12.05.2013 Views

Capítulo V - El proceso emancipatorio (PDF)

Capítulo V - El proceso emancipatorio (PDF)

Capítulo V - El proceso emancipatorio (PDF)

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

CAPITULO V<br />

EL_PROCESO_EMANCIPATORIO<br />

EL ORIGEN DEL PROCESO<br />

Cuando el hombre emergió de la pura animalidad y se hizo capaz de imaginar el futuro, tomó<br />

conciencia de que ese futuro era siempre problemático; de que por ello la vida se desenvolvía casi en<br />

permanente alerta ante los peligros naturales, la siempre posible escasez de alimentos y sobre todo las<br />

enfermedades. Pero andando el tiempo, todos estos riesgos resultarían minimizados ante el que vino<br />

después, cuando empezó la agricultura y se hizo el hombre sendentario: el temor a la predación de otros<br />

hombres.<br />

Afirmar que la mayor crispación le viene al hombre del miedo que tiene a otros hombres es adoptar<br />

el punto de vista según el cual el hombre es como una especie de lobo para el hombre, según la vieja<br />

frase. Mucho se ha hablado a lo largo de la historia sobre la bondad o maldad de los hombres, pero<br />

tengan o no razón unos u otros, los que afirman que el hombre es el peor bicho de la naturaleza y<br />

defienden por ello la necesidad de una autoridad absoluta para evitar la guerra de todos contra todos,<br />

como Hobbes en el siglo XVII, o los que, como Rousseau en el siglo XVIII, preconizan el pacto social<br />

para lograr la armonía fraternal que el hombre anhela en su corazón, ambos presuponen, explícita o<br />

implícitamente, la misma realidad: que el hombre es un ser depredador por naturaleza y que no excluye<br />

de su campo de acción a los demás hombres. ¿Para qué, si no, el pacto? Tocaré más ampliamente este<br />

tema en otro capítulo. Adelantaré solamente que, según mis conclusiones, el hombre prefiere, en contra<br />

de lo que puede hacer creer el <strong>proceso</strong> de la historia, ser amigo y no enemigo, no sólo de sus semejantes,<br />

sino de todos los seres naturales, aunque la experiencia nos demuestra cada día que el ser humano puede<br />

convertirse en enemigo de cualquier ser viviente, incluidos sus semejantes, y que además está bastante<br />

predispuesto a ello. Aunque parece demostrado que en los tiempos más primitivos los enfrentamientos<br />

entre grupos humanos fueron muy raros, no puede caber duda de que desde hace tiempo, cada grupo<br />

considera la probabilidad del enfrentamiento con otro grupo como el mayor de todos los peligros que<br />

pudieran acecharle, justamente por tratarse de un enemigo inteligente como él. Los datos que nos ofrece<br />

la historia son, por desgracia, bastante desalentadores.<br />

Los múltiples miedos que el hombre primitivo sintió frente a la escasez, la enfermedad, la soledad y<br />

la muerte le produjeron situaciones de angustia que fueron el lado negativo, la contrapartida que ha<br />

tenido que pagar la especie humana por el desarrollo de la inteligencia. Ciertamente, el desprendimiento<br />

del medio que supuso la conciencia clara de su propia identidad tuvo lugar de un modo paulatino, por lo<br />

que no pudo convertirse en fuente de angustia, pero sí en su posibilidad. <strong>El</strong> hombre se hizo<br />

psicológicamente frágil porque con el desarrollo de la conciencia nació el temor a la destrucción de su<br />

identidad diferenciada y autoconsciente, aunque no tuviera originariamente otro contenido que el<br />

resultante de hacer también consciente la actividad de su función autoprotectora. ¿Cómo mitigar la<br />

angustia o posibilidad de angustia producida por la autoconciencia? La respuesta es que, aparte de<br />

continuar e intensificar las actividades de siempre para la procura de alimentos, tuvo que compensar el<br />

<strong>proceso</strong> de desprendimiento del entorno a medida que se le fue haciendo evidente. Tuvo que negarse a<br />

reconocer su separación del entorno mediante una visión del mundo como totalmente encantado y<br />

preñado de sus propias proyecciones. Frente al grupo al que pertenecía, tuvo que intensificar los<br />

profundos lazos que le unían, los lazos fraternales, como una prolongación de su propia identidad. Sus<br />

esfuerzos para evitar caer en la angustia tuvieron, pues, que ejercerse por las tres posibles brechas por las<br />

que podía filtrarse: asegurar la procura de alimentos, elaborar concepciones propicias de la realidad y<br />

preservar los lazos grupales.<br />

Este estado que yo llamo de "angustia original", en el que desde entonces puede caer el hombre, y<br />

los esfuerzos que viene haciendo para evitarlo o aliviarlo, es lo que, a fin de cuentas, ha producido el<br />

