del gran poeta, he podido compr<strong>en</strong>der<br />
que se habían llevado los restos de Juan Ramón a<br />
España, cosa que luego he visto confirmada por diarios<br />
españoles. Todo debe de haber sucedido con<br />
rapidez vertiginosa. Ya que no pudieron llevarse el<br />
cuerpo vivo del poeta, se han llevado su cadáver.<br />
Como digo <strong>en</strong> mi artículo, cuyo recorte le <strong>en</strong>vío <strong>en</strong> 2<br />
ejemplares —uno para usted y otro para el archivo de<br />
la Sala Z<strong>en</strong>obia y Juan Ramón Jiménez— d<strong>en</strong>tro de la<br />
p<strong>en</strong>a que ha causado el que se hayan llevado el cadáver<br />
a España antes de que hayan cambiado las cosas<br />
<strong>en</strong> ese país, es un consuelo saber que se han llevado<br />
también los restos de Z<strong>en</strong>obia. Como dice el profesor<br />
Fogelquyist <strong>en</strong> una carta que de él he recibido,<br />
separarlos hubiese sido «profanar los más fervi<strong>en</strong>tes<br />
deseos de los dos», hubiese sido «una infamia y una<br />
estupidez».<br />
Poco antes de ocurrir el fallecimi<strong>en</strong>to, leí <strong>en</strong> el<br />
ABC de Madrid el alegato del sobrino, contestando a<br />
Matthews, alegato que me ll<strong>en</strong>ó de indignación. Aludo<br />
<strong>en</strong> mi artículo a esta cuestión y digo que «los que<br />
vieron con qué tacto y discreción —y con qué digni-
Despedida de los féretros de Juan<br />
Ramón y Z<strong>en</strong>obia de la Universidad<br />
de Puerto Rico. A la derecha,<br />
Francisco Hernández-Pinzón,<br />
sobrino de JRJ, portando un ataúd.<br />
Al fondo, Jaime B<strong>en</strong>ítez. Archivo<br />
Fundación Juan Ramón Jiménez,<br />
Moguer (Huelva)<br />
dad, podía haber añadido— cumplió el rector B<strong>en</strong>ítez aquí la delicada<br />
misión que le confió el poeta de recoger el premio Nobel, no pued<strong>en</strong><br />
compr<strong>en</strong>der las acusaciones de Hernández-Pinzón». No se ha tratado<br />
nunca de convertir a don Juan Ramón <strong>en</strong> bandera política, sino de todo<br />
lo contrario: de evitar que la España de Franco, que no se preocupó de<br />
su exist<strong>en</strong>cia hasta que le otorgaron el premio Nobel, utilizase el nombre<br />
del poeta y su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> España para tratar de dar prestigio al<br />
desacreditado y odioso régim<strong>en</strong>.<br />
En mi artículo me pregunto —o mejor dicho, expreso la esperanza—<br />
de que se hayan cumplido con todo esto «los más íntimos deseos<br />
o la última voluntad» de Juan Ramón.<br />
Se me ocurr<strong>en</strong> también otras peguntas que no es necesario conteste<br />
usted si no cree deber o poder contestarlas.<br />
Supongo que la donación que hizo el poeta de su biblioteca, etc.<br />
a la Universidad, no puede ser objeto de reclamación por parte de la<br />
familia del finado o del gobierno franquista. ¿Están incluidos <strong>en</strong> esta<br />
donación y podrán figurar <strong>en</strong> ese Museo Z<strong>en</strong>obia y Juan Ramón Jiménez<br />
el diploma y la medalla del premio Nobel?<br />
¿Hizo testam<strong>en</strong>to don Juan Ramón? ¿Quiénes son sus albaceas testam<strong>en</strong>tarios?<br />
¿Quién está <strong>en</strong> posesión de los derechos literarios de sus obras?<br />
¿Quién se <strong>en</strong>cargará de la edición de sus obras completas? ¿Quién<br />
publicará su obra inédita?<br />
Adjunto hallará usted, como le digo, dos recortes de mi artículo, y<br />
unos recortes de los artículos necrológicos publicados por los principales<br />
diarios de Suecia. Estos últimos recortes son para el archivo de la<br />
sala.<br />
Esperando recibir noticias suyas y recordándole siempre con invariable<br />
afecto y respeto, le abraza<br />
[Siglas iniciales manuscritas] E.D.<br />
97
Gabriela era lesbiana<br />
Cristina Peri Rossi
Doris Dana y Gabriela<br />
Mistral <strong>en</strong> México <strong>en</strong> 1948<br />
99
100<br />
Obra <strong>en</strong> la que se recoge la<br />
correspond<strong>en</strong>cia s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal,<br />
erótica y romántica de<br />
Gabriela Mistral con su<br />
secretaria y amante, Doris<br />
Dana<br />
no se trata de un título s<strong>en</strong>saCionalista para <strong>en</strong>Cabezar<br />
un artículo <strong>en</strong> la España de hoy, pero <strong>en</strong> la pacata, católica y derechosa<br />
sociedad chil<strong>en</strong>a, <strong>en</strong> cambio, la reci<strong>en</strong>te publicación por editorial Lum<strong>en</strong><br />
de Niña errante, la correspond<strong>en</strong>cia s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal, erótica y romántica de<br />
Gabriela Mistral con su jov<strong>en</strong> amante y secretaria, Doris Dana, ha causado<br />
gran revuelo y polémica, descubri<strong>en</strong>do la doble moral que <strong>en</strong>cubre «al<br />
amor que no osa decir su nombre» (Editorial Lum<strong>en</strong> de Barcelona la editará<br />
después del próximo verano).<br />
En efecto, Niña errante (como llamaba tiernam<strong>en</strong>te la escritora chil<strong>en</strong>a<br />
a Doris, neoyorkina, treinta años m<strong>en</strong>or, poeta y aficionada a los viajes)<br />
recoge las dosci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta cartas que Gabriela Mistral le <strong>en</strong>vió durante<br />
casi una década <strong>en</strong> que compartieron proyectos, amor, viajes, casas<br />
y hoteles, sufrieron aus<strong>en</strong>cias, <strong>en</strong>fermedades, separaciones y una pasión<br />
int<strong>en</strong>sa: celos, obsesión, angustia, placeres y dolores, felicidad y tristeza.<br />
La publicación de esta correspond<strong>en</strong>cia cayó como una bomba <strong>en</strong> un<br />
país que ti<strong>en</strong>e la efigie de la poeta <strong>en</strong> los billetes de cinco mil pesos y donde<br />
el lesbianismo de su premio Nobel fem<strong>en</strong>ino era uno de los secretos<br />
mejor guardados, con suma hipocresía: se com<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> voz baja, pero<br />
nadie osaba publicar una línea sobre el tema (no hay ninguna biografía<br />
fiable de la autora, y se espera, con expectativa, la que ha anunciado la<br />
norteamericana Elizabeth Holan).<br />
Los poemas y textos de Gabriela Mistral se le<strong>en</strong> <strong>en</strong> el colegio primario,<br />
su labor pedagógica ha sido reconocida públicam<strong>en</strong>te (no púbicam<strong>en</strong>te),<br />
se le rind<strong>en</strong> hom<strong>en</strong>ajes y se la recuerda <strong>en</strong> todos los actos, pero el sil<strong>en</strong>cio<br />
opaco y la ocultación custodiaban celosam<strong>en</strong>te su vida privada (no t<strong>en</strong>er<br />
vida privada es considerado normal, si se trata de una mujer). Por otra<br />
parte, Gabriela, consci<strong>en</strong>te de la homofobia de su país (compartida hasta<br />
por el presid<strong>en</strong>te All<strong>en</strong>de, médico, qui<strong>en</strong> consideraba esta opción sexual<br />
como una perversión clínica, una <strong>en</strong>fermedad) guardó también un precavido<br />
sil<strong>en</strong>cio, muy prud<strong>en</strong>te, hasta muchos años después de su muerte,<br />
ocurrida <strong>en</strong> Nueva York, <strong>en</strong> 1957, <strong>en</strong> brazos de su amada. En cambio, trató<br />
de vivir lejos de Chile la mayor parte del tiempo. Y si hoy se publican las<br />
cartas que le escribió a su gran amor, Doris Dana —su albacea y heredera,<br />
además—, es de suponer que sugirió que pasara un tiempo sufici<strong>en</strong>te<br />
como para que la revelación de su verdadera id<strong>en</strong>tidad sexual <strong>en</strong>contrara<br />
un ambi<strong>en</strong>te más favorable. Ambas supieron esperar. Gabriela, confiando<br />
pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Doris, y Doris, guardando una altiva fidelidad al legado; la<br />
sobrevivió cincu<strong>en</strong>ta años, y después de muerta —falleció <strong>en</strong> Naples, Florida,<br />
<strong>en</strong> el año 2006— legó los cuar<strong>en</strong>ta mil docum<strong>en</strong>tos inéditos que le<br />
confió Gabriela Mistral a su sobrina, Doris Atkinson, qui<strong>en</strong> acaba de <strong>en</strong>tregarlos<br />
a la Biblioteca Nacional de Chile.<br />
Este legado ha permitido publicar la correspond<strong>en</strong>cia.<br />
«Gabriela Mistral era lesbiana, ¿ahora qué hacemos?» tituló el semanario<br />
de mayor tiraje <strong>en</strong> Chile el largo artículo que dedicó a la aparición<br />
del libro Niña errante. Titular que refleja la situación embarazosa <strong>en</strong> que<br />
se si<strong>en</strong>te una sociedad que por un lado rinde culto a la única mujer que<br />
ha ganado el Premio Nobel (Neruda dejó sufici<strong>en</strong>tes pruebas acerca de<br />
su heterosexualidad) y por otro, disimula, oculta, niega cualquier prueba<br />
de su lesbianismo, que es pecado, perversión o vicio. (¿Recuerdan los
Nápoles, Italia, 1951<br />
lectores aquella pregunta clásica sobre la homosexualidad: ¿<strong>en</strong>fermedad<br />
o vicio? Pues sigue vig<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la sociedad chil<strong>en</strong>a contemporánea.) ¿Qué<br />
hacemos ahora? ¿Seguimos negando la opción sexual de Gabriela o ignoramos<br />
su labor poética, pedagógica, su <strong>en</strong>trega a los niños, su lucha contra<br />
el analfabetismo?<br />
B<strong>en</strong>jamín Prado, <strong>en</strong> un excel<strong>en</strong>te artículo de bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida al libro que<br />
publicó <strong>en</strong> el diario El País, de España, el veinte de septiembre del 2009,<br />
reproducía irónicam<strong>en</strong>te ese titular.<br />
Pero ¿cómo se explica la caída de esta bomba <strong>en</strong> la tranquila vida cultural<br />
chil<strong>en</strong>a? Gabriela Mistral, nacida <strong>en</strong> Vicuña, Chile, <strong>en</strong> 1889, y fallecida<br />
<strong>en</strong> Nueva York, <strong>en</strong> 1957, nombró como albacea a su amante y compañera<br />
de los últimos años, Doris Dana. Le legó más de cuar<strong>en</strong>ta mil docum<strong>en</strong>tos,<br />
<strong>en</strong>tre cartas, poemas, textos, y la fiel albacea, a pesar de sus frecu<strong>en</strong>tes<br />
depresiones y de su alcoholismo,<br />
designó, a su vez, como heredera,<br />
a su sobrina, Doris Atkinson, qui<strong>en</strong><br />
acaba de <strong>en</strong>tregar el legado a la<br />
Biblioteca Nacional de Chile. Pedro<br />
Pablo Zegers, del Archivo del Escritor<br />
de esa institución, reunió la<br />
correspond<strong>en</strong>cia de Gabriela Mistral<br />
a su jov<strong>en</strong> amor, respetando el ord<strong>en</strong><br />
cronológico. Las casi dosci<strong>en</strong>tas<br />
cincu<strong>en</strong>ta cartas se conviert<strong>en</strong>, de<br />
este modo, <strong>en</strong> un hondo y desgarrador<br />
testimonio de una relación<br />
amorosa ll<strong>en</strong>a de incertidumbres,<br />
aus<strong>en</strong>cias, deseos, frustraciones y<br />
<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros dichosos, separaciones<br />
terribles, celos, todas las pulsiones<br />
de la pasión. Una novela romántica<br />
involuntaria, escrita de manera<br />
epistolar, y donde las circunstancias,<br />
siempre las circunstancias, juegan<br />
a veces a favor (la concesión del<br />
Nobel, por ejemplo), a veces <strong>en</strong><br />
contra (los conflictos internacionales<br />
y sus peligros, por ejemplo). Y los cuerpos, siempre los cuerpos como síntoma:<br />
las numerosas <strong>en</strong>fermedades de Gabriela, la adicción al alcohol de<br />
Dana, el temor a la muerte, el deseo de la poeta de vivir los últimos años<br />
<strong>en</strong> paz, <strong>en</strong> armonía con su <strong>en</strong>amorada, <strong>en</strong> una especie de idílico Edén. En<br />
su cauteloso prólogo, el editor nada <strong>en</strong>tre dos aguas: no puede dejar de<br />
reconocer que son cartas de amor, y no de un amor platónico, pero, a la<br />
vez, no escribe nunca la palabra lesbianismo. Se trataría, según él, de un<br />
amor etéreo, «paternal», de Gabriela hacia su jov<strong>en</strong> traductora y admiradora.<br />
¿Y por qué «paternal» y no «maternal», se dirán ustedes, dada, además,<br />
la conocida ternura y protección que la poeta s<strong>en</strong>tía por los niños y las<br />
niñas? Bu<strong>en</strong>o, se trata de justificar algo que Gabriela no explica nunca <strong>en</strong><br />
sus cartas: el uso frecu<strong>en</strong>te de un yo masculino al dirigirse epistolarm<strong>en</strong>te<br />
a su querida amante. Y que no necesita ninguna explicación, más allá de<br />
101
102<br />
Italia, 1952<br />
que un autor o una autora, cuando escrib<strong>en</strong>,<br />
pued<strong>en</strong> asumir un yo masculino o fem<strong>en</strong>ino<br />
según su estado de ánimo, su deseo o su imaginación.<br />
(De una carta del 14 de abril de 1949,<br />
de Gabriela a Dana: «Amor: te decía <strong>en</strong> mi<br />
carta de hoy que llevo varias noches de mal<br />
dormir. (…) ¡Qué estúpido ha sido el que más<br />
te quiere, Doris mía! ¡Perdóname, vida mía,<br />
perdóname! ¡No lo haré más! Y tú guardarás<br />
el control de ti, hay fe <strong>en</strong> tu pobrecillo, que es<br />
un ser torpe, vehem<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>ado por su<br />
complejo de inferioridad (el de la edad.)»<br />
El libro está ilustrado con numerosas fotografías; <strong>en</strong> casi todas, el amor<br />
brilla a través de las miradas cómplices de ambas mujeres, de las sonrisas<br />
arrobadas que se dirig<strong>en</strong>, <strong>en</strong> las manos unidas, <strong>en</strong> el abrazo mutuo. Pero<br />
los mom<strong>en</strong>tos de des<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro y de dolor no están fotografiados; las cartas<br />
son su testimonio.<br />
El <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<br />
En mayo de 1946, Gabriela Mistral pronunció una confer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el Barnard<br />
College, de New York, una de las instituciones fem<strong>en</strong>inas más distinguidas<br />
y prestigiosas de Estados Unidos. Yo la visité, hace unos años, y<br />
di una confer<strong>en</strong>cia sobre mi obra; las alumnas suel<strong>en</strong> ser hijas de bu<strong>en</strong>a<br />
familia, con una extraordinaria formación académica y muchísima curiosidad,<br />
un rasgo infaltable de la intelig<strong>en</strong>cia. Gabriela acababa de recibir el<br />
Premio Nobel. Entre las asist<strong>en</strong>tes a la confer<strong>en</strong>cia estaba la jov<strong>en</strong> Doris<br />
Dana, nacida <strong>en</strong> 1920 y desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de Noah Webster, autor del más<br />
célebre diccionario de l<strong>en</strong>gua inglesa. La jov<strong>en</strong>, extrañam<strong>en</strong>te hermosa (el<br />
doble de Katherine Hepburn, parecido que salta a la vista de todos <strong>en</strong> las<br />
fotografías que se conservan) había traducido el artículo «El otro desastre<br />
alemán», que la poeta chil<strong>en</strong>a había publicado <strong>en</strong> un libro como hom<strong>en</strong>aje<br />
a Thomas Mann, autor de Muerte <strong>en</strong> V<strong>en</strong>ecia, Doctor Fausto y Los<br />
Budd<strong>en</strong>brook. Doris era amiga de la familia Mann, especialm<strong>en</strong>te de una<br />
de las hijas, por la que s<strong>en</strong>tía una amistad amorosa correspondida, aunque<br />
nunca reconocida públicam<strong>en</strong>te.<br />
La primera carta es de Doris Dana, está fechada el 9 de febrero de 1948<br />
y expresa la emoción que sintió al conocerla y la honda admiración que<br />
le inspira la escritora chil<strong>en</strong>a. «Nunca podría expresar, ni mucho m<strong>en</strong>os<br />
pagarle, todo lo que le debo personalm<strong>en</strong>te. Deuda que es parte de lo que<br />
el mundo <strong>en</strong>tero le debe a la gran artista que nos ha revelado bellezas<br />
excelsas y visiones profundas.» (La cursilería estilística corresponde a la<br />
época, seudoelocu<strong>en</strong>te y un poco anfractuosa. En cambio, Gabriela Mistral<br />
usará siempre un estilo ardi<strong>en</strong>te, coloquial, aj<strong>en</strong>o a cualquier cursilería<br />
seudopoética.)<br />
Doris t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>tonces veintiséis años, pert<strong>en</strong>ecía a una familia rica <strong>en</strong><br />
decad<strong>en</strong>cia económica y psicológica: conflictos edípicos, neurosis, alcoholismo,<br />
bancarrota, int<strong>en</strong>tos de suicido. Alguno de sus biógrafos afirma que<br />
ya era una jov<strong>en</strong> poeta lesbiana, hermosa y neurótica, demasiado aficionada<br />
al alcohol. Gabriela Mistral t<strong>en</strong>ía cincu<strong>en</strong>ta y siete años, era famosa, su
Gabriela Mistral <strong>en</strong> su último viaje<br />
rumbo a Chile, 1954<br />
dedicación a la pedagogía y a la <strong>en</strong>señanza, su amor a los niños y su soledad<br />
eran muy conocidos, a pesar de que siempre hubo alguna secretaria a<br />
su lado que hacía, además, de dama de compañía (investigaciones futuras<br />
deberían revelar alguna de esas interesantes relaciones, de importancia<br />
para la compr<strong>en</strong>sión de su obra).<br />
Casi un mes después (<strong>en</strong>tonces las cartas tardaban mucho tiempo <strong>en</strong><br />
cruzar el océano, dificultad con la que siempre se toparían; no había móviles<br />
ni Internet, y los teléfonos no eran de fiar), Gabriela respondería a<br />
la primera carta de Doris de una manera<br />
muy emocionada: «Su bella carta cordial<br />
me ha conmovido. Yo no me merezco<br />
ese cariño suyo y m<strong>en</strong>os esa admiración;<br />
pero a los viejos profesores nos gusta ser<br />
queridos de los jóv<strong>en</strong>es con o sin derecho<br />
a ello.» Ya se han instaurado los roles que<br />
se mant<strong>en</strong>drán fijos y estables durante<br />
más de quince años: la vieja profesora y la<br />
jov<strong>en</strong> alumna (suele ser más fácil cambiar<br />
de relación que cambiar los roles psicológicos<br />
de una relación establecida); la<br />
escritora consagrada y la principiante.<br />
El flechazo ha sido mutuo, a través de<br />
esa privilegiada relación del eros pedagógico<br />
que para los griegos era el auténtico<br />
amor erótico. («No conozco v<strong>en</strong>taja mayor<br />
para un jov<strong>en</strong> que t<strong>en</strong>er un amante<br />
virtuoso y mucho más viejo que él, y para<br />
un amante viejo que amar a un objeto<br />
jov<strong>en</strong> y virtuoso», dice el primer orador<br />
de El banquete, de Platón.)<br />
No se trata sólo de atracción física,<br />
sino de la química cerebral que se establece<br />
<strong>en</strong> una relación de gran difer<strong>en</strong>cia<br />
de edad: la fascinación de los jóv<strong>en</strong>es<br />
cuya intelig<strong>en</strong>cia comi<strong>en</strong>za a des<strong>en</strong>volverse<br />
hacia la otra, madura, de gran experi<strong>en</strong>cia,<br />
que a su vez, se si<strong>en</strong>te estimulada<br />
a <strong>en</strong>señar.<br />
A partir del primer cruce de cartas<br />
<strong>en</strong>tre ambas mujeres la seducción quedó<br />
establecida. (No siempre el jov<strong>en</strong> discípulo<br />
consigue <strong>en</strong>amorar al viejo maestro;<br />
una de las primeras esc<strong>en</strong>as de seducción occid<strong>en</strong>tal es el int<strong>en</strong>to del<br />
jov<strong>en</strong> y atractivo Alcibíades de cautivar a Sócrates, <strong>en</strong> el siglo IV antes de<br />
Cristo. Vano int<strong>en</strong>to.)<br />
La difer<strong>en</strong>cia de edad, como de l<strong>en</strong>gua, no son obstáculos, sino todo<br />
lo contrario. ¿Deberíamos recordar que el amor necesita la alteridad, que<br />
ama la difer<strong>en</strong>cia, la dificultad, lo Otro pero que si<strong>en</strong>do lo Otro simula ser<br />
lo Semejante? A Gabriela no le gustaba el inglés, ni le gustaba New York,<br />
103
104<br />
Gabriela Mistral saludando desde el palacio<br />
de La Moneda, Santiago de Chile, 1954<br />
pero se <strong>en</strong>amoró completam<strong>en</strong>te de<br />
una jov<strong>en</strong> neoyorkina treinta años m<strong>en</strong>or<br />
que ella, que la admiraba profundam<strong>en</strong>te.<br />
La primera vez que Gabriela omite<br />
el nombre de Dana es <strong>en</strong> una carta de<br />
ese mismo año, <strong>en</strong> que directam<strong>en</strong>te,<br />
la <strong>en</strong>cabeza con la palabra Amor. Empieza<br />
con esa palabra y termina con<br />
un deseo: «Tu amor no debe darme<br />
llagas como las otras; él nació para ser<br />
mi alegría.» (Es una de las pocas refer<strong>en</strong>cias<br />
que hace a otras mujeres de su<br />
pasado; las investigaciones hasta ahora<br />
imprecisas designan, sin embargo, a la<br />
escultora chil<strong>en</strong>a Laura Rodig, la mexicana<br />
Palma Guillén y la portorriqueña<br />
Consuelo Saleva, d<strong>en</strong>ominada «Coni»<br />
<strong>en</strong> algunas de las cartas a Doris Dana.)<br />
Es posible que a los cincu<strong>en</strong>ta y siete<br />
años y con muchos problemas de salud, Gabriela ya no tuviera ganas de<br />
eufemismos ni de perder el tiempo. Se había <strong>en</strong>amorado de Doris como<br />
nunca, era correspondida y com<strong>en</strong>zó a soñar con el futuro, que era, también,<br />
soñar con la muerte: quería ser feliz con ella los años que le quedaban<br />
de vida, comparti<strong>en</strong>do una pequeña casa (lejos de New York, ciudad<br />
que odiaba) con un huerto, porque amaba las plantas y las flores, no era<br />
mujer de grandes urbes, era de intimidades y soledades, de recogimi<strong>en</strong>to<br />
y armonía.<br />
La desigualdad como pasión<br />
Gabriela era chil<strong>en</strong>a, Dana norteamericana; amaba el campo, Dana las<br />
grandes ciudades; Gabriela t<strong>en</strong>ía 57 años, Doris 26; Gabriela era toda pasión<br />
y <strong>en</strong>trega, Dana, a veces huía o se refugiaba <strong>en</strong> sí misma; Gabriela<br />
t<strong>en</strong>ía una urg<strong>en</strong>cia vital —mortal— que a veces asustaba a la jov<strong>en</strong>.<br />
Pero por <strong>en</strong>cima de todo, estaba la atracción de lo igual-difer<strong>en</strong>te, del<br />
espejo cóncavo.<br />
La pasión, según Gabriela Mistral<br />
M<strong>en</strong>os de un año después, la poeta chil<strong>en</strong>a le escribe <strong>en</strong> una carta: «Desde<br />
que te fuiste yo no río y se me acumula <strong>en</strong> la sangre no sé qué materia<br />
d<strong>en</strong>sa y oscura.» Y al final: «Una punta va hacia el trabajo, la otra hacia<br />
lo vivido. Yo no sabía hasta donde eso —lo vivido, ha cavado <strong>en</strong> mí, hasta<br />
