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Polémica diplomática<br />

<strong>en</strong> torno a la recogida<br />

del Premio Nobel<br />

a Juan Ramón Jiménez:<br />

correspond<strong>en</strong>cia inédita<br />

Gabriele Morelli


86<br />

El periodista Ernesto Dethorey nació<br />

<strong>en</strong> Barcelona <strong>en</strong> 1901. Foto de 1927<br />

página anterior Acto de <strong>en</strong>trega<br />

del Premio Nobel a Juan Ramón<br />

Jiménez, recogido por Jaime<br />

B<strong>en</strong>ítez, rector de la Universidad<br />

de Puerto Rico, de manos del<br />

rey Gustavo Adolfo VI. Archivo<br />

Fundación Juan Ramón Jiménez,<br />

Moguer (Huelva)<br />

1 Juan Ramón Jiménez, 1956. Crónica de un<br />

premio Nobel, Madrid, Publicaciones de la Resid<strong>en</strong>cia<br />

de Estudiantes, 2008. En g<strong>en</strong>eral, sobre<br />

el tema, véase también Z<strong>en</strong>obia Camprubí-<br />

Gaciela Palau de Nimes. Epistolario, 1948-1956,<br />

edición de Emilia Cortés Ibáñez, Publicaciones<br />

de la Resid<strong>en</strong>cia de Estudiantes, 2009 y Kjell Espmark,<br />

El Premio Nobel de Literatura. Ci<strong>en</strong> años<br />

con la misión, Madrid, Nórdica Libros.<br />

Ernesto Dethorey, nacido <strong>en</strong> Barcelona <strong>en</strong> 1901, fue periodista,<br />

escritor y traductor. De niño vivió con su familia <strong>en</strong> Filipinas y<br />

Liberia y, a partir de 1920, se estableció <strong>en</strong> Mallorca, donde fue<br />

redactor y crítico de arte del periódico El Día. En 1927 conoce<br />

<strong>en</strong> la isla a Gertie Börjesson, de nacionalidad sueca, con la cual poco<br />

después contrae matrimonio y va a vivir a Suecia donde fija su resid<strong>en</strong>cia<br />

habitual, ejerci<strong>en</strong>do el periodismo como corresponsal de El Socialista;<br />

al mismo tiempo <strong>en</strong>seña español y se preocupa por difundir la cultura y<br />

la literatura de su país. En esta labor destaca su fuerte apoyo a favor de<br />

la candidatura al Premio Nobel de Juan Ramón Jiménez, sobre el cual<br />

escribe y da a conocer <strong>en</strong> Suecia su importante obra. De profunda fe<br />

republicana, no regresa a España hasta 1978; es decir, sólo después del<br />

fin del régim<strong>en</strong>. Muere el 24 de octubre de 1992: la necrológica del ABC,<br />

al recordar brevem<strong>en</strong>te la desaparición del escritor, calla por completo su<br />

ideología republicana así como el motivo de su largo período trascurrido<br />

fuera de España.<br />

Estas líneas sirv<strong>en</strong> para dar al lector los datos es<strong>en</strong>ciales sobre esta<br />

figura casi desconocida del periodista catalán, naturalizado sueco, que<br />

juega un importante papel <strong>en</strong> la asignación del Premio Nobel a Juan Ramón,<br />

cuya poesía hace conocer <strong>en</strong> Suecia a través<br />

de un int<strong>en</strong>so trabajo de promoción de su obra que<br />

finaliza con la candidatura del Premio Nobel. Todo<br />

ello lo pone de relieve la docum<strong>en</strong>tación, <strong>en</strong> parte<br />

recogida <strong>en</strong> el libro publicado por Alfonso Alegre<br />

Heitzamnn 1 , que compr<strong>en</strong>de la correspond<strong>en</strong>cia<br />

cruzada con Z<strong>en</strong>obia, como también algunos artículos<br />

y <strong>en</strong>sayos sobre el poeta publicados <strong>en</strong> la pr<strong>en</strong>sa<br />

sueca. Juan Ramón, <strong>en</strong> realidad, como muestra esta<br />

primera carta de Z<strong>en</strong>obia a Dethorey —<strong>en</strong> que hay eco de una anterior<br />

de Alberto Jiménez Fraud que transmite la petición del periodista—, parece<br />

totalm<strong>en</strong>te aj<strong>en</strong>o al prestigioso premio literario, para el cual, informa<br />

la misma Z<strong>en</strong>obia <strong>en</strong> su carta del 17 de julio de 1950 a Alberto Jiménez<br />

Fraud, no ha pres<strong>en</strong>tado ninguna solicitud, proponi<strong>en</strong>do, <strong>en</strong> cambio, la<br />

candidatura de Ortega y Gasset. Naturalm<strong>en</strong>te, no puede ser indifer<strong>en</strong>te<br />

al asunto su esposa que sufre por el estado de <strong>en</strong>fermedad y depresión<br />

que <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to está vivi<strong>en</strong>do Juan Ramón y cree que la concesión<br />

del premio puede ayudarlo a salir de su abatimi<strong>en</strong>to e inanición. Escribe<br />

Z<strong>en</strong>obia a Ernesto Dethorey <strong>en</strong> su carta del 19 de julio:


Foto de boda de Ernesto Dethorey y<br />

Gertie Börjesson, muchacha sueca a la<br />

que conoció <strong>en</strong> Mallorca <strong>en</strong> 1927<br />

Z<strong>en</strong>obia da la información y los datos<br />

pedidos por Dethorey, y de eso escribe al fiel<br />

Juan Guerrero recom<strong>en</strong>dándole que haga un<br />

duplicado del material, <strong>en</strong> particular del publicado<br />

<strong>en</strong> los últimos años (los artículos de Gullón<br />

aparecidos <strong>en</strong> Ínsula y los de Cuadernos<br />

Hispanoamericanos y la antología de Federico<br />

de Onís como también la bibliografía del mismo<br />

Guerrero) y se lo <strong>en</strong>víe, lo mismo asegura<br />

que hará ella con la docum<strong>en</strong>tación que ti<strong>en</strong>e.<br />

Extrañam<strong>en</strong>te Dethorey no acusó recibo de<br />

los materiales y sólo lo hizo cinco años después,<br />

<strong>en</strong> su carta de 24 de abril de 1955, como<br />

él mismo anuncia: «es con cierto rubor que le<br />

escribo estas líneas pues hace cinco años que<br />

estoy <strong>en</strong> deuda con usted y con su esposo».<br />

Pero su s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de vergü<strong>en</strong>za ti<strong>en</strong>e como<br />

causa principal el retraso con que el periodista-escritor<br />

catalán publica el artículo prometido<br />

sobre el poeta; artículo que sólo saldrá el<br />

22 de abril de 1955, <strong>en</strong> la página cultural del<br />

En Mallorca hacia 1920 Gertie y Dethorey <strong>en</strong> Vall<strong>en</strong>tuna<br />

(Suecia), hacia 1929<br />

Muy señor mío.<br />

Hemos recibido una carta de don Alberto Jiménez Fraud, de Oxford, <strong>en</strong> la que nos transmite<br />

el deseo de usted de publicar <strong>en</strong> ese país unos artículos relacionados con la concesión<br />

de un Premio Nobel de Literatura para mi marido, Juan Ramón Jiménez. Él está <strong>en</strong>fermo<br />

hace una temporada y por eso escribo yo <strong>en</strong> su lugar.<br />

Ante todo queremos darle a usted las gracias por su bu<strong>en</strong>a int<strong>en</strong>ción. Y ahora vamos al<br />

asunto: mi marido no ha pres<strong>en</strong>tado ninguna candidatura para dicho premio. Hace dos o<br />

tres años que se vi<strong>en</strong><strong>en</strong> publicando, <strong>en</strong> España y <strong>en</strong> Hispanoaméricana, artículos sobre este<br />

asunto […].<br />

prestigioso diario liberal Got<strong>en</strong>borgs Handelsoch<br />

Sjofarts-Tidningy, y del que el citado libro<br />

de Alegre reproduce un fragm<strong>en</strong>to (p. 51) pero<br />

publica íntegro el texto <strong>en</strong> español (pp. 475-<br />

480). Al mismo tiempo, Dethorey aduce como<br />

justificación del retraso <strong>en</strong> la publicación de<br />

su artículo otro factor de ord<strong>en</strong> psicológico:<br />

el temor a irritar la s<strong>en</strong>sibilidad de los suecos<br />

anticipando él, español, la importancia de la<br />

obra de Juan Ramón <strong>en</strong> vista de una candidatura<br />

al Premio Nobel.<br />

Como se ve, Dethorey muestra estar dotado<br />

de una fina diplomacia que, junto con<br />

su fe política y la admiración por la obra de<br />

Juan Ramón, le sirve para conseguir un doble<br />

objetivo: primero, la concesión del premio<br />

Nobel al poeta andaluz y, segundo, (pero no<br />

m<strong>en</strong>os importante para el inveterado republicano)<br />

el principio de que no sea el gobierno<br />

oficial español qui<strong>en</strong> retire el premio, dada<br />

la r<strong>en</strong>uncia del poeta a viajar a Estocolmo.<br />

87


Fernando Valera, Ministro<br />

de Estado del Gobierno de la<br />

República Española <strong>en</strong> el exilio<br />

El académico Hjalmar Gullberg,<br />

traductor de JRJ al sueco<br />

88<br />

JRJ y Z<strong>en</strong>obia Camprubí a bordo del<br />

vapor que los llevaría a Puerto Rico. 19<br />

de marzo de 1951<br />

En su carta confid<strong>en</strong>cial (16.11.1956) <strong>en</strong>viada<br />

a don Fernando Valera, Ministro de Estado<br />

del Gobierno de la República Española <strong>en</strong> el<br />

exilio, él insiste para que no sea el embajador<br />

de Franco qui<strong>en</strong> recoja el premio: «Hay que<br />

evitar <strong>en</strong> todo lo posible, por todos los medios<br />

a nuestro alcance, –apunta con fuerza—<br />

que el régim<strong>en</strong> franquista y sus servidores se<br />

<strong>en</strong>galan<strong>en</strong> con plumas aj<strong>en</strong>as». Dethorey irá<br />

repiti<strong>en</strong>do que Juan Ramón, «aunque no se<br />

ha declarado abiertam<strong>en</strong>te antifranquista»,<br />

ha abandonado España y nunca ha querido<br />

volver a su país para no vivir bajo la dictadura<br />

de Franco. Igualm<strong>en</strong>te, tras el anuncio sucesivo<br />

de la muerte del poeta, dirá <strong>en</strong> un primer<br />

mom<strong>en</strong>to que <strong>en</strong> absoluto los restos de Juan<br />

Ramón deb<strong>en</strong> trasladarse<br />

a España mi<strong>en</strong>tras viva el<br />

odiado dictador.<br />

La docum<strong>en</strong>tación<br />

epistolar de Dethorey<br />

—además de las cuatro<br />

cartas cruzadas con Z<strong>en</strong>obia<br />

editadas por Alfonso<br />

Alegre y anteriorm<strong>en</strong>te<br />

2 Carlos M<strong>en</strong>eses, Amor a la llibertat.<br />

Ernest M. Dethorey (1901-1992), Palma<br />

de Mallorca, Institut d’Estudis Baleàrics,<br />

1995. Igualm<strong>en</strong>te M<strong>en</strong>eses estudia y publica<br />

la docum<strong>en</strong>tación concerni<strong>en</strong>te a la relación<br />

del escritor catalán Llor<strong>en</strong>c Villalonga<br />

con Dethorey, <strong>en</strong> el artículo «Una amistad:<br />

Villalonga-Dethorey», Estudis Baleàrics, n.°<br />

57, feber/mai 1997, s.p.<br />

Cubierta de Juan Ramón Jiménez, 1956. Crónica<br />

de un premio Nobel, obra de Alfonso Alegre<br />

Heitzmann editada por la Resid<strong>en</strong>cia de<br />

Estudiantes <strong>en</strong> 2008<br />

por el escritor Carlos M<strong>en</strong>eses 2 , del cual las<br />

recibo— se dirige al Dr. Jaime B<strong>en</strong>ítez, Rector<br />

de la Universidad de Puerto Rico, qui<strong>en</strong> retiró<br />

oficialm<strong>en</strong>te el premio Nobel, y a otras personalidades<br />

importantes que participaron a favor<br />

de la candidatura al Premio Nobel de Juan<br />

Ramón Jiménez, <strong>en</strong>tre los cuales se cu<strong>en</strong>ta<br />

don Fernando Valera, repres<strong>en</strong>tante del Gobierno<br />

republicano <strong>en</strong> París. En la abundante<br />

correspond<strong>en</strong>cia elegimos como muestra significativa<br />

de la int<strong>en</strong>sa actividad realizada por<br />

Ernesto Dethorey las sigui<strong>en</strong>tes cuatro cartas,<br />

dos <strong>en</strong>viadas al Dr. Jaime B<strong>en</strong>ítez y dos a don<br />

Fernando Valera, corresponsales privilegiados<br />

del diálogo cruzado por el escritor catalán, que<br />

ti<strong>en</strong>e como tema fundam<strong>en</strong>tal la concesión del<br />

Nobel de Literatura a Juan<br />

Ramón Jiménez y, sobre<br />

todo, la pres<strong>en</strong>cia del repres<strong>en</strong>tante<br />

<strong>en</strong>cargado de<br />

retirar el premio, <strong>en</strong> torno<br />

a la cual se abre una dura<br />

polémica diplomática,<br />

aquí ampliam<strong>en</strong>te ilustrada<br />

por estas cartas.


EL REPRESENTANTE DEL GOBIERNO<br />

DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA<br />

C o n f i d e n c i a l<br />

Estocolmo, 16 de noviembre de 1956<br />

Excmo. Señor don Fernando Valera<br />

Ministro de Estado<br />

35, Av<strong>en</strong>ue Foch<br />

París (16 e )<br />

Mi querido y respetado amigo:<br />

Me refiero a mi carta del 56 de los corri<strong>en</strong>tes.<br />

He estado <strong>en</strong> Got<strong>en</strong>burgo para el estr<strong>en</strong>o de<br />

La vida es sueño, que hace más de 80 años que<br />

no se ponía <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a <strong>en</strong> Suecia.<br />

Durante mi aus<strong>en</strong>cia de Estocolmo ha ocurrido<br />

cierto cambio de esc<strong>en</strong>a <strong>en</strong> la cuestión de<br />

reparto de los premios Nobel, y este es el motivo<br />

de la pres<strong>en</strong>te.<br />

Se ha decidido, a causa de la situación mundial,<br />

no celebrar el gran banquete que acostumbra<br />

a t<strong>en</strong>er lugar después de la solemne ceremonia<br />

de la <strong>en</strong>trega de los premios. El banquete se<br />

va a reducir este año a una c<strong>en</strong>a más íntima, con<br />

un limitado número de invitados y los premiados.<br />

Se espera que <strong>en</strong> la ceremonia el reparto de los<br />

premios pueda celebrarse como de costumbre.<br />

Esto último quiere decir que por poco que<br />

empeorase la situación mundial, se susp<strong>en</strong>dería<br />

el acto de la <strong>en</strong>trega de los premios.<br />

A lo mejor —o lo peor—, según como se<br />

mir<strong>en</strong> las cosas, no hay, pues, problema para don<br />

Juan Ramón. Si se susp<strong>en</strong>de la <strong>en</strong>trega de los<br />

premios, no v<strong>en</strong>drá, naturalm<strong>en</strong>te, ninguno de<br />

los premiados o estarán por lo m<strong>en</strong>os disp<strong>en</strong>sados<br />

de v<strong>en</strong>ir personalm<strong>en</strong>te a recoger el premio.<br />

Al embajador de Franco le sería <strong>en</strong> este caso más<br />

difícil pret<strong>en</strong>der recoger el premio «oficialm<strong>en</strong>te»,<br />

para <strong>en</strong>viárselo a don Juan Ramón por la vía diplomática<br />

de Franco.<br />

Tal como están las cosas, la mejor solución,<br />

creo yo, sería ahora que no viniera nadie a recoger<br />

el premio, si es que don Juan Ramón no<br />

quiere o no puede v<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> persona a recogerlo.<br />

Apoyándose <strong>en</strong> las circunstancias que concurr<strong>en</strong><br />

<strong>en</strong> el caso: fallecimi<strong>en</strong>to de la esposa, estado<br />

delicado del salud de él mismo y ahora t<strong>en</strong>d<strong>en</strong>-<br />

cia a no celebrar el festival Nobel con la pompa<br />

acostumbrada, dada la situación mundial, don<br />

Juan Ramón podría dirigirse a la Academia Sueca<br />

(añadi<strong>en</strong>do también que así se hace el m<strong>en</strong>or<br />

ruido posible, que es lo que él desea <strong>en</strong> esos<br />

mom<strong>en</strong>tos), y pedir que recoja el premio uno<br />

de los académicos, el mismo Hjalmar Gullberg,<br />

por ejemplo, traductor de sus poemas, y que le<br />

mand<strong>en</strong> el premio por mediación de un banco,<br />

simplem<strong>en</strong>te, sin interv<strong>en</strong>ción de autoridades<br />

de ninguna clase. No creo que a la Academia le<br />

pueda parecer mal la solución. Así se soluciona<br />

tal vez el problema para ella misma. Pero esto,<br />

como digo, ha de ser don Juan Ramón el que<br />

lo proponga, y pronto. Como le dije <strong>en</strong> mi carta<br />

anterior, la fecha de la <strong>en</strong>trega de los premios es<br />

el 10 de diciembre.<br />

Me han dicho que está ahora <strong>en</strong> Puerto Rico<br />

al lado de don Juan Ramón el profesor Federico<br />

de Onís, lo que le comunico para su gobierno.<br />

Me han dicho también que uno de los primeros<br />

<strong>en</strong> acudir a felicitar a J.R.J. fue el Cónsul de<br />

Franco <strong>en</strong> San Juan de Puerto Rico. Si don Juan<br />

Ramón no se ha declarado abiertam<strong>en</strong>te antifranquista,<br />

es difícil, seguram<strong>en</strong>te, evitar esta<br />

felicitación, como sería difícil evitar una recepción<br />

<strong>en</strong> la Embajada si viniera aquí, si es que don Juan<br />

Ramón dejase la puerta abierta para retirarse a<br />

España, cosa que es de dudar después del fallecimi<strong>en</strong>to<br />

de su esposa <strong>en</strong> Puerto Rico y habiéndola<br />

<strong>en</strong>terrado allí. Seguram<strong>en</strong>te no querrá separarse<br />

del sitio donde está <strong>en</strong>terrada y si se decide a<br />

volver a España será si puede llevar los restos de<br />

ella consigo.<br />

Pero todo esto no está reñido con que don<br />

Juan Ramón ni t<strong>en</strong>ga el más mínimo interés <strong>en</strong><br />

que el embajador de Franco recoja «oficialm<strong>en</strong>te»<br />

el premio, antes bi<strong>en</strong>, seguram<strong>en</strong>te, ti<strong>en</strong>e interés<br />

don Juan Ramón <strong>en</strong> que no suceda así. Y esto<br />

es precisam<strong>en</strong>te lo que a nosotros también nos<br />

interesa: Hacer todo lo posible con el fin de que<br />

no sea el embajador de Franco el que recoja «oficialm<strong>en</strong>te»<br />

el premio. Hay que evitar <strong>en</strong> todo lo<br />

posible, por todos los medios a nuestro alcance,<br />

que el régim<strong>en</strong> franquista y sus servidores se <strong>en</strong>galan<strong>en</strong><br />

con plumas aj<strong>en</strong>as.<br />

Esperando con verdadero interés sus noticias,<br />

le saluda con afecto y respeto invariables, su s.s.<br />

Ernesto Dethorey<br />

89


90<br />

JRJ con Jaime B<strong>en</strong>ítez poco antes de impartir<br />

su confer<strong>en</strong>cia “Poesía abierta y poesía<br />

cerrada” <strong>en</strong> el teatro de la Universidad de<br />

Puerto Rico, 3 de diciembre de 1952<br />

EL REPRESENTANTE DEL GOBIERNO<br />

DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA<br />

Confid<strong>en</strong>cial<br />

Excmo. Señor don Fernando Valera<br />

Ministro de Estado<br />

35, Av<strong>en</strong>ue Foch<br />

París (16 e )<br />

Mi querido y respetado amigo:<br />

Estocolmo, 13 de <strong>en</strong>ero de 1957<br />

Con refer<strong>en</strong>cia a mi correspond<strong>en</strong>cia sobre el Premio Nobel a don Juan<br />

Ramón Jiménez, voy a hacer a continuación un relato detallado con todos<br />

los detalles que conozco de lo ocurrido <strong>en</strong> Puerto Rico y Estocolmo <strong>en</strong><br />

relación con la <strong>en</strong>trega de dicho premio.<br />

Ante todo debo decirle —y más adelante verá usted las razones— que<br />

estuvimos a punto de perder la partida, pero que, al final, por pasarse de<br />

listos, a los de Franco les salió el tiro por la culata.<br />

Debo hacer, además, <strong>en</strong> primer lugar, una confesión: que me equivoqué<br />

de medio a medio al proponer como una de las soluciones que don<br />

Juan Ramón mandara a su sobrino a recoger el premio. Claro que lo hice<br />

porque no sabía quién era el sobrino ni el objeto de su viaje a Puerto Rico.<br />

Yo creía que había ido a ayudar a su tío y a hacerle compañía, a darle<br />

algún consuelo <strong>en</strong> el duro trance que éste estaba pasando. Pero según<br />

me dijo el Rector de la Universidad de Puerto Rico, Dr. Jaime B<strong>en</strong>ítez, el<br />

sobrino, que es un bizarro capitán de Artillería (otra circunstancia que yo<br />

ignoraba) don Francisco Hernández Pinzón, fue a Puerto Rico con el propósito<br />

de llevarse a España a su tío, seguram<strong>en</strong>te sigui<strong>en</strong>do instrucciones<br />

de la familia y de amigos, pero también de la «superioridad», es evid<strong>en</strong>te<br />

que el sobrino t<strong>en</strong>ía el <strong>en</strong>cargo de ésta de traerse a España a su tío. Según<br />

el sobrino, si don Juan Ramón se decidía a regresar a España, la «superioridad»<br />

estaba dispuesta a <strong>en</strong>viar un barco de guerra a buscarle, a fin de<br />

que hiciera el viaje con todos los honores. Al tropezar con la resist<strong>en</strong>cia<br />

y, finalm<strong>en</strong>te, con la negativa de don Juan Ramón a regresar a España, el<br />

sobrino creo que se puso furioso y se marchó de Puerto Rico con cajas<br />

destempladas. Parece que tío y sobrino han quedado reñidos.<br />

Al marcharse de Puerto Rico, el sobrino se fue directam<strong>en</strong>te a Madrid,<br />

como lo prueba una crónica publicada <strong>en</strong> ABC sobre unos hom<strong>en</strong>ajes a<br />

don Juan Ramón <strong>en</strong> Huelva y Moguer, crónica fechada el día 3 de diciembre,<br />

pues <strong>en</strong> ella se lee este párrafo significativo: «<strong>en</strong> cuanto a la vuelta de<br />

Juan Ramón a España, las posibilidades son francam<strong>en</strong>te escasas. Ayer,<br />

proced<strong>en</strong>te de Puerto Rico, llegó a Madrid su sobrino, D. Francisco Hernández<br />

Pinzón, que había ido a buscarle…». Más claro no puede estar.<br />

Hay que p<strong>en</strong>sar, pues, que el sobrino fue directam<strong>en</strong>te a Madrid, a dar<br />

cu<strong>en</strong>ta a la «superioridad» del fracaso de su «embajada». Esta «superioridad»<br />

pudo ser Artajo y hasta el mismo Franco o persona muy cercana a él.<br />

Y esto lo digo por lo ocurrido a la llegada del Dr. B<strong>en</strong>ítez a Suecia, a lo cual<br />

me referiré más adelante.<br />

En Puerto Rico había surgido otra complicación, que explica la l<strong>en</strong>titud<br />

de don Juan Ramón <strong>en</strong> tomar una decisión. Don Juan Ramón había reci-


JRJ con su sobrino Francisco<br />

Hernández-Pinzón y el doctor<br />

Ramón Fernández Marina <strong>en</strong> el<br />

Hospital Psiquiátrico de Hato<br />

Tejas<br />

bido una carta del Secretario Perpetuo de la Academia Sueca (el mismo<br />

que por la radio dijo que don Juan Ramón volvería probablem<strong>en</strong>te a España),<br />

<strong>en</strong> cuya carta le decía dicho señor que la <strong>en</strong>trega de los premios se<br />

celebraría… ¡el día 20 de diciembre! Por otro lado, don Juan Ramón t<strong>en</strong>ía<br />

informes de que la <strong>en</strong>trega de los premios se celebra cada año el día 10<br />

de diciembre. Pero es lo que decía don Juan Ramón: ¿Quién va a saber la<br />

fecha mejor que el Secretario Perpetuo de la Academia Sueca? Don Juan<br />

Ramón ya había decidido no ir a Suecia y <strong>en</strong>viar, <strong>en</strong> cambio, como delegado<br />

personal suyo al Rector de la Universidad de Puerto Rico. Pero no<br />

comunicaba todavía a la Academia su decisión. No había prisa para ello,<br />

estaban a primeros de diciembre solam<strong>en</strong>te. Algún día más tarde, sin embargo,<br />

se decidió don Juan Ramón a mandar su telegrama a la Academia.<br />

Al mismo tiempo, para salir de dudas, se acordó telefonear a la Embajada<br />

de Suecia <strong>en</strong> Washington. La Embajada confirmó, como era natural, que<br />

la <strong>en</strong>trega de los premios se efectuaría el día 10. El Rector B<strong>en</strong>ítez parece<br />

que no supo hasta el miércoles día 5 que había de estar <strong>en</strong> Estocolmo antes<br />

del día 10.<br />

El Rector B<strong>en</strong>ítez llegó a Estocolmo el sábado día 8 por la tarde <strong>en</strong> el<br />

avión de Nueva York. A la llegada le esperaban <strong>en</strong> el aeropuerto, <strong>en</strong>tre<br />

otros, repres<strong>en</strong>tantes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia,<br />

del Comité Nobel y de la Academia Sueca. Con gran sorpresa del Rector<br />

B<strong>en</strong>ítez, el repres<strong>en</strong>tante del Comité Nobel le mostró un cable que había<br />

recibido el día anterior de Puerto Rico. Firmaba el cable el Cónsul de España<br />

<strong>en</strong> aquella isla (Núñez, creo que se llama). El cable decía poco más o<br />

m<strong>en</strong>os que don Juan Ramón pedía que juntam<strong>en</strong>te con el Rector B<strong>en</strong>ítez<br />

le repres<strong>en</strong>tase <strong>en</strong> la ceremonia de <strong>en</strong>trega de los premios el embajador<br />

de España. El Rector B<strong>en</strong>ítez manifestó al Comité Nobel que no podía<br />

creer que don Juan Ramón, que le había <strong>en</strong>cargado de palabra y por escrito<br />

que le repres<strong>en</strong>tase, hubiera cambiado de parecer, y dijo también que<br />

la Universidad de Puerto Rico había hecho suyo el <strong>en</strong>cargo de don Juan<br />

Ramón y le había comisionado oficialm<strong>en</strong>te para que cumpliera la voluntad<br />

del poeta galardonado. El Comité Nobel se <strong>en</strong>contró, pues, con un<br />

conflicto.<br />

Este conflicto había sido creado, <strong>en</strong> parte, por el mismo Comité Nobel,<br />

ya que éste, sin esperar la llamada del Rector B<strong>en</strong>ítez, había comunicado<br />

al embajador el cont<strong>en</strong>ido del telegrama y se había puesto de acuerdo con<br />

dicho diplomático <strong>en</strong> que ambos señores asistieran juntos a la ceremonia<br />

de la <strong>en</strong>trega, pero que sería el embajador el que recogería de manos<br />

del rey el diploma y la medalla correspondi<strong>en</strong>tes al premio. En fin, que lo<br />

que el Comité había acordado con el embajador reducía, <strong>en</strong> realidad, las<br />

funciones del Rector B<strong>en</strong>ítez, de las de único delegado o repres<strong>en</strong>tante<br />

personal de Juan Ramón Jiménez, a las de valijero de la Embajada, o a lo<br />

mejor ni a eso siquiera, pues tal vez el diploma y la medalla los hubieran<br />

mandado a Puerto Rico por la vía oficial y el que hubiera hecho la <strong>en</strong>trega<br />

de ambas cosas a don Juan Ramón hubiera sido el mismo cónsul. A repres<strong>en</strong>tar<br />

este papel no podía resignarse el Rector B<strong>en</strong>ítez, qui<strong>en</strong> manifestó al<br />

Comité que si el cable del cónsul se confirmaba, él no t<strong>en</strong>ía la más mínima<br />

int<strong>en</strong>ción de asistir a la <strong>en</strong>trega de los premios. En consecu<strong>en</strong>cia, el Rector<br />

B<strong>en</strong>ítez mandó un cable a su esposa para que fuera a ver inmediatam<strong>en</strong>te<br />

a don Juan Ramón Jiménez y averiguase cuál era <strong>en</strong> realidad su voluntad.<br />

91


92<br />

El rey Gustavo Adolfo VI<br />

de Suecia <strong>en</strong>trega a Jaime<br />

B<strong>en</strong>ítez el Premio Nobel<br />

concedido a JRJ. Estocolmo,<br />

10 de diciembre de 1956<br />

El domingo día 9 se <strong>en</strong>trevistó el Rector B<strong>en</strong>ítez con los del Comité<br />

Nobel, pero se negó a asistir al <strong>en</strong>sayo de la ceremonia de la <strong>en</strong>trega. Por<br />

la tarde asistió a una recepción de la noche, antes de ir a la ópera, <strong>en</strong> donde<br />

se daba una función <strong>en</strong> honor de los premios Nobel, estuvo c<strong>en</strong>ando<br />

<strong>en</strong> mi casa. El Dr. B<strong>en</strong>ítez nos habló mucho de don Juan Ramón, de Puerto<br />