<strong>proceso</strong> que se llama historia, que no es más que aquél por el cual el hombre, como especie, trata de<br />

avanzar hacia la tranquilización y la emancipación de la posibilidad de caer en la angustia original. De lo<br />

dicho se desprende que la emancipación implica la superación de todos los miedos, por lo cual precisa<br />

como mínimo: frente a la escasez, seguridad en la satisfacción de las necesidades primarias; frente a la<br />

naturaleza, integración por conocimiento progresivo; y frente a la sociedad, clima de paz y confianza con<br />

los demás hombres.<br />

Se pone a veces en duda si un mayor conocimiento y una más fina sensibilidad, que hacen<br />

posible la conciencia angustiada y al mismo tiempo hacen también necesario y posible la concepción de


las ideologías esperanzadoras, sirven o no para hacer al hombre más feliz o, por el contrario, más<br />

desgraciado. Ya en el Eclesiastés se dice que "en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y que quien<br />

añade ciencia, añade dolor" (Ec. 1-18). De lo que por el momento podemos estar seguros es de que esas<br />

cualidades hacen al hombre más capaz de supervivencia y más capaz de sentirse feliz. Lo primero está<br />

demostrado por el hecho de que la especie ocupa y domina hoy todo el planeta, mientras que los<br />

primeros homínidos vivían solamente en zonas cálidas de Africa. Considérese el esfuerzo que supuso la<br />

colonización de tierras frías y regiones inhóspitas y, finalmente, la adopción del trabajo.<br />

<strong>El</strong> desgarro de la condición humana que desencadenó el <strong>proceso</strong> de la historia puede y tiene que<br />

ser superado. La clave de esta creencia radica en que la naturaleza humana no es neutra sino que gravita<br />

inevitablemente en el sentido de lograr la condición gozosa, que es al mismo tiempo meta y motor de su<br />

actividad y esencia de su naturaleza. Sufrimientos y gozos forman parte del <strong>proceso</strong> y las funciones<br />

propias de vivir. Pero, dejando a un lado las grandes emociones, necesarias sin duda para la<br />

supervivencia de la especie, se tiende siempre a un estado de tranquila actividad placentera o de<br />

agradable y reposado existir, porque es el estado auténtico y básico del vivir. Como el estado natural del<br />

hombre no distorsionado es vivir gozoso, busca siempre caer en su estado normal, o sea, volver a él,<br />

superando temores y necesidades. Por eso, cuando se pregunta a veces cuál es el sentido de la vida y se<br />

dan respuestas apoyadas en ideologías y metafísicas, tanto la pregunta como la respuesta se hacen desde<br />

la situación desquiciada, porque la verdadera respuesta es simple: el verdadero sentido y objeto de la<br />

vida es 'vivir'. Lo que de verdad se quiere inquirir cuando se pregunta por el sentido de la vida es el<br />

porqué y para qué aguantamos la vida sufrida e ingrata que vivimos. Pero la pregunta pierde sentido si se<br />

acepta que la auténtica vida humana, la vida distensionada y equilibrada, es por sí misma gratuitamente<br />

gozosa. Siendo la vida por naturaleza una 'gozada gratuita' no necesita más sentido ni más finalidad. Por<br />

ser esto así, se hace posible la esperanza. La vida en su normalidad es siempre actividad, pero actividad<br />

grata. Aunque el trabajo, la lucha, el temor y la culpabilidad hacen la vida ingrata y justifican lo que se<br />

ha dicho de que es una 'pasión inútil', hay que tener en cuenta que todo eso le sobreviene desde fuera; no<br />

le es propio más que en tanto en cuanto es pura respuesta a causas externas. La actividad ideal, que en<br />

condiciones favorables es adecuada para la supervivencia, es estimulante y agradable. <strong>El</strong> hombre la<br />

desea y la busca porque la goza. Considérense las funciones más importantes: alimentarse, reproducirse,<br />

reflexionar, contemplar, crear; o actividades como buscar, perseguir, escalar, jugar, etc. Sólo las<br />

distorsiones anormales producen desagrado: hambruna, frío, agotamiento, pavor, etc. <strong>El</strong> ser esto así hace<br />

que los hombres apliquen su inteligencia para reducir al mínimo los motivos de dolor; y esta lucha por<br />

neutralizar los motivos de sufrimiento y evitar caer en el estado de angustia original produce<br />

enajenación, pero al mismo tiempo el <strong>proceso</strong> de la historia como movimiento <strong>emancipatorio</strong>. Esta es mi<br />

definición de la historia: el <strong>proceso</strong> de emancipación del hombre desde su estado de angustia original.<br />

<strong>El</strong> objetivo principal de este libro es demostrar que la emancipación se está realizando; que el<br />

<strong>proceso</strong> tiene que pasar por la superación del temor a la angustia original y de las distorsiones que tal<br />

empeño ha introducido en la vida de la especie; demostrar también que estas distorsiones tomaron falsa<br />

carta de naturaleza durante el periodo Neolítico, por la introducción del trabajo y la dominación del<br />

hombre sobre el hombre cuando se quiso multiplicar a toda costa la obtención de recursos. La<br />

emancipación implica también la recuperación de un cierto sentido de fraternidad universal, como<br />

aproximación o substitución válida de la fraternidad auténtica que vivió el hombre en el seno de las<br />

pequeñas agrupaciones humanas primitivas, que resurgirá por su propia fuerza tan pronto el medio social<br />

deje de estar adulterado por la tensión.<br />

EL FINAL DEL PROCESO<br />

Al definir la historia como un <strong>proceso</strong> por el cual el hombre va procurando alcanzar la<br />

emancipación, o sea, la recuperación del estado feliz que le es propio, el final no podría consistir más<br />

que en la compleción de ese <strong>proceso</strong> y con él la finalización del movimiento mediante el cual se consiga.<br />

