VIDA PASTORAL 2013 - Arquidiócesis de Santa Fé de Antioquia

persecución de los Cristianos por parte del “rey” Herodes Agripa (41-44 d. C.).
En esta fase los cristianos eran casi todos judíos convertidos. Ellos gozaban de la simpatía del pueblo (He 2, 47) y eran vistos como uno de los movimientos
de renovación y de contestación en el seno del judaísmo.
Formaban pequeñas comunidades en torno a la Sinagoga, al margen del judaísmo oficial. Su incremento, tanto geográfico como numérico, los obligó a crear
nuevas formas de organización, por ejemplo, tienen que elegir animadores, como los diáconos (He 6, 2-6).
Había misioneros ambulantes que apoyaban y animaban a las primeras comunidades. Estos, a diferencia de los misioneros, no llevaban nada para el camino.
Se hospedaban en la primera casa que los recibía y allí se quedaban.
La proclamación de la buena noticia se centraba en el anuncio de la llegada del Reino, de la Muerte y Resurrección de Cristo.
En esta primera etapa, aparece la semilla de una divergencia, que se fue acentuando en las comunidades: por un lado estaba en grupo en torno a Esteban,
ligado a los judíos de la diáspora (He 7, 1-13) y el grupo de Santiago y los hermanos de Jesús, ligados a los judíos de Palestina, que defendían la fidelidad estricta a
la ley de Moisés y a la tradición de los antiguos (Gál 1, 14).
b) Del año 40 al 70: LA EXPANSION MISIONERA EN EL MUNDO GRIEGO
Persecuciones, cambio de coyuntura y voluntad de anunciar la Buena Nueva a “toda criatura” (Mc 16, 15) llevan a los cristianos fuera de Palestina. En
poco tiempo, más o menos 30 años, la Buena Nueva se difunde por el imperio y penetra rápidamente en todas las grandes ciudades, inclusive Roma, “el límite del
mundo” (He 1, 8).
El levantamiento de los judíos y la brutal destrucción de Jerusalén por los Romanos, en el año 70, crea una nueva situación y marca el final de este período.
En este período las comunidades empiezan a despertar a su propia identidad. Sin embargo, los primeros en descubrir algo diferente no fueron los miembros
de las comunidades, sino los otros. El pueblo de Antioquia comenzó a sentir la diferencia entre los judíos y los creyentes en Cristo. Para distinguirlos, les dio a estos
el nombre de Cristianos (He 11, 26). A partir de este nombre, dado por el pueblo, la misma comunidad comienza a darse cuenta de su identidad.
La creación de “Iglesias domésticas” posibilitó una mayor influencia y participación de la mujer. Estas y otras afirmaciones muestran que las mujeres
desempeñaban funciones importantes en la vida y en la organización de las primeras comunidades. El Nuevo Testamento habla con toda naturalidad de mujeres
que son discípula (He 9, 36), diaconisa (Rm 16, 1), colaboradora en Jesucristo (Rm 16, 3), compañera o apóstol (Rm 16, 7), que se fatigan por los demás (Rm 16,
2.3.12).
Aquí aparece la figura de San Pablo, no como el único misionero, sino como el modelo de los misioneros.
En este período empieza a surgir lo que llamamos Nuevo Testamento. La experiencia de la vida nueva en Cristo era tan grande y los problemas vividos
tan diferentes, que las palabras de la Escritura de los Judíos ya no bastaban para orientar a los cristianos. El Nuevo Testamento surge del esfuerzo hecho para
verbalizar la nueva experiencia y para encontrar una solución a los nuevos problemas.
c) del año 70 al 100: ORGANIZACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LAS COMUNIDADES
Es un período difícil, marcado por los graves conflictos y problemas. El trauma que dejó la destrucción de Jerusalén aumenta con la trágica separación
entre judíos y cristianos, quienes se convierten en dos religiones diferentes, enemigas entre sí, que se excomulgan mutuamente.
En este período muchas doctrinas y religiones diferentes comienzan a invadir el Imperio Romano. Los cristianos se convierten en blanco de persecuciones.
Es el mundo de la pax romana y del culto al emperador, donde los cristianos avanzan con su mensaje. Jesús es el “Señor” por excelencia (Ap 17, 14; 19, 16). Para
ellos Dios es uno solo y si Dios es uno solo, Padre de todos, entonces todos somos hermanos. Por eso, en nombre de su fe, buscan vivir en Fraternidad. Ponen en
común sus bienes (Hch 2, 42-45; 32-34. Enseñan que todos son iguales (Gál 3, 28; Col 3, 11). Y esta manera de vivir y de enseñar hace que sufran persecuciones.
Tanto que al final del primer siglo, como nos narran los hechos de los apóstoles, parece que ha llegado el fin de la vida de las primeras comunidades cristianas.
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