Rico y nos contó todo lo ocurrido hasta <strong>en</strong>tonces. Como dije, después de<br />

c<strong>en</strong>ar <strong>en</strong> mi casa, el Rector B<strong>en</strong>ítez se fue a la ópera. Al regresar al hotel,<br />

a eso de la media noche, me llamó por teléfono y me dijo que había recibido<br />

un cable de su esposa por el cual don Juan Ramón le confirmaba<br />

su <strong>en</strong>cargo de ser el único delegado y de repres<strong>en</strong>tarle personalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong><br />

todos los actos relativos a la <strong>en</strong>trega de los premios Nobel.<br />

Al recibir este cable, el Rector B<strong>en</strong>ítez quiso saber detalles de lo ocurrido<br />

<strong>en</strong> Puerto Rico y más tarde pidió una confer<strong>en</strong>cia telefónica con su<br />

esposa. Ésta le contó, <strong>en</strong>tonces, que todo había sido obra del cónsul. Que<br />

éste, tan pronto salió el Rector B<strong>en</strong>ítez para Estocolmo, le fue a ver y le<br />

preguntó si había inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> que el embajador de España estuviera<br />

pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la <strong>en</strong>trega del premio. El cónsul preguntó también a don Juan<br />

Ramón si t<strong>en</strong>ía algún inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> que lo comunicase así a Estocolmo.<br />

Naturalm<strong>en</strong>te don Juan Ramón no podía t<strong>en</strong>er inconv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te <strong>en</strong> una cosa<br />

ni otra. Pero no podía estar de acuerdo, <strong>en</strong> cambio, <strong>en</strong> que <strong>en</strong> el cable<br />

que mandase el cónsul la palabra «pres<strong>en</strong>te» se sustituyese por «repres<strong>en</strong>tante».<br />

Resultaba, pues, a todas luces, que el cable que el Sr. Cónsul de la<br />

España de Franco había <strong>en</strong>viado al Comité Nobel de la Academia Sueca<br />

era un cable amañado y que el autor del amaño y que por lo tanto responsable<br />

del mismo no podía ser otro más que el referido cónsul <strong>en</strong> Puerto<br />

Rico.<br />

Aunque el Rector B<strong>en</strong>ítez estaba ya prev<strong>en</strong>ido <strong>en</strong> cuanto a dicho<br />

cónsul, pues el <strong>en</strong>terarse éste del <strong>en</strong>cargo que don Ramón había dado al<br />

rector B<strong>en</strong>ítez, el cónsul fue a ver al Gobernador de Puerto Rico para quejarse<br />

y tratar de lograr que éste impidiera el viaje del Rector B<strong>en</strong>ítez a Suecia,<br />

éste, repito, no se av<strong>en</strong>ía a creer que llegara a tanto el atrevimi<strong>en</strong>to<br />

del repres<strong>en</strong>tante consular de Franco como hasta falsear un cable. Como<br />

razón de su gestión cerca del Gobernador el cónsul daba la de que lo que<br />

se iba a hacer era un gesto poco amistoso hacia España y que así lo interpretaría<br />

el Gobierno español. En esta y otras gestiones del cónsul había<br />

estado seguram<strong>en</strong>te de acuerdo el sobrino de don Juan Ramón. Se creía el<br />

cónsul, a lo mejor, hallarse <strong>en</strong> un país totalitario y que el Gobernador era<br />

algo así como el dictador de Puerto Rico. Naturalm<strong>en</strong>te, de nada le valió al<br />

cónsul el ir a ver a dicha Autoridad.<br />

Sin duda alguna, los manejos del cónsul eran una demostración palpable<br />

de la importancia que daba la España oficial a que, <strong>en</strong> defecto de don<br />

Juan Ramón <strong>en</strong> persona, fuese el repres<strong>en</strong>tante de esta España y no otro<br />

el que recogiese el premio. Con toda seguridad, el cónsul había recibido<br />

instrucciones conminatorias de impedir a toda costa que el Rector B<strong>en</strong>ítez<br />

pudiese cumplir sin obstáculos la voluntad de don Juan Ramón.<br />

Les tocó ahora a los del Comité Nobel el sorpr<strong>en</strong>derse ante el relato<br />

que el lunes por la mañana le hizo el Rector B<strong>en</strong>ítez de las mañas del<br />

cónsul de España <strong>en</strong> Puerto Rico. El Comité se <strong>en</strong>contraba ahora <strong>en</strong> una<br />

posición doblem<strong>en</strong>te desagradable. Por un lado, habían cometido la lige-


JRJ, Jaime B<strong>en</strong>ítez y Thomas<br />

S. Hayes, bibliotecario de<br />

la Universidad de Puerto<br />

Rico. Río Piedras, San Juan,<br />

3 de octubre de 1957. Foto de<br />

Torres<br />

B<strong>en</strong>ítez, JRJ y el<br />

neurosiquiatra español Luis<br />

Ortega, tras hacerse oficial la<br />

concesión del Premio Nobel al<br />

poeta. 25 de octubre de 1956.<br />

Foto de Trías<br />

reza de apresurarse a ponerse <strong>en</strong> contacto con el embajador, sin esperar<br />

la llegada del delegado de don Juan Ramón, habi<strong>en</strong>do dado por bu<strong>en</strong>o un<br />

cable que resultaba ser falso. (Aunque uno se pregunta si <strong>en</strong> realidad había<br />

habido ligereza, si no había sido que el embajador había recibido por<br />

su parte instrucciones de «hacer valer sus derechos» y hasta había indicado<br />

tal vez que cualquier otra solución sería considerada por el Gobierno<br />

español como un gesto poco amistoso). Naturalm<strong>en</strong>te, los del Comité se<br />

excusaban de que ellos no podían dudar de la honorabilidad de un funcionario<br />

consular de un país con el que Suecia manti<strong>en</strong>e relaciones <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te<br />

normales. Por otro lado, estaba allí el Rector B<strong>en</strong>ítez, dispuesto a<br />

def<strong>en</strong>der ante todo la voluntad de don Juan Ramón.<br />

El dilema para los del Comité Nobel era evid<strong>en</strong>te. Claro que de no<br />

haberse apresurado a ponerse <strong>en</strong> contacto con el embajador, no hubiera<br />

habido conflicto. Ahora, si había que cumplir la voluntad de don Juan<br />

Ramón, era casi inevitable desairar al embajador. El Rector B<strong>en</strong>ítez se<br />

ofreció a ir personalm<strong>en</strong>te a la Embajada de España, acompañado de un<br />

repres<strong>en</strong>tante del Comité Nobel, y poner allí al embajador las cartas sobre<br />

la mesa, a ver si después de lo ocurrido insistía éste todavía <strong>en</strong> recoger él<br />

el premio. Aquí no se trataba de ningún Gobierno ni de ningún embajador,<br />

sino de la voluntad de Juan Ramón Jiménez y que un repres<strong>en</strong>tante del<br />

Comité fuera a cumplir la decisión al embajador así como exponerle las<br />

razones <strong>en</strong> que aquélla se apoyaba.<br />

Al t<strong>en</strong>er conocimi<strong>en</strong>to el embajador de la maniobra del cónsul y de la<br />

decisión del Comité Nobel, optó por retirarse sin protestar y abst<strong>en</strong>erse de<br />

toda pret<strong>en</strong>sión de tomar parte activa <strong>en</strong> la ceremonia de la <strong>en</strong>trega del<br />

premio. A esta ceremonia asistió el embajador de Franco pero la pres<strong>en</strong>ció<br />

s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong>tre los demás repres<strong>en</strong>tantes del Cuerpo Diplomático asist<strong>en</strong>tes<br />

a la misma.<br />

Otros detalles periféricos: lo primero que me dijo el Rector B<strong>en</strong>ítez<br />

era que don Juan Ramón le había <strong>en</strong>cargado especialm<strong>en</strong>te me diera un<br />

abrazo de su parte. Los asist<strong>en</strong>tes a la c<strong>en</strong>a <strong>en</strong> mi casa fueron: el Director<br />

de la Biblioteca e Instituto de Estudios Iberoamericanos de Estocolmo, Dr.<br />

conde Magnus Mörner; la «lector» o profesora de español <strong>en</strong> la Universidad<br />

de Got<strong>en</strong>burgo, Matilde Goulard de la Lama, a qui<strong>en</strong> la Academia<br />

Sueca <strong>en</strong>cargó esta primavera pasada el informe sobre Juan Ramón, y su<br />

esposo el Sr. Westberg, profesor de Economía; el traductor de «Platero»,<br />

Dr. Arne Häggavist; naturalm<strong>en</strong>te, el Dr. B<strong>en</strong>ítez, y mi esposa y yo. Asistí a<br />

la ceremonia de la <strong>en</strong>trega de los premios; me vestí de frac y me pr<strong>en</strong>dí la<br />

<strong>en</strong>comi<strong>en</strong>da de la Ord<strong>en</strong> de la Liberación.<br />

Antes de terminar…<br />

¿Qué p<strong>en</strong>sar de un Secretario Perpetuo de la Academia Sueca, que<br />

se equivoca al dar la fecha de la <strong>en</strong>trega de los premios, atrasándola a 10<br />

días? Este Secretario asiste desde muchos años, cada año, a la fiesta de los<br />

premios Nobel, que se celebra el día del aniversario del fallecimi<strong>en</strong>to de<br />

Alfredo Nobel.<br />

¿Qué p<strong>en</strong>sar de un Comité Nobel, que sin esperar la llegada del delegado<br />

personal de don Juan Ramón (llegada anunciada antes de recibir el<br />

telegrama del cónsul), se apresura a tomar decisiones que afectan de ll<strong>en</strong>o<br />

a la misión de este delegado y a la voluntad del que se le ha confiado?<br />

93


94<br />

¿Qué p<strong>en</strong>sar de la diplomacia de Franco y particularm<strong>en</strong>te del cónsul<br />

de España <strong>en</strong> Puerto Rico? A lo mejor éste se creía algo así como un émulo<br />

de Bismarck que, así como éste, con su célebre telegrama de Ems*,<br />

provocó la guerra franco-prusiana y cambió el rumbo de la historia, él con<br />

su cable amañado desde Puerto Rico podría cambiar <strong>en</strong> Estocolmo el rumbo<br />

de los acontecimi<strong>en</strong>tos.<br />

He dado mi palabra al Rector B<strong>en</strong>ítez de no dar publicidad a este relato,<br />

pero, fuera de que algunos lo conoc<strong>en</strong> o conoc<strong>en</strong> por lo m<strong>en</strong>os ciertos<br />

detalles del mismo, no creo que mi discreción deba ext<strong>en</strong>derse al extremo<br />

de no dar cu<strong>en</strong>ta a usted del mismo; a usted a qui<strong>en</strong> no t<strong>en</strong>go sólo el<br />

deber sino también el interés de informar sobre este asunto del premio<br />

Nobel a don Juan Ramón y de lo ocurrido <strong>en</strong> relación con la <strong>en</strong>trega del<br />

mismo.<br />

Le saluda muy afectuosa y respetuosam<strong>en</strong>te,<br />

Ernesto Dethorey<br />

Sr. Don Jaime B<strong>en</strong>ítez<br />

Rector de la Universidad de Puerto Rico<br />

Río Piedras (P. R.)<br />

Mi querido y respetado amigo.<br />

29 de septiembre de 1957<br />

Iba a escribirle para preguntarle precisam<strong>en</strong>te sobre la salud de<br />

nuestro admirado poeta, pues había leído noticias bastantes alarmantes<br />

acerca de ella, cuando recibo su amable carta del 19 de este mes. Compr<strong>en</strong>derá<br />

usted, pues, que me haya alegrado mucho recibirla y leer <strong>en</strong><br />

ella que don Juan Ramón empieza a restablecerse.<br />

Le agradezco mucho el <strong>en</strong>vío que me hace del primoroso cuaderno<br />

Hom<strong>en</strong>aje a Juan Ramón Jiménez, que ha editado esa Universidad, así<br />

como le quedo también reconocido por las fotografías y el recorte que<br />

acompañaban a su carta citada.<br />

Su referido artículo y su carta me han dado pie para escribir un pequeño<br />

artículo, cuyo recorte le <strong>en</strong>viaré así que aquél se publique. Ti<strong>en</strong>e<br />

gracia lo que don Juan Ramón dice de que el rey de Suecia se parece a<br />

Pablo Casals.<br />

A propósito de este último, le <strong>en</strong>vío a usted adjunto dos recortes de<br />

un artículo que escribí el mes pasado. Recibí del Departam<strong>en</strong>to de Instrucción<br />

Pública de ese Estado —supongo que <strong>en</strong>viado por suger<strong>en</strong>cia de<br />

usted— el libro que dicho Departam<strong>en</strong>to ha editado sobre la estancia de<br />

Pablo Casals <strong>en</strong> Puerto Rico 1955-1956. Mi artículo es el acuse de recibo.<br />

Le agradecería tuviera usted la bondad de hacer llegar uno de los recortes<br />

que le <strong>en</strong>vío al Departam<strong>en</strong>to de Instrucción Pública.


B<strong>en</strong>ítez, JRJ y Pau Casals <strong>en</strong> la resid<strong>en</strong>cia<br />

del primero <strong>en</strong> Río Piedras, San Juan de<br />

Puerto Rico, el 23 de diciembre de 1957<br />

Le interesará a usted saber —y a don Juan Ramón también— que<br />

la casa editora Wahkström & Widstran ha anunciado ya hace tiempo la<br />

aparición de la selección de Diario de un poeta recién casado (Diario<br />

de poeta y mar) que ha traducido Arne Häggqvist. A fines de esta primavera<br />

y principios de verano corregí el manuscrito y hace poco eché<br />

una ojeada a las últimas pruebas. El libro aparecerá pronto y a esta<br />

aparición dedico unas líneas <strong>en</strong> el artículo que acabo de escribir y del<br />

cual le hablo más arriba. El editor me ha pagado 300 coronas por mi<br />

trabajo. En vista de que no quería pagar más, Häggqvist me ha dado,<br />

g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te, 100 coronas de sus emolum<strong>en</strong>tos. –Espero que esta<br />

selección de Diario de un poeta recién casado t<strong>en</strong>ga tanto éxito como<br />

Platero y yo y que se edit<strong>en</strong> de ella también muchos miles de ejemplares.<br />

Ruégole salude y abrace de mi parte a don Juan Ramón y usted<br />

reciba las expresiones de amistad y agradecimi<strong>en</strong>to sincero de su afmo.<br />

ERNESTO DETHOREY<br />

Sveaväg<strong>en</strong> 86 v<br />

Stockholm Va<br />

95


96<br />

JRJ, el periodista Juan Manuel Ocasio y Margarita B<strong>en</strong>ítez<br />

ante la vitrina <strong>en</strong> la que se exhibe el diploma del Premio<br />

Nobel <strong>en</strong> la sala Z<strong>en</strong>obia y Juan Ramón Jiménez. Foto de<br />

Mandín<br />

Ernesto Dethorey junto a su mujer hacia el final de su vida<br />

Sr. Don Jaime B<strong>en</strong>ítez<br />

Rector de la Universidad de Puerto Rico<br />

Río Piedras (P. R.)<br />

11 de junio de 1958<br />

Mi querido y respetado amigo:<br />

Ante todo reciba usted y el Claustro de Profesores<br />

de esa Universidad la expresión de mi más s<strong>en</strong>tida<br />

condol<strong>en</strong>cia por la muerte de don Juan Ramón Jiménez.<br />

Si no es a usted, no t<strong>en</strong>go a nadie a qui<strong>en</strong> hacer<br />

pat<strong>en</strong>te el profundo dolor que me causó la noticia.<br />

He recibido su discurso a los graduados –<strong>en</strong>vío<br />

que agradezco– y por las palabras de usted aludi<strong>en</strong>do<br />

a la muerte del gran poeta, he podido compr<strong>en</strong>der<br />

que se habían llevado los restos de Juan Ramón a<br />

España, cosa que luego he visto confirmada por diarios<br />

españoles. Todo debe de haber sucedido con<br />

rapidez vertiginosa. Ya que no pudieron llevarse el<br />

cuerpo vivo del poeta, se han llevado su cadáver.<br />

Como digo <strong>en</strong> mi artículo, cuyo recorte le <strong>en</strong>vío <strong>en</strong> 2<br />

ejemplares —uno para usted y otro para el archivo de<br />

la Sala Z<strong>en</strong>obia y Juan Ramón Jiménez— d<strong>en</strong>tro de la<br />

p<strong>en</strong>a que ha causado el que se hayan llevado el cadáver<br />

a España antes de que hayan cambiado las cosas<br />

<strong>en</strong> ese país, es un consuelo saber que se han llevado<br />

también los restos de Z<strong>en</strong>obia. Como dice el profesor<br />

Fogelquyist <strong>en</strong> una carta que de él he recibido,<br />

separarlos hubiese sido «profanar los más fervi<strong>en</strong>tes<br />

deseos de los dos», hubiese sido «una infamia y una<br />

estupidez».<br />

Poco antes de ocurrir el fallecimi<strong>en</strong>to, leí <strong>en</strong> el<br />

ABC de Madrid el alegato del sobrino, contestando a<br />

Matthews, alegato que me ll<strong>en</strong>ó de indignación. Aludo<br />

<strong>en</strong> mi artículo a esta cuestión y digo que «los que<br />

vieron con qué tacto y discreción —y con qué digni-


Despedida de los féretros de Juan<br />

Ramón y Z<strong>en</strong>obia de la Universidad<br />

de Puerto Rico. A la derecha,<br />

Francisco Hernández-Pinzón,<br />

sobrino de JRJ, portando un ataúd.<br />

Al fondo, Jaime B<strong>en</strong>ítez. Archivo<br />

Fundación Juan Ramón Jiménez,<br />

Moguer (Huelva)<br />

dad, podía haber añadido— cumplió el rector B<strong>en</strong>ítez aquí la delicada<br />

misión que le confió el poeta de recoger el premio Nobel, no pued<strong>en</strong><br />

compr<strong>en</strong>der las acusaciones de Hernández-Pinzón». No se ha tratado<br />

nunca de convertir a don Juan Ramón <strong>en</strong> bandera política, sino de todo<br />

lo contrario: de evitar que la España de Franco, que no se preocupó de<br />

su exist<strong>en</strong>cia hasta que le otorgaron el premio Nobel, utilizase el nombre<br />

del poeta y su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> España para tratar de dar prestigio al<br />

desacreditado y odioso régim<strong>en</strong>.<br />

En mi artículo me pregunto —o mejor dicho, expreso la esperanza—<br />

de que se hayan cumplido con todo esto «los más íntimos deseos<br />

o la última voluntad» de Juan Ramón.<br />

Se me ocurr<strong>en</strong> también otras peguntas que no es necesario conteste<br />

usted si no cree deber o poder contestarlas.<br />

Supongo que la donación que hizo el poeta de su biblioteca, etc.<br />

a la Universidad, no puede ser objeto de reclamación por parte de la<br />

familia del finado o del gobierno franquista. ¿Están incluidos <strong>en</strong> esta<br />

donación y podrán figurar <strong>en</strong> ese Museo Z<strong>en</strong>obia y Juan Ramón Jiménez<br />

el diploma y la medalla del premio Nobel?<br />

¿Hizo testam<strong>en</strong>to don Juan Ramón? ¿Quiénes son sus albaceas testam<strong>en</strong>tarios?<br />

¿Quién está <strong>en</strong> posesión de los derechos literarios de sus obras?<br />

¿Quién se <strong>en</strong>cargará de la edición de sus obras completas? ¿Quién<br />

publicará su obra inédita?<br />

Adjunto hallará usted, como le digo, dos recortes de mi artículo, y<br />

unos recortes de los artículos necrológicos publicados por los principales<br />

diarios de Suecia. Estos últimos recortes son para el archivo de la<br />

sala.<br />

Esperando recibir noticias suyas y recordándole siempre con invariable<br />

afecto y respeto, le abraza<br />

[Siglas iniciales manuscritas] E.D.<br />

97


Gabriela era lesbiana<br />

Cristina Peri Rossi


Doris Dana y Gabriela<br />

Mistral <strong>en</strong> México <strong>en</strong> 1948<br />

99


100<br />

Obra <strong>en</strong> la que se recoge la<br />

correspond<strong>en</strong>cia s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal,<br />

erótica y romántica de<br />

Gabriela Mistral con su<br />

secretaria y amante, Doris<br />

Dana<br />

no se trata de un título s<strong>en</strong>saCionalista para <strong>en</strong>Cabezar<br />

un artículo <strong>en</strong> la España de hoy, pero <strong>en</strong> la pacata, católica y derechosa<br />

sociedad chil<strong>en</strong>a, <strong>en</strong> cambio, la reci<strong>en</strong>te publicación por editorial Lum<strong>en</strong><br />

de Niña errante, la correspond<strong>en</strong>cia s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal, erótica y romántica de<br />

Gabriela Mistral con su jov<strong>en</strong> amante y secretaria, Doris Dana, ha causado<br />

gran revuelo y polémica, descubri<strong>en</strong>do la doble moral que <strong>en</strong>cubre «al<br />

amor que no osa decir su nombre» (Editorial Lum<strong>en</strong> de Barcelona la editará<br />

después del próximo verano).<br />

En efecto, Niña errante (como llamaba tiernam<strong>en</strong>te la escritora chil<strong>en</strong>a<br />

a Doris, neoyorkina, treinta años m<strong>en</strong>or, poeta y aficionada a los viajes)<br />

recoge las dosci<strong>en</strong>tas cincu<strong>en</strong>ta cartas que Gabriela Mistral le <strong>en</strong>vió durante<br />

casi una década <strong>en</strong> que compartieron proyectos, amor, viajes, casas<br />

y hoteles, sufrieron aus<strong>en</strong>cias, <strong>en</strong>fermedades, separaciones y una pasión<br />

int<strong>en</strong>sa: celos, obsesión, angustia, placeres y dolores, felicidad y tristeza.<br />

La publicación de esta correspond<strong>en</strong>cia cayó como una bomba <strong>en</strong> un<br />

país que ti<strong>en</strong>e la efigie de la poeta <strong>en</strong> los billetes de cinco mil pesos y donde<br />

el lesbianismo de su premio Nobel fem<strong>en</strong>ino era uno de los secretos<br />

mejor guardados, con suma hipocresía: se com<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> voz baja, pero<br />

nadie osaba publicar una línea sobre el tema (no hay ninguna biografía<br />

fiable de la autora, y se espera, con expectativa, la que ha anunciado la<br />

norteamericana Elizabeth Holan).<br />

Los poemas y textos de Gabriela Mistral se le<strong>en</strong> <strong>en</strong> el colegio primario,<br />

su labor pedagógica ha sido reconocida públicam<strong>en</strong>te (no púbicam<strong>en</strong>te),<br />

se le rind<strong>en</strong> hom<strong>en</strong>ajes y se la recuerda <strong>en</strong> todos los actos, pero el sil<strong>en</strong>cio<br />

opaco y la ocultación custodiaban celosam<strong>en</strong>te su vida privada (no t<strong>en</strong>er<br />

vida privada es considerado normal, si se trata de una mujer). Por otra<br />

parte, Gabriela, consci<strong>en</strong>te de la homofobia de su país (compartida hasta<br />

por el presid<strong>en</strong>te All<strong>en</strong>de, médico, qui<strong>en</strong> consideraba esta opción sexual<br />

como una perversión clínica, una <strong>en</strong>fermedad) guardó también un precavido<br />

sil<strong>en</strong>cio, muy prud<strong>en</strong>te, hasta muchos años después de su muerte,<br />

ocurrida <strong>en</strong> Nueva York, <strong>en</strong> 1957, <strong>en</strong> brazos de su amada. En cambio, trató<br />

de vivir lejos de Chile la mayor parte del tiempo. Y si hoy se publican las<br />

cartas que le escribió a su gran amor, Doris Dana —su albacea y heredera,<br />

además—, es de suponer que sugirió que pasara un tiempo sufici<strong>en</strong>te<br />

como para que la revelación de su verdadera id<strong>en</strong>tidad sexual <strong>en</strong>contrara<br />

un ambi<strong>en</strong>te más favorable. Ambas supieron esperar. Gabriela, confiando<br />

pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Doris, y Doris, guardando una altiva fidelidad al legado; la<br />

sobrevivió cincu<strong>en</strong>ta años, y después de muerta —falleció <strong>en</strong> Naples, Florida,<br />

<strong>en</strong> el año 2006— legó los cuar<strong>en</strong>ta mil docum<strong>en</strong>tos inéditos que le<br />

confió Gabriela Mistral a su sobrina, Doris Atkinson, qui<strong>en</strong> acaba de <strong>en</strong>tregarlos<br />

a la Biblioteca Nacional de Chile.<br />

Este legado ha permitido publicar la correspond<strong>en</strong>cia.<br />

«Gabriela Mistral era lesbiana, ¿ahora qué hacemos?» tituló el semanario<br />

de mayor tiraje <strong>en</strong> Chile el largo artículo que dedicó a la aparición<br />

del libro Niña errante. Titular que refleja la situación embarazosa <strong>en</strong> que<br />

se si<strong>en</strong>te una sociedad que por un lado rinde culto a la única mujer que<br />

ha ganado el Premio Nobel (Neruda dejó sufici<strong>en</strong>tes pruebas acerca de<br />

su heterosexualidad) y por otro, disimula, oculta, niega cualquier prueba<br />

de su lesbianismo, que es pecado, perversión o vicio. (¿Recuerdan los


Nápoles, Italia, 1951<br />

lectores aquella pregunta clásica sobre la homosexualidad: ¿<strong>en</strong>fermedad<br />

o vicio? Pues sigue vig<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la sociedad chil<strong>en</strong>a contemporánea.) ¿Qué<br />

hacemos ahora? ¿Seguimos negando la opción sexual de Gabriela o ignoramos<br />

su labor poética, pedagógica, su <strong>en</strong>trega a los niños, su lucha contra<br />

el analfabetismo?<br />

B<strong>en</strong>jamín Prado, <strong>en</strong> un excel<strong>en</strong>te artículo de bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida al libro que<br />

publicó <strong>en</strong> el diario El País, de España, el veinte de septiembre del 2009,<br />

reproducía irónicam<strong>en</strong>te ese titular.<br />

Pero ¿cómo se explica la caída de esta bomba <strong>en</strong> la tranquila vida cultural<br />

chil<strong>en</strong>a? Gabriela Mistral, nacida <strong>en</strong> Vicuña, Chile, <strong>en</strong> 1889, y fallecida<br />

<strong>en</strong> Nueva York, <strong>en</strong> 1957, nombró como albacea a su amante y compañera<br />

de los últimos años, Doris Dana. Le legó más de cuar<strong>en</strong>ta mil docum<strong>en</strong>tos,<br />

<strong>en</strong>tre cartas, poemas, textos, y la fiel albacea, a pesar de sus frecu<strong>en</strong>tes<br />

depresiones y de su alcoholismo,<br />

designó, a su vez, como heredera,<br />

a su sobrina, Doris Atkinson, qui<strong>en</strong><br />

acaba de <strong>en</strong>tregar el legado a la<br />

Biblioteca Nacional de Chile. Pedro<br />

Pablo Zegers, del Archivo del Escritor<br />

de esa institución, reunió la<br />

correspond<strong>en</strong>cia de Gabriela Mistral<br />

a su jov<strong>en</strong> amor, respetando el ord<strong>en</strong><br />

cronológico. Las casi dosci<strong>en</strong>tas<br />

cincu<strong>en</strong>ta cartas se conviert<strong>en</strong>, de<br />

este modo, <strong>en</strong> un hondo y desgarrador<br />

testimonio de una relación<br />

amorosa ll<strong>en</strong>a de incertidumbres,<br />

aus<strong>en</strong>cias, deseos, frustraciones y<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros dichosos, separaciones<br />

terribles, celos, todas las pulsiones<br />

de la pasión. Una novela romántica<br />

involuntaria, escrita de manera<br />

epistolar, y donde las circunstancias,<br />

siempre las circunstancias, juegan<br />

a veces a favor (la concesión del<br />

Nobel, por ejemplo), a veces <strong>en</strong><br />

contra (los conflictos internacionales<br />

y sus peligros, por ejemplo). Y los cuerpos, siempre los cuerpos como síntoma:<br />

las numerosas <strong>en</strong>fermedades de Gabriela, la adicción al alcohol de<br />

Dana, el temor a la muerte, el deseo de la poeta de vivir los últimos años<br />

<strong>en</strong> paz, <strong>en</strong> armonía con su <strong>en</strong>amorada, <strong>en</strong> una especie de idílico Edén. En<br />

su cauteloso prólogo, el editor nada <strong>en</strong>tre dos aguas: no puede dejar de<br />

reconocer que son cartas de amor, y no de un amor platónico, pero, a la<br />

vez, no escribe nunca la palabra lesbianismo. Se trataría, según él, de un<br />

amor etéreo, «paternal», de Gabriela hacia su jov<strong>en</strong> traductora y admiradora.<br />

¿Y por qué «paternal» y no «maternal», se dirán ustedes, dada, además,<br />

la conocida ternura y protección que la poeta s<strong>en</strong>tía por los niños y las<br />

niñas? Bu<strong>en</strong>o, se trata de justificar algo que Gabriela no explica nunca <strong>en</strong><br />

sus cartas: el uso frecu<strong>en</strong>te de un yo masculino al dirigirse epistolarm<strong>en</strong>te<br />

a su querida amante. Y que no necesita ninguna explicación, más allá de<br />

101


102<br />

Italia, 1952<br />

que un autor o una autora, cuando escrib<strong>en</strong>,<br />

pued<strong>en</strong> asumir un yo masculino o fem<strong>en</strong>ino<br />

según su estado de ánimo, su deseo o su imaginación.<br />

(De una carta del 14 de abril de 1949,<br />

de Gabriela a Dana: «Amor: te decía <strong>en</strong> mi<br />

carta de hoy que llevo varias noches de mal<br />

dormir. (…) ¡Qué estúpido ha sido el que más<br />

te quiere, Doris mía! ¡Perdóname, vida mía,<br />

perdóname! ¡No lo haré más! Y tú guardarás<br />

el control de ti, hay fe <strong>en</strong> tu pobrecillo, que es<br />

un ser torpe, vehem<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>v<strong>en</strong><strong>en</strong>ado por su<br />

complejo de inferioridad (el de la edad.)»<br />

El libro está ilustrado con numerosas fotografías; <strong>en</strong> casi todas, el amor<br />

brilla a través de las miradas cómplices de ambas mujeres, de las sonrisas<br />

arrobadas que se dirig<strong>en</strong>, <strong>en</strong> las manos unidas, <strong>en</strong> el abrazo mutuo. Pero<br />

los mom<strong>en</strong>tos de des<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro y de dolor no están fotografiados; las cartas<br />

son su testimonio.<br />

El <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<br />

En mayo de 1946, Gabriela Mistral pronunció una confer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el Barnard<br />