Podría preguntarse si después de la emancipación ya no habrá historia. La respuesta no puede ser<br />

positiva, porque la seguridad que protege al hombre de la angustia nunca puede ser excesiva. Lo que sí<br />

se puede creer es en un final de lo que ahora llamamos historia, que comprende el <strong>proceso</strong> muy<br />

claramente identificado, desde el comienzo de la revolución neolítica a nuestros días. <strong>El</strong> final de la<br />

historia significaría cerrar el ciclo para superar las distorsiones que los esfuerzos por librarse del miedo a<br />

la angustia original ha producido en las sociedades humanas; el desquiciamiento y la alienación a que ha<br />

forzado al hombre el trabajo fatigoso, y sus consecuencias: la dominación de unos hombres por otros. <strong>El</strong><br />

fenómeno de la dominación es a su vez la manifestación a nivel social de previas y profundas<br />

alteraciones en la conciencia humana.<br />

<strong>El</strong> <strong>proceso</strong> de la historia tiene como guía y fundamento esa fuerza interna del hombre a la que<br />

podemos llamar el anhelo de felicidad. Mientras que el impulso de los instintos suministra la energía


necesaria para asegurar la supervivencia, la búsqueda de la felicidad es una fuerza complementaria y<br />

coorientadora de la actividad humana. Expuse en el capítulo anterior que la orientación de la actividad<br />

humana se ejerce también a partir de los sentimientos de angustia compensados y aliviados mediante<br />

ideologías, filosofías y concepciones del mundo tales que tanto el mundo como el hombre adquieran por<br />

ellas un sentido, lo que en este contexto significa que la realidad presente y futura, sobre todo la futura,<br />

aparezcan de manera que justifiquen y hagan que merece la pena vivir la vida en un mundo así. Esas<br />

ideologías hacen que los hombres no luchen sólo por el sustento y la seguridad para acabar con la<br />

angustia original, sino que van más allá; anticipan esas concepciones sobre estados finales sin angustia, y<br />

sin los problemas que puedan producirla; el estado final de felicidad se presenta como bien alcanzable.<br />

En las de tipo religioso se recurre a la colaboración o la benevolencia de las divinidades. En las más<br />

modernas se busca la instauración de sociedades donde la paz, el bienestar, el ocio y la abundancia,<br />

gracias al ingenio humano y su anhelo de armonía, serán lo normal. Puede decirse, si nos atenemos al<br />

contenido de estas ideologías, que los hombres han creído generalmente en el final feliz, o sea en que la<br />

historia, como los cuentos infantiles, tendrá un final acorde con sus deseos. Cuanto más se ha alejado el<br />

hombre de su autenticidad, cuanto más se ha alienado en sociedades transidas de tensión y de<br />

dominación, más beatífico es el final del destino que le reservan sus concepciones ideológicas religiosas,<br />

llámese paraíso, nirvana o gloria divina. Lo sagrado y lo santo han representado la cualidad ideal de lo<br />

comunal consistente en plenitud y reposo placenteros. Lo santo en el ámbito comunal y lo beatífico en el<br />

individual son lo contrario de lo angustioso; el estado en que la actividad fatigosa es innecesaria. Fué en<br />

las primeras culturas de trabajadores en las que tuvo lugar la concepción de lo santo y lo divino (distinto<br />

de lo mágico); algo que el hombre ve como alejado de su realidad, pero de cuya naturaleza participa;<br />

algo que le fue arrebatado, pero le pertenece y puede y tiene que recuperar.<br />

Para llegar al estado feliz basta con superar los obstáculos que distorsionan la existencia, porque<br />

se trata en realidad de recuperarse el hombre a sí mismo. "La infelicidad arranca de la desesperación, de<br />

la debilidad que consiste en no ser uno mismo" (Kierkegard, p. 24). Ser uno mismo, venir uno a sí<br />

mismo y recuperarse; esa es la clave.<br />

Conviene recordar aquí que las religiones son fundamentalmente ideologías refraternizantes. Su<br />

parte negativa, los castigos de ultratumba, son mitología agregada posteriormente por necesidades de la<br />

estructura productiva. Se puede confirmar esta tesis observando que las religiones (y las sectas) nacen<br />

como cofradías de amor y solidaridad y que luego se convierten en estructuras de autoridad cuando son<br />

ocupadas por el poder político y puestas a su servicio. Es entonces cuando elaboran los más crueles<br />

mitos sobre penas y castigos. <strong>El</strong> Cristianismo es un caso paradigmático en este sentido.<br />

De igual modo, viene a confirmar la tesis el hecho de que cuando la fe religiosa se debilita, como<br />

ha ocurrido en este siglo, lo primero que se rechaza es el mito del infierno, lo cual confirma que es su<br />

elemento más extraño y prescindible. Las mismas autoridades religiosas se sienten incómodas al tocar<br />

este punto y se ven obligadas a presentarlo bajo interpretaciones más suaves. De este modo tratan las<br />

religiones de soltar el lastre que supone su parte negativa, para reducirse a lo que fueron antes que otra<br />

cosa: mitos refraternizantes para este mundo y promesas de una vida sin trabajo en el otro.<br />

