Lsma Árenal - Seminario Conciliar de Madrid

I
a celebración del centenario del
Lnacimiento de D. José M" García
Lahiguera ha ofrecido a nuestro
Seminario una espléndida ocasión
para recordar su vida y acoger
sus enseñanzas. Fue presbítero y
Obispo Auxiliar en la, entonces,
Diócesis de Madrid-Alcalá y, posteriormente,
Obispo de Huelva y Arzobispo
de Valencia. Pero fue, ante
todo, sacerdote de Jesucristo, y
sacerdote siempre y para siempre.
Es la clave de toda su existencia, y
su mayor título de dignidad y de
gloria que, como tal, permanece
grabado sobre la lápida que cubre
su sepultura,
"Sacerdos
et Hostia",
palabras
"que
han sido mi vida
en la tierra y espero que sean
mi gloria eterna en el cielo", según
él mismo escribió en su testamento.
La capilla, aulas y corredores de
esta casa, ya casi centenaria, fueron
testigos silenciosos del paso
del Siervo de Dios por la historia
del Seminario de Madrid, a lo largo
de treinta y cinco años: desde
su ingreso como seminarista menor
en el año 1915, hasta su nombramiento
como Obispo auxiliar
en 1 950. Durante estos años, como
él mismo escribe,
"viví día y
noche en el Seminario, llenando lo
que llamaría tres etapas: la de seminarista,
después la de superiorprofesor
y, por último, la de director
espiritual, primero el seminario
menor y luego - la más interesante
- del seminario mayor. Fui feliz,
totalmente feliz en todo momento,
...
".
Años felices, a pesar de la interrupción
dramática de la guerra civil,
salpicados de acontecimientos
importantes que orientarían el
rumbo sacerdotal de D. José María:
entre otros. la ordenación sacerdotal
el 29 de Mayo de 1926
en la capilla de este Seminario y, al
D. Jesé lEaría,
l
"S a.eerdote ée le,s See ef dotes*'
día siguiente, la celebración de su
primera Misa, también en nuestra
capilla; su paso como director de
la "Schola
Cantorum", y sus nombramientos
sucesivos de Profesor.
Prefecto de los seminaristas, y Secretario
de Estudios. Por fin, el encargo
de la dirección espiritual, primero
de los seminaristas menores
y, enseguida, de los mayores, y
que, él mismo valoraba de esta
manera en los años oostreros de
su vida: "el cargo de director espiritual,
que siempre he considerado
la más grande gracia después de
la del sacerdocio, culminó mivocación-misión
".
Muchos años de
gracia y de servicio sacerdotalmente
entregados al "Seminario
de
sus amores", cómo a él le gustaba
recordarlo. Muchos años de gracia
y de servicio que el Seminario de
hoy está llamado a agradece6 a
custodiar como una herencia oreciosa,
y a cultivar en la formación
de los jóvenes seminaristas.
D. José María fue siemore sacerdote.
Lo fue en vocación y deseo
desde su niñez; lo fue sacramentalmente
por la recepción de
las Órdenes sagradas, primero como
presbítero y, más tarde, con la
plenitud del Episcopado. Y desde
su ordenación. su vida no fue más
que el desarrollo del sacramento
recibido como pafticipación viva
en Cristo Sacerdote:
"Cristo
conocido,
Cristo vivido, Cristo comunicado".
En definitiva, un ejemplo
vivo de lo que postula
"la representación
sacramental de Jesucristo,
Cabeza y Pastor" (PDV
'15),
en
todo tiempo y circunstancia por
difíciles que éstos sean.
La configuración con Cristo Sacerdote
y Víctima diseñó la forma
y el estilo del ministerio pastoral de
D. José María como un imoerativo
ineludible de santidad, a todas luces
evidente para él y para todo
ffit";b&;td,rd
sacerdote:
"Si no somos santos,
¿para qué somos sacerdotes? Y si
somos sacerdotes, ¿por qué no somos
santos?". El deseo de la santidad
sacerdotal se convirtió, para
el Siervo de Dios, en pasión vital,
en experiencia de oración, en testimonio
irradiante y contagioso, y
en móvil de su entrega ministerial.
En una respuesta total de amor a
Dios, Padre, HUo y Espíritu Santo,
de quien tantas gracias había recibido,
y que D. José María tradujo
en caridad oastoral.
El amor oastoral de D. José
María, aún siendo oferta para todos,
tuvo siempre, sin embargo,
unos destinatarios particulares: los
sacerdotes y los seminaristas. Se
reconocía a sí mismo como "sacerdote
de los sacerdotes", en una
vocación oarticular íntimamente
vivida y paternalmente desempeñada.
Como director esoiritual del
Seminario de Madrid, supo entusiasmar
en la vocación recibida a
numerosas generaciones sacerdotales,
que aprendieron de sus labios
las virtudes imorescindibles
para internarse por el camino de la
santidad apostólica: "Esta vocación
os exige que seáis santos.
Con menos no cumplís", solía decir
a sus seminaristas de entonces.
También lo dice a los de ahora.
Siempre ilusionando con el sacerdocio.
Siempre apuntando a la
santidad sacerdotal.
Si un día Dios lo quiere y la
Santa Madre lglesia lo proclama, bl-'
Seminario dará las gracias ptjr la
santidad de uno de sus miembros
más insignes, seminarista, sacerdote,
formador de sacerdotes, fundador
y Obispo. Mientras tanto,
hacemos de este deseo una plegaria
confiada.
Andrés García de la Cuerda
Rector