College, de New York, una de las instituciones fem<strong>en</strong>inas más distinguidas<br />

y prestigiosas de Estados Unidos. Yo la visité, hace unos años, y<br />

di una confer<strong>en</strong>cia sobre mi obra; las alumnas suel<strong>en</strong> ser hijas de bu<strong>en</strong>a<br />

familia, con una extraordinaria formación académica y muchísima curiosidad,<br />

un rasgo infaltable de la intelig<strong>en</strong>cia. Gabriela acababa de recibir el<br />

Premio Nobel. Entre las asist<strong>en</strong>tes a la confer<strong>en</strong>cia estaba la jov<strong>en</strong> Doris<br />

Dana, nacida <strong>en</strong> 1920 y desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de Noah Webster, autor del más<br />

célebre diccionario de l<strong>en</strong>gua inglesa. La jov<strong>en</strong>, extrañam<strong>en</strong>te hermosa (el<br />

doble de Katherine Hepburn, parecido que salta a la vista de todos <strong>en</strong> las<br />

fotografías que se conservan) había traducido el artículo «El otro desastre<br />

alemán», que la poeta chil<strong>en</strong>a había publicado <strong>en</strong> un libro como hom<strong>en</strong>aje<br />

a Thomas Mann, autor de Muerte <strong>en</strong> V<strong>en</strong>ecia, Doctor Fausto y Los<br />

Budd<strong>en</strong>brook. Doris era amiga de la familia Mann, especialm<strong>en</strong>te de una<br />

de las hijas, por la que s<strong>en</strong>tía una amistad amorosa correspondida, aunque<br />

nunca reconocida públicam<strong>en</strong>te.<br />

La primera carta es de Doris Dana, está fechada el 9 de febrero de 1948<br />

y expresa la emoción que sintió al conocerla y la honda admiración que<br />

le inspira la escritora chil<strong>en</strong>a. «Nunca podría expresar, ni mucho m<strong>en</strong>os<br />

pagarle, todo lo que le debo personalm<strong>en</strong>te. Deuda que es parte de lo que<br />

el mundo <strong>en</strong>tero le debe a la gran artista que nos ha revelado bellezas<br />

excelsas y visiones profundas.» (La cursilería estilística corresponde a la<br />

época, seudoelocu<strong>en</strong>te y un poco anfractuosa. En cambio, Gabriela Mistral<br />

usará siempre un estilo ardi<strong>en</strong>te, coloquial, aj<strong>en</strong>o a cualquier cursilería<br />

seudopoética.)<br />

Doris t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>tonces veintiséis años, pert<strong>en</strong>ecía a una familia rica <strong>en</strong><br />

decad<strong>en</strong>cia económica y psicológica: conflictos edípicos, neurosis, alcoholismo,<br />

bancarrota, int<strong>en</strong>tos de suicido. Alguno de sus biógrafos afirma que<br />

ya era una jov<strong>en</strong> poeta lesbiana, hermosa y neurótica, demasiado aficionada<br />

al alcohol. Gabriela Mistral t<strong>en</strong>ía cincu<strong>en</strong>ta y siete años, era famosa, su


Gabriela Mistral <strong>en</strong> su último viaje<br />

rumbo a Chile, 1954<br />

dedicación a la pedagogía y a la <strong>en</strong>señanza, su amor a los niños y su soledad<br />

eran muy conocidos, a pesar de que siempre hubo alguna secretaria a<br />

su lado que hacía, además, de dama de compañía (investigaciones futuras<br />

deberían revelar alguna de esas interesantes relaciones, de importancia<br />

para la compr<strong>en</strong>sión de su obra).<br />

Casi un mes después (<strong>en</strong>tonces las cartas tardaban mucho tiempo <strong>en</strong><br />

cruzar el océano, dificultad con la que siempre se toparían; no había móviles<br />

ni Internet, y los teléfonos no eran de fiar), Gabriela respondería a<br />

la primera carta de Doris de una manera<br />

muy emocionada: «Su bella carta cordial<br />

me ha conmovido. Yo no me merezco<br />

ese cariño suyo y m<strong>en</strong>os esa admiración;<br />

pero a los viejos profesores nos gusta ser<br />

queridos de los jóv<strong>en</strong>es con o sin derecho<br />

a ello.» Ya se han instaurado los roles que<br />

se mant<strong>en</strong>drán fijos y estables durante<br />

más de quince años: la vieja profesora y la<br />

jov<strong>en</strong> alumna (suele ser más fácil cambiar<br />

de relación que cambiar los roles psicológicos<br />

de una relación establecida); la<br />

escritora consagrada y la principiante.<br />

El flechazo ha sido mutuo, a través de<br />

esa privilegiada relación del eros pedagógico<br />

que para los griegos era el auténtico<br />

amor erótico. («No conozco v<strong>en</strong>taja mayor<br />

para un jov<strong>en</strong> que t<strong>en</strong>er un amante<br />

virtuoso y mucho más viejo que él, y para<br />

un amante viejo que amar a un objeto<br />

jov<strong>en</strong> y virtuoso», dice el primer orador<br />

de El banquete, de Platón.)<br />

No se trata sólo de atracción física,<br />

sino de la química cerebral que se establece<br />

<strong>en</strong> una relación de gran difer<strong>en</strong>cia<br />

de edad: la fascinación de los jóv<strong>en</strong>es<br />

cuya intelig<strong>en</strong>cia comi<strong>en</strong>za a des<strong>en</strong>volverse<br />

hacia la otra, madura, de gran experi<strong>en</strong>cia,<br />

que a su vez, se si<strong>en</strong>te estimulada<br />

a <strong>en</strong>señar.<br />

A partir del primer cruce de cartas<br />

<strong>en</strong>tre ambas mujeres la seducción quedó<br />

establecida. (No siempre el jov<strong>en</strong> discípulo<br />

consigue <strong>en</strong>amorar al viejo maestro;<br />

una de las primeras esc<strong>en</strong>as de seducción occid<strong>en</strong>tal es el int<strong>en</strong>to del<br />

jov<strong>en</strong> y atractivo Alcibíades de cautivar a Sócrates, <strong>en</strong> el siglo IV antes de<br />

Cristo. Vano int<strong>en</strong>to.)<br />

La difer<strong>en</strong>cia de edad, como de l<strong>en</strong>gua, no son obstáculos, sino todo<br />

lo contrario. ¿Deberíamos recordar que el amor necesita la alteridad, que<br />

ama la difer<strong>en</strong>cia, la dificultad, lo Otro pero que si<strong>en</strong>do lo Otro simula ser<br />

lo Semejante? A Gabriela no le gustaba el inglés, ni le gustaba New York,<br />

103


104<br />

Gabriela Mistral saludando desde el palacio<br />

de La Moneda, Santiago de Chile, 1954<br />

pero se <strong>en</strong>amoró completam<strong>en</strong>te de<br />

una jov<strong>en</strong> neoyorkina treinta años m<strong>en</strong>or<br />

que ella, que la admiraba profundam<strong>en</strong>te.<br />

La primera vez que Gabriela omite<br />

el nombre de Dana es <strong>en</strong> una carta de<br />

ese mismo año, <strong>en</strong> que directam<strong>en</strong>te,<br />

la <strong>en</strong>cabeza con la palabra Amor. Empieza<br />

con esa palabra y termina con<br />

un deseo: «Tu amor no debe darme<br />

llagas como las otras; él nació para ser<br />

mi alegría.» (Es una de las pocas refer<strong>en</strong>cias<br />

que hace a otras mujeres de su<br />

pasado; las investigaciones hasta ahora<br />

imprecisas designan, sin embargo, a la<br />

escultora chil<strong>en</strong>a Laura Rodig, la mexicana<br />

Palma Guillén y la portorriqueña<br />

Consuelo Saleva, d<strong>en</strong>ominada «Coni»<br />

<strong>en</strong> algunas de las cartas a Doris Dana.)<br />

Es posible que a los cincu<strong>en</strong>ta y siete<br />

años y con muchos problemas de salud, Gabriela ya no tuviera ganas de<br />

eufemismos ni de perder el tiempo. Se había <strong>en</strong>amorado de Doris como<br />

nunca, era correspondida y com<strong>en</strong>zó a soñar con el futuro, que era, también,<br />

soñar con la muerte: quería ser feliz con ella los años que le quedaban<br />

de vida, comparti<strong>en</strong>do una pequeña casa (lejos de New York, ciudad<br />

que odiaba) con un huerto, porque amaba las plantas y las flores, no era<br />

mujer de grandes urbes, era de intimidades y soledades, de recogimi<strong>en</strong>to<br />

y armonía.<br />

La desigualdad como pasión<br />

Gabriela era chil<strong>en</strong>a, Dana norteamericana; amaba el campo, Dana las<br />

grandes ciudades; Gabriela t<strong>en</strong>ía 57 años, Doris 26; Gabriela era toda pasión<br />

y <strong>en</strong>trega, Dana, a veces huía o se refugiaba <strong>en</strong> sí misma; Gabriela<br />

t<strong>en</strong>ía una urg<strong>en</strong>cia vital —mortal— que a veces asustaba a la jov<strong>en</strong>.<br />

Pero por <strong>en</strong>cima de todo, estaba la atracción de lo igual-difer<strong>en</strong>te, del<br />

espejo cóncavo.<br />

La pasión, según Gabriela Mistral<br />

M<strong>en</strong>os de un año después, la poeta chil<strong>en</strong>a le escribe <strong>en</strong> una carta: «Desde<br />

que te fuiste yo no río y se me acumula <strong>en</strong> la sangre no sé qué materia<br />

d<strong>en</strong>sa y oscura.» Y al final: «Una punta va hacia el trabajo, la otra hacia<br />

lo vivido. Yo no sabía hasta donde eso —lo vivido, ha cavado <strong>en</strong> mí, hasta<br />

dónde estoy quemada por ese punzón de fuego, que duele igual que la<br />

brasa ardi<strong>en</strong>do sobre la palma de la mano» (el subrayado es del original).<br />

En otra carta, sigui<strong>en</strong>te: «Perdóname, vida mía. Siete días, d<strong>en</strong>tro de<br />

mí, son ahora una especie de eternidad.»<br />

Y para todos aquellos que procuran ignorar el erotismo de la relación<br />

<strong>en</strong>tre ambas («Gabriela era lesbiana, ¿ahora qué hacemos?»), carta del 12


de abril de 1949: «Querida mía, tú conoces el cuerpo, pero no el alma <strong>en</strong>tera<br />

de tu pobrecilla. Y así, no has adivinado el infierno puro que ha sido<br />

para mí tu sil<strong>en</strong>cio de siete días o más. (…) Procuraré creer que existe un<br />

futuro nuestro. Yo creía <strong>en</strong> eso cuando nos separamos. Pero nada hay tan<br />

dañino, tan grave, tan infernal como una aus<strong>en</strong>cia sin palabras. Equivale<br />

a una ruptura, es eso: un corte vertical.»<br />

«Parece que tú ignoras aún que (<strong>en</strong> tu aus<strong>en</strong>cia) me vi<strong>en</strong>e una especie<br />

de borrachera de amargura, de pronto, algo como una purga infernal que<br />

me cae a las <strong>en</strong>trañas y que me da una agonía sin sangre y sin llanto, es<br />

decir, sin alivio. (…) Es una prueba muy agria, querida mía, la de nuestra<br />

separación. YO SÉ, SÉ que no hay torpeza tan grande como separarse.<br />

(Llevo cuatro días de vagar como un fantasma, haci<strong>en</strong>do esfuerzos que<br />

nunca hice por salir de la obsesión, de la tristeza, del temor que me trabajan.<br />

Miedo es todo esto, puro miedo de perderte.»)<br />

La relación <strong>en</strong>tre Gabriela Mistral y Doris Dana estuvo hecha de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros<br />

y separaciones causadas por varios motivos: la poeta chil<strong>en</strong>a<br />

desempeñaba cargos diplomáticos que la obligaron a residir <strong>en</strong> difer<strong>en</strong>tes<br />

ciudades, y además, al recibir el Nobel, tuvo que dictar varias confer<strong>en</strong>cias<br />

literarias que la llevaban de México a Cuba, de Estocolmo a Perú. Pero<br />

cuando se <strong>en</strong>amoró de Doris, su único deseo fue vivir con ella. En cambio,<br />

la jov<strong>en</strong>, a qui<strong>en</strong> Gabriela llama «la niña errante», o cariñosam<strong>en</strong>te, «mi<br />

vagabundilla»», t<strong>en</strong>ía la compulsión de viajar, le seducía Europa y pasaba<br />

mucho tiempo <strong>en</strong> New York, <strong>en</strong>tre otras cosas, porque t<strong>en</strong>ía una familia<br />

conflictiva, donde el alcoholismo y los trastornos psicológicos se combinaban<br />

con el derroche de una gran fortuna malgastada por su padre. Como<br />

observa <strong>en</strong> el epílogo del libro su sobrina, Doris Atkinson —qui<strong>en</strong> no tuvo<br />

acceso al legado de su tía hasta su muerte— Dana era una mujer muy<br />

atractiva, pero padecía una neurosis maníaco-depresiva —<strong>en</strong>fermedad de<br />

varios miembros de la familia—; le costaba mucho esfuerzo mant<strong>en</strong>erse<br />

sobria y sus frecu<strong>en</strong>tes cambios de humor fueron un obstáculo tanto para<br />

la conviv<strong>en</strong>cia como para la relación amorosa con Gabriela. La aproximación-huida<br />

era su táctica psicológica: el impulso hacia la mujer que amaba,<br />

y luego el temor al compromiso, a la muerte, que la hacían desaparecer,<br />

después de provocar una riña para separarse con más facilidad. Gabriela<br />

Mistral padeció estas compulsiones psicológicas de Dana sin llegar a compr<strong>en</strong>der<br />

nunca que se debía más a un conflicto emocional (aproximaciónriesgo-huida)<br />

que al desamor o a la disparidad de culturas o de l<strong>en</strong>gua.<br />

Dana se aproximaba a Gabriela y luego la abandonaba, <strong>en</strong> medio de una<br />

crisis o de una pelea, para su desesperación, y cada vez que la creía perdida,<br />

ella volvía, conduciéndola al paraíso. «Yo necesito de tu pres<strong>en</strong>cia de<br />

una manera viol<strong>en</strong>ta, como del aire. Parece que estuviese vivi<strong>en</strong>do una<br />

asfixia. Es eso exactam<strong>en</strong>te. Tal vez fue una locura muy grande <strong>en</strong>trar <strong>en</strong><br />

esta pasión», le escribe <strong>en</strong> 1949.<br />

A m<strong>en</strong>udo, se queja de la falta de correspond<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el doble s<strong>en</strong>tido<br />

de la palabra: Doris, aus<strong>en</strong>te, no le escribe; no le escribe con la frecu<strong>en</strong>cia<br />

que ella lo necesita, lo desea, y su sil<strong>en</strong>cio le resulta inquietante, perturbador,<br />

angustioso. Y de correspond<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el otro s<strong>en</strong>tido: si<strong>en</strong>te que<br />

ama más, que la desea más; quizás por la difer<strong>en</strong>cia de edad, Dana puede<br />

derrochar el tiempo con otras amistades, otros vínculos, sin darse cu<strong>en</strong>ta<br />

de que para ella es ahora o nunca. Gabriela Mistral es consci<strong>en</strong>te de que<br />

105


Gabriela tomando mate. La acompañan Lucía<br />

Rodríguez, Auristela Iglesias y Amelia Rojas<br />

106<br />

no le queda mucho tiempo y no cesa de recordárselo a su amiga; no omite<br />

nunca los detalles de sus males físicos, el recrudecimi<strong>en</strong>to de su diabetes,<br />

o el progreso de su arterioesclerosis; esto le provoca ansiedad (¿qué hace<br />

Dana <strong>en</strong> New York con sus amistades <strong>en</strong> lugar de correr a su lado?) y por<br />

otro lado, su perman<strong>en</strong>tes quejas, sus reclamos, deb<strong>en</strong> asustar a la norteamericana<br />

(«tú eres de una raza mucho más fría», le reprocha.) Gabriela<br />

si<strong>en</strong>te ansiedad y culpa: ansiedad por la falta de tiempo vital;<br />

es una mujer ya vieja y <strong>en</strong>ferma que necesita ferozm<strong>en</strong>te<br />

vivir su última pasión a tiempo completo; culpa, porque<br />

al asediar a la jov<strong>en</strong>, cree alejarla de sí y actuar de manera<br />

egoísta.<br />

Por otra parte, asume un rol muy protector desde el<br />

punto de vista económico; las cartas están ll<strong>en</strong>as de detalles<br />

acerca de los numerosos giros de dinero, <strong>en</strong>vío de cheques,<br />

gastos que Gabriela cubre con mucho amor y g<strong>en</strong>erosidad:<br />

le compra desde los zapatos o la ropa hasta un auto, desde<br />

los viajes hasta la hipoteca de la casa. Ya decidida a que Doris<br />

sea su heredera universal y su albacea, se preocupa constantem<strong>en</strong>te<br />

por la situación financiera de la jov<strong>en</strong> (su padre<br />

había derrochado la fortuna familiar y la madre estaba <strong>en</strong>cerrada<br />

<strong>en</strong> una clínica psiquiátrica muy cara), le <strong>en</strong>vía dinero,<br />

establece una cu<strong>en</strong>ta común, procura que la jov<strong>en</strong> adquiera<br />

una casa para ambas <strong>en</strong> un lugar agradable, que no puede ser<br />

New York, porque Gabriela detesta esa ciudad y por fin, la nombra administradora<br />

de sus casas <strong>en</strong> California.<br />

A veces, la difer<strong>en</strong>cia de int<strong>en</strong>sidad (Gabriela apasionada, Doris más<br />

distante, más fría) hace reflexionar a la poeta chil<strong>en</strong>a. Así, <strong>en</strong> una carta de<br />

8 de <strong>en</strong>ero de 1950, escribe: «Sí, tú <strong>en</strong>cabezas la carta según lo actual:<br />

«querida… querida… querida». Pero ya pasó lo otro. En mí, no. Yo te<br />

digo: amor, amor, amor».<br />

Gabriela se muestra casi siempre apasionada pero insegura. Como los<br />

<strong>en</strong>amorados, teme perder a qui<strong>en</strong> desea. «No hay futuro para mí sino de<br />

una de estas cosas: o t<strong>en</strong>erte siempre conmigo, cosa que yo no puedo pret<strong>en</strong>der,<br />

o hacerme una conci<strong>en</strong>cia tranquila de que te voy a perder <strong>en</strong> uno<br />

o dos años más. ¿Dónde estuve yo contigo, donde yo fui tu compañero de<br />

toda la vida que me cuesta un torm<strong>en</strong>to tal perderte? ¿Qué tiempo llevo<br />

sin ti? ¿Son realm<strong>en</strong>te un mes y veinte días? Yo quisiera morirme pronto<br />

para evitarte a ti mi carga, esta esclavitud.»<br />

Pero el tiempo va transcurri<strong>en</strong>do, y Gabriela compr<strong>en</strong>de que si necesita<br />

y sueña vivir junto a su amada, la que ti<strong>en</strong>e que hacer el movimi<strong>en</strong>to y<br />

desplazami<strong>en</strong>to definitivo es ella. Pero no hacia New York, ciudad que detesta.<br />

Después de mil contratiempos, consigu<strong>en</strong> establecerse <strong>en</strong> California,<br />

que resulta una región muy agradable para la poeta chil<strong>en</strong>a; un pequeño<br />

pueblo ll<strong>en</strong>o de hermosos paisajes y colorido, rodeado de árboles. Pero<br />

como <strong>en</strong> los grandes amores románticos el final no puede ser feliz, la dicha<br />

es breve, porque muere al poco tiempo. Eso sí: con el sueño cumplido<br />

de t<strong>en</strong>er a Dana a su lado.


Casa de Gabriela Mistral y Doris Dana,<br />

Roslyn Harbor, California, ca. 1954<br />

Los celos<br />

Como <strong>en</strong> todo amor pasional, los<br />

celos aparec<strong>en</strong> varias veces <strong>en</strong> las<br />

cartas de Gabriela y por ellas se<br />

deduce que eran recíprocos.<br />

En julio de 1952, Gabriela le escribe:<br />

«Doris Dana: después de tu<br />

partida viol<strong>en</strong>ta y sin nombre —<br />

no sé cómo llamarla— y después<br />

de haber vivido yo tres días de un<br />

estado lam<strong>en</strong>table, llega esa carta<br />

tuya de París. No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do hasta<br />

hoy tu cólera brutal al partir y<br />

tampoco <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do esta carta normal,<br />

cordial y sin mancha de furor.<br />

¡Ilumine Dios mi cabeza porque<br />

no logro ver <strong>en</strong> claro cosa alguna!<br />

(…) Luego, el gesto y las voces<br />

con que pasaste por la puerta que<br />

estoy mirando, correspond<strong>en</strong> a<br />

algún choque muy fuerte conmigo,<br />

a una cólera viol<strong>en</strong>tísima y… a un<br />

golpe de odio, de odio puro.»<br />

Gabriela proclama su inoc<strong>en</strong>cia, su amor incondicional; es creída, y recibe,<br />

como premio, una carta de Dana que le restituye la alegría.<br />

Pero también la escritora chil<strong>en</strong>a padece crisis de celos; <strong>en</strong> especial,<br />

durante un breve período, si<strong>en</strong>te que la bella norteamericana se ha reconciliado<br />

con la hija de Thomas Mann y que a ella sólo le quedará el recuerdo<br />

de este amor.<br />

A pesar de estos ataques de celos, todo hace suponer que ni una ni otra<br />

se fueron infieles, y que la pres<strong>en</strong>cia de algunas mujeres cerca de Gabriela<br />

se debía más a sus <strong>en</strong>fermedades y necesidades domésticas que a otra<br />

cosa. En cuanto a Dana, sus huidas y sus viajes expresaban el temor a ser<br />

virtualm<strong>en</strong>te poseída por esta pasión que am<strong>en</strong>azaba con consumirla, con<br />

tragársela. Sin duda la escritora chil<strong>en</strong>a podía proporcionarle la estabilidad<br />

emocional de la que había carecido <strong>en</strong> la infancia, pero t<strong>en</strong>ía que <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse<br />

a varios conflictos: la mala salud de Gabriela Mistral, su futura muerte<br />

y el alejami<strong>en</strong>to de las dos personas de su familia a qui<strong>en</strong>es quería:<br />

Alberta, la madre, qui<strong>en</strong> vivió hasta 1970, pero pasó un largo período de<br />

reclusión <strong>en</strong> un hospital psiquiátrico y a qui<strong>en</strong> cuidó (pagó la clínica con el<br />

dinero que aportaba g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te la poeta chil<strong>en</strong>a), y de Leora, la hermana<br />

m<strong>en</strong>or de Dana, por la que s<strong>en</strong>tía un <strong>en</strong>orme cariño.<br />

El epílogo de su sobrina, Doris Atkinsons, es contund<strong>en</strong>te: «Creo que<br />

Leora fue la persona a la que Doris más amó <strong>en</strong> su vida. Leora le proporcionó<br />

cierta estabilidad emocional luego de la muerte de Gabriela. La<br />

muerte de Leora y la de Gabriela Mistral fueron las dos pérdidas de las<br />

cuales jamás pudo recuperarse».<br />

107


108<br />

En Roslyn Harbor, 1954, tres años antes<br />

de la muerte de Gabriela Mistral<br />

La vida nueva<br />

Doris Dana y Gabriela Mistral<br />

pudieron realizar el sueño de vivir<br />

juntas un par de años: desde<br />

1955 a la muerte de la poeta, <strong>en</strong><br />

1957. Y lo hicieron recogidas <strong>en</strong> la<br />

casa que Gabriela había comprado,<br />

<strong>en</strong> Roslyn Harbor, California:<br />

una casa con un huerto con flores,<br />

como siempre había deseado.<br />

Para vivir lo que llamó «una<br />

vida nueva», como Dante.<br />

A la luz de estas cartas y de otros testimonios que se irán conoci<strong>en</strong>do<br />

del legado de cuar<strong>en</strong>ta mil docum<strong>en</strong>tos donados a la Biblioteca Nacional<br />

de Chile, la interpretación de algunos de sus poemas será más transpar<strong>en</strong>te<br />

que nunca.<br />

Todas íbamos a ser reinas,<br />

de cuatro reinos sobre el mar:<br />

Rosalía con Ifig<strong>en</strong>ia<br />

y Lucila (1) con Soledad.<br />

En la tierra seremos remos,<br />

y de verídico remar,<br />

y si<strong>en</strong>do grandes nuestros remos,<br />

llegaremos todas a la mar.<br />

(1) El nombre verdadero de Gabriela Mistral era Lucila Godoy.<br />

Dana la sobrevivió fiel y solitariam<strong>en</strong>te cincu<strong>en</strong>ta años; custodió ese legado<br />

con extremo celo y devoción. No hizo alusiones públicas ni privadas<br />

a su relación con la poeta chil<strong>en</strong>a, pero <strong>en</strong>tre los objetos guardados cuidadosam<strong>en</strong>te<br />

del pasado <strong>en</strong> común, y expuestos hace unos años <strong>en</strong> la<br />

Biblioteca Nacional de Chile, destacaba un fonógrafo con un disco de 1953:<br />

«Secret love», cantado por Doris… Day. Y <strong>en</strong>tre los docum<strong>en</strong>tos que guardó<br />

<strong>en</strong> una caja fuerte, hasta su fallecimi<strong>en</strong>to, uno de los más apreciados es<br />

este manuscrito que le dedicó Gabriela Mistral:


Yo sé bi<strong>en</strong> que nadie, ninguna persona <strong>en</strong> este<br />

mundo, puede saber qué cosa es nuestra vida<br />

sino (excepto) nosotros mismos.<br />

La bella vida nuestra es tan imperceptible,<br />

tan delicada, por ll<strong>en</strong>a de imponderables, que<br />

casi no es posible verla. Es posible solam<strong>en</strong>te<br />

vivirla, gracias a Dios.<br />

Yo vivo <strong>en</strong> una especie de sueño, acordándome<br />

de todas las gracias que me has hecho.<br />

Y lo que vivo es una vida nueva, una vida<br />

que siempre yo he buscado nunca hallé. Es una<br />

cosa ella sacra y conc<strong>en</strong>trada.<br />

La vida sin ti es una cosa sin sangre, sin<br />

razón alguna. Tú eres «mi casa», mi hogar, tú<br />

misma. En ti está mi c<strong>en</strong>tro.<br />

(Y el solo quererte me purifica.) Ella es el<br />

abandono, la confianza completa.<br />

Yo sé que tú eres fiel como una piedra.<br />

Mi memoria es ahora un mundo, se vuelve<br />

un Universo vasto y completo. Y a la vez<br />

incompleto, porque ha crecido tanto aunque<br />

parecería que no pudiese crecer más.<br />

Ay, amor grave y tan dulce, tan sin peso a<br />

la vez. ¡Alegría mía!<br />

Descans<strong>en</strong> <strong>en</strong> paz.<br />

109


El poeta que quiso bailar<br />

NACHO SÁNCHEZ<br />

110


111


112<br />

1 Rafael Alberti distingue <strong>en</strong>tre poetas con ‘p’ minúscula<br />

y Poetas con ‘P’ mayúscula. Desde el principio consideramos<br />

a José Antonio Muñoz Rojas como gran ejemplo del segundo<br />

grupo y de ahí que <strong>en</strong> el título del docum<strong>en</strong>tal aparezca la<br />

palabra Poeta <strong>en</strong> mayúscula. Igual ocurre <strong>en</strong> todo este artículo.<br />

2 Conocido desde siempre <strong>en</strong> el mundillo literario,<br />

Muñoz Rojas no ha sido conocido más ampliam<strong>en</strong>te hasta la<br />

recuperación y reedición de muchos de sus libros gracias al<br />

cuidadoso trabajo llevado a cabo por Manuel Borrás y la editorial<br />

Pre-Textos.<br />

3 Entre otros: Hijo Predilecto de Andalucía (1992), Medalla<br />

de Oro de la Ciudad de Antequera (1992), Medalla de<br />

la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo (1995), Hijo<br />

Predilecto de Málaga (1998), Premio de Ensayo y Humanidad<br />

José Ortega y Gasset (1997), Premio Luis Góngora y Argote<br />

(1998), Premio Nacional de Poesía (2002), Premio Reina Sofía<br />

de Poesía Iberoamericana (2002), Medalla de la Fundación<br />

M<strong>en</strong>éndez Pelayo (2004), Premio Andalucía de la Crítica <strong>en</strong><br />

Narrativa (2007).<br />

«si no llega a ser por José antonio… ni se me hubiera oCurrido<br />

v<strong>en</strong>ir. Pero si es por él, cualquier cosa. Se lo merece todo. Pero, ¡<strong>en</strong><br />

qué sitio me habéis metido!». Las palabras son de María Victoria At<strong>en</strong>cia.<br />

La poeta malagueña las decía cuando se <strong>en</strong>contraba <strong>en</strong> mitad de un viñedo<br />

de la vega antequerana a casi 30 grados de temperatura. S<strong>en</strong>tada<br />

<strong>en</strong> una silla fr<strong>en</strong>te a una cámara de video. Sobre una tierra roja arcillosa<br />

cuyas viñas mostraban unas uvas embrionarias. La ilustre autora respondía<br />

allí a unas preguntas que formarían parte del docum<strong>en</strong>tal<br />

El Poeta sin tiempo. Y, a pesar del calor, María Victoria<br />

At<strong>en</strong>cia lo hacía con exactitud, sinceridad,<br />

gozo; demostrando un inm<strong>en</strong>so cariño<br />

hacia su bu<strong>en</strong> amigo y maestro José<br />

Antonio Muñoz Rojas. Fue una de las<br />

primeras <strong>en</strong>trevistas. Y, allí mismo, dijo<br />

algo que sirvió de guía para el resto de<br />

la película: «Muñoz Rojas es una persona<br />

s<strong>en</strong>cilla, íntima, profundam<strong>en</strong>te religiosa.<br />