Dejando la ideología y volviendo a la historia hay que decir que el hombre como especie lucha<br />

por la superación de la necesidad; por eso se embarcó en la odisea del trabajo. Pero la emancipación de<br />

la necesidad física no es suficiente para asegurar que la historia avanza en el buen sentido. Se podría<br />

citar aquí el conocido ejemplo del burro y la zanahoria. <strong>El</strong> burro tirará sin cesar del carro tratando de<br />

alcanzar la zanahoria que se le ha colocado delante del tiro sin darse cuenta de que lo que en realidad<br />

hace es transportar una carga por cuenta de otro. ¿Se puede descartar a priori que pueda ser ese el caso<br />

del hombre como especie? Los filósofos, los profetas y los ideólogos han elaborado muchas veces a lo<br />

largo de los siglos un sentido y un final para la historia, pero apenas han tenido otro valor que el de<br />

elucubraciones de la fantasía acuciada por el deseo, útiles solamente para neutralizar en lo posible el<br />

desánimo. Mi opinión sobre este punto, moderadamente optimista, se funda en la constatación de que la<br />

historia es un <strong>proceso</strong> cuyas fases no se repiten. <strong>El</strong> hombre salió una vez del Paleolítico; también sólo<br />

una vez entró en el periodo agrícola; y pasó y superó el periodo de la esclavitud, y llegó al conocimiento<br />

científico y a la era tecnológica. <strong>El</strong> <strong>proceso</strong> histórico va, pues, en una dirección, va hacia algún lado,<br />

tiene un sentido. A este sentido, desde los tiempos de la Ilustración, se le llama progreso. No hay duda de<br />

que el progreso procura cada vez más bienestar material, aunque dadas las condiciones en que tiene<br />

lugar, se puede dudar de que este tipo de progreso lleve por sí mismo a la felicidad.<br />

En todo caso, la confianza en el poder <strong>emancipatorio</strong> del progreso sería vana si no tuviera como<br />

complemento el hecho de que la vida de cada ser humano es potencialmente agradable y gratuitamente<br />

placentera; que no se trata de conquistar nada, pues la plenitud la lleva cada cual potencialmente dentro<br />

de sí, sino de suprimir las distorsiones que le llegan de fuera y le impiden vivir esa plenitud. Empeñarse<br />

en buscar la felicidad en un progreso que implique trabajar y producir más y más es como si un sediento,<br />

fatigado a fuerza de buscar agua para aliviar su sed, no se percatara de que lo más fuerte de su sed se<br />

debe a la fatiga de la búsqueda; y más lamentable aún es que no se de cuenta de que dentro de sí mismo


lleva la más cristalina de las fuentes. Este es el caso actual de los países desarrollados al buscar la<br />

felicidad tensionando el trabajo para conseguir de él la máxima productividad para aliviarse la tensión.<br />

Las ideologías religiosas son, desde este punto de vista, técnicas o sucedáneos para recuperar el<br />

sentido del mundo como espacio propicio o adecuado, como reflejo en el exterior del auténtico sentido<br />

de la realidad feliz que cada uno lleva dentro, pero cuya manifestación está de mil modos obstaculizada.<br />

La pega de estas ideologías, aparte de la inconsistencia, desde un punto de vista racional, de sus<br />

mitologías y dogmas, y ser sólo sucedáneos de solución, es que en general implican una alienación o<br />

descentración del interés vital para hacerlas compatibles con las estructuras propias de las sociedades del<br />

trabajo. Consecuencia de esto es que el individuo tiene que intentar su emancipación desde el<br />

aislamiento, apenas mitigado por la conexión ficticia, y la desconexión real al grupo, pagando a crédito<br />

con méritos y sacrificios, nunca por vía gratuita y colectiva. Otra consecuencia es que las organizaciones<br />

religiosas mismas, y no digo nada de las sectas más o menos estrambóticas que se están multiplicando en<br />

nuestros días, son ellas mismas, en buena parte, montajes para la explotación de sus ingenuos seguidores.<br />

Su actual auge sólo se explica por el bache de esperanza en que se ha traducido el productivismo a<br />

ultranza en las sociedades desarrolladas y sobre todo el fracaso del comunismo como primer gran ensayo<br />

de emancipación.<br />

¿Qué condiciones, dejando a un lado la posibilidad o probabilidad de lograrlas, serían las<br />

mínimas para poder considerar realizada la emancipación o superación de las distorsiones que se oponen<br />

al estado feliz? Anteriormente, al hablar del origen de la historia, dije que por lo menos tres: superación<br />

de la necesidad, conocimiento científico de la naturaleza para superar la era del trabajo duro, y concordia<br />

general entre los hombres. Probablemente estas condiciones no son suficientes para que los hombres en<br />

general lleguen a disfrutar la vida en el grado para el que potencialmente están dotados, pero sí lo son<br />

para cerrar el ciclo de la historia que se inicia con la toma de conciencia de la propia identidad como<br />

posible fuente de angustia y la introducción del trabajo como causa de distorsión. Por ahora el hombre se<br />

mueve tratando de recuperar la fraternidad y la espontaneidad, las cuales fueron compatibles en el seno<br />

de los grupos primitivos, antes de la era del trabajo. Sigue dando bandazos, ganando a veces más<br />

espontaneidad e implantando otras más disciplina; buscando a veces más fraternidad, o prefiriendo optar<br />

otras por la vía violenta; siempre buscando el equilibrio entre sus aspiraciones profundas y la necesidad<br />

de mantener el trabajo al nivel de intensidad que exigen los hábitos de consumo, el exceso demográfico y<br />

los despilfarros bélicos. Pero siendo como es el hombre un ser racional, es a la larga inevitable que<br />

llegue a conseguir los objetivos deseados. ¿Y después? Después, todo seguirá, pues se trata de un<br />

movimiento indefinido, que durará tanto como el hombre, y se asemeja a una línea asintótica, que tiende<br />

hacia algo a lo que se va acercando pero nunca alcanza.<br />

Decir que el hombre está capacitado para disfrutar la vida dichosa como estado normal tan pronto<br />

como consigue liberarse de la distorsión y de la angustia en grado suficiente, puede parecer una<br />

afirmación sin fundamento y sola mente inducida por el deseo. Quiero hacer algunas reflexiones para<br />

mostrar que tiene fundamento.<br />

La esencia del <strong>proceso</strong> vital tiene como característica principal la de ser autodinámico. Como tal<br />