dónde estoy quemada por ese punzón de fuego, que duele igual que la<br />
brasa ardi<strong>en</strong>do sobre la palma de la mano» (el subrayado es del original).<br />
En otra carta, sigui<strong>en</strong>te: «Perdóname, vida mía. Siete días, d<strong>en</strong>tro de<br />
mí, son ahora una especie de eternidad.»<br />
Y para todos aquellos que procuran ignorar el erotismo de la relación<br />
<strong>en</strong>tre ambas («Gabriela era lesbiana, ¿ahora qué hacemos?»), carta del 12
de abril de 1949: «Querida mía, tú conoces el cuerpo, pero no el alma <strong>en</strong>tera<br />
de tu pobrecilla. Y así, no has adivinado el infierno puro que ha sido<br />
para mí tu sil<strong>en</strong>cio de siete días o más. (…) Procuraré creer que existe un<br />
futuro nuestro. Yo creía <strong>en</strong> eso cuando nos separamos. Pero nada hay tan<br />
dañino, tan grave, tan infernal como una aus<strong>en</strong>cia sin palabras. Equivale<br />
a una ruptura, es eso: un corte vertical.»<br />
«Parece que tú ignoras aún que (<strong>en</strong> tu aus<strong>en</strong>cia) me vi<strong>en</strong>e una especie<br />
de borrachera de amargura, de pronto, algo como una purga infernal que<br />
me cae a las <strong>en</strong>trañas y que me da una agonía sin sangre y sin llanto, es<br />
decir, sin alivio. (…) Es una prueba muy agria, querida mía, la de nuestra<br />
separación. YO SÉ, SÉ que no hay torpeza tan grande como separarse.<br />
(Llevo cuatro días de vagar como un fantasma, haci<strong>en</strong>do esfuerzos que<br />
nunca hice por salir de la obsesión, de la tristeza, del temor que me trabajan.<br />
Miedo es todo esto, puro miedo de perderte.»)<br />
La relación <strong>en</strong>tre Gabriela Mistral y Doris Dana estuvo hecha de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros<br />
y separaciones causadas por varios motivos: la poeta chil<strong>en</strong>a<br />
desempeñaba cargos diplomáticos que la obligaron a residir <strong>en</strong> difer<strong>en</strong>tes<br />
ciudades, y además, al recibir el Nobel, tuvo que dictar varias confer<strong>en</strong>cias<br />
literarias que la llevaban de México a Cuba, de Estocolmo a Perú. Pero<br />
cuando se <strong>en</strong>amoró de Doris, su único deseo fue vivir con ella. En cambio,<br />
la jov<strong>en</strong>, a qui<strong>en</strong> Gabriela llama «la niña errante», o cariñosam<strong>en</strong>te, «mi<br />
vagabundilla»», t<strong>en</strong>ía la compulsión de viajar, le seducía Europa y pasaba<br />
mucho tiempo <strong>en</strong> New York, <strong>en</strong>tre otras cosas, porque t<strong>en</strong>ía una familia<br />
conflictiva, donde el alcoholismo y los trastornos psicológicos se combinaban<br />
con el derroche de una gran fortuna malgastada por su padre. Como<br />
observa <strong>en</strong> el epílogo del libro su sobrina, Doris Atkinson —qui<strong>en</strong> no tuvo<br />
acceso al legado de su tía hasta su muerte— Dana era una mujer muy<br />
atractiva, pero padecía una neurosis maníaco-depresiva —<strong>en</strong>fermedad de<br />
varios miembros de la familia—; le costaba mucho esfuerzo mant<strong>en</strong>erse<br />
sobria y sus frecu<strong>en</strong>tes cambios de humor fueron un obstáculo tanto para<br />
la conviv<strong>en</strong>cia como para la relación amorosa con Gabriela. La aproximación-huida<br />
era su táctica psicológica: el impulso hacia la mujer que amaba,<br />
y luego el temor al compromiso, a la muerte, que la hacían desaparecer,<br />
después de provocar una riña para separarse con más facilidad. Gabriela<br />
Mistral padeció estas compulsiones psicológicas de Dana sin llegar a compr<strong>en</strong>der<br />
nunca que se debía más a un conflicto emocional (aproximaciónriesgo-huida)<br />
que al desamor o a la disparidad de culturas o de l<strong>en</strong>gua.<br />
Dana se aproximaba a Gabriela y luego la abandonaba, <strong>en</strong> medio de una<br />
crisis o de una pelea, para su desesperación, y cada vez que la creía perdida,<br />
ella volvía, conduciéndola al paraíso. «Yo necesito de tu pres<strong>en</strong>cia de<br />
una manera viol<strong>en</strong>ta, como del aire. Parece que estuviese vivi<strong>en</strong>do una<br />
asfixia. Es eso exactam<strong>en</strong>te. Tal vez fue una locura muy grande <strong>en</strong>trar <strong>en</strong><br />
esta pasión», le escribe <strong>en</strong> 1949.<br />
A m<strong>en</strong>udo, se queja de la falta de correspond<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el doble s<strong>en</strong>tido<br />
de la palabra: Doris, aus<strong>en</strong>te, no le escribe; no le escribe con la frecu<strong>en</strong>cia<br />
que ella lo necesita, lo desea, y su sil<strong>en</strong>cio le resulta inquietante, perturbador,<br />
angustioso. Y de correspond<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el otro s<strong>en</strong>tido: si<strong>en</strong>te que<br />
ama más, que la desea más; quizás por la difer<strong>en</strong>cia de edad, Dana puede<br />
derrochar el tiempo con otras amistades, otros vínculos, sin darse cu<strong>en</strong>ta<br />
de que para ella es ahora o nunca. Gabriela Mistral es consci<strong>en</strong>te de que<br />
105
Gabriela tomando mate. La acompañan Lucía<br />
Rodríguez, Auristela Iglesias y Amelia Rojas<br />
106<br />
no le queda mucho tiempo y no cesa de recordárselo a su amiga; no omite<br />
nunca los detalles de sus males físicos, el recrudecimi<strong>en</strong>to de su diabetes,<br />
o el progreso de su arterioesclerosis; esto le provoca ansiedad (¿qué hace<br />
Dana <strong>en</strong> New York con sus amistades <strong>en</strong> lugar de correr a su lado?) y por<br />
otro lado, su perman<strong>en</strong>tes quejas, sus reclamos, deb<strong>en</strong> asustar a la norteamericana<br />
(«tú eres de una raza mucho más fría», le reprocha.) Gabriela<br />
si<strong>en</strong>te ansiedad y culpa: ansiedad por la falta de tiempo vital;<br />
es una mujer ya vieja y <strong>en</strong>ferma que necesita ferozm<strong>en</strong>te<br />
vivir su última pasión a tiempo completo; culpa, porque<br />
al asediar a la jov<strong>en</strong>, cree alejarla de sí y actuar de manera<br />
egoísta.<br />
Por otra parte, asume un rol muy protector desde el<br />
punto de vista económico; las cartas están ll<strong>en</strong>as de detalles<br />
acerca de los numerosos giros de dinero, <strong>en</strong>vío de cheques,<br />
gastos que Gabriela cubre con mucho amor y g<strong>en</strong>erosidad:<br />
le compra desde los zapatos o la ropa hasta un auto, desde<br />
los viajes hasta la hipoteca de la casa. Ya decidida a que Doris<br />
sea su heredera universal y su albacea, se preocupa constantem<strong>en</strong>te<br />
por la situación financiera de la jov<strong>en</strong> (su padre<br />
había derrochado la fortuna familiar y la madre estaba <strong>en</strong>cerrada<br />
<strong>en</strong> una clínica psiquiátrica muy cara), le <strong>en</strong>vía dinero,<br />
establece una cu<strong>en</strong>ta común, procura que la jov<strong>en</strong> adquiera<br />
una casa para ambas <strong>en</strong> un lugar agradable, que no puede ser<br />
New York, porque Gabriela detesta esa ciudad y por fin, la nombra administradora<br />
de sus casas <strong>en</strong> California.<br />
A veces, la difer<strong>en</strong>cia de int<strong>en</strong>sidad (Gabriela apasionada, Doris más<br />
distante, más fría) hace reflexionar a la poeta chil<strong>en</strong>a. Así, <strong>en</strong> una carta de<br />
8 de <strong>en</strong>ero de 1950, escribe: «Sí, tú <strong>en</strong>cabezas la carta según lo actual:<br />
«querida… querida… querida». Pero ya pasó lo otro. En mí, no. Yo te<br />
digo: amor, amor, amor».<br />
Gabriela se muestra casi siempre apasionada pero insegura. Como los<br />
<strong>en</strong>amorados, teme perder a qui<strong>en</strong> desea. «No hay futuro para mí sino de<br />
una de estas cosas: o t<strong>en</strong>erte siempre conmigo, cosa que yo no puedo pret<strong>en</strong>der,<br />
o hacerme una conci<strong>en</strong>cia tranquila de que te voy a perder <strong>en</strong> uno<br />
o dos años más. ¿Dónde estuve yo contigo, donde yo fui tu compañero de<br />
toda la vida que me cuesta un torm<strong>en</strong>to tal perderte? ¿Qué tiempo llevo<br />
sin ti? ¿Son realm<strong>en</strong>te un mes y veinte días? Yo quisiera morirme pronto<br />
para evitarte a ti mi carga, esta esclavitud.»<br />
Pero el tiempo va transcurri<strong>en</strong>do, y Gabriela compr<strong>en</strong>de que si necesita<br />
y sueña vivir junto a su amada, la que ti<strong>en</strong>e que hacer el movimi<strong>en</strong>to y<br />
desplazami<strong>en</strong>to definitivo es ella. Pero no hacia New York, ciudad que detesta.<br />
Después de mil contratiempos, consigu<strong>en</strong> establecerse <strong>en</strong> California,<br />
que resulta una región muy agradable para la poeta chil<strong>en</strong>a; un pequeño<br />
pueblo ll<strong>en</strong>o de hermosos paisajes y colorido, rodeado de árboles. Pero<br />
como <strong>en</strong> los grandes amores románticos el final no puede ser feliz, la dicha<br />
es breve, porque muere al poco tiempo. Eso sí: con el sueño cumplido<br />
de t<strong>en</strong>er a Dana a su lado.
Casa de Gabriela Mistral y Doris Dana,<br />
Roslyn Harbor, California, ca. 1954<br />
Los celos<br />
Como <strong>en</strong> todo amor pasional, los<br />
celos aparec<strong>en</strong> varias veces <strong>en</strong> las<br />
cartas de Gabriela y por ellas se<br />
deduce que eran recíprocos.<br />
En julio de 1952, Gabriela le escribe:<br />
«Doris Dana: después de tu<br />
partida viol<strong>en</strong>ta y sin nombre —<br />
no sé cómo llamarla— y después<br />
de haber vivido yo tres días de un<br />
estado lam<strong>en</strong>table, llega esa carta<br />
tuya de París. No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do hasta<br />
hoy tu cólera brutal al partir y<br />
tampoco <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do esta carta normal,<br />
cordial y sin mancha de furor.<br />
¡Ilumine Dios mi cabeza porque<br />
no logro ver <strong>en</strong> claro cosa alguna!<br />
(…) Luego, el gesto y las voces<br />
con que pasaste por la puerta que<br />
estoy mirando, correspond<strong>en</strong> a<br />
algún choque muy fuerte conmigo,<br />
a una cólera viol<strong>en</strong>tísima y… a un<br />
golpe de odio, de odio puro.»<br />
Gabriela proclama su inoc<strong>en</strong>cia, su amor incondicional; es creída, y recibe,<br />
como premio, una carta de Dana que le restituye la alegría.<br />
Pero también la escritora chil<strong>en</strong>a padece crisis de celos; <strong>en</strong> especial,<br />
durante un breve período, si<strong>en</strong>te que la bella norteamericana se ha reconciliado<br />
con la hija de Thomas Mann y que a ella sólo le quedará el recuerdo<br />
de este amor.<br />
A pesar de estos ataques de celos, todo hace suponer que ni una ni otra<br />
se fueron infieles, y que la pres<strong>en</strong>cia de algunas mujeres cerca de Gabriela<br />
se debía más a sus <strong>en</strong>fermedades y necesidades domésticas que a otra<br />
cosa. En cuanto a Dana, sus huidas y sus viajes expresaban el temor a ser<br />
virtualm<strong>en</strong>te poseída por esta pasión que am<strong>en</strong>azaba con consumirla, con<br />
tragársela. Sin duda la escritora chil<strong>en</strong>a podía proporcionarle la estabilidad<br />
emocional de la que había carecido <strong>en</strong> la infancia, pero t<strong>en</strong>ía que <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse<br />
a varios conflictos: la mala salud de Gabriela Mistral, su futura muerte<br />
y el alejami<strong>en</strong>to de las dos personas de su familia a qui<strong>en</strong>es quería:<br />
Alberta, la madre, qui<strong>en</strong> vivió hasta 1970, pero pasó un largo período de<br />
reclusión <strong>en</strong> un hospital psiquiátrico y a qui<strong>en</strong> cuidó (pagó la clínica con el<br />
dinero que aportaba g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te la poeta chil<strong>en</strong>a), y de Leora, la hermana<br />
m<strong>en</strong>or de Dana, por la que s<strong>en</strong>tía un <strong>en</strong>orme cariño.<br />
El epílogo de su sobrina, Doris Atkinsons, es contund<strong>en</strong>te: «Creo que<br />
Leora fue la persona a la que Doris más amó <strong>en</strong> su vida. Leora le proporcionó<br />
cierta estabilidad emocional luego de la muerte de Gabriela. La<br />
muerte de Leora y la de Gabriela Mistral fueron las dos pérdidas de las<br />
cuales jamás pudo recuperarse».<br />
107
108<br />
En Roslyn Harbor, 1954, tres años antes<br />
de la muerte de Gabriela Mistral<br />
La vida nueva<br />
Doris Dana y Gabriela Mistral<br />
pudieron realizar el sueño de vivir<br />
juntas un par de años: desde<br />
1955 a la muerte de la poeta, <strong>en</strong><br />
1957. Y lo hicieron recogidas <strong>en</strong> la<br />
casa que Gabriela había comprado,<br />
<strong>en</strong> Roslyn Harbor, California:<br />
una casa con un huerto con flores,<br />
como siempre había deseado.<br />
Para vivir lo que llamó «una<br />
vida nueva», como Dante.<br />
A la luz de estas cartas y de otros testimonios que se irán conoci<strong>en</strong>do<br />
del legado de cuar<strong>en</strong>ta mil docum<strong>en</strong>tos donados a la Biblioteca Nacional<br />
de Chile, la interpretación de algunos de sus poemas será más transpar<strong>en</strong>te<br />
que nunca.<br />
Todas íbamos a ser reinas,<br />
de cuatro reinos sobre el mar:<br />
Rosalía con Ifig<strong>en</strong>ia<br />
y Lucila (1) con Soledad.<br />
En la tierra seremos remos,<br />
y de verídico remar,<br />
y si<strong>en</strong>do grandes nuestros remos,<br />
llegaremos todas a la mar.<br />
(1) El nombre verdadero de Gabriela Mistral era Lucila Godoy.<br />
Dana la sobrevivió fiel y solitariam<strong>en</strong>te cincu<strong>en</strong>ta años; custodió ese legado<br />
con extremo celo y devoción. No hizo alusiones públicas ni privadas<br />
a su relación con la poeta chil<strong>en</strong>a, pero <strong>en</strong>tre los objetos guardados cuidadosam<strong>en</strong>te<br />
del pasado <strong>en</strong> común, y expuestos hace unos años <strong>en</strong> la<br />
Biblioteca Nacional de Chile, destacaba un fonógrafo con un disco de 1953:<br />
«Secret love», cantado por Doris… Day. Y <strong>en</strong>tre los docum<strong>en</strong>tos que guardó<br />
<strong>en</strong> una caja fuerte, hasta su fallecimi<strong>en</strong>to, uno de los más apreciados es<br />
este manuscrito que le dedicó Gabriela Mistral:
Yo sé bi<strong>en</strong> que nadie, ninguna persona <strong>en</strong> este<br />
mundo, puede saber qué cosa es nuestra vida<br />
sino (excepto) nosotros mismos.<br />
La bella vida nuestra es tan imperceptible,<br />
tan delicada, por ll<strong>en</strong>a de imponderables, que<br />
casi no es posible verla. Es posible solam<strong>en</strong>te<br />
vivirla, gracias a Dios.<br />
Yo vivo <strong>en</strong> una especie de sueño, acordándome<br />
de todas las gracias que me has hecho.<br />
Y lo que vivo es una vida nueva, una vida<br />
que siempre yo he buscado nunca hallé. Es una<br />
cosa ella sacra y conc<strong>en</strong>trada.<br />
La vida sin ti es una cosa sin sangre, sin<br />
razón alguna. Tú eres «mi casa», mi hogar, tú<br />
misma. En ti está mi c<strong>en</strong>tro.<br />
(Y el solo quererte me purifica.) Ella es el<br />
abandono, la confianza completa.<br />
Yo sé que tú eres fiel como una piedra.<br />
Mi memoria es ahora un mundo, se vuelve<br />
un Universo vasto y completo. Y a la vez<br />
incompleto, porque ha crecido tanto aunque<br />
parecería que no pudiese crecer más.<br />
Ay, amor grave y tan dulce, tan sin peso a<br />
la vez. ¡Alegría mía!<br />
Descans<strong>en</strong> <strong>en</strong> paz.<br />
109
El poeta que quiso bailar<br />
NACHO SÁNCHEZ<br />
110
111
112<br />
1 Rafael Alberti distingue <strong>en</strong>tre poetas con ‘p’ minúscula<br />
y Poetas con ‘P’ mayúscula. Desde el principio consideramos<br />
a José Antonio Muñoz Rojas como gran ejemplo del segundo<br />
grupo y de ahí que <strong>en</strong> el título del docum<strong>en</strong>tal aparezca la<br />
palabra Poeta <strong>en</strong> mayúscula. Igual ocurre <strong>en</strong> todo este artículo.<br />
2 Conocido desde siempre <strong>en</strong> el mundillo literario,<br />
Muñoz Rojas no ha sido conocido más ampliam<strong>en</strong>te hasta la<br />
recuperación y reedición de muchos de sus libros gracias al<br />
cuidadoso trabajo llevado a cabo por Manuel Borrás y la editorial<br />
Pre-Textos.<br />
3 Entre otros: Hijo Predilecto de Andalucía (1992), Medalla<br />
de Oro de la Ciudad de Antequera (1992), Medalla de<br />
la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo (1995), Hijo<br />
Predilecto de Málaga (1998), Premio de Ensayo y Humanidad<br />
José Ortega y Gasset (1997), Premio Luis Góngora y Argote<br />
(1998), Premio Nacional de Poesía (2002), Premio Reina Sofía<br />
de Poesía Iberoamericana (2002), Medalla de la Fundación<br />
M<strong>en</strong>éndez Pelayo (2004), Premio Andalucía de la Crítica <strong>en</strong><br />
Narrativa (2007).<br />
«si no llega a ser por José antonio… ni se me hubiera oCurrido<br />
v<strong>en</strong>ir. Pero si es por él, cualquier cosa. Se lo merece todo. Pero, ¡<strong>en</strong><br />
qué sitio me habéis metido!». Las palabras son de María Victoria At<strong>en</strong>cia.<br />
La poeta malagueña las decía cuando se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> mitad de un viñedo<br />
de la vega antequerana a casi 30 grados de temperatura. S<strong>en</strong>tada<br />
<strong>en</strong> una silla fr<strong>en</strong>te a una cámara de video. Sobre una tierra roja arcillosa<br />
cuyas viñas mostraban unas uvas embrionarias. La ilustre autora respondía<br />
allí a unas preguntas que formarían parte del docum<strong>en</strong>tal<br />
El Poeta sin tiempo. Y, a pesar del calor, María Victoria<br />
At<strong>en</strong>cia lo hacía con exactitud, sinceridad,<br />
gozo; demostrando un inm<strong>en</strong>so cariño<br />
hacia su bu<strong>en</strong> amigo y maestro José<br />
Antonio Muñoz Rojas. Fue una de las<br />
primeras <strong>en</strong>trevistas. Y, allí mismo, dijo<br />
algo que sirvió de guía para el resto de<br />
la película: «Muñoz Rojas es una persona<br />
s<strong>en</strong>cilla, íntima, profundam<strong>en</strong>te religiosa.<br />
Es un <strong>en</strong>canto de persona. Y su obra es<br />
<strong>en</strong>orme y grandiosa. Las dos cosas <strong>en</strong>cajan<br />
muy bi<strong>en</strong>. Se produce algo especial, como cuando<br />
se produce el milagro de un gran Poeta».<br />
Quizás residía ahí la dificultad de este docum<strong>en</strong>tal. En pret<strong>en</strong>der<br />
acercarse a ese milagro, a este Poeta con mayúscula 1 .<br />
Pero también a la Persona, también con ‘P’ mayúscula. El autor<br />
es conocido principalm<strong>en</strong>te por la poesía de libros como Cantos<br />
a Rosa, Abril del Alma o Las Cosas del Campo 2 , así como<br />
por sus numerosos premios 3 ; pero, a medida que se profundiza<br />
<strong>en</strong> su biografía, <strong>en</strong> su eterno apr<strong>en</strong>dizaje, su vida cotidiana consigue dejar<br />
su literatura incluso por debajo de su calidad humana. Y es cuando se descubre<br />
que la Persona y el Poeta son totalm<strong>en</strong>te inseparables. Así, aunque<br />
la película busca la manera de resumir ci<strong>en</strong> años de una vida completísima<br />
<strong>en</strong> poco más de una hora, finalm<strong>en</strong>te se ha convertido<br />
<strong>en</strong> mucho más que eso. Quizás sea ese el mayor descubrimi<strong>en</strong>to<br />
durante el proceso completo de la película:<br />
llegar a compr<strong>en</strong>der que la calidad literaria de Muñoz<br />
Rojas es, a veces, una simple anécdota fr<strong>en</strong>te a su calor<br />
humano, a su compr<strong>en</strong>sión natural, a su s<strong>en</strong>cillez bondadosa,<br />
a su s<strong>en</strong>tido de la amistad.<br />
Así, El Poeta sin tiempo suponía desde un principio<br />
la oportunidad de conocer la personalidad, la forma de<br />
<strong>en</strong>t<strong>en</strong>der la vida, el campo y el paso del tiempo de José<br />
Antonio Muñoz Rojas. De investigar acerca de todo ello<br />
y dar una visión lo más objetiva y real posible. El reto<br />
se completaba con la idea de conseguir un docum<strong>en</strong>tal<br />
basado <strong>en</strong> el mismo espíritu de s<strong>en</strong>cillez de la obra<br />
del Poeta. En eliminar casi cualquier artificio. En hacer<br />
olvidar que <strong>en</strong>tre el espectador y los personajes de la
María Victoria At<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> un viñedo de la vega antequerana<br />
película siempre hay una cámara por medio.<br />
En <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el día a día del Poeta, <strong>en</strong> su proceso<br />
creativo. Eso era lo más difícil <strong>en</strong> todo el<br />
proyecto. Ahora ya no podemos saber por el<br />
propio José Antonio si todo ello se ha conseguido<br />
o no. Así que ya solam<strong>en</strong>te puede ser<br />
el público el único juez que lo decida: ti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />
set<strong>en</strong>ta minutos para dar el veredicto.<br />
El universo creativo de Muñoz<br />
Rojas<br />
Las <strong>en</strong>trevistas (con pres<strong>en</strong>cia o no de la cámara)<br />
a algunas de las personas que mejor<br />
han conocido al autor aportaron muchísimo a<br />
la película. Pero si algo se ha apr<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el<br />
periodo de trabajo es que la es<strong>en</strong>cia de Muñoz<br />
Rojas se descubre realm<strong>en</strong>te de otra manera.<br />
La primera, parte de la propia lectura de<br />
4 Por qué me gustará tanto andar la tierra / arada, s<strong>en</strong>tir la tierra tanto.<br />
/ Andar, andar, aunque sea torpem<strong>en</strong>te. Extracto del libro Entre Otros Olvidos,<br />
Editorial Pre-Textos. Val<strong>en</strong>cia, 2001. Es sólo uno de los ejemplos que permit<strong>en</strong><br />
compr<strong>en</strong>der la es<strong>en</strong>cia literaria y humana de Muñoz Rojas.<br />
5 José Antonio Muñoz Rojas conocía el campo a la perfección. «Los que<br />
somos más urbanos y no lo conocemos bi<strong>en</strong>, pasamos por el campo sin luz. Pero<br />
cuando él le da el nombre, la cosa aflora otra vez: el nombre, la palabra, convoca<br />
otra palabra y a todo lo que va vi<strong>en</strong>do, flores, árboles, bichitos… a todo le daba<br />
su nombre, su nombre cotidiano… Y todo eso va remiti<strong>en</strong>do a otro mundo, que<br />
ti<strong>en</strong>e que ver con su proceso creativo. Lo que ve, al nombrarlo, acaba cobrando<br />
toda la expresividad». Son palabras de Enrique Ba<strong>en</strong>a pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>tes a El Poeta sin<br />
tiempo.<br />
6 Tu oficio, poeta, es contemplar, / que todo se te escriba d<strong>en</strong>tro; luego, /<br />