Es un <strong>en</strong>canto de persona. Y su obra es<br />

<strong>en</strong>orme y grandiosa. Las dos cosas <strong>en</strong>cajan<br />

muy bi<strong>en</strong>. Se produce algo especial, como cuando<br />

se produce el milagro de un gran Poeta».<br />

Quizás residía ahí la dificultad de este docum<strong>en</strong>tal. En pret<strong>en</strong>der<br />

acercarse a ese milagro, a este Poeta con mayúscula 1 .<br />

Pero también a la Persona, también con ‘P’ mayúscula. El autor<br />

es conocido principalm<strong>en</strong>te por la poesía de libros como Cantos<br />

a Rosa, Abril del Alma o Las Cosas del Campo 2 , así como<br />

por sus numerosos premios 3 ; pero, a medida que se profundiza<br />

<strong>en</strong> su biografía, <strong>en</strong> su eterno apr<strong>en</strong>dizaje, su vida cotidiana consigue dejar<br />

su literatura incluso por debajo de su calidad humana. Y es cuando se descubre<br />

que la Persona y el Poeta son totalm<strong>en</strong>te inseparables. Así, aunque<br />

la película busca la manera de resumir ci<strong>en</strong> años de una vida completísima<br />

<strong>en</strong> poco más de una hora, finalm<strong>en</strong>te se ha convertido<br />

<strong>en</strong> mucho más que eso. Quizás sea ese el mayor descubrimi<strong>en</strong>to<br />

durante el proceso completo de la película:<br />

llegar a compr<strong>en</strong>der que la calidad literaria de Muñoz<br />

Rojas es, a veces, una simple anécdota fr<strong>en</strong>te a su calor<br />

humano, a su compr<strong>en</strong>sión natural, a su s<strong>en</strong>cillez bondadosa,<br />

a su s<strong>en</strong>tido de la amistad.<br />

Así, El Poeta sin tiempo suponía desde un principio<br />

la oportunidad de conocer la personalidad, la forma de<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>der la vida, el campo y el paso del tiempo de José<br />

Antonio Muñoz Rojas. De investigar acerca de todo ello<br />

y dar una visión lo más objetiva y real posible. El reto<br />

se completaba con la idea de conseguir un docum<strong>en</strong>tal<br />

basado <strong>en</strong> el mismo espíritu de s<strong>en</strong>cillez de la obra<br />

del Poeta. En eliminar casi cualquier artificio. En hacer<br />

olvidar que <strong>en</strong>tre el espectador y los personajes de la


María Victoria At<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> un viñedo de la vega antequerana<br />

película siempre hay una cámara por medio.<br />

En <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el día a día del Poeta, <strong>en</strong> su proceso<br />

creativo. Eso era lo más difícil <strong>en</strong> todo el<br />

proyecto. Ahora ya no podemos saber por el<br />

propio José Antonio si todo ello se ha conseguido<br />

o no. Así que ya solam<strong>en</strong>te puede ser<br />

el público el único juez que lo decida: ti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />

set<strong>en</strong>ta minutos para dar el veredicto.<br />

El universo creativo de Muñoz<br />

Rojas<br />

Las <strong>en</strong>trevistas (con pres<strong>en</strong>cia o no de la cámara)<br />

a algunas de las personas que mejor<br />

han conocido al autor aportaron muchísimo a<br />

la película. Pero si algo se ha apr<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el<br />

periodo de trabajo es que la es<strong>en</strong>cia de Muñoz<br />

Rojas se descubre realm<strong>en</strong>te de otra manera.<br />

La primera, parte de la propia lectura de<br />

4 Por qué me gustará tanto andar la tierra / arada, s<strong>en</strong>tir la tierra tanto.<br />

/ Andar, andar, aunque sea torpem<strong>en</strong>te. Extracto del libro Entre Otros Olvidos,<br />

Editorial Pre-Textos. Val<strong>en</strong>cia, 2001. Es sólo uno de los ejemplos que permit<strong>en</strong><br />

compr<strong>en</strong>der la es<strong>en</strong>cia literaria y humana de Muñoz Rojas.<br />

5 José Antonio Muñoz Rojas conocía el campo a la perfección. «Los que<br />

somos más urbanos y no lo conocemos bi<strong>en</strong>, pasamos por el campo sin luz. Pero<br />

cuando él le da el nombre, la cosa aflora otra vez: el nombre, la palabra, convoca<br />

otra palabra y a todo lo que va vi<strong>en</strong>do, flores, árboles, bichitos… a todo le daba<br />

su nombre, su nombre cotidiano… Y todo eso va remiti<strong>en</strong>do a otro mundo, que<br />

ti<strong>en</strong>e que ver con su proceso creativo. Lo que ve, al nombrarlo, acaba cobrando<br />

toda la expresividad». Son palabras de Enrique Ba<strong>en</strong>a pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>tes a El Poeta sin<br />

tiempo.<br />

6 Tu oficio, poeta, es contemplar, / que todo se te escriba d<strong>en</strong>tro; luego, /<br />

quizás leer allí mismo, quizás decir a los otros / lo que allí mismo, escrito, tú lees.<br />

Extracto del poema ‘Tu oficio, Poeta’, recogido, <strong>en</strong>tre otros, por Clara Martínez<br />

Mesa <strong>en</strong> su estudio La Alac<strong>en</strong>a Olvidada. José Antonio Muñoz Rojas. Obra Completa<br />

<strong>en</strong> Verso. Editorial Pre-Textos y Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.<br />

Val<strong>en</strong>cia-Madrid, 2008. Igualm<strong>en</strong>te, basta consultar el Glosario del mundo<br />

del campo que aparece <strong>en</strong> este excel<strong>en</strong>te trabajo realizado por Martínez Mesa<br />

para reconocer el dominio del vocabulario rural que poseía Muñoz Rojas.<br />

Entrevista a Eduardo Muñoz Bayo, uno de los hijos de José<br />

Antonio Muñoz Rojas<br />

la poesía del autor antequerano 4 . La segunda,<br />

surge del campo, de las jornadas de trabajo<br />

pasadas <strong>en</strong> la Vega de Antequera. Ambas resultaron,<br />

finalm<strong>en</strong>te, ser las claves para compr<strong>en</strong>der<br />

(aunque sea mínimam<strong>en</strong>te) la mirada<br />

del poeta antequerano hacia ese campo: o lo<br />

que es lo mismo, hacia la vida.<br />

La imag<strong>en</strong> obt<strong>en</strong>ida <strong>en</strong> esas horas de observación<br />

de cultivos, g<strong>en</strong>tes, fauna y paisajes,<br />

es el resultado del mismo proceso creativo<br />

que el poeta realizaba 5 <strong>en</strong> su trabajo y que<br />

nosotros quisimos experim<strong>en</strong>tar desde su<br />

mismo punto de vista; un procedimi<strong>en</strong>to que,<br />

además, también completa el pintor José Medina<br />

Galeote <strong>en</strong> el transcurso del docum<strong>en</strong>tal,<br />

mi<strong>en</strong>tras pret<strong>en</strong>de reflejar <strong>en</strong> sus li<strong>en</strong>zos y con<br />

el pincel lo que Muñoz Rojas <strong>en</strong> sus cuadernos<br />

y con la pluma. El resultado final (tanto de<br />

la cámara como del pincel) sólo logra ser un<br />

mínimo acercami<strong>en</strong>to a la mirada del poeta, a<br />

su universo creativo, a su poesía. Pero sí que<br />

reflejan la s<strong>en</strong>cillez y universalidad con la que<br />

el autor nos habla del campo <strong>en</strong> sus versos y,<br />

<strong>en</strong>tre líneas, de sí mismo.<br />

Sin olvidar que para eso quizás no hagan<br />

falta las imág<strong>en</strong>es de la película. Más bi<strong>en</strong> al<br />

contrario. Basta con pasear alguna vez por<br />

los cultivos que inundan la vega antequerana.<br />

Mirarlos olvidándose del mundanal ruido.<br />

Explorando su es<strong>en</strong>cia. Leer allí Las Cosas<br />

del Campo. Contemplar. Observar colores,<br />

formas, tamaños, detalles. Descubrir el ciclo<br />

vital que se repite una y otra vez. Todo cambia<br />

cada año <strong>en</strong> el campo. Y todo lo escribió el<br />

Poeta 6 .<br />

113


114<br />

Muñoz Rojas <strong>en</strong> su infancia<br />

En el campo<br />

En La Alhajuela<br />

Interior de la Casería del Conde<br />

«Un bellísimo capricho»<br />

Una veint<strong>en</strong>a de caballos se acerca al galope hacia la cámara. Se escucha<br />

cada vez más fuerte su carrera. Miran desafiantes al aparato y a la persona<br />

que lo está sost<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do. Corr<strong>en</strong> hacia él hasta que, finalm<strong>en</strong>te, parec<strong>en</strong><br />

querer evitar el choque y giran a su derecha. Con resignación pero con<br />

orgullo. Con soberbia. El sigui<strong>en</strong>te plano nos muestra un amplio picadero<br />

donde los animales, <strong>en</strong> una actividad casi fr<strong>en</strong>ética, no paran de moverse.<br />

Y lo hac<strong>en</strong> con una elegancia innata, al ritmo de un compás imaginario<br />

que demuestra su sangre árabe. Como también lo hace su característico<br />

tamaño o esas pequeñas orejas que tanto defin<strong>en</strong> a esta raza. De fondo se<br />

escucha la voz de José Antonio Muñoz Rojas, que se cruza un par de veces<br />

por delante de la cámara. La persona que registra la esc<strong>en</strong>a se lo advierte.<br />

«Papá, estás <strong>en</strong> medio». El que sosti<strong>en</strong>e la cámara es Eduardo, uno de<br />

sus hijos, que consiguió con una antigua videocámara preciosos planos.<br />

Eduardo ha permitido que esta grabación aparezca <strong>en</strong> el docum<strong>en</strong>tal. Y<br />

se ha convertido <strong>en</strong> una de las aportaciones más importantes a la película<br />

donde descubrimos y podemos ver el que ha sido prácticam<strong>en</strong>te el único<br />

lujo que se permitió el poeta: la cría de caballos árabes. «Era un bellísimo<br />

capricho», explica Eduardo. No hay duda. Si la estética y la belleza animal<br />

se un<strong>en</strong> al campo, el mejor ejemplo lo compon<strong>en</strong> estos caballos. Y es sólo<br />

uno de los docum<strong>en</strong>tos que, rescatados del ámbito familiar, compon<strong>en</strong><br />

ahora El Poeta sin tiempo.<br />

La intimidad del autor<br />

Las imág<strong>en</strong>es tanto fijas como <strong>en</strong> movimi<strong>en</strong>to han sido sólo unas muestras<br />

de las numerosas contribuciones de los hijos de Muñoz Rojas a esta<br />

película. Eduardo nos mostró las imág<strong>en</strong>es y las cedió sin dudarlo y su hijo<br />

Lucas (nieto del Poeta) nos regaló una preciosa secu<strong>en</strong>cia de recuerdos de<br />

infancia. Gracia nos <strong>en</strong>señó los álbumes fotográficos familiares <strong>en</strong> las que<br />

ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> el mundo adolesc<strong>en</strong>te y juv<strong>en</strong>il del autor; su hermano Rafael<br />

nos abrió de par <strong>en</strong> par las puertas de la Casería del Conde y permitió que<br />

la cámara recorriera una a una sus estancias mi<strong>en</strong>tras contaba anécdotas<br />

familiares. Desde el despacho personal del escritor hasta la vieja bodega:


Ruinas de La Alhajuela<br />

Entrevista al poeta sevillano Fernando Ortiz Dos rincones de Cambridge<br />

Entrevista a Clara Martínez Mesa,<br />

especialista <strong>en</strong> la obra de Muñoz Rojas<br />

7 Así al m<strong>en</strong>os adjetivaba a La Alhajuela <strong>en</strong><br />

el programa Negro sobre Blanco, de Televisión<br />

Española. La <strong>en</strong>trevista, realizada por Fernando<br />

Sánchez Dragó <strong>en</strong> 1998 es otro docum<strong>en</strong>to valiosísimo<br />

<strong>en</strong> sí mismo para conocer la idiosincrasia<br />

de Muñoz Rojas: <strong>en</strong> esa hora de magnífica charla<br />

<strong>en</strong>tre ambos escritores es posible conocer muy a<br />

fondo al Poeta antequerano.<br />

ese hermoso cortijo está ll<strong>en</strong>o de historia y naturaleza <strong>en</strong> cada rincón.<br />

Dice Clara Martínez Mesa que la mejor forma de conocer a José<br />

Antonio era pasear con él junto a Marilu (su mujer) <strong>en</strong> la Casería, hacerlo<br />

mi<strong>en</strong>tras se recogían fresas o nardos. Nunca pudimos hacerlo.<br />

Pero la gratitud y amabilidad de sus hijos, su compañía y sus palabras<br />

han sido la manera de descubrir <strong>en</strong> ellos al propio Muñoz Rojas; y de<br />

ad<strong>en</strong>trarnos <strong>en</strong> una intimidad, la del Poeta, <strong>en</strong> la que, curiosam<strong>en</strong>te,<br />

nunca se hablaba de literatura. Pero no una intimidad con factor morboso,<br />

sino como forma de llegar a la Persona que siempre estuvo por<br />

<strong>en</strong>cima del Poeta. De <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der los s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos y las decisiones tomadas<br />

<strong>en</strong> determinados mom<strong>en</strong>tos de su vida. Y también de compr<strong>en</strong>der<br />

sus raíces antequeranas y cómo éstas se han ido ramificando por distintos<br />

lugares.<br />

Son también los mom<strong>en</strong>tos especiales de un trabajo del que todo<br />

el equipo se ha s<strong>en</strong>tido privilegiado de poder llevar a cabo. Como lo ha<br />

sido probar el delicioso pastel de chocolate y té que preparan <strong>en</strong> la cocina<br />

de la Casería del Conde. O visitar el antiguo piso de Espalter donde<br />

residía Muñoz Rojas <strong>en</strong> Madrid desde el que disfrutar del Jardín Botánico<br />

que tantas veces recorrió el autor. O como lo ha sido charlar con<br />

un viejo librero de Cambridge que conocía bi<strong>en</strong> obras como Las Cosas<br />

del Campo mi<strong>en</strong>tras recorríamos set<strong>en</strong>ta años después las mismas<br />

115


8 El docum<strong>en</strong>tal cuanta con la participación de Manuel Borrás, editor de<br />

Pretextos; Fernando Ortiz, Álvaro García y José Mateos, poetas; María Victoria<br />

At<strong>en</strong>cia, poetisa; Enrique Ba<strong>en</strong>a y Julio Neira, filólogos; Clara Martínez Mesa,<br />

investigadora; Juan B<strong>en</strong>ítez, catedrático de Literatura; Laura Frías, secretaria de<br />

Muñoz Rojas; Allison Sinclair, hispanista; Gonzalo Anes, director de la Academia de<br />

la Historia; Eduardo Muñoz y Lucas Muñoz, hijo y nieto, respectivam<strong>en</strong>te, de José<br />

Antonio Muñoz Rojas; Sharon Smith, amiga del poeta; Francisco Torres, editor;<br />

Rafael Ballesteros, escritor; Jesús Martínez Labrador, escultor. Así como la colaboración<br />

especial del pintor José Medina Galeote y la de Antonio Carvajal, que pone<br />

voz a varios poemas.<br />

116<br />

La vega de Antequera con la Peña de los<br />

Enamorados al fondo<br />

calles que el autor pisó <strong>en</strong> los años treinta.<br />

Como lo ha sido pasear por las ruinas de La<br />

Alhajuela, un auténtico paraíso 7 . Un privilegio,<br />

hacer esta película, que sólo hubiese quedado<br />

completo si la hubiéramos podido compartir<br />

con él. Lástima que ya sea imposible.<br />

Respuestas a ci<strong>en</strong> años de vida<br />

Ci<strong>en</strong> años de vida dan para mucho. Antequera,<br />

Madrid, Málaga, Cambridge o Sevilla son<br />

algunos de sus esc<strong>en</strong>arios por los que este<br />

docum<strong>en</strong>tal también ha paseado de la mano<br />

del recuerdo del autor. Pero Muñoz Rojas<br />

parece haber aprovechado al máximo todos<br />

y cada uno de los minutos que ha vivido para<br />

conseguir conformar una biografía tan ext<strong>en</strong>sa<br />

como interesante. Y lo más increíble es que,<br />

cada vez que se profundiza, se descubre un<br />

nuevo aspecto sobre el Poeta que lo convierte<br />

<strong>en</strong> esa persona tan especial a la que todos sus<br />

amigos describ<strong>en</strong> y que todos ellos adoran.<br />

Es hablar con sus viejos compañeros y descubrir<br />

anécdotas que lo retratan a la perfección:<br />

desde su fuerte carácter hasta sus dotes<br />

de seductor. Es investigar sobre sus años <strong>en</strong><br />

Cambridge y apr<strong>en</strong>der cómo vivió una de las<br />

épocas más int<strong>en</strong>sas de la cultura <strong>en</strong> esa preciosa<br />

ciudad inglesa mi<strong>en</strong>tras compartía mesa<br />

o saludaba a Keynes, Wilson, Wittg<strong>en</strong>stein o<br />

Moore. Es acercarse a su labor <strong>en</strong> el Banco<br />

Urquijo para conocer historias que hablan de<br />

su humanidad y la importantísima labor de<br />

mec<strong>en</strong>azgo cultural que desarrolló desde Madrid<br />

<strong>en</strong> unos años tan grises para lo cultural.<br />

Es leer las cartas que se escribía con Vic<strong>en</strong>te<br />

Aleixandre o Dámaso Alonso para descubrir<br />

lo <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te culto que era Muñoz Rojas<br />

y hasta qué punto la amistad era para él un<br />

sacram<strong>en</strong>to. Es conversar con la g<strong>en</strong>te del<br />

campo para descubrir que el Poeta era, sin<br />

dudarlo, un hombre de campo hecho <strong>en</strong> el<br />

campo.<br />

El Poeta sin tiempo cu<strong>en</strong>ta para hablar<br />

de todo ello con magníficas aportaciones de<br />

aquellos que han querido y podido aportar su<br />

granito de ar<strong>en</strong>a. Son diecisiete testimonios 8<br />

que, de una u otra manera, sirv<strong>en</strong> para conocer<br />

quién ha sido el Poeta, cuál es su impor-


9 La Gran Musaraña.<br />

José Antonio Muñoz<br />

Rojas. Editorial Pre-<br />

Textos. Val<strong>en</strong>cia, 1994.<br />

Páginas 163 a 174.<br />

tancia literaria y el porqué de esa grandeza<br />

humana. Las respuestas se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran <strong>en</strong><br />

anécdotas, recuerdos, poemas; <strong>en</strong> el int<strong>en</strong>to<br />

de conocer su relación con el campo, con la<br />

mujer, con su familia, con la literatura o con<br />

Antequera. También <strong>en</strong> su humildad (o no)<br />

fr<strong>en</strong>te a la publicación literaria. En su infancia<br />

antequerana, su adolesc<strong>en</strong>cia madrileña, su<br />

madurez malagueña o su retiro antequerano.<br />

En su increíble huida a Inglaterra a bordo del<br />

Worcester vía Gibraltar 9 . En la imposibilidad<br />

de imponerle etiquetas literarias o adscribirlo<br />

a cualquier g<strong>en</strong>eración. Respuestas que no<br />

dejan duda <strong>en</strong> considerar a José Antonio<br />

Muñoz Rojas un Poeta sin tiempo.<br />

Pero un Poeta al que, a pesar de sus casi<br />

ci<strong>en</strong> años de vida, aún quedaron cosas p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes.<br />

«Cuando le preguntan últimam<strong>en</strong>te<br />

qué le hubiera gustado hacer, qué echa de<br />

m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> su vida, él dice que es bailar. Lo<br />

que más le hubiera gustado <strong>en</strong> su vida es<br />

ser un bu<strong>en</strong> bailarín». Lo contaba su hijo<br />

Eduardo cuando su padre aún estaba con<br />

vida. Una frase que dice mucho porque, ésa,<br />

precisam<strong>en</strong>te, es la es<strong>en</strong>cia humana de José<br />

Antonio Muñoz Rojas. Después de todo, el<br />

Poeta lo que quería, era bailar.<br />

El Poeta sin tiempo<br />

El Poeta sin tiempo es una producción de El<br />

Árbol Boca Abajo bajo la dirección de Nacho<br />

Sánchez y Jorge Peña. Cu<strong>en</strong>ta con la banda<br />

sonora original de Adolfo Langa y José Infiesta,<br />

así como la colaboración musical de<br />

Miguel Poveda y Sandra Mostazo. No hay<br />

que olvidar, por supuesto, el apoyo recibido<br />

por parte de diversas instituciones para la<br />

realización de este docum<strong>en</strong>tal. La Consejería<br />

de Cultura de la Junta de Andalucía, la Obra<br />

Social de Unicaja, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones<br />

Culturales del Ministerio de<br />

Cultura, la Diputación Provincial de Málaga,<br />

el C<strong>en</strong>tro de Tecnología de la Imag<strong>en</strong> (CTI) de<br />

la Universidad de Málaga y el Ayuntami<strong>en</strong>to<br />

de Antequera. Además, de una u otra manera<br />

han colaborado con la película la empresa<br />

Malaparte Producciones, el Teatro Cánovas de<br />

Málaga y el C<strong>en</strong>tro de Ediciones de la Diputación<br />

Provincial de Málaga (Cedma).<br />

Para más información sobre El Poeta sin<br />

tiempo: www.elpoetasintiempo.es<br />

117


J. A. Muñoz Rojas


Arturo Díez Boscovich<br />

Poema de José Antonio Muñoz Rojas «Perdió la cabeza»,<br />

del libro Objetos perdidos, musicado por Arturo Díez Boscovich


EL YO DE LOS<br />

OBJETOS. Al-<br />

gunasconsidera- ciones a propósi-<br />

to de El accid<strong>en</strong>-<br />

te, de Jorge Go-<br />

m e s M i r a n d a<br />

Antonio Lafarque<br />

Mor<strong>en</strong>o Villa, 1924-26


122<br />

Karl Philipp Moritz por Karl<br />

Schumann (1791)<br />

Goethe por Georg Oswald<br />

May (1779, grabado)<br />

Johann Peter Eckermann por<br />

Johann Joseph<br />

Sobre los objetos<br />

A Rafael Fombellida y José Andújar<br />

... el honor de estar <strong>en</strong>tre las cosas.<br />

Carlos Marzal<br />

Jorge gomes miranda (oporto, 1965), poeta,<br />

crítico y traductor muy ligado a la literatura española por<br />

sus <strong>en</strong>sayos y artículos sobre la obra de los hermanos Machado,<br />

Cernuda, Brines, Gil de Biedma y Aleixandre, <strong>en</strong>tre otros,<br />

ha visto publicado su libro El accid<strong>en</strong>te (Quálea, 2009), <strong>en</strong> edición<br />

bilingüe con traducción de José Ángel Cilleruelo. Este admirable poemario<br />

impreso originalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Lisboa <strong>en</strong> 2007 se inscribe <strong>en</strong> una tradición mil<strong>en</strong>aria:<br />

hacer de los objetos el c<strong>en</strong>tro de at<strong>en</strong>ción creativa. Gomes Miranda<br />

ha ido más lejos, ha conseguido abrir una nueva ruta de exploración.<br />

Desde la Antigüedad hasta el pres<strong>en</strong>te los objetos han sido motivo de<br />

deseo y desvelo de arqueólogos, escritores, pintores, filósofos, psicólogos,<br />

escultores, fotógrafos…, por lo g<strong>en</strong>eral <strong>en</strong> calidad de espectadores mudos<br />

y, <strong>en</strong> m<strong>en</strong>or medida, como parlantes, verdaderos testigos con voz y opinión<br />

propias, altavoces que conviert<strong>en</strong> <strong>en</strong> señales audibles —palabras— la<br />

información s<strong>en</strong>sorial dispersa <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te.<br />

El prerromántico alemán Karl Philipp Moritz, discípulo de Goethe,<br />

manifestó por boca de su personaje Andreas Hartknopf, <strong>en</strong> la novela autobiográfica<br />

homónima, «s<strong>en</strong>tirse muy seguro <strong>en</strong> el conjunto de las cosas» 1 ,<br />

debido con bastante probabilidad a que su vida fue un continuo sobresalto<br />

material y moral que acabó trágicam<strong>en</strong>te por tuberculosis a los 36 años,<br />

tras haber sobrevivido a un int<strong>en</strong>to de suicidio. Las cosas materiales le<br />

ofrecieron un refugio que no halló <strong>en</strong> el <strong>en</strong>torno familiar durante la niñez<br />

y una perspectiva evocadora capaz de dar «una oscura noticia de nuestra<br />

vida <strong>en</strong>tera, y quizá de nuestra exist<strong>en</strong>cia» 2 .<br />

El desmesurado anhelo de sabiduría que atesoraba Goethe —escritor,<br />

abogado, filósofo, ci<strong>en</strong>tífico interesado <strong>en</strong> la medicina, la geología y la<br />

óptica— le facilitó discurrir acerca de las cosas. En 1797 empr<strong>en</strong>de viaje<br />

a Suiza junto a su íntimo amigo el pintor Johann Heinrich Meyer, qui<strong>en</strong><br />

años después dirigiría la Academia de Pintura de Weimar. Hablaron del<br />

papel de los objetos <strong>en</strong> las artes plásticas y a finales de 1823 recuerda esa<br />

conversación con su secretario Johann Peter Ec-<br />

1 Karl Philipp Moritz, Andreas<br />

Hartknopf. I. Alegoría, 1785; citado por<br />

Albert Béguin, El alma romántica y el<br />

sueño, trad. de Mario Monteforte Toledo,<br />

México, Fondo de Cultura Económica,<br />

1954, p. 66.<br />

2 Ibid., p. 67.<br />

3 Johann Peter Eckermann, Conversaciones<br />

con Goethe <strong>en</strong> los últimos años<br />

de su vida, trad. de José Pérez Bances,<br />

Madrid, Espasa-Calpe, 1943, p. 76.<br />

4 Albert Béguin, op. cit., p. 89.<br />

kermann, y s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia: «¿Y qué otra cosa hay más<br />

importante que los objetos? La teoría del arte<br />

nada vale sin ellos» 3 . Tan categórica afirmación<br />

pone de manifiesto la pret<strong>en</strong>sión de repres<strong>en</strong>tar<br />

lo universal <strong>en</strong> lo elem<strong>en</strong>tal y, asimismo, evid<strong>en</strong>cia<br />

una concepción estética del arte concordante<br />

con el temperam<strong>en</strong>to metódico de Goethe, de<br />

qui<strong>en</strong> Albert Béguin dijo que «se inclina sobre las<br />

formas concretas con mayor placer que sobre su<br />

significado» 4 . El autor de Las afinidades electivas


Charles Baudelaire<br />

(foto Nadar)<br />

Stéphane Mallarmé<br />

(foto Nadar)<br />

5 Donald A. Norman,<br />

La psicología de los objetos<br />

cotidianos, trad. de Fernando<br />

Santos Fontela, Donostia, Nerea,<br />

2006, p. 26.<br />

6 Irving Biederman,<br />

«Recognition-by-compon<strong>en</strong>ts:<br />

A theory of human image understanding»,<br />

<strong>en</strong> Psychological<br />

Review, vol. 94, nº 2, abril<br />

1987, pp. 115-147.<br />

se s<strong>en</strong>tía subyugado por los<br />

objetos, como lo demuestran<br />

los fondos del museo que<br />

lleva su nombre <strong>en</strong> Düsseldorf.<br />

La colección reúne unas<br />

cincu<strong>en</strong>ta mil piezas de las<br />

que se expon<strong>en</strong> mil <strong>en</strong>tre<br />

medallas, cartas, porcelanas,<br />

bustos, vasos...<br />

Al parecer una parte importante<br />

de esa cantidad pert<strong>en</strong>eció<br />

a Goethe. A primera vista se diría que<br />

es excesiva para una vivi<strong>en</strong>da. Sin embargo,<br />

Donald Norman, especialista <strong>en</strong> psicología<br />

cognitiva y profesor emérito de la Universidad<br />

de California, tras efectuar un recu<strong>en</strong>to opina<br />

que «el número de objetos cotidianos es<br />

asombroso, quizá veinte mil […] Hay lámparas,<br />

bombillas y <strong>en</strong>chufes; apliques y tornillos;<br />

relojes de pulsera, despertadores y correas<br />

de reloj. Hay cosas para escribir […] Hay artículos<br />

de vestir con difer<strong>en</strong>tes funciones,<br />

aperturas y solapas. Observemos la<br />

diversidad de materiales y piezas.<br />

Observemos la variedad de cierres:<br />

botones, cremalleras, automáticos,<br />

cordones. Contemplemos<br />

todos los muebles y ut<strong>en</strong>silios<br />

para comer: tantísimos<br />

detalles, cada uno de los cuales<br />

sirve alguna función <strong>en</strong> cuanto<br />

a fabricación, utilización o aspecto.<br />

Observemos el lugar donde<br />

trabajamos. Hay clips,<br />

tijeras, cuadernos,<br />

revistas, libros […]<br />

Además, muchos de los objetos están hechos<br />

de muchas piezas» 5 . Vista así, la cifra empieza<br />

a t<strong>en</strong>er s<strong>en</strong>tido aunque se queda corta para<br />

Irving Biederman. Este psicólogo especializado<br />

<strong>en</strong> el estudio de la percepción y director<br />

del Laboratorio de Interpretación de Imág<strong>en</strong>es<br />

de la Universidad del Sur de California, calcula<br />

que exist<strong>en</strong> aproximadam<strong>en</strong>te treinta mil objetos<br />

distinguibles por las personas adultas 6 . A<br />

pesar de las refer<strong>en</strong>cias ci<strong>en</strong>tíficas el número<br />