<strong>proceso</strong> autodinámico posee una fuerza o inercia especial que la faculta para abrirse paso a favor de las<br />

leyes naturales o contra ellas, haciendo que muchos otros <strong>proceso</strong>s a su alrededor discurran de distinto<br />

modo al que resultaría del puro determinismo fisico-químico. Es claro que decir de la vida que es un<br />

<strong>proceso</strong> autodimámico no es mucho decir, ya que el universo todo se nos presenta también, según todas<br />

las apariencias, como un <strong>proceso</strong> infinito y autodinámico, como un parto permanente de sí mismo. Lo<br />

que caracteriza al <strong>proceso</strong> vital es que su dinamismo está por encima o por debajo del que rige los<br />

fenómenos fisico-químicos que hasta ahora conocemos. Que su interacción con el nivel físico-químico<br />

obedece a principios que no son fisico-químicos, lo que hace sospechar que se da una adaptación o<br />

conexión radical, de tipo misterioso y profundo, desconocido, entre el sujeto y su realidad objetiva. Esa<br />

conexión o cópula radical es experimentada por el ser vivo en forma de sentimientos satisfactorios<br />

cuando resulta en actividad de las funciones favorables para la vida, y como dolor, cuando vive<br />

situaciones o eventos que perturban esas funciones.<br />

En el <strong>proceso</strong> autodinámico que es la vida, el factor clave desde el punto de vista subjetivo<br />

consiste en las vivencias agradables y desagradables. En sus formas más íntimas, las de felicidad y<br />

tristeza. En sus formas más concretas, las de dolores y placeres. <strong>El</strong> dolor es una especie de alarma para<br />

avisar de los obstáculos que desde el exterior o procedentes del exterior pueden dañar u oponerse al<br />

<strong>proceso</strong> vital. Es la energía que se distrae o se deriva del impulso vital para superar lo que resulta<br />

negativo. Entonces, ¿qué función cumple el placer? Resulta evidente que el placer es el <strong>proceso</strong> vital<br />

mismo, lo que hay de positivo en el <strong>proceso</strong> vital, por lo tanto, su verdadera esencia, lo que le da realidad<br />

y efectividad. Al hablar del genoma dije que tenía dos frentes a que adaptarse; uno consistente en las<br />

exigencias del entorno y otro las que constituyen la esencia del ser vivo, que es impulsado por el placer.<br />

La vida consiste, pues, primariamente y radicalmente en placer. En cada nivel de desarrollo de las<br />

especies tiene sus formas. Quizá puede ser experimentado en los animales inferiores como conmociones


estimulantes, pero los animales superiores experimentan emociones netamente placenteras. <strong>El</strong> hombre,<br />

por su superior condición, además de placeres, vive el disfrute de sí mismo como sentimiento de dicha,<br />

como estado de tranquila o de intensa satisfacción. Algo así pensaría Aristóteles cuando dijo que "sentir<br />

que se vive es una de esas cosas que son agradables en sí".<br />

Hay pruebas de que la positividad de lo vital, que es la vida misma sin distorsiones, consiste en<br />

actividad agradable. No hay más que observar que toda actividad que tiende a conservar y desarrollar al<br />

ser vivo es agradable. Es innegable que no toda actividad es agradable, pues aun en su desenvolvimiento<br />

más favorable pueden los individuos y los grupos sentirse polarizados y tensionados por los obstáculos<br />

que se le ponen desde fuera. Entonces tienen que verterse fuera de sí para emplearse a fondo en<br />

neutralizar esos obstáculos. Pero, aun en esas condiciones, el hombre conserva la capacidad de disfrutar<br />

de un modo totalmente gratuito el estado de ocio tranquilo, como la felicidad del gato tumbado al sol y,<br />

asimismo, de actividades espontáneas de carácter físico como los juegos, los deportes y las relaciones<br />

con la naturaleza y con los demás hombres. Sobre todo el ser humano puede disfrutar la plenitud de<br />

sentir, aunque sea esporádicamente, la grandeza de la realidad total, que es la suya propia, en forma de<br />

arte, poesía, sentimientos afectivos, creatividad y asimilación real de la infinitud cósmica; de la totalidad<br />

de lo real. Los nirvanas, las glorias celestiales, las experiencias místicas, son conceptos y fenómenos por<br />

los que el ser humano expresa, bajo formas falseadas, porque la asimilación cognoscitiva de lo real es<br />

siempre parcial, vivencias de identificación con la totalidad de lo real, algo que de alguna manera le es<br />

propio, porque lo lleva como posibilidad.<br />

Al hablar de las ideologías dije que cuando toda la energía psíquica a ellas dedicada esté<br />

disponible por haber sido superada la tensión que ahora las produce y las hace necesarias, la vida se<br />

habrá recentrado en sí misma y se impregnará de un sentido poético, como forma de una ideología<br />

difusa, estética y gozosa de la realidad. Del mismo modo, la sexualidad, ahora coactivamente<br />

arrinconada a su función reproductora y genital, impregnará las relaciones humanas desreprimidas y las<br />

hará también gozosas. En tales condiciones, ningún tipo de asimilación de la realidad objetiva puede<br />

llegar a ser más profundo, satisfactorio y al tiempo necesario, que la relación con otros seres humanos.<br />