quizás leer allí mismo, quizás decir a los otros / lo que allí mismo, escrito, tú lees.<br />
Extracto del poema ‘Tu oficio, Poeta’, recogido, <strong>en</strong>tre otros, por Clara Martínez<br />
Mesa <strong>en</strong> su estudio La Alac<strong>en</strong>a Olvidada. José Antonio Muñoz Rojas. Obra Completa<br />
<strong>en</strong> Verso. Editorial Pre-Textos y Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.<br />
Val<strong>en</strong>cia-Madrid, 2008. Igualm<strong>en</strong>te, basta consultar el Glosario del mundo<br />
del campo que aparece <strong>en</strong> este excel<strong>en</strong>te trabajo realizado por Martínez Mesa<br />
para reconocer el dominio del vocabulario rural que poseía Muñoz Rojas.<br />
Entrevista a Eduardo Muñoz Bayo, uno de los hijos de José<br />
Antonio Muñoz Rojas<br />
la poesía del autor antequerano 4 . La segunda,<br />
surge del campo, de las jornadas de trabajo<br />
pasadas <strong>en</strong> la Vega de Antequera. Ambas resultaron,<br />
finalm<strong>en</strong>te, ser las claves para compr<strong>en</strong>der<br />
(aunque sea mínimam<strong>en</strong>te) la mirada<br />
del poeta antequerano hacia ese campo: o lo<br />
que es lo mismo, hacia la vida.<br />
La imag<strong>en</strong> obt<strong>en</strong>ida <strong>en</strong> esas horas de observación<br />
de cultivos, g<strong>en</strong>tes, fauna y paisajes,<br />
es el resultado del mismo proceso creativo<br />
que el poeta realizaba 5 <strong>en</strong> su trabajo y que<br />
nosotros quisimos experim<strong>en</strong>tar desde su<br />
mismo punto de vista; un procedimi<strong>en</strong>to que,<br />
además, también completa el pintor José Medina<br />
Galeote <strong>en</strong> el transcurso del docum<strong>en</strong>tal,<br />
mi<strong>en</strong>tras pret<strong>en</strong>de reflejar <strong>en</strong> sus li<strong>en</strong>zos y con<br />
el pincel lo que Muñoz Rojas <strong>en</strong> sus cuadernos<br />
y con la pluma. El resultado final (tanto de<br />
la cámara como del pincel) sólo logra ser un<br />
mínimo acercami<strong>en</strong>to a la mirada del poeta, a<br />
su universo creativo, a su poesía. Pero sí que<br />
reflejan la s<strong>en</strong>cillez y universalidad con la que<br />
el autor nos habla del campo <strong>en</strong> sus versos y,<br />
<strong>en</strong>tre líneas, de sí mismo.<br />
Sin olvidar que para eso quizás no hagan<br />
falta las imág<strong>en</strong>es de la película. Más bi<strong>en</strong> al<br />
contrario. Basta con pasear alguna vez por<br />
los cultivos que inundan la vega antequerana.<br />
Mirarlos olvidándose del mundanal ruido.<br />
Explorando su es<strong>en</strong>cia. Leer allí Las Cosas<br />
del Campo. Contemplar. Observar colores,<br />
formas, tamaños, detalles. Descubrir el ciclo<br />
vital que se repite una y otra vez. Todo cambia<br />
cada año <strong>en</strong> el campo. Y todo lo escribió el<br />
Poeta 6 .<br />
113
114<br />
Muñoz Rojas <strong>en</strong> su infancia<br />
En el campo<br />
En La Alhajuela<br />
Interior de la Casería del Conde<br />
«Un bellísimo capricho»<br />
Una veint<strong>en</strong>a de caballos se acerca al galope hacia la cámara. Se escucha<br />
cada vez más fuerte su carrera. Miran desafiantes al aparato y a la persona<br />
que lo está sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do. Corr<strong>en</strong> hacia él hasta que, finalm<strong>en</strong>te, parec<strong>en</strong><br />
querer evitar el choque y giran a su derecha. Con resignación pero con<br />
orgullo. Con soberbia. El sigui<strong>en</strong>te plano nos muestra un amplio picadero<br />
donde los animales, <strong>en</strong> una actividad casi fr<strong>en</strong>ética, no paran de moverse.<br />
Y lo hac<strong>en</strong> con una elegancia innata, al ritmo de un compás imaginario<br />
que demuestra su sangre árabe. Como también lo hace su característico<br />
tamaño o esas pequeñas orejas que tanto defin<strong>en</strong> a esta raza. De fondo se<br />
escucha la voz de José Antonio Muñoz Rojas, que se cruza un par de veces<br />
por delante de la cámara. La persona que registra la esc<strong>en</strong>a se lo advierte.<br />
«Papá, estás <strong>en</strong> medio». El que sosti<strong>en</strong>e la cámara es Eduardo, uno de<br />
sus hijos, que consiguió con una antigua videocámara preciosos planos.<br />
Eduardo ha permitido que esta grabación aparezca <strong>en</strong> el docum<strong>en</strong>tal. Y<br />
se ha convertido <strong>en</strong> una de las aportaciones más importantes a la película<br />
donde descubrimos y podemos ver el que ha sido prácticam<strong>en</strong>te el único<br />
lujo que se permitió el poeta: la cría de caballos árabes. «Era un bellísimo<br />
capricho», explica Eduardo. No hay duda. Si la estética y la belleza animal<br />
se un<strong>en</strong> al campo, el mejor ejemplo lo compon<strong>en</strong> estos caballos. Y es sólo<br />
uno de los docum<strong>en</strong>tos que, rescatados del ámbito familiar, compon<strong>en</strong><br />
ahora El Poeta sin tiempo.<br />
La intimidad del autor<br />
Las imág<strong>en</strong>es tanto fijas como <strong>en</strong> movimi<strong>en</strong>to han sido sólo unas muestras<br />
de las numerosas contribuciones de los hijos de Muñoz Rojas a esta<br />
película. Eduardo nos mostró las imág<strong>en</strong>es y las cedió sin dudarlo y su hijo<br />
Lucas (nieto del Poeta) nos regaló una preciosa secu<strong>en</strong>cia de recuerdos de<br />
infancia. Gracia nos <strong>en</strong>señó los álbumes fotográficos familiares <strong>en</strong> las que<br />
ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el mundo adolesc<strong>en</strong>te y juv<strong>en</strong>il del autor; su hermano Rafael<br />
nos abrió de par <strong>en</strong> par las puertas de la Casería del Conde y permitió que<br />
la cámara recorriera una a una sus estancias mi<strong>en</strong>tras contaba anécdotas<br />
familiares. Desde el despacho personal del escritor hasta la vieja bodega:
Ruinas de La Alhajuela<br />
Entrevista al poeta sevillano Fernando Ortiz Dos rincones de Cambridge<br />
Entrevista a Clara Martínez Mesa,<br />
especialista <strong>en</strong> la obra de Muñoz Rojas<br />
7 Así al m<strong>en</strong>os adjetivaba a La Alhajuela <strong>en</strong><br />
el programa Negro sobre Blanco, de Televisión<br />
Española. La <strong>en</strong>trevista, realizada por Fernando<br />
Sánchez Dragó <strong>en</strong> 1998 es otro docum<strong>en</strong>to valiosísimo<br />
<strong>en</strong> sí mismo para conocer la idiosincrasia<br />
de Muñoz Rojas: <strong>en</strong> esa hora de magnífica charla<br />
<strong>en</strong>tre ambos escritores es posible conocer muy a<br />
fondo al Poeta antequerano.<br />
ese hermoso cortijo está ll<strong>en</strong>o de historia y naturaleza <strong>en</strong> cada rincón.<br />
Dice Clara Martínez Mesa que la mejor forma de conocer a José<br />
Antonio era pasear con él junto a Marilu (su mujer) <strong>en</strong> la Casería, hacerlo<br />
mi<strong>en</strong>tras se recogían fresas o nardos. Nunca pudimos hacerlo.<br />
Pero la gratitud y amabilidad de sus hijos, su compañía y sus palabras<br />
han sido la manera de descubrir <strong>en</strong> ellos al propio Muñoz Rojas; y de<br />
ad<strong>en</strong>trarnos <strong>en</strong> una intimidad, la del Poeta, <strong>en</strong> la que, curiosam<strong>en</strong>te,<br />
nunca se hablaba de literatura. Pero no una intimidad con factor morboso,<br />
sino como forma de llegar a la Persona que siempre estuvo por<br />
<strong>en</strong>cima del Poeta. De <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos y las decisiones tomadas<br />
<strong>en</strong> determinados mom<strong>en</strong>tos de su vida. Y también de compr<strong>en</strong>der<br />
sus raíces antequeranas y cómo éstas se han ido ramificando por distintos<br />
lugares.<br />
Son también los mom<strong>en</strong>tos especiales de un trabajo del que todo<br />
el equipo se ha s<strong>en</strong>tido privilegiado de poder llevar a cabo. Como lo ha<br />
sido probar el delicioso pastel de chocolate y té que preparan <strong>en</strong> la cocina<br />
de la Casería del Conde. O visitar el antiguo piso de Espalter donde<br />
residía Muñoz Rojas <strong>en</strong> Madrid desde el que disfrutar del Jardín Botánico<br />
que tantas veces recorrió el autor. O como lo ha sido charlar con<br />
un viejo librero de Cambridge que conocía bi<strong>en</strong> obras como Las Cosas<br />
del Campo mi<strong>en</strong>tras recorríamos set<strong>en</strong>ta años después las mismas<br />
115
8 El docum<strong>en</strong>tal cuanta con la participación de Manuel Borrás, editor de<br />
Pretextos; Fernando Ortiz, Álvaro García y José Mateos, poetas; María Victoria<br />
At<strong>en</strong>cia, poetisa; Enrique Ba<strong>en</strong>a y Julio Neira, filólogos; Clara Martínez Mesa,<br />
investigadora; Juan B<strong>en</strong>ítez, catedrático de Literatura; Laura Frías, secretaria de<br />
Muñoz Rojas; Allison Sinclair, hispanista; Gonzalo Anes, director de la Academia de<br />
la Historia; Eduardo Muñoz y Lucas Muñoz, hijo y nieto, respectivam<strong>en</strong>te, de José<br />
Antonio Muñoz Rojas; Sharon Smith, amiga del poeta; Francisco Torres, editor;<br />
Rafael Ballesteros, escritor; Jesús Martínez Labrador, escultor. Así como la colaboración<br />
especial del pintor José Medina Galeote y la de Antonio Carvajal, que pone<br />
voz a varios poemas.<br />
116<br />
La vega de Antequera con la Peña de los<br />
Enamorados al fondo<br />
calles que el autor pisó <strong>en</strong> los años treinta.<br />
Como lo ha sido pasear por las ruinas de La<br />
Alhajuela, un auténtico paraíso 7 . Un privilegio,<br />
hacer esta película, que sólo hubiese quedado<br />
completo si la hubiéramos podido compartir<br />
con él. Lástima que ya sea imposible.<br />
Respuestas a ci<strong>en</strong> años de vida<br />
Ci<strong>en</strong> años de vida dan para mucho. Antequera,<br />
Madrid, Málaga, Cambridge o Sevilla son<br />
algunos de sus esc<strong>en</strong>arios por los que este<br />
docum<strong>en</strong>tal también ha paseado de la mano<br />
del recuerdo del autor. Pero Muñoz Rojas<br />
parece haber aprovechado al máximo todos<br />
y cada uno de los minutos que ha vivido para<br />
conseguir conformar una biografía tan ext<strong>en</strong>sa<br />
como interesante. Y lo más increíble es que,<br />
cada vez que se profundiza, se descubre un<br />
nuevo aspecto sobre el Poeta que lo convierte<br />
<strong>en</strong> esa persona tan especial a la que todos sus<br />
amigos describ<strong>en</strong> y que todos ellos adoran.<br />
Es hablar con sus viejos compañeros y descubrir<br />
anécdotas que lo retratan a la perfección:<br />
desde su fuerte carácter hasta sus dotes<br />
de seductor. Es investigar sobre sus años <strong>en</strong><br />
Cambridge y apr<strong>en</strong>der cómo vivió una de las<br />
épocas más int<strong>en</strong>sas de la cultura <strong>en</strong> esa preciosa<br />
ciudad inglesa mi<strong>en</strong>tras compartía mesa<br />
o saludaba a Keynes, Wilson, Wittg<strong>en</strong>stein o<br />
Moore. Es acercarse a su labor <strong>en</strong> el Banco<br />
Urquijo para conocer historias que hablan de<br />
su humanidad y la importantísima labor de<br />
mec<strong>en</strong>azgo cultural que desarrolló desde Madrid<br />
<strong>en</strong> unos años tan grises para lo cultural.<br />
Es leer las cartas que se escribía con Vic<strong>en</strong>te<br />
Aleixandre o Dámaso Alonso para descubrir<br />
lo <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te culto que era Muñoz Rojas<br />
y hasta qué punto la amistad era para él un<br />
sacram<strong>en</strong>to. Es conversar con la g<strong>en</strong>te del<br />
campo para descubrir que el Poeta era, sin<br />
dudarlo, un hombre de campo hecho <strong>en</strong> el<br />
campo.<br />
El Poeta sin tiempo cu<strong>en</strong>ta para hablar<br />
de todo ello con magníficas aportaciones de<br />
aquellos que han querido y podido aportar su<br />
granito de ar<strong>en</strong>a. Son diecisiete testimonios 8<br />
que, de una u otra manera, sirv<strong>en</strong> para conocer<br />
quién ha sido el Poeta, cuál es su impor-
9 La Gran Musaraña.<br />
José Antonio Muñoz<br />
Rojas. Editorial Pre-<br />
Textos. Val<strong>en</strong>cia, 1994.<br />
Páginas 163 a 174.<br />
tancia literaria y el porqué de esa grandeza<br />
humana. Las respuestas se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran <strong>en</strong><br />
anécdotas, recuerdos, poemas; <strong>en</strong> el int<strong>en</strong>to<br />
de conocer su relación con el campo, con la<br />
mujer, con su familia, con la literatura o con<br />
Antequera. También <strong>en</strong> su humildad (o no)<br />
fr<strong>en</strong>te a la publicación literaria. En su infancia<br />
antequerana, su adolesc<strong>en</strong>cia madrileña, su<br />
madurez malagueña o su retiro antequerano.<br />
En su increíble huida a Inglaterra a bordo del<br />
Worcester vía Gibraltar 9 . En la imposibilidad<br />
de imponerle etiquetas literarias o adscribirlo<br />
a cualquier g<strong>en</strong>eración. Respuestas que no<br />
dejan duda <strong>en</strong> considerar a José Antonio<br />
Muñoz Rojas un Poeta sin tiempo.<br />
Pero un Poeta al que, a pesar de sus casi<br />
ci<strong>en</strong> años de vida, aún quedaron cosas p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes.<br />
«Cuando le preguntan últimam<strong>en</strong>te<br />
qué le hubiera gustado hacer, qué echa de<br />
m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> su vida, él dice que es bailar. Lo<br />
que más le hubiera gustado <strong>en</strong> su vida es<br />
ser un bu<strong>en</strong> bailarín». Lo contaba su hijo<br />
Eduardo cuando su padre aún estaba con<br />
vida. Una frase que dice mucho porque, ésa,<br />
precisam<strong>en</strong>te, es la es<strong>en</strong>cia humana de José<br />
Antonio Muñoz Rojas. Después de todo, el<br />
Poeta lo que quería, era bailar.<br />
El Poeta sin tiempo<br />
El Poeta sin tiempo es una producción de El<br />
Árbol Boca Abajo bajo la dirección de Nacho<br />
Sánchez y Jorge Peña. Cu<strong>en</strong>ta con la banda<br />
sonora original de Adolfo Langa y José Infiesta,<br />
así como la colaboración musical de<br />
Miguel Poveda y Sandra Mostazo. No hay<br />
que olvidar, por supuesto, el apoyo recibido<br />
por parte de diversas instituciones para la<br />
realización de este docum<strong>en</strong>tal. La Consejería<br />
de Cultura de la Junta de Andalucía, la Obra<br />
Social de Unicaja, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones<br />
Culturales del Ministerio de<br />
Cultura, la Diputación Provincial de Málaga,<br />
el C<strong>en</strong>tro de Tecnología de la Imag<strong>en</strong> (CTI) de<br />
la Universidad de Málaga y el Ayuntami<strong>en</strong>to<br />
de Antequera. Además, de una u otra manera<br />
han colaborado con la película la empresa<br />
Malaparte Producciones, el Teatro Cánovas de<br />
Málaga y el C<strong>en</strong>tro de Ediciones de la Diputación<br />
Provincial de Málaga (Cedma).<br />
Para más información sobre El Poeta sin<br />
tiempo: www.elpoetasintiempo.es<br />
117
J. A. Muñoz Rojas
Arturo Díez Boscovich<br />
Poema de José Antonio Muñoz Rojas «Perdió la cabeza»,<br />
del libro Objetos perdidos, musicado por Arturo Díez Boscovich
EL YO DE LOS<br />
OBJETOS. Al-<br />
gunasconsidera- ciones a propósi-<br />
to de El accid<strong>en</strong>-<br />
te, de Jorge Go-<br />
m e s M i r a n d a<br />
Antonio Lafarque<br />
Mor<strong>en</strong>o Villa, 1924-26
122<br />
Karl Philipp Moritz por Karl<br />
Schumann (1791)<br />
Goethe por Georg Oswald<br />
May (1779, grabado)<br />
Johann Peter Eckermann por<br />
Johann Joseph<br />
Sobre los objetos<br />
A Rafael Fombellida y José Andújar<br />
... el honor de estar <strong>en</strong>tre las cosas.<br />
Carlos Marzal<br />
Jorge gomes miranda (oporto, 1965), poeta,<br />
crítico y traductor muy ligado a la literatura española por<br />
sus <strong>en</strong>sayos y artículos sobre la obra de los hermanos Machado,<br />
Cernuda, Brines, Gil de Biedma y Aleixandre, <strong>en</strong>tre otros,<br />
ha visto publicado su libro El accid<strong>en</strong>te (Quálea, 2009), <strong>en</strong> edición<br />
bilingüe con traducción de José Ángel Cilleruelo. Este admirable poemario<br />
impreso originalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Lisboa <strong>en</strong> 2007 se inscribe <strong>en</strong> una tradición mil<strong>en</strong>aria:<br />
hacer de los objetos el c<strong>en</strong>tro de at<strong>en</strong>ción creativa. Gomes Miranda<br />
ha ido más lejos, ha conseguido abrir una nueva ruta de exploración.<br />
Desde la Antigüedad hasta el pres<strong>en</strong>te los objetos han sido motivo de<br />
deseo y desvelo de arqueólogos, escritores, pintores, filósofos, psicólogos,<br />
escultores, fotógrafos…, por lo g<strong>en</strong>eral <strong>en</strong> calidad de espectadores mudos<br />
y, <strong>en</strong> m<strong>en</strong>or medida, como parlantes, verdaderos testigos con voz y opinión<br />
propias, altavoces que conviert<strong>en</strong> <strong>en</strong> señales audibles —palabras— la<br />
información s<strong>en</strong>sorial dispersa <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te.<br />
El prerromántico alemán Karl Philipp Moritz, discípulo de Goethe,<br />
manifestó por boca de su personaje Andreas Hartknopf, <strong>en</strong> la novela autobiográfica<br />
homónima, «s<strong>en</strong>tirse muy seguro <strong>en</strong> el conjunto de las cosas» 1 ,<br />
debido con bastante probabilidad a que su vida fue un continuo sobresalto<br />
material y moral que acabó trágicam<strong>en</strong>te por tuberculosis a los 36 años,<br />
tras haber sobrevivido a un int<strong>en</strong>to de suicidio. Las cosas materiales le<br />
ofrecieron un refugio que no halló <strong>en</strong> el <strong>en</strong>torno familiar durante la niñez<br />
y una perspectiva evocadora capaz de dar «una oscura noticia de nuestra<br />
vida <strong>en</strong>tera, y quizá de nuestra exist<strong>en</strong>cia» 2 .<br />
El desmesurado anhelo de sabiduría que atesoraba Goethe —escritor,<br />
abogado, filósofo, ci<strong>en</strong>tífico interesado <strong>en</strong> la medicina, la geología y la<br />
óptica— le facilitó discurrir acerca de las cosas. En 1797 empr<strong>en</strong>de viaje<br />
a Suiza junto a su íntimo amigo el pintor Johann Heinrich Meyer, qui<strong>en</strong><br />
años después dirigiría la Academia de Pintura de Weimar. Hablaron del<br />
papel de los objetos <strong>en</strong> las artes plásticas y a finales de 1823 recuerda esa<br />
conversación con su secretario Johann Peter Ec-<br />
1 Karl Philipp Moritz, Andreas<br />
Hartknopf. I. Alegoría, 1785; citado por<br />
Albert Béguin, El alma romántica y el<br />
sueño, trad. de Mario Monteforte Toledo,<br />
México, Fondo de Cultura Económica,<br />
1954, p. 66.<br />
2 Ibid., p. 67.<br />
3 Johann Peter Eckermann, Conversaciones<br />
con Goethe <strong>en</strong> los últimos años<br />
de su vida, trad. de José Pérez Bances,<br />
Madrid, Espasa-Calpe, 1943, p. 76.<br />
4 Albert Béguin, op. cit., p. 89.<br />
kermann, y s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia: «¿Y qué otra cosa hay más<br />
importante que los objetos? La teoría del arte<br />
nada vale sin ellos» 3 . Tan categórica afirmación<br />
pone de manifiesto la pret<strong>en</strong>sión de repres<strong>en</strong>tar<br />
lo universal <strong>en</strong> lo elem<strong>en</strong>tal y, asimismo, evid<strong>en</strong>cia<br />
una concepción estética del arte concordante<br />
con el temperam<strong>en</strong>to metódico de Goethe, de<br />
qui<strong>en</strong> Albert Béguin dijo que «se inclina sobre las<br />
formas concretas con mayor placer que sobre su<br />
significado» 4 . El autor de Las afinidades electivas
Charles Baudelaire<br />
(foto Nadar)<br />
Stéphane Mallarmé<br />
(foto Nadar)<br />
5 Donald A. Norman,<br />
La psicología de los objetos<br />
cotidianos, trad. de Fernando<br />
Santos Fontela, Donostia, Nerea,<br />
2006, p. 26.<br />
6 Irving Biederman,<br />
«Recognition-by-compon<strong>en</strong>ts:<br />
A theory of human image understanding»,<br />
<strong>en</strong> Psychological<br />
Review, vol. 94, nº 2, abril<br />
1987, pp. 115-147.<br />
se s<strong>en</strong>tía subyugado por los<br />
objetos, como lo demuestran<br />
los fondos del museo que<br />
lleva su nombre <strong>en</strong> Düsseldorf.<br />
La colección reúne unas<br />
cincu<strong>en</strong>ta mil piezas de las<br />
que se expon<strong>en</strong> mil <strong>en</strong>tre<br />
medallas, cartas, porcelanas,<br />
bustos, vasos...<br />
Al parecer una parte importante<br />
de esa cantidad pert<strong>en</strong>eció<br />
a Goethe. A primera vista se diría que<br />
es excesiva para una vivi<strong>en</strong>da. Sin embargo,<br />
Donald Norman, especialista <strong>en</strong> psicología<br />
cognitiva y profesor emérito de la Universidad<br />
de California, tras efectuar un recu<strong>en</strong>to opina<br />
que «el número de objetos cotidianos es<br />
asombroso, quizá veinte mil […] Hay lámparas,<br />
bombillas y <strong>en</strong>chufes; apliques y tornillos;<br />
relojes de pulsera, despertadores y correas<br />
de reloj. Hay cosas para escribir […] Hay artículos<br />
de vestir con difer<strong>en</strong>tes funciones,<br />
aperturas y solapas. Observemos la<br />
diversidad de materiales y piezas.<br />
Observemos la variedad de cierres:<br />
botones, cremalleras, automáticos,<br />
cordones. Contemplemos<br />
todos los muebles y ut<strong>en</strong>silios<br />
para comer: tantísimos<br />
detalles, cada uno de los cuales<br />
sirve alguna función <strong>en</strong> cuanto<br />
a fabricación, utilización o aspecto.<br />
Observemos el lugar donde<br />
trabajamos. Hay clips,<br />
tijeras, cuadernos,<br />
revistas, libros […]<br />
Además, muchos de los objetos están hechos<br />
de muchas piezas» 5 . Vista así, la cifra empieza<br />
a t<strong>en</strong>er s<strong>en</strong>tido aunque se queda corta para<br />
Irving Biederman. Este psicólogo especializado<br />
<strong>en</strong> el estudio de la percepción y director<br />
del Laboratorio de Interpretación de Imág<strong>en</strong>es<br />
de la Universidad del Sur de California, calcula<br />
que exist<strong>en</strong> aproximadam<strong>en</strong>te treinta mil objetos<br />
distinguibles por las personas adultas 6 . A<br />
pesar de las refer<strong>en</strong>cias ci<strong>en</strong>tíficas el número<br />
<strong>en</strong> abstracto causa asombro y da que p<strong>en</strong>sar<br />
sobre el tiempo empleado, de modo no consci<strong>en</strong>te,<br />
<strong>en</strong> su contemplación, percepción y<br />
conocimi<strong>en</strong>to.<br />
Los poetas no podían ser aj<strong>en</strong>os al asunto.<br />
Listar los nombres que han fijado su mirada<br />
<strong>en</strong> las cosas sería interminable. Charles<br />