<strong>en</strong> abstracto causa asombro y da que p<strong>en</strong>sar<br />

sobre el tiempo empleado, de modo no consci<strong>en</strong>te,<br />

<strong>en</strong> su contemplación, percepción y<br />

conocimi<strong>en</strong>to.<br />

Los poetas no podían ser aj<strong>en</strong>os al asunto.<br />

Listar los nombres que han fijado su mirada<br />

<strong>en</strong> las cosas sería interminable. Charles<br />

Baudelaire, que comparecerá varias veces <strong>en</strong><br />

estas páginas, equipó de alma a determinados<br />

objetos. Por una estrofa de «Invitación<br />

al viaje» (Las flores del mal, 1857) desfilan<br />

muebles y espejos capacitados para hablar <strong>en</strong><br />

la intimidad al alma humana, de igual a igual.<br />

En la versión homónima <strong>en</strong> prosa, aparecida<br />

<strong>en</strong> Le Prés<strong>en</strong>t <strong>en</strong> agosto de 1857, Baudelaire se<br />

aparta de la concisión exhibida <strong>en</strong> verso y describe<br />

idénticos muebles por algunos detalles<br />

de diseño (cajones y cerraduras recónditas)<br />

que sólo ost<strong>en</strong>tan los secrétaires, lo que le<br />

sirve para completar la metáfora con el alma<br />

humana. Los espejos, los mismos muebles y<br />

los objetos decorativos <strong>en</strong>tonan una sinfonía<br />

sil<strong>en</strong>te y despr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> una fragancia ori<strong>en</strong>tal<br />

que <strong>en</strong>vuelve a la habitación <strong>en</strong> un ambi<strong>en</strong>te<br />

seductor y propicio a la confid<strong>en</strong>cia. Sin estos<br />

detalles de los objetos no ha lugar al viaje de<br />

los amantes.<br />

Cuando el periodista francés Jules Huret,<br />

mediante una <strong>en</strong>cuesta para L’Écho de<br />

Paris, solicitó la opinión sobre la evolución<br />

de la literatura a ses<strong>en</strong>ta y cuatro escritores<br />

(Goncourt, Zola, Huysmans, Anatole France,<br />

Verlaine, Maeterlinck, Leconte de Lisle,<br />

Maupassant...), acaso no imaginó que las<br />

respuestas de Stéphane Mallarmé <strong>en</strong>cerrarían<br />

una poética de inestimable valor. En poco<br />

más de una página Mallarmé, incorporado<br />

al capítulo dedicado a los simbolistas y decad<strong>en</strong>tes,<br />

se sacude con elegancia el polvo<br />

parnasiano: «Siempre debe haber <strong>en</strong>igma <strong>en</strong><br />

123


124<br />

Manuscrito de O Guardador de<br />

Rebanhos<br />

Fernando Pessoa<br />

la poesía. El fin de la literatura —no exist<strong>en</strong> otras metas— es evocar los<br />

objetos» 7 . Evocar susurrando, llamando <strong>en</strong> voz baja para no despertar al<br />

objeto, pues «nombrar un objeto es suprimir las tres cuartas partes del<br />

goce del poema, que está hecho de la satisfacción de ir adivinándolo poco<br />

a poco; sugerirlo, he ahí el sueño. El uso perfecto de ese misterio constituye<br />

el símbolo: evocar paso a paso un objeto para mostrar un estado<br />

de alma o, al contrario, elegir un objeto y liberar de él un estado de alma<br />

mediante una serie de averiguaciones» 8 . Interesa, pues, la es<strong>en</strong>cia de las<br />

cosas, el precipitado que decanta tras la dilución de las formas a medida<br />

que la palabra nombra. Javier del Prado, estudioso de Mallarmé, com<strong>en</strong>ta<br />

al respecto que la difuminación del objeto <strong>en</strong> el texto responde al «juego<br />

de analogías imaginarias que ti<strong>en</strong>e para la experi<strong>en</strong>cia del creador» y que<br />

éste «pret<strong>en</strong>de recrear <strong>en</strong> la conci<strong>en</strong>cia del lector» 9 . Pero no todo empieza<br />

y termina ahí. Añadamos que se trata de la verdadera libertad de creación<br />

que inmiscuye como copartícipe al lector. Inmediatam<strong>en</strong>te antes de la<br />

reflexión sobre los objetos y los estados de alma, Mallarmé reprocha a los<br />

parnasianos su nula capacidad de sorpresa al mostrar las cosas tal cual<br />

apar<strong>en</strong>tan ser. En la época el lector quedaba fuera del juego, ciego para<br />

ver más allá del texto, sin alas la imaginación para despegar de la página<br />

escrita. La supremacía del l<strong>en</strong>guaje sobre la evid<strong>en</strong>cia facilita el revelado<br />

de la cara oculta de los objetos, del yo de las cosas <strong>en</strong>cubierto detrás de la<br />

fisonomía y que sale a la luz por obra del poeta. Las especulaciones alrededor<br />

de las influ<strong>en</strong>cias de las analogías del autor sobre la s<strong>en</strong>sibilidad de<br />

los lectores las cerró Mallarmé <strong>en</strong> 1864 al escribir el breve e indisp<strong>en</strong>sable<br />

«El demonio de la analogía».<br />

En España, un implorante Juan Ramón Jiménez pide al conocimi<strong>en</strong>to<br />

capacidad creativa, nombrar y fundar al unísono: «¡Intelij<strong>en</strong>cia, dame /<br />

el nombre exacto de las cosas!» (Eternidades, 1918). El anhelo de que la<br />

palabra no sólo repres<strong>en</strong>te sino que también sea la cosa <strong>en</strong> sí involucra al<br />

alma, principio de movimi<strong>en</strong>to e id<strong>en</strong>tidad de variadas religiones y filosofías.<br />

Las cosas de Juan Ramón Jiménez son algo más que simples objetos,<br />

interpretación que <strong>en</strong>laza con los p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos relativos al asunto escritos<br />

por sus contemporáneos. Sin ir más lejos, Fernando Pessoa —compañía<br />

frecu<strong>en</strong>tada por Gomes Miranda— retoma la tesis de Baudelaire:<br />

«Donde hay forma hay alma […] no hay error humano, ni literario, <strong>en</strong><br />

atribuir alma a las cosas que llamamos inanimadas. Ser una cosa es ser<br />

objeto de una atribución» 10 . Pessoa apura el com<strong>en</strong>tario hasta la médula<br />

pues dinamita la cre<strong>en</strong>cia secular concerni<strong>en</strong>te a la inanimidad de los<br />

objetos y busca un horizonte de certeza: la escritura, ese lugar donde se<br />

7 Jules Huret, Enquête sur l’évolution littéraire,<br />

Paris, Bibliothèque Charp<strong>en</strong>tier, 1891, p. 61.<br />

8 Ibid., p. 60.<br />

9 Javier del Prado, «Estudio previo», <strong>en</strong> Stéphane<br />

Mallarmé, Prosas, ed. de Javier del Prado y José<br />

Antonio Millán, Madrid, Alfaguara, 1987, p. XXI.<br />

10 Fernando Pessoa, Libro del desasosiego, trad.<br />

de Perfecto E. Cuadrado, Barcelona, Acantilado, 2006,<br />

p. 73.<br />

11 Fernando Pessoa, Poesía completa de Alberto<br />

Caeiro, ed. de Manuel Moya, Barcelona, DVD, 2009,<br />

p. 117.<br />

12 Ibid., p. 117.<br />

si<strong>en</strong>te amparado por sus heterónimos. Uno<br />

de ellos, Alberto Caeiro, se preguntaba <strong>en</strong><br />

El guardador de rebaños, iniciado <strong>en</strong> 1914:<br />

«¿Dónde está el misterio de las cosas?» 11 ,<br />

duda previsible del Pessoa ortónimo, el crey<strong>en</strong>te<br />

animista interesado por el esoterismo,<br />

pero Caeiro, más apegado al mundo tangible,<br />

se muestra escéptico y rotundo a la vez: «las<br />

cosas no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> significado, sino exist<strong>en</strong>cia.<br />

/ Las cosas son el único s<strong>en</strong>tido oculto de<br />

las cosas» 12 . Conocer su exist<strong>en</strong>cia resulta


Jean Baudrillard<br />

Anne Michaels<br />

Chema Madoz (1999 y 2001)<br />

13 Ibid., p. 117.<br />

14 Jean Baudrillard, El sistema de los objetos,<br />

trad. de Francisco González Aramburu, México,<br />

Siglo XXI, 1969, p. 27.<br />

15 Ibid., pp. 50-51.<br />

16 Anne Michaels, «Lago Two Rivers», <strong>en</strong><br />

El peso de las naranjas & Miner’s Pond, trad. de<br />

Jaime Priede, Madrid, Bartleby, 2001, p. 15.<br />

17 Roberto Juarroz, Poesía y realidad, Val<strong>en</strong>cia,<br />

Pre-Textos, 2000, p. 40.<br />

tan sufici<strong>en</strong>te que ironiza <strong>en</strong> torno a los razonami<strong>en</strong>tos de los filósofos y<br />

las fantasías de los poetas <strong>en</strong> sus int<strong>en</strong>tos de explicar lo que no necesita<br />

p<strong>en</strong>sarse. Basta mirar y fundirse con el fluir natural: «Siempre que miro<br />

las cosas y pi<strong>en</strong>so <strong>en</strong> lo que los hombres pi<strong>en</strong>san de ellas, / río como el<br />

regato que su<strong>en</strong>a fresco <strong>en</strong> una piedra» 13 .<br />

Se ha llegado a apuntar que los objetos modifican la conducta humana.<br />

Jean Baudrillard dedicó la tesis doctoral al tema. En El sistema de los<br />

objetos posa la mirada <strong>en</strong> el significado de las cosas cotidianas. Para el<br />

filósofo y sociólogo francés pose<strong>en</strong> capacidad de comunicación más allá<br />

del s<strong>en</strong>tido práctico pues son «vaso de lo imaginario» 14 . Y añade: «si se<br />

observan de cerca los muebles y los objetos contemporáneos se ve que<br />

conversan ya con el mismo tal<strong>en</strong>to que el que mostrarán los invitados» 15 .<br />

Llama la at<strong>en</strong>ción la contund<strong>en</strong>cia aseverativa <strong>en</strong> torno a las capacidades<br />

de los elem<strong>en</strong>tos decorativos, pero igualm<strong>en</strong>te resulta curiosa la refer<strong>en</strong>cia<br />

a lo imaginario porque puede <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse como la <strong>en</strong>trada a lo s<strong>en</strong>sorial.<br />

Si, de forma voluntaria o involuntaria, depositamos <strong>en</strong> las cosas parte de<br />

nuestra s<strong>en</strong>sibilidad estamos t<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do pu<strong>en</strong>tes <strong>en</strong>tre la fisicidad del objeto<br />

y el espíritu poético que mueve una parte de nuestra facultad s<strong>en</strong>sitiva.<br />

Pu<strong>en</strong>tes de doble dirección. Por una circula Baudrillard con su hipótesis;<br />

<strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido contrario, la canadi<strong>en</strong>se Anne Michaels testimonia el poder de<br />

p<strong>en</strong>etración de la mirada <strong>en</strong> la materia, la influ<strong>en</strong>cia de las personas sobre<br />

los objetos: «Cuanto más miras una cosa, / más se transforma» 16 . Parece<br />

fotógrafa antes que poeta.<br />

Y poeta antes que fotógrafo apar<strong>en</strong>ta ser<br />

Chema Madoz. Con su inconfundible estilo, este<br />

g<strong>en</strong>io de la metáfora visual sublima los objetos<br />

hasta convertirlos <strong>en</strong> iconos poéticos y, respetando<br />

es<strong>en</strong>cia y morfología, descubre significados<br />

y funcionalidades imp<strong>en</strong>sables a primera vista:<br />

una pipa con el conducto del humo agujereado<br />

resulta un saxofón; unas tijeras de manicura susp<strong>en</strong>didas<br />

<strong>en</strong> el aire, un Concorde despegando;<br />

una rejilla del alcantarillado, un escurreplatos.<br />

Madoz escribe con la mirada y reord<strong>en</strong>a nuestros<br />

imaginarios. Sus fotografías, desnudas de<br />

acompañami<strong>en</strong>tos efectistas, simulan acertijos o<br />

simpáticas bromas, pero de inmediato el espectador<br />

si<strong>en</strong>te el vértigo ante lo desconocido. Sin<br />

remedio, se balancea <strong>en</strong>tre la realidad y la ficción, territorios colindantes<br />

que compart<strong>en</strong> frontera con una tierra de nadie: el sueño. Los objetos de<br />

Madoz están <strong>en</strong> ese no-lugar tan rico <strong>en</strong> significados.<br />

Roberto Juarroz busca ubicación para ellos <strong>en</strong> un lugar abstracto: «el<br />

espacio de las cosas / es uno solo» (Poesía vertical, 1965), pues considera<br />

que el contorno de los objetos delimita el sitio inaccesible, reservado exclusivam<strong>en</strong>te<br />

a ellos, donde conviv<strong>en</strong>. Juarroz afina las consideraciones de<br />

Caeiro sobre la objetiva exist<strong>en</strong>cia temporal de las cosas, confiriéndoles<br />

la unidad espacio-temporal que les permite sobrevivir, <strong>en</strong> apari<strong>en</strong>cia, sin<br />

desgaste. Importa sobremanera acercarlas a nuestro <strong>en</strong>torno para <strong>en</strong>riquecernos<br />

descubri<strong>en</strong>do su «otro lado […] lo que parecía no ser» 17 , sin dejarnos<br />

<strong>en</strong>gañar por las apari<strong>en</strong>cias o por los nombres. En lo que de g<strong>en</strong>érico<br />

125


126<br />

M. C. Escher Sky and water I (1938,<br />

xilografía <strong>en</strong> dos tintas)<br />

Oscar Reutersvärd Opus 1, 1934<br />

Jacques Carleman Herrami<strong>en</strong>tas<br />

prehistóricas de sílex<br />

P, H y T de Alphabet r<strong>en</strong>deZvous de Tsuneo Taniuchi, 1981<br />

Miwa Miwa Imposible alphabet, 2005<br />

18 Bruno d’Amore,<br />

«Oscar Reutersvärd», <strong>en</strong><br />

Relieme, vol. 8, nº 3, noviembre<br />

2005, pp. 379-382.<br />

ti<strong>en</strong><strong>en</strong> está su valor de comunicación, y <strong>en</strong> lo<br />

que ocultan, su valor poético.<br />

En ese lugar abstracto de Juarroz cabrían<br />

los d<strong>en</strong>ominados objetos imposibles, figuras<br />

imaginarias cuya plasmación acontece sobre<br />

el papel porque sus tres dim<strong>en</strong>siones son<br />

reales sólo <strong>en</strong> la imaginación. Han sido pasto<br />

de juegos matemáticos y sigu<strong>en</strong> cautivando<br />

por su natural imposibilidad de ser. Están<br />

sobre el plano, nada más. Su exist<strong>en</strong>cia es<br />

pura geometría. El sueco Oscar Reutersvärd,<br />

pionero <strong>en</strong> este campo, imaginó más de dos<br />

mil quini<strong>en</strong>tos, el primero de los cuales fue<br />

«Opus 1» (1934), un triángulo formado por<br />

pequeños cubos que ti<strong>en</strong>e el mismo número<br />

de lados y perspectivas y todas resultan ser<br />

falsas. Al mirarlo el cerebro int<strong>en</strong>ta acomodar<br />

aquello que la vista rechaza 18 . La popularidad<br />

de estos objetos se debe al artista holandés<br />

Maurits Cornelis Escher, conocido como M.<br />

C. Escher, cuyos macizos dibujos y litografías<br />

fueron y sigu<strong>en</strong> si<strong>en</strong>do reproducidos hasta la<br />

saciedad. Cansado de tantas copias ilegales,<br />

al final de su vida creativa destruyó planchas<br />

y originales. Calificó su obra como un divertim<strong>en</strong>to:<br />

«Todos mis trabajos son juegos.<br />

Juegos serios». M<strong>en</strong>or formalidad exhibe<br />

Jacques Carelman, pintor, escultor e ilustrador<br />

marsellés, autor del Catálogo de objetos<br />

imposibles (1969) que parodia los ut<strong>en</strong>silios<br />

cotidianos, rebajándolos con sarcasmo hasta<br />

la disfuncionalidad absoluta, como la cafetera<br />

con asa y boquilla de salida <strong>en</strong> la misma vertical.<br />

Diríamos que se trata de un surrealismo<br />

intrasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te. Para él se ha acuñado el término<br />

gag-art.<br />

Aplicando la imaginación a los elem<strong>en</strong>tos<br />

de la escritura con un s<strong>en</strong>tido lúdico, algunos<br />

artistas han dado una vuelta de tuerca a<br />

los objetos imposibles. El alfabeto romano,<br />

<strong>en</strong> apari<strong>en</strong>cia tridim<strong>en</strong>sional, del japonés<br />

Tsuneo Taniuchi («Alphabet r<strong>en</strong>deZvous»,<br />

1981) recuerda un rompecabezas o un mecano<br />

de la caligrafía porque las piezas son paralelepípedos<br />

perfilados que combinan <strong>en</strong>tre sí<br />

de modo insólito formando letras siamesas.<br />

Sobre fondo negro las aristas blancas flotan<br />

ingrávidas mi<strong>en</strong>tras la mirada procura separar<br />

cada unidad y aislarla m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te. El italiano<br />

Ferrario, el sueco Malmgre<strong>en</strong>, el japonés


La A del alfabeto imposible<br />

de Vic<strong>en</strong>te Meavilla<br />

Martin Heidegger<br />

Paul Valéry<br />

19 Paul Valéry, «Stéphane Mallarmé», <strong>en</strong><br />

Estudios literarios, trad. de Juan Carlos Díaz de<br />

Atauri, Madrid, Visor Distribuciones, 1995, p.<br />

247. 20 Vic<strong>en</strong>te Lull, Los objetos distinguidos.<br />

La arqueología como excusa, Barcelona, Bellaterra,<br />

2007, p. 150.<br />

21 Michel Foucault, Las palabras y las<br />

cosas. Una arqueología de las ci<strong>en</strong>cias, trad. de<br />

Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI, 1971, pp.<br />

122-123.<br />

Miwa Miwa y el m<strong>en</strong>orquín Vic<strong>en</strong>te Meavilla han firmado otros alfabetos<br />

imposibles.<br />

No debe extrañar que las letras reciban tratami<strong>en</strong>to de objetos. Mallarmé<br />

consideraba insufici<strong>en</strong>te <strong>en</strong>contrar una palabra o una expresión<br />

deslumbrantes e incluirlas, sin más, <strong>en</strong> el texto, por lo que insinuó que<br />

el escritor debe tallar las palabras como si fueran piedras preciosas. De<br />

otra manera, ofrecer equilibradam<strong>en</strong>te la gema y su brillo. Valéry, <strong>en</strong> una<br />

confer<strong>en</strong>cia dictada <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1933 <strong>en</strong> la Université des Annales, precisam<strong>en</strong>te<br />

sobre Mallarmé, refiriéndose a las limitaciones de la construcción<br />

poética dijo que la poesía «lo único que puede hacer, y a muy duras p<strong>en</strong>as,<br />

es ord<strong>en</strong>ar a su arbitrio las palabras, las formas, los objetos de la prosa» 19 .<br />

Tan singular apunte permite considerar a las palabras objetos del l<strong>en</strong>guaje<br />

y sigui<strong>en</strong>do hacia atrás el razonami<strong>en</strong>to, las letras serían los objetos de las<br />

palabras. La comparativa ti<strong>en</strong>e razón de ser pues los objetos se insertan<br />

<strong>en</strong> un contexto o <strong>en</strong> un sistema fuera del cual funcionan de otra forma,<br />

aun mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do su composición, estructura y mecanismo de puesta <strong>en</strong><br />

acción. «Todo objeto se inserta <strong>en</strong> una secu<strong>en</strong>cia de implicaciones, como<br />

las letras <strong>en</strong> una palabra. Un ligero cambio de ubicación (r/o/s/a por<br />

r/o/t/a o por r/i/s/a) transforma el s<strong>en</strong>tido» 20 . La filosofía del l<strong>en</strong>guaje<br />

ha estudiado <strong>en</strong> profundidad la conexión <strong>en</strong>tre las palabras (el l<strong>en</strong>guaje)<br />

y las cosas (el objeto hablado), empezando por el int<strong>en</strong>to de asegurar el<br />

conocimi<strong>en</strong>to de lo objetivo desde la palabra. Foucault investigó estas conexiones<br />

desde el estado más primitivo, cuando las palabras no eran sino<br />

sonidos que guardaban parecido con el objeto que deseaban designar sin<br />

llegar a formular una verdadera escritura. Ésta comi<strong>en</strong>za cuando el l<strong>en</strong>guaje<br />

va más lejos de la simple nominación y hablar<br />

o escribir «es <strong>en</strong>caminarse hacia el acto soberano<br />

de la d<strong>en</strong>ominación, ir, a través del l<strong>en</strong>guaje, justo<br />

hasta el lugar <strong>en</strong> el que las cosas y las palabras se<br />

anulan <strong>en</strong> su es<strong>en</strong>cia común y que permite darles<br />

un nombre» 21 . Heidegger afirmó que el objeto<br />

adquiere <strong>en</strong>tidad al ser nombrado con exactitud y<br />

para Wittg<strong>en</strong>stein aquel es la significación cabal del<br />

nombre. El filósofo Fernando Montero asegura que<br />

«se ha objetivado el l<strong>en</strong>guaje, creando metal<strong>en</strong>gua-<br />

127


128<br />

jes que versan sobre el l<strong>en</strong>guaje de objetos<br />

como si fuese un nuevo objeto. Pero con ello<br />

se ha sacrificado a los auténticos objetos,<br />

aquellos sobre los que incide el l<strong>en</strong>guaje <strong>en</strong><br />

uso <strong>en</strong> nuestra vida cotidiana y ci<strong>en</strong>tífica» 22 .<br />

Quizá los poetas permanezcan aj<strong>en</strong>os a estas<br />

controversias —ya leímos al comi<strong>en</strong>zo los<br />

versos de Caeiro—, a este vano esfuerzo por<br />

objetivar las cosas que deja <strong>en</strong> segundo término<br />

la capacidad de interv<strong>en</strong>ción de las personas<br />

y, por tanto, la subjetividad inher<strong>en</strong>te a<br />

toda actuación humana.<br />

Consideramos, por lo g<strong>en</strong>eral, que el valor<br />

de un objeto es directam<strong>en</strong>te proporcional a<br />

su utilidad y por eso nuestra relación con ellos<br />

apar<strong>en</strong>ta fluir <strong>en</strong> una dirección. Desde que<br />

irrumpieron los objetos técnicos de carácter<br />

utilitario el transcurrir habitual ha resultado<br />

más cómodo aunque más dep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te. Las<br />

expectativas se han convertido <strong>en</strong> necesidades.<br />

Las averías de electrodomésticos, ord<strong>en</strong>adores<br />

personales o vehículos causan trastornos<br />

organizativos <strong>en</strong> nuestras cronometradas<br />

vidas. Si la técnica m<strong>en</strong>oscaba la relación<br />

originaria con los objetos estamos atrapados<br />

por éstos. El problema fue analizado por Heidegger<br />

hace más de cincu<strong>en</strong>ta años. Propuso<br />

aceptar los servicios que prestan a la vez que<br />

nos mant<strong>en</strong>emos tan libres que podamos<br />

desecharlos, mirarlos como objetos que son:<br />

«Quisiera d<strong>en</strong>ominar esta actitud que dice<br />

simultáneam<strong>en</strong>te sí y no al mundo técnico con<br />

una antigua palabra: la Ser<strong>en</strong>idad para con las<br />

cosas» 23 .<br />

22 Fernando Montero, Objetos y palabras,<br />

Val<strong>en</strong>cia, Fernando Torres editor, 1976,<br />

p. 96.<br />

23 Martin Heidegger, «Ser<strong>en</strong>idad», <strong>en</strong><br />

Ser<strong>en</strong>idad, versión de Yves Zimmermann,<br />

Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994, p. 27.<br />

24 Bertolt Brecht, Poemas y canciones,<br />

versión de Jesús López Pacheco, Madrid,<br />

Alianza, 1979, pp. 62-63.<br />

Bertolt Brecht<br />

En m<strong>en</strong>or medida se toma <strong>en</strong> consideración<br />

el valor intelectual, emocional o subjetivo<br />

de los objetos, es decir, las s<strong>en</strong>saciones que<br />

provocan. Si Hegel apostó por la utilidad<br />

como s<strong>en</strong>tido único, por fortuna Goethe, Pessoa,<br />

Baudrillard o Madoz se interesaron por<br />

indagar y crear despreocupándose de la utilidad<br />

inmediata. Pusieron el tal<strong>en</strong>to creador al<br />

servicio de las cosas cuando, por norma, son<br />

éstas las que nos prestan b<strong>en</strong>eficios. Pi<strong>en</strong>so<br />

que no se han arrep<strong>en</strong>tido. Al fin y al cabo, el<br />

roce continuado g<strong>en</strong>era confianza e incluso<br />

cariño. Bertolt Brecht sintió apego a los objetos,<br />

mayor cuanto más ajados estaban. Ley<strong>en</strong>do<br />

«De todos los objetos» imaginamos que<br />

vasijas, cuchillos y t<strong>en</strong>edores, gastados por el<br />

tiempo y el uso, llegaron a alcanzar la categoría<br />

de ancianos familiares que prestan su<br />

sabiduría y a cambio recib<strong>en</strong> el afecto que les<br />

manti<strong>en</strong>e con vida: «se han hecho preciosos<br />

/ porque han sido apreciados muchas veces /<br />

[...] / Todas estas cosas / me hac<strong>en</strong> feliz» 24 .