Por el contrario, la falsificación de esas relaciones marchitan y destruyen las posibilidades de auténtica<br />

vida. Por eso el deterioro de la fraternidad es fuente de los sentimientos depresivos que se producen por<br />

la desvinculación profunda con el grupo, de la que, además, el individuo se siente siempre culpable.<br />

No creo que haya muchos que duden de que el hombre posee la naturaleza adecuada para ser<br />

gratuitamente feliz; de que está facultado, no sólo para gozar placeres físicos, biológicamente gratuitos,<br />

como otros animales, sino también, gracias al desarrollo de las facultades superiores, por las que se<br />

diferencia de ellos, estados de satisfacción de más calidad y permanencia por el ejercicio de actividades<br />

que le son privativas, como la creación de belleza por las diversas formas del arte, la contemplación de la<br />

belleza natural o artística y la comunicación en todas sus modalidades, como otras tantas formas de<br />

reconexión con y a través de una realidad inefable y misteriosa. La inquietud intelectual es posiblemente<br />

la actividad más gratificante de todas para quien tiene la vida resuelta y libre de tensiones, porque es<br />

también otra vía de reconexión profunda con el medio grupal y natural. La conversación, la literatura, los<br />

medios audiovisuales, ya sea como puro entretenimiento y diversión, ya en función de adquisición y<br />

transmisión de conocimientos o de enriquecimiento cultural; satisfacción de insaciable y gozosa<br />

curiosidad en todas sus formas, lo que puede resultar aún más estimulante que la de cualquier otro<br />

apetito. La vida liberada de tensión manifiesta espontáneamente su positividad, que es decir su condición<br />

natural, en todos estos campos. Como conclusión y resumen hay que decir que a partir de cierto nivel de<br />

emancipación la vida es ya buena y agradable de vivir. Lograr que la emancipación llegue a todos es<br />

teóricamente posible. Esto y nada más que esto es lo que constituye el final y al mismo tiempo la meta<br />

del ciclo de la emancipación que es la historia.<br />

EL CICLO DE LA EMANCIPACION<br />

Antes de empezar a examinar el <strong>proceso</strong> histórico concreto que lleva hasta la emancipación a<br />

partir de la angustia original, conviene anticipar un esquema del mismo. <strong>El</strong>lo ayudará a situar cada una<br />

de las fases del <strong>proceso</strong> que voy a exponer en los capítulos siguientes. Asimismo, ayudará a entender la<br />

interpretación que, desde este punto de vista, haré de los hechos históricos a que he de referirme.<br />

<strong>El</strong> <strong>proceso</strong> de la emancipación puede ser visto como un ciclo, porque la pacificación de la especie<br />

se alcanzará y se basará sobre la condición de conseguir la recuperación de valores que se perdieron por<br />

los imperativos y sacrificios de la epopeya humana que supone la conquista del saber científico y de la<br />

producción suficiente. Tiene que volver la humanidad, en buena parte, a condiciones de las que partió,<br />

pero enriquecida con el bagaje de las adquisiciones logradas durante el recorrido, que son el<br />

conocimiento científico de la naturaleza, el acervo tecnológico acumulado y una pragmática universal.


Los valores que resultaron sacrificados y que constituían una especie de atmósfera o medio en el<br />

cual el hombre primitivo nacía y vivía eran el estado de espontaneidad y de fraternidad original. Es<br />

imprescindible su recuperación en formas compatibles con las nuevas condiciones, libre ya el hombre<br />

del miedo a la angustia original, que también estaba en el punto de partida y fue lo que desencadenó el<br />

<strong>proceso</strong> de distorsión sociocultural de la especie.<br />

La espontaneidad y la fraternidad fueron vividas durante cientos de miles de años en el seno de<br />

las agrupaciones primitivas de forma totalmente inconsciente, como el aire que se respira, que sólo<br />

produce ansiedad cuando se enrarece. Fué claramente el eficaz remedio que le evitó el desgarramiento<br />

que hubiera supuesto el descubrimiento de su propia identidad separada del resto de la naturaleza,<br />

cuando la inteligencia se desarrolló lo suficiente. Por eso, cuando en periodos posteriores se hizo fatigosa<br />

la procura de alimentos, empezó a deteriorarse la atmósfera fraternal, y se hizo necesario apuntalarla y<br />

amarrarla a algo más palpable, como era el carácter consanguíneo, real o inventado, pero normal en los<br />

grupos primitivos. Más tarde, hubo que reforzar y garantizar también la consanguinidad, o sea,<br />