Baudelaire, que comparecerá varias veces <strong>en</strong><br />
estas páginas, equipó de alma a determinados<br />
objetos. Por una estrofa de «Invitación<br />
al viaje» (Las flores del mal, 1857) desfilan<br />
muebles y espejos capacitados para hablar <strong>en</strong><br />
la intimidad al alma humana, de igual a igual.<br />
En la versión homónima <strong>en</strong> prosa, aparecida<br />
<strong>en</strong> Le Prés<strong>en</strong>t <strong>en</strong> agosto de 1857, Baudelaire se<br />
aparta de la concisión exhibida <strong>en</strong> verso y describe<br />
idénticos muebles por algunos detalles<br />
de diseño (cajones y cerraduras recónditas)<br />
que sólo ost<strong>en</strong>tan los secrétaires, lo que le<br />
sirve para completar la metáfora con el alma<br />
humana. Los espejos, los mismos muebles y<br />
los objetos decorativos <strong>en</strong>tonan una sinfonía<br />
sil<strong>en</strong>te y despr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> una fragancia ori<strong>en</strong>tal<br />
que <strong>en</strong>vuelve a la habitación <strong>en</strong> un ambi<strong>en</strong>te<br />
seductor y propicio a la confid<strong>en</strong>cia. Sin estos<br />
detalles de los objetos no ha lugar al viaje de<br />
los amantes.<br />
Cuando el periodista francés Jules Huret,<br />
mediante una <strong>en</strong>cuesta para L’Écho de<br />
Paris, solicitó la opinión sobre la evolución<br />
de la literatura a ses<strong>en</strong>ta y cuatro escritores<br />
(Goncourt, Zola, Huysmans, Anatole France,<br />
Verlaine, Maeterlinck, Leconte de Lisle,<br />
Maupassant...), acaso no imaginó que las<br />
respuestas de Stéphane Mallarmé <strong>en</strong>cerrarían<br />
una poética de inestimable valor. En poco<br />
más de una página Mallarmé, incorporado<br />
al capítulo dedicado a los simbolistas y decad<strong>en</strong>tes,<br />
se sacude con elegancia el polvo<br />
parnasiano: «Siempre debe haber <strong>en</strong>igma <strong>en</strong><br />
123
124<br />
Manuscrito de O Guardador de<br />
Rebanhos<br />
Fernando Pessoa<br />
la poesía. El fin de la literatura —no exist<strong>en</strong> otras metas— es evocar los<br />
objetos» 7 . Evocar susurrando, llamando <strong>en</strong> voz baja para no despertar al<br />
objeto, pues «nombrar un objeto es suprimir las tres cuartas partes del<br />
goce del poema, que está hecho de la satisfacción de ir adivinándolo poco<br />
a poco; sugerirlo, he ahí el sueño. El uso perfecto de ese misterio constituye<br />
el símbolo: evocar paso a paso un objeto para mostrar un estado<br />
de alma o, al contrario, elegir un objeto y liberar de él un estado de alma<br />
mediante una serie de averiguaciones» 8 . Interesa, pues, la es<strong>en</strong>cia de las<br />
cosas, el precipitado que decanta tras la dilución de las formas a medida<br />
que la palabra nombra. Javier del Prado, estudioso de Mallarmé, com<strong>en</strong>ta<br />
al respecto que la difuminación del objeto <strong>en</strong> el texto responde al «juego<br />
de analogías imaginarias que ti<strong>en</strong>e para la experi<strong>en</strong>cia del creador» y que<br />
éste «pret<strong>en</strong>de recrear <strong>en</strong> la conci<strong>en</strong>cia del lector» 9 . Pero no todo empieza<br />
y termina ahí. Añadamos que se trata de la verdadera libertad de creación<br />
que inmiscuye como copartícipe al lector. Inmediatam<strong>en</strong>te antes de la<br />
reflexión sobre los objetos y los estados de alma, Mallarmé reprocha a los<br />
parnasianos su nula capacidad de sorpresa al mostrar las cosas tal cual<br />
apar<strong>en</strong>tan ser. En la época el lector quedaba fuera del juego, ciego para<br />
ver más allá del texto, sin alas la imaginación para despegar de la página<br />
escrita. La supremacía del l<strong>en</strong>guaje sobre la evid<strong>en</strong>cia facilita el revelado<br />
de la cara oculta de los objetos, del yo de las cosas <strong>en</strong>cubierto detrás de la<br />
fisonomía y que sale a la luz por obra del poeta. Las especulaciones alrededor<br />
de las influ<strong>en</strong>cias de las analogías del autor sobre la s<strong>en</strong>sibilidad de<br />
los lectores las cerró Mallarmé <strong>en</strong> 1864 al escribir el breve e indisp<strong>en</strong>sable<br />
«El demonio de la analogía».<br />
En España, un implorante Juan Ramón Jiménez pide al conocimi<strong>en</strong>to<br />
capacidad creativa, nombrar y fundar al unísono: «¡Intelij<strong>en</strong>cia, dame /<br />
el nombre exacto de las cosas!» (Eternidades, 1918). El anhelo de que la<br />
palabra no sólo repres<strong>en</strong>te sino que también sea la cosa <strong>en</strong> sí involucra al<br />
alma, principio de movimi<strong>en</strong>to e id<strong>en</strong>tidad de variadas religiones y filosofías.<br />
Las cosas de Juan Ramón Jiménez son algo más que simples objetos,<br />
interpretación que <strong>en</strong>laza con los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos relativos al asunto escritos<br />
por sus contemporáneos. Sin ir más lejos, Fernando Pessoa —compañía<br />
frecu<strong>en</strong>tada por Gomes Miranda— retoma la tesis de Baudelaire:<br />
«Donde hay forma hay alma […] no hay error humano, ni literario, <strong>en</strong><br />
atribuir alma a las cosas que llamamos inanimadas. Ser una cosa es ser<br />
objeto de una atribución» 10 . Pessoa apura el com<strong>en</strong>tario hasta la médula<br />
pues dinamita la cre<strong>en</strong>cia secular concerni<strong>en</strong>te a la inanimidad de los<br />
objetos y busca un horizonte de certeza: la escritura, ese lugar donde se<br />
7 Jules Huret, Enquête sur l’évolution littéraire,<br />
Paris, Bibliothèque Charp<strong>en</strong>tier, 1891, p. 61.<br />
8 Ibid., p. 60.<br />
9 Javier del Prado, «Estudio previo», <strong>en</strong> Stéphane<br />
Mallarmé, Prosas, ed. de Javier del Prado y José<br />
Antonio Millán, Madrid, Alfaguara, 1987, p. XXI.<br />
10 Fernando Pessoa, Libro del desasosiego, trad.<br />
de Perfecto E. Cuadrado, Barcelona, Acantilado, 2006,<br />
p. 73.<br />
11 Fernando Pessoa, Poesía completa de Alberto<br />
Caeiro, ed. de Manuel Moya, Barcelona, DVD, 2009,<br />
p. 117.<br />
12 Ibid., p. 117.<br />
si<strong>en</strong>te amparado por sus heterónimos. Uno<br />
de ellos, Alberto Caeiro, se preguntaba <strong>en</strong><br />
El guardador de rebaños, iniciado <strong>en</strong> 1914:<br />
«¿Dónde está el misterio de las cosas?» 11 ,<br />
duda previsible del Pessoa ortónimo, el crey<strong>en</strong>te<br />
animista interesado por el esoterismo,<br />
pero Caeiro, más apegado al mundo tangible,<br />
se muestra escéptico y rotundo a la vez: «las<br />
cosas no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> significado, sino exist<strong>en</strong>cia.<br />
/ Las cosas son el único s<strong>en</strong>tido oculto de<br />
las cosas» 12 . Conocer su exist<strong>en</strong>cia resulta
Jean Baudrillard<br />
Anne Michaels<br />
Chema Madoz (1999 y 2001)<br />
13 Ibid., p. 117.<br />
14 Jean Baudrillard, El sistema de los objetos,<br />
trad. de Francisco González Aramburu, México,<br />
Siglo XXI, 1969, p. 27.<br />
15 Ibid., pp. 50-51.<br />
16 Anne Michaels, «Lago Two Rivers», <strong>en</strong><br />
El peso de las naranjas & Miner’s Pond, trad. de<br />
Jaime Priede, Madrid, Bartleby, 2001, p. 15.<br />
17 Roberto Juarroz, Poesía y realidad, Val<strong>en</strong>cia,<br />
Pre-Textos, 2000, p. 40.<br />
tan sufici<strong>en</strong>te que ironiza <strong>en</strong> torno a los razonami<strong>en</strong>tos de los filósofos y<br />
las fantasías de los poetas <strong>en</strong> sus int<strong>en</strong>tos de explicar lo que no necesita<br />
p<strong>en</strong>sarse. Basta mirar y fundirse con el fluir natural: «Siempre que miro<br />
las cosas y pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> lo que los hombres pi<strong>en</strong>san de ellas, / río como el<br />
regato que su<strong>en</strong>a fresco <strong>en</strong> una piedra» 13 .<br />
Se ha llegado a apuntar que los objetos modifican la conducta humana.<br />
Jean Baudrillard dedicó la tesis doctoral al tema. En El sistema de los<br />
objetos posa la mirada <strong>en</strong> el significado de las cosas cotidianas. Para el<br />
filósofo y sociólogo francés pose<strong>en</strong> capacidad de comunicación más allá<br />
del s<strong>en</strong>tido práctico pues son «vaso de lo imaginario» 14 . Y añade: «si se<br />
observan de cerca los muebles y los objetos contemporáneos se ve que<br />
conversan ya con el mismo tal<strong>en</strong>to que el que mostrarán los invitados» 15 .<br />
Llama la at<strong>en</strong>ción la contund<strong>en</strong>cia aseverativa <strong>en</strong> torno a las capacidades<br />
de los elem<strong>en</strong>tos decorativos, pero igualm<strong>en</strong>te resulta curiosa la refer<strong>en</strong>cia<br />
a lo imaginario porque puede <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse como la <strong>en</strong>trada a lo s<strong>en</strong>sorial.<br />
Si, de forma voluntaria o involuntaria, depositamos <strong>en</strong> las cosas parte de<br />
nuestra s<strong>en</strong>sibilidad estamos t<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do pu<strong>en</strong>tes <strong>en</strong>tre la fisicidad del objeto<br />
y el espíritu poético que mueve una parte de nuestra facultad s<strong>en</strong>sitiva.<br />
Pu<strong>en</strong>tes de doble dirección. Por una circula Baudrillard con su hipótesis;<br />
<strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido contrario, la canadi<strong>en</strong>se Anne Michaels testimonia el poder de<br />
p<strong>en</strong>etración de la mirada <strong>en</strong> la materia, la influ<strong>en</strong>cia de las personas sobre<br />
los objetos: «Cuanto más miras una cosa, / más se transforma» 16 . Parece<br />
fotógrafa antes que poeta.<br />
Y poeta antes que fotógrafo apar<strong>en</strong>ta ser<br />
Chema Madoz. Con su inconfundible estilo, este<br />
g<strong>en</strong>io de la metáfora visual sublima los objetos<br />
hasta convertirlos <strong>en</strong> iconos poéticos y, respetando<br />
es<strong>en</strong>cia y morfología, descubre significados<br />
y funcionalidades imp<strong>en</strong>sables a primera vista:<br />
una pipa con el conducto del humo agujereado<br />
resulta un saxofón; unas tijeras de manicura susp<strong>en</strong>didas<br />
<strong>en</strong> el aire, un Concorde despegando;<br />
una rejilla del alcantarillado, un escurreplatos.<br />
Madoz escribe con la mirada y reord<strong>en</strong>a nuestros<br />
imaginarios. Sus fotografías, desnudas de<br />
acompañami<strong>en</strong>tos efectistas, simulan acertijos o<br />
simpáticas bromas, pero de inmediato el espectador<br />
si<strong>en</strong>te el vértigo ante lo desconocido. Sin<br />
remedio, se balancea <strong>en</strong>tre la realidad y la ficción, territorios colindantes<br />
que compart<strong>en</strong> frontera con una tierra de nadie: el sueño. Los objetos de<br />
Madoz están <strong>en</strong> ese no-lugar tan rico <strong>en</strong> significados.<br />
Roberto Juarroz busca ubicación para ellos <strong>en</strong> un lugar abstracto: «el<br />
espacio de las cosas / es uno solo» (Poesía vertical, 1965), pues considera<br />
que el contorno de los objetos delimita el sitio inaccesible, reservado exclusivam<strong>en</strong>te<br />
a ellos, donde conviv<strong>en</strong>. Juarroz afina las consideraciones de<br />
Caeiro sobre la objetiva exist<strong>en</strong>cia temporal de las cosas, confiriéndoles<br />
la unidad espacio-temporal que les permite sobrevivir, <strong>en</strong> apari<strong>en</strong>cia, sin<br />
desgaste. Importa sobremanera acercarlas a nuestro <strong>en</strong>torno para <strong>en</strong>riquecernos<br />
descubri<strong>en</strong>do su «otro lado […] lo que parecía no ser» 17 , sin dejarnos<br />
<strong>en</strong>gañar por las apari<strong>en</strong>cias o por los nombres. En lo que de g<strong>en</strong>érico<br />
125
126<br />
M. C. Escher Sky and water I (1938,<br />
xilografía <strong>en</strong> dos tintas)<br />
Oscar Reutersvärd Opus 1, 1934<br />
Jacques Carleman Herrami<strong>en</strong>tas<br />
prehistóricas de sílex<br />
P, H y T de Alphabet r<strong>en</strong>deZvous de Tsuneo Taniuchi, 1981<br />
Miwa Miwa Imposible alphabet, 2005<br />
18 Bruno d’Amore,<br />
«Oscar Reutersvärd», <strong>en</strong><br />
Relieme, vol. 8, nº 3, noviembre<br />
2005, pp. 379-382.<br />
ti<strong>en</strong><strong>en</strong> está su valor de comunicación, y <strong>en</strong> lo<br />
que ocultan, su valor poético.<br />
En ese lugar abstracto de Juarroz cabrían<br />
los d<strong>en</strong>ominados objetos imposibles, figuras<br />
imaginarias cuya plasmación acontece sobre<br />
el papel porque sus tres dim<strong>en</strong>siones son<br />
reales sólo <strong>en</strong> la imaginación. Han sido pasto<br />
de juegos matemáticos y sigu<strong>en</strong> cautivando<br />
por su natural imposibilidad de ser. Están<br />
sobre el plano, nada más. Su exist<strong>en</strong>cia es<br />
pura geometría. El sueco Oscar Reutersvärd,<br />
pionero <strong>en</strong> este campo, imaginó más de dos<br />
mil quini<strong>en</strong>tos, el primero de los cuales fue<br />
«Opus 1» (1934), un triángulo formado por<br />
pequeños cubos que ti<strong>en</strong>e el mismo número<br />
de lados y perspectivas y todas resultan ser<br />
falsas. Al mirarlo el cerebro int<strong>en</strong>ta acomodar<br />
aquello que la vista rechaza 18 . La popularidad<br />
de estos objetos se debe al artista holandés<br />
Maurits Cornelis Escher, conocido como M.<br />
C. Escher, cuyos macizos dibujos y litografías<br />
fueron y sigu<strong>en</strong> si<strong>en</strong>do reproducidos hasta la<br />
saciedad. Cansado de tantas copias ilegales,<br />
al final de su vida creativa destruyó planchas<br />
y originales. Calificó su obra como un divertim<strong>en</strong>to:<br />
«Todos mis trabajos son juegos.<br />
Juegos serios». M<strong>en</strong>or formalidad exhibe<br />
Jacques Carelman, pintor, escultor e ilustrador<br />
marsellés, autor del Catálogo de objetos<br />
imposibles (1969) que parodia los ut<strong>en</strong>silios<br />
cotidianos, rebajándolos con sarcasmo hasta<br />
la disfuncionalidad absoluta, como la cafetera<br />
con asa y boquilla de salida <strong>en</strong> la misma vertical.<br />
Diríamos que se trata de un surrealismo<br />
intrasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te. Para él se ha acuñado el término<br />
gag-art.<br />
Aplicando la imaginación a los elem<strong>en</strong>tos<br />
de la escritura con un s<strong>en</strong>tido lúdico, algunos<br />
artistas han dado una vuelta de tuerca a<br />
los objetos imposibles. El alfabeto romano,<br />
<strong>en</strong> apari<strong>en</strong>cia tridim<strong>en</strong>sional, del japonés<br />
Tsuneo Taniuchi («Alphabet r<strong>en</strong>deZvous»,<br />
1981) recuerda un rompecabezas o un mecano<br />
de la caligrafía porque las piezas son paralelepípedos<br />
perfilados que combinan <strong>en</strong>tre sí<br />
de modo insólito formando letras siamesas.<br />
Sobre fondo negro las aristas blancas flotan<br />
ingrávidas mi<strong>en</strong>tras la mirada procura separar<br />
cada unidad y aislarla m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te. El italiano<br />
Ferrario, el sueco Malmgre<strong>en</strong>, el japonés
La A del alfabeto imposible<br />
de Vic<strong>en</strong>te Meavilla<br />
Martin Heidegger<br />
Paul Valéry<br />
19 Paul Valéry, «Stéphane Mallarmé», <strong>en</strong><br />
Estudios literarios, trad. de Juan Carlos Díaz de<br />
Atauri, Madrid, Visor Distribuciones, 1995, p.<br />
247. 20 Vic<strong>en</strong>te Lull, Los objetos distinguidos.<br />
La arqueología como excusa, Barcelona, Bellaterra,<br />
2007, p. 150.<br />
21 Michel Foucault, Las palabras y las<br />
cosas. Una arqueología de las ci<strong>en</strong>cias, trad. de<br />
Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI, 1971, pp.<br />
122-123.<br />
Miwa Miwa y el m<strong>en</strong>orquín Vic<strong>en</strong>te Meavilla han firmado otros alfabetos<br />
imposibles.<br />
No debe extrañar que las letras reciban tratami<strong>en</strong>to de objetos. Mallarmé<br />
consideraba insufici<strong>en</strong>te <strong>en</strong>contrar una palabra o una expresión<br />
deslumbrantes e incluirlas, sin más, <strong>en</strong> el texto, por lo que insinuó que<br />
el escritor debe tallar las palabras como si fueran piedras preciosas. De<br />
otra manera, ofrecer equilibradam<strong>en</strong>te la gema y su brillo. Valéry, <strong>en</strong> una<br />
confer<strong>en</strong>cia dictada <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1933 <strong>en</strong> la Université des Annales, precisam<strong>en</strong>te<br />
sobre Mallarmé, refiriéndose a las limitaciones de la construcción<br />
poética dijo que la poesía «lo único que puede hacer, y a muy duras p<strong>en</strong>as,<br />
es ord<strong>en</strong>ar a su arbitrio las palabras, las formas, los objetos de la prosa» 19 .<br />
Tan singular apunte permite considerar a las palabras objetos del l<strong>en</strong>guaje<br />
y sigui<strong>en</strong>do hacia atrás el razonami<strong>en</strong>to, las letras serían los objetos de las<br />
palabras. La comparativa ti<strong>en</strong>e razón de ser pues los objetos se insertan<br />
<strong>en</strong> un contexto o <strong>en</strong> un sistema fuera del cual funcionan de otra forma,<br />
aun mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do su composición, estructura y mecanismo de puesta <strong>en</strong><br />
acción. «Todo objeto se inserta <strong>en</strong> una secu<strong>en</strong>cia de implicaciones, como<br />
las letras <strong>en</strong> una palabra. Un ligero cambio de ubicación (r/o/s/a por<br />
r/o/t/a o por r/i/s/a) transforma el s<strong>en</strong>tido» 20 . La filosofía del l<strong>en</strong>guaje<br />
ha estudiado <strong>en</strong> profundidad la conexión <strong>en</strong>tre las palabras (el l<strong>en</strong>guaje)<br />
y las cosas (el objeto hablado), empezando por el int<strong>en</strong>to de asegurar el<br />
conocimi<strong>en</strong>to de lo objetivo desde la palabra. Foucault investigó estas conexiones<br />
desde el estado más primitivo, cuando las palabras no eran sino<br />
sonidos que guardaban parecido con el objeto que deseaban designar sin<br />
llegar a formular una verdadera escritura. Ésta comi<strong>en</strong>za cuando el l<strong>en</strong>guaje<br />
va más lejos de la simple nominación y hablar<br />
o escribir «es <strong>en</strong>caminarse hacia el acto soberano<br />
de la d<strong>en</strong>ominación, ir, a través del l<strong>en</strong>guaje, justo<br />
hasta el lugar <strong>en</strong> el que las cosas y las palabras se<br />
anulan <strong>en</strong> su es<strong>en</strong>cia común y que permite darles<br />
un nombre» 21 . Heidegger afirmó que el objeto<br />
adquiere <strong>en</strong>tidad al ser nombrado con exactitud y<br />
para Wittg<strong>en</strong>stein aquel es la significación cabal del<br />
nombre. El filósofo Fernando Montero asegura que<br />
«se ha objetivado el l<strong>en</strong>guaje, creando metal<strong>en</strong>gua-<br />
127
128<br />
jes que versan sobre el l<strong>en</strong>guaje de objetos<br />
como si fuese un nuevo objeto. Pero con ello<br />
se ha sacrificado a los auténticos objetos,<br />
aquellos sobre los que incide el l<strong>en</strong>guaje <strong>en</strong><br />
uso <strong>en</strong> nuestra vida cotidiana y ci<strong>en</strong>tífica» 22 .<br />
Quizá los poetas permanezcan aj<strong>en</strong>os a estas<br />
controversias —ya leímos al comi<strong>en</strong>zo los<br />
versos de Caeiro—, a este vano esfuerzo por<br />
objetivar las cosas que deja <strong>en</strong> segundo término<br />
la capacidad de interv<strong>en</strong>ción de las personas<br />
y, por tanto, la subjetividad inher<strong>en</strong>te a<br />
toda actuación humana.<br />
Consideramos, por lo g<strong>en</strong>eral, que el valor<br />
de un objeto es directam<strong>en</strong>te proporcional a<br />
su utilidad y por eso nuestra relación con ellos<br />
apar<strong>en</strong>ta fluir <strong>en</strong> una dirección. Desde que<br />
irrumpieron los objetos técnicos de carácter<br />
utilitario el transcurrir habitual ha resultado<br />
más cómodo aunque más dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. Las<br />
expectativas se han convertido <strong>en</strong> necesidades.<br />
Las averías de electrodomésticos, ord<strong>en</strong>adores<br />
personales o vehículos causan trastornos<br />
organizativos <strong>en</strong> nuestras cronometradas<br />
vidas. Si la técnica m<strong>en</strong>oscaba la relación<br />
originaria con los objetos estamos atrapados<br />
por éstos. El problema fue analizado por Heidegger<br />
hace más de cincu<strong>en</strong>ta años. Propuso<br />
aceptar los servicios que prestan a la vez que<br />
nos mant<strong>en</strong>emos tan libres que podamos<br />
desecharlos, mirarlos como objetos que son:<br />
«Quisiera d<strong>en</strong>ominar esta actitud que dice<br />
simultáneam<strong>en</strong>te sí y no al mundo técnico con<br />
una antigua palabra: la Ser<strong>en</strong>idad para con las<br />
cosas» 23 .<br />
22 Fernando Montero, Objetos y palabras,<br />
Val<strong>en</strong>cia, Fernando Torres editor, 1976,<br />
p. 96.<br />
23 Martin Heidegger, «Ser<strong>en</strong>idad», <strong>en</strong><br />
Ser<strong>en</strong>idad, versión de Yves Zimmermann,<br />
Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994, p. 27.<br />
24 Bertolt Brecht, Poemas y canciones,<br />
versión de Jesús López Pacheco, Madrid,<br />
Alianza, 1979, pp. 62-63.<br />
Bertolt Brecht<br />
En m<strong>en</strong>or medida se toma <strong>en</strong> consideración<br />
el valor intelectual, emocional o subjetivo<br />
de los objetos, es decir, las s<strong>en</strong>saciones que<br />
provocan. Si Hegel apostó por la utilidad<br />
como s<strong>en</strong>tido único, por fortuna Goethe, Pessoa,<br />
Baudrillard o Madoz se interesaron por<br />
indagar y crear despreocupándose de la utilidad<br />
inmediata. Pusieron el tal<strong>en</strong>to creador al<br />
servicio de las cosas cuando, por norma, son<br />
éstas las que nos prestan b<strong>en</strong>eficios. Pi<strong>en</strong>so<br />
que no se han arrep<strong>en</strong>tido. Al fin y al cabo, el<br />
roce continuado g<strong>en</strong>era confianza e incluso<br />
cariño. Bertolt Brecht sintió apego a los objetos,<br />
mayor cuanto más ajados estaban. Ley<strong>en</strong>do<br />
«De todos los objetos» imaginamos que<br />
vasijas, cuchillos y t<strong>en</strong>edores, gastados por el<br />
tiempo y el uso, llegaron a alcanzar la categoría<br />
de ancianos familiares que prestan su<br />
sabiduría y a cambio recib<strong>en</strong> el afecto que les<br />
manti<strong>en</strong>e con vida: «se han hecho preciosos<br />
/ porque han sido apreciados muchas veces /<br />
[...] / Todas estas cosas / me hac<strong>en</strong> feliz» 24 .