Marcel Duchamp y su Rueda de bibicleta André Breton <strong>en</strong> 1930 Lautréamont<br />

El surrealismo y los objetos<br />

En 1913 Marcel Duchamp <strong>en</strong>sambla Rueda<br />

de bicicleta, un taburete de cocina sobre el<br />

que coloca bocabajo la rueda de una bicicleta.<br />

Nace el ready-made, aunque <strong>en</strong> puridad<br />

el primer ready-made fue la pala quitanieve<br />

colgada del techo y rotulada «In Advance of<br />

the Brok<strong>en</strong> Arm», de 1915. Estas composiciones<br />

respond<strong>en</strong> a la pregunta formulada por el<br />

propio Duchamp: «¿Se pued<strong>en</strong> hacer obras de<br />

arte que no sean de arte?». La provocación reside<br />

<strong>en</strong> apropiarse de la realidad sin transformarla<br />

y voltear la tradición con la complicidad<br />

del espectador, al que se exige una actitud r<strong>en</strong>ovada<br />

fr<strong>en</strong>te a una obra compuesta por uno<br />

o varios objetos s<strong>en</strong>cillos descontextualizados<br />

y desfuncionalizados porque son reducidos<br />

al grado cero de su significado tradicional.<br />

Las percepciones del espectador revalorizan<br />

y <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran nuevos significados a esos objetos<br />

alterados <strong>en</strong> su estatus elem<strong>en</strong>tal. Así,<br />

las s<strong>en</strong>saciones son aj<strong>en</strong>as al clásico concepto<br />

de belleza inher<strong>en</strong>te al arte.<br />

No <strong>en</strong> vano para Vic<strong>en</strong>te Lull<br />

«la estética es el último factor<br />

que nos proporcionan los objetos»<br />

25 . Duchamp resacralizó<br />

los objetos recuperando para<br />

ellos el aura perdida <strong>en</strong> aras del<br />

utilitarismo. Rueda de bicicleta<br />

provocó bastante controversia,<br />

25 Vic<strong>en</strong>te Lull, op. cit.,<br />

p. 206.<br />

26 Rosa Fernández<br />

Urtasun, «La poética de Lautréamont<br />

y la escritura vanguardista»,<br />

<strong>en</strong> Thélème, nº 14,<br />

1999, p. 59.<br />

incluso d<strong>en</strong>tro del círculo surrealista, pero dio<br />

pie a una corri<strong>en</strong>te creativa que tomó impulso<br />

tras la publicación del Segundo manifiesto del<br />

surrealismo <strong>en</strong> 1930 y tuvo soporte teórico <strong>en</strong><br />

la confer<strong>en</strong>cia «Situación surrealista del objeto.<br />

Situación del objeto surrealista» dictada<br />

por André Breton <strong>en</strong> Praga <strong>en</strong> 1935, a donde<br />

acudió invitado por el grupo surrealista checo.<br />

Todos estos movimi<strong>en</strong>tos culminaron <strong>en</strong> la<br />

Exposición Surrealista de Objetos, celebrada<br />

<strong>en</strong> mayo de 1936 <strong>en</strong> la galería Charles Ratton<br />

de París, donde se pudieron contemplar objetos<br />

<strong>en</strong>contrados, objetos perturbados, objetos<br />

matemáticos... firmados por Giacometti, Arp,<br />

Dalí, Duchamp, Ernst, Opp<strong>en</strong>heim, Magritte,<br />

Man Ray y otros. Fue un adelanto de la gran<br />

Exposición Internacional del Surrealismo, también<br />

<strong>en</strong> París, dos años después.<br />

¿Dónde se localiza el germ<strong>en</strong> del objeto<br />

surrealista? En 1919 Breton rescata para su<br />

revista Littérature las Poesías de Lautréamont,<br />

tras haberlas manuscrito del original conservado<br />

<strong>en</strong> la Biblioteca Nacional de Francia 26 .<br />

A partir de su muerte <strong>en</strong> 1870<br />

Isidore Luci<strong>en</strong> Ducasse, conde<br />

de Lautréamont, había caído <strong>en</strong><br />

el olvido. Un año antes costeó<br />

de su propio bolsillo la primera<br />

edición completa de Los<br />

Cantos de Maldoror, que fue<br />

secuestrada de inmediato con<br />

excepción de ap<strong>en</strong>as una vein-<br />

129


27 Lautréamont, Los<br />

Cantos de Maldoror, ed. de<br />

Manuel Serrat Crespo, Madrid,<br />

Cátedra, 2008, p. 295.<br />

28 Charles Baudelaire,<br />

El Sple<strong>en</strong> de París (Pequeños<br />

poemas <strong>en</strong> prosa), edición de<br />

Manuel Neila, Sevilla, Espuela<br />

de Plata, 2009, p. 41.<br />

130<br />

Vista parcial de la Exposición Surrealista de<br />

Objetos. Foto: Man Ray<br />

t<strong>en</strong>a de ejemplares que quedaron <strong>en</strong> poder<br />

del autor. Hubo de pasar medio siglo hasta<br />

que André Breton se fijara <strong>en</strong> su obra y figura.<br />

Desde esa fecha, 1919, Breton se lanza a sus<br />

brazos y lo <strong>en</strong>trona como huésped principal<br />

de su Parnaso. Glosará su poética inclusive <strong>en</strong><br />

«El surrealismo <strong>en</strong> sus obras vivas» (1953), el<br />

último escrito importante sobre el movimi<strong>en</strong>to<br />

literario y artístico que abanderó hasta la<br />

muerte. Para los surrealistas la personalidad<br />

y obra del montevideano supusieron no sólo<br />

el <strong>en</strong>garce con la tradición romántica maldita<br />

sino la adopción de una guía intelectual.<br />

Aparte del compromiso con la cara no visible<br />

de la realidad, el desprecio hacia el ord<strong>en</strong><br />

instituido, la insumisión literaria y el odio a la<br />

divinidad que profesaba Lautréamont, a Breton<br />

le fascinó un fragm<strong>en</strong>to del Canto Sexto,<br />

aquel <strong>en</strong> el que Maldoror tras ver a un jov<strong>en</strong><br />

cuya silueta se pierde al anochecer <strong>en</strong> dirección<br />

a los bulevares, dice de él que es bello<br />

«sobre todo, como el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro fortuito de<br />

una máquina de coser y un paraguas <strong>en</strong> una<br />

mesa de disección» 27 . La extraordinaria imag<strong>en</strong><br />

esconde el g<strong>en</strong>oma del objeto surrealista.<br />

Resulta una anticipación de los cadáveres<br />

exquisitos, una trampa que seduce al lector <strong>en</strong><br />

medio de una estrofa con tintes de literatura<br />

popular. Parte de la fascinación reside <strong>en</strong> ese<br />

sobre todo que cierra una cad<strong>en</strong>a de comparaciones<br />

zoomórficas y anatómicas referidas<br />

a la hermosura del jov<strong>en</strong>, y da v<strong>en</strong>taja a la<br />

frialdad metálica de los objetos fr<strong>en</strong>te a la calidez<br />

orgánica y casi mórbida de los términos<br />

preced<strong>en</strong>tes (aves de rapiña, llagas, músculos,<br />

roedores). La ambi<strong>en</strong>tación nocturna nos traslada<br />

a territorios oníricos, únicos lugares don-<br />

Óscar Domínguez Máquina de coser electrosexual<br />

(1934, óleo sobre li<strong>en</strong>zo)<br />

de puede nacer una asociación de este calibre<br />

y la fantasía no tolera limitaciones. Apar<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te,<br />

los objetos de Maldoror estarían hermanados<br />

con la esgrima, actividad deportiva<br />

del jov<strong>en</strong> <strong>en</strong> cuestión: la mesa sería la pista,<br />

el paraguas se referiría al arma y la máquina<br />

de coser restañaría las heridas. Pero las analogías<br />

toman el camino que cada lector quiera<br />

empr<strong>en</strong>der, indep<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te del trazado<br />

diseñado por el autor. Por qué no p<strong>en</strong>sar que<br />

el paraguas es un parapeto contra la lógica<br />

racional o conv<strong>en</strong>cional. Y la metafórica máquina<br />

de coser, ¿acaso no usa los hilos de las<br />

correspond<strong>en</strong>cias para <strong>en</strong>garzar palabras e<br />

imág<strong>en</strong>es de diversa proced<strong>en</strong>cia? ¿Dónde se<br />

diseccionan, estudian y recompon<strong>en</strong> mejor las<br />

ideas y los textos que sobre la aséptica mesa<br />

del escritor? Max Ernst imaginó que la mesa<br />

era una cama donde se apareaban el paraguas<br />

y la máquina. En idéntica onda, el tinerfeño<br />

Óscar Domínguez —que participó <strong>en</strong> la Exposición<br />

Surrealista de Objetos— se inspiró <strong>en</strong><br />

la cosedora mecánica para pintar <strong>en</strong> 1934 su<br />

obra más elogiada: Máquina de coser electrosexual.<br />

Por la misma época, Baudelaire también<br />

fantaseaba con los objetos <strong>en</strong> las regiones de<br />

la alucinación: «Los muebles […] están dotados<br />

de una vida sonambulesca, como el vegetal<br />

y el animal. Las telas hablan una l<strong>en</strong>gua<br />

muda, como las flores, como los cielos, como<br />

las puestas de sol» 28 . Este fragm<strong>en</strong>to de «La


Original del<br />

Manifiesto<br />

surrealista<br />

29 Roberto Calasso,<br />

«Elucubraciones de un asesino<br />

<strong>en</strong> serie», <strong>en</strong> La literatura<br />

y los dioses, trad. de Edgardo<br />

Dobry, Barcelona, Anagrama,<br />

2002, p. 82.<br />

30 Ibid., p. 83.<br />

31 Manuel Serrat Crespo,<br />

«El hermano de la sanguijuela»,<br />

<strong>en</strong> Lautréamont, op.<br />

cit., p. 13.<br />

32 Charles Baudelaire,<br />

op. cit., p. 102.<br />

33 André Breton, Manifiestos<br />

del surrealismo, trad.<br />

Andrés Bosch, Barcelona,<br />

Labor, 1995, p. 54.<br />

34 Le Surréalisme,<br />

même, nº 1, otoño 1957, pp.<br />

62-69.<br />

35 Gérard Durozoi y<br />

Bernard Lecherbonnier, El<br />

surrealismo, trad. de Josep<br />

Elias, Madrid, Guadarrama,<br />

1974, p. 139.<br />

36 André Breton, op.<br />

cit., p. 302.<br />

habitación doble»,<br />

poema <strong>en</strong> prosa<br />

publicado <strong>en</strong> La<br />

Presse <strong>en</strong> agosto<br />

de 1862, no es una<br />

reflexión sobre<br />

los objetos sino<br />

sobre el tiempo<br />

y la muerte, pero<br />

Baudelaire los utiliza para cotejar la dulce realidad<br />

manipulada por el láudano con el hastío<br />

diario. ¿Leyó Lautréamont a Baudelaire? Sin<br />

duda, pues no le faltó oportunidad temporal<br />

ya que el creador de Maldoror llega a París<br />

<strong>en</strong> otoño de 1867, ap<strong>en</strong>as días después de la<br />

muerte del francés. Además, Lautréamont,<br />

voraz lector, hace refer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> sus poemas a<br />

Baudelaire con el calificativo de «el morboso<br />

amante de la V<strong>en</strong>us hot<strong>en</strong>tota» 29 y dice que<br />

ha leído a «los chupatintas funestos» 30 , <strong>en</strong>tre<br />

los cuales incluye al flâneur parisino. Asimismo,<br />

<strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1870, pidió por carta a su<br />

editor que le remitiera un ejemplar del Suplem<strong>en</strong>to<br />

a las poesías de Baudelaire 31 . Todo<br />

esto a cu<strong>en</strong>to de «Las t<strong>en</strong>taciones o Eros,<br />

Pluto y la gloria», otro poema <strong>en</strong> prosa publicado<br />

<strong>en</strong> junio de 1863 <strong>en</strong> Revue Nationale et<br />

Étrangèr, donde la descripción de la túnica de<br />

un diablo parece, <strong>en</strong> términos figurativos, un<br />

anteced<strong>en</strong>te del fragm<strong>en</strong>to com<strong>en</strong>tado de Los<br />

Cantos. La túnica se recoge con una serpi<strong>en</strong>te<br />

a modo de cinturón, del cual «colgaba, alternando<br />

con frascos colmados de siniestros licores,<br />

cuchillos resplandeci<strong>en</strong>tes e instrum<strong>en</strong>tos<br />

de cirugía» 32 . El diablo porta <strong>en</strong> su mano<br />

derecha un frasco de sangre que ofrece como<br />

reconfortante, y <strong>en</strong> la izquierda un violín.<br />

Baudelaire vació armas blancas e instrum<strong>en</strong>tal<br />

médico para que Lautréamont probase la agudeza<br />

de los filos <strong>en</strong> la carne de los seres vivos<br />

y <strong>en</strong> la conci<strong>en</strong>cia de las g<strong>en</strong>tes. Casualidad o<br />

consecu<strong>en</strong>cia, el caso es que no resulta descabellado<br />

afirmar que ambos compartieron<br />

un certain regard <strong>en</strong> los años <strong>en</strong> que París,<br />

<strong>en</strong>tregada al mito del progreso, soportaba<br />

transformaciones urbanísticas y sociales de<br />

hondo calado y toda Francia se veía <strong>en</strong>vuelta<br />

<strong>en</strong> un debate literario y artístico.<br />

En el Manifiesto del surrealismo (1924),<br />

Breton apunta el vínculo espiritual de las<br />

personas con los objetos. Cuando habla del<br />

l<strong>en</strong>guaje <strong>en</strong> libertad como herrami<strong>en</strong>ta de<br />

apr<strong>en</strong>dizaje se refiere a los actos propios del<br />

conocimi<strong>en</strong>to inter pares, y también a una<br />

percepción universal más <strong>en</strong>riquecedora que<br />

<strong>en</strong>globa el trato con los objetos, es decir,<br />

«la conci<strong>en</strong>cia poética de las cosas» 33 . La<br />

gran afición a las piedras le llevó a escribir<br />

«Langue des pierres» 34 , cuyo párrafo final es<br />

muy suger<strong>en</strong>te porque el autor de Los vasos<br />

comunicantes no se anda con ambages e<br />

invita a todos los interesados a afinar el oído<br />

para escuchar a las piedras conversar <strong>en</strong>tre<br />

sí, con un l<strong>en</strong>guaje perdido <strong>en</strong> la noche de<br />

los tiempos que parece mant<strong>en</strong>erse vivo para<br />

transmitir <strong>en</strong>señanzas ocultas. Una pauta de<br />

comportami<strong>en</strong>to próxima a la magia o a los<br />

rituales antiguos porque el objeto procede<br />

como intermediario y Breton espera de él<br />

«una revelación» 35 , más luminosa cuanto<br />

m<strong>en</strong>os se parezcan los objetos confrontados,<br />

al igual que con la práctica de los juegos los<br />

cadáveres exquisitos y el uno <strong>en</strong> el otro. Con<br />

este último los surrealistas querían demostrar<br />

la posibilidad de <strong>en</strong>contrar m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te un<br />

objeto escondido a partir de la información<br />

proced<strong>en</strong>te de otro objeto conocido distinto<br />

a aquel, utilizando imág<strong>en</strong>es superpuestas.<br />

Algo parecido a la actividad crítico-paranoica<br />

que permite, decía Dalí, «obt<strong>en</strong>er una imag<strong>en</strong><br />

doble, es decir, la repres<strong>en</strong>tación de un objeto<br />

que, sin la m<strong>en</strong>or modificación figurativa o<br />

anatómica, sea al mismo tiempo la repres<strong>en</strong>tación<br />

de otro objeto absolutam<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>te»<br />

36 , gracias a la habilidad del p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to<br />

para <strong>en</strong>lazar secu<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te semejanzas y<br />

coincid<strong>en</strong>cias. Es factible alargar el proceso<br />

para obt<strong>en</strong>er por superposición terceras, cuartas<br />

o más imág<strong>en</strong>es. En similares términos,<br />

Max Ernst apostilló que los objetos surrealistas<br />

son realidades de inexplorada belleza que<br />

nac<strong>en</strong> del <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro imprevisto <strong>en</strong>tre situaciones<br />

difer<strong>en</strong>tes.<br />

Estas correlaciones iconográficas y conexiones<br />

psíquicas, al modo de un sueño,<br />

evocan la misión visionaria de los poetas <strong>en</strong><br />

su afán de traspasar la realidad. Los surrealistas<br />

pret<strong>en</strong>dían que los objetos guardaran fiel<br />

paralelismo con las <strong>en</strong>soñaciones y los vagabundeos<br />

del espíritu. Cirlot manifestó que el<br />

131


132<br />

Francis Ponge<br />

surrealismo pret<strong>en</strong>de captar lo espiritual del<br />

objeto. Gómez de la Serna, otro excéntrico de<br />

las cosas del que más adelante nos ocuparemos,<br />

plasmó este deseo <strong>en</strong> una greguería: «El<br />

sueño es un depósito de objetos extraviados».<br />

Y Breton aunó ambas ideas al proponer <strong>en</strong><br />

1924 materializar los objetos <strong>en</strong>trevistos <strong>en</strong><br />

sueños, tan grande fue la fascinación por éstos,<br />

<strong>en</strong> su «Introducción al discurso sobre la<br />

poca realidad» 37 , donde cu<strong>en</strong>ta que percibió<br />

un libro cuyas páginas eran de lana negra y<br />

el lomo estaba cubierto por un gnomo de<br />

madera de larga barba blanca. La suma de un<br />

recuerdo onírico y una emoción consci<strong>en</strong>te<br />

daría lugar al objeto surrealista. Al plasmar las<br />

cosas soñadas se reconoce vida <strong>en</strong> ellas y se<br />

otorga carta de razón al sueño. Puede <strong>en</strong>t<strong>en</strong>derse<br />

como una her<strong>en</strong>cia de los románticos.<br />

Novalis, por ejemplo, asimiló el g<strong>en</strong>io a «la<br />

facultad de hablar de los objetos imaginarios<br />

como si fueran reales» 38 , al creer que durante<br />

el sueño el alma p<strong>en</strong>etraba <strong>en</strong> los objetos<br />

37 André Breton, Apuntar el día, trad. de Pierre<br />

de Place, Caracas, Monte Ávila, 1974, pp. 7-23.<br />

38 Albert Béguin, op. cit., p. 253.<br />

39 Francis Ponge, «My creative method», <strong>en</strong><br />

Métodos, ed. de Silvio Mattoni, Bu<strong>en</strong>os Aires, Adriana<br />

Hidalgo editora, 2000, pp. 21-22.<br />

40 Francis Ponge, «El clavel», <strong>en</strong> La soñadora<br />

materia, trad. de Miguel Casado, Barcelona, Galaxia<br />

Gut<strong>en</strong>berg/Círculo de Lectores, 2006, p. 207.<br />

hasta id<strong>en</strong>tificarse <strong>en</strong> ellos con total pl<strong>en</strong>itud,<br />

razonami<strong>en</strong>to coher<strong>en</strong>te con los postulados<br />

románticos de la universalidad o el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro<br />

con la unidad primig<strong>en</strong>ia y la búsqueda del yo<br />

<strong>en</strong> el inconsci<strong>en</strong>te.<br />

En aquellos años felices, Francis Ponge,<br />

colaborador de Le Surréalisme au service de<br />

la Révolution, aparecida <strong>en</strong> 1930 tras el Segundo<br />

manifiesto, asomaba la cabeza por la<br />

puerta de <strong>en</strong>trada al universo de los objetos y<br />

<strong>en</strong> 1928 empieza a componer Le parti pris des<br />

choses, título que es una declaración de int<strong>en</strong>ciones<br />

<strong>en</strong> toda regla y saldría editado <strong>en</strong> 1942.<br />

Esa puerta se cierra a sus espaldas y Ponge<br />

no saldrá prácticam<strong>en</strong>te al exterior, dedicando<br />

la mayor parte de su vida literaria a teorizar<br />

acerca del significado de las cosas, concretar<br />

lazos <strong>en</strong>tre los mundos supuestam<strong>en</strong>te incomunicados<br />

de las cosas y las personas, usar el<br />

l<strong>en</strong>guaje a modo de pasarela <strong>en</strong>tre ellas y las<br />

voces que las designan… Hasta tal punto que,<br />

poeta ya consolidado, manifiesta a principios<br />

de los ses<strong>en</strong>ta, s<strong>en</strong>tirse incómodo fr<strong>en</strong>te a las<br />

ideas y divertirse con los objetos sin importarle<br />

la naturaleza de éstos: «las ideas me decepcionan<br />

[…] y la variedad de las cosas es <strong>en</strong><br />

realidad lo que me construye» 39 . Ante su obra<br />

no es fácil permanecer indifer<strong>en</strong>te porque los<br />

objetos están sometidos a una disección <strong>en</strong>tomológica<br />

y a una confrontación con la palabra.<br />

El francés aspiraba al <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to <strong>en</strong>tre<br />

cosas y hombres para lo cual juzgaba imprescindible<br />

diluir el objeto <strong>en</strong> la palabra y viceversa.<br />

¿Cómo alcanzar este punto? Utilizando el<br />

l<strong>en</strong>guaje como una máquina de precisión, una<br />

fresadora, por ejemplo, que trabajara las palabras<br />

hasta dejarlas perfectam<strong>en</strong>te moldeadas<br />

y <strong>en</strong>lazadas unas con otras, de forma que<br />

leídas u oídas conduzcan hasta la definición<br />

inequívoca del objeto: «Responder al desafío<br />

de las cosas al l<strong>en</strong>guaje. Por ejemplo, estos<br />

claveles desafían al l<strong>en</strong>guaje. No pararé hasta<br />

no haber reunido unas palabras ante cuya<br />

lectura o audición se deba necesariam<strong>en</strong>te<br />

exclamar: se trata de algo como un clavel» 40 .<br />

André Breton y Francis Ponge fueron la cara<br />

y la cruz de la moneda objetual, la dupla que<br />

aspiró a cumplim<strong>en</strong>tar un logro inalcanzable:<br />

plasmar los sueños y definir la realidad con el<br />

l<strong>en</strong>guaje.


Ramón Gómez de la Serna <strong>en</strong> su<br />

despacho de la calle Villanueva<br />

41 Ramón Gómez de la Serna,<br />

Automoribundia (1888-1948), ed. de<br />

Celia Fernández Prieto, Madrid, Mar<strong>en</strong>ostrum,<br />

2008, p. 279.<br />

42 Ramón Gómez de la Serna,<br />

«Las cosas y el ello», <strong>en</strong> Revista de<br />

Occid<strong>en</strong>te, nº CXXXIV, agosto 1934, pp.<br />

190-208.<br />

43 Ramón Gómez de la Serna,<br />

op. cit., p. 260.<br />

44 Ibid., p. 257.<br />

45 Vic<strong>en</strong>te Lull, op. cit., p. 22.<br />

Las cosas de Ramón<br />

El caso de Ramón Gómez de la Serna es paradigmático porque se sintió<br />

cercado por las cosas desde la infancia. En Automoribundia las recuerda<br />

apiñadas <strong>en</strong> las rinconeras del hogar cubiertas de polvo, <strong>en</strong> las casas de<br />

sus tíos Félix y Fernando, <strong>en</strong> los bazares madrileños de finales del siglo<br />

XIX. Y a ellas se atuvo cuando, aún jov<strong>en</strong>, le llega la primera percepción de<br />

la muerte. También recuerda que su padre se aferraba a lápices, estatuillas<br />

y sellos para escapar de las garras del tiempo; su madre, a las alhajas.<br />

Faltaba poco tiempo para que quedase deslumbrado por las ti<strong>en</strong>das de los<br />

anticuarios parisinos del primer dec<strong>en</strong>io del xx.<br />

Con dieciséis años monta su primer despacho <strong>en</strong> la casa familiar y lo<br />

<strong>en</strong>galana con cosas del Rastro —«el más perman<strong>en</strong>te y laberíntico de todos<br />

los bric-à-brac del mundo» 41 , que le inspiró la guía de igual título publicada<br />

<strong>en</strong> 1914—, una especie de anticipo de lo que sería su sancta santorum<br />

de escritor. Sus resid<strong>en</strong>cias madrileñas, <strong>en</strong> especial el torreón de la<br />

calle Velázquez y el piso de calle Villanueva y, por último, la bonaer<strong>en</strong>se de<br />

calle Hipólito Yrigoy<strong>en</strong> —cuyo despacho fue donado por Luisa Sofovich al<br />

Ayuntami<strong>en</strong>to de Madrid e instalado, a instancias de Juan Manuel Bonet,<br />

<strong>en</strong> la colección perman<strong>en</strong>te del Museo Reina Sofía desde 2002 hasta la<br />

ampliación del edificio—, debieron parecer almac<strong>en</strong>es de chamarileros o<br />

los colmados estudios de algunos pintores, Bacon por ejemplo. Le gustaba<br />

ver las cosas amontonadas, como si formaran un rebaño y él las pastoreara.<br />

Para que no quedas<strong>en</strong> dudas al respecto se declaró su protector 42 .<br />

Las paredes estaban tapizadas de fotografías, reproducciones de obras<br />

artísticas, carteles, estampas religiosas, relojes, caretas, recortes de periódicos.<br />

En lugar prefer<strong>en</strong>te del despacho, el retrato que le hizo Diego<br />

Rivera <strong>en</strong> 1915 y, empotrada, «una auténtica lápida de cem<strong>en</strong>terio» 43 , in<br />

memoriam de una jov<strong>en</strong> fallecida a la edad de dieciocho años con la que<br />

no guardaba par<strong>en</strong>tesco ni conocimi<strong>en</strong>to alguno. De los techos p<strong>en</strong>dían<br />

cometas de papel, pelotas de goma, pájaros de cerámica y una asombrosa<br />

multitud de bolas de cristal —«t<strong>en</strong>dré más de mil, y al irlas colocando he<br />

p<strong>en</strong>sado <strong>en</strong> el inm<strong>en</strong>so y mágico esfuerzo del creador al colocar las estrellas»<br />

44 —, que convida a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> Gómez de la Serna como el cosmólogo<br />

de las cosas. En la mesa de trabajo y <strong>en</strong> las estanterías había libros,<br />

pisapapeles, pipas, lápices, estatuillas, una codorniz de reclamo, pistolas,<br />

cajas de música, estilográficas, un globo terráqueo, matrioskas. En pasillos<br />

y estancias, bargueños, velones, cornucopias y una chim<strong>en</strong>ea <strong>en</strong>contrada<br />

durante un paseo nocturno. S<strong>en</strong>tó <strong>en</strong> el sofá de la <strong>en</strong>trada a una maniquí<br />

de cera de tamaño natural lujosam<strong>en</strong>te vestida, dispuso de un micrófono<br />

con <strong>en</strong>lace telefónico directo con la emisora Unión Radio para emitir sus<br />

crónicas y, el colmo, hizo instalar un farol de gas con suministro que <strong>en</strong>c<strong>en</strong>día<br />

con el chuzo de un farolero jubilado.<br />

En apari<strong>en</strong>cia todo estaba manga por hombro, con un ord<strong>en</strong> atípico<br />

pero capaz pues «los objetos constituy<strong>en</strong> nuestra manera de organizar el<br />

mundo <strong>en</strong> el que vivimos» 45 . O desord<strong>en</strong> literario de las cosas, que aparecían<br />

algo deshilvanadas <strong>en</strong> los textos. No podía ser de otra forma porque<br />

su universo personal estaba atomizado. El acúmulo de trastos era la repres<strong>en</strong>tación<br />

plástica de las variopintas greguerías —el propio autor definió<br />

la greguería como «lo que gritan los seres confusam<strong>en</strong>te desde su incons-<br />

133


134<br />

Gómez de la Serna <strong>en</strong> el estudio<br />

radiofónico instalado <strong>en</strong> su casa<br />

Gómez de la Serna con la muñeca<br />

de tamaño natural<br />

Rincón del hogar de Gómez de<br />

la Serna<br />

46 Ramón Gómez de la Serna,<br />

op. cit., p. 245.<br />

47 Luisa Sofovich, La vida sin<br />

Ramón, ed. de Antonio B<strong>en</strong>eyto,<br />

Madrid, Libertarias, 1994, p. 52.<br />

48 Walter B<strong>en</strong>jamin, Libro de<br />

los pasajes, ed. de Rolf Tiedeman,<br />

Madrid, Akal, 2004, p. 44.<br />

49 Ramón Gómez de la Serna,<br />

op. cit., p. 561.<br />

50 Juan Ramón Jiménez,<br />

«Ramón Gómez de la Serna», <strong>en</strong><br />

Españoles de tres mundos, Bu<strong>en</strong>os<br />

Aires, Losada, 1942, p. 112.<br />

ci<strong>en</strong>te, lo que gritan las cosas»— y un retrato de su ord<strong>en</strong> vital siempre<br />

exagerado, nunca vulgar. Cabe decir que <strong>en</strong> la intimidad fue consecu<strong>en</strong>te<br />

con una de las greguerías: «El Japón vive <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o bazar». Qué complicado<br />

distinguir al personaje oculto o semioculto <strong>en</strong> esa selva objetual, y no lo<br />

digo metafóricam<strong>en</strong>te pues <strong>en</strong> su primera visita a París se sintió confundido<br />

y dejó constancia de id<strong>en</strong>tificarse más con la pipa que con el hombre,<br />

con el letrero que con el alma, con el periódico que con el lector 46 .<br />

Gómez de la Serna quiso vivir <strong>en</strong> simbiosis con los objetos. Los convertía<br />

<strong>en</strong> elem<strong>en</strong>tos mágicos y extraía la más valiosa dim<strong>en</strong>sión que atesoraban:<br />

el yo. En comp<strong>en</strong>sación, abastecían de ideas y proyectos su desp<strong>en</strong>sa<br />

literaria. Digamos que el yo ramoniano revalorizaba el yo de las cosas y<br />

viceversa. Como los objetos eran anteriores al p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, cada cachivache<br />

valía por una idea y un conjunto de ellos por una narración, de manera<br />

que el valor intrínseco individual se multiplicaba expon<strong>en</strong>cialm<strong>en</strong>te.<br />

En la fusión con los objetos el vanguardista autor de S<strong>en</strong>os se s<strong>en</strong>tía muy<br />

Ramón y algo m<strong>en</strong>os Gómez de la Serna.<br />

¿Coleccionismo? ¿Fetichismo? Ambas conductas acumuladoras se<br />

solapan cuando, además de otros factores, la personalidad del coleccionista<br />

es poderosa y los objetos, acumulados para paliar déficits afectivos,<br />

suplantan a las personas y funcionan como dispositivos estimulantes, <strong>en</strong>cubridores<br />

o protectores. Una pulsión muy próxima a Gómez de la Serna,<br />

evid<strong>en</strong>ciada al arrastrar consigo la colección <strong>en</strong> los sucesivos cambios de<br />

domicilio. Es revelador que <strong>en</strong> Automoribundia pase de puntillas por los<br />

<strong>en</strong>tresijos amorosos de su vida —las ideas sobre la mujer y sus relaciones<br />

ocupan una doc<strong>en</strong>a de páginas fr<strong>en</strong>te a las cerca de ses<strong>en</strong>ta pobladas por<br />

las cosas—, cuando s<strong>en</strong>tó a la muñeca <strong>en</strong> un rincón de privilegio, se hizo<br />

fotografiar con ella y la calificó de «mujer ideal» 47 . Sobre el coleccionista,<br />

según Walter B<strong>en</strong>jamin, «recae la tarea de Sísifo de poseer las cosas para<br />

quitarles su carácter mercantil» 48 , pero el fetichista carece de límites y no<br />

sopesa los contras para convivir con el objeto de su deseo. Valga como<br />

muestra lo ocurrido <strong>en</strong> diciembre de 2009 <strong>en</strong> la casa de subastas neoyorkina<br />

Bonhams. Un comprador se hizo con el mondadi<strong>en</strong>tes de oro y marfil<br />

de Charles Dick<strong>en</strong>s por nueve mil ci<strong>en</strong>to cincu<strong>en</strong>ta dólares, unos seis mil<br />

cuatroci<strong>en</strong>tos euros al cambio actual.<br />

Uno de los triunfos más sonados le llegó al instaurar un modelo de<br />

confer<strong>en</strong>cia que llamó confer<strong>en</strong>cia maleta. «Di confer<strong>en</strong>cias sobre el arte y<br />

la poesía, pero el éxito principal se debió a mi inv<strong>en</strong>ción de las confer<strong>en</strong>cias<br />

maleta, prestidigitación cándida alrededor de los objetos más diversos<br />

que sacaba de mi gran valija y que r<strong>en</strong>ovaba a cada nueva confer<strong>en</strong>cia» 49 .<br />

El propio autor nos pone <strong>en</strong> la pista para estimar estos espectáculos: pases<br />

de prestidigitación, por supuesto ing<strong>en</strong>ua, pues la magia nos devuelve<br />

a la infancia, al asombro inoc<strong>en</strong>te ante lo inexplicable. La maleta —«la<br />

rica pirita de su d<strong>en</strong>tro de maleta nebulosa» 50 — sustituía a la tradicional<br />

chistera y los objetos a los conejos; el abracadabra se pronunciaba con las<br />

ocurr<strong>en</strong>cias inv<strong>en</strong>tadas sobre la marcha.<br />

Famosa confer<strong>en</strong>cia maleta fue la dictada <strong>en</strong> el salón del hotel Ritz<br />

de Barcelona, <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 1931, bajo el título de «Objetos escogidos». El<br />

confer<strong>en</strong>ciante se pres<strong>en</strong>tó ante el auditorio portando una baqueteada<br />

maleta de viaje de la que fue extray<strong>en</strong>do una diosa de múltiples brazos,<br />

una cabeza fr<strong>en</strong>ológica, un biberón, un almanaque perpetuo, la bola del


Diego Rivera Retrato de Ramón Gómez de la<br />

Serna (1915, óleo sobre li<strong>en</strong>zo)<br />

51 La Vanguardia, 17 de <strong>en</strong>ero<br />

de 1931, p. 6.<br />

52 ABC, 17 de <strong>en</strong>ero de 1931,<br />

p. 45.<br />

53 Joaquín Romero Murube,<br />

«Confer<strong>en</strong>cia con maleta», <strong>en</strong> Lejos y<br />

<strong>en</strong> la mano, Sevilla, Gráficas Sevillanas,<br />

1959, p. 54.<br />

54 Ramón Gómez de la Serna,<br />

op. cit., p. 403.<br />

55 Albert Béguin, op. cit., p.<br />

148. 56 Ángel Riviére, «Sobre Objetos<br />

con m<strong>en</strong>te: reflexiones para un<br />

debate», <strong>en</strong> Anuario de Psicología,<br />

nº 53, 1993, p. 55.<br />

pasamanos de una escalera, un aparato de cazar alondras,<br />

un martillo y una gigantesca mano postiza 51 , por citar sólo<br />

unos cuantos. Sobre los difer<strong>en</strong>tes chismes narró historias<br />

e inv<strong>en</strong>tó greguerías, fantaseando con agilidad de supremo<br />

orador. Además, con el martillo «sacrificó», según expresión<br />

propia, algunos de los objetos y anunció que <strong>en</strong> adelante<br />

daría las confer<strong>en</strong>cias con formato de wagon-capitonné 52 .<br />