'apuntalar' el puntal cuando resultó insuficiente, lo que se consiguió mediante la ideología y truco de los<br />

totems. Durante el largo periodo anterior habían tenido tiempo ambas condiciones para constituirse,<br />

filogenéticamente, en parte integrante de la naturaleza humana. Por esta razón, toda forma de agrupación<br />

y organización posterior, que por violencia gratuita o impulsada por la necesidad, haya menoscabado<br />

esas condiciones, ha producido distorsiones en las formas de existencia de los individuos. Pero cuando<br />

una condición biológica o psíquica ha llegado a integrarse en el bagaje genético, no puede ya cambiar<br />

fácilmente. Como ése es el caso de la espontaneidad y la fraternidad, éstas son y serán condiciones cuyo<br />

disfrute resulta irrenunciable, de modo que las distorsiones y violencias socioculturales que la<br />

inteligencia hace posibles, pero que alejan al ser humano de su naturaleza y autenticidad, por muy<br />

asumidas y aceptadas que estén, siguen siendo fuente permanente de sufrimiento y de tensión. La<br />

sociedad y el individuo así deformados necesitan, para poder funcionar, para sobrevivir y reproducirse,<br />

mantener permanentemente compensados o neutralizados los efectos perturbadores de esa tensión, bien<br />

sea mediante la violencia social más o menos descarada, o complementariamente, apelando tanto como<br />

sea posible a ideologías adecuadas, como ya vimos al estudiar el papel de éstas. Aun así neutralizados,<br />

los efectos de esas distorsiones han logrado manifestarse una y otra vez a nivel social bajo distintas<br />

formas, según iremos viendo; y cuando la difusión de valoraciones más objetivas y científicas de la<br />

realidad hace difícil la vigencia de viejas ideologías compensadoras, o la aceptación de otras nuevas,<br />

como es el caso de los países industrializados actuales, tiene que hacer la química el papel que antes<br />

cumplian las ideologías. Por eso se ha generalizado el consumo de antidepresivos y tranquilizantes.<br />

De las dos condiciones que formaban el ambiente de las agrupaciones primitivas, la fraternidad y<br />

la esponteneidad, es esta última la más antigua y arraigada, pues es propia de todos los animales<br />

superiores. <strong>El</strong> sentido de fraternidad, en cambio, debió constituirse más tarde (pero mucho antes del<br />

desarrollo de capacidad para la comunicación hablada) por la costumbre y por la conciencia que debió<br />

alcanzar el individuo de sentirse parte de un grupo en cuyo seno tenía seguridad, mitigaba el miedo y<br />

encontraba defensa solidaria. <strong>El</strong> desarrollo del leguaje y la consiguiente comunicación intersubjetiva<br />

debió contribuir decisivamente a fortalecer la conciencia de la identidad del propio grupo como unidad.<br />

De esta conciencia de unidad grupal, integrada también filogenéticamente en la psicología profunda,<br />

emana el poderoso sentido de fraternidad. Desesperados esfuerzos destinados a su recuperación<br />

producen religiones, patriotismos, revoluciones y toda clase de movimientos sociales que dieron y dan<br />

lugar a violencia y enfrentamientos entre los hombres. <strong>El</strong>lo demuestra que está siempre presente de uno<br />

u otro modo en la psique humana, pero tan adulterado que, considerando el curso de la historia, parece<br />

no existir.<br />

Antes de la era del trabajo, los grupos humanos sobrevivían o perecían en paz consigo mismos;<br />

había enfermedades y a veces problemas de alimentación, pero se sufrían y se superaban como se sufre<br />

la lluvia o la llegada de las estaciones. Sólo desde que empezó la era del trabajo, las sociedades se<br />

sostienen sobre la inestabilidad como fondo, porque con ella empezaron los problemas de producción y<br />

distribución, por un lado, y de dominaciones, responsabilidades y mala conciencia, por otro. Problemas e<br />

inestabilidades que pueden manifestarse como irritación contra la escasez o la injusticia, pero que en el<br />

fondo nacen de la pérdida de la espontaneidad y la fraternidad. No es la muerte por inanición lo que<br />

subleva a los hambrientos o a los esclavos sino la perspectiva de una vida llena de fatiga (pérdida de la<br />

espontaneidad) o la desvinculación y la muerte en soledad, como miembros desligados y separados de la<br />

comunidad, abandonados por ella (pérdida de la fraternidad).<br />

Como las distorsiones producidas en la humanidad por las culturas basadas en el trabajo sólo han<br />

adulterado pero no destruido las estructuras psicológicas antiguas, es inevitable que esas distorsiones,<br />

vividas como tensiones más o menos neutralizadas, reprimidas o expresadas en distintas formas de<br />

neurosis, seguirán ejerciendo siempre el tirón, elástico pero incesante, hasta centrar de nuevo la vida en<br />

su primitiva espontaneidad. Entonces y sólo entonces será llegado el tiempo en que la humanidad<br />

alcance la serenidad y la paz sin dejar por eso de seguir siendo creativa, pero gozando del ocio, creativo


o no, en la medida en que le apetezca. Quiero citar aquí el criterio de un pensador tan agudo y valiente<br />

como Bertran Russell cuando dice que "el ocio es esencial para la civilización, y en tiempos pasados,<br />

(aunque) el ocio de unos pocos sólo era posible gracias al trabajo de los más, el trabajo de éstos era<br />

estimable, no porque el trabajo sea bueno, sino porque el ocio es bueno, y con la técnica moderna sería<br />

posible distribuir justamente el ocio sin menoscabo de la civilización" (Russell, p. 692). <strong>El</strong> trabajo "debe<br />

ser considerado como un medio necesario para ganarse la vida, y sea cual sea la felicidad que puedan<br />

disfrutar (los trabajadores) la obtienen en sus horas de ocio" (Russell, p. 699). Tengo que citar también a<br />

Aristóteles: "Parece que hay en el ocio una especie de placer, un encanto que aumenta el gozo de vivir".<br />

Y en el mismo párrafo: "para saber emplear los ocios de la vida liberal es menester que se aprendan<br />

ciertas cosas... y que su estudio tenga por objeto la persona misma que goza de tales ocios" (Aristóteles,<br />

