Ana Ajmatova 2.pdf - Webnode
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del escenario, del infierno (no sé de qué) de los tiempos no resuena el eco<br />
montañoso ni la voz de Chaliapin.<br />
El perro errante. Velada de Tamara Karsavina. Ella baila en el espejo.<br />
Mascarada. Arde una gran chimenea. De repente todas las máscaras se<br />
convierten en sombras superfluas (se miran unas a otras y ríen a<br />
carcajadas).<br />
79<br />
... en esta mascarada estaban "todos". Nadie envió una renuncia. Y<br />
aunque todavía no ha escrito ningún poema amoroso, está el ya célebre<br />
Osip Mandelstam ("la ceniza en el hombro izquierdo"). Y, llega desde<br />
Moscú en su "Velada extraña", Marina Tsvetáieva, reputada en todo el<br />
mundo. . . Está la sombra de Vrúbel —de él son todos los demonios del<br />
siglo XX, y el primero de ellos, él mismo...— Allí a veces no pasa volando el<br />
cisne de Zárskoe Seló, ni Anna Pávlova, sino Maiakovski rasurado que,<br />
seguramente, fuma junto a la chimenea... (pero están al fondo de los espejos<br />
"muertos", que se animan y comienzan a iluminar con un sospechoso y<br />
turbio resplandor); y, al fondo de ellos, un viejo cojo y "charmant" (así está<br />
vestido el Destino) muestra a todos los reunidos su futuro: su final. La<br />
última danza de Nijinski, la salida de Meyerhold. No sólo quien debería<br />
estar sin falta, y no sólo estar, sino permanecer de pie en el rellano y saludar<br />
a los invitados... Y aún:<br />
Deberíamos beber por<br />
quien aún no está con nosotros.<br />
6-7 de Enero de 1962