Así sucedió a su vuelta a Bu<strong>en</strong>os Aires donde dictó confer<strong>en</strong>cias<br />

baúl.<br />

Un año después, invierno de 1932, ofreció otra memorable<br />

<strong>en</strong> la sede sevillana de la Real Sociedad Económica de<br />

Amigos del País. Entre los asist<strong>en</strong>tes, Romero Murube que<br />

dejó constancia de la interv<strong>en</strong>ción. Tras depositar la maleta<br />

<strong>en</strong>cima de la mesa presid<strong>en</strong>cial, Gómez de la Serna empezó<br />

a mostrar su extravagante cont<strong>en</strong>ido: «Ropas, diversos ut<strong>en</strong>silios<br />

de hipotético uso, caseras inv<strong>en</strong>ciones para comodidad<br />

del viajero, agilísimas audacias del ing<strong>en</strong>io para amplitud de<br />

reducidos espacios, a más de los caprichos idiosincráticos de<br />

todo <strong>en</strong>te trashumante» 53 . No era tanto el deseo de epatar<br />

sino el de desplegar su inabarcable personalidad, huir del<br />

adoc<strong>en</strong>ami<strong>en</strong>to y el academicismo: «Desprecio y odio esa grotesca<br />

seriedad humana de los actos públicos [...] Por eso descompongo<br />

esos actos públicos siempre que puedo» 54 . Hoy Gómez de la Serna sería<br />

un performer.<br />

La naturaleza de los objetos <strong>en</strong> la poesía<br />

Decía Paul Valéry que «la poesía es el int<strong>en</strong>to de repres<strong>en</strong>tar, o de restituir,<br />

por los medios que posee el l<strong>en</strong>guaje articulado, esas cosas o esa cosa que<br />

oscuram<strong>en</strong>te tratan de expresar los gritos, las lágrimas, las caricias, los besos,<br />

los suspiros, etc., y que parec<strong>en</strong> querer expresar los objetos <strong>en</strong> lo que<br />

ti<strong>en</strong><strong>en</strong> de apari<strong>en</strong>cia de vida o de contorno supuesto» 55 . Aproximaciones<br />

por contigüidad —esas cosas que parec<strong>en</strong> querer expresar— a una definición,<br />

la de poesía, imposible de cerrar y que el autor francés terminó por<br />

nombrar como «una extraña industria». La poesía manufactura el l<strong>en</strong>guaje<br />

de las s<strong>en</strong>saciones con difer<strong>en</strong>tes materias primas, si<strong>en</strong>do los objetos de<br />

las más sustanciales porque son receptivos a perfilarse <strong>en</strong> función de los<br />

estímulos recibidos o a soldarse con la fu<strong>en</strong>te emisora de emociones.<br />

Por otra parte, la apari<strong>en</strong>cia de vida que Valéry confería a los objetos<br />

no supone contrariedad para los poetas. La psicología cognitiva y las ci<strong>en</strong>cias<br />

de la naturaleza separan a los objetos <strong>en</strong> dos categorías incomunicadas:<br />

los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> m<strong>en</strong>te u organismos y los que carec<strong>en</strong> de ella. El problema<br />

surge «cuando caemos <strong>en</strong> la cu<strong>en</strong>ta de que esas categorías no son<br />

tan nítidas, <strong>en</strong> sus bordes, como parec<strong>en</strong> a primera vista» 56 , y ahí están<br />

para demostrarlo las seculares teorías animistas, algunas cre<strong>en</strong>cias religiosas<br />

y, desde la década de los cincu<strong>en</strong>ta del pasado siglo, la ci<strong>en</strong>cia de la<br />

computación. Pero esta discusión es aj<strong>en</strong>a por completo a los escritores,<br />

que se han b<strong>en</strong>eficiado del privilegio de no t<strong>en</strong>er que ofrecer las explicaciones<br />

que han mant<strong>en</strong>ido ocupados durante siglos a filósofos y ci<strong>en</strong>tíficos<br />

de toda índole. Refugiarse <strong>en</strong> la fantasía es el atajo más corto para no cru-<br />

135


136<br />

Octavio Paz<br />

Robert Rausch<strong>en</strong>berg Minutiae<br />

(1954, varias técnicas)<br />

Pablo Neruda<br />

zar el pantano de la realidad y evitar el peligro de quedar <strong>en</strong>c<strong>en</strong>agado.<br />

Grosso modo, los poetas han otorgado a los objetos tres naturalezas:<br />

inanimada, semianimada y animada. En el primer caso, el poeta utiliza los<br />

objetos como elem<strong>en</strong>tos esc<strong>en</strong>ográficos inertes. Muestras de ello son «Si<br />

proibisce di buttare immondezze» de Rafael Alberti, «Las cosas» de Jorge<br />

Luis Borges y «Los pequeños objetos» de Ángel Crespo. Inertes e inanimados,<br />

mas evocadores. Niceto Alcalá-Zamora recorre con parsimonia la<br />

casa de su infancia y percibe <strong>en</strong> «Los objetos sin vida» (Casa de temporada,<br />

2006) la «imag<strong>en</strong> de inercia difer<strong>en</strong>te» de las cosas, convertidas <strong>en</strong><br />

recuerdos fantasmales de una época donde el reloj marcaba las horas y el<br />

cal<strong>en</strong>dario los meses, la flor lucía fresca <strong>en</strong> el jarrón y la cuartilla era emborronada<br />

con p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos. En la antípoda poética, Karmelo C. Iribarr<strong>en</strong><br />

<strong>en</strong>umera los «Souv<strong>en</strong>irs» (Atravesando la noche, 2009) que apuntan sobre<br />

las repisas, guardianes de recuerdos que se activan al mirarlos. Instalado<br />

<strong>en</strong> Francia tras su periplo inglés, Mallarmé revive <strong>en</strong> «La pipa» («Anécdotas<br />

o poemas», Divagaciones, 1897) los raquíticos árboles, las desiertas<br />

plazas y el peculiar olor de la niebla londin<strong>en</strong>se gracias al humo que despr<strong>en</strong>de<br />

su vieja cachimba.<br />

En el segundo caso, la naturaleza semianimada del objeto es matizada<br />

por el poeta, qui<strong>en</strong> presta su voz a aquel («A una alcoba que fue de<br />

doncella» de Gabino Alejandro Carriedo); lo aproxima a los seres vivos<br />

al hacerlo portador de determinadas cualidades («Las cosas» de Manuel<br />

Altolaguirre, «Lecciones de cosas» de Ángel González, «Psicología de las<br />

cosas» de Ana Merino, «Todos los objetos del mundo» de Jorge Eduardo<br />

Eielson); es refugio del escritor («El fervor de las cosas» de Dionisia García,<br />

«Las cosas» de Rafael Morales); o es catalizadora de la escritura, caso de<br />

«Arte poética» de Pablo Neruda y «Un vi<strong>en</strong>to llamado Bob Rausch<strong>en</strong>berg»<br />

de Octavio Paz, dos poemas de especial interés por la implicación de los<br />

objetos <strong>en</strong> el proceso de producción literaria.<br />

En «Arte poética» (Resid<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> la tierra, 1935), Neruda expone sus<br />

principios creativos hacia atrás, a modo de flashback, valiéndose del nacimi<strong>en</strong>to<br />

del mundo como metáfora. El maremágnum del universo <strong>en</strong> fundación<br />

es repres<strong>en</strong>tado por las «noches de substancia infinita», «el ruido<br />

de un día que arde con sacrificio» y «un golpe de objetos que llaman sin<br />

ser respondidos». La construcción del poema parece nacer por petición<br />

expresa de los objetos o, lo que vi<strong>en</strong>e a ser lo mismo, el sujeto poético se<br />

repres<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> ellos, mi<strong>en</strong>tras «el vi<strong>en</strong>to que azota» es la fuerza motriz que<br />

canaliza a las restantes por ser el rasgo de inspiración.<br />

De modo similar Octavio Paz otorga protagonismo al vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> «Un<br />

vi<strong>en</strong>to llamado Bob Rausch<strong>en</strong>berg» (Árbol ad<strong>en</strong>tro, 1987), poema capital<br />

<strong>en</strong> el asunto que nos ocupa porque comi<strong>en</strong>za a fijar las reglas del mundo<br />

de los objetos <strong>en</strong> relación con la escritura poética. Paz lo escribió <strong>en</strong> hom<strong>en</strong>aje<br />

a su amigo Bob Rausch<strong>en</strong>berg, uno de los impulsores del Pop Art.<br />

En el poema hace recu<strong>en</strong>to de objetos a los que, <strong>en</strong> la mayoría de las<br />

ocasiones, prefiere d<strong>en</strong>ominar «cosas»: tuercas, ruedas, palancas, hélices,<br />

hierro, algodón, seda, carbón, tornillos…, emparejando las naturales<br />

con las industriales <strong>en</strong> una apar<strong>en</strong>te confrontación <strong>en</strong>tre ambos<br />

mundos que, finalm<strong>en</strong>te, quedan hermanados <strong>en</strong> un paisaje. Esta es<br />

la primera llave interpretativa: un esc<strong>en</strong>ario común de conviv<strong>en</strong>cia<br />

para los objetos. En versos del mexicano: «paisaje desconsolado: /


Arthur Rimbaud (dcha.) y su<br />

hermano Frédéric (h. 1861)<br />

Manuscrito de El barco ebrio<br />

57 Vic<strong>en</strong>te Huidobro, «Manifieste<br />

Manifestes», <strong>en</strong> Obra<br />

poética, coord. de Cedomil Goic,<br />

Madrid, ALLCA XX, 2003, p. 1321.<br />

58 Jules Huret, op. cit., p. 64.<br />

los objetos duerm<strong>en</strong> unos al lado de los otros». Y la segunda llave: la conviv<strong>en</strong>cia<br />

crea conexiones <strong>en</strong>tre los habitantes del paisaje. Veámoslo: «las<br />

cosas se oy<strong>en</strong> hablar y se asombran al oírse, / eran mudas de nacimi<strong>en</strong>to<br />

y ahora cantan y rí<strong>en</strong>». Leído <strong>en</strong> clave de creación poética, los objetos son<br />

las palabras <strong>en</strong>trecruzándose («ca<strong>en</strong> como letras, letras, letras»), estableci<strong>en</strong>do<br />

nexos de significado <strong>en</strong>tre ellas, modelando la estructura del texto<br />

a medida que son insufladas de s<strong>en</strong>tido por el tal<strong>en</strong>to creador del poeta,<br />

simbolizado <strong>en</strong> el vi<strong>en</strong>to («el vi<strong>en</strong>to profiere formas que respiran y giran»).<br />

Llevando el poema al terr<strong>en</strong>o de los objetos, los versos de cierre son elocu<strong>en</strong>tes:<br />

«los sueños de las cosas el hombre los sueña, / los sueños de<br />

los hombres el tiempo los pi<strong>en</strong>sa». Pero antes el poeta los ha imaginado y<br />

desde ese mom<strong>en</strong>to se materializan: «los objetos ca<strong>en</strong>, / están cay<strong>en</strong>do, /<br />

ca<strong>en</strong> desde mi fr<strong>en</strong>te que los pi<strong>en</strong>sa». Si Huidobro hubiera vivido los años<br />

sufici<strong>en</strong>tes para leer este poema habría concluido, a t<strong>en</strong>or de lo que dejó<br />

escrito <strong>en</strong> 1925, que Octavio Paz era un poeta, con mayúscula: «El poeta<br />

es aquel que sorpr<strong>en</strong>de la relación oculta que existe <strong>en</strong>tre las cosas más<br />

lejanas, los hilos ocultos que las un<strong>en</strong>» 57 . En el prólogo a su traducción de<br />

«Un coup de dés jamais n’abolira le hasard» para la ultraísta Cervantes,<br />

Cansinos Ass<strong>en</strong>s escribe <strong>en</strong> 1919 —primer año <strong>en</strong> el que dirige la revista—<br />

que el chil<strong>en</strong>o es discípulo directo de Mallarmé y, a t<strong>en</strong>or de la declaración<br />

sobre Paz, no cabe la m<strong>en</strong>or duda de que, al m<strong>en</strong>os, se había empapado<br />

la teoría del autor de Herodías. En la citada <strong>en</strong>cuesta de Huret, Mallarmé,<br />

a propósito del naturalismo, respondió que «las cosas exist<strong>en</strong>, no t<strong>en</strong>emos<br />

que inv<strong>en</strong>tarlas; sólo compr<strong>en</strong>der las relaciones <strong>en</strong>tre ellas porque los hilos<br />

de esas relaciones originan los versos» 58 .<br />

Por último, el caso m<strong>en</strong>os frecu<strong>en</strong>te pero más atractivo de los tres<br />

m<strong>en</strong>cionados: los objetos animados dotados de yo propio que se expresan<br />

por sí mismos. Ilustre anteced<strong>en</strong>te es «La pipa», incluido <strong>en</strong> Las flores del<br />

mal, cuyo primer verso «Soy la pipa de un artista», delimita el nivel de<br />

refer<strong>en</strong>cia del hablante, que no es otro que el objeto, provisto de rasgos<br />

físicos (cara) y s<strong>en</strong>tidos (mirada, además de habla) y de facultades balsámicas<br />

para el fumador. Se diría confid<strong>en</strong>te y confesor de su dueño.<br />

Baudelaire marcó una derrota por la que muy pocos se atrevieron a <strong>en</strong>filar<br />

la proa. Entre ellos un jov<strong>en</strong>císimo Rimbaud que <strong>en</strong> 1871, a punto de<br />

cumplir los diecisiete, compuso «El barco ebrio», dislocado y maravilloso<br />

viaje <strong>en</strong> el que la prontitud con la que los versos seduc<strong>en</strong> realza la maestría<br />

descriptiva de este buque fantasma que navega eternam<strong>en</strong>te. A pesar<br />

de la aparatosidad plástica no hace falta más voz que la suya para creernos<br />

lo que cu<strong>en</strong>ta, ni recordar el epíteto del título para saber que estamos ante<br />

una situación insólita. El «cuando yo» inicial recuerda el comi<strong>en</strong>zo del poema<br />

de Baudelaire y despeja la bruma de duda: el barco-objeto relata sus<br />

av<strong>en</strong>turas con total indep<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia.<br />

Algunos de los textos temporalm<strong>en</strong>te más cercanos <strong>en</strong> nuestra literatura<br />

son «Égloga de los dos rascacielos» (1984) de Luis García Montero y dos<br />

poemas de Aurora Luque «Manual del farero» y «Mudanza I» (Carpe noctem,<br />

1994). Los rascacielos que confiesan sus p<strong>en</strong>as de amor con melancolía,<br />

parec<strong>en</strong> levantar sus moles no sólo <strong>en</strong> Nueva York sino <strong>en</strong> cualquier<br />

ciudad que t<strong>en</strong>ga a la luna por testigo. Son voyeurs al acecho de la misma<br />

mujer. El primer edificio sigue deseoso los pasos de la chica, que trabaja<br />

<strong>en</strong> el bar de la planta baja; el otro, la mira desnudarse <strong>en</strong> la última planta,<br />

137


138<br />

Diversos libros de poemas que<br />

se inspiran <strong>en</strong> la magia de los<br />

objetos<br />

59 Elizabeth Bishop,<br />

«Un arte», <strong>en</strong> Obra poética,<br />

ed. de D. Sam Abrams y Joan<br />

Margarit, Tarragona, Igitur,<br />

2008, pp. 276-277.<br />

donde vive. No es cuestión de altura sino de profundidad de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos.<br />

Sea como fuere, ambos rascacielos convocan una personalidad autónoma<br />

y aj<strong>en</strong>a a la del poeta: la de sus yo respectivos.<br />

Que la falsedad de los sueños y la credulidad humana desembocan,<br />

<strong>en</strong> el mejor de los supuestos, <strong>en</strong> el des<strong>en</strong>gaño, es el tema de «Manual<br />

del farero», donde la luz del faro, imag<strong>en</strong> del ideal inalcanzable, guía a los<br />

barcos al quimérico sur del naufragio cierto. En «Mudanza I» un arpa de<br />

eco becqueriano y un poema reflexionan sobre su común inutilidad. El<br />

poema lam<strong>en</strong>ta haber sido arrancado de la seguridad de la memoria para<br />

vagar por el tiempo, siquiera sin muerte que lo consuele, mi<strong>en</strong>tras el arpa<br />

se considera ap<strong>en</strong>as una «aglomerada masas de palabras».<br />

La advocación de objetos perdidos ha inspirado el título de varios poemarios.<br />

Una rápida ojeada arroja Departam<strong>en</strong>to de objetos perdidos (1992)<br />

de Pilar Ruiz-Va, Objetos perdidos (1997) de José Antonio Muñoz Rojas y<br />

el homónimo de María do Cebreiro Objetos perdidos (2007). Ésta trata sus<br />

poemas como objetos inv<strong>en</strong>tariables y el problema de la pérdida como<br />

algo que atraviesa siempre las palabras. Pérdida <strong>en</strong> el mejor de los casos<br />

porque <strong>en</strong> otros sería más real hablar de aus<strong>en</strong>cia o, acaso, de una no-pres<strong>en</strong>cia<br />

inexplicable o insatisfactoriam<strong>en</strong>te explicable con el l<strong>en</strong>guaje. Pese<br />

a ello, María do Cebreiro hace hueco al optimismo si para «<strong>en</strong>contrarnos<br />

<strong>en</strong> lo que buscamos» dedicamos la «infinita paci<strong>en</strong>cia» de las cosas. Pilar<br />

Ruiz-Va habla de la pérdida del amor y la inoc<strong>en</strong>cia interponi<strong>en</strong>do los objetos<br />

más diversos. Qui<strong>en</strong> trasci<strong>en</strong>de el extravío de cosas cotidianas hasta<br />

la sabiduría es Muñoz Rojas. Las gafas, el audífono o las llaves que olvida<br />

por los rincones nada repres<strong>en</strong>tan <strong>en</strong> sí mismos, porque «un montón de<br />

objetos perdidos es la vida», valoración coincid<strong>en</strong>te con la de Elizabeth<br />

Bishop para qui<strong>en</strong> «tantas cosas parec<strong>en</strong> ll<strong>en</strong>as del propósito de ser perdidas»<br />

que no merece la p<strong>en</strong>a tomarse la molestia de dramatizar y mejor<br />

nos vale aceptar paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te cada pérdida hasta llegar a dominar «el<br />

arte de perder» 59 . Muñoz Rojas si<strong>en</strong>te con dolor el extravío de algunas<br />

palabras que al pronunciarlas cobran, paradójicam<strong>en</strong>te, realidad y s<strong>en</strong>tido<br />

inmediatos pues «viv<strong>en</strong> d<strong>en</strong>tro», caso de soledad o sil<strong>en</strong>cio. Aquellas que<br />

no se pierd<strong>en</strong> sirv<strong>en</strong> de cicerone para descubrir a un autor: «<strong>en</strong> un libro,<br />

donde ti<strong>en</strong><strong>en</strong> / siempre lugar los verdaderos <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros». Mi<strong>en</strong>tras, los<br />

versos traspapelados hay que rebuscarlos <strong>en</strong> los escondites de la memoria<br />

y la única pérdida razonable es la de la cabeza si «el amor anda cerca».<br />

Análoga indulg<strong>en</strong>cia con los despistes despliega Juan Carlos Mestre <strong>en</strong> La<br />

casa roja (2008): «las oficinas de objetos perdidos están repletas de cabezas<br />

como la mía».


60 Pablo García Casado,<br />

«Poética», <strong>en</strong> Poesía pasión,<br />

ed. de Eduardo Moga, Zaragoza,<br />

Libros del Innombrable,<br />

2004, p. 141.<br />

61 Santiago Amón,<br />

«Historia del collage <strong>en</strong> forma<br />

de collage», El País, 31 de<br />

julio de 1977.<br />

El accid<strong>en</strong>te, de Gomes<br />

Miranda<br />

¿En cuál de la casuística apuntada <strong>en</strong>caja El<br />

accid<strong>en</strong>te? Sin duda, <strong>en</strong> la de los objetos animados,<br />

pero dando un paso adelante. Gomes<br />

Miranda funde la perspectiva de «La pipa» y<br />

«El barco ebrio», al no bastarle con que las<br />

cosas habl<strong>en</strong> de sí mismas. También son el<br />

motor narrativo de la historia y opinan de<br />

los sucesos que v<strong>en</strong>. La trama argum<strong>en</strong>tal de<br />

El accid<strong>en</strong>te es s<strong>en</strong>cilla: el acontecer de una<br />

familia rota, compuesta por padre e hijo tras<br />

la muerte de la madre, protagonista <strong>en</strong> off, <strong>en</strong><br />

un accid<strong>en</strong>te. La pérdida de un familiar querido<br />

puede revelarse con compulsión o con<br />

ser<strong>en</strong>idad. Ejemplos reci<strong>en</strong>tes de expulsión<br />

modélica del daño, a medio camino <strong>en</strong>tre la<br />

cont<strong>en</strong>ción y la impot<strong>en</strong>cia, los han brindado<br />

Eduardo Milán <strong>en</strong> Son de mi padre (1996) y<br />

Joan Margarit, aplicándose su teoría acerca de<br />

la utilidad de los versos, <strong>en</strong> Joana (2002). Algo<br />

de esa <strong>en</strong>tonación introspectiva hay <strong>en</strong> El<br />

accid<strong>en</strong>te, pero ¿cómo expresar la int<strong>en</strong>sidad<br />

dolorosa paseando por el resbaladizo filo de<br />

la s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talidad sin caer <strong>en</strong> el patetismo?<br />

Gomes Miranda ha descargado la responsabilidad<br />

sobre los objetos <strong>en</strong> su calidad de testigos<br />

de la tragedia. De tal manera, objetiva<br />

el desarrollo narrativo permiti<strong>en</strong>do que nos<br />

llegu<strong>en</strong> todos los detalles sin descomponer el<br />

gesto poético.<br />

El yo del sujeto poético queda diluido <strong>en</strong><br />

el yo de los objetos y, <strong>en</strong> ocasiones, ambos<br />

llegan a comunicarse e id<strong>en</strong>tificarse: «No<br />

carecía de palabras el <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to, / breve,<br />

perecedero, / <strong>en</strong>tre su cuerpo y el mío»<br />

(«Hoja de afeitar II»). Si Pablo García Casado<br />

invita a «p<strong>en</strong>sar a partir de los objetos» 60 , el<br />

portugués incita a p<strong>en</strong>sar desde los objetos<br />

o a que éstos pi<strong>en</strong>s<strong>en</strong> por nosotros. El ahondami<strong>en</strong>to<br />

<strong>en</strong> las simas del yo es actividad<br />

consustancial a la escritura poética y, como<br />

<strong>en</strong> cualquier desc<strong>en</strong>so, las dificultades aum<strong>en</strong>tan<br />

a medida que se baja. En el fondo se<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran las preguntas de difícil respuesta<br />

que, cual peces abisales, nadan <strong>en</strong> un caldo<br />

oscuro. Sin luces de apoyo no se v<strong>en</strong> pero<br />

sabemos que están al acecho y, no obstante el<br />

poeta cu<strong>en</strong>ta con el fulgor de la palabra para<br />

Jorge Gomes Miranda<br />

alumbrar el fondo, las preguntas sigu<strong>en</strong> ahí y,<br />

a veces, no hay respuestas. En términos pictóricos<br />

diría que El accid<strong>en</strong>te semeja un collage:<br />

cada poema es un elem<strong>en</strong>to del <strong>en</strong>samblaje y<br />

posee significado propio. Si el collage supuso<br />

el rescate, según Santiago Amón, «de la servidumbre<br />

hipnótica de la pasta y del pincel» 61 ,<br />

este libro abre una nueva vía de inmersión al<br />

liberar al poeta de la esclavitud de explorar el<br />

yo es otro <strong>en</strong> el abismo de su propia id<strong>en</strong>tidad<br />

o <strong>en</strong> la de terceros complem<strong>en</strong>tarios. Quizás<br />

sigamos vi<strong>en</strong>do los mismos peces, pero ahora<br />

mejor iluminados.<br />

Decía que la trama es s<strong>en</strong>cilla a primera<br />

vista y, sin embargo, las derivaciones son muy<br />

suger<strong>en</strong>tes y propician diversas interpretaciones.<br />

Los <strong>en</strong>tresijos de la historia manti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />

<strong>en</strong>c<strong>en</strong>dida la alarma de los lectores porque el<br />

misterio es un ingredi<strong>en</strong>te que <strong>en</strong>riquece el<br />

libro. Si Coleridge reclamó para la poesía «la<br />

facultad de evocar el misterio de las cosas»,<br />

Gomes Miranda ha cumplido con el precepto.<br />

Poesía y misterio, una atray<strong>en</strong>te combinación<br />

de secretos, la sociedad de lo lírico con lo<br />

recóndito, puesto que según Zagajewski «la<br />

poesía está cond<strong>en</strong>ada a convivir con el misterio<br />

y al lado del misterio, <strong>en</strong> un estado de<br />

139


62 Adam Zagajewski,<br />

«Nietzsche <strong>en</strong> Cracovia», <strong>en</strong><br />

En def<strong>en</strong>sa del fervor, trad.<br />

de Jerzy Sławomirski y Anna<br />

Rubió, Barcelona, Acantilado,<br />

2005, p. 77.<br />

63 Paul Valéry, «Noción<br />

g<strong>en</strong>eral del arte», <strong>en</strong><br />

Teoría poética y estética,<br />

trad. de Carm<strong>en</strong> Santos,<br />

Madrid, Visor Distribuciones,<br />

1990, p. 196.<br />

64 José Ángel Val<strong>en</strong>te,<br />

«Objeto del poema», <strong>en</strong><br />

Obras completas. I (Poesía<br />

y prosa), edición de Andrés<br />

Sánchez Robayna, Barcelona,<br />

Galaxia Gut<strong>en</strong>berg/<br />

Círculo de Lectores, 2006,<br />

p. 133.<br />

65 Eduardo García,<br />

«Rondó», <strong>en</strong> Horizonte o<br />

frontera, Madrid, Hiperión,<br />

2003, p. 69.<br />

66 Eduardo Milán,<br />

«Ese otro Vallejo», <strong>en</strong> Resistir.<br />

Insist<strong>en</strong>cias sobre el<br />

pres<strong>en</strong>te poético, México,<br />

Fondo de Cultura Económica,<br />

2004, p. 150.<br />

140<br />

eterna inseguridad estimulante» 62 . De hecho,<br />

resultaría divertido jugar a reconstruir cronológicam<strong>en</strong>te<br />

la historia, desde la muerte de la<br />

madre anticipada <strong>en</strong> el primer poema, «Taza»<br />

—la concavidad del objeto, imag<strong>en</strong> del útero<br />

materno—, hasta «Teléfono móvil», el último,<br />

que habla de «distantes los días del derrotado<br />

invierno» <strong>en</strong> alusión al final de «Taza». Una<br />

trama circular narrada con abundancia de<br />

analepsis, <strong>en</strong> la que cada poema ofrece datos<br />

aportados por un objeto, según su particular<br />

perspectiva, al modo de un plató cinematográfico<br />

con varias cámaras filmando una<br />

secu<strong>en</strong>cia que Gomes Miranda edita de forma<br />

sincopada. Las analogías del libro con el mundo<br />

del cine serán recurr<strong>en</strong>tes por inevitables.<br />

El accid<strong>en</strong>te está atravesado por un s<strong>en</strong>tido<br />

de corporeidad que marca las relaciones<br />

internas <strong>en</strong> los poemas y las externas con el<br />

lector. Se adviert<strong>en</strong> los ut<strong>en</strong>silios aunque hay<br />

pocas descripciones físicas. Cuando Valéry,<br />

de nuevo, dijo <strong>en</strong> 1935 que «palpar un objeto<br />

no es otra cosa que buscar con la mano un<br />

cierto ord<strong>en</strong> de contactos» 63 , estaba invitando<br />

a reconocer las cosas por la s<strong>en</strong>sibilidad que<br />

transmite el roce y a ignorar la evid<strong>en</strong>cia de la<br />

superficie. Esto es, acariciar sin ver por recelar<br />

de lo que adviert<strong>en</strong> los ojos. Palpar como los<br />

ciegos, que si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> la verdad <strong>en</strong> la oscuridad<br />

desprovista de prejuicios. Otro poeta que<br />

necesitaba llegar al c<strong>en</strong>tro de lo indudable,<br />

José Ángel Val<strong>en</strong>te, tampoco fiaba la forma<br />

a la vista: «Toco / (el ojo es <strong>en</strong>gañoso) / hasta<br />

saber la forma» 64 . Esta tradición ha sido<br />

recogida por Eduardo García que aconseja<br />

«reparar <strong>en</strong> las cosas, frecu<strong>en</strong>tar / su tacto<br />

más secreto» 65 . Los objetos de Gomes Miranda<br />

articulan su relación con los protagonistas<br />

al s<strong>en</strong>tir el contacto físico de ellos. Al modo<br />

de un ritual, brazos o manos están pres<strong>en</strong>tes<br />

<strong>en</strong> la mayoría de los poemas: la imposición<br />

de manos devi<strong>en</strong>e medio de transmisión de<br />

facultades para salvar la naturaleza sil<strong>en</strong>te<br />

de los objetos y transformarlos <strong>en</strong> parlantes.<br />

También <strong>en</strong>contramos caracterizaciones y<br />

pinceladas psicológicas, como <strong>en</strong> el excel<strong>en</strong>te<br />