2, V, II, # 4).<br />

Como ya he dicho, la escatología de todas las religiones conduce, bajo ciertas condiciones, a un<br />

estado final de la existencia humana en el cielo (o en el cosmos) que en Occidente se llama "estado<br />

beatífico". Su característica principal es la ausencia de trabajo y la felicidad permanente. De aquí se<br />

deduce que la mente creadora de los dogmas escatológicos juzga por lo menos compatibles la felicidad y<br />

el ocio. Yo me permito añadir que en lo más profundo de aquella mente, aunque no se atreva a<br />

reconocerlo, se considera una cosa como condición de la otra. La psique torsionada y tensionada por el<br />

clima social crispado por el trabajo fatigoso de un lado, y por la tensión necesaria que tienen que<br />

soportar también quienes han de obligar a otros a trabajar, ve el estado de ocio placentero como algo que<br />

le es propio, pero que no tiene; algo que anhela, pero que no logra alcanzar. Lo santo es simplemente el<br />

estado de bienestar espontáneo y natural del hombre, pero visto desde la mente distorsionada. <strong>El</strong>la añora<br />

ese estado porque lo perdió y apenas puede gozorlo en su adulterada condición. Desde ella, el estado<br />

perdido tiene que verse como doblemente bueno; como un bienestar legítimo, gratuito y, sobre todo,<br />

liberado de la culpabilidad, que tan estrechamente se ha ligado al ocio en las culturas del trabajo. Eso es,<br />

una vez potenciado por el deseo, el estado de beatitud.<br />

Claro esta que ningún teólogo podría admitir semejante identificación entre el estado de ocio<br />

exento de culpabilidad y el estado de beatitud. Y con mucha razón. <strong>El</strong> problema está en que se identifica<br />

ocio con reposo. <strong>El</strong> estado de reposo, aunque sea placentero, no resulta aceptable. De ahí los conocidos<br />

chistes sobre el aburrimiento en el cielo. <strong>El</strong> ocio no equivale a reposo, sino que es la condición necesaria<br />

para la actividad espontánea. La felicidad, como la vida toda, consiste en actividad, pero sólo en ciertas<br />

clases de actividad; sólo las que desea el hombre libre, las que se apetecen espontáneamente.<br />

Resumiendo, si se mira la historia de la especie humana sobre la tierra en su expresión más<br />

sintética posible, se presenta en tres etapas absolutamente diferenciadas:<br />

1. La era previa al trabajo.<br />

2. La era del trabajo y las guerras.<br />

3. La era de la superación del trabajo y las guerras.<br />

La entrada en la tercera etapa no será quizá nunca absoluta y definitiva. <strong>El</strong> trabajo, la actividad<br />

forzada y desagradable, no será posiblemente nunca eliminada total mente, pero será considerado como<br />

un mal inevitable y objetivo primordial su reducción al 'mínimo necesario'. Por supuesto, cuánto deba ser<br />

ese 'mínimo necesario' es un concepto de lo más elástico, que se presta a mil preferencias y<br />

manipulaciones. Para que sea el más adecuado y conveniente para la vida buena, tiene que ser libremente<br />

determinado por una población libre de coacciones para optar por sus preferencias e incluso libre para<br />

equivocarse. Por eso, una condición imprescindible para avanzar por el camino de la emancipación es el<br />

establecimiento del mayor grado posible de democracia y libertad en cuanto compatibles con el menor<br />

grado de dominación y más oportunidades para elegir.<br />

<strong>El</strong> ciclo <strong>emancipatorio</strong> se cerrará cuando sean superadas las causas que lo desencadenaron.<br />

Primero, por la superación de la escasez alimenticia, sin lo cual se repetiría el ciclo; segundo, el fin de la<br />

dominación, que tiene que hacerse innecesaria; y tercero, el fin de la era del trabajo productivo ejecutado<br />

bajo coacción, o lo que es lo mismo, la recuperación de un nivel suficiente de espontaneidad en la vida<br />

individual. Escapar de la trampa en que se metió la humanidad a sí misma por un mal empleo de la<br />

inteligencia, que si bien aceleró el progreso científico y demográfico, ha tenido que pagar por ello<br />

sufrimiento y sangre en cantidades inaceptables. En nuestro siglo, otro mal empleo de la inteligencia la<br />

ha puesto en peligro de desaparecer del planeta por las armas atómicas, pero el peligro era tan patente y<br />

claro que, afortunadamente, en éste caso se ha caído en la cuenta y ahora se está intentando desanimar la<br />

proliferación nuclear. Ojalá se decida pronto desanimar también la proliferación del trabajo agobiante y<br />

los demenciales crecimientos demográficos.<br />

En tanto no se alcance ese objetivo, podrá al menos servir como norte y orientación que dé<br />

sentido al <strong>proceso</strong> histórico de la especie. Ese y nada más que ése es el significado y alcance del<br />

concepto de progreso en general, en sus dos vertientes, la científica y la social. En los siguientes<br />

capítulos me propongo analizar la génesis y el desarrollo de los más importantes pasos que han tenido y<br />

tienen lugar en el <strong>proceso</strong> de la historia entendidos como resultados de la dialéctica entre la violencia


organizada con el objeto de mantener la tensión necesaria para asegurar la disciplina del trabajo, de una<br />

parte, y los anhelos de recuperar espontaneidad y fraternidad, de otra.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!