Marcel Duchamp y su Rueda de bibicleta André Breton <strong>en</strong> 1930 Lautréamont<br />
El surrealismo y los objetos<br />
En 1913 Marcel Duchamp <strong>en</strong>sambla Rueda<br />
de bicicleta, un taburete de cocina sobre el<br />
que coloca bocabajo la rueda de una bicicleta.<br />
Nace el ready-made, aunque <strong>en</strong> puridad<br />
el primer ready-made fue la pala quitanieve<br />
colgada del techo y rotulada «In Advance of<br />
the Brok<strong>en</strong> Arm», de 1915. Estas composiciones<br />
respond<strong>en</strong> a la pregunta formulada por el<br />
propio Duchamp: «¿Se pued<strong>en</strong> hacer obras de<br />
arte que no sean de arte?». La provocación reside<br />
<strong>en</strong> apropiarse de la realidad sin transformarla<br />
y voltear la tradición con la complicidad<br />
del espectador, al que se exige una actitud r<strong>en</strong>ovada<br />
fr<strong>en</strong>te a una obra compuesta por uno<br />
o varios objetos s<strong>en</strong>cillos descontextualizados<br />
y desfuncionalizados porque son reducidos<br />
al grado cero de su significado tradicional.<br />
Las percepciones del espectador revalorizan<br />
y <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran nuevos significados a esos objetos<br />
alterados <strong>en</strong> su estatus elem<strong>en</strong>tal. Así,<br />
las s<strong>en</strong>saciones son aj<strong>en</strong>as al clásico concepto<br />
de belleza inher<strong>en</strong>te al arte.<br />
No <strong>en</strong> vano para Vic<strong>en</strong>te Lull<br />
«la estética es el último factor<br />
que nos proporcionan los objetos»<br />
25 . Duchamp resacralizó<br />
los objetos recuperando para<br />
ellos el aura perdida <strong>en</strong> aras del<br />
utilitarismo. Rueda de bicicleta<br />
provocó bastante controversia,<br />
25 Vic<strong>en</strong>te Lull, op. cit.,<br />
p. 206.<br />
26 Rosa Fernández<br />
Urtasun, «La poética de Lautréamont<br />
y la escritura vanguardista»,<br />
<strong>en</strong> Thélème, nº 14,<br />
1999, p. 59.<br />
incluso d<strong>en</strong>tro del círculo surrealista, pero dio<br />
pie a una corri<strong>en</strong>te creativa que tomó impulso<br />
tras la publicación del Segundo manifiesto del<br />
surrealismo <strong>en</strong> 1930 y tuvo soporte teórico <strong>en</strong><br />
la confer<strong>en</strong>cia «Situación surrealista del objeto.<br />
Situación del objeto surrealista» dictada<br />
por André Breton <strong>en</strong> Praga <strong>en</strong> 1935, a donde<br />
acudió invitado por el grupo surrealista checo.<br />
Todos estos movimi<strong>en</strong>tos culminaron <strong>en</strong> la<br />
Exposición Surrealista de Objetos, celebrada<br />
<strong>en</strong> mayo de 1936 <strong>en</strong> la galería Charles Ratton<br />
de París, donde se pudieron contemplar objetos<br />
<strong>en</strong>contrados, objetos perturbados, objetos<br />
matemáticos... firmados por Giacometti, Arp,<br />
Dalí, Duchamp, Ernst, Opp<strong>en</strong>heim, Magritte,<br />
Man Ray y otros. Fue un adelanto de la gran<br />
Exposición Internacional del Surrealismo, también<br />
<strong>en</strong> París, dos años después.<br />
¿Dónde se localiza el germ<strong>en</strong> del objeto<br />
surrealista? En 1919 Breton rescata para su<br />
revista Littérature las Poesías de Lautréamont,<br />
tras haberlas manuscrito del original conservado<br />
<strong>en</strong> la Biblioteca Nacional de Francia 26 .<br />
A partir de su muerte <strong>en</strong> 1870<br />
Isidore Luci<strong>en</strong> Ducasse, conde<br />
de Lautréamont, había caído <strong>en</strong><br />
el olvido. Un año antes costeó<br />
de su propio bolsillo la primera<br />
edición completa de Los<br />
Cantos de Maldoror, que fue<br />
secuestrada de inmediato con<br />
excepción de ap<strong>en</strong>as una vein-<br />
129
27 Lautréamont, Los<br />
Cantos de Maldoror, ed. de<br />
Manuel Serrat Crespo, Madrid,<br />
Cátedra, 2008, p. 295.<br />
28 Charles Baudelaire,<br />
El Sple<strong>en</strong> de París (Pequeños<br />
poemas <strong>en</strong> prosa), edición de<br />
Manuel Neila, Sevilla, Espuela<br />
de Plata, 2009, p. 41.<br />
130<br />
Vista parcial de la Exposición Surrealista de<br />
Objetos. Foto: Man Ray<br />
t<strong>en</strong>a de ejemplares que quedaron <strong>en</strong> poder<br />
del autor. Hubo de pasar medio siglo hasta<br />
que André Breton se fijara <strong>en</strong> su obra y figura.<br />
Desde esa fecha, 1919, Breton se lanza a sus<br />
brazos y lo <strong>en</strong>trona como huésped principal<br />
de su Parnaso. Glosará su poética inclusive <strong>en</strong><br />
«El surrealismo <strong>en</strong> sus obras vivas» (1953), el<br />
último escrito importante sobre el movimi<strong>en</strong>to<br />
literario y artístico que abanderó hasta la<br />
muerte. Para los surrealistas la personalidad<br />
y obra del montevideano supusieron no sólo<br />
el <strong>en</strong>garce con la tradición romántica maldita<br />
sino la adopción de una guía intelectual.<br />
Aparte del compromiso con la cara no visible<br />
de la realidad, el desprecio hacia el ord<strong>en</strong><br />
instituido, la insumisión literaria y el odio a la<br />
divinidad que profesaba Lautréamont, a Breton<br />
le fascinó un fragm<strong>en</strong>to del Canto Sexto,<br />
aquel <strong>en</strong> el que Maldoror tras ver a un jov<strong>en</strong><br />
cuya silueta se pierde al anochecer <strong>en</strong> dirección<br />
a los bulevares, dice de él que es bello<br />
«sobre todo, como el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro fortuito de<br />
una máquina de coser y un paraguas <strong>en</strong> una<br />
mesa de disección» 27 . La extraordinaria imag<strong>en</strong><br />
esconde el g<strong>en</strong>oma del objeto surrealista.<br />
Resulta una anticipación de los cadáveres<br />
exquisitos, una trampa que seduce al lector <strong>en</strong><br />
medio de una estrofa con tintes de literatura<br />
popular. Parte de la fascinación reside <strong>en</strong> ese<br />
sobre todo que cierra una cad<strong>en</strong>a de comparaciones<br />
zoomórficas y anatómicas referidas<br />
a la hermosura del jov<strong>en</strong>, y da v<strong>en</strong>taja a la<br />
frialdad metálica de los objetos fr<strong>en</strong>te a la calidez<br />
orgánica y casi mórbida de los términos<br />
preced<strong>en</strong>tes (aves de rapiña, llagas, músculos,<br />
roedores). La ambi<strong>en</strong>tación nocturna nos traslada<br />
a territorios oníricos, únicos lugares don-<br />
Óscar Domínguez Máquina de coser electrosexual<br />
(1934, óleo sobre li<strong>en</strong>zo)<br />
de puede nacer una asociación de este calibre<br />
y la fantasía no tolera limitaciones. Apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te,<br />
los objetos de Maldoror estarían hermanados<br />
con la esgrima, actividad deportiva<br />
del jov<strong>en</strong> <strong>en</strong> cuestión: la mesa sería la pista,<br />
el paraguas se referiría al arma y la máquina<br />
de coser restañaría las heridas. Pero las analogías<br />
toman el camino que cada lector quiera<br />
empr<strong>en</strong>der, indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te del trazado<br />
diseñado por el autor. Por qué no p<strong>en</strong>sar que<br />
el paraguas es un parapeto contra la lógica<br />
racional o conv<strong>en</strong>cional. Y la metafórica máquina<br />
de coser, ¿acaso no usa los hilos de las<br />
correspond<strong>en</strong>cias para <strong>en</strong>garzar palabras e<br />
imág<strong>en</strong>es de diversa proced<strong>en</strong>cia? ¿Dónde se<br />
diseccionan, estudian y recompon<strong>en</strong> mejor las<br />
ideas y los textos que sobre la aséptica mesa<br />
del escritor? Max Ernst imaginó que la mesa<br />
era una cama donde se apareaban el paraguas<br />
y la máquina. En idéntica onda, el tinerfeño<br />
Óscar Domínguez —que participó <strong>en</strong> la Exposición<br />
Surrealista de Objetos— se inspiró <strong>en</strong><br />
la cosedora mecánica para pintar <strong>en</strong> 1934 su<br />
obra más elogiada: Máquina de coser electrosexual.<br />
Por la misma época, Baudelaire también<br />
fantaseaba con los objetos <strong>en</strong> las regiones de<br />
la alucinación: «Los muebles […] están dotados<br />
de una vida sonambulesca, como el vegetal<br />
y el animal. Las telas hablan una l<strong>en</strong>gua<br />
muda, como las flores, como los cielos, como<br />
las puestas de sol» 28 . Este fragm<strong>en</strong>to de «La
Original del<br />
Manifiesto<br />
surrealista<br />
29 Roberto Calasso,<br />
«Elucubraciones de un asesino<br />
<strong>en</strong> serie», <strong>en</strong> La literatura<br />
y los dioses, trad. de Edgardo<br />
Dobry, Barcelona, Anagrama,<br />
2002, p. 82.<br />
30 Ibid., p. 83.<br />
31 Manuel Serrat Crespo,<br />
«El hermano de la sanguijuela»,<br />
<strong>en</strong> Lautréamont, op.<br />
cit., p. 13.<br />
32 Charles Baudelaire,<br />
op. cit., p. 102.<br />
33 André Breton, Manifiestos<br />
del surrealismo, trad.<br />
Andrés Bosch, Barcelona,<br />
Labor, 1995, p. 54.<br />
34 Le Surréalisme,<br />
même, nº 1, otoño 1957, pp.<br />
62-69.<br />
35 Gérard Durozoi y<br />
Bernard Lecherbonnier, El<br />
surrealismo, trad. de Josep<br />
Elias, Madrid, Guadarrama,<br />
1974, p. 139.<br />
36 André Breton, op.<br />
cit., p. 302.<br />
habitación doble»,<br />
poema <strong>en</strong> prosa<br />
publicado <strong>en</strong> La<br />
Presse <strong>en</strong> agosto<br />
de 1862, no es una<br />
reflexión sobre<br />
los objetos sino<br />
sobre el tiempo<br />
y la muerte, pero<br />
Baudelaire los utiliza para cotejar la dulce realidad<br />
manipulada por el láudano con el hastío<br />
diario. ¿Leyó Lautréamont a Baudelaire? Sin<br />
duda, pues no le faltó oportunidad temporal<br />
ya que el creador de Maldoror llega a París<br />
<strong>en</strong> otoño de 1867, ap<strong>en</strong>as días después de la<br />
muerte del francés. Además, Lautréamont,<br />
voraz lector, hace refer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> sus poemas a<br />
Baudelaire con el calificativo de «el morboso<br />
amante de la V<strong>en</strong>us hot<strong>en</strong>tota» 29 y dice que<br />
ha leído a «los chupatintas funestos» 30 , <strong>en</strong>tre<br />
los cuales incluye al flâneur parisino. Asimismo,<br />
<strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1870, pidió por carta a su<br />
editor que le remitiera un ejemplar del Suplem<strong>en</strong>to<br />
a las poesías de Baudelaire 31 . Todo<br />
esto a cu<strong>en</strong>to de «Las t<strong>en</strong>taciones o Eros,<br />
Pluto y la gloria», otro poema <strong>en</strong> prosa publicado<br />
<strong>en</strong> junio de 1863 <strong>en</strong> Revue Nationale et<br />
Étrangèr, donde la descripción de la túnica de<br />
un diablo parece, <strong>en</strong> términos figurativos, un<br />
anteced<strong>en</strong>te del fragm<strong>en</strong>to com<strong>en</strong>tado de Los<br />
Cantos. La túnica se recoge con una serpi<strong>en</strong>te<br />
a modo de cinturón, del cual «colgaba, alternando<br />
con frascos colmados de siniestros licores,<br />
cuchillos resplandeci<strong>en</strong>tes e instrum<strong>en</strong>tos<br />
de cirugía» 32 . El diablo porta <strong>en</strong> su mano<br />
derecha un frasco de sangre que ofrece como<br />
reconfortante, y <strong>en</strong> la izquierda un violín.<br />
Baudelaire vació armas blancas e instrum<strong>en</strong>tal<br />
médico para que Lautréamont probase la agudeza<br />
de los filos <strong>en</strong> la carne de los seres vivos<br />
y <strong>en</strong> la conci<strong>en</strong>cia de las g<strong>en</strong>tes. Casualidad o<br />
consecu<strong>en</strong>cia, el caso es que no resulta descabellado<br />
afirmar que ambos compartieron<br />
un certain regard <strong>en</strong> los años <strong>en</strong> que París,<br />
<strong>en</strong>tregada al mito del progreso, soportaba<br />
transformaciones urbanísticas y sociales de<br />
hondo calado y toda Francia se veía <strong>en</strong>vuelta<br />
<strong>en</strong> un debate literario y artístico.<br />
En el Manifiesto del surrealismo (1924),<br />
Breton apunta el vínculo espiritual de las<br />
personas con los objetos. Cuando habla del<br />
l<strong>en</strong>guaje <strong>en</strong> libertad como herrami<strong>en</strong>ta de<br />
apr<strong>en</strong>dizaje se refiere a los actos propios del<br />
conocimi<strong>en</strong>to inter pares, y también a una<br />
percepción universal más <strong>en</strong>riquecedora que<br />
<strong>en</strong>globa el trato con los objetos, es decir,<br />
«la conci<strong>en</strong>cia poética de las cosas» 33 . La<br />
gran afición a las piedras le llevó a escribir<br />
«Langue des pierres» 34 , cuyo párrafo final es<br />
muy suger<strong>en</strong>te porque el autor de Los vasos<br />
comunicantes no se anda con ambages e<br />
invita a todos los interesados a afinar el oído<br />
para escuchar a las piedras conversar <strong>en</strong>tre<br />
sí, con un l<strong>en</strong>guaje perdido <strong>en</strong> la noche de<br />
los tiempos que parece mant<strong>en</strong>erse vivo para<br />
transmitir <strong>en</strong>señanzas ocultas. Una pauta de<br />
comportami<strong>en</strong>to próxima a la magia o a los<br />
rituales antiguos porque el objeto procede<br />
como intermediario y Breton espera de él<br />
«una revelación» 35 , más luminosa cuanto<br />
m<strong>en</strong>os se parezcan los objetos confrontados,<br />
al igual que con la práctica de los juegos los<br />
cadáveres exquisitos y el uno <strong>en</strong> el otro. Con<br />
este último los surrealistas querían demostrar<br />
la posibilidad de <strong>en</strong>contrar m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te un<br />
objeto escondido a partir de la información<br />
proced<strong>en</strong>te de otro objeto conocido distinto<br />
a aquel, utilizando imág<strong>en</strong>es superpuestas.<br />
Algo parecido a la actividad crítico-paranoica<br />
que permite, decía Dalí, «obt<strong>en</strong>er una imag<strong>en</strong><br />
doble, es decir, la repres<strong>en</strong>tación de un objeto<br />
que, sin la m<strong>en</strong>or modificación figurativa o<br />
anatómica, sea al mismo tiempo la repres<strong>en</strong>tación<br />
de otro objeto absolutam<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>te»<br />
36 , gracias a la habilidad del p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to<br />
para <strong>en</strong>lazar secu<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te semejanzas y<br />
coincid<strong>en</strong>cias. Es factible alargar el proceso<br />
para obt<strong>en</strong>er por superposición terceras, cuartas<br />
o más imág<strong>en</strong>es. En similares términos,<br />
Max Ernst apostilló que los objetos surrealistas<br />
son realidades de inexplorada belleza que<br />
nac<strong>en</strong> del <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro imprevisto <strong>en</strong>tre situaciones<br />
difer<strong>en</strong>tes.<br />
Estas correlaciones iconográficas y conexiones<br />
psíquicas, al modo de un sueño,<br />
evocan la misión visionaria de los poetas <strong>en</strong><br />
su afán de traspasar la realidad. Los surrealistas<br />
pret<strong>en</strong>dían que los objetos guardaran fiel<br />
paralelismo con las <strong>en</strong>soñaciones y los vagabundeos<br />
del espíritu. Cirlot manifestó que el<br />
131
132<br />
Francis Ponge<br />
surrealismo pret<strong>en</strong>de captar lo espiritual del<br />
objeto. Gómez de la Serna, otro excéntrico de<br />
las cosas del que más adelante nos ocuparemos,<br />
plasmó este deseo <strong>en</strong> una greguería: «El<br />
sueño es un depósito de objetos extraviados».<br />
Y Breton aunó ambas ideas al proponer <strong>en</strong><br />
1924 materializar los objetos <strong>en</strong>trevistos <strong>en</strong><br />
sueños, tan grande fue la fascinación por éstos,<br />
<strong>en</strong> su «Introducción al discurso sobre la<br />
poca realidad» 37 , donde cu<strong>en</strong>ta que percibió<br />
un libro cuyas páginas eran de lana negra y<br />
el lomo estaba cubierto por un gnomo de<br />
madera de larga barba blanca. La suma de un<br />
recuerdo onírico y una emoción consci<strong>en</strong>te<br />
daría lugar al objeto surrealista. Al plasmar las<br />
cosas soñadas se reconoce vida <strong>en</strong> ellas y se<br />
otorga carta de razón al sueño. Puede <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse<br />
como una her<strong>en</strong>cia de los románticos.<br />
Novalis, por ejemplo, asimiló el g<strong>en</strong>io a «la<br />
facultad de hablar de los objetos imaginarios<br />
como si fueran reales» 38 , al creer que durante<br />
el sueño el alma p<strong>en</strong>etraba <strong>en</strong> los objetos<br />
37 André Breton, Apuntar el día, trad. de Pierre<br />
de Place, Caracas, Monte Ávila, 1974, pp. 7-23.<br />
38 Albert Béguin, op. cit., p. 253.<br />
39 Francis Ponge, «My creative method», <strong>en</strong><br />
Métodos, ed. de Silvio Mattoni, Bu<strong>en</strong>os Aires, Adriana<br />
Hidalgo editora, 2000, pp. 21-22.<br />
40 Francis Ponge, «El clavel», <strong>en</strong> La soñadora<br />
materia, trad. de Miguel Casado, Barcelona, Galaxia<br />
Gut<strong>en</strong>berg/Círculo de Lectores, 2006, p. 207.<br />
hasta id<strong>en</strong>tificarse <strong>en</strong> ellos con total pl<strong>en</strong>itud,<br />
razonami<strong>en</strong>to coher<strong>en</strong>te con los postulados<br />
románticos de la universalidad o el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<br />
con la unidad primig<strong>en</strong>ia y la búsqueda del yo<br />
<strong>en</strong> el inconsci<strong>en</strong>te.<br />
En aquellos años felices, Francis Ponge,<br />
colaborador de Le Surréalisme au service de<br />
la Révolution, aparecida <strong>en</strong> 1930 tras el Segundo<br />
manifiesto, asomaba la cabeza por la<br />
puerta de <strong>en</strong>trada al universo de los objetos y<br />
<strong>en</strong> 1928 empieza a componer Le parti pris des<br />
choses, título que es una declaración de int<strong>en</strong>ciones<br />
<strong>en</strong> toda regla y saldría editado <strong>en</strong> 1942.<br />
Esa puerta se cierra a sus espaldas y Ponge<br />
no saldrá prácticam<strong>en</strong>te al exterior, dedicando<br />
la mayor parte de su vida literaria a teorizar<br />
acerca del significado de las cosas, concretar<br />
lazos <strong>en</strong>tre los mundos supuestam<strong>en</strong>te incomunicados<br />
de las cosas y las personas, usar el<br />
l<strong>en</strong>guaje a modo de pasarela <strong>en</strong>tre ellas y las<br />
voces que las designan… Hasta tal punto que,<br />
poeta ya consolidado, manifiesta a principios<br />
de los ses<strong>en</strong>ta, s<strong>en</strong>tirse incómodo fr<strong>en</strong>te a las<br />
ideas y divertirse con los objetos sin importarle<br />
la naturaleza de éstos: «las ideas me decepcionan<br />
[…] y la variedad de las cosas es <strong>en</strong><br />
realidad lo que me construye» 39 . Ante su obra<br />
no es fácil permanecer indifer<strong>en</strong>te porque los<br />
objetos están sometidos a una disección <strong>en</strong>tomológica<br />
y a una confrontación con la palabra.<br />
El francés aspiraba al <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre<br />
cosas y hombres para lo cual juzgaba imprescindible<br />
diluir el objeto <strong>en</strong> la palabra y viceversa.<br />
¿Cómo alcanzar este punto? Utilizando el<br />
l<strong>en</strong>guaje como una máquina de precisión, una<br />
fresadora, por ejemplo, que trabajara las palabras<br />
hasta dejarlas perfectam<strong>en</strong>te moldeadas<br />
y <strong>en</strong>lazadas unas con otras, de forma que<br />
leídas u oídas conduzcan hasta la definición<br />
inequívoca del objeto: «Responder al desafío<br />
de las cosas al l<strong>en</strong>guaje. Por ejemplo, estos<br />
claveles desafían al l<strong>en</strong>guaje. No pararé hasta<br />
no haber reunido unas palabras ante cuya<br />
lectura o audición se deba necesariam<strong>en</strong>te<br />
exclamar: se trata de algo como un clavel» 40 .<br />
André Breton y Francis Ponge fueron la cara<br />
y la cruz de la moneda objetual, la dupla que<br />
aspiró a cumplim<strong>en</strong>tar un logro inalcanzable:<br />
plasmar los sueños y definir la realidad con el<br />
l<strong>en</strong>guaje.
