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xx Álvaro Retana<br />

Los podéis ver [a los depravados] a la hora crepuscular como deambulan<br />

por las calles; van pintarrajeados. Sus rostros denotan ingenuidad<br />

infantil; pero sus actos son depravados cuando necesitan<br />

caudal para el sostén de su vicio repugnante [...] A la débil luz mortecina<br />

por falta de gas los veréis [exhibiendo] sus trazos femeniles;<br />

la pintura del rostro, la ondulación de su pelo, su falda pantalón os<br />

dirán quién son a poco que os fijéis. (1)<br />

La indeterminación sexual (la «depravación», según algunos) es signo de<br />

modernidad y sólo se encuentra a gusto entre las cosas y los paisajes modernos.<br />

No sorprende, pues, que la novela sicalíptica esté al tanto de las últimísimas<br />

tendencias de la moda y del maquillaje, preocupaciones que apenas encuentran<br />

cabida en la literatura canónica de la Edad de Plata, aunque sí estimularon<br />

la curiosidad de los escritores realistas, particularmente la de Galdós<br />

en su novela La de Bringas. En El tonto, por ejemplo, uno de los personajes femeninos,<br />

doña Julia, lleva «un trajecito negro de crespón ajustado y sencillo,<br />

sin más adornos que unos vivos de terciopelo azul que bordeaban el cuello y<br />

las mangas» (131), estilo que estaba muy en boga por aquel entonces. Y en Los<br />

ambiguos las alcobas se llenan de «camisas de crespón, calcetines de seda impalpable,<br />

[...] trajes encargados en un buen sastre, [...] zapatos carísimos, sombreros<br />

de la casa más acreditada...» (62). En la misma novela, «Amalia le ponía<br />

sus ropas a Julito para andar por casa, y éste, dócil y contagiado de la perversidad<br />

de ella, se dejaba poner camisas de seda y zapatitos de tacón alto» (65).<br />

En otra página, «los admirables ojos de agua marina» de Julio aparecen «hábilmente<br />

retocados con Rimmel» (69), y sus labios, «discretamente avivados<br />

por el carmín de Persia» (69). Por fin, el maquillaje alcanza toda su estridente<br />

brillantez y actualidad retadora en Las «locas» de postín, cuando cae en manos<br />

de la madrileña y flamboyante comunidad gay:<br />

Manolo Castilla tenía debilidad por los polvos Moresca, que prestaban<br />

a sus mejillas una tonalidad anaranjada de gitana del Albaicín;<br />

la barra azul, que le creaba unas ojeras insinuantes, y el<br />

carmín, que tornaba su boca en una ardiente fresa partida en dos.<br />

Rafaelito Albareda, por el contrario, prefería una inquietante palidez<br />

que le hiciese confundible con la auténtica Dama de las Camelias,<br />

de Alejandro Dumas, en los últimos capítulos de la obra; y<br />

a fuerza de crema blanca y polvos, convertía su rostro en una<br />

máscara pierrotesca; sin más color que el azul intenso de las pupilas<br />

y el rojo encendido de los labios. Así como Castilla cifraba su<br />

empeño en aparentar salud y alegría, Rafaelito se esforzaba por adquirir<br />

un aire enfermizo que, según él, era más chic y cautivador<br />

que el aspecto de pepona de treinta céntimos que caracterizaba a la<br />

Duquesa. (9)<br />

La moda y el afán de estar al día, cueste lo que cueste, no sólo se mani

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