«Pinza de la ropa», que se confiesa melancólica<br />

y prop<strong>en</strong>sa al vértigo («me daba miedo<br />

mirar hacia abajo»), y manifestaciones de los<br />

gustos particulares, como <strong>en</strong> «Vaso» («No me<br />

gustan las mesas con voces <strong>en</strong> serie, / ni brindar<br />

a la salud de qui<strong>en</strong> no conozco»).<br />

Hemos visto que Octavio Paz procuró<br />

un espacio común para sus cosas. Gomes<br />

Miranda ha hecho lo propio con las suyas<br />

y une elem<strong>en</strong>tos artificiales y naturales con<br />

metáforas tan bellas como la que aparece <strong>en</strong><br />

«Mesa de trabajo». El mueble hace inv<strong>en</strong>tario<br />

de las cosas depositadas sobre él, «como si<br />

soportase el peso / de un mar <strong>en</strong>crespado».<br />

La pres<strong>en</strong>cia de instrum<strong>en</strong>tos afines a la escritura,<br />

actividad profesional del padre, permite<br />

imaginar un lugar de conviv<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el hogar<br />

familiar: el rincón del escritor, a modo y manera<br />

de bodegón, que no naturaleza muerta.<br />

En ese rincón vislumbramos la mesa de trabajo<br />

<strong>en</strong> la que se posan la humeante taza de té,<br />

el cuaderno que desea la letra dibujada por<br />

el lápiz, el ord<strong>en</strong>ador que recogerá la versión<br />

definitiva del texto y el casete que hace más<br />

llevaderas las horas de creación. Fr<strong>en</strong>te a la<br />

mesa, la biblioteca y la mecedora. Los objetos<br />

organizan el mundo doméstico <strong>en</strong> el que se<br />

insertan porque su yo hace las veces de ese<br />

«ord<strong>en</strong>ador exterior del poema» al que alude<br />

Eduardo Milán 66 .<br />

En El accid<strong>en</strong>te importa más la suger<strong>en</strong>cia<br />

que la manifestación. Por los espacios <strong>en</strong><br />

blanco de las páginas campea lo implícito, lo<br />

insinuado, exigiéndonos un esfuerzo suplem<strong>en</strong>tario<br />

por ser mejores lectores e intérpretes.<br />

Lo dic<strong>en</strong> la «Maleta de viaje» («Por pudor<br />

no diré lo que hay <strong>en</strong> mi interior») y el «Cuaderno»<br />

(«<strong>en</strong>voltorio temporal de / un destino,<br />

soy»). Los resortes narrativos de la historia<br />

andan agazapados ahí y también <strong>en</strong>tre los espacios<br />

que separan físicam<strong>en</strong>te a los objetos.<br />

Espacios <strong>en</strong>tre cosas, espacios intertextuales.<br />

En definitiva, huecos que esperan s<strong>en</strong>tirse<br />

ocupados por el texto. Otra demostración<br />

de que la poesía vive a nuestro alrededor y<br />

sólo hay que abrir los ojos para verla. En este<br />

s<strong>en</strong>tido, el libro es una invitación a <strong>en</strong>sanchar<br />

la mirada hacia mundos paralelos, a <strong>en</strong>trar<br />

<strong>en</strong> la realidad por la puerta camuflada tras el<br />

esc<strong>en</strong>ario.<br />

Afirmar que Gomes Miranda relanza a los<br />

objetos desde un estatus pasivo (espectadores<br />

neutros y mudos) a un estatus activo<br />

(actores parlantes, protagonistas y emisores


Rafael Barradas. Todo a<br />

65, 1919<br />

de noticias) no es una exageración. Los objetos<br />

hablan desde la ser<strong>en</strong>idad del que ve la<br />

repres<strong>en</strong>tación s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el patio de butacas<br />

y sabe que sin su pres<strong>en</strong>cia no habría espectáculo,<br />

pero con tal nervio narrativo que nos<br />

obligan a adoptar su punto de vista, como <strong>en</strong><br />

«Mecedora»: «<strong>en</strong> esta mecedora / que soy<br />

yo». Por eso <strong>en</strong>t<strong>en</strong>demos la orfandad de la<br />

libreta que espera el contacto de la mano <strong>en</strong><br />

«Cuaderno» («Herida mano / que sobre mí<br />

desci<strong>en</strong>des desconocida, / calor nocturno / <strong>en</strong><br />

el riguroso invierno de la página, no tardes»),<br />

el desamparo de la «Mecedora» («Cuando estoy<br />

sola no me acuerdo de nada») y las dudas<br />

de la «Estantería» sobre su natural condición<br />

(«¿Humana seré para qui<strong>en</strong> <strong>en</strong> mi dirección<br />

/ todos los días exti<strong>en</strong>de la mano derecha, o<br />

sólo / incierta plegaria / a una divinidad olvidada?»).<br />

Paralelam<strong>en</strong>te, el niño, confundido<br />

por la aus<strong>en</strong>cia de su madre, pregunta <strong>en</strong><br />

«Ord<strong>en</strong>ador»: «¿Quién nos va a cuidar ahora,<br />

papá?». Las insufici<strong>en</strong>cias s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tales saltan<br />

de los personajes a los objetos y a la inversa,<br />

y luego desde ellos a nosotros, cerrando un<br />

triángulo <strong>en</strong> cuyo interior el yo perplejo y desasistido<br />

rebota igual que la bola <strong>en</strong> un pinball.<br />

Las cosas cotidianas pasan inadvertidas<br />

porque decoran un panorama que conocemos<br />

de memoria. Por mom<strong>en</strong>tos oímos los ruidos<br />

sintomáticos de su funcionami<strong>en</strong>to: el rítmico<br />

tictac del reloj, el alegre pitido del ord<strong>en</strong>ador<br />

que anuncia su reanimación o el inquietante<br />

reajuste nocturno de las estanterías cargadas<br />

de libros. Para ellas son la respiración: si les<br />

141


Mickey haci<strong>en</strong>do bailar a cubos y<br />

escobas <strong>en</strong> Fantasía<br />

Esc<strong>en</strong>a de El increíble hombre<br />

m<strong>en</strong>guante<br />

142<br />

falta, están muertas. Para nosotros, simples<br />

onomatopeyas. Marco Sanguinetti dijo que<br />

son «la música cotidiana que nos rodea» 67 .<br />

Música que su<strong>en</strong>a desafinada, a modo de accid<strong>en</strong>te,<br />

si el lápiz se despunta al caer, el vaso<br />

se hace añicos <strong>en</strong> el fregadero o el casete se<br />

atasca. El mundo por el que nos movemos, <strong>en</strong><br />

apari<strong>en</strong>cia tranquilo, se vuelve dramático con<br />

un cambio del punto de vista o por cualquier<br />

percance. Incluso donde m<strong>en</strong>os se sospecha.<br />

Walt Disney jugó a demiurgo simplón produci<strong>en</strong>do<br />

Fantasía (1940). En el episodio «El<br />

apr<strong>en</strong>diz de brujo» escobas y cubos, a las órd<strong>en</strong>es<br />

del ratón Mickey, bailan al ritmo marcado<br />

por la partitura de Paul Dukas «L’appr<strong>en</strong>ti<br />

sorcier» (1897) —inspirada <strong>en</strong> el poema de<br />

Goethe, «El apr<strong>en</strong>diz de brujo» 68 —, pero<br />

John Lasseter <strong>en</strong> el ya clásico Toy Story (1995)<br />

<strong>en</strong>vía m<strong>en</strong>sajes de alerta al insuflar vida a un<br />

batallón de soldaditos de plástico que, transformados<br />

<strong>en</strong> g<strong>en</strong>uinos militares, aprovechan<br />

la oportunidad para realizar una incursión<br />

<strong>en</strong> territorio doméstico. Y qué decir de El<br />

increíble hombre m<strong>en</strong>guante (1957), de Jack<br />

Arnold, donde la progresiva reducción de la<br />

estatura del protagonista con su consigui<strong>en</strong>te<br />

cambio de perspectiva, subvierte dramáticam<strong>en</strong>te<br />

el ambi<strong>en</strong>te hogareño y convierte<br />

cada ut<strong>en</strong>silio <strong>en</strong> un obstáculo insalvable o <strong>en</strong><br />

una pot<strong>en</strong>cial am<strong>en</strong>aza. Si Baudelaire hizo de<br />

la pipa el acompañante idílico del fumador,<br />

Gomes Miranda ha reconvertido los ut<strong>en</strong>silios<br />

caseros <strong>en</strong> vigilantes y narradores de nuestras<br />

vidas: «igual que un c<strong>en</strong>tinela<br />

<strong>en</strong> un puesto avanzado / <strong>en</strong><br />

la umbrosa vigilia, / vigilo»<br />

(«Despertador»). Como los<br />

rascacielos fisgones de García<br />

Montero. Conv<strong>en</strong>dremos <strong>en</strong><br />

que algo de intranquilizador<br />

hay <strong>en</strong> ello. Roger Caillois diría<br />

que se trata de «lo Imposible,<br />

sobrevini<strong>en</strong>do de improviso<br />

<strong>en</strong> un mundo donde lo imposible<br />

está desterrado por<br />

definición» 69 , pero la naturalidad<br />

expositiva del portugués<br />

consigue que la lectura sea<br />

un tránsito por una historia<br />

plausible.<br />

67 Marco Sanguinetti, «La<br />

música cotidiana de los objetos»,<br />

<strong>en</strong> Pulso/Diseño, nº 4, agosto<br />

2006, p. 44.<br />

68 Rosa Pedrero, «El apr<strong>en</strong>diz<br />

de brujo: de Luciano a Walt<br />

Disney pasando por Goethe»,<br />

<strong>en</strong> Koinòs Lógos. Hom<strong>en</strong>aje al<br />

profesor José García López, vol.<br />

II, Murcia, Servicio de Publicaciones<br />

de la Universidad de Murcia,<br />

2006, p. 752.<br />

69 Roger Caillois, «Del<br />

cu<strong>en</strong>to de hadas a la ci<strong>en</strong>ciaficción»,<br />

<strong>en</strong> Imág<strong>en</strong>es, imág<strong>en</strong>es…<br />

Ensayos sobre la función<br />

y los poderes de la imaginación,<br />

trad. de Dolores Sierra y Néstor<br />

Sánchez, Bu<strong>en</strong>os Aires, Sudamericana,<br />

1970, p. 11.<br />

Sorpr<strong>en</strong>de la capacidad del autor para<br />

dibujar atmósferas fijando su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong><br />

situaciones y detalles minúsculos que trasci<strong>en</strong>d<strong>en</strong><br />

hacia reflexiones profundas. En este<br />

s<strong>en</strong>tido, la muerte —omnipres<strong>en</strong>te— recorre<br />

como un escalofrío la espina dorsal del libro<br />

«porque la vida es memoria de la muerte»<br />

(«Lápiz»). La muerte <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido ontológico y<br />

la muerte física de la madre. Por ejemplo, <strong>en</strong><br />

«Taza» el agua hirvi<strong>en</strong>te de la tetera contrasta<br />

con el desangelado exterior, repres<strong>en</strong>tación<br />

del paso del tiempo, que acabará por deslucir<br />

la puerta pintada de un acogedor azul,<br />

mi<strong>en</strong>tras la imag<strong>en</strong> del televisor adelanta los<br />

resultados del accid<strong>en</strong>te propiam<strong>en</strong>te dicho.<br />

En «Billete de tr<strong>en</strong>» —cuyo «destino será permanecer,<br />

/ y un día despertar, <strong>en</strong> mitad de un<br />

libro», recordando la violeta de Borges <strong>en</strong> «Las<br />

cosas»: «un libro y <strong>en</strong> sus páginas la ajada /<br />

violeta»—, aparece una elegante alusión a la<br />

muerte simbolizada por la hora y el lugar de<br />

destino impresos <strong>en</strong> el ticket. En «Estantería»,<br />

la deliberación sobre el lado m<strong>en</strong>os amable de<br />

la literatura y la lectura —la muerte—, devi<strong>en</strong>e<br />

<strong>en</strong> la prefer<strong>en</strong>cia de los estantes por los<br />

modestos recuerdos depositados <strong>en</strong> ellos (una<br />

postal, un dibujo infantil, una piedra) antes<br />

que por los sesudos volúm<strong>en</strong>es. En el magnífico<br />

«Cuaderno», los rasguños de la escritura<br />

son heridas de la memoria que se pregunta<br />

por la sombra última. Pero no hay muerte sin<br />

vida a la que aniquilar y, por ello, El accid<strong>en</strong>te<br />

también funciona como metáfora del transcurso<br />

vital, el viaje de la vida<br />

repres<strong>en</strong>tado por el billete de<br />

tr<strong>en</strong>, la cámara fotográfica y la<br />

maleta.<br />

Una de las tareas primordiales<br />

del poeta es hurgar <strong>en</strong><br />

el conocimi<strong>en</strong>to del <strong>en</strong>torno.<br />

Lo leemos <strong>en</strong> «Cal<strong>en</strong>dario de<br />

bolsillo»: «el poeta escruta<br />

verbalm<strong>en</strong>te / cada estrato<br />

de la conci<strong>en</strong>cia del mundo»,<br />

si bi<strong>en</strong> no corr<strong>en</strong> bu<strong>en</strong>os<br />

tiempos para ponerse manos<br />

a la obra. O, justam<strong>en</strong>te por<br />

eso, resulta necesario buscar<br />

alternativas al estado de la<br />

cuestión. En el soneto «Au


Foto de rodaje de Los<br />

cuatroci<strong>en</strong>tos golpes<br />

H<strong>en</strong>ri Matisse <strong>en</strong> 1913<br />

torretrato» (Este mundo, sem abrigo, 2003),<br />

inserto <strong>en</strong> el prólogo, Gomes Miranda, además<br />

de exponer su impresión desesperanzada<br />

con respecto a la historia del siglo pasado,<br />

aporta su punto de vista sobre la poesía y<br />

la cultura <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral: «la pérdida lancinante<br />

del conocimi<strong>en</strong>to / de la poesía a manos de<br />

res<strong>en</strong>tidos y diletantes». Amargo diagnóstico<br />

que conti<strong>en</strong>e una de las razones por las<br />

que el autor ha preferido conceder voz a<br />

las cosas y casi <strong>en</strong>mudecer a las personas.<br />

Tan drástica determinación es infrecu<strong>en</strong>te.<br />

Otros escritores han <strong>en</strong>contrado<br />

un ecuador <strong>en</strong>tre ambos polos.<br />

Así, los objetos parlantes más<br />

hermosos que la literatura ha<br />

fabricado son los hombres-libro<br />

de Fahr<strong>en</strong>heit 451 (1953) que, cual<br />

bibliotecas andantes, recitan sin<br />

descanso títulos inmortales (el<br />

Eclesiastés, La República, Los<br />

viajes de Gulliver…) mi<strong>en</strong>tras<br />

pasean por el bosque donde viv<strong>en</strong><br />

escondidos. Los subterfugios<br />

seguidos por Gomes Miranda <strong>en</strong><br />

El accid<strong>en</strong>te y por Ray Bradbury<br />

<strong>en</strong> la novela pret<strong>en</strong>d<strong>en</strong> idéntica<br />

finalidad: salvar a la literatura<br />

para que siga impulsando la máquina<br />

del p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to. Esfuerzo hercúleo<br />

que justifica el tono cerrado y pesimista de<br />

ambas obras, aunque la escritura sea transpar<strong>en</strong>te<br />

y los finales abran v<strong>en</strong>tanas al paisa-<br />

je de la esperanza. Las personas apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong> de<br />

memoria las obras maestras de la literatura<br />

universal para que los libros sigan vivi<strong>en</strong>do<br />

<strong>en</strong>tre nosotros, y los objetos apreh<strong>en</strong>d<strong>en</strong><br />

las vicisitudes diarias para ahorrarnos el mal<br />

trago de contarlas.<br />

Esas v<strong>en</strong>tanas abr<strong>en</strong> los postigos a la esperanza<br />

<strong>en</strong> «Teléfono móvil», el poema final,<br />

donde las sombras son barridas por la luz<br />

que p<strong>en</strong>etra <strong>en</strong> la biblioteca al levantar las<br />

persianas. Afuera, espera el mar; y d<strong>en</strong>tro del<br />

poema, la original correspond<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre el<br />

terminal telefónico y una caracola que pone<br />

término a un tiempo de sil<strong>en</strong>cio. Si tras el<br />

accid<strong>en</strong>te el protagonista huye hacia regiones<br />

«sin noticias del mar» («Hoja de afeitar II»),<br />

ahora el verso último del libro, «y el mar responde»,<br />

augura un tiempo de matizada armonía<br />

y felicidad que retrotrae a otra imag<strong>en</strong><br />

cinematográfica. Me refiero al mítico plano<br />

que cierra Los cuatroci<strong>en</strong>tos golpes (1959) de<br />

François Truffaut: el rostro expectante de Antoine<br />

Doinel corri<strong>en</strong>do por la playa tras escapar<br />

del reformatorio.<br />

En 1929, Matisse, instalado <strong>en</strong> Niza desde<br />

años atrás <strong>en</strong> una t<strong>en</strong>tativa por <strong>en</strong>contrar<br />

r<strong>en</strong>ovados inc<strong>en</strong>tivos, manifestaba: «Mi propósito<br />

es expresar mi emoción. Este estado<br />

de ánimo lo crean los objetos que me rodean<br />

y causan una reacción <strong>en</strong> mí: desde el horizonte<br />

hasta mí mismo, incluido yo mismo».<br />

El epic<strong>en</strong>tro del pintor de las odaliscas es la<br />

emoción. El cansancio psíquico sobrev<strong>en</strong>ido<br />

al deambular por el laberinto artístico se<br />

transforma <strong>en</strong> vitalidad al vislumbrar la salida<br />

del estímulo. Y así, imaginamos el temblor<br />

de Matisse, la exteriorización de esa emoción<br />

interior, al activarse la carga creativa que esperaba<br />

la mecha apropiada: los objetos, <strong>en</strong> este<br />

caso. El propósito de aspirar a lo emotivo por<br />

medio de las cosas que nos acompañan, se<br />

ha plasmado <strong>en</strong> poesía och<strong>en</strong>ta años después<br />

<strong>en</strong> El accid<strong>en</strong>te. Desechando malabarismos<br />

sintácticos y aplicando la máxima del m<strong>en</strong>os<br />

es más, Gomes Miranda ha destilado con precisión<br />

la capacidad emotiva de los mínimos<br />

recursos puestos <strong>en</strong> la página, de manera que<br />

los poemas llegan a los oídos como vibrantes<br />

notas, y ahí se quedan resonando…<br />

143


144<br />

MORENTE<br />

EL CANTAOR ILIMITADO<br />

<strong>en</strong>trevista<br />

Francis Mármol


foto M<strong>en</strong>F<br />

145


146<br />

PERFIL DE FRENTE<br />

Mor<strong>en</strong>te, el cantaor ilimitado. La evocación y la es<strong>en</strong>cia.<br />

Trabajo e inspiración. Doctorado <strong>en</strong> pellizcos. El círculo y la<br />

raya. Lo indómito y la disciplina. Universitario del Quejío.<br />

Silverio con los pies pequeños. Mitad Picasso, mitad Chacón.<br />

La persecución eterna; «¡Enrique, canta gitano! ¡Enrique<br />

¿por qué no cantas gitano?! La fe y el despiste. Las mil y<br />

una madrugadas ebrias. Premio Príncipe de las asturianadas<br />

flam<strong>en</strong>cas. Llave de Oro del Atrevimi<strong>en</strong>to. Lluvia seca. Voz<br />

celestial de tierra. Reloj atrasado del futuro. Bellas Artes del<br />

compás por tangos de Graná. Albaicinero de Oro. Premio<br />

Nacional de la Libertad y las multas de 100.000 pesetas.<br />

Aunque es de noche, alumbra. El cantaor que nunca se quitó<br />

el sombrero al paso del cortejo fúnebre de Carrero. El ganador<br />

imaginado por Lorca para el Concurso del 22. Negra<br />

sobre blanco. Esquina y av<strong>en</strong>ida. Calle Alcalá, cómo reluce.<br />

Matrona y alumno perpetuo. Niño emigrante tapándose<br />

del frío de los grises madrileños con Doña Rosita la Soltera.<br />

El chico del coro antes. Miguel Hernández. Grito y sil<strong>en</strong>cio.<br />

En el Johny cogió su fusil. La luz <strong>en</strong>contrada. Camarón<br />

<strong>en</strong> gachó. Caminar continuo y despegando. Machado. La<br />

banda sonora de la Alhambra. Fu<strong>en</strong>te y estanque. Azulejo<br />

y celosía. Estudiante eterno. Master <strong>en</strong> peñólogos de gafas<br />

gordas. Premio Mejor Vestuario rockero flam<strong>en</strong>co. Espejo y<br />

reflejo. G<strong>en</strong>io humilde. Urbanita con botos. Socio de Honor<br />

de la mítica Peña Chaplin. Her<strong>en</strong>cia y heredero. Cum laude<br />

<strong>en</strong> olés de aj<strong>en</strong>os al flam<strong>en</strong>co. Intelectual no reconocido.<br />

En definitiva, Mor<strong>en</strong>te o la gran biografía del cantaor<br />

ilimitado; su arte sólo hace frontera al Norte con la Aurora,<br />

al sur con su Estrella, al Oeste con su Soleá y al Este con su<br />

propia sombra.


«Las mejores letras del flam<strong>en</strong>co están a la<br />

altura de la mejor obra poética universal»<br />

׿Cuál o cómo fue su primer contacto con<br />

la poesía escrita?<br />

Bu<strong>en</strong>o yo cuando jov<strong>en</strong> leía literatura barata,<br />

para personas con un nivel cultural bajo como<br />

era el mío. Luego leí Doña Rosita La Soltera<br />

de Federico, que me cautivó y tras esto pasé a<br />

descubrir a Miguel Hernández que me gustó<br />

mucho porque eran tiempos de la Dictadura y<br />

yo me empecé a comprometer.<br />

×Se ha atrevido con escritores tan dispares<br />

como Lope de Vega, Ángel González o<br />

San Juan de la Cruz, separados por siglos,<br />

estilos... ¿qué es lo primero que mira <strong>en</strong><br />

sus obras para aflam<strong>en</strong>carlas? ¿Qué le conmueve<br />

más para elegirlos?<br />

Si se trata de los clásicos, de los bu<strong>en</strong>os, de<br />

los grandes mitos de la literatura pues simplem<strong>en</strong>te<br />

busco que me llegu<strong>en</strong> porque como <strong>en</strong><br />

todo hay algunos que no te llegan como otros<br />

y si se trata de autores más actuales pues<br />

<strong>en</strong>tonces influye muchas veces la amistad. A<br />

veces son <strong>en</strong>cargos y ya está.<br />

׿Quiénes han sido para usted los poetas<br />

más flam<strong>en</strong>cos?<br />

Pi<strong>en</strong>so que poesía y flam<strong>en</strong>co no son disciplinas<br />

distintas, a la larga se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran <strong>en</strong> el<br />

mismo cruce de caminos pero <strong>en</strong>tre ellos es<br />

destacable Manuel Machado y, de los actuales,<br />

José Luis Ortiz Nuevo.<br />

׿Cree que el cancionero popular del flam<strong>en</strong>co<br />

está algo d<strong>en</strong>ostado por los poetas<br />

cultos?<br />

La poesía bu<strong>en</strong>a siempre perdurará. Unas<br />

letras quedan para ser cantadas y otras leídas,<br />

y yo no distingo. Es imp<strong>en</strong>sable. Las mejores<br />

letras del flam<strong>en</strong>co están a la altura de la mejor<br />

obra poética universal.<br />

×Lorca ha sido y es el gran literato de la<br />

historia del flam<strong>en</strong>co pero ¿no cree usted<br />

que se ha abusado de su figura y su obra<br />

últimam<strong>en</strong>te?<br />

Tal vez se recurra demasiado porque es más<br />

popular, muy nuestro, ti<strong>en</strong>e un carisma espe-<br />

cial. Parece como si estuviera vivo. Pero me<br />

parece bi<strong>en</strong> que acudamos a él porque mejor<br />

que lo hagamos nosotros que los demás. Y<br />

siempre será mejor interpretarlo de más que<br />

de m<strong>en</strong>os.<br />

×Ha cantado a Lorca <strong>en</strong> varios discos,<br />

¿con qué composición suya del granadino<br />

se queda?<br />

Me he preocupado de sacarle el máximo<br />

partido a todo lo que he tocado de él.<br />

Siempre que lo releo me vuelve a <strong>en</strong>tusiasmar.<br />

Pero, bu<strong>en</strong>o, por reci<strong>en</strong>te destacaría<br />

el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías<br />

que he cedido a su Casa Museo de Fu<strong>en</strong>te<br />

Vaqueros. He musicado la primera y cuarta<br />

parte y el resto los haré más adelante.<br />

Luego también me gustaron «El Pastor<br />

Bobo», «Manhattan» o la «Aurora de Nueva<br />

York».<br />

× En Málaga abrió la bi<strong>en</strong>al de 2007 cantando<br />

a María Zambrano y Miguel de<br />

Cervantes, ¿qué le pareció la experi<strong>en</strong>cia?<br />

Bu<strong>en</strong>a. De Cervantes leí una de sus cartas. De<br />

María Zambrano conocía su nombre únicam<strong>en</strong>te.<br />

Era una de las primeras veces que me<br />

atrevía con algui<strong>en</strong> del mundo de la filosofía<br />

pero ella es una poeta filósofa, cada r<strong>en</strong>glón<br />

suyo es como un verso. Estoy orgulloso de<br />

haber conocido mejor su obra, la obra de<br />

una gran mujer de su tiempo, con una altura<br />

admirable, del estilo de la Pasionaria y tantas<br />

otras de su tiempo que fueron precursoras <strong>en</strong><br />

lo suyo.<br />

×Su p<strong>en</strong>último disco ha estado inspirado<br />

<strong>en</strong> Pablo Picasso, ¿le resultó muy complicado<br />

musicar, cantar, su poesía automática?<br />

Las cosas con ilusión se met<strong>en</strong> <strong>en</strong> el ritmo<br />

que quieras, si conoces el compás. El concepto<br />

de después también es muy importante,<br />

<strong>en</strong> la línea del tipo de poeta al que musiques,<br />

luego también es muy importante la expresión<br />

instrum<strong>en</strong>tal que vayas a darle, el carácter<br />

del poema. En este caso era acometer<br />

algo tan anticonv<strong>en</strong>cional como la poesía de<br />

Picasso.<br />

147


148<br />

×Reci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te también se atrevió con «Otro<br />

tiempo v<strong>en</strong>drá» de Ángel González, ¿cómo fue la<br />

experi<strong>en</strong>cia?<br />

Sí fue muy bonito. Antes de musicarlo <strong>en</strong> Oviedo <strong>en</strong> el<br />

Campoamor, tres o cuatro meses antes de morir, lo recité<br />

<strong>en</strong> Avilés con un gaitero llamado Tejedor. Fui muy<br />

amigo de él y muy admirador de su obra por supuesto.<br />

׿Le queda algún poeta ilustre por <strong>en</strong>tonar?<br />

Sí, t<strong>en</strong>go muchas deudas con muchos amigos. Lo más<br />

inmediato es terminar Llanto por Ignacio Sánchez Mejías,<br />

las dos partes que me faltan. Luego podría atacar<br />

grandes poemas de la literatura castellana.<br />

׿De quién se llevaría un libro a una isla desierta?<br />

De Miguel de Cervantes, el Quijote, porque como leo<br />

muy l<strong>en</strong>to pues me valdría por mucho tiempo. Alguno<br />

de Federico, de Pedro Garfias, de Luis Cernuda. No sé,<br />

poesía nos sobra.<br />

×Una letrilla popular que le parezca una obra<br />

maestra de la poesía que <strong>en</strong>cierra el flam<strong>en</strong>co.<br />

Hay muchas, pero puede ser: «pérdidas que aguardan<br />

ganancias/son caudales redoblaos/estoy tan hecho a<br />

perder/que cuando gano me <strong>en</strong>fado.»<br />

׿Qué escritor es imposible de ser llevado al flam<strong>en</strong>co?<br />

Después de cantar a Picasso lo único que veo como<br />

requisito es que cont<strong>en</strong>ga un m<strong>en</strong>saje de arte porque<br />

realm<strong>en</strong>te se puede cantar todo. T<strong>en</strong>go proyectos<br />

como cantar las páginas amarillas.<br />

Estas son algunas de las letras de poetas que ha cantado<br />

Mor<strong>en</strong>te:


¡Oh cristalina fu<strong>en</strong>te,<br />

si <strong>en</strong> esos tus semblantes plateados<br />

formases de rep<strong>en</strong>te<br />

los ojos deseados<br />

que t<strong>en</strong>go <strong>en</strong> mis <strong>en</strong>trañas dibujados!<br />

(San Juan de la Cruz,<br />

fragm<strong>en</strong>to del Cántico espiritual)<br />

Instinto innato pinto<br />

inoc<strong>en</strong>cia niño<br />

dibujo colores<br />

papeles li<strong>en</strong>zos<br />

ya no pintaré más la flecha<br />

ni la hora escrita que el columpio<br />

se lleva con su risa<br />

prefiero escribir las palabras solas<br />

solas palabras<br />

que han de cantar tu nombre<br />

(Pablo Picasso)<br />

En la cuna del hambre<br />

mi niño estaba.<br />

Con sangre de cebolla<br />

se amamantaba.<br />

Pero tu sangre,<br />

escarchada de azúcar<br />

cebolla y hambre<br />

(Miguel Hernández,<br />

fragm<strong>en</strong>to de «Nanas de la cebolla»)<br />

A las cinco de la tarde.<br />

Eran las cinco <strong>en</strong> punto de la tarde.<br />

Un niño trajo la blanca sábana<br />

a las cinco de la tarde.<br />

Una espuerta de cal ya prev<strong>en</strong>ida<br />

a las cinco de la tarde.<br />

Lo demás era muerte y sólo muerte<br />

a las cinco de la tarde.<br />

El vi<strong>en</strong>to se llevó los algodones<br />

a las cinco de la tarde.<br />

(Federico García Lorca,<br />

fragm<strong>en</strong>to de «Llanto por Ignacio<br />

Sánchez Mejías»)

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