Ramón Gómez de la Serna <strong>en</strong> su<br />
despacho de la calle Villanueva<br />
41 Ramón Gómez de la Serna,<br />
Automoribundia (1888-1948), ed. de<br />
Celia Fernández Prieto, Madrid, Mar<strong>en</strong>ostrum,<br />
2008, p. 279.<br />
42 Ramón Gómez de la Serna,<br />
«Las cosas y el ello», <strong>en</strong> Revista de<br />
Occid<strong>en</strong>te, nº CXXXIV, agosto 1934, pp.<br />
190-208.<br />
43 Ramón Gómez de la Serna,<br />
op. cit., p. 260.<br />
44 Ibid., p. 257.<br />
45 Vic<strong>en</strong>te Lull, op. cit., p. 22.<br />
Las cosas de Ramón<br />
El caso de Ramón Gómez de la Serna es paradigmático porque se sintió<br />
cercado por las cosas desde la infancia. En Automoribundia las recuerda<br />
apiñadas <strong>en</strong> las rinconeras del hogar cubiertas de polvo, <strong>en</strong> las casas de<br />
sus tíos Félix y Fernando, <strong>en</strong> los bazares madrileños de finales del siglo<br />
XIX. Y a ellas se atuvo cuando, aún jov<strong>en</strong>, le llega la primera percepción de<br />
la muerte. También recuerda que su padre se aferraba a lápices, estatuillas<br />
y sellos para escapar de las garras del tiempo; su madre, a las alhajas.<br />
Faltaba poco tiempo para que quedase deslumbrado por las ti<strong>en</strong>das de los<br />
anticuarios parisinos del primer dec<strong>en</strong>io del xx.<br />
Con dieciséis años monta su primer despacho <strong>en</strong> la casa familiar y lo<br />
<strong>en</strong>galana con cosas del Rastro —«el más perman<strong>en</strong>te y laberíntico de todos<br />
los bric-à-brac del mundo» 41 , que le inspiró la guía de igual título publicada<br />
<strong>en</strong> 1914—, una especie de anticipo de lo que sería su sancta santorum<br />
de escritor. Sus resid<strong>en</strong>cias madrileñas, <strong>en</strong> especial el torreón de la<br />
calle Velázquez y el piso de calle Villanueva y, por último, la bonaer<strong>en</strong>se de<br />
calle Hipólito Yrigoy<strong>en</strong> —cuyo despacho fue donado por Luisa Sofovich al<br />
Ayuntami<strong>en</strong>to de Madrid e instalado, a instancias de Juan Manuel Bonet,<br />
<strong>en</strong> la colección perman<strong>en</strong>te del Museo Reina Sofía desde 2002 hasta la<br />
ampliación del edificio—, debieron parecer almac<strong>en</strong>es de chamarileros o<br />
los colmados estudios de algunos pintores, Bacon por ejemplo. Le gustaba<br />
ver las cosas amontonadas, como si formaran un rebaño y él las pastoreara.<br />
Para que no quedas<strong>en</strong> dudas al respecto se declaró su protector 42 .<br />
Las paredes estaban tapizadas de fotografías, reproducciones de obras<br />
artísticas, carteles, estampas religiosas, relojes, caretas, recortes de periódicos.<br />
En lugar prefer<strong>en</strong>te del despacho, el retrato que le hizo Diego<br />
Rivera <strong>en</strong> 1915 y, empotrada, «una auténtica lápida de cem<strong>en</strong>terio» 43 , in<br />
memoriam de una jov<strong>en</strong> fallecida a la edad de dieciocho años con la que<br />
no guardaba par<strong>en</strong>tesco ni conocimi<strong>en</strong>to alguno. De los techos p<strong>en</strong>dían<br />
cometas de papel, pelotas de goma, pájaros de cerámica y una asombrosa<br />
multitud de bolas de cristal —«t<strong>en</strong>dré más de mil, y al irlas colocando he<br />
p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> el inm<strong>en</strong>so y mágico esfuerzo del creador al colocar las estrellas»<br />
44 —, que convida a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> Gómez de la Serna como el cosmólogo<br />
de las cosas. En la mesa de trabajo y <strong>en</strong> las estanterías había libros,<br />
pisapapeles, pipas, lápices, estatuillas, una codorniz de reclamo, pistolas,<br />
cajas de música, estilográficas, un globo terráqueo, matrioskas. En pasillos<br />
y estancias, bargueños, velones, cornucopias y una chim<strong>en</strong>ea <strong>en</strong>contrada<br />
durante un paseo nocturno. S<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> el sofá de la <strong>en</strong>trada a una maniquí<br />
de cera de tamaño natural lujosam<strong>en</strong>te vestida, dispuso de un micrófono<br />
con <strong>en</strong>lace telefónico directo con la emisora Unión Radio para emitir sus<br />
crónicas y, el colmo, hizo instalar un farol de gas con suministro que <strong>en</strong>c<strong>en</strong>día<br />
con el chuzo de un farolero jubilado.<br />
En apari<strong>en</strong>cia todo estaba manga por hombro, con un ord<strong>en</strong> atípico<br />
pero capaz pues «los objetos constituy<strong>en</strong> nuestra manera de organizar el<br />
mundo <strong>en</strong> el que vivimos» 45 . O desord<strong>en</strong> literario de las cosas, que aparecían<br />
algo deshilvanadas <strong>en</strong> los textos. No podía ser de otra forma porque<br />
su universo personal estaba atomizado. El acúmulo de trastos era la repres<strong>en</strong>tación<br />
plástica de las variopintas greguerías —el propio autor definió<br />
la greguería como «lo que gritan los seres confusam<strong>en</strong>te desde su incons-<br />
133
134<br />
Gómez de la Serna <strong>en</strong> el estudio<br />
radiofónico instalado <strong>en</strong> su casa<br />
Gómez de la Serna con la muñeca<br />
de tamaño natural<br />
Rincón del hogar de Gómez de<br />
la Serna<br />
46 Ramón Gómez de la Serna,<br />
op. cit., p. 245.<br />
47 Luisa Sofovich, La vida sin<br />
Ramón, ed. de Antonio B<strong>en</strong>eyto,<br />
Madrid, Libertarias, 1994, p. 52.<br />
48 Walter B<strong>en</strong>jamin, Libro de<br />
los pasajes, ed. de Rolf Tiedeman,<br />
Madrid, Akal, 2004, p. 44.<br />
49 Ramón Gómez de la Serna,<br />
op. cit., p. 561.<br />
50 Juan Ramón Jiménez,<br />
«Ramón Gómez de la Serna», <strong>en</strong><br />
Españoles de tres mundos, Bu<strong>en</strong>os<br />
Aires, Losada, 1942, p. 112.<br />
ci<strong>en</strong>te, lo que gritan las cosas»— y un retrato de su ord<strong>en</strong> vital siempre<br />
exagerado, nunca vulgar. Cabe decir que <strong>en</strong> la intimidad fue consecu<strong>en</strong>te<br />
con una de las greguerías: «El Japón vive <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o bazar». Qué complicado<br />
distinguir al personaje oculto o semioculto <strong>en</strong> esa selva objetual, y no lo<br />
digo metafóricam<strong>en</strong>te pues <strong>en</strong> su primera visita a París se sintió confundido<br />
y dejó constancia de id<strong>en</strong>tificarse más con la pipa que con el hombre,<br />
con el letrero que con el alma, con el periódico que con el lector 46 .<br />
Gómez de la Serna quiso vivir <strong>en</strong> simbiosis con los objetos. Los convertía<br />
<strong>en</strong> elem<strong>en</strong>tos mágicos y extraía la más valiosa dim<strong>en</strong>sión que atesoraban:<br />
el yo. En comp<strong>en</strong>sación, abastecían de ideas y proyectos su desp<strong>en</strong>sa<br />
literaria. Digamos que el yo ramoniano revalorizaba el yo de las cosas y<br />
viceversa. Como los objetos eran anteriores al p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, cada cachivache<br />
valía por una idea y un conjunto de ellos por una narración, de manera<br />
que el valor intrínseco individual se multiplicaba expon<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te.<br />
En la fusión con los objetos el vanguardista autor de S<strong>en</strong>os se s<strong>en</strong>tía muy<br />
Ramón y algo m<strong>en</strong>os Gómez de la Serna.<br />
¿Coleccionismo? ¿Fetichismo? Ambas conductas acumuladoras se<br />
solapan cuando, además de otros factores, la personalidad del coleccionista<br />
es poderosa y los objetos, acumulados para paliar déficits afectivos,<br />
suplantan a las personas y funcionan como dispositivos estimulantes, <strong>en</strong>cubridores<br />
o protectores. Una pulsión muy próxima a Gómez de la Serna,<br />
evid<strong>en</strong>ciada al arrastrar consigo la colección <strong>en</strong> los sucesivos cambios de<br />
domicilio. Es revelador que <strong>en</strong> Automoribundia pase de puntillas por los<br />
<strong>en</strong>tresijos amorosos de su vida —las ideas sobre la mujer y sus relaciones<br />
ocupan una doc<strong>en</strong>a de páginas fr<strong>en</strong>te a las cerca de ses<strong>en</strong>ta pobladas por<br />
las cosas—, cuando s<strong>en</strong>tó a la muñeca <strong>en</strong> un rincón de privilegio, se hizo<br />
fotografiar con ella y la calificó de «mujer ideal» 47 . Sobre el coleccionista,<br />
según Walter B<strong>en</strong>jamin, «recae la tarea de Sísifo de poseer las cosas para<br />
quitarles su carácter mercantil» 48 , pero el fetichista carece de límites y no<br />
sopesa los contras para convivir con el objeto de su deseo. Valga como<br />
muestra lo ocurrido <strong>en</strong> diciembre de 2009 <strong>en</strong> la casa de subastas neoyorkina<br />
Bonhams. Un comprador se hizo con el mondadi<strong>en</strong>tes de oro y marfil<br />
de Charles Dick<strong>en</strong>s por nueve mil ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta dólares, unos seis mil<br />
cuatroci<strong>en</strong>tos euros al cambio actual.<br />
Uno de los triunfos más sonados le llegó al instaurar un modelo de<br />
confer<strong>en</strong>cia que llamó confer<strong>en</strong>cia maleta. «Di confer<strong>en</strong>cias sobre el arte y<br />
la poesía, pero el éxito principal se debió a mi inv<strong>en</strong>ción de las confer<strong>en</strong>cias<br />
maleta, prestidigitación cándida alrededor de los objetos más diversos<br />
que sacaba de mi gran valija y que r<strong>en</strong>ovaba a cada nueva confer<strong>en</strong>cia» 49 .<br />
El propio autor nos pone <strong>en</strong> la pista para estimar estos espectáculos: pases<br />
de prestidigitación, por supuesto ing<strong>en</strong>ua, pues la magia nos devuelve<br />
a la infancia, al asombro inoc<strong>en</strong>te ante lo inexplicable. La maleta —«la<br />
rica pirita de su d<strong>en</strong>tro de maleta nebulosa» 50 — sustituía a la tradicional<br />
chistera y los objetos a los conejos; el abracadabra se pronunciaba con las<br />
ocurr<strong>en</strong>cias inv<strong>en</strong>tadas sobre la marcha.<br />
Famosa confer<strong>en</strong>cia maleta fue la dictada <strong>en</strong> el salón del hotel Ritz<br />
de Barcelona, <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1931, bajo el título de «Objetos escogidos». El<br />
confer<strong>en</strong>ciante se pres<strong>en</strong>tó ante el auditorio portando una baqueteada<br />
maleta de viaje de la que fue extray<strong>en</strong>do una diosa de múltiples brazos,<br />
una cabeza fr<strong>en</strong>ológica, un biberón, un almanaque perpetuo, la bola del
Diego Rivera Retrato de Ramón Gómez de la<br />
Serna (1915, óleo sobre li<strong>en</strong>zo)<br />
51 La Vanguardia, 17 de <strong>en</strong>ero<br />
de 1931, p. 6.<br />
52 ABC, 17 de <strong>en</strong>ero de 1931,<br />
p. 45.<br />
53 Joaquín Romero Murube,<br />
«Confer<strong>en</strong>cia con maleta», <strong>en</strong> Lejos y<br />
<strong>en</strong> la mano, Sevilla, Gráficas Sevillanas,<br />
1959, p. 54.<br />
54 Ramón Gómez de la Serna,<br />
op. cit., p. 403.<br />
55 Albert Béguin, op. cit., p.<br />
148. 56 Ángel Riviére, «Sobre Objetos<br />
con m<strong>en</strong>te: reflexiones para un<br />
debate», <strong>en</strong> Anuario de Psicología,<br />
nº 53, 1993, p. 55.<br />
pasamanos de una escalera, un aparato de cazar alondras,<br />
un martillo y una gigantesca mano postiza 51 , por citar sólo<br />
unos cuantos. Sobre los difer<strong>en</strong>tes chismes narró historias<br />
e inv<strong>en</strong>tó greguerías, fantaseando con agilidad de supremo<br />
orador. Además, con el martillo «sacrificó», según expresión<br />
propia, algunos de los objetos y anunció que <strong>en</strong> adelante<br />
daría las confer<strong>en</strong>cias con formato de wagon-capitonné 52 .<br />
Así sucedió a su vuelta a Bu<strong>en</strong>os Aires donde dictó confer<strong>en</strong>cias<br />
baúl.<br />
Un año después, invierno de 1932, ofreció otra memorable<br />
<strong>en</strong> la sede sevillana de la Real Sociedad Económica de<br />
Amigos del País. Entre los asist<strong>en</strong>tes, Romero Murube que<br />
dejó constancia de la interv<strong>en</strong>ción. Tras depositar la maleta<br />
<strong>en</strong>cima de la mesa presid<strong>en</strong>cial, Gómez de la Serna empezó<br />
a mostrar su extravagante cont<strong>en</strong>ido: «Ropas, diversos ut<strong>en</strong>silios<br />
de hipotético uso, caseras inv<strong>en</strong>ciones para comodidad<br />
del viajero, agilísimas audacias del ing<strong>en</strong>io para amplitud de<br />
reducidos espacios, a más de los caprichos idiosincráticos de<br />
todo <strong>en</strong>te trashumante» 53 . No era tanto el deseo de epatar<br />
sino el de desplegar su inabarcable personalidad, huir del<br />
adoc<strong>en</strong>ami<strong>en</strong>to y el academicismo: «Desprecio y odio esa grotesca<br />
seriedad humana de los actos públicos [...] Por eso descompongo<br />
esos actos públicos siempre que puedo» 54 . Hoy Gómez de la Serna sería<br />
un performer.<br />
La naturaleza de los objetos <strong>en</strong> la poesía<br />
Decía Paul Valéry que «la poesía es el int<strong>en</strong>to de repres<strong>en</strong>tar, o de restituir,<br />
por los medios que posee el l<strong>en</strong>guaje articulado, esas cosas o esa cosa que<br />
oscuram<strong>en</strong>te tratan de expresar los gritos, las lágrimas, las caricias, los besos,<br />
los suspiros, etc., y que parec<strong>en</strong> querer expresar los objetos <strong>en</strong> lo que<br />
ti<strong>en</strong><strong>en</strong> de apari<strong>en</strong>cia de vida o de contorno supuesto» 55 . Aproximaciones<br />
por contigüidad —esas cosas que parec<strong>en</strong> querer expresar— a una definición,<br />
la de poesía, imposible de cerrar y que el autor francés terminó por<br />
nombrar como «una extraña industria». La poesía manufactura el l<strong>en</strong>guaje<br />
de las s<strong>en</strong>saciones con difer<strong>en</strong>tes materias primas, si<strong>en</strong>do los objetos de<br />
las más sustanciales porque son receptivos a perfilarse <strong>en</strong> función de los<br />
estímulos recibidos o a soldarse con la fu<strong>en</strong>te emisora de emociones.<br />
Por otra parte, la apari<strong>en</strong>cia de vida que Valéry confería a los objetos<br />
no supone contrariedad para los poetas. La psicología cognitiva y las ci<strong>en</strong>cias<br />
de la naturaleza separan a los objetos <strong>en</strong> dos categorías incomunicadas:<br />
los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> m<strong>en</strong>te u organismos y los que carec<strong>en</strong> de ella. El problema<br />
surge «cuando caemos <strong>en</strong> la cu<strong>en</strong>ta de que esas categorías no son<br />
tan nítidas, <strong>en</strong> sus bordes, como parec<strong>en</strong> a primera vista» 56 , y ahí están<br />
para demostrarlo las seculares teorías animistas, algunas cre<strong>en</strong>cias religiosas<br />
y, desde la década de los cincu<strong>en</strong>ta del pasado siglo, la ci<strong>en</strong>cia de la<br />
computación. Pero esta discusión es aj<strong>en</strong>a por completo a los escritores,<br />
que se han b<strong>en</strong>eficiado del privilegio de no t<strong>en</strong>er que ofrecer las explicaciones<br />
que han mant<strong>en</strong>ido ocupados durante siglos a filósofos y ci<strong>en</strong>tíficos<br />
de toda índole. Refugiarse <strong>en</strong> la fantasía es el atajo más corto para no cru-<br />
135
136<br />
Octavio Paz<br />
Robert Rausch<strong>en</strong>berg Minutiae<br />
(1954, varias técnicas)<br />
Pablo Neruda<br />
zar el pantano de la realidad y evitar el peligro de quedar <strong>en</strong>c<strong>en</strong>agado.<br />
Grosso modo, los poetas han otorgado a los objetos tres naturalezas:<br />
inanimada, semianimada y animada. En el primer caso, el poeta utiliza los<br />
objetos como elem<strong>en</strong>tos esc<strong>en</strong>ográficos inertes. Muestras de ello son «Si<br />
proibisce di buttare immondezze» de Rafael Alberti, «Las cosas» de Jorge<br />
Luis Borges y «Los pequeños objetos» de Ángel Crespo. Inertes e inanimados,<br />
mas evocadores. Niceto Alcalá-Zamora recorre con parsimonia la<br />
casa de su infancia y percibe <strong>en</strong> «Los objetos sin vida» (Casa de temporada,<br />
2006) la «imag<strong>en</strong> de inercia difer<strong>en</strong>te» de las cosas, convertidas <strong>en</strong><br />
recuerdos fantasmales de una época donde el reloj marcaba las horas y el<br />
cal<strong>en</strong>dario los meses, la flor lucía fresca <strong>en</strong> el jarrón y la cuartilla era emborronada<br />
con p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. En la antípoda poética, Karmelo C. Iribarr<strong>en</strong><br />
<strong>en</strong>umera los «Souv<strong>en</strong>irs» (Atravesando la noche, 2009) que apuntan sobre<br />
las repisas, guardianes de recuerdos que se activan al mirarlos. Instalado<br />
<strong>en</strong> Francia tras su periplo inglés, Mallarmé revive <strong>en</strong> «La pipa» («Anécdotas<br />
o poemas», Divagaciones, 1897) los raquíticos árboles, las desiertas<br />
plazas y el peculiar olor de la niebla londin<strong>en</strong>se gracias al humo que despr<strong>en</strong>de<br />
su vieja cachimba.<br />
En el segundo caso, la naturaleza semianimada del objeto es matizada<br />
por el poeta, qui<strong>en</strong> presta su voz a aquel («A una alcoba que fue de<br />
doncella» de Gabino Alejandro Carriedo); lo aproxima a los seres vivos<br />
al hacerlo portador de determinadas cualidades («Las cosas» de Manuel<br />
Altolaguirre, «Lecciones de cosas» de Ángel González, «Psicología de las<br />
cosas» de Ana Merino, «Todos los objetos del mundo» de Jorge Eduardo<br />
Eielson); es refugio del escritor («El fervor de las cosas» de Dionisia García,<br />
«Las cosas» de Rafael Morales); o es catalizadora de la escritura, caso de<br />
«Arte poética» de Pablo Neruda y «Un vi<strong>en</strong>to llamado Bob Rausch<strong>en</strong>berg»<br />
de Octavio Paz, dos poemas de especial interés por la implicación de los<br />
objetos <strong>en</strong> el proceso de producción literaria.<br />
En «Arte poética» (Resid<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> la tierra, 1935), Neruda expone sus<br />
principios creativos hacia atrás, a modo de flashback, valiéndose del nacimi<strong>en</strong>to<br />
del mundo como metáfora. El maremágnum del universo <strong>en</strong> fundación<br />
es repres<strong>en</strong>tado por las «noches de substancia infinita», «el ruido<br />
de un día que arde con sacrificio» y «un golpe de objetos que llaman sin<br />
ser respondidos». La construcción del poema parece nacer por petición<br />
expresa de los objetos o, lo que vi<strong>en</strong>e a ser lo mismo, el sujeto poético se<br />
repres<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> ellos, mi<strong>en</strong>tras «el vi<strong>en</strong>to que azota» es la fuerza motriz que<br />
canaliza a las restantes por ser el rasgo de inspiración.<br />
De modo similar Octavio Paz otorga protagonismo al vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> «Un<br />
vi<strong>en</strong>to llamado Bob Rausch<strong>en</strong>berg» (Árbol ad<strong>en</strong>tro, 1987), poema capital<br />
<strong>en</strong> el asunto que nos ocupa porque comi<strong>en</strong>za a fijar las reglas del mundo<br />
de los objetos <strong>en</strong> relación con la escritura poética. Paz lo escribió <strong>en</strong> hom<strong>en</strong>aje<br />
a su amigo Bob Rausch<strong>en</strong>berg, uno de los impulsores del Pop Art.<br />
En el poema hace recu<strong>en</strong>to de objetos a los que, <strong>en</strong> la mayoría de las<br />
ocasiones, prefiere d<strong>en</strong>ominar «cosas»: tuercas, ruedas, palancas, hélices,<br />
hierro, algodón, seda, carbón, tornillos…, emparejando las naturales<br />
con las industriales <strong>en</strong> una apar<strong>en</strong>te confrontación <strong>en</strong>tre ambos<br />
mundos que, finalm<strong>en</strong>te, quedan hermanados <strong>en</strong> un paisaje. Esta es<br />
la primera llave interpretativa: un esc<strong>en</strong>ario común de conviv<strong>en</strong>cia<br />
para los objetos. En versos del mexicano: «paisaje desconsolado: /
Arthur Rimbaud (dcha.) y su<br />
hermano Frédéric (h. 1861)<br />
Manuscrito de El barco ebrio<br />
57 Vic<strong>en</strong>te Huidobro, «Manifieste<br />
Manifestes», <strong>en</strong> Obra<br />
poética, coord. de Cedomil Goic,<br />
Madrid, ALLCA XX, 2003, p. 1321.<br />
58 Jules Huret, op. cit., p. 64.<br />
los objetos duerm<strong>en</strong> unos al lado de los otros». Y la segunda llave: la conviv<strong>en</strong>cia<br />
crea conexiones <strong>en</strong>tre los habitantes del paisaje. Veámoslo: «las<br />
cosas se oy<strong>en</strong> hablar y se asombran al oírse, / eran mudas de nacimi<strong>en</strong>to<br />
y ahora cantan y rí<strong>en</strong>». Leído <strong>en</strong> clave de creación poética, los objetos son<br />
las palabras <strong>en</strong>trecruzándose («ca<strong>en</strong> como letras, letras, letras»), estableci<strong>en</strong>do<br />
nexos de significado <strong>en</strong>tre ellas, modelando la estructura del texto<br />
a medida que son insufladas de s<strong>en</strong>tido por el tal<strong>en</strong>to creador del poeta,<br />
simbolizado <strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>to («el vi<strong>en</strong>to profiere formas que respiran y giran»).<br />
Llevando el poema al terr<strong>en</strong>o de los objetos, los versos de cierre son elocu<strong>en</strong>tes:<br />
«los sueños de las cosas el hombre los sueña, / los sueños de<br />
los hombres el tiempo los pi<strong>en</strong>sa». Pero antes el poeta los ha imaginado y<br />
desde ese mom<strong>en</strong>to se materializan: «los objetos ca<strong>en</strong>, / están cay<strong>en</strong>do, /<br />
ca<strong>en</strong> desde mi fr<strong>en</strong>te que los pi<strong>en</strong>sa». Si Huidobro hubiera vivido los años<br />
sufici<strong>en</strong>tes para leer este poema habría concluido, a t<strong>en</strong>or de lo que dejó<br />
escrito <strong>en</strong> 1925, que Octavio Paz era un poeta, con mayúscula: «El poeta<br />
es aquel que sorpr<strong>en</strong>de la relación oculta que existe <strong>en</strong>tre las cosas más<br />
lejanas, los hilos ocultos que las un<strong>en</strong>» 57 . En el prólogo a su traducción de<br />
«Un coup de dés jamais n’abolira le hasard» para la ultraísta Cervantes,<br />
Cansinos Ass<strong>en</strong>s escribe <strong>en</strong> 1919 —primer año <strong>en</strong> el que dirige la revista—<br />
que el chil<strong>en</strong>o es discípulo directo de Mallarmé y, a t<strong>en</strong>or de la declaración<br />
sobre Paz, no cabe la m<strong>en</strong>or duda de que, al m<strong>en</strong>os, se había empapado<br />
la teoría del autor de Herodías. En la citada <strong>en</strong>cuesta de Huret, Mallarmé,<br />
a propósito del naturalismo, respondió que «las cosas exist<strong>en</strong>, no t<strong>en</strong>emos<br />
que inv<strong>en</strong>tarlas; sólo compr<strong>en</strong>der las relaciones <strong>en</strong>tre ellas porque los hilos<br />
de esas relaciones originan los versos» 58 .<br />
Por último, el caso m<strong>en</strong>os frecu<strong>en</strong>te pero más atractivo de los tres<br />
m<strong>en</strong>cionados: los objetos animados dotados de yo propio que se expresan<br />
por sí mismos. Ilustre anteced<strong>en</strong>te es «La pipa», incluido <strong>en</strong> Las flores del<br />
mal, cuyo primer verso «Soy la pipa de un artista», delimita el nivel de<br />
refer<strong>en</strong>cia del hablante, que no es otro que el objeto, provisto de rasgos<br />
físicos (cara) y s<strong>en</strong>tidos (mirada, además de habla) y de facultades balsámicas<br />
para el fumador. Se diría confid<strong>en</strong>te y confesor de su dueño.<br />
Baudelaire marcó una derrota por la que muy pocos se atrevieron a <strong>en</strong>filar<br />
la proa. Entre ellos un jov<strong>en</strong>císimo Rimbaud que <strong>en</strong> 1871, a punto de<br />
cumplir los diecisiete, compuso «El barco ebrio», dislocado y maravilloso<br />
viaje <strong>en</strong> el que la prontitud con la que los versos seduc<strong>en</strong> realza la maestría<br />
descriptiva de este buque fantasma que navega eternam<strong>en</strong>te. A pesar<br />
de la aparatosidad plástica no hace falta más voz que la suya para creernos<br />
lo que cu<strong>en</strong>ta, ni recordar el epíteto del título para saber que estamos ante<br />
una situación insólita. El «cuando yo» inicial recuerda el comi<strong>en</strong>zo del poema<br />
de Baudelaire y despeja la bruma de duda: el barco-objeto relata sus<br />
av<strong>en</strong>turas con total indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia.<br />
Algunos de los textos temporalm<strong>en</strong>te más cercanos <strong>en</strong> nuestra literatura<br />
son «Égloga de los dos rascacielos» (1984) de Luis García Montero y dos<br />
poemas de Aurora Luque «Manual del farero» y «Mudanza I» (Carpe noctem,<br />
1994). Los rascacielos que confiesan sus p<strong>en</strong>as de amor con melancolía,<br />
parec<strong>en</strong> levantar sus moles no sólo <strong>en</strong> Nueva York sino <strong>en</strong> cualquier<br />
ciudad que t<strong>en</strong>ga a la luna por testigo. Son voyeurs al acecho de la misma<br />
mujer. El primer edificio sigue deseoso los pasos de la chica, que trabaja<br />
<strong>en</strong> el bar de la planta baja; el otro, la mira desnudarse <strong>en</strong> la última planta,<br />
137
138<br />
Diversos libros de poemas que<br />
se inspiran <strong>en</strong> la magia de los<br />
objetos<br />
59 Elizabeth Bishop,<br />
«Un arte», <strong>en</strong> Obra poética,<br />
ed. de D. Sam Abrams y Joan<br />
Margarit, Tarragona, Igitur,<br />
2008, pp. 276-277.<br />
donde vive. No es cuestión de altura sino de profundidad de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos.<br />
Sea como fuere, ambos rascacielos convocan una personalidad autónoma<br />
y aj<strong>en</strong>a a la del poeta: la de sus yo respectivos.<br />
Que la falsedad de los sueños y la credulidad humana desembocan,<br />
<strong>en</strong> el mejor de los supuestos, <strong>en</strong> el des<strong>en</strong>gaño, es el tema de «Manual<br />
del farero», donde la luz del faro, imag<strong>en</strong> del ideal inalcanzable, guía a los<br />
barcos al quimérico sur del naufragio cierto. En «Mudanza I» un arpa de<br />
eco becqueriano y un poema reflexionan sobre su común inutilidad. El<br />
poema lam<strong>en</strong>ta haber sido arrancado de la seguridad de la memoria para<br />
vagar por el tiempo, siquiera sin muerte que lo consuele, mi<strong>en</strong>tras el arpa<br />
se considera ap<strong>en</strong>as una «aglomerada masas de palabras».<br />
La advocación de objetos perdidos ha inspirado el título de varios poemarios.<br />
Una rápida ojeada arroja Departam<strong>en</strong>to de objetos perdidos (1992)<br />
de Pilar Ruiz-Va, Objetos perdidos (1997) de José Antonio Muñoz Rojas y<br />
el homónimo de María do Cebreiro Objetos perdidos (2007). Ésta trata sus<br />
poemas como objetos inv<strong>en</strong>tariables y el problema de la pérdida como<br />
algo que atraviesa siempre las palabras. Pérdida <strong>en</strong> el mejor de los casos<br />
porque <strong>en</strong> otros sería más real hablar de aus<strong>en</strong>cia o, acaso, de una no-pres<strong>en</strong>cia<br />
inexplicable o insatisfactoriam<strong>en</strong>te explicable con el l<strong>en</strong>guaje. Pese<br />
a ello, María do Cebreiro hace hueco al optimismo si para «<strong>en</strong>contrarnos<br />
<strong>en</strong> lo que buscamos» dedicamos la «infinita paci<strong>en</strong>cia» de las cosas. Pilar<br />
Ruiz-Va habla de la pérdida del amor y la inoc<strong>en</strong>cia interponi<strong>en</strong>do los objetos<br />
más diversos. Qui<strong>en</strong> trasci<strong>en</strong>de el extravío de cosas cotidianas hasta<br />
la sabiduría es Muñoz Rojas. Las gafas, el audífono o las llaves que olvida<br />
por los rincones nada repres<strong>en</strong>tan <strong>en</strong> sí mismos, porque «un montón de<br />
objetos perdidos es la vida», valoración coincid<strong>en</strong>te con la de Elizabeth<br />
Bishop para qui<strong>en</strong> «tantas cosas parec<strong>en</strong> ll<strong>en</strong>as del propósito de ser perdidas»<br />
que no merece la p<strong>en</strong>a tomarse la molestia de dramatizar y mejor<br />
nos vale aceptar paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te cada pérdida hasta llegar a dominar «el<br />
arte de perder» 59 . Muñoz Rojas si<strong>en</strong>te con dolor el extravío de algunas<br />
palabras que al pronunciarlas cobran, paradójicam<strong>en</strong>te, realidad y s<strong>en</strong>tido<br />
inmediatos pues «viv<strong>en</strong> d<strong>en</strong>tro», caso de soledad o sil<strong>en</strong>cio. Aquellas que<br />
no se pierd<strong>en</strong> sirv<strong>en</strong> de cicerone para descubrir a un autor: «<strong>en</strong> un libro,<br />
donde ti<strong>en</strong><strong>en</strong> / siempre lugar los verdaderos <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros». Mi<strong>en</strong>tras, los<br />
versos traspapelados hay que rebuscarlos <strong>en</strong> los escondites de la memoria<br />
y la única pérdida razonable es la de la cabeza si «el amor anda cerca».<br />
Análoga indulg<strong>en</strong>cia con los despistes despliega Juan Carlos Mestre <strong>en</strong> La<br />
casa roja (2008): «las oficinas de objetos perdidos están repletas de cabezas<br />
como la mía».
60 Pablo García Casado,<br />
«Poética», <strong>en</strong> Poesía pasión,<br />
ed. de Eduardo Moga, Zaragoza,<br />
Libros del Innombrable,<br />
2004, p. 141.<br />
61 Santiago Amón,<br />
«Historia del collage <strong>en</strong> forma<br />
de collage», El País, 31 de<br />
julio de 1977.<br />
El accid<strong>en</strong>te, de Gomes<br />
Miranda<br />
¿En cuál de la casuística apuntada <strong>en</strong>caja El<br />
accid<strong>en</strong>te? Sin duda, <strong>en</strong> la de los objetos animados,<br />
pero dando un paso adelante. Gomes<br />
Miranda funde la perspectiva de «La pipa» y<br />
«El barco ebrio», al no bastarle con que las<br />
cosas habl<strong>en</strong> de sí mismas. También son el<br />
motor narrativo de la historia y opinan de<br />
los sucesos que v<strong>en</strong>. La trama argum<strong>en</strong>tal de<br />
El accid<strong>en</strong>te es s<strong>en</strong>cilla: el acontecer de una<br />
familia rota, compuesta por padre e hijo tras<br />
la muerte de la madre, protagonista <strong>en</strong> off, <strong>en</strong><br />
un accid<strong>en</strong>te. La pérdida de un familiar querido<br />
puede revelarse con compulsión o con<br />
ser<strong>en</strong>idad. Ejemplos reci<strong>en</strong>tes de expulsión<br />
modélica del daño, a medio camino <strong>en</strong>tre la<br />
cont<strong>en</strong>ción y la impot<strong>en</strong>cia, los han brindado<br />
Eduardo Milán <strong>en</strong> Son de mi padre (1996) y<br />
Joan Margarit, aplicándose su teoría acerca de<br />
la utilidad de los versos, <strong>en</strong> Joana (2002). Algo<br />
de esa <strong>en</strong>tonación introspectiva hay <strong>en</strong> El<br />
accid<strong>en</strong>te, pero ¿cómo expresar la int<strong>en</strong>sidad<br />
dolorosa paseando por el resbaladizo filo de<br />
la s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talidad sin caer <strong>en</strong> el patetismo?<br />
Gomes Miranda ha descargado la responsabilidad<br />
sobre los objetos <strong>en</strong> su calidad de testigos<br />
de la tragedia. De tal manera, objetiva<br />
el desarrollo narrativo permiti<strong>en</strong>do que nos<br />
llegu<strong>en</strong> todos los detalles sin descomponer el<br />
gesto poético.<br />
El yo del sujeto poético queda diluido <strong>en</strong><br />
el yo de los objetos y, <strong>en</strong> ocasiones, ambos<br />
llegan a comunicarse e id<strong>en</strong>tificarse: «No<br />
carecía de palabras el <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to, / breve,<br />
perecedero, / <strong>en</strong>tre su cuerpo y el mío»<br />
(«Hoja de afeitar II»). Si Pablo García Casado<br />
invita a «p<strong>en</strong>sar a partir de los objetos» 60 , el<br />
portugués incita a p<strong>en</strong>sar desde los objetos<br />
o a que éstos pi<strong>en</strong>s<strong>en</strong> por nosotros. El ahondami<strong>en</strong>to<br />
<strong>en</strong> las simas del yo es actividad<br />
consustancial a la escritura poética y, como<br />
<strong>en</strong> cualquier desc<strong>en</strong>so, las dificultades aum<strong>en</strong>tan<br />
a medida que se baja. En el fondo se<br />
<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran las preguntas de difícil respuesta<br />
que, cual peces abisales, nadan <strong>en</strong> un caldo<br />
oscuro. Sin luces de apoyo no se v<strong>en</strong> pero<br />
sabemos que están al acecho y, no obstante el<br />
poeta cu<strong>en</strong>ta con el fulgor de la palabra para<br />
Jorge Gomes Miranda<br />
alumbrar el fondo, las preguntas sigu<strong>en</strong> ahí y,<br />
a veces, no hay respuestas. En términos pictóricos<br />
diría que El accid<strong>en</strong>te semeja un collage:<br />
cada poema es un elem<strong>en</strong>to del <strong>en</strong>samblaje y<br />
posee significado propio. Si el collage supuso<br />
el rescate, según Santiago Amón, «de la servidumbre<br />
hipnótica de la pasta y del pincel» 61 ,<br />
este libro abre una nueva vía de inmersión al<br />
liberar al poeta de la esclavitud de explorar el<br />
yo es otro <strong>en</strong> el abismo de su propia id<strong>en</strong>tidad<br />
o <strong>en</strong> la de terceros complem<strong>en</strong>tarios. Quizás<br />
sigamos vi<strong>en</strong>do los mismos peces, pero ahora<br />
mejor iluminados.<br />
Decía que la trama es s<strong>en</strong>cilla a primera<br />
vista y, sin embargo, las derivaciones son muy<br />
suger<strong>en</strong>tes y propician diversas interpretaciones.<br />
Los <strong>en</strong>tresijos de la historia manti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />
<strong>en</strong>c<strong>en</strong>dida la alarma de los lectores porque el<br />
misterio es un ingredi<strong>en</strong>te que <strong>en</strong>riquece el<br />
libro. Si Coleridge reclamó para la poesía «la<br />
facultad de evocar el misterio de las cosas»,<br />
Gomes Miranda ha cumplido con el precepto.<br />
Poesía y misterio, una atray<strong>en</strong>te combinación<br />
de secretos, la sociedad de lo lírico con lo<br />
recóndito, puesto que según Zagajewski «la<br />
poesía está cond<strong>en</strong>ada a convivir con el misterio<br />
y al lado del misterio, <strong>en</strong> un estado de<br />
139
62 Adam Zagajewski,<br />
«Nietzsche <strong>en</strong> Cracovia», <strong>en</strong><br />
En def<strong>en</strong>sa del fervor, trad.<br />
de Jerzy Sławomirski y Anna<br />
Rubió, Barcelona, Acantilado,<br />
2005, p. 77.<br />
63 Paul Valéry, «Noción<br />
g<strong>en</strong>eral del arte», <strong>en</strong><br />
Teoría poética y estética,<br />
trad. de Carm<strong>en</strong> Santos,<br />
Madrid, Visor Distribuciones,<br />
1990, p. 196.<br />
64 José Ángel Val<strong>en</strong>te,<br />
«Objeto del poema», <strong>en</strong><br />
Obras completas. I (Poesía<br />
y prosa), edición de Andrés<br />
Sánchez Robayna, Barcelona,<br />
Galaxia Gut<strong>en</strong>berg/<br />
Círculo de Lectores, 2006,<br />
p. 133.<br />
65 Eduardo García,<br />
«Rondó», <strong>en</strong> Horizonte o<br />
frontera, Madrid, Hiperión,<br />
2003, p. 69.<br />
66 Eduardo Milán,<br />
«Ese otro Vallejo», <strong>en</strong> Resistir.<br />
Insist<strong>en</strong>cias sobre el<br />
pres<strong>en</strong>te poético, México,<br />
Fondo de Cultura Económica,<br />
2004, p. 150.<br />
140<br />
eterna inseguridad estimulante» 62 . De hecho,<br />
resultaría divertido jugar a reconstruir cronológicam<strong>en</strong>te<br />
la historia, desde la muerte de la<br />
madre anticipada <strong>en</strong> el primer poema, «Taza»<br />
—la concavidad del objeto, imag<strong>en</strong> del útero<br />
materno—, hasta «Teléfono móvil», el último,<br />
que habla de «distantes los días del derrotado<br />
invierno» <strong>en</strong> alusión al final de «Taza». Una<br />
trama circular narrada con abundancia de<br />
analepsis, <strong>en</strong> la que cada poema ofrece datos<br />
aportados por un objeto, según su particular<br />
perspectiva, al modo de un plató cinematográfico<br />
con varias cámaras filmando una<br />
secu<strong>en</strong>cia que Gomes Miranda edita de forma<br />
sincopada. Las analogías del libro con el mundo<br />
del cine serán recurr<strong>en</strong>tes por inevitables.<br />
El accid<strong>en</strong>te está atravesado por un s<strong>en</strong>tido<br />
de corporeidad que marca las relaciones<br />
internas <strong>en</strong> los poemas y las externas con el<br />
lector. Se adviert<strong>en</strong> los ut<strong>en</strong>silios aunque hay<br />
pocas descripciones físicas. Cuando Valéry,<br />
de nuevo, dijo <strong>en</strong> 1935 que «palpar un objeto<br />
no es otra cosa que buscar con la mano un<br />
cierto ord<strong>en</strong> de contactos» 63 , estaba invitando<br />
a reconocer las cosas por la s<strong>en</strong>sibilidad que<br />
transmite el roce y a ignorar la evid<strong>en</strong>cia de la<br />
superficie. Esto es, acariciar sin ver por recelar<br />
de lo que adviert<strong>en</strong> los ojos. Palpar como los<br />
ciegos, que si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> la verdad <strong>en</strong> la oscuridad<br />
desprovista de prejuicios. Otro poeta que<br />
necesitaba llegar al c<strong>en</strong>tro de lo indudable,<br />
José Ángel Val<strong>en</strong>te, tampoco fiaba la forma<br />
a la vista: «Toco / (el ojo es <strong>en</strong>gañoso) / hasta<br />
saber la forma» 64 . Esta tradición ha sido<br />
recogida por Eduardo García que aconseja<br />
«reparar <strong>en</strong> las cosas, frecu<strong>en</strong>tar / su tacto<br />
más secreto» 65 . Los objetos de Gomes Miranda<br />
articulan su relación con los protagonistas<br />
al s<strong>en</strong>tir el contacto físico de ellos. Al modo<br />
de un ritual, brazos o manos están pres<strong>en</strong>tes<br />
<strong>en</strong> la mayoría de los poemas: la imposición<br />
de manos devi<strong>en</strong>e medio de transmisión de<br />
facultades para salvar la naturaleza sil<strong>en</strong>te<br />
de los objetos y transformarlos <strong>en</strong> parlantes.<br />
También <strong>en</strong>contramos caracterizaciones y<br />
pinceladas psicológicas, como <strong>en</strong> el excel<strong>en</strong>te<br />
«Pinza de la ropa», que se confiesa melancólica<br />
y prop<strong>en</strong>sa al vértigo («me daba miedo<br />
mirar hacia abajo»), y manifestaciones de los<br />
gustos particulares, como <strong>en</strong> «Vaso» («No me<br />
gustan las mesas con voces <strong>en</strong> serie, / ni brindar<br />
a la salud de qui<strong>en</strong> no conozco»).<br />
Hemos visto que Octavio Paz procuró<br />
un espacio común para sus cosas. Gomes<br />
Miranda ha hecho lo propio con las suyas<br />
y une elem<strong>en</strong>tos artificiales y naturales con<br />
metáforas tan bellas como la que aparece <strong>en</strong><br />
«Mesa de trabajo». El mueble hace inv<strong>en</strong>tario<br />
de las cosas depositadas sobre él, «como si<br />
soportase el peso / de un mar <strong>en</strong>crespado».<br />
La pres<strong>en</strong>cia de instrum<strong>en</strong>tos afines a la escritura,<br />
actividad profesional del padre, permite<br />
imaginar un lugar de conviv<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el hogar<br />
familiar: el rincón del escritor, a modo y manera<br />
de bodegón, que no naturaleza muerta.<br />
En ese rincón vislumbramos la mesa de trabajo<br />
<strong>en</strong> la que se posan la humeante taza de té,<br />
el cuaderno que desea la letra dibujada por<br />
el lápiz, el ord<strong>en</strong>ador que recogerá la versión<br />
definitiva del texto y el casete que hace más<br />
llevaderas las horas de creación. Fr<strong>en</strong>te a la<br />
mesa, la biblioteca y la mecedora. Los objetos<br />
organizan el mundo doméstico <strong>en</strong> el que se<br />
insertan porque su yo hace las veces de ese<br />
«ord<strong>en</strong>ador exterior del poema» al que alude<br />
Eduardo Milán 66 .<br />
En El accid<strong>en</strong>te importa más la suger<strong>en</strong>cia<br />
que la manifestación. Por los espacios <strong>en</strong><br />
blanco de las páginas campea lo implícito, lo<br />
insinuado, exigiéndonos un esfuerzo suplem<strong>en</strong>tario<br />
por ser mejores lectores e intérpretes.<br />
Lo dic<strong>en</strong> la «Maleta de viaje» («Por pudor<br />
no diré lo que hay <strong>en</strong> mi interior») y el «Cuaderno»<br />
(«<strong>en</strong>voltorio temporal de / un destino,<br />
soy»). Los resortes narrativos de la historia<br />
andan agazapados ahí y también <strong>en</strong>tre los espacios<br />
que separan físicam<strong>en</strong>te a los objetos.<br />
Espacios <strong>en</strong>tre cosas, espacios intertextuales.<br />
En definitiva, huecos que esperan s<strong>en</strong>tirse<br />
ocupados por el texto. Otra demostración<br />
de que la poesía vive a nuestro alrededor y<br />
sólo hay que abrir los ojos para verla. En este<br />
s<strong>en</strong>tido, el libro es una invitación a <strong>en</strong>sanchar<br />
la mirada hacia mundos paralelos, a <strong>en</strong>trar<br />
<strong>en</strong> la realidad por la puerta camuflada tras el<br />
esc<strong>en</strong>ario.<br />
Afirmar que Gomes Miranda relanza a los<br />
objetos desde un estatus pasivo (espectadores<br />
neutros y mudos) a un estatus activo<br />
(actores parlantes, protagonistas y emisores
Rafael Barradas. Todo a<br />
65, 1919<br />
de noticias) no es una exageración. Los objetos<br />
hablan desde la ser<strong>en</strong>idad del que ve la<br />
repres<strong>en</strong>tación s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el patio de butacas<br />
y sabe que sin su pres<strong>en</strong>cia no habría espectáculo,<br />
pero con tal nervio narrativo que nos<br />
obligan a adoptar su punto de vista, como <strong>en</strong><br />
«Mecedora»: «<strong>en</strong> esta mecedora / que soy<br />
yo». Por eso <strong>en</strong>t<strong>en</strong>demos la orfandad de la<br />
libreta que espera el contacto de la mano <strong>en</strong><br />
«Cuaderno» («Herida mano / que sobre mí<br />
desci<strong>en</strong>des desconocida, / calor nocturno / <strong>en</strong><br />
el riguroso invierno de la página, no tardes»),<br />
el desamparo de la «Mecedora» («Cuando estoy<br />
sola no me acuerdo de nada») y las dudas<br />
de la «Estantería» sobre su natural condición<br />
(«¿Humana seré para qui<strong>en</strong> <strong>en</strong> mi dirección<br />
/ todos los días exti<strong>en</strong>de la mano derecha, o<br />
sólo / incierta plegaria / a una divinidad olvidada?»).<br />
Paralelam<strong>en</strong>te, el niño, confundido<br />
por la aus<strong>en</strong>cia de su madre, pregunta <strong>en</strong><br />
«Ord<strong>en</strong>ador»: «¿Quién nos va a cuidar ahora,<br />
papá?». Las insufici<strong>en</strong>cias s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tales saltan<br />
de los personajes a los objetos y a la inversa,<br />
y luego desde ellos a nosotros, cerrando un<br />
triángulo <strong>en</strong> cuyo interior el yo perplejo y desasistido<br />
rebota igual que la bola <strong>en</strong> un pinball.<br />
Las cosas cotidianas pasan inadvertidas<br />
porque decoran un panorama que conocemos<br />
de memoria. Por mom<strong>en</strong>tos oímos los ruidos<br />
sintomáticos de su funcionami<strong>en</strong>to: el rítmico<br />
tictac del reloj, el alegre pitido del ord<strong>en</strong>ador<br />
que anuncia su reanimación o el inquietante<br />
reajuste nocturno de las estanterías cargadas<br />
de libros. Para ellas son la respiración: si les<br />
141
Mickey haci<strong>en</strong>do bailar a cubos y<br />
escobas <strong>en</strong> Fantasía<br />
Esc<strong>en</strong>a de El increíble hombre<br />
m<strong>en</strong>guante<br />
142<br />
falta, están muertas. Para nosotros, simples<br />
onomatopeyas. Marco Sanguinetti dijo que<br />
son «la música cotidiana que nos rodea» 67 .<br />
Música que su<strong>en</strong>a desafinada, a modo de accid<strong>en</strong>te,<br />
si el lápiz se despunta al caer, el vaso<br />
se hace añicos <strong>en</strong> el fregadero o el casete se<br />
atasca. El mundo por el que nos movemos, <strong>en</strong><br />
apari<strong>en</strong>cia tranquilo, se vuelve dramático con<br />
un cambio del punto de vista o por cualquier<br />
percance. Incluso donde m<strong>en</strong>os se sospecha.<br />
Walt Disney jugó a demiurgo simplón produci<strong>en</strong>do<br />
Fantasía (1940). En el episodio «El<br />
apr<strong>en</strong>diz de brujo» escobas y cubos, a las órd<strong>en</strong>es<br />
del ratón Mickey, bailan al ritmo marcado<br />
por la partitura de Paul Dukas «L’appr<strong>en</strong>ti<br />
sorcier» (1897) —inspirada <strong>en</strong> el poema de<br />
Goethe, «El apr<strong>en</strong>diz de brujo» 68 —, pero<br />
John Lasseter <strong>en</strong> el ya clásico Toy Story (1995)<br />
<strong>en</strong>vía m<strong>en</strong>sajes de alerta al insuflar vida a un<br />
batallón de soldaditos de plástico que, transformados<br />
<strong>en</strong> g<strong>en</strong>uinos militares, aprovechan<br />
la oportunidad para realizar una incursión<br />
<strong>en</strong> territorio doméstico. Y qué decir de El<br />
increíble hombre m<strong>en</strong>guante (1957), de Jack<br />
Arnold, donde la progresiva reducción de la<br />
estatura del protagonista con su consigui<strong>en</strong>te<br />
cambio de perspectiva, subvierte dramáticam<strong>en</strong>te<br />
el ambi<strong>en</strong>te hogareño y convierte<br />
cada ut<strong>en</strong>silio <strong>en</strong> un obstáculo insalvable o <strong>en</strong><br />
una pot<strong>en</strong>cial am<strong>en</strong>aza. Si Baudelaire hizo de<br />
la pipa el acompañante idílico del fumador,<br />
Gomes Miranda ha reconvertido los ut<strong>en</strong>silios<br />
caseros <strong>en</strong> vigilantes y narradores de nuestras<br />
vidas: «igual que un c<strong>en</strong>tinela<br />
<strong>en</strong> un puesto avanzado / <strong>en</strong><br />
la umbrosa vigilia, / vigilo»<br />
(«Despertador»). Como los<br />
rascacielos fisgones de García<br />
Montero. Conv<strong>en</strong>dremos <strong>en</strong><br />
que algo de intranquilizador<br />
hay <strong>en</strong> ello. Roger Caillois diría<br />
que se trata de «lo Imposible,<br />
sobrevini<strong>en</strong>do de improviso<br />
<strong>en</strong> un mundo donde lo imposible<br />
está desterrado por<br />
definición» 69 , pero la naturalidad<br />
expositiva del portugués<br />
consigue que la lectura sea<br />
un tránsito por una historia<br />
plausible.<br />
67 Marco Sanguinetti, «La<br />
música cotidiana de los objetos»,<br />
<strong>en</strong> Pulso/Diseño, nº 4, agosto<br />
2006, p. 44.<br />
68 Rosa Pedrero, «El apr<strong>en</strong>diz<br />
de brujo: de Luciano a Walt<br />
Disney pasando por Goethe»,<br />
<strong>en</strong> Koinòs Lógos. Hom<strong>en</strong>aje al<br />
profesor José García López, vol.<br />
II, Murcia, Servicio de Publicaciones<br />
de la Universidad de Murcia,<br />
2006, p. 752.<br />
69 Roger Caillois, «Del<br />
cu<strong>en</strong>to de hadas a la ci<strong>en</strong>ciaficción»,<br />
<strong>en</strong> Imág<strong>en</strong>es, imág<strong>en</strong>es…<br />
Ensayos sobre la función<br />
y los poderes de la imaginación,<br />
trad. de Dolores Sierra y Néstor<br />
Sánchez, Bu<strong>en</strong>os Aires, Sudamericana,<br />
1970, p. 11.<br />
Sorpr<strong>en</strong>de la capacidad del autor para<br />
dibujar atmósferas fijando su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong><br />
situaciones y detalles minúsculos que trasci<strong>en</strong>d<strong>en</strong><br />
hacia reflexiones profundas. En este<br />
s<strong>en</strong>tido, la muerte —omnipres<strong>en</strong>te— recorre<br />
como un escalofrío la espina dorsal del libro<br />
«porque la vida es memoria de la muerte»<br />
(«Lápiz»). La muerte <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido ontológico y<br />
la muerte física de la madre. Por ejemplo, <strong>en</strong><br />
«Taza» el agua hirvi<strong>en</strong>te de la tetera contrasta<br />
con el desangelado exterior, repres<strong>en</strong>tación<br />
del paso del tiempo, que acabará por deslucir<br />
la puerta pintada de un acogedor azul,<br />
mi<strong>en</strong>tras la imag<strong>en</strong> del televisor adelanta los<br />
resultados del accid<strong>en</strong>te propiam<strong>en</strong>te dicho.<br />
En «Billete de tr<strong>en</strong>» —cuyo «destino será permanecer,<br />
/ y un día despertar, <strong>en</strong> mitad de un<br />
libro», recordando la violeta de Borges <strong>en</strong> «Las<br />
cosas»: «un libro y <strong>en</strong> sus páginas la ajada /<br />
violeta»—, aparece una elegante alusión a la<br />
muerte simbolizada por la hora y el lugar de<br />
destino impresos <strong>en</strong> el ticket. En «Estantería»,<br />
la deliberación sobre el lado m<strong>en</strong>os amable de<br />
la literatura y la lectura —la muerte—, devi<strong>en</strong>e<br />
<strong>en</strong> la prefer<strong>en</strong>cia de los estantes por los<br />
modestos recuerdos depositados <strong>en</strong> ellos (una<br />
postal, un dibujo infantil, una piedra) antes<br />
que por los sesudos volúm<strong>en</strong>es. En el magnífico<br />
«Cuaderno», los rasguños de la escritura<br />
son heridas de la memoria que se pregunta<br />
por la sombra última. Pero no hay muerte sin<br />
vida a la que aniquilar y, por ello, El accid<strong>en</strong>te<br />
también funciona como metáfora del transcurso<br />
vital, el viaje de la vida<br />
repres<strong>en</strong>tado por el billete de<br />
tr<strong>en</strong>, la cámara fotográfica y la<br />
maleta.<br />
Una de las tareas primordiales<br />
del poeta es hurgar <strong>en</strong><br />
el conocimi<strong>en</strong>to del <strong>en</strong>torno.<br />
Lo leemos <strong>en</strong> «Cal<strong>en</strong>dario de<br />
bolsillo»: «el poeta escruta<br />
verbalm<strong>en</strong>te / cada estrato<br />
de la conci<strong>en</strong>cia del mundo»,<br />
si bi<strong>en</strong> no corr<strong>en</strong> bu<strong>en</strong>os<br />
tiempos para ponerse manos<br />
a la obra. O, justam<strong>en</strong>te por<br />
eso, resulta necesario buscar<br />
alternativas al estado de la<br />
cuestión. En el soneto «Au
Foto de rodaje de Los<br />
cuatroci<strong>en</strong>tos golpes<br />
H<strong>en</strong>ri Matisse <strong>en</strong> 1913<br />
torretrato» (Este mundo, sem abrigo, 2003),<br />
inserto <strong>en</strong> el prólogo, Gomes Miranda, además<br />
de exponer su impresión desesperanzada<br />
con respecto a la historia del siglo pasado,<br />
aporta su punto de vista sobre la poesía y<br />
la cultura <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral: «la pérdida lancinante<br />
del conocimi<strong>en</strong>to / de la poesía a manos de<br />
res<strong>en</strong>tidos y diletantes». Amargo diagnóstico<br />
que conti<strong>en</strong>e una de las razones por las<br />
que el autor ha preferido conceder voz a<br />
las cosas y casi <strong>en</strong>mudecer a las personas.<br />
Tan drástica determinación es infrecu<strong>en</strong>te.<br />
Otros escritores han <strong>en</strong>contrado<br />
un ecuador <strong>en</strong>tre ambos polos.<br />
Así, los objetos parlantes más<br />
hermosos que la literatura ha<br />
fabricado son los hombres-libro<br />
de Fahr<strong>en</strong>heit 451 (1953) que, cual<br />
bibliotecas andantes, recitan sin<br />
descanso títulos inmortales (el<br />
Eclesiastés, La República, Los<br />
viajes de Gulliver…) mi<strong>en</strong>tras<br />
pasean por el bosque donde viv<strong>en</strong><br />
escondidos. Los subterfugios<br />
seguidos por Gomes Miranda <strong>en</strong><br />
El accid<strong>en</strong>te y por Ray Bradbury<br />
<strong>en</strong> la novela pret<strong>en</strong>d<strong>en</strong> idéntica<br />
finalidad: salvar a la literatura<br />
para que siga impulsando la máquina<br />
del p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Esfuerzo hercúleo<br />
que justifica el tono cerrado y pesimista de<br />
ambas obras, aunque la escritura sea transpar<strong>en</strong>te<br />
y los finales abran v<strong>en</strong>tanas al paisa-<br />
je de la esperanza. Las personas apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> de<br />
memoria las obras maestras de la literatura<br />
universal para que los libros sigan vivi<strong>en</strong>do<br />
<strong>en</strong>tre nosotros, y los objetos apreh<strong>en</strong>d<strong>en</strong><br />
las vicisitudes diarias para ahorrarnos el mal<br />
trago de contarlas.<br />
Esas v<strong>en</strong>tanas abr<strong>en</strong> los postigos a la esperanza<br />
<strong>en</strong> «Teléfono móvil», el poema final,<br />
donde las sombras son barridas por la luz<br />
que p<strong>en</strong>etra <strong>en</strong> la biblioteca al levantar las<br />
persianas. Afuera, espera el mar; y d<strong>en</strong>tro del<br />
poema, la original correspond<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre el<br />
terminal telefónico y una caracola que pone<br />
término a un tiempo de sil<strong>en</strong>cio. Si tras el<br />
accid<strong>en</strong>te el protagonista huye hacia regiones<br />
«sin noticias del mar» («Hoja de afeitar II»),<br />
ahora el verso último del libro, «y el mar responde»,<br />
augura un tiempo de matizada armonía<br />
y felicidad que retrotrae a otra imag<strong>en</strong><br />
cinematográfica. Me refiero al mítico plano<br />
que cierra Los cuatroci<strong>en</strong>tos golpes (1959) de<br />
François Truffaut: el rostro expectante de Antoine<br />
Doinel corri<strong>en</strong>do por la playa tras escapar<br />
del reformatorio.<br />
En 1929, Matisse, instalado <strong>en</strong> Niza desde<br />
años atrás <strong>en</strong> una t<strong>en</strong>tativa por <strong>en</strong>contrar<br />
r<strong>en</strong>ovados inc<strong>en</strong>tivos, manifestaba: «Mi propósito<br />
es expresar mi emoción. Este estado<br />
de ánimo lo crean los objetos que me rodean<br />
y causan una reacción <strong>en</strong> mí: desde el horizonte<br />
hasta mí mismo, incluido yo mismo».<br />
El epic<strong>en</strong>tro del pintor de las odaliscas es la<br />
emoción. El cansancio psíquico sobrev<strong>en</strong>ido<br />
al deambular por el laberinto artístico se<br />
transforma <strong>en</strong> vitalidad al vislumbrar la salida<br />
del estímulo. Y así, imaginamos el temblor<br />
de Matisse, la exteriorización de esa emoción<br />
interior, al activarse la carga creativa que esperaba<br />
la mecha apropiada: los objetos, <strong>en</strong> este<br />
caso. El propósito de aspirar a lo emotivo por<br />
medio de las cosas que nos acompañan, se<br />
ha plasmado <strong>en</strong> poesía och<strong>en</strong>ta años después<br />
<strong>en</strong> El accid<strong>en</strong>te. Desechando malabarismos<br />
sintácticos y aplicando la máxima del m<strong>en</strong>os<br />
es más, Gomes Miranda ha destilado con precisión<br />
la capacidad emotiva de los mínimos<br />
recursos puestos <strong>en</strong> la página, de manera que<br />
los poemas llegan a los oídos como vibrantes<br />
notas, y ahí se quedan resonando…<br />
143
144<br />
MORENTE<br />
EL CANTAOR ILIMITADO<br />
<strong>en</strong>trevista<br />
Francis Mármol
foto M<strong>en</strong>F<br />
145
146<br />
PERFIL DE FRENTE<br />
Mor<strong>en</strong>te, el cantaor ilimitado. La evocación y la es<strong>en</strong>cia.<br />
Trabajo e inspiración. Doctorado <strong>en</strong> pellizcos. El círculo y la<br />
raya. Lo indómito y la disciplina. Universitario del Quejío.<br />
Silverio con los pies pequeños. Mitad Picasso, mitad Chacón.<br />
La persecución eterna; «¡Enrique, canta gitano! ¡Enrique<br />
¿por qué no cantas gitano?! La fe y el despiste. Las mil y<br />
una madrugadas ebrias. Premio Príncipe de las asturianadas<br />
flam<strong>en</strong>cas. Llave de Oro del Atrevimi<strong>en</strong>to. Lluvia seca. Voz<br />
celestial de tierra. Reloj atrasado del futuro. Bellas Artes del<br />
compás por tangos de Graná. Albaicinero de Oro. Premio<br />
Nacional de la Libertad y las multas de 100.000 pesetas.<br />
Aunque es de noche, alumbra. El cantaor que nunca se quitó<br />
el sombrero al paso del cortejo fúnebre de Carrero. El ganador<br />
imaginado por Lorca para el Concurso del 22. Negra<br />
sobre blanco. Esquina y av<strong>en</strong>ida. Calle Alcalá, cómo reluce.<br />
Matrona y alumno perpetuo. Niño emigrante tapándose<br />
del frío de los grises madrileños con Doña Rosita la Soltera.<br />
El chico del coro antes. Miguel Hernández. Grito y sil<strong>en</strong>cio.<br />
En el Johny cogió su fusil. La luz <strong>en</strong>contrada. Camarón<br />
<strong>en</strong> gachó. Caminar continuo y despegando. Machado. La<br />
banda sonora de la Alhambra. Fu<strong>en</strong>te y estanque. Azulejo<br />
y celosía. Estudiante eterno. Master <strong>en</strong> peñólogos de gafas<br />
gordas. Premio Mejor Vestuario rockero flam<strong>en</strong>co. Espejo y<br />
reflejo. G<strong>en</strong>io humilde. Urbanita con botos. Socio de Honor<br />
de la mítica Peña Chaplin. Her<strong>en</strong>cia y heredero. Cum laude<br />
<strong>en</strong> olés de aj<strong>en</strong>os al flam<strong>en</strong>co. Intelectual no reconocido.<br />
En definitiva, Mor<strong>en</strong>te o la gran biografía del cantaor<br />
ilimitado; su arte sólo hace frontera al Norte con la Aurora,<br />
al sur con su Estrella, al Oeste con su Soleá y al Este con su<br />
propia sombra.
«Las mejores letras del flam<strong>en</strong>co están a la<br />
altura de la mejor obra poética universal»<br />
׿Cuál o cómo fue su primer contacto con<br />
la poesía escrita?<br />
Bu<strong>en</strong>o yo cuando jov<strong>en</strong> leía literatura barata,<br />
para personas con un nivel cultural bajo como<br />
era el mío. Luego leí Doña Rosita La Soltera<br />
de Federico, que me cautivó y tras esto pasé a<br />
descubrir a Miguel Hernández que me gustó<br />
mucho porque eran tiempos de la Dictadura y<br />
yo me empecé a comprometer.<br />
×Se ha atrevido con escritores tan dispares<br />
como Lope de Vega, Ángel González o<br />
San Juan de la Cruz, separados por siglos,<br />
estilos... ¿qué es lo primero que mira <strong>en</strong><br />
sus obras para aflam<strong>en</strong>carlas? ¿Qué le conmueve<br />
más para elegirlos?<br />
Si se trata de los clásicos, de los bu<strong>en</strong>os, de<br />
los grandes mitos de la literatura pues simplem<strong>en</strong>te<br />
busco que me llegu<strong>en</strong> porque como <strong>en</strong><br />
todo hay algunos que no te llegan como otros<br />
y si se trata de autores más actuales pues<br />
<strong>en</strong>tonces influye muchas veces la amistad. A<br />
veces son <strong>en</strong>cargos y ya está.<br />
׿Quiénes han sido para usted los poetas<br />
más flam<strong>en</strong>cos?<br />
Pi<strong>en</strong>so que poesía y flam<strong>en</strong>co no son disciplinas<br />
distintas, a la larga se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran <strong>en</strong> el<br />
mismo cruce de caminos pero <strong>en</strong>tre ellos es<br />
destacable Manuel Machado y, de los actuales,<br />
José Luis Ortiz Nuevo.<br />
׿Cree que el cancionero popular del flam<strong>en</strong>co<br />
está algo d<strong>en</strong>ostado por los poetas<br />
cultos?<br />
La poesía bu<strong>en</strong>a siempre perdurará. Unas<br />
letras quedan para ser cantadas y otras leídas,<br />
y yo no distingo. Es imp<strong>en</strong>sable. Las mejores<br />
letras del flam<strong>en</strong>co están a la altura de la mejor<br />
obra poética universal.<br />
×Lorca ha sido y es el gran literato de la<br />
historia del flam<strong>en</strong>co pero ¿no cree usted<br />
que se ha abusado de su figura y su obra<br />
últimam<strong>en</strong>te?<br />
Tal vez se recurra demasiado porque es más<br />
popular, muy nuestro, ti<strong>en</strong>e un carisma espe-<br />
cial. Parece como si estuviera vivo. Pero me<br />
parece bi<strong>en</strong> que acudamos a él porque mejor<br />
que lo hagamos nosotros que los demás. Y<br />
siempre será mejor interpretarlo de más que<br />
de m<strong>en</strong>os.<br />
×Ha cantado a Lorca <strong>en</strong> varios discos,<br />
¿con qué composición suya del granadino<br />
se queda?<br />
Me he preocupado de sacarle el máximo<br />
partido a todo lo que he tocado de él.<br />
Siempre que lo releo me vuelve a <strong>en</strong>tusiasmar.<br />
Pero, bu<strong>en</strong>o, por reci<strong>en</strong>te destacaría<br />
el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías<br />
que he cedido a su Casa Museo de Fu<strong>en</strong>te<br />
Vaqueros. He musicado la primera y cuarta<br />
parte y el resto los haré más adelante.<br />
Luego también me gustaron «El Pastor<br />
Bobo», «Manhattan» o la «Aurora de Nueva<br />
York».<br />
× En Málaga abrió la bi<strong>en</strong>al de 2007 cantando<br />
a María Zambrano y Miguel de<br />
Cervantes, ¿qué le pareció la experi<strong>en</strong>cia?<br />
Bu<strong>en</strong>a. De Cervantes leí una de sus cartas. De<br />
María Zambrano conocía su nombre únicam<strong>en</strong>te.<br />
Era una de las primeras veces que me<br />
atrevía con algui<strong>en</strong> del mundo de la filosofía<br />
pero ella es una poeta filósofa, cada r<strong>en</strong>glón<br />
suyo es como un verso. Estoy orgulloso de<br />
haber conocido mejor su obra, la obra de<br />
una gran mujer de su tiempo, con una altura<br />
admirable, del estilo de la Pasionaria y tantas<br />
otras de su tiempo que fueron precursoras <strong>en</strong><br />
lo suyo.<br />
×Su p<strong>en</strong>último disco ha estado inspirado<br />
<strong>en</strong> Pablo Picasso, ¿le resultó muy complicado<br />
musicar, cantar, su poesía automática?<br />
Las cosas con ilusión se met<strong>en</strong> <strong>en</strong> el ritmo<br />
que quieras, si conoces el compás. El concepto<br />
de después también es muy importante,<br />
<strong>en</strong> la línea del tipo de poeta al que musiques,<br />
luego también es muy importante la expresión<br />
instrum<strong>en</strong>tal que vayas a darle, el carácter<br />
del poema. En este caso era acometer<br />
algo tan anticonv<strong>en</strong>cional como la poesía de<br />
Picasso.<br />
147
148<br />
×Reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te también se atrevió con «Otro<br />
tiempo v<strong>en</strong>drá» de Ángel González, ¿cómo fue la<br />
experi<strong>en</strong>cia?<br />
Sí fue muy bonito. Antes de musicarlo <strong>en</strong> Oviedo <strong>en</strong> el<br />
Campoamor, tres o cuatro meses antes de morir, lo recité<br />
<strong>en</strong> Avilés con un gaitero llamado Tejedor. Fui muy<br />
amigo de él y muy admirador de su obra por supuesto.<br />
׿Le queda algún poeta ilustre por <strong>en</strong>tonar?<br />
Sí, t<strong>en</strong>go muchas deudas con muchos amigos. Lo más<br />
inmediato es terminar Llanto por Ignacio Sánchez Mejías,<br />
las dos partes que me faltan. Luego podría atacar<br />
grandes poemas de la literatura castellana.<br />
׿De quién se llevaría un libro a una isla desierta?<br />
De Miguel de Cervantes, el Quijote, porque como leo<br />
muy l<strong>en</strong>to pues me valdría por mucho tiempo. Alguno<br />
de Federico, de Pedro Garfias, de Luis Cernuda. No sé,<br />
poesía nos sobra.<br />
×Una letrilla popular que le parezca una obra<br />
maestra de la poesía que <strong>en</strong>cierra el flam<strong>en</strong>co.<br />
Hay muchas, pero puede ser: «pérdidas que aguardan<br />
ganancias/son caudales redoblaos/estoy tan hecho a<br />
perder/que cuando gano me <strong>en</strong>fado.»<br />
׿Qué escritor es imposible de ser llevado al flam<strong>en</strong>co?<br />
Después de cantar a Picasso lo único que veo como<br />
requisito es que cont<strong>en</strong>ga un m<strong>en</strong>saje de arte porque<br />
realm<strong>en</strong>te se puede cantar todo. T<strong>en</strong>go proyectos<br />
como cantar las páginas amarillas.<br />
Estas son algunas de las letras de poetas que ha cantado<br />
Mor<strong>en</strong>te:
¡Oh cristalina fu<strong>en</strong>te,<br />
si <strong>en</strong> esos tus semblantes plateados<br />
formases de rep<strong>en</strong>te<br />
los ojos deseados<br />
que t<strong>en</strong>go <strong>en</strong> mis <strong>en</strong>trañas dibujados!<br />
(San Juan de la Cruz,<br />
fragm<strong>en</strong>to del Cántico espiritual)<br />
Instinto innato pinto<br />
inoc<strong>en</strong>cia niño<br />
dibujo colores<br />
papeles li<strong>en</strong>zos<br />
ya no pintaré más la flecha<br />
ni la hora escrita que el columpio<br />
se lleva con su risa<br />
prefiero escribir las palabras solas<br />
solas palabras<br />
que han de cantar tu nombre<br />
(Pablo Picasso)<br />
En la cuna del hambre<br />
mi niño estaba.<br />
Con sangre de cebolla<br />
se amamantaba.<br />
Pero tu sangre,<br />
escarchada de azúcar<br />
cebolla y hambre<br />
(Miguel Hernández,<br />
fragm<strong>en</strong>to de «Nanas de la cebolla»)<br />
A las cinco de la tarde.<br />
Eran las cinco <strong>en</strong> punto de la tarde.<br />
Un niño trajo la blanca sábana<br />
a las cinco de la tarde.<br />
Una espuerta de cal ya prev<strong>en</strong>ida<br />
a las cinco de la tarde.<br />
Lo demás era muerte y sólo muerte<br />
a las cinco de la tarde.<br />
El vi<strong>en</strong>to se llevó los algodones<br />
a las cinco de la tarde.<br />
(Federico García Lorca,<br />
fragm<strong>en</strong>to de «Llanto por Ignacio<br />
Sánchez Mejías»)